CAPÍTULO 10

El mundo continuó girando sobre sus ejes con regularidad ininterrumpida y las noches sucedían a los días y los días a las noches, de acuerdo con el precedente establecido. Sobre la delgada capa de la atmósfera de la Tierra, varios objetos se desplazaban, brillando en diversas direcciones. Algunos de éstos tendían plateados escalones hacia el Sol; otros estaban provistos de antenas de radio rígidas, dirigidas en todas las direcciones, y varios de ellos carecían de algo particular que pudiera notarse, aunque, a veces, de ellos se dirigían a la Tierra invisibles microondas, proporcionando informes sobre los rayos cósmicos, las tormentas solares, el magnetismo terrestre y un variado número de temas sobre las radiaciones. Utilizan varias lenguas para sus transmisiones. Uno sonaba como un disco de fonógrafo sobre el que hubiera caminado un hombre con botas de clavos. Otro emitía un sonido compuesto de sirenas, aullidos, chasquidos, silbidos y gemidos, hacia la Tierra bajo él. Esas dos lenguas (y otras muchas) eran recibidas cuidadosamente por un equipo de recepción telemétrica y traducidas electrónicamente a información científica. Los hombres hablaban orgullosamente de la conquista del espacio.

Pero en la semiesfera y en Bootstrap trataban de hacerla realidad.

El trabajo recomenzó en la semiesfera. Solamente un hombre mostró quemaduras radiactivas en Bootstrap, y no se presentó voluntariamente al control en el hospital. Lo encontraron muerto en su alojamiento. Puesto que nadie más parecía haber sufrido quemaduras en absoluto, se supuso que él debió haber sido el mensajero que hizo entrega a Braun del recipiente que contenía el cobalto radiactivo. Por ello, la construcción de la plataforma fue reanudada. Los autobuses llevaban hombres a la semiesfera y volvían de ella con otros, que acababan de terminar sus turnos de trabajo. Más tarde, volvían a llevarse a los primeros y traían otros para que ocuparan sus plazas. Los camiones entregaban material. Los sopletes de soldar chisporroteaban, y cada día que pasaba, la plataforma estaba un poco más completa.

En un lugar apartado, en un taller bien guardado, el jefe, Haney y Mike, el enano, trabajaban intensamente para llevar a cabo las reparaciones necesarias a los giróscopos pilotos. Frecuentemente, Joe los ayudaba. El adiestramiento para miembro suplente de la tripulación de la plataforma le llevaba gran parte de su tiempo; la reparación de los giróscopos se llevaba otra parte. Dormía poco y esto tenía como consecuencia que hubiera enflaquecido y se viera macilento.

Había otras ocupaciones. La línea de montaje de los propulsores se hizo más pequeña y los incómodos monstruos que se encontraban junto a la pared lateral estaban casi terminados. Llegó el día en que solamente quedaban cinco feos artefactos en esta línea, completamente blindados y sin que les faltara gran cosa para estar terminados, solamente los últimos toques. Ese día, llegaron de la fábrica Kenmore nuevos bultos y cajas, y Joe dejó su adiestramiento de lado para dedicarse con los otros tres al montaje de los rotores y los cojinetes, labor en la que, a veces, pasaban todo su tiempo. Se emplearon a fondo, perdiendo casi la noción de las cosas, para llevar a cabo la necesidad desesperada tanto de velocidad como de una precisión absoluta, pero lograron montar y ajustar los complicados artefactos y observaron el resultado con ojos enrojecidos. Estaban demasiado cansados para alegrarse.

Luego, Joe activó un interruptor y los giróscopos piloto reconstruidos se pusieron en marcha emitiendo un zumbido; luego, el zumbido se convirtió en gemido y éste subió deliberadamente sobre la escala, hasta llegar a un punto en que cesaba de ser audible. En ese momento, un cuadrante anunciaba lo imposible y ellos contemplaban un aparato que parecía no estar haciendo nada en absoluto. Los giróscopos parecían estar inmóviles. Giraban con una precisión tan increíble que parecían no estarse moviendo en absoluto y todo el complicado aparato parecía simple y sin utilidad.

Pero ellos cuatro lo miraban, al funcionar, con una satisfacción apasionada. Después, Joe manipuló un control; los ejes del aparato se desplazaron suavemente hasta un nuevo emplazamiento y permanecieron en él. Después volvió a cambiarlos de lugar repetidamente.

Luego, el jefe substituyó a Joe, y, bajo sus manos, los discos, que parecían estáticos pero que giraban realmente a cuarenta mil revoluciones por minuto, dieron la vuelta obedientemente y sin que ello pareciera espectacular en absoluto. Luego fue Haney quien manipuló los controles y Mike después de él.

Mike dejó girar los giróscopos, de manera que el eje principal apuntó hacia el Sol, invisible, más allá del techo de la base. Los cuatro se quedaron a la expectativa. De forma inexorable, los giróscopos piloto seguían el Sol invisible y hubieran resistido con una fuerza de muchas toneladas a cualquier intento de desviarlos hacia un lado, aunque sólo fuera una centésima de un arco de un segundo..., lo cual sería algo así como una tres millonésima parte de un ángulo recto. Estos giróscopos piloto controlarían el giróscopo principal con esa misma precisión, y cuando la plataforma estuviera en el espacio, podrían mantenerla con la firmeza necesaria para una astronomía de un orden de precisión enteramente nuevo.

En una palabra, los giróscopos piloto estaban listos para ser montados.

Para entonces, Joe, Haney, Mike y el jefe no eran nada agradables como espectáculo. Estaban sucios de la cabeza a los pies, y tan fatigados que ni siquiera notaban ya el cansancio. Su proceso mental ya no era normal, con excepción a lo relacionado con los giróscopos, de manera que eran insolentes y arrogantes con los hombres del remolque plano, que fueron casi reverentemente a desplazar su trabajo. Acompañaron celosamente el objeto que habían construido y se mostraron rudos con los ingenieros, trabajadores de la construcción y supervisores. Se gritaron unos a otros con furia, cuando los giróscopos fueron izados a través de una abertura, a propósito para permitir su paso, y mostraron muy poco tacto al vigilar con ojos ansiosos y ardientes su colocación en el lugar que les correspondía. Más tarde, los giróscopos serían soldados de modo que no pudieran moverse, pero antes, era preciso probarlos.

Y los giróscopos funcionaban. Visible e incuestionablemente funcionaban. Controlaban las enormes ruedas que dirigirían la plataforma en su despegue y después la harían girar para recibir los cohetes transporte que llegarían hasta ella desde la Tierra. El instrumento de pilotaje giraba y no se producía ninguna vibración. Ahora, con sus aparatos de dirección, la plataforma estaba en condiciones de lanzarse al espacio.

Entonces, el jefe bostezó y sus ojos se vidriaron, mientras permanecía de pie en la gigantesca cámara de los giróscopos. Las rodillas de Haney se doblaron bajo él y se durmió instantáneamente, en cuanto se sentó en el suelo. Joe vio a alguien vagamente (el mayor Holt, en realidad) que sostenía en brazos a Mike, como si se tratara de un bebé. Mike lo habría resentido de manera terrible si hubiera estado despierto y, de pronto, Joe perdió igualmente la noción de las cosas.

Fue un intervalo en su lucidez. Volvió lentamente a su estado normal, después de permanecer medio adormilado durante un buen período de tiempo. Solamente supo, con alegría, que el trabajo había sido concluido. Luego, comprendió que se encontraba en un catre en uno de los camarotes de la plataforma, sostenido por uno de los inflados artefactos que Sally había diseñado. Los giróscopos piloto estaban terminados y en su lugar. Su responsabilidad había concluido. Había dormido casi treinta y seis horas y tenía un apetito voraz.

Sally le salió inmediatamente al encuentro, en cuanto abandonó vacilante la cabina en busca de un lugar en donde poder bañarse. Estaba todavía cubierto de manchas, del trabajo que habían realizado. Le habían dejado dormir, sin quitarle más que los zapatos. Su aspecto era poco agradable, pero Sally le miró con una aprobación que desmentía su tono.

—Puedes bañarte —dijo, con firmeza—, y luego te prepararé algo para que te desayunes. Tienes también ropa limpia esperándote.

Joe dijo con honda satisfacción:

—¡Los giróscopos están en su sitio y trabajan!

—¿Crees que no lo sé? —le preguntó ella—. Ve a lavarte y vuelve en seguida a desayunarte. El jefe, Haney y Mike están ya despiertos; gracias a ustedes cuatro, han estado en condiciones de avanzar el lanzamiento de la plataforma. ¡Es para dentro de dos días! Era casi seguro, pero ahora es oficial ya. ¡Y tú lo has logrado!

Era un poco exagerado, pero perdonable a causa de su parcialidad por Joe. Él fue, semidormido todavía, hacia el dispositivo altamente especial de las duchas. En el espacio no habría gravedad, de modo que era absurda una bañera. El gabinete de baño era un cubículo con asideros para las manos en los cuatro lados y bandas de cuero, en las cuales se podían deslizar los pies. Cuando Joe hizo girar los grifos, chorritos de agua finos cayeron sobre él de todas las direcciones, al mismo tiempo que un ventilador se ponía en marcha. Esto tenía por objeto producir una mezcla confusa de hilos de agua y grandes masas de aire, porque, en el espacio, un hombre podía ahogarse en su baño. El aparato para separar el agua del aire era complejo, pero Joe no pensó en ello en ese momento. Se decía que, por útil que este dispositivo pudiera ser en el espacio, en la Tierra dejaba mucho que desear.

Cuando salió, encontró ropa limpia esperándole. Se vistió y se sintió como nuevo. Le pareció encontrarse como en algunas mañanas de comienzos de la primavera: muy, muy bien.

Luego, percibió el olor a café y sintió un hambre canina.

Los otros se encontraban en la cocina de la plataforma, sentados en sillas que tenían cinturones, de manera que impidieran que uno flotara a causa de la ingravidez. Estaban discutiendo algo. El jefe le sonrió a Joe. Mike parecía absorto. Haney estaba pensando en algo casi con tristeza y Sally estaba ocupada en la estufa especial de la plataforma. Tenía huevos, jamón y pastelillos, listos para cuando llegara Joe.

—Caballeros —dijo ella—, se disponen ustedes a consumir la primera comida preparada en el interior de un navío espacial..., ¡y vaya navío!

Les sirvió y se sentó con ellos muy amistosamente, pero la expresión de sus ojos era muy especial cuando miraba a Joe.

—Dejando aparte lo que estábamos discutiendo —dijo el jefe, sintiéndose feliz—, Sally... ¿Se enfada si la llamo Sally, señorita? Sally dice que los tipos de la regla de cálculo han estado comprobando nuestro trabajo y lo encuentran mejor de lo que ellos habían diseñado. ¿Qué te parece, Joe?

Sally comentó:

—Cuando los periódicos y publicaciones técnicas hablen del trabajo que llevaron ustedes a cabo, van a ser los cuatro muy famosos en lo concerniente a las técnicas de fabricación y a las mejoras de las prácticas corrientes de trabajo.

—Lo cual —dijo el jefe— nos hará sentirnos bien cuando volvamos a trabajar con nuestros sopletes de soldar y demás.

—Se acabaron las soldaduras —le dijo Sally—, por lo menos en este trabajo. La plataforma está terminada. Ya comenzaron a desmontar los andamiajes.

El jefe pareció extrañado.

—¿Han comenzado a despedir hombres ya? —preguntó Haney.

—No a ustedes —le aseguró Sally—. Desde luego que no. Ustedes cuatro tienen el índice más superespecial de seguridad que existe. Creo que son ustedes las únicas personas de las que mi padre está seguro que no pueden ser forzadas a hacer daño a la plataforma.

Mike dijo bruscamente:

—¡Sí! ¡El mayor creía tener dolores de cabeza antes! ¡Pero ahora va a tenerlos de veras!

No parecía haber estado escuchando lo que se decía. Actuaba como si se estuviera impregnando del hecho de encontrarse dentro de la plataforma como lo estaría un miembro de la tripulación, un trabajador que la estuviese construyendo, sino como un hombre que estuviese destinado a hacer de la plataforma su propio hogar... Pero, repentinamente, Joe comprendió que su comentario era exacto. Había habido bastantes tentativas de sabotaje para impedir que la plataforma fuera terminada, pero ahora debía ser lanzada en dos días. Si era posible intentar algo para detenerla, lo harían en un plazo de cuarenta y ocho horas. Había mucha gente con variados medios a su disposición, interesada en detener la plataforma. Los próximos dos días estarían llenos de los más terribles y fuertes ataques que era posible imaginar para tratar de destruirlo todo. Y el mayor Holt debía cuidar de todo ello.

Pero los cuatro comensales —cinco, contando a Sally— estaban particularmente tranquilos. Había habido miles de cosas que debieron ser llevadas a cabo antes que la plataforma fuese lanzada y lo que ellos habían realizado era algo esencial, pero solamente una más entre las otras mil tareas diferentes. Sin embargo, tenían la enorme y reconfortante satisfacción de haber concluido un trabajo bien hecho.

—No más soldaduras —dijo Haney, pensativamente—, y nuestro trabajo sobre los giróscopos está terminado. ¿Qué vamos a hacer?

El jefe dijo, con firmeza:

—Barreré los suelos o haré cualquier otra cosa, pero cueste lo que cueste, voy a estar presente para ver cómo se eleva este trasto.

Joe no dijo nada. Miró a Sally, que preguntaba a los otros si no deseaban nada más de comer. Después de un largo período de tiempo, Joe dijo, con cuidadoso desinterés:

—Pensándolo bien, me estaban llenando de teorías espaciales, antes de abandonar el adiestramiento para dedicarme al trabajo de los giróscopos. ¿Qué tal se encuentra el miembro de la tripulación que estaba enfermo, Sally?

—No..., no lo sé —respondió Sally, de forma poco convincente—. ¿Quiere alguien un poco más de café?

Joe perdió toda expresión en su rostro. No había nada más que hacer. Sally no había dicho que sus probabilidades de formar parte de la tripulación de la plataforma fueran ínfimas, pero ella tenía medios para estar enterada de ciertas cosas al respecto. Era seguro que ella se había mantenido informada de eso en particular, porque era aliada de Joe y le hubiera gustado darle todas las buenas noticias que hubiera. Pero no lo había hecho, así que las noticias debían ser, forzosamente, malas.

Joe bebió su café, tratando de convencerse del hecho que ya sabía que no formaría parte de la tripulación. Había comenzado demasiado tarde para adentrarse en las cosas que un miembro de la tripulación de la plataforma debía conocer, y había interrumpido el adiestramiento para trabajar en los giróscopos. Además, había dormido durante un día y medio, y la plataforma sería lanzada cuarenta y ocho horas más tarde. Era una cuestión de simple sentido común utilizar a un hombre que hubiera seguido todo el curso de adiestramiento si era posible hacerlo así. Pero no era fácil hacerse a la idea.

—Tengo una idea —dijo Mike, de pronto.

—Explícanos —dijo el jefe.

Todos los demás miraron a Mike, excepto Joe, que miraba fijamente a una de las paredes.

—No hay solamente un equipo de hombres que han tratado de sabotear la plataforma —dijo Mike—. Por lo menos hay cuatro o cinco. Joe descubrió un grupo que trabajaba en los propulsores, haciéndolos explotar, que no pensaban de la misma manera que los tipos que se ocuparon de Braun, por ejemplo. Y el grupo que trató de asesinarnos en Red Canyon puede ser otro. Es posible que haya muchos, fascistas, comunistas, nacionalistas y otros. Y todos ellos saben ahora que es preciso que trabajen rápido, incluso si para ello es preciso que se ayuden los unos a los otros. ¿Comprenden?

Haney gruñó.

—Firmaría todo lo que acabas de decir —aceptó el jefe—, pero, ¿qué tiene que ver eso?

—Todos ellos harán un esfuerzo desesperado en el último minuto —dijo Mike, fríamente—; hasta ahora han estado jugando, pero ahora van a emplearse a fondo, y cuando digo que van a emplearse a fondo, sé lo que quiero decir. Pero tampoco hay muchas ocasiones en las que no haya un montón de gente alrededor de la plataforma, dispuestos a pelear por ella.

—Por supuesto, solamente en el cambio de turno de trabajo, pero, ¿en cuál de ellos? —dijo el jefe.

—Depende —dijo Mike—. Lo importante es que, si una banda inicia algo, las otras estarán obligadas a continuarlo. ¿Comprenden?

Esto era lógico. Un ataque rechazado de violencia abierta crearía un clima de defensa que haría imposible cualquier otro intento. Si un sabotaje violento iba a ser llevado a cabo y otros quedaban en proyecto, todos ellos deberían ser acordados junto con el primero o, de lo contrario, abandonados por completo.

—Yo puedo intentar algo —dijo Mike—. Podemos hacer un intento de sabotaje nosotros mismos y así, al menos, sabremos con anticipación a qué atenernos. Sally, ¿confía verdaderamente su padre en nosotros?

Sally asintió.

—Ya les dije que eran ustedes, sin duda, los únicos seres en el mundo en los que confía realmente.

—Muy bien —dijo Mike—; entonces, dígale, en secreto, que estoy tratando de hacer algo intrincado. Puede reírse de todo lo que le informen sus hombres de seguridad. Joe se asegurará a fin que él reciba de antemano todo el proyecto. Pero es preciso que no se lo comunique a nadie. ¡A nadie en absoluto! ¿De acuerdo?

—Le preguntaré —dijo Sally—. Está desesperado, seguro que en el último minuto se llevará a cabo algún ataque contra la plataforma, de manera frenética, pero...

—Se lo haremos saber con tiempo suficiente —dijo Mike, con autoridad—. Con tiempo suficiente para que él pueda proceder en consecuencia, pero no para que eche a perder toda la combinación. ¿De acuerdo?

—Haré el trato —prometió Sally—, si es posible hacerlo.

Mike asintió, vació su taza de café y se deslizó al suelo de su silla.

—¡Vamos, jefe! ¡Vamos, Haney!

Los condujo fuera de la habitación. Joe jugueteó con su cuchara por un momento y luego dijo:

—El miembro de la tripulación que yo debía reemplazar en el caso que continuara mal se ha repuesto por completo. ¿No es así?

Sally dijo de mala gana:

—S...sí.

—Bien, entonces, eso es todo. Supongo que lo que más me conviene es aceptar la idea y pasearme por aquí hasta el momento en que pueda ver el lanzamiento. ¿No es así?

Los ojos de Sally estaban húmedos.

—¡Por supuesto, Joe! ¡No sabes cuánto lo siento!

Joe sonrió, pero incluso a él mismo su cara le pareció una máscara.

—En todas las vidas debe caer un poco de lluvia. Salgamos, y así podremos ver lo que se ha hecho desde que me dormí.

Salieron juntos de la plataforma, y en cuanto llegaron al suelo de la base, estaba claro que todo había sido realizado para llegar a un punto definitivo.

Los últimos cinco o seis pisos de andamiajes habían sido ya desmontados y la mayor parte de los tubos y vigas estaban siendo bajados, en fardos, por los cables de gigantescas grúas parecidas a jirafas. Había a la vista camiones de un tipo nuevo, gigantes de los que transportan concreto preparado para las calles de las ciudades. Estaban llenando de engrudo enormes recipientes, que eran elevados y desaparecían dentro de la boca de tubos. Parecían estar colocando nuevamente los andamiajes a lo largo de las paredes laterales de la plataforma.

—Están recubriendo los cohetes —dijo Sally, con voz suave.

Joe observó. Estaba al corriente de todo esto. Durante cierto tiempo, había sido motivo de controversias. La plataforma llevaba cohetes que iban a ser utilizados como la tercera etapa de un complejo de múltiples pisos, después que los propulsores y sus retropropulsores hubieran actuado en las dos primeras etapas. Despegarían del suelo casi horizontalmente y cobrarían velocidad, presentando el mínimo de resistencia al aire, cuando la plataforma pusiera en servicio los cohetes de combustible sólido.

Pero se suponía que solamente utilizaría una vez los cohetes, porque nunca aterrizaría. Nunca. Y habría hombres a bordo, para evitar diez o quince aceleraciones por la gravedad. La plataforma debería tener un largo y lento período de aceleración, en lugar de un breve y terrorífico gasto de combustible. Por consiguiente, sus cohetes, muy especiales, habían sido construidos para satisfacer esas exigencias.

Eran cohetes de combustible sólido, pero diferentes de todos los tipos que habían sido utilizados anteriormente. El material blancuzco que parecía engrudo y que se elevaba en los grandes recipientes era un refractario con el que los tubos iban a ser recubiertos, dejando el combustible real al interior de la cubierta. Los tubos mismos eran de alambre de acero enrollado. Cuando el combustible fuera encendido, se encontraría en el extremo abierto de cada uno de los tubos de los cohetes y ardería hacia atrás, a tantos centímetros por segundo. El material refractario resistiría la fuerza del cohete durante cierto tiempo y después se desmenuzaría, cayendo. Y al desmenuzarse, las diminutas partículas serían lanzadas hacia atrás, sirviendo como masa de reacción. Cuando la parte exterior de los tubos de acero quedara al descubierto, se fundiría y sería utilizada como masa reactiva también, siendo arrojada hacia atrás.

Funcionaban de modo tal, que al mismo tiempo que el combustible de los cohetes ardía, los tubos que lo contenían se disolverían y contribuirían al impulso, al mismo tiempo que disminuirían la masa y el peso del objeto que debería ser impulsado. Bajo las condiciones muy especiales de este trabajo, se distinguía un aumento notable de efectividad en comparación con el procedimiento de combustible líquido. Por una parte, la plataforma no necesitaría pompas de combustible y tanques en gran escala. De esta manera no los tendría y, además, cuando se encontrara en el espacio, se desharía de todos los aparatos utilizados para llegar hasta allí.

Ahora, los tubos de los cohetes estaban siendo cargados y cubiertos. Naturalmente, se acercaba el momento del despegue.

Joe miraba y, luego, dio media vuelta. Sintió cierta satisfacción profunda, porque había terminado su trabajo y había cumplido con la responsabilidad que tenía. Pero se sentía claramente desdichado por el fin de sus esperanzas de ser uno de los primeros hombres en realizar un verdadero viaje espacial en lugar de un salto simplemente. No podía resentirse por la decisión. Probablemente hubiera tomado la misma decisión él mismo, aun cuando no hubiera sido fácil, pero era doloroso haber perdido incluso la más improbable de las esperanzas.

Sally trató de distraer su atención.

—¡Esos cohetes contienen una gran cantidad de combustible! ¡Y sería mucho mejor si pensaran que podía ser un combustible químico!

—Sí —dijo Joe.

—Flúor-berilio —dijo Sally, apresuradamente—. Va de acuerdo con los fuselajes a presión de los propulsores. En tierra, no podrían emplearse cohetes como éstos, porque los humos que desprenderían serían tóxicos.

Pero Joe se contentaba con asentir, mostrándose de acuerdo. Se sentía apático y desinteresado. Supuso que tampoco Mike debía sentirse muy a gusto. Podía probar matemáticamente que él, con otros valerosos hombrecillos de su estatura, podían haber dejado la Tierra en un navío espacial desde hacía ya mucho tiempo. Sin embargo, había contribuido a que la plataforma fuera lanzada.

—Joe —dijo Sally, con tristeza—. ¡Me gustaría que no estuvieras tan abatido!

—Estoy muy bien —le contestó Joe.

—Te comportas como si no te interesara nada —protestó ella—. ¡Y sí te interesa!

—Por supuesto que me interesa —dijo. Pero no lo creía así.

—Me gustaría poder salir a alguna parte —dijo Sally, de pronto—, pero después de lo que sucedió a la orilla del lago, no debo hacerlo. ¿Te gustaría que fuéramos a la parte más alta de la semiesfera?

—Si tú quieres... —aceptó él, sin entusiasmo.

La siguió hacia una puerta en la pared lateral. Había allí un guardia de seguridad. Comenzaron a trepar por una rampa inclinada e interminable. Se encontraba entre el blindaje exterior y el interior de la semiesfera. Habían construido dos cubiertas, porque el cobertizo era demasiado grande para ser ventilada correctamente y el calor del Sol en el desierto hubiera hecho que reinara una temperatura muy desagradable en su interior. En el espacio comprendido entre las cubiertas solía haber corrientes convergentes, pequeños huracanes e incluso tormentas eléctricas y rayos en miniatura. Joe había oído hablar de ello, pues, según decían, sucedían en las antiguas bases construidas para los dirigibles, antes que él naciera. Todo ello fue mencionado en artículos técnicos relativos a la semiesfera.

Llegaron a una galería abierta, donde se encontraba un centinela de la seguridad mirando la plataforma. Desde allí tenía una magnífica vista de todo lo que se movía.

Continuaron por otro tramo de la empinada rampa, que estaba débilmente iluminada con lámparas eléctricas pequeñas. Llegaron a una segunda galería y volvieron a ver la plataforma. Había allí otro centinela.

Ya habían ascendido aproximadamente la mitad de la pared circular y se encontraban suspendidos en el vacío. La vista de la plataforma era notable. Había un asombroso número de cohetes que estaban siendo fijados al exterior de la gigantesca estructura. Tres grúas gigantescas, trabajando al mismo tiempo, izaban un tubo hasta el nivel más elevado de andamiaje que quedaba. Allí, pululaban los hombres que se ocupaban de recibirlo y colocarlo en su lugar. Lo ajustaban a la abultada armazón y, en cuanto estaba sujeto, otros hombres penetraban en su interior para recubrirlo con el material blancuzco de un extremo a otro. Los cohetes iban a ocultar casi completamente la nave que debían impulsar, pero cuando llegaran a su destino deberían haberse quemado por completo.

—¿No es maravilloso? —preguntó Sally, con ansiedad.

Joe observó y dijo, sin calor:

—Es la cosa más maravillosa que alguien ha hecho.

Era cierto, pero el entusiasmo que antes sentía había desaparecido ya, sin razón aparente. Su desilusión era una sensación nueva.

De nuevo a mitad de camino, Sally se detuvo ante una puerta y la abrió. Joe se sorprendió tanto que estuvo a punto de sacudirse de su apatía. Aquí se encontraba un puesto de observación, en la parte exterior del monumental semiglobo. Se encontraban allí dos centinelas, armados con ametralladoras de calibre cincuenta, resguardados bajo toldos plegables. Sus deberes eran aburridos, pero necesarios. Vigilaban el desierto y desde esta altura alcanzaban a ver a muchos kilómetros de distancia. Bootstrap se veía como una serie de manchas blancas en la lejanía. Al fondo, las colinas se elevaban.

Finalmente, llegaron a la cúspide de la semiesfera y salieron al aire libre. Desde allí, las planchas de acero se curvaban hacia abajo y en todas las direcciones. Los rayos del Sol eran terriblemente cálidos, pero soplaba una ligera brisa. Parte de la cúspide de la base estaba acanalada y, sobre ella, se encontraban pequeñas construcciones, con antenas en todas las direcciones, para recibir las diversas longitudes de onda y esos extraordinarios artefactos que siguen en el espacio a los satélites y miden las diferencias de fase, para determinar con una aproximación de centímetros su distancia, aun cuando ésta sea de centenares de kilómetros. Allí se encontraban, también, esos dispositivos todavía más extraños, que reciben las informaciones telemétricas de más allá del azul del cielo. Y por supuesto, había discos de radar que giraban sin descanso, escudriñando el horizonte y uno que giraba y variaba de posición examinando el cielo mismo. Sally apuntó a un radar de onda de guía, que podía situar un aeroplano con un error no mayor de un metro a una distancia de sesenta kilómetros, o más. Y ella explicó que, invisibles bajo una cúpula de plástico, se encontraban los nuevos aparatos de radar, que podían detectar y localizar objetos móviles, mucho más allá del horizonte. Pero eran tan secretos, que ni siquiera ella misma los había podido ver alguna vez.

También había armas, alojadas en pozos, de tal manera que sus cañones no estorbaran a los aparatos de radar. Había suficientes armas sin retroceso para defender la semiesfera contra todo lo que uno pudiera imaginarse, si acaso pasara las baterías de proyectiles dirigidos que los rodeaban.

Joe sintió una enorme sorpresa. Había pensado siempre en la plataforma como en un proyecto en construcción, pero era mucho más. Además, era una ironía que tuviera que ser protegida, ya que era realmente la única esperanza que tenía la humanidad para impedir la guerra atómica. Pero esa era la razón por la que algunas personas la odiaban, y este odio había hecho que la plataforma fuera considerada como un objeto para la defensa nacional, razón por la que el Congreso de los Estados Unidos había proporcionado el dinero necesario para su construcción. Pero lo más irónico de todo era que su utilidad más inmediata sería, quizá, permitir ciertos experimentos nucleares que eran demasiado peligrosos para ser llevados a cabo sobre la Tierra. Y en el caso que tuvieran éxito, todo el mundo sobre la Tierra sería, a causa de ello, mucho más rico de lo que hubiera podido soñar siquiera.

Pero Joe no podía reaccionar ante esas ideas. Era incapaz de sentir regocijo, porque le habían privado de la insensata esperanza de poder formar parte de la tripulación de la plataforma, cuando se elevara.

No se sintió realmente mejor hasta que ciertos cambios se produjeran en el tiempo futuro. Entonces comprendería que la vida era algo real y agradable, cuando un hombre jadeante intentara cortarle la yugular con sus dientes. Aquella vez, Joe fue estorbado en su autodefensa por gran número de figuras combatientes, que pasaron, pisándolos, sobre él y su antagonista. Todo ello tenía lugar debajo de la plataforma y Joe iba a volar en pedazos en cualquier instante.