CAPÍTULO 9
No era, sin embargo, la señal del fin del mundo. Cuando Joe miró por la ventana que se encontraba al lado de su cama, vio un amanecer gris sobre un campo de aterrizaje que no había visto en absoluto la noche pasada. Había estructuras bajas e indefinibles que se reflejaban contra el Sol naciente. Cuando la luz fue más intensa, comprendió que las figuras angulares eran suspensores. Uno de ellos se movía, llevando algo que no pudo distinguir. El ruido que lo había despertado perdió intensidad. Parecía dar vueltas por encima de él y producía una especie de zumbido fastidioso, que no era natural en ningún motor de los que había oído hasta entonces.
Se estremeció, de pie ante la ventana. A esa altitud, el amanecer era frío y desagradable, aunque más tarde haría calor. Pero quería saber qué había sido aquel ruido, absolutamente inimaginable. El aguilón de una grúa descendió, lentamente, y luego ascendió como si se hubiera librado de un gran peso. Poco a poco, la luz se hizo más brillante y Joe vio algo sobre el terreno. Pero, en realidad, no estaba directamente sobre el terreno. Reposaba en algo.
Hubo diversos ruidos pequeños e indeterminados. Luego el maldito alboroto comenzó nuevamente. Algo se movió. Corrió pesadamente, saliendo de los contornos de los suspensores que lo tapaban a la vista. Aumentó de velocidad, hasta llegar a unos sesenta o setenta kilómetros por hora, más o menos. Cuando comenzó a correr sobre el campo poco iluminado, se oyó un estruendo. Parecía que todas las fábricas de calderas del mundo y todos los motores de explosión de la creación se habían reunido para ver qué producía el ruido más fuerte, funcionando todos a la vez.
Era un propulsor. Joe lo reconoció, incrédulo. Era una de las creaciones extremadamente feas que eran montadas hacia la mitad del muro interior de la semiesfera. La forma de la parte superior tenía el aspecto de la mitad de una pieza de pan. En movimiento, parecía un tipo extraño de vehículo de ruedas, alzado como una oruga indignada y con una llama blanca azulada saliendo a chorros de su cola. Tenía un coqueteo recatado y juguetón, de lado a lado.
Se elevó sobre el vehículo en que rodaba y éste arrancó veloz, con frenética agilidad. El vehículo cambió bruscamente de dirección y Joe lo perdió de vista. Miraba atentamente el propulsor, a unos seis metros de altura. Tenía la parte de abajo plana y la parte superior le parecía todavía a Joe como la redondeada mitad de una pieza de pan. Flotaba en el aire en un ángulo aproximado de cuarenta y cinco grados, aullando como un dragón aterrorizado (Joe comenzaba a escoger sus metáforas por entonces). Se meció, se bamboleó y ascendió lentamente. De pronto, pareció haber adquirido destreza en lo que estaba haciendo y comenzó bruscamente a ascender hacia el firmamento. Antes de salir disparado hacia arriba, había parecido pesado, torpe y poco impresionante. ¡Pero cuando ascendía, lo hacía verdaderamente bien!
Joe asomó la cabeza por la ventana, estirando el cuello para contemplarlo. El estruendo sobrenatural que producía adoptó las características de un enjambre de abejas irritado. ¡Pero subía! Fue hacia arriba, sin ninguna gracia, pero con asombrosa velocidad. Era grande, pero se perdió en el cielo coloreado por el resplandor del amanecer, mientras Joe lo miraba boquiabierto todavía.
Retiró la cabeza de la ventana y se vistió. Salió, cruzando la puerta de su habitación, a los pasillos vacíos y resonantes, buscando a alguien con quien hablar. Entró por error en un salón comedor en el que había muchas mesas, pero las sillas, alrededor de ellas, habían sido empujadas hacia atrás por personas apresuradas en ir a otro lugar. Sólo dos personas eran visibles allí, en un rincón del fondo.
Otro estruendo, como el lamento de un volcán en formación. Comenzó, se desplazó y pasó por todo su desarrollo, hasta terminar en un zumbido vibrante y ascendente. Luego, otro. La puesta en marcha de los propulsores para sus vuelos matinales estaba evidentemente siendo llevada a cabo.
Joe vaciló en el salón comedor vacío. Reconoció a las dos personas sentadas. Eran, respectivamente, el piloto y el copiloto del avión transporte que lo había llevado a Bootstrap y se había estrellado al aterrizar.
Se dirigió hacia su mesa. El piloto lo saludó con la cabeza, con toda naturalidad, y el copiloto sonrió. Ambos estaban vendados todavía por las quemaduras, lo cual podía explicar que ellos permanecieran allá. Pero era posible que los retuvieran a causa de las investigaciones sobre el accidente.
—¡Me alegro mucho de verlo a usted aquí! —dijo el copiloto jovialmente—. ¡Bien venido al hotel de Gink! ¡Pero no me diga que va a pilotear un propulsor!
—No tengo la intención de hacerlo —dijo Joe.
—Yo traté de hacerlo en una ocasión, por afición —le dijo el copiloto amablemente—. ¡Esos cacharros vuelan con la misma gracia que una elefanta sobre patines de ruedas! ¿Observó usted que no tienen alas? ¿Y vio usted dónde se encuentran las superficies de control?
Joe sacudió la cabeza. Vio los restos de jamón, huevos y café. Estaba hambriento. Otro propulsor partió.
—¿Cómo debo hacer para que me sirvan el desayuno? —preguntó.
El copiloto le señaló una silla. Golpeó un vaso de cristal, haciéndolo tintinear. Una puerta se abrió en alguna parte, señaló a Joe y la puerta volvió a cerrarse.
—En seguida se lo servirán —dijo el copiloto—. ¡Escuche! Yo sé ya que es usted Joe Kenmore. Yo soy Brick Talley y éste es el capitán, nada menos que el capitán Thomas J. Walton. ¿No está impresionado?
—Muchísimo —le dijo Joe, y se sentó—. ¿Qué iba a decir sobre los tableros de control en los propulsores?
—¡Se encuentran en la tobera! —dijo el copiloto identificado como Talley—. Como los proyectiles V-2, cuando los hicieron los alemanes. Las paletas, en el orificio de escape; parece increíble. Aterrizando y deslizándose sobre la cola como lo hacen, no tienen velocidad para que el aire adquiera fuerza de fricción en las aletas, aunque tuvieran alas sobre las que colocar las aletas. ¡Esos ruidosos objetos son apropiados para darle a uno pesadillas!
Una puerta se abrió en alguna parte y un hombre uniformado, con un delantal, apareció llevando una bandeja. Sobre ésta había jugo de tomates, huevos con jamón y café. Le sirvió rápidamente a Joe y se fue.
—Éste es el servicio del hotel de Gink —dijo Talley—: sin gestos innecesarios, ni cortesía hipócrita. Se disponía a comer todo eso él mismo, pero se lo dio a usted, y ahora se preparará una ración doble. Bueno. ¿Qué va a hacer usted aquí?
Joe se encogió de hombros. Pensó que no sería adecuado ni digno de crédito decir que había sido enviado allí con el fin de esparcir un blanco al que los saboteadores podrían disparar.
—Creo que estoy afectado aquí sólo en lo concerniente a las raciones de alimentación —observó—. Eventualmente, llegarán órdenes y podré saber de qué se trata.
Atacó su desayuno. Los ruidos atronadores de los propulsores al elevarse hacían estremecerse el salón comedor y Joe observó entre bocado y bocado.
—Curiosa manera de despegar, rodando...; parecía un camión.
—Es un camión —dijo Talley—, un camión de gran velocidad. Hay cincuenta de ellos, fabricados especialmente para servir de tren de aterrizaje y permitir que hagan prácticas los pilotos de los propulsores. Como sabe, los propulsores están destinados a funcionar una sola vez.
Joe asintió.
—En teoría, no son para el despegue —explicó Talley—. Se colgarán de la plataforma y ascenderán con ella, empujándola. Luego, cuando la hayan hecho elevarse tanto como puedan, encenderán sus retropropulsores y volverán a la Tierra zumbando. Harán el trabajo del primer piso de un cohete, que puede ser aplicado a la plataforma. Pero los pilotos tienen que practicar el regreso y el aterrizaje. Para el entrenamiento, no importa cómo se eleven. Cuando descienden, son recogidos por un enorme camión especial con cremalleras de oruga que los trae de regreso. Luego, una grúa los eleva, los deposita sobre un camión de gran velocidad y recomienzan nuevamente la maniobra.
Joe reflexionó mientras comía. Tenía sentido. La función de los propulsores, como tales, era la misma que la del primer piso de un cohete de múltiples unidades. Entre todos ellos, levantarían la plataforma del suelo, la sacarían de la base y la elevarían tanto como les fuera posible con sus motores jet. Deberían desplazarse simultáneamente hacia el este, a toda la velocidad que pudieran desarrollar. Luego, encenderían sus retropropulsores al mismo tiempo y, al hacerlo, actuarían como el segundo piso de un cohete múltiple. Entonces, su trabajo habría terminado y lo único que necesitarían hacer es volver a tierra con sus pilotos vivos, mientras la plataforma, actuando como su propio tercer piso, continuaría alejándose hacia el espacio.
—La vida de un piloto de propulsor no es muy feliz —dijo Talley—. Cuando ha efectuado diez aterrizajes y sobrevive, es un experto. Después efectúa otros de tiempo en tiempo, solamente para no olvidarlo. ¡Esos tipos sudan!
El piloto gruñó. Talley extendió los brazos.
—De vez en cuando, uno descendía como no debía hacerlo y algo les sucedía a los motores. Quizá habían sido demasiado forzados. Ocasionalmente, explotaban.
—¿Los motores de jet? —preguntó Joe—. ¿Explotan? ¡Eso es algo nuevo!
—Una característica estrictamente especial de los propulsores —dijo Talley—. Los hacen funcionar una y otra vez a prueba sin que suceda nada. Pero, a veces, estalla uno en pleno vuelo. Una vez sucedió incluso mientras se calentaba, según me dijeron.
—No parece justo —dijo Joe lentamente.
—Es, además, poco conveniente —prosiguió Talley— para los pilotos.
Walton abrió la boca.
—Cuatro pilotos en dos semanas —dijo sencillamente—. De ser posible, sería sabotaje.
Guardó silencio nuevamente.
Joe reflexionó y frunció el ceño.
Un propulsor, en el exterior del edificio, bramaba histéricamente, abriéndose paso por algún sitio. Su ruido cambió y se elevó y continuó, cada vez más alto. Joe revolvió su café.
Afuera se oyeron débiles gritos. Luego, un ruido fuerte y silbante. Después, un estallido. Sonó como una bomba pesada al explotar. Chirriaron objetos metálicos, y luego, el silencio. Talley parecía angustiado.
—Corrección. Cinco pilotos en dos semanas. Comienza a ser algo serio —dijo y miró mordazmente a Joe—. Será mejor que tome su café antes de salir a ver. Después ya no lo querrá.
Tenía razón.
Joe vio el propulsor estrellado media hora después. Halló que su ostensible asignación al aeropuerto para examinar los sabotajes comenzaba a adquirir valor a sus ojos. Un joven teniente lo escoltó solemnemente hasta el lugar en donde había caído el propulsor, a tres metros solamente del muro de un hangar. El impacto hizo un hoyo de metro y medio de profundidad. Había habido un incendio que ya estaba apagado.
El feo objeto volador estaba destrozado. Había tubos de acero de su interior que sobresalían a través del blindaje exterior. La cubierta de plástico de la cabina de pilotaje estaba astillada y había manchas horribles en donde había estado el piloto.
El motor había explotado. El motor de jet. Los motores de jet no explotan, pero éste lo había hecho. Había explotado desde el interior y las paletas de la turbina de su sección de compresión estaban retorcidas, como si fueran de paja, por la detonación. Los bordes dentados de las roturas eran buena prueba de la violencia de la explosión interna.
Joe miró prudentemente y sintió náuseas. El joven teniente se volvió cortésmente hacia otro lado, cuando su rostro mostró cómo se sentía. Joe se sintió incluso culpable del hecho que todo ello le fuera mostrado a él, en lugar de a alguien mejor calificado en métodos de destrucción.
Aunque, en cierto sentido, esto era en sí una ventaja. Un hombre puede ponerse a trabajar para idear métodos de sabotaje. Otro hombre es adiestrado para contrarrestar sus esfuerzos. La preparación del segundo es esencialmente un estudio de cómo piensa actuar el primero, de tal modo que pueda prever sus pensamientos y sus actos. Pero un hombre así estará en desventaja cuando intente comprender los métodos de sabotaje de un tercero, que piensa de una manera nueva y diferente. Tendrá dificultades para estudiar un modo nuevo de pensar, porque conoce sumamente bien el primero.
Joe se apartó y se quedó pensativo ante una pared. Había algo escondido en su mente que pugnaba por salir al exterior y él no sabía cómo ayudarlo. Había algo similar entre el sabotaje al avión de transporte, dos días antes, y el modo en que esos propulsores, que habían demostrado ser perfectos, explotaban más tarde. El ataque al avión de transporte por otro aparato provisto de cohetes no tenía ninguna relación. Pero el bulto que explotó después de ser arrojado desde el avión, antes de intentar el aterrizaje sobre el vientre, y la substitución del CO2 por un gas explosivo en los extintores de incendios..., tenía el mismo aspecto. ¿Qué era?
Arrugó el entrecejo. La presunta contaminación de la base con polvo de cobalto radiactivo no tenía ninguna relación con ello. Pero el minar un camión accidentado, tenía el mismo sentido que todo lo demás. Realmente, por supuesto, había varias organizaciones de sabotaje en acción, empleando diferentes métodos. Pero Joe tenía la sensación desesperante que había algo en su mente que constituía un indicio preciso y no lograba pensar en ello.
El joven teniente esperaba respetuosamente a que él tuviera una inspiración. Sus modales impresionaban al teniente. Pero el mayor Holt no tenía realmente la intención de hacer que Joe tratara de resolver una serie de desastres atribuidos a defectos en el diseño del motor de los propulsores. Cuando Joe se dio por vencido por el momento, el teniente le mostró todas las instalaciones del campo de aterrizaje y su funcionamiento.
A media mañana, otro propulsor cayó estruendosamente desde el cielo. Esto significaba seis propulsores con sus pilotos en dos semanas. Dos ese día. Los artefactos no tenían alas ni ángulo de planeo. Apuntados hacia lo alto, podían elevarse de una manera increíble; mientras funcionasen sus motores, podían ser controlados medianamente. Pero no eran aeroplanos en ningún sentido de la palabra. Eran motores con tanques de combustible llenos y con los controles en el escape de la tobera. Cuando sus motores fallaban, eran un despojo que caía del cielo y se estrellaba en el suelo.
Joe tuvo ocasión de presenciar el segundo accidente y, al mediodía, no fue al salón comedor en absoluto. Carecía por completo de apetito. En lugar de ello, se dejó colmar de informes carentes de importancia por el teniente, que sentía un gran respeto por cualquier persona que tuviera la aprobación de las altas autoridades.
Durante todo el tiempo que estuvo siguiéndolo, se esforzó en buscar en su memoria, convencido que había algo en el sabotaje que constituía un modelo. No todo coincidía en ambos casos, pero si fuera posible encontrar un método coherente, se anticiparían al saboteador, ya que éste no pondría en ejecución sus propias ideas. Un modelo de pensamiento de un saboteador. El modo de pensar de un grupo. El...
Por ejemplo, Braun. Braun fue un hombre honrado, obligado por medio del chantaje a ser ejecutor de un sabotaje, un crimen múltiple, una matanza. Tenía que dejar caer polvo fino de cobalto radiactivo en la base. Debía haber sido el medio por el cual algo extraño y mortal habría sido introducido.
¡Eso era! Había diferentes modos de destruir las cosas. Una manera podría ser que las cosas se destruyeran ellas mismas. Pero ese no era el procedimiento empleado en ese caso. Esta clase de sabotaje tendía a provocar la destrucción en donde no era natural. Granadas en el emplazamiento del tren de aterrizaje. Explosivos en cajas marcadas «Correspondencia». Polvo de cobalto radiactivo. En efecto, las mentes que planeaban esos procedimientos se decían: «Esos objetos van a destruirse. ¿Cómo hacer que lleguen hasta donde puedan destruir algo?»
Era un método estricto.
Pero, ¿era este método el que se seguía en el sabotaje de los propulsores?
Hacían explotar los motores..., y los motores no explotan. Tampoco era posible colocar bombas en su interior, porque no había espacio. Los dos motores que había visto después de explotar daban la impresión que la detonación había sido centrada sobre la caja de fuego (técnicamente, el área de combustión), detrás del compresor y antes de las paletas de transmisión. Un motor de jet se ponía en marcha. Su turbina de compresión aspiraba aire por la parte de proa y lo hacía pasar a gran presión a la cámara de combustión. Allí, una llama ardía furiosamente, el aire se dilataba y salía, atravesando otras paletas que eran impulsadas por él para hacer funcionar el compresor. El exceso de aire a presión era expulsado por la cola y servía para dirigir el aparato.
Pero no era posible colocar una bomba en la caja de fuego, porque allí, la temperatura la haría explotar o la destruiría, antes que el propulsor abandonara el camión que le servía de rampa. No podría demorarse. ¡Y, sin embargo, algo había sido colocado allí!
Por la tarde, Joe observó los aterrizajes, mientras el joven teniente lo seguía pacientemente. El aterrizaje de un propulsor era distinto al de cualquier otro objeto volador. Descendían volando con increíble torpeza, produciendo un estruendo fuera de toda proporción con su velocidad de aterrizaje. Llegaban con la cola baja, maniobrando con cruda torpeza. No tenían alas ni aletas y era preciso equilibrarlos por medio de sus chorros de aire a presión y de la misma forma debían dirigirse y hacer las correcciones de rumbo. Cuando un motor de jet se detenía, se perdía el control y el propulsor se desplomaba.
Los observó aterrizar. Descendían lentamente y giraban hacia el terreno de aterrizaje. Daban la impresión de bajar la cola a ciegas hasta resbalar por el suelo, chamuscando el campo con las llamas de sus toberas, titubeantes, apuntando hacia arriba en ángulos todavía más verticales. Luego tocaban el suelo, sus proas se inclinaban hacia delante y saltaban hacia arriba, al tiempo que sus jets rugían con mayor violencia. Entonces, volvían a tocar el suelo.
La idea era entrar en contacto con el suelo con todo el peso del propulsor apoyado en el impulso vertical del jet, mientras se desplazaba hacia delante a la velocidad más reducida posible. Cuando se lograba este ideal, se dejaban caer de plano sólidamente, resbalaban unos metros sobre sus vientres metálicos, permaneciendo después inmóviles. Algunos de ellos golpeaban con fuerza y trataban de excavar la tierra con sus proas burdas. Joe vio uno que dio una voltereta completa hacia delante. Uno tomó contacto sin velocidad hacia delante en absoluto y dio una vuelta de campana hacia atrás, quedando con su vientre al aire.
El último de ellos tomó contacto y se dejó caer. Joe olvidó momentáneamente los accidentes, que fueron reemplazados por otros espectáculos; pudo pensar en la cena sin aversión. Cuando llegó la hora, volvió nuevamente al salón comedor. Tenía una sensación extraña y molesta en su mente. En alguna parte, había un indicio que permitiría abordar el problema de los propulsores. Sabía que le era conocido, pero no lograba recordarlo.
Talley y Walton estaban sentados de nuevo en torno a la mesa, cuando Joe entró y se dirigió hacia ellos. Talley le miró interrogativamente.
—Sí —dijo Joe tristemente—; vi los dos accidentes y no pude comer. Fueron sabotajes. Sólo que..., en cierto modo, fue algo diferente. ¡No alcanzo a comprender cómo pudo suceder!
—Es complicado, ¿eh? —dijo Talley amablemente—. Voy a explicarle algo de los antiguos combatientes de la resistencia en el extranjero. ¡Los polacos tenían trucos verdaderamente buenos! Tenían un tipo con acceso a los camiones cisterna que llevaban la gasolina desde la refinería hasta los diversos aeródromos que tenían los nazis. Echaba, en todos los cargamentos de gasolina, un compuesto u otra cosa. No se veía nada raro, la gasolina tenía el aspecto y el olor de gasolina e incluso funcionaba perfectamente como tal. Pero, en los momentos más inesperados, los aviones nazis se estrellaban. Las paletas se agarrotaban y los motores se detenían.
Joe lo miró, era así de sencillo. Y comprendió.
—Los nazis perdieron gran número de aviones de esta forma —dijo Talley—. Los que no se estrellaban porque se les agarrotaban las paletas en pleno vuelo, tenían que someterse a reparaciones, perdiendo horas de vuelo. Y cuando descubrieron la artimaña los nazis, tuvieron que volver a refinar hasta la última gota de gasolina que tenían.
—¡Eso es! —exclamó Joe.
—¿Eso es? ¿Qué es?
—Es el mismo truco empleado al llenar las botellas de CO2 con gas explosivo. Excúsenme.
Joe se levantó y se fue, apresuradamente. Encontró un teléfono y llamó a la semiesfera. En cuanto la tuvo en línea, pidió la oficina de seguridad, entrando en contacto finalmente con el mayor Holt. El tono de éste era brusco.
—¿Sí? ¿Joe...? Los tres hombres del asunto del lago fueron perseguidos esta mañana. Cuando se vieron arrinconados, trataron de pelear. No será posible obtener informes de ellos, si es eso lo que querías saber.
Los modales del mayor parecían desaprobar el que Joe sintiera curiosidad. Sus palabras significaban, por supuesto, que los tres hombres que habían cometido la tentativa de asesinato habían sido abatidos.
Joe dijo, cuidadosamente:
—No es esa la razón de mi llamada, señor. Creo haber hallado algo en relación con los propulsores. Cómo consiguen que se estrellen. Pero es preciso verificarlo.
—Te escucho —le dijo el mayor, brevemente.
Joe explicó:
—Todas las artimañas que fueron empleadas contra el avión de transporte en que vine, excepto una, responden a un mismo método, señor. Todos los sabotajes de este tipo consisten en meter bombas y cosas así en los lugares en que menos se espera. Los saboteadores introducen algo en los objetos que quieren destruir. Nunca se las ingenian para que los objetos se destruyan ellos mismos, substituyendo algo en su interior. ¿Ve?
—Continúa —le dijo el mayor.
—Cuando llenaron de gas explosivo las botellas de CO2 —dijo Joe, hablando esmeradamente—, no añadieron algo. Lo que hicieron fue sustituir algo. Sustituyeron algo que normalmente lleva un aparato, en lugar de colocar algo anormal, como una bomba, donde no debiera ir.
El mayor, para ser justos con él, tenía el don de saber escuchar, y así lo hizo pacientemente.
—Los propulsores —dijo Joe con mucho cuidado— guardan el combustible en diferentes tanques, como los aviones ordinarios. Los pilotos pasan de un tanque a otro, del mismo modo que lo hacen los pilotos de los aeroplanos. Asimismo en los pozos en que se almacena el combustible empleado por los propulsores en masa, bajo tierra, hay también varios depósitos. En el momento de llenar los tanques de los propulsores, el encargado de hacerlo puede tomar el carburante de cualquiera de los tanques, a su elección.
El mayor dijo:
—Obviamente. ¿Qué tiene eso que ver?
—Las botellas de CO2, señor, contenían otro gas, que había sido substituido. Supongo que, al llenar de combustible los tanques de un propulsor, uno de ellos es llenado con combustible de un tanque subterráneo muy especial. Todos los otros tanques contendrán combustible normal y el propulsor volará normalmente, hasta que el piloto ponga en servicio el tanque que contiene el combustible preparado. Entonces explota.
El mayor Holt estaba en silencio.
—¿Comprende, señor? —preguntó Joe—. Los propulsores pueden cargar combustible infinidad de veces, de manera normal y, luego, abriendo un grifo, mientras se llena uno de los tanques, hacen que todo sea diferente. Cuando el propulsor en cuestión comienza a utilizar el tanque cuyo contenido ha sido adulterado... Ello evita, además, que haya método en las explosiones.
—¡Por supuesto que comprendo! —dijo el mayor Holt fríamente—. Lo único que necesitan es hacer llegar al campo solamente un tanque de combustible adulterado, que puede no ser utilizado durante varias semanas. En los accidentes, no queda traza, a causa de los incendios. Es factible lo que me dices sobre la probabilidad que haya un tanque del almacenaje subterráneo, cuyo contenido sea altamente explosivo. Voy a hacer que investiguen inmediatamente.
Colgó el receptor y Joe volvió al salón comedor. Se sentía inquieto. Podía haber otros modos de hacer explotar un motor de reacción sin emplear combustible explosivo, y era imposible asegurarse después que los despojos se quemaran. Pero el sentimiento de haber señalado solamente una impresión suya, no era satisfactorio. Joe comió tristemente, prestando poca atención a Talley. Tenía una sensación incómoda y exaltada al saber que no estaba calificado entre los expertos, pero que había descubierto algo que los expertos habían dejado pasar.
Media hora antes de la cena, cerca de la puesta del Sol, un hombre vestido con el uniforme del servicio de seguridad, buscó a Joe en el aeropuerto.
—El mayor Holt me envía para llevarlo a usted a la base —dijo cortésmente.
—Si no le importa —dijo Joe con la misma cortesía—, voy a comprobarlo.
Fue a telefonear de nuevo y le informaron que nadie había sido enviado a buscarlo.
Esperó órdenes en la cabina telefónica, mientras el mayor hacía rápidamente varias llamadas. Era reconfortante sentir en su bolsillo la pistola y era desagradable no haber recibido la autorización de intentar la captura del impostor que se hacía pasar por oficial de seguridad. Evidentemente, la idea de asesinarlo no había sido abandonada. Le hubiera gustado tomar parte activa en su propia protección, pero era más importante que el falso oficial de seguridad fuera capturado.
Por supuesto, el impostor debió darse a la fuga en el mismo instante en que Joe le comunicó sus intenciones de verificar las órdenes, sin intentar asesinarlo allí mismo, debido a que había demasiadas personas en torno a ellos.
Pero no escaparía tan fácilmente. Unos veinte minutos más tarde, mientras Joe esperaba ansiosamente en la cabina telefónica, el teléfono sonó y el mayor Holt le dio instrucciones para regresar a la semiesfera. Le dio órdenes exactas acerca de quién debería acompañarlo y cómo entrarían en contacto con él, identificándose, para conducirlo allá.
A doce kilómetros aproximadamente del campo de aterrizaje, llegaron junto a un vehículo accidentado, junto al cual se encontraban varios oficiales de seguridad trabajando. Éstos detuvieron a la escolta de Joe. La llamada telefónica de Joe había desencadenado la alarma. Un aeroplano descubrió el automóvil en cuestión, huyendo del campo de aterrizaje, y había guiado a los motociclistas hasta él. Luego, cuando el impostor que se fingía oficial de seguridad trató de abrirse paso a tiros, el aeroplano lo ametralló. El hombre murió y su coche se estrelló. Los motociclistas estaban intentando obtener algún informe del cadáver y del automóvil destrozado.
Joe fue hasta la casa del mayor, en la zona residencial de los oficiales. El mayor parecía mucho más cansado que antes, pero asintió aprobadoramente al ver a Joe. Sally se encontraba también allí y su aprobación y alivio fueron más notables aún.
—Te portaste bien —dijo el mayor, con calma—. No tengo una opinión demasiado buena de la inteligencia de las personas de tu edad, Joe, y cuando tú tengas mi edad, no la tendrás tampoco, pero sea por inteligencia o por suerte, tú estás resultando muy útil.
Joe dijo:
—Estoy teniendo cuidado con mi persona, señor; simplemente, deseo continuar con vida.
El mayor lo miró con cierta ironía.
—Estaba pensando que cuando se te ocurrió la idea de los tanques de combustible adulterado, no trataste de convertirte en héroe y trataste de comprobarlo tú mismo. Me informaste a mí y esa fue la mejor manera de proceder. De otra manera, te hubieran asesinado y tus sospechas no me hubieran llegado nunca. Estaban bien fundadas. Uno de los depósitos subterráneos estaba medio lleno de combustible adulterado. Además, algo más importante todavía: otro estaba lleno completamente, aunque no habían utilizado todavía su contenido... —el mayor hizo una pausa y luego dijo, sin mucha cordialidad—: Según parece, esta artimaña estaba siendo probada. Es probable que el sabotaje hubiera sido aplazado hasta el momento en que los propulsores fueran abastecidos de carburante para el lanzamiento de la plataforma. Si así era, podía suceder que, después del lanzamiento, la mayor parte o la totalidad de los propulsores serían arreglados de modo que explotaran cuando la plataforma se encontrara en el aire, pero antes que hubiera podido salir al espacio exterior.
Joe se sintió mal. En efecto, el mayor le estaba explicando que probablemente había evitado que la plataforma fuese destruida poco después de su lanzamiento. Era una sugerencia alarmante, aun cuando buena. Para Joe, continuaba siendo la cosa más importante de todas que la plataforma pudiese ser lanzada al espacio con éxito. Era algo mucho más importante que el hecho que le correspondiera el honor de haberla salvado y no era agradable oír que podía haber sido destruida.
—Te volví a llamar desde el aeropuerto —le dijo el mayor, sin calor— para decirte que habías hecho un buen trabajo. Me parecía que te mereces cierto agradecimiento.
—Hice lo que pude, señor —le dijo Joe, torpemente.
El mayor asintió impaciente.
—Sí. Bueno, uno de los hombres designados para formar parte de la tripulación de la plataforma cayó enfermo y, en confianza, los sabotajes son tan peligrosos que se ha tomado la decisión de lanzar la plataforma al espacio tan pronto como sea humanamente posible, incluso si hay partes del equipo que todavía no estén completas. Así que..., ¡ah...!, en vista de tu utilidad, he sugerido a Washington que la mayor recompensa que se te podía ofrecer es el recibir el entrenamiento de miembro reemplazante de la tripulación, para que puedas reemplazar a ese hombre enfermo, en el caso que no esté recobrado para el lanzamiento.
La habitación pareció dar vueltas alrededor de Joe. Luego, dijo, tragando saliva:
—¡Sí, señor! Quiero decir que... es cierto. Eso es lo que más deseo en el mundo.
—Vas a quedarte aquí para recibir la instrucción necesaria y serás protegido todavía con mayor cuidado que antes. Pero debes tener presente que, por el momento, eres solamente un reemplazante. Las probabilidades están contra ti para que formes parte de la tripulación.
—Está..., está bien, de todos modos —dijo Joe, inseguro—. ¡Es maravilloso!
El mayor salió. Joe permaneció inmóvil, tratando de comprender lo que todo eso podía significar para él y, de pronto, Sally exclamó:
—¡Podrías dar las gracias, Joe!
Sus ojos estaban brillantes y se veía también que estaba orgullosa.
—Yo fui quien le insinuó a papá que el mejor premio que podías recibir era ése —le explicó ella—. Si no puedo ir yo misma en la plataforma..., y ese es el caso..., quiero, por lo menos, que tú vayas. Porque sé que lo deseas.
Le sonrió gravemente, mientras él trataba incoherentemente de hablar. Entonces, con una paciencia que tenía algo de maternal, lo condujo al porche de la casa de su padre y se dispuso a escucharle. Pasó largo tiempo antes que se diera cuenta que lo estaba mimando. Entonces, él guardó silencio y la miró con sospecha, dándose cuenta que en su entusiasmo había estado haciendo ademanes no sólo con su propia mano, sino también con la de ella.
—Me parece que estoy completamente loco —dijo, haciendo un gesto—, hablando de ese modo de mí en el espacio. Eres demasiado decente al soportarme.
Él guardó silencio, y luego dijo, con humildad:
—Soy extraordinariamente afortunado. Y fue muy afortunado haberte conocido y saber que, hasta cierto punto, te agrado —ella lo miró evasivamente y Joe añadió—: Y no solamente porque hablaste con tu padre y le dijiste lo más conveniente, sino porque eres..., ¡eres magnífica, Sally!
Ella dejó escapar el aire que había estado conteniendo y le sonrió.
—Esta es la diferencia entre nosotros, Joe —le dijo—. Para mí, lo que acabas de decir es la cosa más importante que alguien haya dicho esta noche.