CAPÍTULO 7
La situación se desenvolvía de una manera estrictamente lógica. Los uffts permanecieron a distancia, gritando insultos y ofendiendo de palabra a todos los humanos del poblado que constituía la Hacienda Harl. Pasaron unas horas. No entró ninguno de los carritos pequeños y tirados por uffts que portaban cargas de raíces, corteza, hierbas, bayas, capullos y flores. Normalmente entraban para que el duplicador las convirtiese en parte en cerveza, con la humedad necesaria, y en parte en mercancías tales como manzanas pequeñas agusanadas, legumbres, guisantes y hojas suculentas y descoloridas como las de las lechugas. Se hacía toda clase de alimentos duplicados con el material procedente de aquellas carretillas ufft, claro. El trigo, incluso la harina, se podían sintetizar por el duplicador de los diversos componentes de la vegetación que contenían las carretas. Los rábanos también se podían multiplicar. Cada producto del jardín de Thana se podía incrementar de manera indefinida. Pero esta mañana ninguna materia prima para obtener cerveza o alimentos apareció. Los uffts permanecieron a distancia, gritando insultos.
Thistlethwaite reveló el trasfondo de los acontecimientos que habían sucedido últimamente. Había escapado de la Hacienda, rodeado por una escurridiza guardia de uffts, mientras estaba en su punto álgido la demostración política de la calle. Ese tumulto continuó durante el tiempo en que le llevaban hasta la ciudad ufft. Allí fue vitoreado, aunque no le dieron de comer. Los uffts no empleaban comida humana. Eran herbívoros y no tenían provisiones para él. Pero hicieron discursos acerca de su fuga.
Estuvo allí mucho rato, pero a su pesar, ya que era un hombre de negocios. Quería comida y vestirse y llegar a la Hacienda del Viejo Addison para proceder con su trato comercial y terminar con los detalles pertinentes. No pensó en términos inseguros. Pero insistió en llegarse primero al Glamorgan para vestirse. Habló con orgullo de su talento comercial. Los uffts mencionaron, como seres también negociantes, que el contrato para su rescate y escolta no incluía comida, ropas ni un viaje al oeste a la ciudad ufft. Habría un cargo ligeramente superior, un extra. Thistlethwaite se mostró indignado, pero asintió.
Le llevaron hasta la nave. El vigilante dejado por Harl le permitió pasar. Noqueó a este vigilante y lo encerró en un camarote para miembros de la tripulación. Se atiborró de comida, porque tenía más necesidad de comer que de vestirse. Dejó pasar a los uffts, porque estaban gritando allá abajo. Deseaban el pago extra que habían puesto de sobretasa a sus servicios. Anunciaron que no les interesaban los artefactos humanos. Quería la moneda corriente, cerveza. El patilludo no la tenía. Sugirieron que aceptarían carga con el adecuado descuento. El descuento fue por el hecho de que tendrían que comerciar con mercancías humanas para los hombres y que éstos se las cambiasen por la cerveza que preferían. El descuento sería grande.
Thistlethwaite tuvo que ceder, aunque estaba furioso. Abrió un compartimento de carga y los uffts comenzaron a vaciarlo. Thistlethwaite lloró de furia porque las circunstancias le habían puesto a merced de los uffts. En cuestiones comerciales eran muy comerciantes. No mostraban la menor piedad. Expresaba su indignación ante la actitud cuando hablaron de aumentar la cantidad por la demora en el pago que él estaba causando. Reprimiendo su ira, tomó medidas. Aún estaba tomándolas cuando la expedición de hombres y unicornios cargó hondonada abajo en donde el Glamorgan se había pasado. Thistlethwaite salió entre los primeros y estaba muy lejos antes de que entrara en función la pistola anonadadora. Y luego, de regreso a la ciudad ufft, los pequeños retornados exigieron una compensación por los heridos de un número exagerado de sus compañeros, heridas recibidas en la misión para que les empleara el humano. Al contarlo más tarde, una vez de regreso en la Hacienda de Harl y presumiblemente ante la perspectiva de verse ahorcado, Thistlethwaite estaba púrpura de furia ante las exigencias de los uffts. No le habían despojado de todo el cargamento del Glamorgan sino del navío en sí y habría llegado al Viejo Addison sin una muestra siquiera de las mercancías comerciales con las que efectuar los tratos. Todo su viaje habría sido en vano. Incluso resultaba improbable que el Viejo Addison también le pagase por su entrega, cuando no tenía nada que ofrecer al jefecillo feudal en cuestión de artículos comerciales.
Escuchando el relato, Harl dijo con tono rotundo:
—Los uffts no tienen modales. Debió de ser más prudente antes de tratar con ellos. Hizo bien en volver — entonces se le ocurrió algo —. ¿Por qué le persiguieron?
Thistlethwaite tornó sobre Link sus ojos sanguinolentos y llameantes.
—Alguien — dijo con tristeza —. Alguien pintó una nota en la aleta del Glamorgan. ¡Iba dirigida a mí! Así que los uffts la leyeron y allí decía que yo había traído armas para los Hacendados, con el fin de que éstos obligasen a los uffts a trabajar gratis. La nota decía que condujese a los uffts a una emboscada como se había concertado previamente, para que se les disparara. ¡Así que decidieron que el que me pusieran en una jaula y consiguiera que ellos me proporcionasen la fuga era una triquiñuela para que ustedes tuviesen posibilidad de probar con ellos anoche la pistola anonadadora!
Link dijo con suavidad:
—¡Vaya, cómo han podido pensar tal cosa! Thistlethwaite reprimió su furia. Estaba sin habla.
—Empieza a parecer — dijo Link con la misma suavidad —, como si los uffts estuviesen en realidad enfadados. Dudo de que se dejen caer por la Hacienda sólo por el placer de llamarnos con los peores nombres que pueden pensar. ¿Qué se imaginan que quieren, Harl?
—¡Mucho! — contestó Harl sombrío —. ¡Mucho!
—Sugirieron que vaya usted a averiguarlo —dijo Link.
—Puede que tenga razón — contestó Harl, aún más sombrío —. Si no traen materia verde, no comeremos. No se puede duplicar los que Thana cría a menos que se tengan materias primas para proporcionar al duplicador.
Se levantó y salió de mala gana de la habitación en donde la conferencia había tenido lugar. Thistlethwaite dijo amargado:
—¡Ojalá hubiese decidido ser yo quien astrogase la nave hasta aquí!
—Una pregunta — le interrumpió Link —. Dices que los uffts creen que trajiste armas para que se les esclavizara. ¿Verdad?
—¡No, no lo hice! — saltó Thistlethwaite.
—¿Me mencionaron a mí los uffts?— preguntó Link.
Thistlethwaite prácticamente echaba espuma por la boca.
—¡Decían que tú eras su amigo! — respondió furioso —. Decían...
—Les hice un discurso — le interrumpió Link con aire modesto —. Era sobre un barbero que afeitaba a todos los del pueblo que no se afeitaban a sí mismos y que no rasuraba a nadie que se afeitaba de por sí. Ha habido dificultades en decidir quién afeitaba el barbero. Quizá me tengan simpatía por eso.
Thistlethwaite emitió ruidos incoherentes.
¡Tate, tate! — dijo Link —. Hay una pregunta más, pero no es preciso que la respondas. Haré que Thana me ayude a descubrirlo. No creo que te escapes otra vez gracias a los uffts y no creo tampoco que te cuelguen antes que tenga yo una oportunidad de protestar. Por lo menos, eso espero.
Fue en busca de Thana. La encontró mirando tristemente a las plantas de su pequeñísimo jardín.
—¡Hoy no ha llegado ninguna carreta con material verde! — dijo a Link con aire infeliz —. Y los uffts están empleando tan malas palabras que no sé cuándo se decidirán a regresar can sus carretas y reanudar el servicio como antes.
—¿Tenía usted comida almacenada por anticipado?— preguntó Link.
—No mucha — admitió Thana —. Los uffts siempre traen materia verde, así que no es preciso almacenar comestibles.
—Mala cosa — comentó él —. ¿Duplicaría usted el arma que puse anoche para ver si funciona? ¡Quizá fuese una solución al problema! Una solución poco agradable, pero solución al fin.
—¡Pues claro! — exclamó Thana.
Ella abrió la marcha. Primero al gran vestíbulo y, cruzándolo, a la habitación con innumerables estanterías que servían al propósito de una tesorería. Bajó la pistola anonadadora de uno de los estantes más altos, comprendiendo Link que ningún ufft con sus cascos en vez de manos podría trepar hasta él. Dio a Link varias pellas de mineral de hierro. Sacó un pedazo de madera recién cortado.
Cruzaron de nuevo el vestíbulo. Ella oprimió un botón y el sillón del trono y su dosel subieron hacia el techo. El aparato que era el duplicador apareció en el foso que la silla y estrado cubrían de ordinario. Thana colocó el mineral y la madera en el gancho y cuévano destinados a las materias primas. Colocó la pistola en el cuévano que debía contener el objeto a duplicar. Dejó el tercer recipiente vacío. El duplicado que se produjese no tardaría en aparecer allí.
Oprimió el botón. El duplicador descendió. La silla del trono bajó también. Tornó a oprimir el botón. El trono subió y el duplicador ascendió, a una diferente velocidad de ascensión. El mineral de hierro del primer cuévano había disminuido visiblemente y había mucha arena en el fondo del recipiente. La misma y auténtica pistola anonadadora original permaneció donde fue colocada, en el depósito del centro. Pero un duplicado en apariencia exacto aparecía en el tercer cuévano.
Link tomó el objeto duplicado. Lo examinó. Apuntó al cielo y oprimió el gatillo. No pasó nada, ni siquiera el ligero silbido que acompaña a la operación de la pistola anonadadora.
Hizo girar el tornillo que servía para desarmar el arma y la pistola quedó abierta para su inspección. Link la miró y sacudió la cabeza.
—No hay transistores — informó presuroso —. Están hechos de germanio y género por el estilo, metales raros en la mayor parte de las veces. No tenemos nada de eso. Así que el arma está incompleta. Una pistola anonadadora duplicada necesita germanio y sin él de nada sirve, al igual que un cuchillo duplicado. No hay posibilidad. De lo que me alegro.
Harl entró, indignado.
—¡Link! — dijo en un tono que expresaba algo así como sorpresa ante algo abrumador y ante el ultraje también de algo inconcebible —. ¡Envié a un par de individuos a descubrir lo que querían los uffts y los uffts les persiguieron haciéndoles volver!
—¿Mencionaron su razón?— preguntó Link.
—Gritaron que yo era un conspirador. Gritaron que el hombre patilludo tuvo que conducirles a una emboscada anoche para que les matasen. ¡Gritaron que yo iba a intentar hacerles trabajar todo el tiempo sin pagarles cerveza! ¡Dijeron que no era yo... educado! ¡Yo! — exclamó Harl incrédulo —. ¡Dicen que tienen en proceso una huelga general en contra mía! ¡No habrá materia verde! ¡No llevarán mensajes míos a ninguna parte! ¡Nada! Tengo que desembarazarme de la cosa que dicen que les mató anoche a centenares. ¿Les mató de verdad, Link?
—A ninguno — contestó Link —. Recibieron como una mordedura, pero eso es todo. Nada peor que un alfilerazo durante una fracción de segundo.
—Dicen que la huelga seguirá hasta que ahorque al patilludo y me desembarace del arma que fue utilizada contra ellos — aclaró Harl estupefacto —. Y que les permita registrar toda la Hacienda para ver si hay más armas de esas, y repetir la búsqueda cuando se les antoje. ¡Tienen que leer todos los mensajes que yo envíe, y he de darles de ahora en adelante cuatro botellas más de cerveza por cada carreta de materia verde que traigan!
Link meditó un momento. Luego dijo:
—¿Y qué ha decidido usted?
—¡Aunque quisiese no podría! — contesto Harl ¡Sput, Link! ¡Si ahorco a ese patilludo porque los uffts así lo desean, quedaré deshonrado! ¡Ningún siervo de la Hacienda querría quedarse aquí! ¡Si dejo que los uffts registren la casa de cualquiera cuando se les antoje, ninguna mujer permitiría que su marido se quedase! ¡Si accedo a eso, Link, no habrá en esta casa una alma viviente cuando se ponga el sol!
Link se sintió aliviado en cierto modo. La economía humana aquí en Sord Tres tenía defectos, incluso a sus ojos tolerantes. Los humanos dependían profundamente de los uffts para los elementos que consumían y las ropas que llevaban en un sentido tal como el que les hacía estar pendientes de la llegada de carretas uffts con materias primas. En cualquier momento los uffts podían interrumpir el suministro y dejar que se muriesen todos los humanos de la Hacienda. Era un alivio descubrir que los humanos no preferirían rendirse.
—¿Y qué hará usted?
—Enviar a un mensajero a mi próximo vecino — contestó Harl furioso —. Le diré que voy a ir de invitado. Llevaré una docena de hombres y cuarenta o cincuenta unicornios. Iré hasta su Hacienda. Le haré un regalo de invitado de una camisa nueva duplicada y de una lata duplicada de judías. Entonces podrá tener todas las camisas y judías que desee en adelante. ¡Es un gran regalo, Link! Así que se mostrará ansioso de devolverme de manera educada un regalo también de huésped. Por eso admiraré la comida que tiene almacenada y presta para su duplicación. ¡Y él duplicará los elementos suficientes para cargar mi caravana de unicornios y así traer aquí los elementos que necesitamos!
—¿Y luego qué? ¿Supóngase que los uffts realizan una demostración política en la calle mientras usted está fuera?
Harl frunció el ceño.
—¡Será mejor que no lo hagan! — dijo sombrío —. ¡Ella... ejem... será mejor que no lo hagan! Enviaré a mi mensajero.
Se fue presuroso.
Thana dijo:
—Usted no cree que eso va a resultar.
—Puede que sí — contestó Link —. Pero no por necesidad.
Thana continuó con un tono de voz plenamente práctico:
—Veremos qué podemos hacer con ese cuchillo no duplicado. Link.
Entró en la habitación que Link consideraba la tesorería de la Hacienda. Volvió con el cuchillo de aleación de acero, del cual las copias duplicadas hasta ahora habían sido sólo de hierro blando. Traía también su colección de diversas rocas.
Duplicó el cuchillo sólo con mineral de hierro en el cuévano de materias primas para duplicar. El aparato descendió hasta el foso, el sillón bajó y cubrió la abertura, luego subió otra vez y el conjunto apareció a la vista de nuevo. Había un segundo cuchillo en el cuévano de los productos. Se lo entregó a Link. Este probó el filo. Lo dobló casi de inmediato. Era de hierro blando. Lo entregó a la muchacha. Ella limpió el cono de los materiales quitando la arena y el mineral restante y colocó el cuchillo recién duplicado corno materia prima. Añadió una docena de piedras y guijarros de diversos minerales.
El duplicador descendió y subió. El cuchillo de nuevo había sido duplicado. Su borde seguía siendo inútil. El duplicador no pudo extraer de las muestras de roca los elementos de la aleación que el cuchillo original contenía además del hierro y que un verdadero duplicado debería también contener. No estaban en las rocas. Thana quitó las piedras inútiles con aire profesional.
—Me temo que tiene usted razón, Link, sobre los uffts.
—¿Cómo?— preguntó Link.
—Harl piensa en la educación todo el tiempo. No es práctico, como usted.
—Jamás se me acusó antes de ser práctico — dijo Link con sequedad.
Thana colocó el cuchillo reduplicado en el cuévano de los materiales. Añadió más rocas. El sillón descendió, dijo:
—¿Qué es lo que hacía usted antes de venir aquí, Link?
—Oh, iba de aquí para allá — contestó Link —, haciendo diversas cosas.
El sillón subió y reapareció el duplicador. De nuevo había otro cuchillo. También de hierro blando. Thana limpió de su cuévano las muestras de roca nada satisfactorias. Cambió el cuchillo de hierro blando del primer cuévano y colocó más guijarros. Cuando el duplicador descendió y tornó a descender, el cuchillo re-reduplicado había desaparecido del depósito de materias primas y reaparecido en el tercer cuévano, en donde salían los productos duplicados. No había desmoronamiento entre los guijarros minerales. Los substituyó por otros y el ciclo de duplicación se reanudó.
—¿Dónde está su casa, Link?
—En cualquier parte — contestó Link. Contempló cómo el duplicador descendía y el trono bajaba para cubrir el foso. Se alzó de nuevo para descubrir un cuchillo re-re-reduplicado. Esta vez, también, no era bueno. Substituyó la muchacha nuevas piedras e hizo bajar el duplicador para repetir la operación.
—¿Dónde es «cualquier parte»?— preguntó Thana. Le miró con intensidad.
Link se lo dijo. Cuando el duplicador sufrió el proceso de hacer y rehacer el cuchillo según la muestra proporcionada, pero sin el material de aleación que lo convertiría en acero, contestó las aparentes fútiles preguntas y al poco se encontró esbozando la historia de su vida. La habló de Glaeth. Le contó sus dos años pasados en la Academia Mercantil del Espacio de Malibú. Se encontró diciendo:
—Ahí fue donde conocí a Imogene.
—¿Su novia?— preguntó Thana, con una indiferencia posiblemente exagerada.
—No — repuso Link —, oh, durante una temporada supongo que se podía decir que era mi novia. Quería casarme con ella. Ignoro la razón. En aquellos tiempos me parecía buena idea. Pero ella me preguntó con aire comercial si tenía propiedades en alguna parte y cuáles eran mis perspectivas para el futuro, etc., etc. Dijo que nuestros genios eran bastante parecidos, pero que el matrimonio era la carrera de una chica y que era preciso conocer todos los hechos antes de decidir nada tan importante. Sin embargo, era una muchacha muy linda — dijo Link.
Thana quitó las diversas piedras que habían sido probadas indicando que no contenían el catalizador necesario para convertir el hierro en acero. Colocó más. Entre las que iba a probar esta vez había una muestra de una roca color melocotón que él advirtiese antes como familiar. Link se puso rígido durante un momento. Luego buscó dentro de su camisa, en el bolsillo secreto de su cinturón. A palpas, seleccionó un pequeño cristal reluciente. Lo colocó junto al cuchillo de muestra.
El estrado y el sillón descendieron. Aguardó a que volvieran a subir.
—¿Qué pasó?— preguntó Thana. De nuevo se mostraba don una indiferencia poco convincente.
—Oh —exclamó Link—. Volví adonde me alojaba y conté mis fondos. Había estado jugando con la idea de ir a Glaeth para enriquecerme. Tenía suficiente para el viaje y me sobraban unos dos mil créditos. Así que me compré los billetes necesarios y el equipo y reservé un lugar en la espacionave que partía aquella tarde. Luego me fui a una florista.
Thana preguntó con aire indiferente:
—¿Para qué?
—Quería comprar flores.
El duplicador ascendió. Un pedazo irregular de roca negra grisácea se había desintegrado visiblemente. No había desaparecido del todo, sino una décima parte de su sustancia. Se veían las escamas relucientes para demostrar que se desmoronaba al contacto. La piedra color melocotón se había convertido también en fino polvo.
—¡Esto parece prometedor! — exclamó Link.
Probó el filo del cuchillo duplicado. Era excelente, equivalente al original. Tenía que haberlo sido. El acero al tungsteno tiene un buen filo y lo conserva, también. Entregó el cuchillo a Thana y rebuscó en el fondo del cuévano que contenía el producto duplicado. Había allí un pequeño cristal muy brillante. Lo tomó, junto con el cristal de muestra que sacara de su cinturón; con mucha calma colocó los dos cristales destellantes en el bolsillo del cinturón del que extrajera uno. Thana sostenía en las manos un duplicado de cuchillo de acero, pero esta vez de verdadero acero al tungsteno. Debió haber estado hechizada. Pero en su lugar preguntó, casi apremiante:
—¿Para qué fue usted a la florista?
—Compré dos mil créditos de flores — dijo Link —. Ordené que las entregasen a Imogene. Llenarían todas las habitaciones de casa de sus padres y quedarían algunas para colgar de las ventanas. Redacté una nota para que les acompañase, despidiéndome de ella.
Thana le miró con un creciente interés.
—Ella deseaba un marido rico y a mí me sabía mal desencantarla — explicó Link —. Y también había la posibilidad de que me pudiera enriquecer en Glaeth. Así que le dije en mi nota que mi padre multimillonario había consentido que viajase por la galaxia hasta encontrar una chica que me amase por mí mismo, sin conocer la existencia de esos millones y que yo la había encontrado a ella. Y que era la única mujer a la que podría amar jamás. Fue una nota bastante larga — añadió Link.
—Pero... pero...
—Dije que me alejaría durante un año para ver si podía vivir sin ella. Si no podía... aun cuando ella supiera lo de los millones de mi padre... volvería y tristemente le pediría que se casase conmigo, aun a causa de los millones paternos. Si podía, dije, pasaría el resto de mi existencia explorando planetas extraños y meditando el porqué la única mujer a quien podía amar no podía quererme por mí mismo, como yo la quería a ella. Resultó una muestra brillantísima de literatura romántica.
Thana dijo inexpresiva:
—¿Y luego qué?
Harl apareció por segunda vez en el umbral. Estaba furioso. Tenía las manos crispadas. Su ceño era formidable.
—¡No dejaron que pasase mi jinete! — dijo con tono ominoso —. Mordieron las patas del unicornio. ¡Le hicieron caer y desmontaron a mi hombre! ¡Así que regresó! ¡Los uffts jamás se atrevieron antes a un gesto así! ¡No en esta Hacienda! ¡Y no volverán a hacerlo!
—Qué...
—Podría duplicar esa pistola que usted utilizó anoche, Link — dijo Harl feroz —, y con un grupo de mis servidores saldremos y les daremos sacudidas como usted hizo, sólo que en abundancia. ¡Cuando los uffts dicen que un hombre tiene que ser ahorcado y un Hacendado no puede enviar el mensaje que se le antoja, es que ya no hay modales! ¡Eso es... eso es...!
Se detuvo, sin encontrar una palabra que expresase la conducta más reprensible todavía que los malos modales. Link advirtió que en Sord Tres, los «modales» habían llegado a implicar que todo era admirable, como en otros lugares se emplea la palabra «honor», «intelectual», «piedad» y «patriótico», convertidas en sinónimos de «bien», y, como en otros casos, algo le faltaba. Pero dijo:
—¡Thana y yo tratamos ya de duplicarla, Harl! El duplicado no funciona, al igual que pasa con el filo de los cuchillos duplicados no resisten.
Harl se le quedó mirando.
—¡Sput! ¿Está usted seguro?
—Del todo — contestó Link —. Resolvimos el problema del cuchillo, pero el material crudo que se necesita para hacer una pistola anonadadora duplicada es raro por doquier. No lo tenemos y yo no lo conocería aunque lo viese.
Harl volvió a exclamar:
—¡Sput! y comenzó a pasear arriba y abajo. Al cabo de un minuto o algo más, dijo amargado —: ¡No voy a dejar que mi Hacienda se muera de hambre! Por lo que sé, ningún hombre ha matado jamás a un ufft en un siglo. Actúan alocados. Pero no pueden sostener una lanza para luchar, aun cuando supiesen fabricarla. Así que será una deshonra utilizar una espada contra ellos. Pero también será una deshonra colgar a un hombre solo porque los uffts desean que lo ahorquemos. ¡Y dejarlos que registren nuestras casas cuando les da la gana, porque son incapaces de pelear! ¡De cualquier forma no voy a dejar que mi Hacienda pase hambre porque los uffts aseguran que es preciso todo eso!
Dio una serie de patadas en el suelo. Rechinó los dientes. Se dirigió hacia la puerta. Link dijo:
—¡Espere, Harl! ¡Tengo una idea! Usted no querrá utilizar lanzas contra los uffts.
—¡Tengo que hacerlo!
—No. Y si tuviese la única pistola anonadadora del planeta, les pondría más furiosos que nunca.
—¿Acaso puedo evitarlo?
—Ni siquiera desea que dejen de comerciar con su Hacienda, intercambiando materia verde
—¡Deseo — exclamó Harl con furia —, que las cosas sean como lo eran en los viejos tiempos, cuando los viejos se mostraban educados con los uffts y éstos les devolvían también la educación en su conducta! ¡Cuando los humanos no necesitaban a los uffts y las herramientas eran buenas y los cuchillos afilados!
—Y todo el mundo tenía judías para cenar
—terminó Link con él Pero tengo una idea, Harl. A los uffts les gustan los discursos. Harl le miró ceñudo.
—Les gustan mis discursos — añadió Link. El ceño de Harl no disminuyó.
—Yo — continuó Link —, saldré y les haré un discurso. Si no quieren escucharme, regresaré. Pero si me escuchan, les reuniré en una espléndida reunión pública con un programa trazado y hablaremos sobre... oh, horas de trabajo y beneficios, o algo por el estilo. Les organizaré en comités. Luego les destinaré a un lugar más conveniente.
Harl preguntó inquieto:
—¿Y luego qué?
—Los llevaré lejos de cualquier sitio próximo a la Hacienda y usted y cuarenta o cincuenta unicornios podrán ir de invitados y volver con la comida necesaria. Y, mientras, los uffts estarán hablando. Y el hablar produce sed. Habrá un ansia hacia las negociaciones con las cuales los uffts puedan procurarse algo de cerveza.
Harl continuó ceñudo, pero no tanto como antes: Al cabo de un rato, dijo con tono pesado:
—Quizá se arreglasen las cosas por ahora. Pero la situación es mala, Link, y sigue empeorando. Eso sería una solución provisional.
—¡Ah! — exclamó brioso Link —. ¡Ahí quería yo ir a parar! En su sistema de invitación, Harl, mientras esté de huésped, hablará con su anfitrión sobre los nuevos y viejos tiempos. Destacará lo superiores que eran con respecto al ahora actual. Propondrá una asamblea de Haciendas y Hacendados para organizar la vuelta de nuevo a los viejos días, a los Viejos y buenos Días. ¡Eso, por sí solo, es un programa completo, para un grupo político, de amplia y popular atracción!
—¡Hmmm! — exclamó Harl despacio —. ¡Ya era hora de que alguien lo iniciase!
—Eso mismo — asintió Link —. Así que Thana me preparará un almuerzo ligero... los uffts no tenían comida para que consumiese Thistlethwaite... y saldré y trataré de embaucarles con mi oratoria. Con la debida modestia, creo que puedo hacer reaccionar a una multitud de uffts.
El ceño de Harl todavía no había desaparecido. Pero dijo:
—¡Me gusta la idea de volver a los viejos tiempos!
—Si se les permite a ustedes definirlos —asintió Link—. Pero mientras, dejaremos que los uffts hablen hasta ponerse sedientos para que no les quede más remedio que traer materia verde y conseguir cerveza que les permita continuar con sus discurseos.
Harl dijo, con tono muy denso:
—Lo intentaremos. Usted tiene palabras, Link. Le conseguiré un unicornio. Es una buena idea lo de los viejos tiempos.
Desapareció. Thana habló:
—No ha terminado de contarme lo de Imogene.
—Oh, ha debido casarse con otra persona — contestó Link —. Me pregunto si no... De todas formas...
—Le prepararé el almuerzo —anunció Thana—. Creo, Link, que va usted a conseguir mucho en Sord Tres.
La miró asombrado.
—¿Por qué?
—¡Usted contempla las cosas de una manera muy práctica! — repuso Thana.
Desapareció, a su vez. Link extendió las manos en un gesto que nadie pudo contemplar. Oyó un débil, muy débil ruido. Agudizó los oídos. Se acercó hasta la puerta abierta y escuchó. Un aullido agudo vino de alguna parte más allá del poblado. Pertenecía a las voces penetrantes de los uffts. Un enigma se estableció. Los uffts estaban canturreando:
— ¡Mueran los hombres! ¡Mueran los hombres! ¡Mueran los hombres!