CAPÍTULO PRIMERO

Se le ocurrió a Link Denham, como cosa de leve desagrado, que estaba a punto de despertar y que había tenido una velada demasiado satisfactoria para querer hacerlo. Yacía entre dormido y despierto y notó una paz espléndida y los acontecimientos festivos, en los que se había relajado después de seis meses en Glaeth, ahora le atravesaban placenteramente su imaginación. Ya no quería pensar en Glaeth. Se había aventurado a una larga velada porque deseaba olvidar aquel mundo asesino de hombres. Ahora, no del todo dormido y muy lejos de estar completamente despierto, retazos de encantadores recuerdos flotaban a través de su consciencia. Había habido una canción, esta noche pasada. Había habido conversación, charla de hombres sobre asuntos de gran interés o de insignificante importancia. Y las cosas habían proseguido hasta alcanzar un clímax notablemente agradable.

No se agitó, pero recordaba que uno de sus nuevos amigos íntimos había sido amenazado con la expulsión del lugar en donde Link y los demás descansaban. Hubo protestas, a las que se unió Link. Luego se produjo el conflicto, en el que tomó parte. El presunto expulsado fue rescatado antes de que le empujasen a la oscuridad exterior de aquella encrucijada particular del espaciopuerto. Se celebró su rescate. Luego llegaron los policías del espaciopuerto, lo que era un insulto para todos los cálidos amigos que ahora así se consideraban, puesto que habían estado divirtiéndose juntos.

Link, amodorrado y complacido, recordó el tumulto. Había muchas cosas agradables que era delicioso revivir. Alguien desafió al destino y al azar y a los policías del espaciopuerto desde una pirámide de sillas y mesas amontonadas. El propio Link, con muchos camaradas leales, cargó contra los polizontes que trataron de bajarle. Recordó cómo las botellas daban vueltas por el aire, desparramando su contenido. Los policías del espaciopuerto enfocaron con sus mangueras contra incendio a los nuevos amigos de Link y ellos, y él, amontonaron sillas, tirando muchas de ellas contra los agentes del espaciopuerto. Algunos amigos peleaban cordialmente en el suelo y otros animosamente en diversos lugares y toda la dureza de nervios desarrollada en Glaeth — en donde el coeficiente de mortalidad era el diez por ciento mensual entre los cazadores de carintio — quedó aliviado y hasta anulado y totalmente borrado. Así que Link ahora se sentía del todo pacífico y beatíficamente satisfecho.

En algún lugar, algo mecánico chasqueó alto. Otra cosa emitió un apagado gruñido que era también mecánico. Estos sonidos comportaban realidad, entrometiéndose en la feliz tranquilidad que ahora disfrutaba Link.

Recordó una cosa. No abrió los ojos, pero su mano palpó su cintura. Se tranquilizó. Su cinturón portamonedas lo conservaba puesto y aún contenía los pequeños objetos areniscos por los que arriesgó su vida varias veces al día durante unos cuantos meses sucesivos. Aquellos cristales rosados fueron de inmediato la razón y recompensa para su viaje a Glaeth. Había tenido suerte. Pero alcanzó una tensión intolerable. Se sintió incapaz de relajarse cuando la lancha le recogió con otros cazadores de carintio y no pudo desahogar sus nervios en el planeta al que le llevaba dicha lancha. Pero aquí, en este mundo remoto, en Trent, por fin logró relajarse. Estaba tranquilo. Se sentía preparado para enfrentarse a la realidad con una animosa confianza.

Al recordar, por poco se despierta. Se le ocurrió que las leyes del planeta Trent se decía eran severas. Los policías tozudos. Era muy probable que cuando abriese los ojos se encontrara en la cárcel, teniendo que pagar una fianza y recibiendo el sermón de un magistrado acerca de la conducta apropiada a un hombre de su edad. Pero recordó sin preocupación que podía pagar todas las multas y que estaba dispuesto a comportarse como un ángel, ahora que se sentía ya desahogado.

El fuerte chasquido se repitió. Le siguió de nuevo el gruñido. Link abrió los ojos.

Algo que parecía como una pared giró lentamente unos seis palmos alejándose de su persona. Un momento más tarde se encontró mirando a una esquina en donde tres muros confluían. No había movido la cabeza. La pared se movió. Otra, más tarde, un cuadrado y un objeto más o menos llano con un paño rojo detonante colocado encima apareció a la vista flotando. Dedujo que era una mesa.

Ahora no estaba de pie, sin embargo. Tampoco yacía en un camastro. Flotaba, sin peso, en medio del aire, en una cabina que quizá tendría tres metros por cuatro y medio, con unos dos y pico de altura. La cosa con el mantel rojo era en verdad una mesa, sujeta a lo que debería ser el suelo. Había sillas. Había un umbral con escalones que no conducía a ninguna parte.

Link cerró los ojos y contó diez, pero el aspecto de las cosas permaneció igual cuando tornó a abrirlos. Antes de su relajación de la noche pasada, tal despertar le habría conturbado. Ahora contemplaba lo que le rodeaba con tranquilidad. Evidentemente no se hallaba en la cárcel. Igual de evidente, no se encontraba en ninguna parte del suelo. La única posible explicación era improbable hasta el punto de la locura, pero tenía que ser cierta. Se hallaba en un navío espacial y no de los lujosos. Este compartimento particular era definitivamente mezquino. Y ante la evidencia de la falta de gravedad, el navío se encontraba en caída libre. No era un estado normal de cosas para encontrarlo al despertar.

Luego se produjo de nuevo el fuerte chasquido, seguido por otro gruñido mecánico apagado. Link trató de deducir el origen de los sonidos. Lo más probable era una válvula de reducción de presión emitiendo aire desde un tanque donde estaba comprimido para mantener una presión inferior en alguna otra parte. Si Link hubiese podido pensar, se le hubiera puesto inmediatamente el cabello de punta. Pero no pudo.

La cabina, moviéndose suavemente a su alrededor, trajo una de sus paredes al alcance de su pie. Dio una patada. Se alejó flotando del techo para chocar contra el suelo en un suave impacto. Se aguantó allí, más o menos, utilizando las palmas de sus manos como ventosas... un sistema muy poco agradable... y llegó al alcance de una de las patas de la mesa. Giró en redondo y se empujó hacia el umbral. Flotó en él en un movimiento lento, se agarró a un peldaño, logró asirse al marco de la puerta y se orientó con respecto a la habitación.

Se encontraba en la camareta de un antiguo y evidentemente pequeño navío espacial. Todo era mezquindad. En donde la pintura no so había desconchado, permanecía en pegotes. El suelo estaba gastado hasta descubrir las planchas de debajo. Había otros signos de descuido. No se había aseado aquella camareta desde hacía mucho tiempo.

Oyó un nuevo sonido creciente y débil. Cesó y volvió a producirse. Venía de encima de su cabeza, en la dirección a la que conducía la escalera. El rumor le llegó una vez más. Poseía ritmo.

Link se agarró a la barandilla y se alzó suavemente hacia arriba. Llegó a un rellano y allí el ruido era mucho más fuerte. Este nivel de la nave contenía camarotes para la tripulación. El sonido procedía de un piso todavía más alto. Ascendió más escalones, flotando como antes.

Llegó a una sala de control que era anticuada y pobre, tenía aspecto de muy dudosa eficiencia. Allí había ojos de buey, cubiertos de escarcha.

Alguien rezongó por encima de su cabeza. Ese era el sonido que había estado percibiendo. Link alzó los ojos y vio al que roncaba. Un hombre pequeño, patilludo, con el ceño fruncido amenazadoramente incluso en su sueño. Flotaba en el aire, como Link había flotado, pero con las rodillas alzadas y las dos manos junto a su mejilla, como si descansase sobre una almohada imaginaria. Y roncaba.

Link reflexionó y luego dijo con buen humor:

—¡Hola!

El patilludo tornó a roncar. Link advirtió en él algo familiar. Sí. Había participado en el festival de la noche antes. Link recordaba haberle visto con un ceño feroz en uno de sus flancos, mientras el tumulto se incrementaba y las mangueras entraban en funciones.

—¡Ah, del barco! — exclamó Link con voz potente.

El hombrecillo se sobresaltó, en el mismo centro de un ronquido. Se sofocó y parpadeó e hizo movimientos de estupefacción y, claro, comenzó a girar excéntricamente describiendo semicírculos en el aire. En una de sus vueltas vio a Link. Dijo con malicia:

—¡Maldición, no te quedes ahí mirando! ¡Bájame! ¡Pero no pongas la gravedad! ¿Quieres que me rompa el cuello?

Link extendió el brazo y le cogió por una pierna. Hizo bajar al hombrecillo hasta el piso firme y le soltó.

—¡Uf! — exclamó el hombrecillo con viveza—. Estás despierto.

—En apariencia — admitió Link —. ¿Y tú?

El hombrecillo rezongó. Se alineó y se dio un empujón. Flotó por el aire hasta el tablero de control. Se cogió a una esquina. Lo miró y oprimió un botón. Nació la gravedad del navío. Hubo un súbito y ligero sobresalto y luego una serie de saltitos menores, después la estupenda sensación normal de la gravedad y del peso de arriba y abajo. Las cosas bruscamente parecieron más sensatas. No lo eran, pero así lo parecían.

—Siendo curioso — empezó Link —. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?

El patilludo contestó con desdén:

—¿Dónde estamos? ¿Y cómo voy a saberlo? ¡Esto es cosa tuya!

Su aire creció en truculencia al ver que Link no captaba la idea.

—¿Cosa mía?

—Tú eres el astrogador, ¿verdad? Así firmaste la noche pasada; tuve que ayudarte a sostener la pluma, pero firmaste. Billete de astrogador, oficial de tercera, y dijiste que podrías astrogar un cubo de agua desde Sirius Tres hasta el Borde sin nada más que una tabla de logaritmos y una regla de cálculo. ¡Eso afirmaste! Dijiste que habías astrogado en un transporte Norse seiscientos años de luz de punta a rabo hasta un puerto después de que la unidad de superimpulsión de la nave cambió de probabilidad. Dijiste...

Link alzó la mano.

—Bueno... ejem... reconozco el estilo imaginativo — confesó con dificultades —. Es mío, me nace en los momentos más exuberantes. ¿Pero cómo me sobrevino... dónde estoy?

—Hiciste un trato conmigo — dijo el hombrecillo con truculencia —. Me llamo Thistlethwaite. Firmaste para trabajar en esta nave, el Glamorgan, y dijiste que eras astrogador y yo hice el trato en esa presunción. En Trent se condena a cuatro años de cárcel por firmar un contrato o actuar como astrogador si no se posee la debida licencia.

—Los que se encargan de la jurisprudencia en Trent son gente muy siniestra — comentó Link —. ¿Y qué más?

—No cobrarás sueldo —continuó el patilludo, con tanta truculencia como antes —. Eres socio de segunda clase en este negocio que empiezo. Accediste a dejar que me ocupase de todas las materias, excepto de la astrogación, bajo la pena de perder todo el dinero que se te deba, que tengas que ganar o que hayas ganado. Es un contrato muy duro. Yo mismo lo redacté.

—Sigo perdido en admiraciones — confesó Link educadamente —. Pero...

—Vamos a un planeta que conozco — continuó muy firme Thistlethwaite —. Otro individuo y yo aterrizamos allí en una lancha espacial después de que nuestro navío naufragó. Hicimos un trato con las... ejem... autoridades. Volvimos a despegar en la lancha espacial. ¡Estaba atestada de una carga muy valiosa! Íbamos a volver, pero mi socio... era el astrogador de la lancha espacial... tomó su parte del dinero y comenzó a celebrarlo. Dos semanas más tarde saltó por una ventana porque pensó que garfios colorados salían de la pared para capturarle. Eso me dejó el único propietario del negocio, pero sin dinero efectivo. También lo había estado celebrando. Así que compré el Glamorgan con lo que tenía y adquirí cargamento para transportar.

—Un estupendísimo navío el Glamorgan — comentó Link con aire de cumplido —. Pero esta mañana me encuentro algo espeso, o esta tarde, o en el momento del día que sea. ¿Cómo encajo en la escena de una empresa comercial a bordo de este espléndido navío que es el Glamorgan?

El patilludo escupió las palabras venenosamente.

—La nave es chatarra — repuso —. No pude conseguir documentos que la permitiesen ir a ninguna parte excepto a un cementerio de naves en Bellaire, para que fuese desguazada. Necesitaba un astrogador y un compañero para que me diera conversación en la sala de máquinas. Creyeron que iba a la chatarrería, pero tuvimos algunas dificultades con los motores y una filtración de aire. ¡Mucha cosa! Así que cuando llegamos a Trent los dos tipos se me largaron. Se arriesgan a pasar dos años de cárcel por quebrantar un contrato concerniente a servicios personales. ¡Infiernos! ¡No creían que llegaríamos a Trent! Deseaban tomar la lancha y abandonar el navío a mitad de camino. ¡Y yo tenía todo el capital invertido en él!

Link miró a su compañero con cierta incomodidad. Thistlethwaite le espetó:

—Así que me quedé atascado en Trent, sin astrogador y con los derechos portuarios amontonándose. Hasta que viniste tú.

—¡Ah! — exclamó Link —. ¡Vine yo! Sin duda, cabalgando en un caballo blanco y dejando que las damas me besaran la mano. ¿Y luego qué?

—Te pregunté si eras astrogador y tú me contestaste que sí.

—Me sabe mal desilusionar a la gente — dijo pesaroso Link —. Probablemente deseaba alegrarte el día, o la tarde. Lo intenté.

—Luego — prosiguió con altanería Thistlethwaite —, te conté lo bastante acerca de lo que busco y dijiste que era una espléndida aventura, apropiada para hombres como tú y como yo. Dijiste que te unirías a mí. Pero querías luchar con algunos policías más antes de despegar. Yo ya te había sacado de una escaramuza cuando los policías utilizaban por ambos lados las mangueras contra incendios. Te dije que el pelear con un policía supone seis meses de cárcel en Trent. Pero no quisiste escuchar. Incluso después de haberte narrado el porqué teníamos que despegar con rapidez...

—¿Y cuál era ese motivo?

—Los derechos de espaciopuerto — respondió vivaz el hombrecillo —. ¡Al Glamorgan! ¡Derechos de rejilla de aterrizaje! ¡Al Glamorgan! ¡Me quedé sin dinero! Además, faltaba comida y parte de los motores estaban causando dificultades. Compré suministros y los cargué, como hace un hombre de negocios, esperanto regresar algún día y pagarlos. Pero la gente del espaciopuerto comenzó a recelar. Iban a embargar la nave mañana... hoy... y venderla si podían para resarcirse de las facturas del puerto, de la comida y de los recambios.

—¡Comprendo! — exclamó Link —. Y probablemente sentí simpatía por ti.

—Dijiste que era una conspiración contra almas valientes y esforzadas como las nuestras y que sólo pelearías con dos policías más... seis meses que se amontonarían a las otras penas que te podrían corresponder... y luego desafiaríamos a todos esos burócratas y comerciantes y que despegaríamos para perdernos en el universo azul — dijo el hombrecillo sonriendo.

Link reflexionó. Sacudió la cabeza con tenue desaprobación.

—¿Y qué pasó?

—Luchaste contra cuatro policías — respondió lacónico su compañero —. En dos grupos separados, añadiendo un año de cárcel a los que ya se te habían amontonado antes.

—Eso comienza a aparecer como si me hubiese hecho muy impopular en Trent —dijo Link ¿Hay algo más que debiera saber?

—Comenzaron a utilizar sobre ti gas lacrimógeno — le confesó el patilludo —, así que incendiaste un camión de la policía. Para dejar que las llamas despejasen el gas, afirmaste. Eso representaría unos cuantos años más en la cárcel. Pero logré meterte en el Glamorgan...

—¿Y conseguiste que la rejilla nos pusiera en el espacio?— al ver que el hombrecillo sacudía la cabeza, Link preguntó desesperanzado —. ¿Yo conseguí que la rejilla nos lanzase? ¿Nosotros convencimos...?

—No — le interrumpió Thistlethwaite —. Simplemente despegaste. Con los cohetes de emergencia. De la pista del espaciopuerto. Sin permiso. Dejando inflamada esa misma pista — Link parpadeó. El hombrecillo continuó inexorable —: llegamos al espacio a una aceleración de seis gravedades y me imagino que hubieses seguido marchando así hasta que los primeros cohetes se consumieran. Luego bajaste a la camareta.

—Supongo que me había entrado apetito —admitió Link con aire infeliz —. ¿O había algún modo para que pudiera amontonarme sobre mí unos cuantos meses más de cárcel?

—Te pusiste a dormir — dijo el hombrecillo —. ¡Yo no quise molestarte!

Link recapacitó.

—No — estuvo de acuerdo —. Veo que no deseabas molestarme. Tenías intención de dar media vuelta y regresar a Trent, ¿verdad?

—¿Y para qué? —preguntó con amargura el hombrecillo —. ¿Para ir a la cárcel? ¿Y para que ellos vendiesen el Glamorgan para cobrarse los derechos portuarios, etc.?

—Eso mismo, claro — admitió Link —. Pero prefiero creer que no deseabas abandonar a un amigo en apuros, o en la cárcel. De acuerdo. Yo tampoco quiero regresar a Trent. Soy un tipo al que le gusta vivir al aire libre y no me agradaría pasar los próximos dieciocho años entre rejas.

—Veintidós — corrigió Thistlethwaite—. Y seis meses.

—Vaya — terminó Link —. Comprendo. Puesto que soy astrogador trataré de descubrir dónde estamos. Luego me dirás adónde quieres ir. Y después, alguna noche, cuando no tengas nada especial que hacer, me explicarás el porqué. ¿De acuerdo?

—El porqué repuso el patilludo —, es que prometí hacerte tan rico que no pudieses gastar el interés que te produciría el dinero. ¡Y eso que eres un socio de segunda categoría!

—¿Carintos? — sugirió Link.

Los Carintos eran las piedras más recientes y más fabulosas aparecidas en la galaxia. No se podían producir por síntesis — se decía que era el resultado de impactos meteóricos en un mineral especial color melocotón — y eran tan hermosos como raros. Hasta ahora sólo se encontraban en Glaeth. Pero si una mujer tenía un anillo de Carinto, era alguien. Si llevaba un brazalete de Carinto, era una personalidad. Y si tenía un collar de Carinto, gobernaba la sociedad del planeta en el que se dignara a residir. Pero...

—Los Carintos son basura — respondió desdeñoso Thistlethwaite —, comparado con lo que nos espera. Por cada uno de los objetos que trato de comerciar, llevándonoslo del lugar al que vamos, yo consigo cien millones y medio de créditos, de los que más de la mitad son beneficios. ¡Y tendré una carga de esas cosas! ¡Y está todo ajustado! Ahora realiza tu trabajo y yo repasaré las máquinas.

Se encaminó descendiendo la escalera. Llegó primer rellano inferior. En el segundo Link oyó débil chasquido y luego un gruñido mecánico. Al oír el sonido, el hombrecillo aulló furioso. Link sobresaltó.

—¿Qué es lo que pasa?— preguntó ansioso.

—¡Se nos escapa el aire! — rugió el hombrecillo —. ¡Una filtración! ¡Debes haber provocado averías, despegando, así, a tantas gravedades! ¡Todo el aire se nos disipa!

Sus palabras se hicieron ininteligibles, pero resultaban definitivamente profanas. Las puertas sonaron metálicas al cerrarse, cortando en seco su voz. Estaba sellando herméticamente todos los compartimentos.

Link examinó la sala de control del navío. En sus días juveniles aspiró a ser un hombre del espacio. Fue cadete en la Academia Espacial Mercante de Malibú, durante dos cursos completos. Luego la facultad le dejó ir. Le gustaba la novedad y la excitación, y, en ocasiones el tumulto. La Facultad opinaba de manera distinta. Sus notas eran buenas, pero le expulsaron. Así que conocía bastante de astrogación. No mucho, sino lo suficiente para permitirle volver a Trent.

Una puerta se cerró por debajo. La voz del hombrecillo se podía percibir, jurando como un diablo. Sacó algo de alguna parte y la puerta sonó tras él de nuevo, apagando del todo su voz una vez más.

Link reanudó su inspección. Allí estaba el tablero de control, razonablemente fácil de comprender. Aquí estaba el computador, lo bastante sencillo para que pudiese operarlo. Allí estaban los libros de referencia. Un Directorio Galáctico para este sector. La Astrogación Práctica, de Alditch. Y un volumen llamativamente encuadernado de Reglamento del Comercio Espacial. El Directorio era nuevo de trinca. Los otros eran viejos y maltrechos volúmenes.

Link repasó con cuidado el diario de a bordo, que contenía cada rumbo tomado, tiempo transcurrido y, por tanto, la distancia cubierta en pársecs y fracciones de ellos. Sería fácil seguir el rastro del Glamorgan hasta los últimos tres puertos que hubiese visitado, revertiendo las maniobras registradas. Pero eso no parecía prometedor.

Ojeó el Astrogador. Deberían encontrarse a no muchos millones de kilómetros del sol del planeta Trent. Repasaría los datos de Trent que venían en el Directorio, copiaría sus coordenadas y su movimiento propio, revisaría los polos galácticos y la longitud galáctica cero mediante observación por los ojos de buey y luego se pondría al trabajo delicado en cuanto supiera el destino de la nave.

Accionó el interruptor de los calefactores poniéndolos en funcionamiento, para poder ver por los ojos de buey y observar el sol que brillaba en Trent. Al instante un bramido furioso le llegó desde abajo.

—¡Apaga la calefacción! — rugió Thistlethwaite —. ¡Apágala!

—Pero los ojos de buey están empañados por la escarcha — respondió Link—. ¡Necesito ver lo que hay fuera! ¡Nos hacen falta los calefactores!

—¡Estaba sentado sobre uno! ¡Apágalos!

Una puerta sonó con estrépito abajo. Link se encogió de hombros. Si Thistlethwaite tenía que sentarse en un calefactor, el calefactor no podría encenderse. Se requería un retraso.

No se sentía preocupado. El estado de tranquilidad, de reposo con que se despertó seguía acompañándole. ¡Era natural! Su situación actual podía haber parecido conturbadora para cualquier persona, pero un hombre que acababa de abandonar el planeta Glaeth, con su fauna estrictamente mortífera y su flora, tres cuartos de lo mismo, más las condiciones climáticas haciendo juego con las dos características anteriores, estar a bordo de una nave espacial con filtraciones, de una antigüedad ruinosa, era una incomodidad. Que al navío se le hubiese dado permiso únicamente para viajar hasta el chatarrero para ser desguazado no era motivo de preocupaciones. Que Se dirigiese a una misión misteriosa más bien daba al caso un aspecto interesante. Sin preocupaciones de ninguna índole, Link se sintió encantado al encontrarse en una situación en donde prácticamente podría suceder cualquier cosa.

Pensó satisfecho en no encontrarse en Glaeth. Había animales allí que parecían piedras y se portaban como tales hasta que uno se ponía al alcance de sus zarpas ganchudas notablemente extensibles. Había árboles que dejaban caer gotas de un fluido corrosivo sobre cualquier criatura moviente que les molestara. Había gigantescas cosas valoradoras contra las que la única defensa era ocultarse, y bichos que formaban túneles subterráneos y preparaban trampas en las que cualquier cosa más pesada que un conejo caería al ceder el suelo bajo sus pies. Y estaba el clima. En la zona en la que se encontraban los mejores Carintos no se conocía que hubiese llovido jamás y la temperatura a mediodía, en la estación más favorable, oscilaba por encima de los noventa grados a la sombra. Pero era el único mundo en donde se podían encontrar Carintos. Los buscadores de Carintos que tomaban tierra allí, durante la estación más favorable, claro, a veces se enrique cían. Pero con más frecuencia no. Sólo un cuarenta por ciento de los que desembarcaban al principio de la temporada de prospección podía volver al encuentro de la lancha transbordadora que venía a buscarles. Link fue uno de esos afortunados. Naturalmente, no sintió alarma en el Glamorgan. ¡Si casi se había acostumbrado a vivir en Glaeth! Así que aguardó pacientemente hasta que Thistlethwaite dijo que ya podía encender los calefactores y fundir la escarcha de los ojos de buey.

Comenzó a prepararse para la astrogación. Las coordinadas de Trent entrarían en el computador y luego las del destino del navío. El computador calcularía el rumbo entre ellas y su longitud en pársecs y fracciones de pársecs. Uno conduciría en ese rumbo. Uno podía, si era aconsejable, buscar posibles puertos de arribada en el camino. Link tomó el Directorio para ajustar las primeras cifras. Advirtió una cierta consecuencia lógica en el nuevo del Directorio. Era el único objeto flamante y no desgastado ni sucio de la nave. Pero aún así mostraba una zona gris en el borde de ciertas páginas indicando que habían sido consultadas con frecuencia. La parte gris debería ser una guía para la información acerca de Trent, como último puerto de visita del Glamorgan. Link buscó la página más oscura de todas, satisfecho de sí mismo por mostrar tanta agudeza.

Pero no aparecía Trent en aquella página. Ni siquiera estaba en esa parte del libro. Los titulares del capítulo particular decían: Planetas fuera del macizo entre Huyla y Glaire. Describía un enjambre de sistemas solares que no se encontraban en las rutas normales de comercio y que requerían largos viajes desde los espaciopuertos comerciales si alguien deseaba llegar hasta ellos. Pero las personas rara vez lo ansiaban.

Link miró con fijeza. Encontró señales de que esto había sido consultado por alguien con manchas de aceite de máquinas en los dedos. Una página mostraba evidencias de haber sido leída, releída y requeteleída. El margen estaba tan oscurecido como si un pulgar aceitoso se hubiese posado allí mientras se digería la información. Desde cualquier punto de vista normal resultaba difícil de comprender.

«SORD, decía el Directorio. Seguían después las coordinadas galácticas hasta tres decimales. Sol amarillo tipo terrestre, aproximadamente masa solar 1, 4, muchas manchas en todo momento, espectro...

Los símbolos del espectro se podían pasar por alto. Si uno quería estar seguro de que un sol particular era de tal y tal clase, tendría que tomar una foto espectral y compararla con la del Directorio. De otro modo el espectro era para los pájaros de paso. Link trabajó con las abreviaturas que los libros de referencia y de consulta utilizan para dificultar las cosas.

3.° pl., cred. hab., atm ox., 2/3 mar, ext. normales casq. pol. Sist. nub., hab. est. 1.

Luego venía la parte interesante, en el lenguaje claro que los libros informativos utilizan de mala gana, leyó:

«Este planeta se dice que ha sido colonizado a partir de Surheil 11 hace varios siglos y puede estar habitado pero no se conoce la existencia de ningún espaciopuerto. El único informe del planeta era de un yate espacial de hace dos siglos. El yate se acercó pidiendo permiso para aterrizar y fue amenazado con la destrucción si lo intentaba. El yate tomó fotos del espacio mostrando manchas que podían ser pueblos o las ruinas de algo, aunque esto es dudoso. No se conocen otros aterrizajes o comunicaciones. Cualquier registro que pueda haber existido en Surheil 11 se destruyó en las Guerras Económicas del planeta.»

En la sala de control del Glamorgan, Link se sentía intrigado. Volvió a las abreviaturas y las descifró. Sord era un sol tipo terrestre, amarillo, con una masa de 1,4 soles y muchas manchas. Su tercer planeta se creía habitable. Tenía una dosis de oxígeno, dos tercios de su superficie estaban ocupadas por el mar, el mar era normal y estaban los vulgares casquetes polares y sistemas nubosos de un planeta cuya habitabilidad se calculaba al factor Uno.

Y dos siglos atrás sus habitantes amenazaron con destrozar un yate espacial que quería tomar tierra.

Según Thistlethwaite, el permiso del absoluto desahogo de Link importaba veinte y pico años de prisión en la cárcel. Aún cuando hay sentencias que admiten una reducción, era preferible no volver a Trent. Por otra parte...

Pero no era necesario pensar en eso. Thistlethwaite deseaba con toda evidencia ir a Sord Tres, cuyos habitantes sentían el evidente deseo de que les dejaran en paz. Pero parecían hacer una excepción en su favor. Estaba tan ansioso en llegar allí y tan confiado en una cálida recepción que compró el Glamorgan y lo cargó de mercancías y corrió el infernal riesgo que representaba escoger tal navío. ¡Incluso corrió otro fiándose por la capacidad de Link como astrogador! ¡Pero sería una lástima desilusionarle!

Así que Link copió con cuidado, en el diario de a bordo, las tres coordinadas de Sord Tres y buscó su movimiento solar adecuado y también lo hizo constar en el diario y después incluyó las cifras para Trent en el computador y copió la respuesta en el mismo diario. Parecía la actitud propia de un profesional. Luego rascó la escarcha de los ojos de buey y tomó observaciones del rumbo actual del Glamorgan y volvió al tablero e hizo los ajustes precisos. Estaba en la última etapa, incluyendo los datos recién obtenidos en el diario, cuan do entró Thistlethwaite. Tenía las manos negras del trabajo que había estado haciendo y en cierto modo daba la impresión de un hombre que ha utilizado todo su vocabulario de reniegos y palabrotas y que sigue sin encontrar alivio.

—¿Y bien?— preguntó Link placenteramente.

—Se nos escapa el aire — contestó el patilludo amargamente —. ¡Sale a chorros! ¡Silba y. toca melodías al marcharse! ¡He tenido que cerrar y condenar el muelle de las lanchas! ¡Si necesitamos emplear una estaremos en un apuro! Cuando esté en marcha mi negocio, nunca utilizaré otro navío tan malo como éste. ¡Al despegar has provocado un caos infernal!

—¿Tan mala es la situación?— preguntó Link.

—Cerré todos los compartimentos que permitían el cierre hermético respondió Thistlethwaite amargamente —. Y todavía hay filtraciones en la sala de máquinas, pero no puedo encontrarlas. ¡Por lo menos no las he encontrado ahora!

Link preguntó:

—¿Qué tal andamos de existencias de aire?

—Llené los depósitos en Trent — dijo el hombrecillo —. ¡De haberlo sabido, también me hubiesen querido cobrar por eso!

—¿Podemos aguantar un par de semanas?— preguntó Link.

—¡Podemos aguantar diez! — respondió el patilludo —. Somos uno o dos y podemos cerrarlo casi todo excepto la sala de control y la de máquinas y el camino que las une. ¡Podemos marchar durante diez semanas!

—Entonces todo va bien — repuso aliviado Link. Hizo un ajuste final —. ¿Las máquinas funcionan?

Alzó la vista tranquilo, la mano puesta en un conmutador.

—Con irregularidades — repuso Thistlethwaite —. ¿Qué vas hacer?— preguntó receloso —. No te he dado...

Link estableció el circuito del conmutador. El universo pareció vacilar. Todo semejó volverse del revés, incluyendo el estómago de Link. Las luces en la sala de control disminuyeron hasta casi apagarse. El patilludo murmuró un estrangulado aullido. Esta era la experiencia normal cuando se entraba en viaje de superimpulsión a un número de veces la velocidad de la luz.

Luego, bruscamente, todo volvió a ir bien. Los ojos de buey estaban oscuros, pero las luces recobraron su plena brillante. El Glamorgan estaba en superimpulsión, atravesando el vacío mucho, muchísimo más de prisa que lo permitía la teoría en el universo normal. Pero el universo inmediatamente alrededor del Glamorgan no era normal. El navío estaba en un campo de superimpulsión, lo que en absoluto ocurre en la normalidad.

—¿Qué diablos has hecho?— inquirió furioso Thistlethwaite—. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Yo no te dije...

—Conduzco el navío a un lugar llamado Sord Tres — contestó placenteramente Link —. Debe de haber buenas perspectivas comerciales allí. ¿No es donde querías ir?

El rostro del hombrecillo se volvió púrpura. Le miró llameante.

—¿Cómo lo has descubierto?— preguntó feroz.

—Oh, tengo unos cuantos amigos — dijo Link, mintiendo como un bellaco.

El hombrecillo saltó hacia él, murmurando aullidos de furia.

Link cortó la gravedad del navío. Thistlethwaite saldría rebotado del techo. Se agarraría allí, jurando. Link mantuvo la mano cerca del botón gravitatorio. En cualquier instante podía devolver la gravedad e inmediatamente cortarla.

—¡Tate, tate! — dijo Link con aire de reproche —. Qué palabras más horribles. ¡Y yo que pensé que te complacería descubrir que tu socio, haciendo una exhibición de energía y entusiasmo y utilizando su cerebro lealmente para dedicarlo al magnífico negocio comercial que hemos iniciado, había logrado adelantarse a tus deseos!