CAPÍTULO 3
Hubo un movimiento entre los miembros de la cabalgata. El jefe, llevando el sombrero de Thistlethwaite y portando su rifle, miró significativamente a sus seguidores. Luego se volvió a Link y habló con cierta penosa educación. No había ironía en él. Eran sus modales. Se trataba del más cortés de los adultos.
—Me encuentro muy bien, muchas gracias, ejem. Y el tiempo es muy bueno y seguirá siéndolo, aunque no estaría mal una pizca de lluvia — hizo una pausa y dijo con una complicada elaboración —. Soy el Hacendado de la Hacienda que hay más allá. Oímos bajar a su nave y nos preguntamos qué sería. Y luego... ejem... algo pasó y vinimos a echar un vistazo. Jamás habíamos visto un navío como éste antes; sólo que, claro, hay relatos de viejos tiempos en que existían.
Sus modales suponían una enorme dignidad. Llevaba el sombrero de Thistlethwaite y sus compañeros o seguidores todo lo demás que Thistlethwaite portaba en el Glamorgan. Pero ignoró el hecho. Parecía ser como si obedeciese estrictas reglas de etiquetas. Y, claro, la gente que sigue reglas de etiqueta está predispuesto hacia ella incluso en los preliminares del homicidio. Lo que es importante si la violencia está en el aire. Link se aprovechó del hecho conocido.
—Esto no es un navío, en verdad — dijo con aire despreciativo pero de todas las maneras me alegro de que lo hayan visto.
El jefe de la cabalgata se mostraba visiblemente complacido. Frunció el ceño, pero dijo con la misma elaborada cortesía.
—Mi nombre es Harl, ejem. ¿Le importaría darme un nombre por el cual llamarle? No puedo adivinarlo ni calcularlo.
Por el rabillo del ojo, Link vio que dos animales tipo cerdo habían aparecido no muy lejos. Podían ser los mismos dos que viera antes. Estaban agazapados sobre sus cuartos traseros y contemplaban curiosos lo que ocurría entre los hombres. Dijo:
—Mi nombre es Link. Link Denham, de hecho. Encantado de conocerle.
—¡Lo mismo digo, ejem! ¡Lo mismo! — el tono del jefe se hizo cálido mientras hablaba—. Le agradezco mucho, Link, que me haya dicho también el apellido. ¡Y en seguida! Denham... Denham... jamás conocí a nadie de su Hacienda antes, pero recuerdo que es un grupo muy viril. ¿Tiene usted... ejem... algo más que decir?
Link recapacitó.
—He venido desde muy lejos — observó —. No estoy seguro de que sea bien recibido.
—¡Bien recibido! — exclamó el hombre que se hacía llamar a sí mismo Harl. Se mostró radiante —. ¡Oh, tiene usted razón! ¡Muchachos, hemos sido bien recibidos por este Link aquí presente y nos ha dicho su apellido y cuáles son sus modales! ¡Este de aquí es un caballero, no como el otro individuo! ¡Nos está invitando!
Saltó de la silla, colgó el rifle anonadador de Thistlethwaite en el pomo de ésta y apoyó su lanza contra el Glamorgan. Extendió la mano cordialmente a Link. Link la estrechó. Los seguidores de Harl similarmente se despojaron de sus armas. Suavemente estrecharon la mano a Link. Harl dio unos golpecitos a una de las planchas del casco del Glamorgan y dijo con admiración:
—Este es un navío de hierro, ¿verdad? ¡M-mm-m! ¡Jamás vi tanto hierro reunido junto en toda mi vida!
Una voz desdeñosa, procedente de alguna parte, dijo indignada:
—¡Nosotros lo vimos primero! ¡Es nuestro!
—Cállate — contestó Harl con dirección al panorama en general —. Y permanece callado — se volvió —. Ahora, Link...
—¡Lo vimos primero! — insistió la voz furiosa —. ¡Lo oímos primero! ¡Es nuestro!
—Este caballero — dijo Harl con firmeza y volviéndose otra vez al panorama —, quizás esté pensando instalar aquí una Hacienda. ¡Vosotros, los uffts, largaos!
Dos voces, ahora, siguieron insistiendo estridentes.
—¡Es nuestro! ¡Lo vimos primero! ¡Es nuestro! Harl trató de excusarse.
—Lo siento de verdad, Link, pero ya se sabe el carácter de los uffts. ¡Uf... me gustaría pedirle algo en particular!
—Entre — dijo Link. Se levantó.
Harl y sus compañeros — Link pensó en la palabra «séquito», aunque sin motivo especial — se agolparon en la portezuela. Link se mostró alerta e interesado. No comprendía el estado de las cosas, en absoluto, pero los hombres con intenciones agresivas no se desarman. Esos hombres lo habían hecho. Los hombres con propósitos desagradables tratan de lanzar furtivas miradas de uno a otro. Estos hombres no lo hicieron. Si uno ignoraba la presencia de las ropas de Thistlethwaite y de sus aperos y la existencia de Thistlethwaite mismo, la atmósfera resultaba casi insanamente cordial y amistosa y nada preconcebido. Quedaba demostrado más allá de toda objeción que este planeta casi carecía de contactos con otros mundos. Las gentes de las culturas progresivas y con empuje sentían un profundo recelo hacia los desconocidos. Con motivo. Sin embargo, Thistlethwaite...
Link dejó que el grupito le precediese subiendo los escalones dentro de la aleta de aterrizaje y así pudo descender y quedarse fuera antes que cualquiera de ellos bajara y probablemente hasta lograría dejarlos encerrados. Entonces podría armarse y montar guardia, en cuyo caso la falta de amistad podría ser una ventaja. Pero, a pesar de lo que le había sucedido a Thistlethwaite, el aspecto de las cosas no tenían nada ominosas. Los visitantes del navío se mostraban abiertamente curiosos y asombrados de lo que veían.
Comentaron casi con incredulidad que el largo tramo de escalones estaba hecho de hierro. Link, con tacto, no se refirió a los cerrados compartimentos de carga, la lancha salvavidas también estaba cerrada, ni a la ropa de Thistlethwaite usada, con tanta indiferencia, por sus invitados. Pasaron por la sala de máquinas sin reconocer la puerta en lo que significaba. Se quedaron maravillados de que el hierro se mostrase a través de las alfombras rotas y desgastadas del suelo de la camareta y comedor. Se quedaron estupefactos ante las cabinas. Pero la sala de control les dejó completamente desinteresados, excepto en lo tocante a los pequeños objetos metálicos, instrumentos, sujetos al tablero de control y embutidos en las paredes.
El hombre que llevaba los pantalones de Thistlethwaite tomó una profunda bocanada de aire. Miró a los ojos de Link y dijo pensativo:
—¡Señor Link, esto es una cosa muy bonita!
Señaló el cronómetro de la nave. Harl dijo furioso:
—¡Cállate! ¿Qué clase de regalo de invitado has traído? ¡Le ruego perdón, Link, por este individuo! — Miró a su seguidor con ojos llameantes —. ¡Sput! Muchachos, bajad y esperad fuera, para que no me volváis a avergonzar ¡De cualquier forma, yo hablaré confidencialmente con el señor Link!
Sus seguidores, aun utilizando las ropas de Thistlethwaite, descendieron en tropel y salieron. El silencio cayó allá abajo. Luego, Harl dijo:
—Link, siento mucho lo de ese tipo. ¡Admirar algo vuestro para conseguirlo sin hacerle a usted primero un obsequio! ¡Debería echarle de mi casa por sus malos modales! ¡Espero que me perdone por su falta!
—No tiene importancia —dijo Link—. Simplemente se olvidó —era evidente que la etiqueta representaba una gran parte en las vidas de las gentes de Sord Tres. Eso tenía aspecto prometedor—: Me gustaría preguntar...
Harl contestó en tono confidencial:
—Hablemos en privado, Link. ¿Conoce usted a ese individuo pequeño, el de las patillas, que maldice de una manera terrible e insulta a la gente a derecha e izquierda y dice... —su voz adquirió un tono de sorpresa— dice que es amigo del viejo Addison? Un tipo como ese vino a mi hacienda y... quizás usted no lo crea, Link, pero es así... ¡me ofreció pagar por enviar un mensaje al viejo Addison! ¡Ofreció... pagarme! ¡Como si yo fuese un ufft! Le ruego me perdone por preguntar tal cosa, pero estamos hablando en la intimidad. ¿Conoce usted a un tipo así?
—Dirige las máquinas de este navío —repuso Link—. Se llama Thistlethwaite. No sé lo que tiene que ver con el viejo Addison.
—¡Es natural! —se apresuró a decir Harl—. ¡Yo jamás sospecharía nada por el estilo de usted! Pero... ejem... las mujeres dijeron que sus ropas no eran duplicadas. ¿Es eso verdad, Link? Se pusieron como locas tocando las ropas que llevaba. ¿Eran originales, Link?
—No podría decir nada acerca de sus ropas —respondió Link—. Me di cuenta de que sus hombres las llevaban. Me extrañó.
—Pero usted no dijo ni palabra —repuso Harl acaloradamente—. ¡Sí, señor! ¡Tiene usted educación! ¿Pero oyó usted algo como lo que acabo de decirle? ¡Ofrecer pagarme... a mí, a un hacendado... por enviar un mensaje al viejo Addison! ¿No le parece inconcebible, Link?
—¿Es malo? —preguntó Link, parpadeando.
—Les he dicho —repuso Harl—, que le ahorcaran en cuanto hubiesen bastantes personas para disfrutar del espectáculo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero había oído el ruido que produjo este navío al bajar... ¡Y fue usted, aterrizando aquí! ¡Es una cosa estupenda haber aterrizado, Link! ¡Y lleva ropas que no han sido duplicadas! ¡Si usted instala una hacienda...!
Link le miró con fijeza. Siempre había creído que podría apechugar con lo nuevo e impredecible. Pero esta conversación le había dejado muy rezagado. Notó que sería una buena idea recluirse a sí mismo y conservar la serenidad durante un ratito. Sin embargo, Thistlethwaite...
—¡Cáscaras! —dijo Harl, frunciendo el ceño para sí— ¡Aquí estoy, invitado por usted y sin traerle ningún regalo! Pero en cierto modo usted es mi invitado, porque estas son tierras de mi hacienda. ¡Y no he sido hospitalario! ¡Mire, Link! Enviaré a un ufft con un mensaje para mantener las cosas tal como están hasta que lleguemos allí y podamos contemplar el ahorcamiento con los demás. ¿Qué le parece?
Quizá por primera vez en su vida, Link notó que las cosas eran mucho más inesperadas de lo que pudiera imaginarse. Sólo había una manera de adelantarse a los acontecimientos hasta poder comprenderlos.
—Esa sugerencia —dijo con tono profundo—, es muy consistente con las medidas de emergencia que yo presiento deberían ser sustituidas por los procedimientos aparentemente de operación con referencia a los descorteses viajeros espaciales —vio que Harl le miraba con expresión estupefacta y admirativa, que era precisamente lo que buscaba—. En otras palabras —continuó Link—, sí.
—Entonces, pongámonos en marcha —respondió Harl en tono complacido—. ¡Mire, Link, usted no sólo tiene buenos modales, sino palabras! ¡Tengo que presentarle a mi hermana!
Descendió las escaleras, siguiendo a Link. La situación, probablemente, era grave. Quizá fuese abrumadora. Pero Link se hallaba inquieto ya desde hacía días, por la falta de cosas de interés para su cerebro normalmente activo. Sintió como si le desafiasen. Le pareció que Sord Tres podía convertirse en un lugar interesantísimo.
Cuando llegaron al aire libre, los dos animales como cerdos se habían unido al grupo de espera de unicornios y hombres. Marcharon por allí con el aire acostumbrado de perros que acompañan a un grupo de cazadores. Pero sus no expresiones eran tan amables como la de los canes. Tenían un aspecto claramente malicioso.
—Quiero que alguien lleve un mensaje —dijo Harl con dureza—. Le daré dos cervezas.
Uno de los animales cerdunos le miró desdeñoso. Link percibió una voz que se parecía notablemente al del invisible interlocutor con quien había hablado antes de que llegaran aquellos hombres.
—¡Este es nuestro navío! —dijo la voz con estridencia—. ¡Lo vimos primero!
—No nos lo dijisteis —respondió Harl con firmeza—. Y lo encontramos sin vosotros. Además, pertenece a este caballero. ¿Queréis dos cervezas?
—¡Tirano! —contestó la voz—. ¡Ladrón! ¡Abusón de los pobres! Ladrón...
—¡Cállate! —ordenó Harl—. ¿Tomas el recado o no?
Una segunda voz dijo retadora:
—¡Por cuatro cervezas! ¡Pero vale diez!
—Está bien, sean cuatro cervezas —asintió Harl—. El mensaje es que no cuelguen al tipo patilludo hasta que lleguemos. No tardaremos en hacerlo.
La primera voz desdeñosa inquirió:
—¿Para quién es ese mensaje?
—Para mi hermana —contestó Harl impaciente—. ¡Adelante!.
Los dos cerdunos animalitos iniciaron juntos un galope y marcharon directos hacia la cresta de la colina más próxima. Cuando se fueron, a medida que lo hacían, con voces gritonas acusábanse uno a otro, el primero porque el trato fue de sólo dos cervezas por cabeza y el otro por haberse visto incluido en un convenio fuera de toda razón. Link se les quedó mirando, boquiabierto. Las voces disminuyeron, en su disputa, y finalizaron cuando las criaturas cerdunas desaparecieron. Link tragó saliva y parpadeó. Harl señaló a uno de sus seguidores, diciéndole que se quedase en el Glamorgan para cuidarlo. Eso dejó a una de aquellas bestias de cascos planos para montura que utilizaría Link. Divertido y casi incrédulo, se instaló en la silla a una señal de Harl. Aquella cabalgata completamente improbable se alejó briosa de la espacionave. No era una indiscreción por parte de Link. Un vigilante se quedaba con el navío y Thistlethwaite está en peligro. Link quería sacarle de apuros. También parecía decidido que Link había logrado en cierto modo convertirse en invitado de la hacienda de Harl, cualquiera que pudiese ser esto, y la etiqueta le protegía de cualquier peligro ordinario, mientras no hiciese nada equivalente a ofrecer un pago por que entregase un mensaje, o mejor, mientras no realizase nada equivalente a hacer pagar a Harl por que entregara un mensaje. En cambio, se aprobaba ofrecer pago a los animalitos pequeños como cerdos que...
—Mi compañero de allá —dijo Harl tranquilizador, mientras culminaban un otero y desde lo alto vio otras ondulaciones similares alejándose indefinidamente—, mi compañero cuidará de su navío, Link. Le advertí que no tocase nada, sino que se limitase a mantener alejados a los uffts y que si venía algún humano le dijera que usted es mi invitado.
—Gracias —repuso Link. Luego dijo penosamente—: Esos pequeños y gordos animales...
—¿Los «Uffts»?-preguntó Harl— ¿No los tienen en su país?
—No —negó Link—. No los tenemos. ¡Parece que... hablen!
—Es natural —asintió Harl—. Hablan demasiado, si me pide la opinión. Esos dos se detendrán en el camino y se lo contarán a los demás uffts, hablándoles del mensaje y de usted y de todo. Pero estaban en este mundo antes de que mis antepasados se instalasen aquí. Eran las criaturas más listas del planeta. ¡Muy listas! Pero tiene un orgullo terrible. Poseen cerebro, pero cascos en vez de manos, así que lo único que hacen es hablar. Celebran grandes reuniones, beben cerveza y pronuncian discursos de uno a otro sobre lo superiores que son a los seres humanos, porque no tiene zarpas como nosotros.
El movimiento de los unicornios, de cascos planos, era desagradable. Aquel en que cabalgaba Link movía cada pata independientemente y el resultado era una serie de oscilaciones en diversas direcciones que tenían tendencia a provocar a su jinete el mareo propio de los viajes por mar. Link forcejeó luchando contra esta sensación. Harl pareció sumirse en profundos pensamientos y se le veía triste. Los unicornios no eran animales con cascos duros, así que no había repiquetear alguno. Sólo se percibía el crujido del cuero de la silla y muy ocasionalmente el entrechocar de una lanza o de cualquier otro objeto contra alguna parte metálica.
—Mire —dijo al poco Harl—, me gustaría creer que su venida aquí, Link, tiene significado, o algo por el estilo. Me he estado desanimando bastante, al empeorar las cosas a cada momento. Hubo un tiempo, dicen los viejos, en que los uffts eran educados y respetuosos, obedientes y agradecidos y se mostraban satisfechos de hacer un favor a un humano. Pero en la actualidad no trabajarán para nadie sin un acuerdo acerca de cuánta cerveza se les va a dar por realizarlo. Y la gente vieja dice que solían utilizar ropa sin duplicar y un género mejor que el que tenemos ahora. Y sus cuchillos también eran superiores, lo mismo que las herramientas, y había electricidad y máquinas, de modo que las gentes vivían con comodidad. Pero últimamente se ha hecho cada vez más difícil conseguir que los uffts nos traigan material verde y quieren a cambio más y más cerveza. Se lo digo, no es sencillo ser un hacendado estos días. Hay que alimentar a la gente y vestirla y soportar el parlotear de las mujeres y ver cómo los hombres se ponen tristes si los uffts se echan atrás y se ríen y discuten uno con otro sobre el tema de que son más listos que nosotros. Se lo aseguro, Link, llegó el momento de que ocurra algo, o las cosas se pondrán tan mal que no podremos soportarlas.
La cabalgada prosiguió y la voz de Harl continuó como antes. Lo que deploraba le resultaba bastante confuso y era evidente que las responsabilidades en un universo imperfecto le causaban mucha pena, de la cual estaba perfectamente consciente.
Link captó una idea de vez en cuando, pero la mayor parte de la melancolía de Harl se refería a las condiciones que éste daba como normales, pero que Link no conocía. Por ejemplo, estaba en la idea de que era infamante pagar o ser pagado por algo que se hiciese, excepto en el caso de los uffts. En ningún otro planeta había oído Link que el comercio se considerase deshonesto. No conocía a nadie ni a nada, con respecta a mundos, donde el trabajo no se realizase gracias a intercambio de salarios. Y allí había, de manera irrelevante, el asunto de las ropas de Thistlethwaite. No eran «duplicado». ¿Pero qué era «duplicado»? Por todas partes, claro, los buenos tiempos pasados eran alabados por los que lograron sobrevivirlos. Pero cuando la ropa era duplicada resultaba inferior y las herramientas también inferiores, y ya no había electricidad ni tampoco máquinas.
Link entonces casi hizo la pregunta. Los antecesores de Harl y sus seguidores colonizaron este planeta procedentes del espacio. Por naves. Era inimaginable que no tuviesen electricidad, motores y máquinas. ¡Y cuando se conoce el modo de hacer cosas y éstas se necesitan, se fabrican! ¡El modo de fabricarlas no se olvida! ¡No es tan sencillo! Pero, según Harl, habían tenido aquellas cosas y las perdieron. ¿Por qué?
Harl siguió murmurando, con una especie de infelicidad resignada. La situación en Sord Tres era mala. Esperaba que la llegada de Link pudiese ayudar, pero no parecía probable. Citó diversas maneras en las que el tiempo pasado había sido mucho mejor. Citó asuntos en los que la deterioración se había producido llanamente muy a la larga. Pero no dio ninguna pista acerca de lo que pudiese haberlas empeorado, excepto que todo lo que fuese duplicado era inferior y todo estaba duplicado. ¿Pero qué era el duplicar...?
Culminaron una ondulada colina. Debajo de ellos el terreno se abría conturbado. Un número ilimitado de cuevas y pozos rompía su superficie, con pilas de tierra y piedras como evidencia de excavación subterránea. Un número increíble de criaturas cerdunas de piel rosada parecía vivir allí.
—Esto —dijo Harl incómodo—, es una ciudad ufft. Resulta más corto para volver a la hacienda, si la cruzamos. Darán un buen escándalo, pero no harán más que gritar diciendo que los humanos les invaden. Siendo uffts, sin embargo, y conociendo esos dos que yo envíe por delante que es usted extranjero, quizá hagan una exhibición extra de alboroto.
Link se encogió de hombros.
—¡Vosotros, amigos, no prestéis atención alguna a lo que digan! ¿Me oís? ¡Ignorarles!
El grupo siguió cabalgando y descendiendo por la ladera hasta entrar en la metrópolis ufft. Los unicornios de patas planas marchaban singularmente, eludiendo los innumerables agujeros que eran exactamente lo bastante grandes para permitir que los adultos se asomasen, entraran y salieran con gran rapidez. De haber conocido Link a los perritos de la pradera habría dicho que eran estos una versión mucho más ampliada de una ciudad de aquellos roedores. Los hoyos estaban colocados absolutamente sin sistema, aquí y allá, por todas partes. Los uffts se sentaban en los umbrales, por así decir, y miraron a animales y hombres con desdeñosa desaprobación. Le pareció a Link que le contemplaban con una atención especial y con no demasiada cordialidad.
Una voz desde alguna parte de las hondonadas, gritó:
—¡Humanos! ¡Bah! ¡Aquí hay uno nuevo! ¡Pthth-th! —Era un pitido tipo Bronx. Otra voz dijo glacial:
—¡Ladrones! ¡Rateros! ¡Humanos!
Una voz gritó con agudeza:
—¡Opresores! ¡Tiranos! ¡Granujas!
Los seis jinetes, incluyendo a Link, mantuvieron la vista fija en la distancia. Dejaron que las monturas siguiesen el camino más apropiado. Las voces desdeñosas aumentaron su clamor. Los uffts, se parecían terriblemente a los cerdos, asomaron de sus madrigueras prácticamente bajo las patas de los unicornios y gritaron enrabiados.
—¡Eso está bien! ¡Eso está bien! ¡Pisoteadnos! ¡Mostradnos al extranjero! ¡Pisoteadnos!
Los uffts parecían hervir en torno a la masa de unicornios. Desaparecían de la vista a medida que las patas de los animales se les acercaban y luego se asomaban de inmediato tras ellos, con gritos de rabia.
—¡Tiranos! ¡Opresores! ¡Extranjero, cuenta a la Galaxia lo que estás viendo! —luego otros gritos confusos—. ¡Adelante! ¡Aplastadnos! ¿Os da vergüenza dejar que el extranjero lo vea? ¿Es eso lo que queréis hacer?
Hubo un coro de voces ufft a poca distancia. Uno de estos seres, sentado rígido sobre los cuartos traseros, agitó una pata delantera para dar cadencia a los gritos corales, que decían:
—¡Hombres, iros a casa! ¡Hombres, iros a casa! ¡Hombres, iros a casa!
Harl miró a Link con aire infeliz.
—Jamás tuvieron modales, Link. Pero esto es peor de lo que yo viera antes. Quizá al ver esto piense usted mal de nosotros, siendo extranjero. Lo siento mucho, Link.
—Los humanos parecen muy poco populares —comentó Link—. Sin embargo, no les tienen miedo.
—No puedo permitirme el lujo de ser duro con ellos —admitió Harl—. Les necesito para que nos traigan el género verde. Ellos lo saben. Trabajan cuando se dan cuenta de que necesitan cerveza. Consiguen el bastante licor para una fiesta y entonces pronuncian discursos sobre lo raros que son y lo estúpidos que somos los humanos. Si tratase de hacerles actuar de manera respetuosa, irían a buscar su cerveza a otra hacienda y ya no tendríamos más género verde. Y ellos saben que yo lo sé. ¡Así que se muestran muy frescos y atrevidos!
—¡Sí! —gritó una voz casi debajo de ellos— ¡Humanos! ¡Los humanos tienen zarpas! ¡Los humanos tienen manos! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!
Los unicornios siguieron su marcha, sus flácidos cuernos del revés pendiendo y agitándose. Treparon por montones de tierra y piedras y bajaron a nivel del suelo entre las madrigueras y luego culminaron otros montículos. Su marcha era increíblemente desagradable. El clamor de los uffts se incrementó. El tumulto era lo bastante fuerte, pero la ciudad ufft se extendía durante largo trecho. Le pareció que a muchos kilómetros a derecha e izquierda se producían chillidos, uffts de piel rosada galopaban sobre sus rollizas patas para unirse a los insultos al grupo humano.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Humanos! ¡Hombres, iros a casa! ¡Esconded vuestras zarpas! —un grupito pequeño gritó a coro—: ¡Los uffts volverán a crecer! ¡Los uffts volverán a subir! —Sin embargo otro grupito gimió, rugió, casi con voces quejosas— ¡Abajo las haciendas! ¡Abajo los tiranos! ¡Abajo los humanos! ¡Arriba los uffts!
La cabalgata era el centro de un móvil rugido. Al principio había habido espacio libre entre las patas de los unicornios. Pero los uffts procedían de otras direcciones, gritando y maldiciendo. Enjambres de cuerpos rotundos aparecían por entre los montones de tierra excavada y piedras y se unían a otros enjambres y se agrupaban cuerpo con cuerpo cada vez más cerca de lo s hombres montados. Algunos eran incapaces de apartarse y se metían en las madrigueras para evitar ser pisoteados. Pero de inmediato asomaban detrás de los unicornios y gritaban insultos. Luego uno asomó directamente por debajo del unicornio y la pata almohadillada de la bestia le hizo rodar por los suelos, gruñendo, pero ileso y entonces el estrépito alcanzó el máximo.
—¡Sucios humanos! ¡Tiranos! ¡Ahora nos matáis!
—Sujétese fuerte en su silla, Link —aconsejó Harl con amargura—. Dentro de un minuto empezarán a morder las patas de los unicornios. ¡Serán el diablo! ¡Echarán a correr nuestras monturas y usted no querrá que le desmonten! ¡Y menos entre estos uffts!
Link tomó las riendas y estuvo atento a cualquier variación en la marcha. Era extranjero y en parte esta demostración se hacía en su honor. Conocía algo acerca de manifestaciones. Un detalle, por ejemplo: Siempre se veían atraídas de manera casi irresistible ante la perspectiva de nuevas audiencias. Pero hay otra y profunda debilidad en la psicología de las multitudes. Cuando se está alejado del comportamiento cuerdo, gusta que se le diga lo inteligente que es.
—¡Amigos míos! —bramó Link, con una voz estupenda y retórica—. Amigos míos, en mi nave conversé con dos representantes de vuestra culta y brillante raza, que me llenaron de un respeto cada vez creciente por vuestra reconocida intelectualidad.
Hubo un ligero disminuir del tumulto próximo. Algunos uffts habían oído las palabras agradables. Escucharon.
—Pero esta conversación no es necesaria —anunció Link con magnanimidad—, para informarme de vuestra brillantez. En mi planeta patrio el intelecto de los uffts de Sord Tres ya se ha convertido en un lugar común. Cuando un problema difícil se presenta, seguro que alguien dice: «¡Ah, si pudiéramos preguntárselo a los uffts de Sord Tres, ellos lo resolverían!
Los uffts más próximos definitivamente habían callado. Sisearon para que hiciesen lo mismo los que estaban detrás. Luego gritaron a Link que prosiguiera. Aún hubo voces sobre atropello y abuso, pero procedían de muy lejos.
—Así que vine aquí —anunció Link con tonos sonoros—, para llevar a cabo un propósito que, si se cumple, hará probable que el aniversario de mi llegada se celebre por toda la superficie de por lo menos un planeta. Amigos míos, os convoco para que deis cuenta de esto. ¡Os convoco para que la causa de este regocijo esté indudablemente ligada con la modificación del futuro en todas las actividades intelectuales! ¡Lo que comportará para vosotros una permanente orientación ufft en las racionalizaciones más abstrusas de los intelectuales de la galaxia! ¡Yo os convoco, amigos míos, para dar a los otros mundos el beneficio de vuestros cerebros!
Hizo una pausa. Comprendía que Harl escuchaba asombrado y sin entenderle. Podía ver por el rabillo del ojo que los otros hombres detenidos parecían intranquilos y divertidos, pero los uffts al alcance del oído vitorearon. Los que estaban lejos, para poder escuchar con claridad trataban de silenciar a los que tenían detrás. Vitorearon por hacer que la audiencia escuchara. Link hizo una reverencia ante los aplausos.
—Os traigo —bramó con un estupendo gesto—, os traigo un problema filosófico, que es también lógica y sofística, que las mentes más grandes de mi planeta patrio no han sido capaces de resolver. He venido a pedir a los uffts de Sord Tres que utilicen sus intelectos superlativos sobre esta abrumadora cuestión intelectual. ¡Tiene que haber una respuesta! Pero si la hay ha estado eludiendo a los cerebros más grandes de mi sistema patrio. Así que pido a los uffts de Sord Tres se conviertan en los pedagogos de mi mundo. ¡Sois nuestra única esperanza! ¡Pero yo no tengo una sola esperanza! ¡Yo tengo confianza! ¡Estoy seguro de que el intelecto ufftiano encontrará la respuesta que iniciará una nueva era en los procesos intelectuales!
Hizo otra pausa. Hubo más vítores. La mayor parte de las ovaciones venían de los uffts que aplaudían porque otros uffts estaban aplaudiendo.
—¡El problema —dijo Link de manera impresionante, y con un amplio volumen—, el problema es éste! Ya sabéis lo que son los patilludos. Ya sabéis lo que es afeitarse. Ya sabéis que un barbero es un hombre que afeita las patillas de otros hombres. Ahora, hay una hacienda en la que existe un barbero. Afeita a todo el mundo de la hacienda que no se afeita a sí mismo. No afeita a nadie que se afeite de por sí. El problema ineludible es: ¿Quién afeita al babero?
Se detuvo. Miró muy serio a todas las partes de su público.
—¿Quién afeita al barbero?-repitió dramáticamente—. ¡Considerad esto, amigos míos! ¡Discutidlo! ¡Ha abrumado a los filósofos lógicos de mi mundo natal! ¡Os lo he traído a vosotros en completa confianza de que, sin prisa y tras examinar cada aspecto de la situación, penetrareis en sus complejidades y encontrareis la única solución verdadera! ¡Cuando la hayáis encontrado regresaré a mi mundo patrio llevando el triunfante resultado de vuestros cerebros y un nuevo campo de investigación intelectual se abrirá para las mentes de todas las generaciones futuras!
Realizó un gesto de finalidad. Ahora sí que los vítores eran fuertes. Link era un desconocido. Había abrumado a los uffts y los que se hallaban cerca de él estaban encantados por este tributo y los que estaban más lejos le vitorearon porque lo hacían los que tenían delante, lo mismo que ocurría con los que quedaban atrás...
—Continuemos la marcha —dijo Link lacónico.
La cabalgada reanudó su progreso. Pero ahora habían grupos de uffts corriendo junto al unicornio de Link, vitoreándole de vez en cuando y comenzando a discutir entre ellos a grandes gritos sobre si el barbero se afeitaba a sí mismo o no lo hacía, y si lo hacía, ¿por qué? Y si no llevaba patillas él no tendría que afeitarse y por tanto tendría patillas...
Los angulosos y feos unicornios volvieron con su trote acamellado cruzando las restantes pilas de tierra en las madrigueras de la ciudad ufft. Tras ellos, el zumbido de una discusión comenzó a crecer. Los uffts, a millares, discutían vivamente el problema del barbero. El afeitaba a todo el mundo que no se afeitaba de por sí. El no afeitaba a nadie que se afeitase. Por tanto...
Harl cabalgó en algo parecido a un ceñudo estudio durante largo rato y después de que la metrópolis ufft quedó atrás. Luego dijo con pesadez:
—Uf... Link, ¿seguro que vino usted aquí a hacer a los ouffts esa pregunta?
—No —admitió Link—. Pero me pareció una buena idea efectuarla.
Harl meditó largo rato. Luego dijo:
—¿Para qué vino aquí, Link?
Le tocó a Link el turno de meditar. Repasando el asunto desapasionadamente, no encontraba ningún motivo claro. Una cosa le llevó a otra y aquí estaba. Pero un carácter serio como Harl quizá encontrase la verdad difícil de comprender. Así que Link dijo con un estupendo aire de pesar:
—Se lo diré, Harl. Había una chica llamada Imogene...
—¡A, ja, ja, ja! —se apresuró a decir Harl apenado—. Empezaba a preocuparme por usted, Link. Es mi invitado y todo eso, pero aquel tipo patilludo que maldice tanto y me insultó vino en la espacionave en su compañía. Y el discurso que hizo a los uffts... no lo entiendo, Link. No lo comprendo. Me parece usted un buen muchacho, pero soy un hacendado y tengo responsabilidades. Y empiezo a pensar que con los tiempos actuales, los uftts animándole como lo hicieron y con todas mis otras dificultades...
—¿Qué? —preguntó Link.
—Me sabe mal decirlo, Link —murmuró con tono excusativo—, no me parece una cosa muy viril, pero con honradez creo que sería mejor que lo colguemos a usted junto al tipo patilludo que quería enviar un mensaje al viejo Addison. No me gustaría hacerlo, Link, y espero que no lo tome como una prueba de falta de delicadeza, pero creo que será mejor colgarles a los dos para evitar jaleos.
Los seguidores de Harl se reagruparon, dejando a Link encerrado de manera que no tuviese posibilidades de escape.