CAPÍTULO 4
Llegaron al poblado que Harl señaló con el comentario de que era su hacienda. Entraron a caballo y había muchas mujeres y chicas a la vista. 1 iban complicadamente vestidas con ropas a la vez increíblemente brillantes y con grandes series de remiendos. Pero sólo había visibles unos cuantos hombres. No se veían perros, como es propio en toda pequeña zona de población humana, pero había uffts en las calles vagando enteramente a su antojo. Una vez la cabalgata se cruzó con dos de ellos, sentados en cuclillas, en la misma posición que lo hacen los cuadrúpedos, aparentemente sumidos en una satisfactoria conversación. Alcanzaron a una carreta cargada con una mezcla notable de hojas, semillas, raíces, hierba y toda clase de restos similares. Parecían como los desperdicios de un trabajo de agricultura, que se dirigían o bien para formar un montón de abonos compuestos, al pudrirse con el tiempo, o en busca de un lugar en donde desembarazarse de ellos. Pero había cuatro uffts tirando de la carreta, unidos a ella mediante un atalaje de cuero que sostenían con los dientes. Parecía, de algún modo, una especie de empresa personal de los uffts, que ellos mismos desempeñaban.
A poca distancia había carreta similar arrimada a una amplia puerta del mayor de los edificios del poblado. Esa carreta estaba vacía, pero un hombre con un sorprendente traje coloreado, aunque remendado, estaba colocando dentro botellas de plástico. El contenido parecía cerveza. Un ufft supervisaba la carga, contando en voz alta con voz sardónica como si ostentosamente manifestara que no sería fácil engañarle. Otros tres uffts aguardaban a queja tarea estuviera completa.
La cabalgada se detuvo delante de una gran entrada a este edificio mayor. Harl desmontó y dijo con tono tenso:
—Aquí vivo. No tengo más remedio que colgarle, Link, pero no es preciso encerrarle. Acompáñeme. Mis amigos estarán vigilando todas las puertas y ventanas. No podrá escapar, sin embargo, casi desearía que lo hiciese.
Los otros cuatro jinetes desmontaron. Evidentemente no se había manifestado ningún cambio en el estado de Link, desde el ser invitado bien acogido de alguien al que parecía luego lamentablemente necesario ahorcar, pero después de la decisión de Harl sus servidores había tomado medidas con indiferencia para impedir que escapase. Resultaba imposible efectuar una intentona ahora, ni tampoco era aquel el lugar más apropiado para ello.
Link se dejó caer al suelo. Durante toda su vida, hasta ahora, ansiaba lo nuevo y lo inesperado. Pero jamás se le ocurrió en toda su vida la perspectiva de terminar ahorcado. En cierto modo, sin comprenderlo, daba por asentado que jamás pasaría por tal trance. Nunca experimentó la necesidad de elaborar motivos sólidos contra el proyecto de ahorcarle. Pero Harl parecía hablar del todo en serio. Su aire de pena sobre la necesidad parecía sincero y Link asombrosamente creía que necesitaba unos cuantos buenos argumentos. Los necesitaba que fueran buenos y rápidos.
—Entre —dijo Harl con tristeza—. ¡Jamás tuve nada que tanto me molestase, Link! Ni siquiera sé qué es lo más adecuado y viril para resolver el asunto de su navío. Usted no me lo ha regalado y me recibió bien en su interior, así que quedaría deshonrado si me apoderase de él. ¡Pero es la mayor cantidad de hierro que ví jamás! Y las cosas indican una alarmante escasez de hierro, como de muchas otras mercancías. Tengo que meditar mucho.
Link le siguió, atravesando las enormes y amplias puertas. Parecía una entrada ceremonial. Dentro había un espléndido vestíbulo lleno de cortinajes que algún tiempo resultaron impresionantes. Eran una masa de bordado desde arriba abajo Y el efecto original debió haber sido de sincero esplendor. Pero ahora eran antiguos y lo mostraban. Al final del vestíbulo había una grandiosa silla con dosel, como un trono, instalada sobre un estrado. Parecía la silla de un presidente. Todo el efecto era de una grandeza como descolorida. El efecto actual está mucho más manifiesto por los paneles eléctricos que evidentemente no funcionaban y por los uffts tendidos y durmiendo cómodamente en el suelo.
—La mayor parte de mis siervos está fuera. —dijo Harl preocupado—. Un ufft vino ayer con un poco de hierro crudo y dijo que habían encontrado el mayor depósito que se hallara jamás. ¡Pero no se puede uno fiar de los uffts! Quería mil botellas de cerveza por enseñarnos dónde estaba y cinco botellas por cada carga que nos lleváramos. Así que envié la mayor parte de mis siervos a buscarlo por sí mismos. El ufft creería que era un truco muy inteligente para sacarme mil botellas de cerveza por nada y luego reírse de mí.
Uno de los uffts en apariencia dormidos bostezó con deliberación. No fue un gesto exactamente despreciativo, pero tampoco respetuoso.
Harl frunció el ceño. Dirigió la marcha pasando junto al sillón del trono y entró por una pequeña puerta que quedaba más allá. Aquí, bruscamente, se volvían a encontrar al aire libre. Y aquí, en un espacio cuadrado de quince metros de lado, había un jardín absolutamente sorprendente. Dejó a Link admirado porque le hizo darse cuenta de que ningún momento de su viaje desde el aterrizado Glamorgan hasta el pueblo había visto señal de tierra cultivada. Existía poquísima vegetación de cualquier índole. Retazos aislados de verde aparecían en trecho, quizá, pero nada más. No había campos cultivados, ni cosechas, ni agricultura de ninguna especie. Literalmente no se cultivaba comida alguna al exterior del pueblo para alimentar a sus habitantes. Pero aquí, en un espacio de menos de veinte metros en diagonal había un retazo de tres metros de trigo y otro de dos metros y medio de maíz y una fila de tubérculos que parecían patatas. Cada centímetro cuadrado estaba cultivado. Había filas de plantas todavía no identificables. Se veía una huerta, como un pañuelo, de lechugas, o cosa similar. Se trataba de un huertecito, muy productivo, pero a escala tan pequeña que apenas mejoraría la dieta de una sola familia reducida. En un rincón había un manzano mostrando unas cuantas frutas, pequeñas y probablemente agusanadas, en su ramas. Había otro árbol que no tenía aún edad para dar fruto, pero Link desconocía a qué especie pertenecía.
Y había una chica con una regadera, cuidadosamente rociando de agua una fila de vegetales.
—Thana —dijo Harl, turbado—. Te presento a Link Denham. Vino en, ese ruido que oímos hace un rato. Era una nave espacial. El patilludo también vino en ella. Voy a tener que colgar a Link con el otro... me sabe mal hacerlo, porque parece buen chico... pero pensé que hablases antes con él. Viniendo de tan lejos, quizá te dijese alguna de esas cosas que siempre ansías saber.
Volviéndose a Link añadió:
—Esta es mi hermana Thana. Dirige este huerto y no muchas haciendas comen tan bien como comemos en la mía. ¿Ve aquel manzano?
Link dijo:
—Muy bonito —y estudió con cuidado la chica. En esta época de sus asuntos no quería dejarse pasar por alto ninguna posibilidad. Hubiera sido bonita si hubiese tenido una expresión menos apenada. Pero no sonrió cuando clavó los ojos en él.
—Será mejor que hables con ese hombre de las patillas —dijo con seguridad a su hermano—. He tenido que hacerle enjaular.
—¿Por qué no te limitaste a poner a un tipo a vigilarle?-preguntó Harl—. Aun cuando un hombre vaya a ser colgado, resulta de mala educación no dejarle que viva cómodo.
La chica miró a Link. Estaba turbada. Se apartó un poquito. Harl se le acercó y ella le informó de algo en tonos bajos. Harl dijo, con aire de vejación:
—¡Cáscaras! ¡Jamás oí tal cosa! ¡Yo... jamás... oí tal cosa! Link, voy a pedirle que me haga un favor.
Link se encontraba en un estado de máxima confusión. Parecía previsto que estaba enfrentándose a una experiencia muy indeseable. La horca. Pero no se le ahorcaba como a un criminal. Harl, de hecho, parecía sentirse bastante arrepentido y deseaba a Link bien en todo excepto en continuar su existencia. Pero ahora regresó a Link, muy furioso.
—Voy a pedirle, Link —dijo indignado—, que vaya a ver a ese tipo de las patillas y le diga que mi paciencia tiene un límite. ¡Me insultó y eso puede pasar! Lo ahorcaré por el insulto y así terminará todo. ¡Pero dígale que se comporte bien hasta que le ahorquen! Lo que no aguanto es que intente enviar un mensaje a mi hermana... mi hermana, Link... ofreciendo pagarla por mandar aviso al viejo Addison, eso, repito, ¡no lo soporto! ¡Le van a ahorcar por haberme hecho a mí tal propuesta! ¿Qué más quiere?
Link abrió la boca para sugerir que quizás Thistlethwaite quería por eso enviar aviso al viejo Addison. Pero no le pareció prudente.
—Véale —continuó Harl en su arrebato de ira—. Si fuese yo, probablemente le haría ahorcar en seguida y todos mis servidores que no lo verían opinarían que me mostré poco viril al no aguardar. Así que, ¿querrá hablar con él?
Link tragó saliva. Luego preguntó.
—¿Cómo lo encontraré?
—Siga adelante —dijo Harl señalando—, y pida a un ufft que le acompañe. Hay algunos uffts por aquí. Pídaselo a cualquiera de ellos.
Volvió con su hermana. Link se encaminó hacia la puerta indicada. Oyó a Harl, a su espalda, decir furioso:
—¡Cáscaras, si no se porta bien...! ¡La horca es demasiado buena para él!
Pero entonces Link cruzó la puerta y ya no oyó más. Los uffts en su propio poblado se mostraban despreciativos hacia Harl. Pero correteaban por su casa y dormían en su suelo y el señor indudablemente lo toleraba. Se encontró en un pasillo con puertas a ambos lados y otra extraordinariamente maciza al extremo. Se le ocurrió que se hallaba en el mismo caso que Thistlethwaite, aunque Thistlethwaite había intentado enviar un mensaje mientras que él únicamente dirigió un discurso a los uffts. Buscó a tientas algo que diese sentido a la situación.
Un ufft dormía tranquilamente en el pasillo. Era como un cerdito pequeño. Parecía como si pesase unos treinta kilos, con la piel rosada bajo un pelo corto que le cubría por completo. Link agitó a la criatura con el pie. El ufft se despertó con un grito convulsivo y un asustado batir de cascos.
—¿Dónde está la cárcel?-preguntó Link. Acababa de darse cuenta de que no podía hacer planes para sí mismo, a solas, puesto que Thistlethwaite estaba en el mismo apuro. Eso dificultaba todavía más las cosas.
El ufft preguntó malhumorado:
—¿Qué es una cárcel?
—En este caso la habitación en donde está encerrado el hombre que hay que colgar —dijo Link—. ¿Dónde se encuentra?
—No hay ninguna —dijo el ufft más malhumorado que antes—. Y no está encerrado en ninguna habitación. Sino en una jaula.
—¿Entonces, dónde está la jaula?
—A su alrededor —contestó el ufft, con aire de extrema malicia—. Sólo porque vosotros, los humanos tengáis zarpas no os da derecho a despertar a la gente cuando descansa.
—¡Tú! —saltó Link—. ¿Dónde está esa jaula? El ufft retrocedió asustado.
—¡No lo hagas! —protestó nervioso—. ¡No me amenaces! ¡No me pongas furioso!
Comenzó a retroceder todavía más. Link se le aproximó.
—¡Entonces dime lo que quiero saber!
El ufft hizo acopio de valor. Dio un salto. A alguna distancia se detuvo en la ramificación del pasillo para quedarse mirando a Link con fijeza en la misma extrema intranquilidad.
—Se encuentra en la bodega —dijo el ufft—. ¡Allá abajo!
Señaló con uno de sus cascos delanteros.
—Gracias —repuso link con ironía.
El ufft protestó plañidero:
—Está muy bien para vosotros decir «gracias» después de asustar a una persona.
Link avanzó hacia adelante y el uftt huyó. Pero los propósitos de Link no eran ofensivos. Simplemente seguía instrucciones. Avanzó decidido pasillo abajo. Estaba alfombrado. Pero la alfombra se veía gastada y rota, aunque antaño tuvo que ser lujosa. Notó que el oricido de paredes y techo también mostraba huellas de uso excesivo, sin renovación.
Llegó a una esquina de la pared del pasillo. Un tramo de escaleras descendía a la bodega. Las bajó. Oyó voces. Una de ellas tenía la cualidad del habla de un ufft.
—Ahora podemos hacerlo. La tarifa será cinco mil cervezas.
Thistlethwaite le contestaba enrabiado.
—¡Ultrajante! ¡Latrocinio! ¡Mil botellas!
—El negocio es el negocio —decía la otra voz—. Cuatro. ¡Después de todo, tú eres humano!
Los pies de Link hicieron ruido al arrastrarse por el suelo. Hubo un corretear instantáneo y unos susurros en voz baja, acompañados de un murmullo de alarma. Link fue hacia el sonido y llegó al lugar en donde una mecha ardía en medio de un plato de aceite. La luz lanzaba sombras sobre una gran jaula de madera, hecha con troncos gruesos atados con cuerda. Dentro de la jaula, Thistlethwaite miraba fulminante hacia la causa de la interrupción.
Más allá de la jaula había una gran pila de receptores de visión, todos en apariencia nuevos y cada uno polvoriento. La combinación de reflectores de visión desusados y un candil de aceite para iluminarse, resultaba asombrosa. La luz era primitiva y humeante. Las pantallas de visión no. Pero la luz funcionaba y los televisores no. Evidentemente. Había paneles eléctricos. Pero no funcionarían tampoco, porque de funcionar no existiría la lámpara de aceite. Thistlethwaite todavía no había visto a Link.
—Será mejor que se lo digas a tu jefe —chirrió Thistlethwaite al sonido que producía Link, sin darse cuenta de que estaba allí su compañero—. Dile que si alguna vez espera algún negocio con el viejo Addison será mejor me suelte, me devuelva las ropas y...
Se interrumpió. Ahora podían verse Link y él. Thistlethwaite estaba desnudo, furioso y enjaulado. Un espectáculo para Link realzado por los bramidos de furia que salían a través de gruesos barrotes de madera.
—¡Tú! —rugió—. ¿Qué haces aquí? ¡Te dije que conservases el navío! ¡Hazlo de inmediato! ¿Quieres que el navío sea reclamado como desperdicio, como una nave abandonada sin representante de su propietario a bordo, verdad? ¡Vete allá! ¡Enciérrate dentro! ¡Estate a bordo hasta que terminen mis tratos comerciales y vaya a decirte lo que tienes que hacer después!
—Ya hay persona al mando, encargada de cuidar la nave —dijo con suavidad Link—. Uno de los del séquito de Harl actúa como vigilante. En mi nombre. Han habido acontecimientos desde entonces, pero eso hay tan sólo referente a la nave. Te traigo un mensaje de Harl.
Thistlethwaite soltó un torrente de insultos, la más ofensiva de las combinaciones.
—Parece ser —dijo Link—, que ofrecer pagar a un hacendado, para él es un insulto máximo, un crimen mayor. Por eso te van a ahorcar. Ofreciste pagar también a la hermana del hacendado por algo, lo que es un crimen aún peor. Parece ser que hacer negocio, excepto con los uffts, se considera una deshonra. Ignoro cómo funciona ese sistema de honor, pero así van las cosas. Si tú te excusases, me parece que habría posibilidad.
Thistlethwaite, gritó furioso.
—¿Cómo se puede hacer negocio sin negociar? Ve a decirle que...
—Me gustaría sacarte de aquí —continuó Link con suavidad—. Se supone que a mí también me tienen que ahorcar. Pero si consigo tu perdón, quizá consiga uno también para mí mismo, como cómplice no criminal. Así que...
Oyó débiles sonidos. Dijo:
—Si tú tienes un medio mejor de salir y librarte de la horca que excusarte, lo aceptaré. Tengo una idea de que hay personas con mayor amplitud de visión que... hmm... que los humanos de Sord tres. Me refiero a esa raza brillante e intelectual, los uffts. Con su cooperación...
Definitivamente oyó débiles sonidos. Había habido voces antes de que llegase a la jaula de Thistlethwaite. Aguardó esperanzado.
—¡Fíjate bien! —saltó Thistlethwaite—. ¡Yo soy el socio mayor de este negocio! ¡Firmaste un contrato dejándome a mí todas las decisiones y dedicándote sólo a la astrogación! ¡Me dejaste a mí esta clase de negocios! ¡Yo me encargaré de ellos!
Hubo un ligero rascar. Un ufft salió de detrás de la pila de televisores. Otros uffts aparecieron procedentes de otros lugares. El primero dijo:
—Dijiste que te van a colgar. ¿Te interesaría un trato con nosotros? Podemos lograr toda clase de fugas, huelgas, sabotajes, espionaje y labor inteligente y nos especializamos en demostraciones políticas —el ufft se fue entusiasmando a medida que hablaba—. ¿Qué os parece una manifestación contra colgar a los visitantes de otros mundos? ¡Turbas gritando por las calles! ¡Manifestantes rodeando la casa del hacendado! ¡Frases cantadas! ¡Jóvenes desfilando! ¡Y una demostración en el jardín y unos cuantos hombres atrevidos que descabalguen unicornios! Podemos...
—¿Puedes garantizar resultados?-preguntó Link con educación.
—¡Se conocerá en todo el planeta! —explicó el ufft—. ¡La opinión pública se movilizará! ¡Habrá probablemente demostraciones de simpatía en otras haciendas! ¡Habrán reuniones, indignaciones! ¡Habrá peticiones! ¡Habrá...!
—¿Pero cuál, exactamente cuál va a ser el resultado físico verdadero?-preguntó Link con tanta educación como antes—. ¿Pondrán en libertad a Thistlethwaite? Y se supone que a mí también me van a ahorcar. ¿Se me perdonará? ¿Qué hará actualmente Harl en respuesta a todas esas demostraciones?
—Su nombre pasará a la historia entre los más despreciables tiranos que trataron de mantener a los uffts en la esclavitud.
—Pero no a la historia de los humanos —objetó Link—. ¡No en las historias escritas por los hombres! ¡En realidad, Harl continuará con sus modales plácidos y ahorcará a Thistlethwaite y me ahorcará a mí! Y, me sabe mal decirlo, pero nuestros fantasmas no le producirán ni la mínima incomodidad, así como tampoco nuestros espíritus se conservarán bien con las posibles reacciones y manifestaciones que se produzcan tras nuestra muerte.
El ufft no respondió.
—Tengo una idea —dijo Link—. Cada cual tiene su debilidad. Vosotros tenéis la vuestra, Harl la suya, yo la mía. Harl es un apasionado por la buena educación. Arregla las cosas para que se muestre mal educado si no nos perdona a ambos y lo haga de buena gana. Si Thistlethwaite se excusa con bastante convicción, alegando ignorancia de las costumbres locales...
Thistlethwaite protestó con amargura.
—¿Excusarme por haber efectuado una proposición comercial? ¿Una estupenda transacción comercial? Ofrecí pagarle liberal...
—Ahí está el detalle —dijo Link—. ¡Exactamente eso!
—Turbas en las calles, gritando para avergonzarles —dijo el primer ufft entusiasmado—. Grupos en torno a esta casa, cantando frases escogidas. Uffts tumbados en las calles, jóvenes atrevidos que se dejan pisotear...
—No —dijo Link con paciencia—. Thistlethwaite se excusa. No conocía las costumbres locales. Pide a Harl que le perdone y le permita hacerle el regalo de las ropas y del rifle que Harl ya ha tomado. ¡No será muy caro! Luego pide a Harl que le instruya en la etiqueta local para que la pueda observar en los futuros contactos con Harl, de quien espera que sea su guía, mentor, amigo y su compañero íntimo cuando se haya hecho digno de la amistad de Harl...
—¡No lo haré! —bramó Thistlethwaite ferozmente—. ¡No lo haré! ¡Voy a llevar esto de manera comercial! ¡Eso que tú propones no es nada comercial!
—Tiene sentido común —observó Link.
—¡Quedas despedido! —bramó Thistlethwaite—. ¡Despedido! ¡Ya no eres mi socio! ¡Tu contrato conmigo dice que puedo despedirte cuando se me antoje! ¡Quedas despedido! ¡Llevaré esto a mi manera!
Link le miró muy serio, pero el hombrecillo le devolvió una mirada incendiaria. Link se encogió de hombros y se alejó. Regresó al jardín, en donde Harl paseaba arriba y abajo y abajo y arriba, y donde su hermana de nuevo regaba una fila de insignificantes plantas.
—Thistlethwaite —dijo Link, mintiendo como un bellaco—, tuvo una infancia desgraciada, rodeada prácticamente por personas con los modales, la moral y muchas de las costumbres de los uffts. Eso retorció su personalidad. Siempre se da cuenta tarde de que debía excusarse, ahora le pasa lo mismo; comprende que debería excusarse por haberte insultado. Pero está avergonzado. Está convencido de que se le debe castigar. También siente que tendría que efectuar una reparación. En este momento está luchando entre un deseo de muerte y un complejo de inferioridad. No te insultará más a menos que el forcejeo vaya por el camino equívoco.
Harl frunció el ceño.
—Pero hay una posibilidad razonable —añadió Link—, de que acabe haciendo de la espacionave y de su carga su regalo de huésped hacia ti. Esto te sacaría de un dilema desagradable. Serías muy educado aceptándolo. Tendrías la nave y tu educación al recibirla quedaría por encima de todo reproche.
Harl dijo receloso:
—¿Cuánto tiempo va a necesitar para tomar esa decisión?
—¿Cuándo tienes intención de colgarnos?-preguntó a su vez Link.
—Después de que mis siervos vuelvan —dijo Harl—. Quizá tarden un ratito. Me imaginé que lo bonito sería un ahorcamiento a la luz de las antorchas. Constituiría un espectáculo interesantísimo, llamas, etc. y a su luz, los ahorcamientos. ¡Mis siervos hablarían del hecho durante muchos años!
—Pues tómatelo con calma —aconsejó Link—. No apresures las cosas. El recobrará la razón antes de que nadie esté tan dormido como para apreciar su ajusticiamiento.
Esperaba tener razón. Era preciso. Pero Harl continuó sus paseos arriba y abajo.
—Yo no quisiera hacer nada mal educado —gruñó—. Está bien. Le daré un plazo hasta el momento de ahorcarle —pareció reanimarse—. Thana, prepara el material para la cena y hazlo duplicar mientras formulas preguntas a Link sobre las cosas que quieres saber.
La chica arrancó media docena de lechugas. Un puñado de guisantes. Examinó las manzanas del árbol y tomó una. Era pequeña y descolorida. Link vio el agujero de un gusano, cerca del tallo. La joven entregó los vegetales a su hermano. Luego dijo a Link:
—Se lo enseñaré.
La siguió. Entró en el edificio y se hallaron en el gran vestíbulo con el sillón doselado. Ella siguió la marcha cruzando el salón y entró en una habitación más pequeña. Estaba cubierta de estanterías y en ellas se veían todos los objetos que una hacienda puede desear o requerir como suministro a sus servidores. Habían estantes con herramientas, pero sólo una de cada. Había estantes con tela. La mayor parte resultaba increíblemente bella en sus bordados, pero amarilleaba por la edad. Habían cuchillos de varias formas y tamaños, platos y cristalería, pequeñas herramientas y sandalias, bolsas, pañuelos del cuello; aunque estas categorías se encontraban en lamentable condición. En general, allí había cada artefacto de una cultura que fabricó televisores y ahora utilizaba candiles de aceite para la iluminación.
Link de pronto supo que en cierto sentido aquello era la tesorería de la hacienda. Pero sólo había un objeto de cada clase en exhibición.
Thana abrió un cajón y mostró a Link una colección diferente de rocas y piedras de todas las variedades imaginables. Escrutó la expresión de él y dijo:
—Cuando se hace potaje, se coloca dentro carne y harina y las verduras que se tenga. Eso es verdad, ¿no?
—Eso supongo —asintió Link. Volvía a estar turbado por lo que le rodeaba y, de todos los inicios posibles de conversación, el asunto que ella mencionase era el más insólito.
—Pero —dijo Thana incómoda—, no tiene gusto a menos que se le eche sal y hierbas. Eso también es cierto, ¿no?
—Seguro que sí —dijo Link—. Pero...
—Aquí hay un cuchillo —estaba en el cajón, con las piedras. Ella se lo entregó. Era un vulgar cuchillo corriente; buen acero, de una forma más o menos antigua, con el mango redondeado. Probablemente tuvo con anterioridad un mango de hueso o de plástico que por algún accidente quedó destruido, así que alguien se tomó la molestia de proporcionarle uno nuevo de madera. Extendió ella la mano a una estantería y cogió otro cuchillo. Se lo entregó también a Link.
Miró la pareja de herramientas, al principio turbado y luego incrédulo. Eran idénticas. Eran puramente idénticas. Eran tan idénticas como Link jamás viera antes que dos objetos lo fuesen. Había una arañazo en el mango de cada cual de las piezas. Los arañazos resultaban idénticos. Había un tornillo parcialmente roto en uno y el mismo tornillo que seguía parcialmente roto precisamente en el lugar mismo correspondiente al segundo cuchillo. El parecido era microscópicamente exacto. Link se acercó hasta una ventana para examinarlos de nuevo y el grano y la fibra de los mangos de madera ofrecía «los mismos dibujos, la misma secuencia de anillos y había una mella en una de las hojas y un duplicado preciso de aquella mella en la otra. Quizá fue la madera lo que más sorprendía a Link. Jamás hay dos pedazos de madera que sean exactamente iguales. No puede ocurrir. Pero aquí lo tenía.
—Este cuchillo es el duplicado de aquel —dijo Thana—. Este es el duplicado. Aquel otro no. El que no es duplicado resulta mejor. Está más afilado y permanece así más tiempo. Su borde no se dobla. Yo... —dudó un momento—. He estado preguntándome si no hay nada mejor que un guisado. Quizá el cuchillo que no es duplicado tiene en él algo como sal, cosa que ha perdido el duplicado. Quizá no le dimos todo lo que necesita, como en caso de la sal. ¿Podría ser eso?
Link la miró boquiabierto. Ella ahora no parecía turbada. Parecía suplicante y ansiosa y... cuando la chica no estaba apenada resultaba una muchacha muy bonita. Advirtió eso incluso en este momento de asombro. Porque comenzó a hacer la frenética deducción de lo que podía explicar la existencia de la sociedad humana en Sord Tres.
Su experiencia limitada era abrumadora. Desde el momento en que se sentó en la escotilla de salida del Glamorgan y charló con un invisible interlocutor, hasta el instante en que Harl se tomó la molestia de decirle que tenía que colgarle porque había hecho un discurso sobre un barbero, cada acontecimiento debió confundirlo. Le parecía ver que la moneda corriente era la cerveza. Le parecía advertir que un jardín pequeñísimo, un huerto, suministraba alimentos para todo un pueblo, aunque sus plantas semejaban vulgares. Ahora mismo, conturbado contemplando o repasando toda la experiencia, recordó que no había carretera que condujese al pueblo. No había camino. Eso no era extraño. Encajaba en todo el sistema evidente que tenía ante los ojos.
—¡Aguarde un momento! —dijo Link, asombrado, aún incrédulo—. Cuando es algo duplicado... ¡le proporcionan una muestra del material que hay que hacer para que... los aparatos dupliquen esa muestra!
—Pues claro —dijo Thana. Arrugó un poco la frente mientras le miraba la cara—. Yo creo que el motivo de que algunas cosas duplicadas no son tan buenas como las originales es que nos dejamos algo fuera del material que damos al duplicador para duplicar las cosas no duplicadas.
La expresión de él no tenía nada de satisfecha.
—Claro que si la muestra es pobre, la cosa duplicada será también de pobre calidad; por eso nuestra ropa es tan débil. Las muestras son todas viejas y quebradizas y débiles. Así que el paño duplicado es quebradizo y débil también. Pero... preguntó incrédula—, ¿no tienen duplicadores en su país, en su mundo natal?
Link tragó saliva. Si lo que Thana decía era cierto... si era verdad... un enorme número de cosas encajaba, incluyendo la convicción desdeñosa de Thistlethwaite de que la riqueza en carintios era basura comparada con la riqueza que se podía tener con un viaje comercial a Sord Tres. Si lo que Thana decía era cierto, eso también resultaba verdad. Pero había otras consecuencias. Si los duplicadores se exportaban de Sord Tres, la civilización de la galaxia podría desplomarse. No había comercio, ni negocios en Sord Tres. ¡Naturalmente! ¿Para qué iba a molestarse nadie en fabricar, en cultivar algo a partir de materias primas si se podía suministrar y existía una muestra exactamente reproducible? ¿Quién apreciaba las riquezas, las manufacturas, las cosechas... la civilización en sí? ¿Qué valía todo eso?
Pues bien, el precio era la educación. Si alguien admiraba algo que tú poseías, se lo regalabas, o lo duplicabas, produciendo una réplica y le dabas el original. Eso no importaba. ¡Sería lo mismo! Pero el resto de la galaxia no encontraría fácil practicar la buena educación, después de centenares de millares de años de costumbres crudas y poco delicadas.
—¿No tiene duplicadores allá de donde usted viene?-repitió Thana. Estaba asombrada ante la simple idea que se le acababa de ocurrir.
—N-no —contestó Link, la garganta seca—. N-no, no los tenemos.
—¡Pobres criaturas! —exclamó Thana conmiserativa—. ¿Y cómo viven ustedes?
Por primera vez en su vida, Link estaba aterrorizado. Dijo lo primero que se le ocurrió.
—No lo hacemos —respondió con voz espesa—. Por lo menos, no viviremos mucho después de que consigamos los duplicadores.