Naturalmente, sólo estoy familiarizado con los fenómenos del amor a través de lecturas superficiales.

Carta del 27 de septiembre de 1919 a Reinhardt Kleiner

En la biografía de Lovecraft hay muy pocos acontecimientos. «Nunca ocurre nada» es uno de los temas principales de sus cartas. Pero puede decirse que su vida, ya reducida a tan poca cosa, habría estado totalmente vacía si Sonia Haft Greene no se hubiera cruzado en su camino.

Como él, ella pertenecía al movimiento del «periodismo aficionado». Muy activo en Estados Unidos en torno a 1920, este movimiento proporcionó a muchos escritores aislados, fuera de los circuitos de la edición, la satisfacción de ver su producción impresa, distribuida y leída. Ésta será la única actividad social de Lovecraft; gracias a ella conocerá a todos sus amigos, y también a su esposa.

Cuando se conocen, ella tiene treinta y ocho años, es decir, siete más que él. Divorciada, tiene una hija de dieciséis años de su primer marido. Vive en Nueva York y se gana la vida como dependienta en una tienda de ropa.

Al parecer, ella se enamora de él de inmediato. Por su parte, Lovecraft guarda una actitud reservada. A decir verdad, no sabe absolutamente nada de mujeres. Es ella quien tiene que dar el primer paso, e incluso los siguientes. Lo invita a cenar, va a visitarlo a Providence. Finalmente, en una pequeña villa de Rhode Island llamada Magnolia, toma la iniciativa y lo besa. Lovecraft se sonroja, luego palidece. Como Sonia se burla cariñosamente de él, tiene que explicarle que es la primera vez que lo besan desde su más tierna infancia.

Esto sucede en 1922, y Lovecraft tiene treinta y dos años. Sonia y él se casan dos años más tarde. Con el paso de los meses, él parece deshelarse poco a poco. Sonia Greene es una mujer extraordinariamente cariñosa y encantadora; y además muy hermosa, según la opinión general. Y lo inconcebible termina ocurriendo: el viejo gentleman se enamora.

Más adelante, tras el fracaso del matrimonio, Sonia destruirá todas las cartas de Lovecraft; sólo queda una, extraña y patética por la voluntad de comprender el amor humano por parte de alguien que se siente, en todos los aspectos, tan alejado de la humanidad. Reproduzco algunos breves párrafos:

Querida señora Greene:

El amor recíproco de un hombre y una mujer es una experiencia de la imaginación que consiste en atribuir a su objeto cierta relación singular con la vida estética y emocional de quien lo experimenta, y depende de condiciones particulares que ese objeto ha de cumplir. […]

La adaptación y un perfecto entendimiento llegan tras largos años de amor alimentado lentamente; los recuerdos, los sueños, los delicados estímulos estéticos y las impresiones cotidianas de una belleza de ensueño se convierten en modificaciones permanentes gracias a la influencia que cada uno ejerce sobre el otro. […]

Hay una considerable diferencia entre los sentimientos de la juventud y los de la madurez. Hacia los cuarenta años, o tal vez los cincuenta, empieza a operarse un cambio completo; el amor alcanza una profundidad tranquila y serena fundada en una afectuosa asociación, junto a la cual el entusiasmo erótico de la juventud cobra un cierto aspecto de mediocridad y envilecimiento.

La juventud conlleva estímulos erógenos e imaginarios vinculados a los fenómenos táctiles de los cuerpos esbeltos en actitudes virginales y a la memoria visual de las formas estéticas clásicas, que simbolizan una especie de frescor y de inmadurez primaveral muy hermosas, pero que nada tienen que ver con el amor conyugal.

Estas consideraciones no son erróneas en teoría; simplemente, parecen fuera de lugar. Digamos que, como carta de amor, el conjunto es bastante poco corriente. Sea como fuere, ese manifiesto antierotismo no detendrá a Sonia. Ella se siente capaz de acabar con las reticencias de su extraño enamorado. En las relaciones entre los seres hay elementos totalmente incomprensibles; una evidencia que este caso ilustra a la perfección. Sonia parece haber comprendido muy bien a Lovecraft: su frigidez, su inhibición, su rechazo y su repugnancia por la vida. En cuanto a él, que se considera viejo a los treinta años, nos sorprende por haber pensado siquiera en unirse a esa criatura dinámica, fértil, llena de vida. Judía divorciada, para colmo; lo cual, para un antisemita conservador como él, tendría que haber sido un obstáculo insuperable.

Algunos han sugerido que Lovecraft esperaba que su esposa lo mantuviera; no es inverosímil, aunque los acontecimientos que siguieron iban a desmentir cruelmente esa perspectiva. Como escritor, pudo ceder también a la tentación de «adquirir nuevas experiencias» en lo tocante a la sexualidad y al matrimonio. Y, finalmente, hay que recordar que fue Sonia quien tomó la iniciativa, y que Lovecraft nunca fue capaz de decir que no a nada. Pero la explicación más inverosímil sigue pareciendo la mejor: que Lovecraft, en cierto modo, se enamoró de Sonia, como Sonia se había enamorado de él. Y estos dos seres tan dispares, pero que se amaban, fueron unidos por los vínculos del matrimonio el 3 de marzo de 1924.