Trazarán el esquema de un delirio integral

De los ángulos interiores de la cabeza en forma de estrella marina surgen cinco tubos rojizos rematados por tumescencias del mismo color que, al ser presionadas, se abren en orificios en forma de campana, provistos de salientes blancos semejantes a dientes afilados: probablemente bocas. Todos estos tubos, pestañas y puntas de la cabeza estaban replegados cuando encontramos los especímenes. A pesar de la naturaleza coriácea del tejido, su flexibilidad es sorprendente.

En la parte inferior del torso, torpe contrapartida de la cabeza y sus apéndices, vemos una especie de cuello bulboso carente de oídos, pero dotado de una forma verdosa de cinco puntas.

Brazos musculosos y duros, de cuatro pies de longitud: siete pulgadas de diámetro en la base, dos pulgadas en el extremo. Cada punta termina en una membrana triangular de ocho pulgadas de longitud y seis pies de anchura. Es esta especie de aleta lo que dejó vestigios en una roca de unos mil millones de años de antigüedad.

De los ángulos interiores de la forma verdosa de cinco puntas salen tubos rojizos de dos pies de longitud, que en la base miden tres pulgadas de diámetro y en el extremo, una. Acaban en un pequeño orificio. Todas estas partes son duras como el cuero pero muy flexibles. Sin duda, los brazos provistos de aletas se utilizaban para el desplazamiento en tierra o en el agua. En la parte inferior del torso hay diferentes apéndices replegados, exactamente como los de la cabeza.

La descripción de los Antiguos de En las montañas de la locura, obra a la que pertenece este pasaje, se ha convertido en un clásico. Si hay un tono que nadie esperaba encontrar en el relato fantástico es el de un informe de disección. Dejando aparte a Lautréamont, que copió páginas de una enciclopedia de la conducta animal, no está muy claro qué predecesor podríamos atribuir a Lovecraft. Y, desde luego, éste nunca había oído hablar de los Cantos de Maldoror. Parece haber llegado por su cuenta y riesgo a este descubrimiento: la utilización del vocabulario científico puede constituir un extraordinario estimulante de la imaginación poética. El contenido propio de las enciclopedias —preciso, elaborado en detalles y rico en antecedentes teóricos— puede producir un efecto delirante y extático.

En las montañas de la locura es uno de los ejemplos más bellos de esta exactitud onírica. Se citan todos los nombres de lugares, se multiplican las indicaciones topográficas; cada decorado del drama está situado con precisión gracias a su latitud y su longitud. Podríamos seguir perfectamente las peregrinaciones de los personajes en un mapa a gran escala del Antártico.

Los héroes de este largo relato son un equipo de científicos, lo cual permite una interesante variación de puntos de vista; las descripciones de Lake están relacionadas con la fisiología animal, las de Peabody con la geología… HPL se llega a permitir el lujo de incluir en el equipo a un estudiante apasionado por la literatura fantástica, que cita regularmente pasajes de Arthur Gordon Pym. Lovecraft ya no teme medirse con Poe. En 1923, todavía calificaba sus producciones de «horrores góticos» y se declaraba fiel al «estilo de los viejos maestros, especialmente Edgar Poe». Pero ya ha superado esa etapa. Al introducir a la fuerza en el relato fantástico el vocabulario y los conceptos de las ramas del conocimiento humano que más ajenas le resultan, acaba de hacer estallar el marco. Y sus primeras publicaciones en Francia aparecen, por si acaso, en una colección de ciencia ficción. Una manera de declararlo inclasificable.

El vocabulario clínico de la fisiología animal y la nomenclatura, más misteriosa aún, de la paleontología (los estratos pseudoarqueanos del Cretáceo superior…) no son los únicos lenguajes que Lovecraft incluirá en su universo. Pronto se dará cuenta del interés de la terminología lingüística. «El individuo, de facies curtida y rasgos que recuerdan vagamente a los reptiles, se expresaba mediante elisiones fricativas y rápidas sucesiones de consonantes que evocaban oscuramente algunos dialectos protoakkadianos».

La arqueología y el folklore también forman parte del proyecto desde el principio. «¡Tenemos que revisar todo lo que sabemos, Wilmarth! ¡Estos frescos preceden en siete mil años a las necrópolis sumerias más antiguas!». Y HPL nunca falla el tiro cuando introduce en el relato una alusión a «ciertas costumbres rituales particularmente repugnantes de los indígenas de Carolina del Norte». Pero lo más sorprendente es que no se conforma con las ciencias humanas; se atreve también con las ciencias «duras», las más teóricas, las más alejadas —a priori— del universo literario.

La sombra sobre Innsmouth, probablemente el relato más aterrador de Lovecraft, se basa de principio a fin en la idea de una degeneración genética «horrorosa y casi innombrable». Primero afecta a la voz y al modo de pronunciar las vocales, y después se extiende a la forma general del cuerpo, la anatomía de los sistemas respiratorio y circulatorio… El gusto por el detalle y el sentido de la progresión dramática convierten la lectura en una dura prueba. Debemos observar que la genética no sólo se utiliza por la fuerza evocativa de sus términos, sino también como armazón teórico del relato.

En la fase siguiente, HPL se sumerge sin vacilación en los recursos entonces inexplorados de las matemáticas y las ciencias físicas. Fue el primero en presentir la fuerza poética de la topología; en estremecerse con los trabajos de Gódel sobre la cualidad incompleta de los sistemas lógicos formales. Sin duda eran necesarias extrañas construcciones axiomáticas, con implicaciones vagamente repelentes, para permitir el surgimiento de las tenebrosas entidades en torno a las cuales se articula el ciclo de Cthulhu.

«Un hombre con ojos de oriental declaró que el tiempo y el espacio eran relativos». Esta extravagante síntesis de los trabajos de Einstein, extraída de Hipnos (1922), no es más que un tímido preámbulo al desencadenamiento teórico y conceptual que tendrá su apogeo diez años más tarde en Los sueños de la casa de la bruja, que intenta explicar las abyectas circunstancias que permiten a una anciana del siglo XVII «adquirir conocimientos matemáticos que trascienden los trabajos de Planck, Heisenberg, Einstein y Sitter». Los ángulos de su morada, donde vive el desventurado Walter Gilman, muestran desconcertantes peculiaridades que sólo pueden explicarse en el marco de una geometría no euclidiana. Poseído por la fiebre del conocimiento, Gilman desdeña todas las materias que le enseñan en la universidad salvo las matemáticas, donde demostrará un auténtico talento para resolver ecuaciones de Riemann que dejará estupefacto al profesor Upham. Éste «aprecia sobre todo su demostración de los estrechos vínculos entre las matemáticas trascendentales y ciertas ciencias mágicas de una antigüedad casi inconcebible, que dan fe de un conocimiento del cosmos muy superior al nuestro». Lovecraft añade al párrafo las ecuaciones de la mecánica cuántica (que acababa de ser descubierta), y de inmediato las califica de «impías y paradójicas». Walter Gilman morirá con el corazón devorado por una rata que procede, según sugiere claramente el autor, de regiones del cosmos «completamente ajenas a nuestro continuo espacio-temporal».

Así pues, en sus últimos relatos, Lovecraft utiliza los recursos multiformes de la descripción de un saber total. El oscuro recuerdo de ciertos ritos de fecundación en una degenerada tribu tibetana, las desconcertantes particularidades algebraicas de los espacios prehilbertianos, el análisis de la desviación genética en una población de lagartos semiamorfos de Chile, los obscenos conjuros de una obra de demonología compilada por un monje franciscano medio loco, el comportamiento impredecible de un grupo de neutrinos sometidos a un campo magnético de intensidad creciente, las espantosas esculturas, jamás expuestas al público, de un inglés decadente… todo puede servir para evocar un universo multidimensional en el que los ámbitos más heterogéneos del saber confluyen y se entremezclan para crear ese estado de trance poético que acompaña a la revelación de las verdades prohibidas.

Las ciencias, en su titánico esfuerzo de descripción objetiva de lo real, le proporcionarán esa herramienta de reducción visionaria que necesita. HPL aspira a un terror objetivo. Un terror liberado de cualquier connotación psicológica o humana. Quiere, según sus propias palabras, crear una mitología que «todavía tuviera sentido para las inteligencias compuestas de gases de las nebulosas en espiral».

Del mismo modo que Kant desea establecer los fundamentos de una moral válida «no sólo para el hombre, sino para toda criatura racional», Lovecraft desea crear un universo fantástico capaz de aterrorizar a cualquier criatura dotada de razón. Por otra parte, los dos hombres tienen otros puntos en común; además de su delgadez y su afición a los dulces, podemos señalar la sospecha que pesaba sobre ambos de no ser del todo humanos. Sea como fuere, el «solitario de Königsberg» y el «recluso de Providence» se dan la mano en su voluntad heroica y paradójica de pasar por alto a la humanidad.