Capítulo
8
Bethany estaba temblando violentamente cuando dio un traspiés al cruzar una intersección. Tenía que usar toda la concentración para poder mantenerse erguida. Un pie detrás del otro. Si se caía ahora, la atropellarían. Los conductores de Nueva York no es que fueran muy clementes con los peatones.
Alzó la cabeza, su aliento emanaba condensado por el frío, haciéndose visible en el ambiente. Pudo ver que la iglesia estaba solo a una manzana de distancia. Ya casi había llegado. Una oración salió entonces como un susurro de sus labios. «Por favor, Señor. Haz que tengan una cama libre hoy».
Parte del entumecimiento se le había pasado. También el estado de conmoción casi había desaparecido y en su lugar la realidad se adueñó de ella con fuerza. Giró las palmas de las manos hacia arriba y vio los arañazos y la sangre en la superficie. Sus pantalones estaban rotos por la rodilla y, en la cadera, tenía los mismos arañazos y la sangre estaba seca y pegajosa sobre su piel. Hacía que los vaqueros se le pegaran a las piernas y eso la dejaba más helada aún.
Algunas lágrimas se formaron en sus ojos. ¿Cómo había sido capaz Jack de hacerle eso? La visión se le emborronó y respiró profundamente. Estaba decidida a caminar esa última manzana hasta llegar al refugio. Aunque solo le pudieran ofrecer cobijo durante una hora, un lugar donde entrar en calor, limpiar las heridas y el resto de su amoratado cuerpo, sería suficiente.
No tenía dinero. No tenía nada. El poco efectivo que había administrado con tanto cuidado ya no estaba. Jack le debía dinero a gente bastante ruin y se habían presentado para cobrar. Pero pretendían cobrárselo a ella. Mientras Bethany estaba echada sobre el frío suelo, aturdida, ellos le habían quitado los dólares que tenía en el bolsillo. Uno le había dado una patada en el costado y luego se largaron tras recordarle muy claramente que Jack les debía mucho más y que tenía apenas una semana para reunir el dinero.
Bethany se mordió los labios cuando más lágrimas amenazaron con caer. Estaba agotada. Le dolía el alma. Le dolía todo y tenía tanto frío y hambre que solo quería acurrucarse en algún lado y morir.
El alivio casi la tiró de rodillas cuando llegó a la puerta del refugio. Por un momento tuvo miedo de entrar porque si la rechazaban no estaba del todo segura de que fuera a tener la fuerza suficiente como para salir de nuevo.
Cerró los ojos e inspiró hondo, luego sacó una mano y empujó la puerta hasta que logró abrirla.
Una ráfaga de calor la golpeó de inmediato, la sintió tan placentera que casi languideció en el sitio. No se había sentido tan cálida desde la última vez que había venido. La calefacción no funcionaba.
Dentro podía oír a las otras mujeres. Sonaban casi… felices. Y los refugios no eran generalmente lugares muy felices. Apetitosos olores se adentraron por las fosas nasales de su nariz. Bethany inspiró hondo y su estómago rugió. Sea lo que fuere que estuvieran comiendo, olía maravillosamente bien.
Se adentró vacilante y dejó que la puerta se cerrara a su espalda. La calidez la hacía sentirse tan bien que por un momento largo no pudo moverse mientras la sensibilidad volvía a sus manos y pies. La recibió bien y mal al mismo tiempo porque con ella también vino el dolor.
—Bethany, ¿eres tú, cielo?
Bethany levantó la cabeza y frunció el ceño. Nunca había dado su nombre aquí, ¿no? Buscó en su memoria pero no pudo recordar si le había dicho algo a la voluntaria del refugio.
Sin embargo, ella asintió, no quería hacer nada que pudiera restarle alguna oportunidad de quedarse.
—¿Qué te ha pasado, niña?
La voluntaria ahogó un grito cuando se acercó a Bethany y esta se encogió ante la expresión de la mujer.
—Estoy bien —dijo Bethany en voz baja—. Solo me caí. Esperaba… —La garganta amenazaba con cerrársele—. Esperaba que tuvierais sitio para mí esta noche.
En cuanto hubo terminado de hablar, Bethany se abrazó a sí misma y temió el rechazo. No podía siquiera soportar el simple pensamiento.
—Por supuesto que sí. Ven y siéntate. Te traeré una taza con chocolate caliente y podrás comer en cuanto entres en calor.
El alivio fue impactante. Le recorrió todo el cuerpo y casi logró derrumbarla justo en el sitio donde se encontraba. Bethany vio amabilidad y calidez en los ojos de la mujer y se relajó mientras la euforia se instalaba en sus huesos. ¡Tenían una cama para ella! Tendría un lugar calentito en el que dormir. ¡Y comida! Con eso ya era suficiente para que llorara de emoción.
Bethany siguió fatigosamente a la voluntaria y frunció el ceño al ver a todas las ocupantes. Parecía haber más mujeres hoy que la última vez que había venido buscando refugio. Y por aquel entonces le habían dicho que no tenían sitio para ella. ¿Habrían ampliado las instalaciones? ¿O habrían conseguido más camas?
—Me llamo Kate —dijo la mujer justo cuando se paró junto a una silla separada de las otras mujeres—. Siéntate. Iré a por tu chocolate caliente y luego me haré cargo de que comas algo. También vas a necesitar que alguien le eche un vistazo a esos cortes.
—Gracias, Kate —dijo Bethany con voz ronca—. Te lo agradezco mucho.
Kate la apresuró a sentarse y luego le dio golpecitos en la mano.
—Vuelvo enseguida. Todo va a ir bien, cielo.
Perpleja por la extraña promesa, Bethany se hundió en la silla y rápidamente se acomodó en ella. Todas las fuerzas la habían abandonado. Las manos le temblaban, así que las pegó junto a su fina camiseta en un intento de calentarlas más rápido. Los cortes le escocían pero no eran serios.
Encontró a Kate con la mirada mientras esta se movía de un lado a otro en la cocina para prepararle el chocolate caliente. Estaba hablando por el teléfono móvil y era obvio que sea lo que fuere que estuviera hablando era urgente. Tras un momento volvió a guardar el teléfono en su bolsillo y sacó la taza del microondas. Tras remover el chocolate, llevó la humeante taza hasta donde Bethany estaba sentada y con gentileza se la puso entre las manos.
—Toma, cielo. Bebe. Está caliente. Todo va a ir bien ahora. No quiero que te preocupes.
Era la segunda vez que le ofrecía esa ciega promesa, pero Bethany estaba demasiado cansada como para ver más allá. Si no estuviera tan hambrienta y helada, simplemente se acurrucaría en uno de esos catres y dormiría durante las siguientes veinticuatro horas. O hasta cuando la volvieran a echar otra vez.
Jace estaba sentado en su oficina mirando pensativo la pila de documentos que tenía frente a él. Habían pasado dos semanas desde que Bethany se le había escapado de las manos y no estaba ni un poquito más cerca de encontrarla ahora de lo que había estado aquella primera mañana, y no era por falta de insistencia por su parte.
El trabajo lo sufría también. La mayoría de los empleados lo evitaba. Incluso Gabe y Ash habían estado manteniendo las distancias. Menos mal que Mia estaba tan inmersa en sus planes de boda que parecía ignorar la preocupación y el mal humor de Jace.
Faltaba apenas una semana para la Navidad y no podía soportar que Bethany estuviera fuera sola, con ese frío, sin cama y sin comida. Sin absolutamente nada.
Cerró una mano en un puño y estuvo tentado de hacer un agujero en su mesa con los nudillos.
La puerta se abrió. Jace se preparó para gruñir que lo dejaran en paz a quien fuera que hubiera invadido su privacidad pero luego vio que se trataba de Ash, y algo en la expresión de su amigo lo hizo retraerse.
Ash era… bueno, el típico Ash. Irreverente. No le importaba nada. Y apenas se ponía serio. Hoy, sin embargo, sí que parecía… serio. Como si tuviera algo que le estuviera rondando la mente.
—Joder, ¿te está acosando tu familia para las Navidades? —gruñó Jace.
Solo había en realidad una cosa que pudiera metérsele a Ash bajo la piel. Su familia. Ash pasaba la mayor parte del tiempo —y las vacaciones— con Jace y Mia. Se la habían llevado al Caribe el Día de Acción de Gracias apenas unas semanas atrás para ayudarla a recomponer su corazón roto cuando Gabe la había echado de su vida —y menos mal que ese rechazo había sido corto— pero era verdad que Ash pasaba más tiempo con Gabe, Jace y Mia que con su propia familia.
—Hay algo que deberías ver —dijo Ash en un tono de voz bajo y serio que no era muy típico de él.
La señal de alarma se le encendió en la cabeza y bajó por toda la espina dorsal de Jace.
—¿Pasa algo con Mia y Gabe? —preguntó más como una orden. Mataría al imbécil si volvía a romper el corazón de Mia otra vez.
Ash arrojó una carpeta encima de la mesa de Jace.
—Probablemente te enfades conmigo por esto, pero soy tu amigo y esto es lo que los amigos hacen. Tú harías lo mismo por mí.
Jace entrecerró los ojos.
—¿De qué cojones estás hablando, Ash?
—Mientras te has pasado las últimas dos semanas buscando a Bethany Willis, yo he estado buscando información sobre ella. Tienes que parar, tío. Aléjate ahora. No te conviene.
El calor recorrió sus venas mientras se quedaba mirando a Ash.
—Voy a hacer como que no has dicho que debería olvidarme de una mujer sin techo a la que nos hemos follado. Una mujer de la que claramente nos hemos aprovechado, sabiéndolo por entonces o no. Una mujer que no tiene un lugar donde dormir, ni comida, ni siquiera un maldito abrigo para mantenerla caliente.
Ash levantó una mano.
—Solo lee el informe, Jace.
—¿Y por qué no me dices tú por qué no me conviene? —rebatió Jace con acidez.
Ash suspiró.
—Tiene antecedentes por posesión de drogas. No ha tenido un trabajo estable. Jamás. Ha estado en centros de acogida la mayor parte de su vida. Se graduó en el instituto pero nunca fue a la universidad.
Jace apretó la mandíbula mientras miraba la carpeta que tenía sobre la mesa. Luego levantó la mirada hasta Ash, que lo estaba mirando fijamente.
—¿Y no crees que esas son muy buenas razones por las que debería ayudarla ahora?
—Si solo fueras a ayudarla, sí —dijo Ash—. Pero tanto tú como yo sabemos muy bien que no solo la vas a ayudar. Estás terriblemente obsesionado con ella, Jace. Nunca te he visto así. Necesitas volver a la puta realidad. Nos la tiramos, sí. Nos hemos tirado a muchas mujeres. No estoy muy seguro de qué es lo que tiene esta tía para que te llame tanto la atención.
Jace se puso de pie, listo para arrancarle la cabeza a su amigo, justo cuando su teléfono móvil sonó. Lo sacó y comprobó el número, pero no le era familiar y tampoco estaba en su agenda de contactos. Normalmente lo hubiera ignorado, pero no lo había hecho desde que estaba buscando a Bethany.
—Jace Crestwell —dijo simplemente, aun fulminando a Ash con la mirada.
—Señor Crestwell, soy Kate, del centro de acogida de mujeres de Saint Anthony.
El pulso de Jace se aceleró y volvió a hundirse en su silla a la vez que ignoraba a Ash.
—Sí, señora Stover, ¿cómo está?
—Está aquí —soltó Kate abruptamente—. Acaba de llegar. Está… herida.
El estómago se le encogió y el miedo lo cogió por sus partes bajas.
—¿Qué? ¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé. Como le he dicho, acaba de llegar. La tengo sentada y le estoy preparando una taza de chocolate caliente ahora mismo. No tiene buen aspecto, señor Crestwell. Está claramente asustada y agotada y, como le he dicho, está herida.
—Reténgala ahí si es necesario —gruñó Jace—. No me importa lo que tenga que hacer. Pero por nada del mundo permita que se vaya hasta que yo llegue.
Jace volvió a guardar el teléfono móvil en el bolsillo y se levantó de la silla. Mientras pasaba al lado de Ash, la mano de su amigo se alzó y lo agarró del brazo.
—¿Qué haces, tío? ¿Qué narices pasa?
Jace dio un tirón del brazo y se soltó del agarre de Ash.
—Voy a buscar a Bethany. Está herida.
Ash blasfemó y sacudió la cabeza.
—Es una mala idea.
Jace salió de la oficina y se adentró en el pasillo. Podía oír a Ash seguirlo corriendo a sus espaldas mientras se acercaba al ascensor.
—Voy contigo —informó Ash con voz seria.
Jace se subió al ascensor y cuando Ash fue a seguirlo, Jace sacó el brazo y bloqueó a su amigo. Con la otra mano presionó el botón de la planta baja y luego empujó a Ash hacia fuera.
—Mantente fuera de esto, Ash —le advirtió Jace con suavidad—. No te incumbe.
Las fosas nasales de Ash se extendieron y sus ojos brillaron por un momento. Jace sabía que era un comentario de muy mal gusto, pero Ash había estado comportándose así también.
—Sí, tienes razón. Tú no me incumbes —soltó Ash con bastante sarcasmo en la voz.
Este se alejó del ascensor y dejó que las puertas se cerraran. Tenía los labios apretados en una fina línea mientras Jace desaparecía de su vista.