Capítulo
19
Bethany se ciñó bien el abrigo y caminó a través del Madison Square Park. Ya había perdido la cuenta de los parques de la ciudad donde había buscado, esperando que fuera el definitivo donde encontrar a Jack. Lo había buscado por todos los lugares donde solía ir pero los había encontrado vacíos. Incluso había mirado en los refugios que ella y Jack frecuentaban, esperando que quizás tuviera un lugar cálido donde pasar la noche.
No había pretendido tardar tanto. Jace estaría enfadado. No, estaría furioso. Se había escapado de los dos guardaespaldas, los perros fieles de Jace, porque en serio, ¿qué podría haberles dicho? ¿Que estaba preocupada y planeaba ir en busca de su hermano por zonas de la ciudad que no eran tan seguras?
Le habrían quitado tan rápido esa idea de la cabeza que se hubiera sentido hasta mareada.
—Bethy, ¿qué estás haciendo aquí?
La voz de Jack cayó sobre ella como un látigo y Bethany se dio la vuelta, aliviada de verlo de pie protegido por las sombras de la noche.
—Jack, gracias a Dios —dijo en voz baja—. Estaba muy preocupada.
Se acercó a él con la intención de abrazarlo pero Jack se echó hacia atrás y le puso las manos en los hombros. Sus ojos inteligentes la observaron de arriba abajo.
—Se te ve bien —dijo quedamente.
Jack no le preguntó dónde había estado. No le preguntó nada. Solo se la quedó mirando y le dijo que se la veía bien, como si fueran viejos conocidos que se hubieran encontrado por casualidad en la calle.
Precipitadamente, Bethany se metió la mano en el bolsillo en busca del papel donde había escrito su dirección. Luego se lo tendió a él.
—Tengo un apartamento, Jack. Es bonito. En el Upper West Side. Podrías venir. Tendrías un lugar donde quedarte. Estarías a salvo allí.
Él se quedó mirando fijamente el papel durante un momento antes de cogerlo y metérselo en el bolsillo sin siquiera mirarlo.
—Oí que te habían hecho daño —dijo con la voz llena de dolor—. Tienes que saber que nunca tuve intención de que eso pasara, Bethy.
Bethany se puso rígida mientras la rabia que momentos antes no sentía comenzaba a poseerla.
—¿Cómo sabían siquiera sobre mí, Jack? ¿Por qué vinieron a mí a por el dinero que tú les debías? ¿Por qué lo cogiste prestado? ¿Cómo leches pensabas devolverlo?
Jack sacudió la cabeza, la pena y la fatiga se estaban amontonando en sus hombros hasta que consiguieron que se hundieran. Su expresión era seria. Desesperada y tan gris como el crepúsculo que los rodeaba.
—Lo siento —dijo simplemente—. Te puse en peligro, Bethy. Es mejor que no estés conmigo ahora. Sea donde sea que te hayas metido… estás bien. Deberías mantenerte alejada de mí. Yo solo te voy a hundir más.
Ella sacudió la cabeza y se echó hacia delante para abrazarlo. Por unos cuantos segundos, se quedó así, abrazándolo, aunque los brazos de él estuvieran caídos en sus costados, rígidos, antes de que finalmente le devolvieran el abrazo y la estrechara entre sus brazos igual de fuerte.
—Siempre hemos sido tú y yo —dijo ella con la voz amortiguada por su harapienta chaqueta—. No te voy a dejar, Jack. Tú nunca me habrías dejado a mí.
Jack la apartó y le tocó la mejilla.
—Escúchame, Bethy. No es seguro para ti andar por aquí. Nunca ha sido seguro. Lo mejor que puedes hacer por mí es volver a tu apartamento en el Upper West Side. Vive tu vida. Ábrele los brazos a todo lo bueno. No hagas nada para estropearlo. Y sé feliz.
Las lágrimas llenaron sus ojos.
—¿Cómo puedo ser feliz cuando tú estás aquí fuera? ¿Se supone que tengo que ser feliz sabiendo que tengo un sitio seguro donde quedarme, comida para comer y una cama en la que dormir cuando sé que tú estás aquí fuera en la calle?
Jack sonrió torcidamente.
—Yo estaré bien. Siempre estoy a la caza de trabajillos.
—No estás bien —insistió.
Él suspiró.
—Quizás vaya a ver qué tal estás tú.
Ella se agarró a eso mientras la esperanza se apoderaba de ella.
—Hazlo, Jack. Prométemelo. No tiene por qué ser así. He conocido a alguien. Él es… es bueno conmigo. Las cosas ahora pueden cambiar.
Jack sonrió.
—Estoy feliz por ti Bethy. De verdad. Pero ¿cómo crees que se va a tomar el que otro hombre ande husmeando cerca de su mujer?
—Si él no puede aceptarte, entonces no quiero estar con él —siseó Bethany.
Jack le acarició la mejilla otra vez, su aliento era como una nube visible en el frío de la ciudad. Había empezado a nevar otra vez; los copos de nieve caían sobre ellos, aterrizando en sus hombros y empapando la fina y rasgada tela. El frío se apoderó de él y se asentó en la ciudad sin ninguna piedad. Bethany no podía soportar pensar en Jack en la calle, a merced del tiempo y de todos aquellos que quisieran hacerle daño.
—Por favor, Jack. Vuelve conmigo —le suplicó—. No puedes esconderte de ellos para siempre.
Una de las comisuras de sus labios se alzó.
—El problema está solucionado. Ya tienen su dinero. En su negocio, no son temas personales. No van a venir a por mí mientras tengan su dinero.
La confusión hizo mella en su entrecejo fruncido y ella empezó a temblar mientras el frío calaba incluso el grueso abrigo que Jace le había comprado. Las rodillas le tiritaban y su respiración era entrecortada a través de sus labios insensibilizados.
—Vuelve con tu hombre, Bethy —dijo Jack con gentileza—. Tienes frío. Estará preocupado. No deberías estar aquí.
—¡Ni tú tampoco!
—Estaré bien. Siempre lo he estado.
Ella escrutó su mirada en busca de alguna indicación de que estuviera nublada por culpa de drogas o alcohol. Pero sus ojos estaban brillantes. El cansancio y la fatiga se hacían patentes en su frente, y lograban hacerle aparentar más de veinticinco años. No parecía un hombre joven. Parecía un hombre con el peso del mundo sobre los hombros. Un hombre mucho mayor para su edad, un hombre que había visto y experimentado más en su corta vida que otro que le doblara la edad.
—Haz esto por mí, Bethy. Sé feliz. Ten cuidado. Yo te buscaré algún día. Nos pondremos al día con nuestras vidas. Ahora te toca a ti seguir con la tuya. Yo ya te he retenido durante bastante tiempo.
Ella se quedó boquiabierta de estupefacción.
—¡No! —susurró—. Jack, tú me salvaste. Tú nunca me has retenido. Soy yo la que te he retenido a ti. Tú siempre has cuidado de mí, siempre te has preocupado por mí.
Él sacudió la cabeza e hizo el gesto de volver a la calle.
—Si crees eso, eres una tonta. Siempre has sido tú la que has cuidado de mí, Bethy. Siempre has recogido todas las piezas cuando me rompía. Siempre te has asegurado de que comiéramos, de que tuviéramos dónde dormir. Yo no te he hecho ningún favor.
Las lágrimas se le quedaron congeladas en las mejillas. Todo esto sonaba a despedida, como si se estuviera separando de él para siempre.
—Vamos. Cogeré un taxi para ti. ¿Tienes dinero?
Ella asintió de forma aturdida. Jace le había dado dinero y ella se sentía inmensamente culpable de haberlo usado para escapar de los hombres que había contratado para protegerla. Pero ahora, si iba a volver tenía que darse prisa. Jace estaría frenético, y ella tendría que enfrentarse a lo que había hecho.
Jack la acompañó hasta la calle y el brillo de las luces la cegó aunque ya tenía la visión borrosa debido a las lágrimas. Alzó la mano para llamar a un taxi que se acercaba y este ralentizó la velocidad mientras se paraba junto a la acera.
—Me hará feliz pensar que estás en un cómodo apartamento caliente y comiendo bien.
Ella se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza. Las lágrimas le caían por las mejillas mientras él le devolvía el abrazo.
—Te voy a echar de menos, Jack —dijo ahogadamente.
Y se dio cuenta de que era verdad. Incluso aunque conociera sus defectos. Incluso aunque supiera todo lo que habían soportado y a pesar del hecho de que había luchado por asegurarse de que tuvieran comida y dinero para los demonios que lo atormentaban. La culpa se asentó en su mente, asfixiante y pesada. ¿Cuánto había contribuido ella a su adicción?
Todo lo que sabía era que no podía decirle que no. No después de todo lo que había hecho por ella, de todo lo que había sufrido por ella. Una parte de Bethany sabía que si no hacía algo él habría empleado otros métodos más peligrosos para conseguir lo que necesitaba y Bethany no había querido que eso ocurriese. Y, aun así, de alguna manera no había servido de nada. Jack había cogido prestado dinero. Dinero que no había podido devolver.
Bethany frunció el ceño mientras entraba en el taxi.
—¿Jack?
—Sí.
—Dijiste que el dinero ya no era problema. ¿Cómo les pagaste?
El miedo la paralizó. ¿Qué había hecho?
Él se encogió de hombros y comenzó a cerrar la puerta.
—No lo sé. Cuando fui a pedirles un aplazamiento, me dijeron que la deuda estaba pagada. Yo no iba a pelearme con ellos. Solo quería que estuvieras segura y lejos de aquí.
Bethany se sentó, aturdida, mientras él cerraba la puerta del coche y luego desaparecía en la oscuridad. La garganta casi se le cerró y estuvo a punto de abrir la puerta de golpe y correr detrás de él porque temía que esta fuera a ser la última vez que lo viera.
El taxi arrancó y desistió de hacer justo eso. Bethany miró hacia atrás tanto como pudo antes de que el coche se mezclara con el tráfico de la ciudad.
Bethany bajó la cabeza y se rodeó fuertemente con los brazos en un esfuerzo por aliviar su creciente pena.
La ciudad pasó en un borrón de luces de semáforos, decoraciones navideñas, pitidos de los coches y luces de los mismos. No fue consciente de que habían llegado hasta que el taxista la avisó amablemente.
—Señora, hemos llegado.
Ella se despertó de la melancolía que la rodeaba y se echó hacia delante mientras hundía una mano en el bolsillo precipitadamente para pagarle al hombre.
—Gracias —murmuró antes de abrir la puerta y adentrarse en el frío.
Se apresuró hacia la entrada del apartamento solo para encontrarse con el portero, que parecía estar enormemente aliviado.
—Señorita Willis, gracias a Dios.
Bethany no registró que él dijera nada más pero arqueó las cejas, confusa, ante la idea de que estuviera aliviado. La acompañó hasta el ascensor y cuando las puertas se fueron cerrando ya tenía un teléfono móvil en la oreja.
Se arrastró hasta dentro del apartamento, su apartamento. Se sentía como un fraude. Ver a Jack esta noche le había devuelto la sensatez de que no pertenecía a este lugar. No pegaba en este mundo. Y con total seguridad no se lo había ganado. No tenía siquiera un trabajo.
¿Cuánto más podría durar? ¿Cuánto más hasta que a Jace se le pasara el actual encaprichamiento? No estaba segura de qué era lo que él veía en ella o por qué siquiera se molestaba en ella. No cuando había muchísimas otras mujeres mucho más deseosas de estar en su lugar.
Si había algo que había aprendido la semana pasada cuando ella y Jace salieron, era que él provocaba el interés femenino. Y las mujeres estaban comprensivamente impresionadas de que Jace estuviera con alguien como Bethany. No es que ellas conocieran sus circunstancias, pero estaba bastante claro que no llegaba ni de lejos a su mismo estatus socioeconómico. Para ellas, Jace no estaba más que visitando los barrios pobres.
Bethany se encogió de dolor cuando se dejó caer sobre el sofá sin molestarse siquiera en quitarse el abrigo. Aún tenía frío, incluso arropada por la calidez de su apartamento. Sentía el frío por dentro, un tipo de frío que el calor del ambiente no podía arrancar.
Apoyó la cabeza sobre los cojines y cerró los ojos. Debería llamar a Jace. Probablemente había estado intentando contactar con ella. Pero en un momento realmente estúpido, se había olvidado el móvil en el apartamento. Había estado tan preocupada por escaparse de Kaden y Trevor que se lo había dejado en la mesa de la cocina.
Encogiéndose antes de tiempo por el rapapolvo que le iba a caer, se levantó del sofá y fue en busca del teléfono. Necesitaba al menos mandarle un mensaje para hacerle saber que estaba bien.
Un sentimiento mayor de culpa arremetió contra ella. Ahora, de vuelta en su apartamento, se dio cuenta de lo irresponsable y egoísta que había sido. Jace no había hecho nada más que ser amable con ella, y ella no se había llevado el teléfono para que pudiera saber que estaba bien. Quizás inconscientemente se había olvidado el móvil para evitar que Jace la hubiera estado atosigando desde el mismo instante en que Kaden le hubiera informado de su marcha. De hecho, se habría sentido mucho más culpable si hubiera ignorado las llamadas.
Encontró el teléfono justo donde lo había dejado: en la mesa de la cocina. Se quedó petrificada cuando vio la gran cantidad de llamadas perdidas y mensajes que tenía. De Jace. De Kaden. De Trevor.
Lo dejó de nuevo sobre la mesa porque no quería siquiera mirarlos, pero tenía que hacerle saber a Jace que estaba bien.
Con un suspiro, lo volvió a coger justo cuando la puerta se abrió de golpe y Kaden y Trevor entraron en el apartamento. Sorprendida, soltó el teléfono y dio un paso hacia atrás precipitadamente antes de darse cuenta por completo de quiénes eran.
—Gracias a Dios —murmuró Kaden—. ¿Estás bien? ¿Alguien te ha hecho daño?
Ella sacudió la cabeza en silencio y los miró con estupor al ver la expresión en los ojos de Kaden y Trevor. Entonces, sin decir una palabra más, Kaden sacó su propio teléfono.
—Señor Crestwell. Sí, la tengo. Está de vuelta en el apartamento. Parece estar bien. No he tenido tiempo de interrogarla. Sabía que querría saberlo. De acuerdo. Le veo ahora.
Kaden cerró el teléfono y luego dirigió su furiosa mirada en dirección a Bethany. Trevor se quedó justo detrás de él con los brazos cruzados sobre el pecho y con el rostro enfurruñado como queriendo gruñir.
Kaden avanzó hacia ella hasta que la cocina le pareció pequeña y asfixiante.
—¿Te importaría decirme qué narices pensabas que estabas haciendo? —dijo echando humo.
—Yo…
Él levantó la mano; obviamente no había terminado.
—Trevor y yo estábamos frenéticos. El señor Crestwell se estaba volviendo loco. Nos contrató para que te protegiéramos. Nos contrató para proporcionarte seguridad. ¿Te importa decirme qué es lo que se supone que tenemos que hacer nosotros cuando te escabullas como lo has hecho hoy?
—Lo siento —susurró.
Las lágrimas le quemaban los párpados pero Bethany parpadeó con fuerza, decidida a no romperse frente a esos hombres.
—Lo sientes —soltó una gran exhalación—. Te podrían haber violado, matado, o herido terriblemente. Elige la opción que quieras. Y aun así lo sientes. ¡Dios santo!
La sangre se le heló en las venas. Ella comenzó a explicar que había estado perfectamente segura justo cuando la puerta se volvió a abrir de un bandazo y Jace entró con el rostro serio y duro como una piedra. Su gesto era frío. Inamovible.
Echó una sola mirada en su dirección antes de desviar la atención hasta Kaden y Trevor.
—Gracias. Os podéis ir los dos ahora. Yo me encargo a partir de ahora.
—¿Venimos mañana por la mañana? —preguntó Kaden.
Jace vaciló durante un largo rato.
—Os lo haré saber.
Bethany no podía respirar por el nudo que se le estaba formando en la garganta. Se había acabado. Jace la iba a echar. Habían terminado. Estaba cabreado. Aunque era lo mejor. Cuanto más se alargara ese cuento de hadas, peor sería cuando terminara. Era mejor acabar ahora antes de que se olvidara de cómo era su vida en realidad.
Kaden y Trevor abandonaron el apartamento tras enviar en su dirección miradas cargadas de significado. Ambos decían lo mismo. Estúpida. Tonta.
La boca le tembló y mantuvo los labios juntos. No iba a humillarse. Se enfrentaría a esto con tanta dignidad como pudiera obtener.
Con cuidado volvió a dejar el teléfono en la mesa de la cocina y luego caminó hacia el dormitorio; la mirada de Jace la siguió a cada paso.
—Cogeré mis cosas —dijo con voz queda—. Estaré fuera en unos minutos.
Entró en el dormitorio, luchando contra el arrebato de lágrimas que bañaba su rostro. Y luego se dio cuenta de que no tenía nada que coger. Nada que llevarse. Todo lo que había era de Jace. Cosas que él le había comprado. Incluso aunque se las llevara no tendría dónde ponerlas.
Entonces una mano firme se posó sobre su hombro. Jace la giró bruscamente para que quedara frente a él y repentinamente pareció atónito al ver sus lágrimas.
—¿Te importaría decirme de qué narices va todo esto? —exigió Jace.
—Sé que estás enfadado —dijo en voz baja—. Estaré fuera en unos minutos. Te agradecería que me pidieras un taxi, pero, si no, puedo caminar.
Jace apretó la mandíbula y una mirada de completa furia se apoderó de sus ojos.
—¿Piensas que te estoy echando? —preguntó en un tono incrédulo.
Ella se encogió.
—¿No lo vas a hacer?
Él maldijo.
—Maldita sea, Bethany. Tú y yo tenemos una larga charla por delante. Ha sido una mierda de día y que me jodan si va a terminar contigo dándome calabazas.
Ella parpadeó de sorpresa.
—¿No quieres que me vaya?
—¿Te parece que quiero que te vayas?
La boca se le secó.
—Pero estás tan enfadado. Y… y no les dijiste a Kaden y Trevor que volvieran mañana.
—¿De qué me iba a servir? —le soltó—. No estás precisamente respetando su protección.
Bethany se ruborizó y desvió la mirada.
—Lo siento.
—A la mierda, Bethany. Pensé que me habías dejado. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que pensar? Te largaste. Sin una nota, y sin llamar. No querías contestar el teléfono ni mis mensajes. Estaba paralizado por el pánico porque no te podía encontrar en ningún sitio.
—¡No! —soltó ella con la voz llena de tristeza—. ¡No te estaba dejando! Solo necesitaba hacer algo. He vuelto.
Asintió.
—Sí, has vuelto. Y esa es la única razón por la que no me estoy volviendo loco ahora mismo. Pero tampoco te excusa del hecho de que te fuiste a Dios sabe dónde sin los hombres que contraté para que te protegieran. Te dejé completamente claro que no podías ir a ningún sitio sin ellos. ¿Qué parte de eso no has entendido?
Jace la agarró con más fuerza por los brazos y la acercó a su pecho. Bethany levantó la cara y lo miró con ojos agradecidos, las lágrimas ya estaban más que olvidadas. Estaba furioso, desde luego. Pero no por la razón que ella pensaba. ¿Pensó que lo había dejado?
Bethany alzó una mano para tocar su rostro cuando vio por primera vez el miedo que acompañaba su ira.
—No te estaba dejando —susurró.
—Y menos mal —murmuró—. Pero ¿Bethany? Tú y yo tenemos mucho de que hablar. He intentado hacerlo lo más delicadamente posible, pero a la mierda. No voy a hacerlo más. Esta vez lo vamos a hacer a mi manera.