Capítulo
26

Bethany se arrodilló en la alfombra de la habitación de Jace con todo el cuerpo en tensión debido a la ansiedad. Jace la estaba rodeando como un depredador acechando a su presa. Se sentía deliciosamente perseguida. Se estremecía de la cabeza a los pies de solo pensar en todas las cosas que Jace le había dicho que le haría esta noche.

Le había dicho la verdad a Jace cuando le contó que lo había probado todo durante la etapa de su vida en la que se había refugiado en el sexo. Con perversidades, sin perversidades, había estado abierta a todo. Sin embargo, la abrumadora diferencia radicaba en que nunca había hecho ninguna de esas cosas con una persona que de verdad se preocupara por ella y cuya prioridad fuera únicamente su bienestar y placer.

Se moría de ganas de experimentar todo eso bajo la mano de Jace. Le encantaba su dominancia, su fuerza y su autoridad sobre ella. Le encantaba su mano firme. Pero había sabido que se estaba conteniendo y que no le estaba dando todo lo que era él en realidad. Por fin, eso había terminado. O al menos esperaba que así fuera.

La adrenalina le recorrió las venas y la hizo sentirse tan colocada como nunca hubiera estado antes. Ninguna pastilla o droga le había hecho experimentar algo parecido a esto. Ojalá pudiera embotellarlo para poder tenerlo siempre.

Bethany dio un pequeño bote cuando la punta de una fusta de piel se paseó por su hombro y por entre sus pechos. No le había visto sacarla. Había estado demasiado perdida en su propia excitación.

Jace aún estaba vestido, y ella estaba completamente desnuda. Las mangas de su camisa estaban remangadas. A Bethany le gustaba esa imagen; parecía como si estuviera a punto de irse a trabajar y su primera tarea fuera ella. Se relamió los labios. De repente se encontraba nerviosa, asustada, excitada a más no poder e increíblemente cachonda.

Le pasó la punta de la fusta por encima de los pezones, por turnos. Estos se endurecieron mientras el cuero se restregaba sobre ellos, persuadiéndolos para que se pusieran más rígidos aún. Luego la llevó más abajo, hasta su vientre, y luego más aún hasta deslizarse por encima de su monte de Venus, luego por la curvatura de su cuerpo y finalmente entre sus piernas.

Ella jadeó cuando la deslizó entre sus labios vaginales, en su clítoris y sobre su humedad. Porque estaba húmeda. Muy húmeda. La acarició levemente mientras se dirigía más abajo hasta tocar la entrada de su sexo para luego subir una vez más y pasarla por encima del clítoris.

Su respiración se aceleró y ella cerró los ojos mientras inconscientemente se arqueaba hacia delante, incapaz de controlar su reacción ante las suaves caricias. La fusta podía usarse para dar placer de la misma manera que para ofrecer dolor. El contraste la fascinaba. La hacía querer experimentar la sensación contraria. El picor del cuero sobre su piel, marcándola tal y como le había prometido.

Sus marcas. El sello de su posesión. La prueba de que le pertenecía.

Dios, sonaba tan bárbaro. Tan increíblemente delicioso y perverso. Poseída.

Protegida.

Amada.

Gimió suavemente mientras levantaba la fusta a través de los rizos de su entrepierna hasta volver a su monte de Venus. Luego alzó la punta hasta la boca de Bethany y esta abrió los ojos como platos cuando adivinó cuáles eran sus intenciones.

—Límpialo —le ordenó con voz ronca—. Lame tu flujo en el cuero, Bethany. Saboréate. Saborea tu deseo.

Vacilante, sacó la punta de la lengua y la acercó a la fusta. Los ojos no los apartó de él en ningún momento; buscaba su aprobación. Había satisfacción en el rostro de Jace. No había signo alguno de decepción.

Envalentonándose más, se metió la fusta más adentro en su boca y la succionó ligeramente sin bajar la mirada de sus ojos. Luego lamió la superficie y capturó con la lengua los resquicios de su almizcleña humedad.

Sin previo aviso, Jace separó la fusta y la chasqueó sobre uno de sus pechos, atrapando el pezón y la aureola bajo el impacto del extremo plano de la fusta.

El fuego —y la sorpresa— la pillaron desprevenida y Bethany ahogó un grito mientras se balanceaba sobre los talones. Era una sensación de lo más desconcertante. Dolor. Un escozor instantáneo. Y luego un dolor punzante que remitía lentamente y daba lugar a un cálido zumbido. Y era extrañamente adictivo porque Bethany quería más. Quería ese ardor porque sabía lo que seguiría después.

Sus pezones estaban ardiendo. Tan endurecidos, enhiestos y rígidos que parecían estar suplicando que la fusta los tocara. ¿Estaba loca? Estaba prácticamente suplicándole que le pegara de nuevo.

Él usó la fusta contra el otro pecho y el fuego tomó posesión de ese pezón. Bethany cerró los ojos y se balanceó, borracha del instantáneo hormigueo que se había instalado en su sangre.

—Estarías inmensamente atractiva con piercings en los pezones —dijo Jace con voz sedosa.

Ella abrió los ojos rápidamente ante la sorpresa. Jace no parecía ser la clase de hombre al que le gustara y apreciara los piercings en las mujeres con las que se acostaba.

—Nadie los vería excepto yo —murmuró—. Nuestro pequeño secreto. Y me volvería loco sabiendo lo que hay debajo del sujetador.

Ese comentario la hizo querer salir corriendo y encontrar el lugar más cercano para hacérselos. Solo que… uf. Sonaba doloroso, y no en el buen sentido.

—Súbete a la cama —le ordenó—. Ponte a cuatro patas, con el culo fuera del borde. Mantente así haga lo que haga. No tienes permiso para moverte. Sin embargo, sí que lo tienes para hacer cualquier sonido que te plazca. Quiero escucharlos. Quiero escuchar cada jadeo, cada grito, cada gemido cuando la fusta golpee tu piel.

Apoyó las manos en el suelo para ayudarse a ponerse de pie sabiendo que no tenía ninguna estabilidad en las piernas. Ya estaba borracha de deseo. Se levantó de manera vacilante y él inmediatamente alargó la mano para sujetarla del brazo y asegurarse de que no se cayera. Cuando estuvo seguro de que estaba bien afianzada la soltó y ella se subió a gatas a la cama para colocarse exactamente como él le había ordenado.

—Ahora, apoya una mejilla en el colchón. Levanta el culo y baja la cabeza. Pon las manos delante de la cabeza y deja las palmas de las manos sobre la cama. Y mantenlas ahí.

Lentamente Bethany bajó la cabeza mientras su estómago se encogía debido a la vulnerabilidad de la posición. Estaba completamente indefensa.

Para su sorpresa, Jace se alejó pero volvió igual de rápido. Le cogió un tobillo y tiró de él con firmeza para obligarla a abrir los muslos de manera que su sexo estuviera totalmente desnudo y a su vista. Luego comenzó a enrollar una cuerda alrededor del tobillo. Bethany sintió que la apretaba fuerte para que no pudiera moverse, pero seguidamente se dio cuenta de que lo estaba atando al poste de la cama.

Ostras… ¡iba a estar completamente indefensa de verdad!

Cuando terminó con el tobillo, se movió hacia el otro y lo aseguró de la misma manera al cabecero. Estaba totalmente abierta, con ambos tobillos atados firmemente.

Bethany pensó que ya había terminado pero luego Jace rodeó la cama para llegar al otro lado de la misma y por el rabillo del ojo vio que aún seguía teniendo más cuerda en las manos.

En silencio, Jace tiró de ambas manos por encima de su cabeza para que sus brazos formaran una «V». Luego enrolló la cuerda alrededor de sus muñecas y las ató juntas. Bajó la cuerda hasta el suelo y la ató al somier de la cama de manera que estuviera estirada hacia delante. Las cuerdas estaban tirando de su cuerpo en varias direcciones diferentes.

La había dejado inmóvil. No tenía más elección que aceptar todo lo que él decidiera hacerle. Su única defensa era la palabra «no», y estaba decidida a no usarla. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza recurrir a esa palabra.

Bethany deseaba esto demasiado. Quería sentir toda la fuerza del deseo de Jace. Sin contenerse. Sin reprimirse.

Giró la cabeza hacia un lado, buscándolo, pero no lo pudo encontrar con la mirada. Sin embargo, estaba ahí. Cerca. Podía sentirlo. Toda la tensión de su cuerpo bullía por encontrar una salida.

Bethany se encogió cuando la punta de la fusta la tocó entre los dos omóplatos y luego trazaba una línea a lo largo de su columna vertebral hasta llegar a la hendidura de su trasero. Luego se separó de su cuerpo y ella contuvo la respiración. Sin embargo, Jace no la golpeó justo después. Esperó hasta que no tuvo más remedio que soltar el aire y luego el fuego se extendió por sus nalgas.

Jadeó y se tensó y seguidamente cerró los ojos cuando el ardor se volvió euforia, un placer cálido y pecaminoso. Un hormigueo embriagador le recorrió el riego sanguíneo, invadió su mente y llegó hasta lo más profundo de su alma.

—Háblame, Bethany. Quiero saber lo que estás sintiendo. En cada momento.

La voz ronca de Jace le hizo abrir los ojos. Parpadeó y luchó por encontrar las palabras. ¿Cómo podría?

Otro golpe, más fuerte y firme esta vez. El grito se le formó en la garganta y antes de que pudiera salir al exterior como signo de dolor, se transformó en un gemido de placer que provenía de lo más profundo de su ser.

—Dime —le ordenó de nuevo.

—Es dolor —dijo; su voz no sonaba del todo convincente.

La fusta abandonó la piel sensible y marcada de su trasero.

—¿Demasiado?

Había preocupación en su voz. Una promesa de que si decía la palabra, pararía.

—¡No!

Su protesta fue inmediata. Una negación. No quería que parara.

—Es dolor y luego placer —susurró—. Un placer exquisito e increíble. Como nada que haya sentido nunca antes. El dolor es solo dolor. Pero el placer es indescriptible. Me hace ansiar el dolor porque sé lo que le seguirá después.

—¿Y quieres que te dé eso? ¿Quieres que te dé más?

—Sí —dijo en voz baja—. Por favor. No pares, por favor.

Jace se inclinó hacia delante para besar la ardiente carne de su trasero. Sus labios tocaron su piel suave y le enviaron un escalofrío por todo el cuerpo. Luego se separó y bajó de nuevo la fusta para darle lo que quería. Dolor. Calor. Un fuego ardiente que se le metía bajo la piel y se expandía por cada músculo de su cuerpo.

Se sintió desfallecer cuando la embriagadora ola de placer se abrió paso como un incendio sin ningún tipo de control. Impredecible. Repentino. Abrumador.

—Te gusta el dolor —susurró Jace—. Me gusta proporcionarte dolor. Pero darte placer, verte arquearte para recibir el beso de la fusta, es mágico. Me muero por darte más.

Ella suspiró y cerró los ojos mientras esperaba la próxima ola de placer. Jace la premió con otro latigazo de la fusta. Más fuerte esta vez. Castigador y a la vez tan sumamente placentero.

—Veamos cuánto puedes soportar.

Su voz era inimaginablemente sexual. Avivaba las llamas del fuego que sentía en su interior hasta convertirse en un infierno. Hasta extenderse más salvajemente y rozarle cada resquicio de su piel. No se podía mover. No podía escapar. Era su cautiva. Una cautiva más que dispuesta. Y se vanagloriaba en cada demostración de dominancia.

Jace acribilló su trasero con diferentes latigazos. Algunos eran más fuertes, y otros más suaves. Nunca le daba dos veces en el mismo sitio. La puso frenética hasta llegar a jadear, suplicar e implorar una y otra vez. Bethany no estaba siquiera segura de qué era lo que suplicaba.

El dolor se había esfumado hacía rato. Solo sentía el más dulce de los placeres. Un éxtasis que nunca se hubiera imaginado. Nadie la había llevado a tan brutal viaje.

Luego unas manos autoritarias se posaron sobre su trasero y amasaron la hipersensibilizada carne. La abría y la extendía más. Su miembro viril tocó la entrada de su sexo y se impulsó hacia su interior con pequeñas pausas mientras se ajustaba a su tamaño.

Ella inspiró y se deleitó en la sensación de estar ardiendo, completamente abierta y tan deliciosamente llena.

Jace la embistió y deslizó las manos hasta su cintura para sujetarla, aunque no es que necesitara hacerlo. Ya estaba más que sujeta con las cuerdas. Sus piernas estaban totalmente abiertas y los brazos atados por encima de su cabeza.

Pero sus dedos se hincaron en su cintura y luego se deslizaron por las caderas para sujetarse profundamente mientras se hundía bien en su cuerpo.

No estaba completamente enterrado en su interior. Jace paró mientras respiraba de forma irregular y continuó hincando los dedos en su piel para marcarla tal y como lo había hecho la fusta con su trasero.

—¿Estás bien, nena? —susurró.

Ella no respondió. No podía. Pero no dijo no, así que él se hundió hasta el fondo en ella y selló sus cuerpos al pegar sus testículos contra el monte de Venus de Bethany.

Al principio la poseyó con gentileza. Se retiraba de su cuerpo solo para volver a enterrarse en ella de nuevo. Pero a medida que ella se iba humedeciendo cada vez más y el acceso a sus entrañas se hacía mucho más fácil, Jace aceleró el ritmo. Sus movimientos se volvieron más poderosos y Bethany sintió cómo su cuerpo se impulsaba hacia delante debido a la fuerza de sus embistes.

Jace estampaba sus caderas contra el trasero de Bethany. Se hundía bien en ella hasta tener la sensación de haber explorado una parte de ella que nadie había tocado nunca antes. Cada vez que rozaba ese único punto, su cuerpo rebotaba y el placer se extendía por cada resquicio de su sistema al mismo tiempo que la llevaba peligrosamente cerca del orgasmo.

Era como si no tuviera control alguno sobre su propio cuerpo. Él lo ordenaba y lo poseía.

Jace se hundió en ella y soltó un profundo gemido mientras se movía hacia delante y hacia atrás. Su cuerpo se apretaba tan fuerte contra el de ella que las piernas de Bethany estaban aún más tensas debido a las cuerdas.

—¿Estás cerca, Bethany? Quiero que estés conmigo, nena. No me voy a correr sin ti.

El corazón de Bethany se derritió. Gran parte de esta escena era para él. Para sus deseos y necesidades. Y aun así estaba absolutamente centrado en el placer de ella. Le había preguntado constantemente para asegurarse de que no la estaba llevando muy lejos, de que estaba bien con todo lo que le estaba haciendo.

Los aleteos de su orgasmo habían empezado ya hacía bastante. Básicamente se hubiera corrido ya si se hubiera dejado llevar por la urgencia. Pero había rechinado los dientes y lo había contenido. Quería correrse cuando él lo hiciera. Juntos.

—Estoy cerca —dijo débilmente.

—Dime qué quieres que haga, nena. Dime cómo ayudarte.

—Solo tócame —susurró—. Y poséeme con fuerza, Jace. No vayas con cuidado. Lo necesito rápido y con fuerza. Te quiero en lo más profundo de mí.

Su gruñido se hizo eco en la habitación; las abruptas palabras le habían hecho perder los últimos vestigios de control. Estaba loco. Frenético. Comenzó a embestirla tan fuerte y rápido como había pedido.

La estancia se volvió borrosa a su alrededor y el orgasmo fue tomando forma, intensamente, e inevitablemente se fue consolidando un poco más hasta que todo el cuerpo lo sentía como una gigante goma elástica estirada al máximo. Oh, Dios, no podría soportarlo mucho más. Necesitaba correrse y aun así la explosión no llegaba. Aún seguía creciendo más y más hasta que no pudo respirar, no pudo pensar ni procesar nada más que la acuciante tensión que se le estaba acumulando en el vientre.

Cerró los ojos con fuerza y las manos en puños por encima de su cabeza. Sus rodillas se hincaron en el colchón y su espalda se arqueó mientras ella levantaba la cabeza en un intento desesperado de aliviar el vicioso dolor que la asaltaba.

Jace la embistió de nuevo. Con fuerza. Casi salvaje. Dios, era frenéticamente salvaje. Cada poderosa estocada la dejaba sin aliento hasta que sus pulmones clamaban piedad.

Bethany apretó los dientes. La tensión se le estaba expandiendo de la cabeza a los pies. Tenía que correrse ya. No iba a poder soportarlo mucho más sin romperse.

Y, a continuación, en un tumultuoso fogonazo, el orgasmo se apoderó de ella como una poderosa ola. Feroz. Poderosa. Absorbente. Su cuerpo salió volando en una docena de direcciones diferentes. Algo dentro de ella se liberó. Un alivio de toda esa increíble tensión.

Cayó sobre la cama, sin fuerzas y con la mejilla descansando contra el colchón. Tenía los ojos cerrados y el cuerpo lacio mientras Jace continuaba introduciéndose en su interior. Cada embiste le enviaba un delicado estremecimiento, casi insoportable, a su sexo. Estaba hipersensible. Tanto que cada movimiento era una deliciosa agonía.

Bethany gimió y Jace se quedó quieto bien enterrado en su cuerpo. Luego ella lo sintió palpitar en su interior, empapándola. Estaba resbaladiza debido al semen, pero aun así Jace se mantuvo ahí, con su miembro sacudiéndose hasta soltar la última gota.

Se echó hacia delante de manera que su cuerpo tapara cálidamente el de Bethany. La besó en el centro de la espalda, justo entre los omóplatos, mientras deslizaba las manos por sus costados y luego las bajaba de nuevo hasta las caderas.

—Eres tan hermosa —murmuró—. Nunca he visto nada tan hermoso como tú, atada a mi cama, abierta, esperándome y con el culo rojo por la fusta.

Ella se estremeció bajo su cuerpo y luego él se apartó y se retiró de su interior. Se incorporó. Sus pasos desaparecieron en la distancia.

Ella se quedó ahí, saciada, exhausta y con el cuerpo hormigueándole debido a lo que acababa de experimentar. Se quedó dormida; se movía en una niebla entre la consciencia y la inconsciencia. Insegura de saber cuánto tiempo había pasado de verdad, se espabiló cuando las manos de Jace se deslizaron de nuevo por su trasero. Cuando se inclinó hacia delante, su pene estaba rígido otra vez y eso la sorprendió. Más tiempo del que se había dado cuenta debía de haber pasado.

Jace la quería otra vez.

Sus manos y piernas le dolían de estar tanto tiempo atada tan fuerte con las cuerdas, pero no se quejó. Él ya se ocuparía de ella luego. Nunca la llevaba demasiado lejos. Parecía ser muy consciente de cuáles eran sus límites y había demostrado tener una paciencia extrema hasta llegar a este punto. Bethany confiaba en él.

—Voy a follarme este dulce culito —murmuró cerca de su oído—. He estado soñando con ello. Estás en la posición perfecta. Con las piernas abiertas. Bocabajo. Indefensa. No hay nada que puedas hacer. Voy a correrme por todo tu culito. Dentro y fuera. Estaré tan dentro de ti que me sentirás en tu vientre.

Un escalofrío se extendió desde los hombros hasta los pies. Pequeñas olas de frío aparecieron y recorrieron su piel hasta que cada centímetro de ella hormigueara sabiendo lo que iba a ocurrir después.

Jace se apartó de ella de nuevo y salió de la habitación solo para volver unos segundos más tarde. Algo cálido goteaba justo encima de su hendidura. Luego le separó los cachetes y echó más sobre su ano. Sus dedos se deslizaban alrededor de toda la zona, extendiendo bien el lubricante y recreándose sobre su entrada antes de presionarla hacia dentro.

Un dedo se escurrió fácilmente y pasó la barrera de su ano; cubría la entrada y un poco de su interior. Luego añadió más lubricante y suavemente introdujo otro dedo. La estiró y abrió para así poder acomodar ambos en su interior.

Bethany gimió suavemente, el ardor dentro de su trasero era intenso y provocador. Como la fusta. Ambos eran placenteros, pero de maneras diferentes.

—Debería pasar más tiempo preparándote —dijo con la voz tensa—. Pero no puedo. Te deseo demasiado. Necesito que te relajes y trabajes conmigo, nena. Intentaré ir lento.

Retiró los dedos y luego añadió más lubricante y lo untó alrededor de su ano. Luego la redonda cabeza de su pene presionó contra su entrada. La presión se fue formando al mismo tiempo que su cuerpo se resistía y rehusaba dejarlo entrar.

Un leve gruñido se escuchó desde su garganta. Ella se estremeció de nuevo, excitada, ardiendo, quemándose. Solo por él.

—Déjame entrar, nena. Relájate. No luches contra ello.

Ella cogió aire y luego lo soltó en una larga exhalación mientras intentaba obligarse a seguir las instrucciones que él le daba. Soltó un gemido cuando él se impulsó hacia delante inexorablemente, abriendo el cuerpo de Bethany conforme avanzaba. Ella cerró la boca, preocupada de que parara. Pero no lo hizo. Parecía estar demasiado ido como para percatarse de ningún signo de angustia que viniera de ella.

Continuó ejerciendo una presión firme, y empujó y empujó hasta que finalmente el cuerpo de Bethany le abrió camino y se hundió a medias en ella. Las manos se agarraron a su cintura con más fuerza y dobló los dedos de forma intermitente.

—Dios, nena —gimió.

Se retiró. Su erección rozaba su carne hipersensible y dilatada. La salida fue potente y extremadamente placentera y el alivio fue enorme, pero luego se volvió a mover hacia delante y la resistencia natural de su cuerpo se disparó ante su invasión e hizo difícil y doloroso el avance de Jace para enterrarse hasta la base de su pene.

—Joder —dijo Jace con voz estrangulada—. Acógeme entero. Dios mío, Bethany. Lo que me haces…

Volvió a arrastrarse fuera de su interior lentamente y su ano tembló. Jace casi se salió entero, solo dejó la cabeza de su miembro dentro de la abertura. Esperó a que esta se cerrara y se ciñera alrededor del glande, y luego abruptamente la volvió a abrir al tiempo que la embestía y vencía la resistencia de su cuerpo.

Bethany abrió la boca para soltar un grito silencioso. La respiración alterada le hacía expulsar el aire por la nariz, y, luego, al no ser capaz de coger suficiente aire por esa vía, se rindió y dio bocanadas. Su pecho se movía hacia arriba y abajo contra el colchón mientras luchaba contra el bombardeo de tantas sensaciones diferentes.

Dolor. Placer. Miedo. Excitación. Indefensión. Fuerza. Placer continuo.

Seguridad.

Confort.

Su posesión.

—Cuidaré de ti luego —murmuró mientras se echaba hacia delante y su miembro se introducía en la dilatada entrada—. Esto es para mí.

Y luego comenzó a embestir su trasero; sus muslos chocaban contra las nalgas y cada movimiento enviaba una onda expansiva por todo su cuerpo. Le dio unas palmadas y subió los cachetes para tener más acceso a su trasero. El movimiento dilató más la entrada alrededor de su erección y Jace dejó escapar un leve gemido.

Se elevó y se echó hacia delante. Cambió el soporte de su peso de manera que estuviera completamente inclinado sobre Bethany. Tapándola. Cubriendo cada centímetro de su espalda mientras sus caderas se movían dentro y fuera de su trasero.

Apretó los dientes sobre uno de los hombros de Bethany. Estiró las manos por encima de la cabeza de ella para encontrar las suyas. Arqueó las manos por encima de las muñecas que estaban atadas y las agarró con fuerza mientras seguía introduciéndose dentro de su cuerpo.

Chorros calientes de semen explotaron dentro de su trasero. Jace continuó embistiéndola, cada movimiento depositaba más emisiones en lo más profundo de su cuerpo. Siguió y siguió en lo que parecía ser un chorro que nunca se acababa. Continuó enterrándose en ella hasta que finalmente se desplomó encima, jadeando debido al esfuerzo.

Su miembro estaba acuñado dentro de su trasero y palpitó con los últimos vestigios de semen. Parte de su semilla se había deslizado fuera de su culo debido a los fuertes embistes y goteaba entre sus piernas.

Jace se quedó ahí tumbado durante un rato, aún dentro de ella, mientras su respiración se calmaba y se serenaba sobre Bethany. La besó en el hombro y luego le pasó las manos por los brazos atados y por los costados.

—Eres tan hermosa —susurró—. Y mía. Eres mía, Bethany. Me perteneces. Solo a mí.

Ella no iba a discutir esa cuestión. Estaba perfectamente contenta de ser suya siempre y cuando él la quisiera. Sin embargo, no se detuvo a pensar en el poco tiempo que eso podría significar.