Capítulo
31
Jace soltó un discernible suspiro de alivio tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron detrás de ellos en el apartamento. Se había asegurado de que ella no se acercara lo más mínimo al ascensor. Y así sería durante bastante tiempo.
La llevó al cuarto de baño y después de sentarla en el retrete, se volvió para abrir el grifo de la ducha. Luego comenzó a quitarle la ropa mojada de inmediato. Sus manos temblaban, no de frío, y se sentía incapaz de hacerlas parar. Estaba completamente destrozado por la magnitud de lo que casi había conseguido. De lo que realmente había conseguido.
—Jace, por favor, solo deja que me vaya —dijo con voz suave y ahogada por la emoción—. No hay necesidad de prolongar esto. Solo deja que vuelva a mi vida y tú vuelve a la tuya.
Él le sujetó el rostro con las manos y la miró ferozmente a los ojos.
—No voy a dejar que te vayas. Nunca. No va a suceder. ¿Cómo se supone que voy a volver a mi vida cuando tú eres mi vida? Como si mi vida significara algo si tú no estuvieras en ella. Ahora nos vamos a meter en la ducha y a entrar en calor. Ambos estamos helados. Tú más que yo. Has estado fuera con este tiempo durante horas. Tendré suerte si no tienes hipotermia.
Ella abrió los ojos atemorizada y luego Jace la soltó y la puso de pie. Entonces se quitó su propia ropa y la empujó para que entrara en la ducha.
No podía controlar el temblor que había invadido a sus extremidades. Apenas podía mantenerla a ella de pie en la ducha, pero la ancló firmemente contra su cuerpo y usó el calor del agua y el de su propio cuerpo para hacerla entrar en calor.
Estaba como un bloque de hielo. El frío se le había metido tanto en los huesos que había incluso enfriado su sangre. Lo mataba que hubiera estado tanto tiempo bajo la lluvia, desolada, consternada, porque no había sabido lidiar bien con la situación. Le había hecho creer que no era nada. Que no tenía nada. Cuando ella lo era todo para él.
La amaba. Si antes había habido alguna duda al respecto, ahora ya no. Y uno no trataba a la persona que amaba tal como él la había tratado. No le había mostrado ningún tipo de comprensión. No la había escuchado, no había esperado a que le explicara nada. Durante todo este tiempo había sido paciente y había esperado a que ella fuera la que le explicara su pasado y compartiera esa parte con él. Y cuando había tenido su oportunidad, la había fastidiado.
Eso no volvería a pasar otra vez. Y no iba a permitir que se marchara de su vida cuando había esperado treinta y ocho años para que entrara en ella.
El calor se incrementó y los invadió. Jace por fin sintió cómo los temblores que se habían apoderado del cuerpo de Bethany remitían mientras se relajaba entre sus brazos, calentita y maleable. Tan preciosa. Todo lo que había querido alguna vez lo tenía entre sus brazos en este instante. Y no lo iba a dejar marchar. Nunca había perdido una batalla en la que estuviera realmente interesado y esta era la más importante de su vida.
La besó en la sien y dejó que su boca se deslizara por su suave mejilla hasta llegar a la barbilla. Suya. Su mujer. Su amante. Su esposa, si por él fuera. La iba a atar a él tan fuerte que iba a respirar el mismo aire que él.
—¿Has entrado en calor? —murmuró en su oreja.
Ella asintió y Jace de mala gana la soltó de su abrazo y cerró el grifo. La sacó rápidamente de la ducha y le pasó una toalla por encima vigorosamente para que no cogiera frío otra vez. Cuando llegó al pelo se lo levantó y se quedó mirando la gargantilla que le había regalado por Navidad. No se la había quitado. Ni siquiera después de haberle herido los sentimientos. Dibujó su contorno con un dedo y luego se inclinó hacia delante para besarla en el hueco entre la oreja y la gargantilla, donde el pulso se aceleró bajo sus labios.
Ella retrocedió un paso con los ojos aún torturados y cautelosos.
—Jace…
—Shhh, Bethany. Solo dame un poco de tiempo. Necesitas estar seca y calentita y luego hablaremos. De todo. Y no me vas a dejar. Ni siquiera lo pienses. Te ataré a la cama sin sentir ni una pizca de remordimiento si es lo que tengo que hacer para mantenerte aquí.
Ella se mordió el labio, pero se quedó en silencio y dejó que le envolviera el pelo con una toalla. Luego cogió el albornoz que colgaba en la puerta y la ayudó a ponérselo antes de atárselo alrededor de la cintura.
Se tomó unos momentos para secarse él mismo y ponerse ropa seca antes de urgirla a salir al salón.
Encendió la chimenea y luego la sentó en el sofá.
—Dame un momento para que te prepare una taza de chocolate caliente y vengo.
Jace estaba vacilante y reacio a dejarla aunque fuera unos instantes, pero el hecho de que solo tuviera puesto el albornoz —algo que había hecho a propósito— lo tranquilizaba y le aseguraba que no iba a salir corriendo de su apartamento.
Aun así, esperó a que ella aceptara y cuando finalmente asintió, volvió a respirar aliviado.
Parecía que la leche estaba tardando una eternidad en calentarse en el microondas. Precipitadamente le echó la mezcla y lo endulzó justo como a ella le gustaba y luego volvió al salón donde Bethany estaba acurrucada en el sofá.
Tenía los pies escondidos debajo del cuerpo como si estuviera buscando más calidez y había cogido el fular que estaba en uno de los brazos del sofá y se lo puso en el regazo. Jace no estaba seguro de si necesitaba calor extra o de si estaba añadiendo capas encima como medida de protección… contra él.
No iba a permitir ninguna barrera entre ellos. No más. Pero primero tenían que sacarlo todo a la palestra.
Le tendió la taza y ella la cogió con ambas manos para absorber el calor con las palmas. Jace se sentó en el sofá junto a ella y se giró para quedar frente a frente. Levantó una rodilla hacia atrás de manera que tocara la de ella. Bethany no se movió, algo que tomó como una señal positiva, pero sabía que tenía aún mucho camino por recorrer.
—Te debo una disculpa —dijo en voz baja—. Lo siento, Bethany. Perdí los papeles. Cuando pensé en todas las cosas que podrían haberte sucedido, me volví un poco loco y dije cosas que no quería. Nunca quise hacerte sentir como si no fueras nada o no tuvieras nada. Si no te crees nada más, de acuerdo, pero eso sí, créetelo.
La taza tembló entre sus manos mientras se la apartaba de la boca.
—Lo entiendo. De verdad. Pero, Jace, te he contado lo que casi hice.
Su rostro estaba inundado de dolor y vergüenza. Era casi su perdición. Sin ser capaz de poder mantener una distancia entre ellos, le cogió la taza de las manos y la dejó en la mesita antes de volver a acercarse a ella. Pasó un brazo por encima del sofá de manera que sus dedos tocaran el hombro de ella y luego le cogió la mano y le acarició la palma con el dedo pulgar.
—«Casi» es la palabra clave, nena. Casi te tomaste la pastilla. Pero no lo hiciste. Paraste. No lo hiciste.
Ella cerró los ojos y a Jace se le encogió el corazón cuando vio una lágrima caer por su mejilla.
—He recorrido un largo camino —susurró—. Hasta hoy. Hasta que he vuelto a ver esas pastillas. No pienso en ellas. Lo que quiero decir es que no había pensado en ellas. No las había querido. No desde que las dejé y logré mantenerme limpia. Sin embargo, hoy las quería más que a nada. Fue una reacción incontrolable.
Le entró un escalofrío y bajó la cabeza. Jace deslizó los dedos por debajo de su mentón y suavemente se lo levantó hasta que se vio obligada a mirarlo a los ojos una vez más.
—Nena, pero lo importante es que no lo hiciste —dijo con voz queda y enfatizando cada palabra—. No importa lo que querías ni lo que pensaste. No te la tomaste. Eso conlleva fuerza de voluntad. La venciste y ya no te tiene atada. ¿No te ha quedado claro hoy?
La esperanza que se reflejaba en sus ojos era tan conmovedora que casi lo partió en dos.
—¿De verdad piensas eso?
—Sí. No quiero que te sigas castigando por esto. Y de ahora en adelante, voy a estar aquí para ayudarte. No tienes que estar sola. No estarás sola. Te vas a venir a vivir conmigo. He esperado. No quería presionarte demasiado pronto. Esa es la razón por la que te instalé en el antiguo apartamento de mi hermana. Pero ya se ha acabado. Vas a vivir aquí conmigo.
Ella abrió los ojos con sorpresa. Abrió la boca para protestar, pero él la calló con un beso.
—Eres mía, Bethany. Me perteneces. Yo te pertenezco. Tu sitio está aquí. Eso no es negociable.
—Pero Jack…
Jace se separó y parte de su buen humor se deterioró.
—Tenemos que hablar de Jack. Es peligroso para ti, Bethany. No voy a tolerar eso. No toleraré ninguna amenaza contra ti.
Su respiración salió de forma irregular y era obvio que estaba esforzándose por contener las lágrimas que amenazaban con derramarse.
—No puedo darle la espalda, Jace. No espero que lo comprendas.
—Haz que lo entienda, por favor. Dime por qué. Dime qué es lo que te ata a Jack.
Ella cerró los ojos y las lágrimas contra las que tanto había luchado se escaparon y deslizaron sobre sus mejillas en silencio, dejando un rastro plateado.
—Soportó mucho por mí. Me protegió. No te puedes ni imaginar lo que tuvo que soportar por mí, Jace.
Su pecho ardió y se le formó un nudo en la garganta. Sabía con seguridad que no le iba a gustar lo que estaba a punto de contarle, pero se quedaría sentado y la escucharía aunque sus palabras lo mataran por dentro. Este era su pasado y ella por fin se lo estaba contando todo. Le estaba confiando secretos que se había guardado para ella y el oscuro dolor que llevaba en sus ojos.
—Entrábamos y salíamos de nuestros hogares de acogida. No tenemos un lazo de sangre. Eso lo sabes. Pero congeniamos y nos unimos mucho y los servicios sociales intentaban no separarnos cuando era posible. Que no era siempre. Pero sabían que si íbamos juntos era más probable que no causáramos problemas, así que cuando podían intentaban encajar nuestra necesidad de estar juntos. Nosotros éramos nuestra única familia, solo nos teníamos el uno al otro.
Bethany hizo una larga pausa e inspiró hondo varias veces.
—Continúa, nena —dijo amablemente—. Te escucho. Nada puede hacerte daño ahora.
—Cuando tenía doce años, Jack tenía quince. Era grande para su edad. Sé que ahora no lo parece. Está demasiado delgado, pero cuando está sano y bien nutrido, es un tío corpulento y grande. Alto y con anchos hombros. En fin, estábamos en una casa juntos y el padre…
Jace se tensó y el cuerpo entero le hirvió de ira. No le gustaba la dirección que estaba tomando esto.
—El padre solía mirarme y eso preocupaba a Jack. Jack nunca me dejaba fuera de su vista ni me dejaba sola con nuestro padre de acogida. Al final resultó que al padre no le importaba mucho si eran chicas o chicos.
Bethany sintió un escalofrío que había provocado la repulsión. Su rostro empalideció. La angustia radiaba de ella como si se tratara de ondas. Jace la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fuerza pidiéndole que continuara hablando. Le acarició el pelo en un intento de ofrecerle consuelo de cualquier forma que pudiera.
—Él lo soportó por mí —susurró—. Se puso en medio cada vez que el padre vino a por mí. Jack permitió que ese hombre abusara de él para que no pudiera hacerlo conmigo y, Dios, Jace, yo no puedo olvidarme de eso. No puedo. Estuvo aguantando eso durante meses hasta que por fin pudimos huir.
—Oh, nena. Lo siento mucho.
—Jack siempre ha cuidado de mí. Cuando me vi implicada en el accidente de coche. Antes de eso. Después. Siempre ha sido él el que se aseguraba de que tuviéramos comida y ropa. Cuando yo no pude conseguir más recetas médicas para los analgésicos, y por entonces aún sentía mucho dolor, Jack los conseguía para mí. Y luego, cuando me volví adicta, se arriesgó a que lo arrestaran y Dios sabe qué más para asegurarse de que tuviera lo que necesitaba.
Jace suspiró. Era una situación compleja, sin duda. Miraba a Jack con una luz nueva, pero eso no significaba que estuviera todo arreglado con el hombre que le estaba jodiendo la vida a Bethany ahora. Jack estaba metido en algo más grande que simplemente seguir con su hábito de conseguir recetas médicas. Estaba comprando, si no traficando con drogas duras. El tipo de droga que podía hacer que una persona terminara muerta o en prisión durante mucho tiempo. Ni de lejos iba a dejar que Bethany estuviera expuesta a eso.
—Entiendo por qué te sientes como te sientes, nena, pero escúchame. Jack ya ha ido más allá. Está metido hasta el fondo y te está poniendo en serio peligro. No puedo permitir eso. No lo permitiré. Nunca aceptaré nada que pueda terminar haciéndote daño. ¿Lo entiendes?
Ella se movió y levantó la cabeza para poderle mirar a los ojos.
—Lo entiendo, Jace. De verdad. No estoy excusándolo. No me gusta lo que está haciendo, pero la idea de que esté hambriento y con frío y que se esté exponiendo a esos peligros… me parte el corazón. No puedo evitar preguntarme si su vida sería así si yo no hubiera estado en medio.
Jace sacudió la cabeza y se aseguró de que ella viera su vehemencia.
—Tú no te puedes culpar por esto. No voy a dejar que lo hagas. Él te protegió. Siempre le estaré agradecido por eso. Pero nena, ni siquiera él te culparía por quien es ahora. Todos tomamos decisiones. Él tomó algunas malas, pero eso no significa que tú tengas que pagar por ello.
—¿Pero qué se supone que tengo que hacer? No puedo abandonarle. No puedo dejarlo solo y sin nada. No cuando yo tengo todas las cosas que él no tiene.
Jace se quedó mirando a esos ojos empapados de lágrimas y se dio cuenta de que ella no sería la mujer que él amaba si abandonara a su familia. Le acarició la mejilla para secarle la humedad que habían dejado las lágrimas y luego suspiró.
—Ya se me ocurrirá algo para Jack. Pero tienes que entender que si yo intervengo, significa que tú no te entrometes.
Los ojos se le llenaron de preocupación y bajó la mirada de nuevo.
—¿Podría…?
Se mordió el labio y se quedó en silencio.
—¿Podría qué, nena? No debes tener miedo de pedirme nada.
—Pero no tengo derecho a pedirte esto —dijo en voz baja—. Ya me has dado mucho y yo no te he dado nada a ti.
—Tú lo eres todo para mí. Todo, Bethany. Yo no digo eso muy a menudo. Y está claro que no se lo he dicho nunca a ninguna otra mujer. Maldita sea, nunca se lo he dicho a otro ser humano.
Ella se lo quedó mirando con tal confusión y asombro que Jace no pudo controlarse más. La estrechó entre sus brazos y contra su pecho y la abrazó con tanta fuerza que dudaba de que pudiera respirar siquiera.
—Pide, Bethany.
—Te iba a preguntar si Jack se podría quedar en el apartamento —susurró—. Solo durante un tiempo. Hasta que baje los pies a la tierra y pueda permitirse él uno.
Jace liberó a Bethany con cuidado de su abrazo y la alejó de él lo suficiente para que ella pudiera verlo. Su expresión era de completa y total seriedad mientras la miraba.
—Si tú te mudas conmigo, veré lo que puedo hacer con lo de dejar a Jack en tu apartamento.
Bethany no reaccionó ante el sutil chantaje. Aunque no es que hubiera sido muy sutil. Sin embargo, él no tenía ningún problema con hacer lo que fuera necesario para tenerla dentro de su espacio, en su cama y más arraigada a su vida.
—¿Harías eso por mí? —susurró.
Joder, sí. Y no sentiría ni una pizca de culpa en el proceso.
—Sí.
Ella se lanzó hacia él y casi lo tiró de espaldas.
—Gracias —dijo ferozmente—. No te merezco, Jace. Aunque le doy gracias a Dios todos los días por haberte puesto en mi camino.
Jace frunció el ceño ante esa afirmación, pero ya que no había opuesto resistencia a la idea de irse a vivir con él, no siguió tocando el tema.
—Me muero por decírselo a Jack —dijo—. No se lo va a creer.
Jace levantó las manos.
—Hay unas cuantas condiciones, Bethany.
Ella se quedó en silencio y lo miró de manera inquisitiva.
—No voy a permitir drogas en el apartamento. No voy a permitir que estén en ningún lugar cerca de ti. Si Kaden o Trevor las encuentran en cualquier momento, él se va a la calle. Y si ves a Jack, será con Kaden o Trevor o conmigo delante. En eso no voy a dar mi brazo a torcer. Estas son las condiciones.
Bethany estaba callada. Podía ver las ruedecillas girando y trabajando en su mente. Jace se encontró conteniendo la respiración y se preguntó si habría sido muy duro. Pero así era él. No podía cambiar eso, y no lo cambiaría por algo tan importante como era su seguridad.
—Está bien —dijo quedamente—. Se lo explicaré a Jack.
—No.
Ella alzó las cejas y luego las frunció, confusa.
—Yo se lo explicaré a Jack —afirmó Jace seriamente—. No te voy a poner en ninguna situación incómoda. Déjame que sea yo el cabrón. No tengo ningún problema con tener ese papel en lo que a ti se refiere.
—No eres un cabrón —rebatió ella con una voz llena de fiereza que lo hizo sonreír.
—¿Eso significa que serías feliz de quedarte conmigo y que no piensas que sea un cabrón por manipularte para que te vengas a vivir conmigo?
Sus ojos se suavizaron y luego se rindió a su abrazo mientras su cuerpo se derretía como agua sobre su piel. Tan suave y cálida. Tan increíblemente perfecta. Las manos de Jace se deslizaron por su espalda y este deseó con todas sus fuerzas que el albornoz no la estuviera cubriendo.
—Yo nunca quise irme —dijo débilmente—. Pensé que eso era lo que tú querías.
—Shhh, nena, no. No digas eso. Nunca.
—Y me preocupo, Jace. Lo hago. Me preocupa la dirección que esto irá tomando y cuánto tiempo seguirás siendo feliz… conmigo.
El tácito miedo era tan evidente como si lo hubiera admitido en voz alta. Estaba preocupada de que esto fuera temporal para él y de qué pasaría con ella cuando, en su cabeza, él se cansara de ella y pasara página.
—Y aún me preocupa no ser lo bastante buena para ti —dijo con una voz rigurosamente vulnerable.
—Oh, nena.
Ella sacudió la cabeza y continuó.
—No encajo en tu mundo. ¿Cómo podría? Tengo miedo de que un día tú te des cuenta de eso.
Jace le acarició el rostro con la palma de la mano para dejar que siguiera apoyando la cabeza sobre su hombro.
—Tú eres mi mundo, nena. Ya hemos tenido esta discusión.
Él pudo sentirla cerrar los ojos con fuerza y temblar. La abrazó incluso con más firmeza y la besó en su suave pelo.
—Quiero creer eso —susurró—. Porque eres mío, Jace. Y eso me asusta. Eres mi mundo entero. Todo lo que lo convierte en maravilloso. Lo mejor que me haya pasado nunca. He perdido mucho en mi vida, y he sobrevivido. Pero si te pierdo a ti, me devastaría como nada antes lo hubiera hecho. Posees mucho poder sobre mí y eso me asusta.
Jace cerró los ojos e inspiró hondo mientras sus palabras lo inundaban. No había dicho que lo amara, pero estaba convencido de que era solo porque ese era el último hueco que debía llenar. Una señal de su máxima sumisión. Un quizás de que todavía no estaba lista para eso. Podía esperar. Para siempre, si es que le llevaba tanto tiempo. Estaba más que contento con pasar los siguientes cuarenta años convenciéndola de que no se iba a ir a ninguna parte. Tarde o temprano escucharía esas palabras de su boca, y, ese día, cuando llegara, se quedaría grabado en su memoria para siempre.
—Nena, escúchame.
Ella se movió de nuevo y lo miró a los ojos. Jace le tocó la boca y le delineó el arco de los labios.
—La clase de poder del que hablas no va de tener control. Ni de tu sumisión. Va de mi dominancia. Es un poder emocional. Pero nena, tú tienes exactamente el mismo poder sobre mí. En lo que a nuestra relación respecta, tú tienes de lejos más poder que yo.
Sus ojos se abrieron como platos ante la sorpresa.
—Es verdad —dijo antes de que ella pudiera ponerle palabras a su protesta—. Tú tienes más poder, más control del que te puedas siquiera imaginar. Mi corazón está en tus manos. Y no es un farol. No estoy diciendo cosas que crea que quieres escuchar para manipularte. No puedo ser más honesto contigo. Soy tuyo, nena. Me pongo en tus manos. Mi corazón, mi alma y todo mi ser te pertenecen.
—Jace.
Su nombre salió en una ráfaga de aire mientras se lo quedaba mirando con tristeza en los ojos. Había formado un gesto de sorpresa con los labios y las manos le temblaban al mismo tiempo que las levantaba para tocar su rostro. Cuando lo tocaron, él se volvió hacia sus palmas y depositó un beso sobre la suave piel.
—¿De verdad? —susurró.
Él sonrió.
—No puedes pensar de verdad que tengo por costumbre decirle todo esto a cada mujer con la que me acuesto.
Ella negó con la cabeza.
—No, no me lo puedo imaginar.
—Entonces créetelo, nena. Mírame. Cree en ti. En nosotros. Esto es real. Tan real como es posible serlo. Nada ha sido nunca más real en toda mi vida.
—De acuerdo —dijo con una voz tan baja y queda que le envió a Jace dulces escalofríos bajo la piel.
—¿Vas a venir a vivir aquí?
Asintió.
—¿Estás preparada para someterte a mí por completo? Y no solo en el dormitorio, nena. En todos los aspectos de nuestra relación.
Hubo solo una breve vacilación antes de que ella asintiera una tercera vez.
—Nunca vuelvas a desaparecer así, Bethany. No importa lo que pase, te quedas y luchas. Grítame, discute, tírame cosas, lo que sea que quieras hacer, pero nunca te alejes de mí. Quédate y lucha por lo que tenemos. Ya sabes que tengo mucho temperamento. Y sabes que digo estupideces que no quiero decir. Pero no puedes meterte el rabo entre las piernas y huir cada vez que la cosa se ponga difícil. Prométemelo.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se inclinó hacia él con cariño y dulzura.
—Te lo prometo.