Capítulo
2
Bethany Willis se frotó las palmas de las manos en los desgastados pantalones y cerró los ojos por un breve instante, mientras se balanceaba delante del barreño que contenía todos los platos y vasos vacíos que había recogido del salón de fiestas.
Estaba cansada. Muy cansada. Y hambrienta. La mejor parte de este curro —además de que pagaban en efectivo— era la comida. Tenía permiso para llevarse las sobras, y a juzgar por la cantidad de comida que salía y entraba de este lugar, iba a sobrar muchísima.
La gente rica siempre hacía las cosas en exceso. El reducido número de invitados no justificaba en lo más mínimo la cantidad de comida y bebidas alcohólicas que se estaban sirviendo. Bethany se encogió de hombros mentalmente. Al menos conseguiría comer decentemente aunque todo fuera demasiado extravagante para su paladar.
Habría suficiente para Jack también.
Una ola de tristeza la arrolló y, a continuación, un sentimiento de culpa. No tenía derecho a sentirse así porque Jack hubiera vuelto. Él era así. Desaparecía durante días y luego reaparecía, normalmente cuando necesitaba un lugar en el que pasar la noche, una cara conocida. Comida. Dinero… especialmente dinero.
El pecho se le encogió porque sabía lo que hacía con el dinero que pedía aunque odiara hacerlo. Jack nunca la miraba a los ojos, sino que bajaba la mirada y le decía: «Bethy… Tengo esto. Necesito…». Y eso era todo lo que decía. Ella le daba el dinero porque no podía hacer otra cosa. Pero odiaba la forma en que pronunciaba «Bethy». Odiaba ese apelativo, aunque una vez lo hubiera adorado porque se lo había puesto una persona que se preocupaba por ella.
Jack. La única persona en el mundo que había intentado protegerla de cualquier cosa. La única persona a la que le había importado.
Su hermano. No de sangre, pero sí para lo que realmente contaba. Era suyo al igual que ella era de él. ¿Cómo podría darle la espalda?
No podía. Y no lo haría.
Se oyó un ruido tras la puerta de al lado, la que llevaba al callejón donde se sacaba la basura. Levantó la mirada y vio a Jack apoyado contra el marco y la cabeza echada hacia atrás para controlar el callejón. Ese era Jack. Siempre con un ojo en la salida. Nunca se metía en ningún sitio sin precaución o una ruta de escape planeada.
—Bethy —le dijo en voz baja.
Ella se encogió, sabía por qué había venido. Sin decir nada se metió la mano en el bolsillo del pantalón y cogió los billetes arrugados que había guardado allí. La mitad por adelantado. La mitad de lo que cobraría por trabajar esa noche. Jack se quedaría esa mitad, y con la otra Bethany tendría que salir adelante hasta que encontrara otro curro, que no sabía cuándo iba a ser.
Apresurándose hasta donde él se encontraba, Bethany le puso los billetes en la mano y observó incómoda cómo su mirada se desplazaba lateralmente para no tener contacto visual directo con ella mientras se metía el dinero en los rasgados y rotos vaqueros. Su postura era incómoda. Sabía que Jack odiaba esto. Ella también lo odiaba.
—Gracias —susurró—. ¿Estás bien? ¿Tienes dónde dormir esta noche?
No, no lo tenía pero no se lo iba a decir. Así que mintió.
—Sí.
Parte de su tensión se esfumó y asintió.
—Bien. Estoy en ello, Bethy. Tendré un lugar para los dos pronto.
Ella sacudió la cabeza en señal de negación. Sabía que eso era lo que siempre decía, y también sabía que era una patraña.
Jack se inclinó hacia delante y la besó en la frente. Durante un momento, ella cerró los ojos y se imaginó en otras circunstancias muy diferentes. Pero era inútil. La situación era la que era y desear que fuera otra era como caminar en el viento.
—Estaré pendiente de ti —le dijo.
Ella asintió. Y luego, cuando él empezó a mezclarse con las sombras del callejón, alzó la mirada y le dijo:
—Ten cuidado, Jack. Por favor.
Su sonrisa era tan sombría como la noche.
—Siempre, nena.
Bethany lo observó marcharse mientras el nudo que sentía en la garganta se hacía cada vez más grande. Maldita sea. La rabia estaba ahí pero también sabía que era una emoción que no servía para nada. Cerró y abrió las manos repetidamente a ambos lados de su cuerpo mientras el desasosiego la invadía. La necesidad, el ansia. Luchó contra eso pero era una dura batalla. Una victoria que no estaba del todo fraguada. No había pensado en las pastillas en bastante tiempo, pero esta noche la necesidad estaba ahí, hambrienta y llena de dolor emocional.
La necesidad de olvidar. Ese pequeño espacio de tiempo en el que todo parecía mejor y resultaba más fácil lidiar con la realidad. Una tregua en la que las cosas podían ir mejor aunque solo fuera por unas pocas horas.
No podía volver a lo de antes. Había luchado muchísimo para salir de aquello y lo había perdido todo en el proceso. Algunos dirían que eso le daba más razón todavía para dejarse envolver lentamente en su oscuro pasado. Pero tenía que ser fuerte. Ella ya no era esa persona.
—¿Tu novio?
La pregunta tan seca la asustó y el corazón le dio un vuelco. Se dio la vuelta y se encontró con un hombre que se hallaba de pie al otro lado de la cocina, con la mirada fija en ella.
Se trataba de uno de esos ricachones. Un invitado de la fiesta. Más que un invitado, ya que Bethany lo había visto muy pegado a la pareja que celebraba su compromiso. Y Dios, el hombre era guapísimo. Refinado. De modales perfectos. Como si hubiera salido directamente de una revista que únicamente se dedicara a todo lo bonito y rebosante de dinero. Un mundo al que no pertenecía ni en sus mejores sueños.
Él metió las manos en los bolsillos de sus caros pantalones y continuó escrutándola con una pose indolente y arrogante. Sus ojos verdes se posaron sobre ella como si la estuviera juzgando, casi como si estuviera valorando si considerarla digna o no. Pero ¿de qué? ¿De su atención? Era un pensamiento ridículo.
Tenía el cabello rubio. Y ella nunca se había sentido muy atraída por los hombres rubios, pero el pelo de este hombre no era simplemente rubio. Tenía por lo menos cuatro tonalidades diferentes que iban del castaño claro al color del trigo y a todos los tonos intermedios. Era tan guapo que dolía mirarlo.
—¿Me vas a responder? —le preguntó amablemente.
En silencio, ella negó con la cabeza y, para su sorpresa, él se rio.
—¿Eso qué quiere decir? ¿Que no me vas a responder? ¿O que no es tu novio?
—No es mi novio —susurró.
—Menos mal —murmuró él.
Bethany parpadeó con gran sorpresa y luego entrecerró los ojos mientras él se acercaba. Rápidamente se movió hacia un lado para que no la atrapara contra la puerta. No se podía ir, así que huir no era una opción. Necesitaba muchísimo cobrar la segunda mitad de su paga y quería la comida.
Pero él se volvió a acercar a ella igual de rápido que antes, invadiendo su espacio hasta que los latidos de su corazón se aceleraron erráticos y comenzó a mirar la puerta que daba al callejón. De repente ya no le importaba si cobraba o no.
—¿Cómo te llamas?
Ella levantó la mirada hacia él.
—¿Acaso importa?
Él se paró por un momento, ladeó la cabeza hacia un lado y luego dijo:
—Sí, importa.
—¿Por qué? —susurró la joven.
—Porque no tenemos la costumbre de follarnos a mujeres que no sabemos cómo se llaman —dijo abruptamente.
¡Hala! Esa afirmación era tan incorrecta que no sabía siquiera por dónde empezar. Levantó la mano automáticamente como defensa antes de que pudiera acercarse ni un milímetro más.
—¿Tenemos? —exigió—. ¿En plural? ¿De qué estás hablando? ¿A quién te refieres? Y yo no me voy a follar a nadie. Ni a ti. Ni a vosotros. Ni a ellos. Ni de coña.
—Jace te desea.
—¿Quién diablos es Jace?
—Y yo he decidido que te deseo.
Ella apenas pudo contener un gruñido de rabia. Apenas. Rechinó los dientes y luego decidió pasar al ataque.
—No voy a consentir acoso sexual en el trabajo. Voy a rellenar una hoja de reclamaciones y luego me piro de aquí.
Para su sorpresa, él se limitó a sonreír y luego levantó la mano para tocarle la mejilla.
—Baja esos humos, cielo. No te estoy acosando. Te estoy haciendo una proposición. Hay una gran diferencia.
—Quizás en tu pueblo —señaló Bethany.
Él se encogió de hombros como si particularmente no le importara que estuviera de acuerdo o no.
—¿Quién narices es Jace? —repitió—. ¿Y quién eres tú? No se le hace una proposición a una mujer sin darle antes el nombre. ¿Y tú tienes problemas con no saber el nombre de la mujer que quieres llevarte a la cama? ¿Qué pasa contigo? Ni siquiera te has presentado.
Él se rio otra vez. El sonido de su risa era como música para sus oídos, la hacía sentirse bien y querer escucharlo para siempre. Era una risa despreocupada, y ella se sintió ofendida. Estaba tan celosa que quería quemarse de la envidia. Este era un hombre sin problemas. No tenía preocupaciones, excepto el saber con quién se iría a la cama después.
—Me llamo Ash. Y Jace es mi mejor amigo.
—Yo soy Bethany —dijo de mala gana. Luego entrecerró los ojos—. ¿Y ambos me deseáis?
Él asintió.
—Sí. No es tan raro. Nosotros compartimos a las mujeres. Mucho. Hacemos tríos. ¿Alguna vez has hecho uno? Porque si no, te garantizo que haremos de ello una experiencia que no olvidarás.
Las fosas nasales se le abrieron.
—Sí, he hecho tríos. No es nada extraordinario.
Algo brilló en los ojos de Ash. Bethany podía decir que lo había sorprendido. Él debería esperar que se la devolvieran cuando hacía proposiciones tan escandalosas como esta.
—Entonces a lo mejor te estás tirando a los hombres equivocados.
Ella abrió los ojos como platos ante la afirmación porque, ¿qué podía decir en respuesta? No había duda de que había tenido la costumbre de tirarse a los hombres equivocados. No era ningún secreto.
—Ash.
El sonido sonó explosivo en esa zona cerrada de la cocina. Bethany volvió la cabeza y se encontró a otro hombre en la puerta arrancándole la piel a tiras a Ash con una mirada oscura y pensativa. Ash no parecía extremadamente molesto al darse cuenta de que el hombre estaba obviamente cabreado.
Bethany sí lo estaba.
Este tío era el que ella había sorprendido mirándola cuando había salido a la terraza a recoger los platos y cubiertos de las mesas. Dos veces. Había sentido su mirada sobre su cuerpo. Quemándole la piel hasta que le recorrieron escalofríos de la intensidad. Si Ash resultaba más ligero, despreocupado, y con aires de ser un buen partido del tipo «soy rico, lo sé y no voy a hacer nada más que lo que me dé la gana», este hombre parecía… totalmente lo opuesto a Ash.
Intenso no era la palabra correcta. No se acercaba siquiera a describirlo. Parecía más un canalla, y ella conocía muy bien a los tipos como él. Tenía muchísima experiencia con hombres de la calle y en la misma calle, y tuvo el repentino pensamiento de que prefería lidiar con los diablos que ella conocía antes que con este hombre que la estaba atravesando con la mirada.
Tenía los ojos negros y el pelo oscuro. Un cabello realmente genial. Desordenado y rebelde, y era casi largo. Un mechón le caía por la frente y ella se lo imaginó apartándoselo con impaciencia sin importarle si se despeinaba más o no. Le caía por el cuello, y eso le daba una apariencia salvaje y desenfrenada que probablemente hacía que las mujeres quisieran intentar domarlo. Tenía la piel bronceada, pero no era ese bronceado falso que los atractivos chicos metrosexuales iban buscando. Tenía una robustez firme a pesar de que toda su apariencia gritara riqueza y refinamiento tal y como lo hacía Ash. Pero era un tipo de refinamiento diferente.
Si Ash llevaba la riqueza como una segunda piel, como si siempre la hubiera tenido, este otro tío parecía como si la hubiera acumulado tarde y aún no estuviera tan cómodo con ella como Ash.
Era una valoración ridícula, pero era lo que le transmitía. Ese hombre tenía algo peligroso. Algo que la hacía estar atenta y no bajar la guardia.
—Jace. —Ash se dirigió a él amablemente—. Te presento a Bethany.
Oh, mierda. Mierda. Mierda. Mierda.
¿Este era el tío del trío? ¿El mejor amigo de Ash? ¿El hombre que formaba el tercer vértice en la escandalosa proposición que Ash le acababa de hacer?
Los labios de Jace se tensaron y comenzó a acercarse. Bethany instintivamente dio un paso atrás.
—La estás asustando —dijo Ash a modo de reprimenda.
Para sorpresa de Bethany, Jace suavizó las facciones de su rostro pero aun así siguió atravesándolo con la mirada. Al menos no era a ella.
—Te dije que no lo hicieras —dijo Jace con un tono de voz bajo y cabreado.
—Sí, bueno, pero no te escuché.
Bethany estaba completamente confundida. Pero entonces Jace se volvió hacia ella y hubo algo en su mirada que hizo que se le cortara la respiración.
Interés.
No era la simple mirada que un hombre le dirigía a una mujer a la que solo se quería tirar. Era algo diferente a lo que no podía ponerle nombre. Y bueno, la había estado observando toda la noche. Lo sabía porque ella lo había estado observando también.
—Lo siento —comenzó Jace.
—¿La oferta incluye la cena? —soltó ella de repente.
Bethany se avergonzó por un instante, pero también supo por esa mirada que no quería que se fuera. No esta noche. Esta noche quería pasarla en el sol. Donde el tiempo era cálido y las cosas malas no pasaban. Quería una noche para olvidarse de su vida, de Jack y de todos los problemas que venían con ambos.
Este hombre le podía dar eso. Estaba completamente segura de ello. Y si venía con Ash, pues tendría que aceptarlo también.
No quería salir de este hotel y encontrarse con el frío y con lo que le esperaba fuera.
—¿Qué?
Jace se la quedó mirando como si le hubieran crecido dos cabezas. Arqueó las cejas y la mirada se volvió mucho más penetrante, como si la estuviera desnudando de dentro afuera.
Ella hizo un gesto hacia Ash.
—Él dijo que queríais hacer un trío. Y yo pregunto si la oferta incluye cena.
—Bueno, sí —dijo Ash con un tono que dejaba entrever que había sido insultado.
—Entonces, de acuerdo —dijo antes de que cambiara de opinión.
Sabía que era una estupidez. Sabía que era una de las cosas más estúpidas que había hecho nunca, pero no iba a retroceder.
—Tengo que terminar aquí primero —dijo mientras Jace se quedaba ahí, en silencio, taciturno, y sin apartar la mirada de ella ni una sola vez. No miró a Ash, ni a cualquier otra cosa. Mantuvo la mirada fija en ella.
—No —intercedió Ash—. Puedes irte cuando quieras.
Ella sacudió la cabeza.
—Cobraré la segunda mitad de la paga cuando termine. Así que tengo que quedarme.
—La fiesta está a punto de acabar. Gabe no se va a quedar en esa maldita pista de baile cuando lo que de verdad quiere es a Mia en casa y en su cama —continuó Ash—. Yo cubriré tu segunda parte de la paga.
Bethany se enfrió y dio un paso atrás, el hielo pareció formársele en el rostro. Entonces sacudió la cabeza.
—He cambiado de idea.
—¿Qué narices dices? —exigió Ash.
Y aun así, Jace se quedó ahí, en silencio y tan imponente, observándola todo el tiempo. Era perturbador. De repente, esa puerta que daba a la calle tenía mejor pinta que lo que le esperaba dentro.
—No estoy en venta —dijo en voz baja—. Sé que he pedido cenar. No debería haberlo hecho. Estabais pidiendo sexo. Pero no voy a cobrar por ello.
El dolor se adueñó de ella lentamente. Los recuerdos lejanos que no desaparecían. Las elecciones. Las consecuencias. Todo ello se unía y mezclaba hasta convertirse en una oscuridad turbia e impenetrable que la rodeaba. Un día. Un día en el sol. Pero el sol no era para ella. Nunca lo había sido.
Una maldición murmurada en voz baja salió de los labios de Jace. El primer sonido que había hecho después de una eternidad. Y entonces tensó la boca. Estaba enfadado.
Su mirada se dirigió hacia donde estaba Ash y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba enfadado con él. Muy enfadado.
—Te dije que no lo hicieras —soltó Jace apagando la voz—. Joder, tío. Tenías que haberme escuchado.
Esto se estaba poniendo peor. Evidentemente Ash quería acción. Jace, no. Ash quería acercarse a ella. Jace, no. ¿Podía llegar la situación a ser más humillante todavía?
—Tengo que volver al trabajo —dijo ella mientras retrocedía apresuradamente hasta que su ruta de escape por la puerta que llevaba al salón fuera segura.
E igual de rápido Jace apareció ahí, delante de ella como una barrera entre ella y su libertad. Estaba tan cerca que podía hasta olerlo, podía sentir su calor abrazándola, y se sentía tan bien que Bethany quiso hacer algo tan estúpido como inclinarse hacia él para poder sentirlo justo sobre la piel.
A continuación, Jace deslizó los dedos por debajo de su barbilla con un gesto tan dulce que ella no pudo evitar corresponder y levantó la barbilla para encontrarse con su mirada.
—Termina el trabajo. Esperaremos. Luego cenaremos. ¿Quieres algo en particular? ¿Prefieres salir a cenar o mejor en la habitación del hotel?
Pronunció las preguntas con mucha suavidad. Sonaron como íntimas. Y en ningún momento miró a Ash ni una sola vez. Su mirada estaba fija en ella y ella estaba tan hipnotizada que no podía siquiera apartar los ojos de él. De repente olvidó que había cambiado de parecer sobre lo de acostarse con ellos.
Apartándose de la intensidad del momento, Bethany bajó la mirada y comprobó la ropa que llevaba puesta. No había posibilidad alguna de ir a casa y cambiarse. No tenía casa, ni ropa. Y menos aún nada adecuado que pudiera llevar en cualquier sitio que esos dos tipos normalmente frecuentaran.
Entonces se aclaró la garganta.
—En el hotel está bien, y no me importa. Si está caliente y bueno, me lo voy a comer. Nada demasiado extravagante. De hecho, lo que de verdad quiero es una hamburguesa. Y patatas fritas.
Mataría por ese menú ahora mismo.
—Y zumo de naranja —terminó de decir apresuradamente.
La diversión se reflejó en los labios de Ash, pero Jace seguía estando completamente serio.
—Hamburguesa. Patatas fritas. Zumo de naranja. Creo que puedo apañármelas —dijo Jace. Y entonces miró su reloj—. La gente se habrá ido en quince minutos. ¿Cuánto tiempo necesitas para acabar?
Ella parpadeó.
—Eh… no todo el mundo se habrá ido en quince minutos. Me refiero a que incluso si los invitados de honor se van, la gente siempre se queda después. Especialmente si hay comida y bebidas.
Él la cortó antes de que pudiera decir nada más.
—Quince minutos, Bethany. Y se habrán ido.
Era una promesa, no había especulación por su parte.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —preguntó con impaciencia.
—Treinta, quizá —supuso.
Jace la tocó otra vez. Deslizó los dedos por su mejilla y luego los subió hasta la sien, donde jugó con esos tirabuzones que se le habían salido de la horquilla.
—Entonces nos vemos en treinta minutos.