Capítulo
23

Bethany esperó, sin aliento debido a la anticipación. Al nerviosismo. Su estómago estaba lleno de mariposas. Jace volvería a casa en cualquier momento. Le había mandado un mensaje para hacerle saber que estaba saliendo de la oficina. Nada más. Ninguna instrucción. Nada que le dijera los planes que tendrían para esa noche. Aunque de acuerdo con la larga charla a pecho abierto que tuvieron la noche anterior, seguro que sabía que ella estaba esperando con ansia que llegara.

Una señal de su aceptación. De su obediencia. De su voluntad y deseo de someterse a él. De seguir hacia delante en esa clase de relación que ambos querían. No solo lo que quería Jace. Significaba el mundo entero para ella, la hacía derretirse el saber que él había estado completamente dispuesto a suprimir sus propios deseos y necesidades si ella mostraba una mínima vacilación dentro de los parámetros de la relación que habían forjado.

Y quizás esa era una razón enorme por la que ella estaba tan dispuesta a aceptar sin reservas las cosas que le había pedido. Porque no las había pedido. No le había dado ningún ultimátum. Le había dicho cómo él quería las cosas pero justo después le había hecho saber que si no podía o quería seguir con ese estilo de vida que entonces sería él quien se comprometería y aceptaría lo que fuera con lo que ella estuviera cómoda.

Todo. Ella le iba a dar todo. Quería hacerlo feliz porque eso es lo que la haría a ella feliz también.

Se quitó la ropa y la guardó en uno de los cajones que le había dejado para su uso. Había insistido en comprar muebles para ella que fueran exclusivamente de ella. Pero por ahora, usar su espacio iba bien. Aún mantenían residencias separadas aunque cada vez más sus pertenencias se habían ido acumulando en el apartamento de Jace.

Controló la hora y supo que podría estar subiendo en el ascensor en ese mismo momento. Aceleró el paso hasta el salón y se arrodilló en la afelpada alfombra en una posición que le permitiera ver las puertas del ascensor. Lo vería tan pronto como saliera, pero lo más importante, lo primero que él vería cuando entrara en el apartamento sería a ella. Esperándolo. Sometida. Dándole lo que él más quería.

Los minutos pasaban con agonizante lentitud. El silencio se instaló en el apartamento y solo se podía oír su suave respiración. Entonces se oyó el sonido del ascensor llegando a la planta. Su pulso se aceleró mientras las puertas se abrían y ella miraba al frente, ansiosa de ver su rostro, su reacción cuando la viera.

Jace entró en el apartamento con un maletín en la mano. Su mirada se posó en ella de inmediato y el maletín se le escapó de entre los dedos y cayó al suelo con un golpe suave.

—Nena —susurró.

Solo una palabra, pero expresaba una gran riqueza de significados. Sorpresa. Felicidad. Alivio. El cariño inundó sus ojos e inmediatamente se oscurecieron de deseo. Las facciones del rostro se suavizaron donde antes había habido arrugas en la frente y la mandíbula tensa. Había aparecido distraído, como si hubiera tenido un día frenético en el trabajo.

Todo se esfumó cuando avanzó, con la mirada únicamente centrada en ella y sin apartarla en ningún momento.

Se paró justo frente a ella y hundió la mano en su cabello. Le acarició la cabeza entre los mechones antes de rodear su mejilla y acariciarle la línea del mentón.

—¿Cuánto tiempo has estado esperando así? —preguntó suavemente.

Ella sonrió y se apoyó contra su mano, buscando su contacto. Estaba hambrienta de él. Un día entero esperando y esperando. Desesperada de necesidad. Queriendo reafirmar lo que ya habían decidido la noche anterior.

—No mucho. Me mandaste un mensaje cuando saliste de la oficina. Esperé un poco y luego vine al salón, aquí, para poder verte cuando salieras del ascensor. Para que me pudieras ver —terminó quedamente.

—Nunca he visto una imagen más preciosa al volver a casa del trabajo, nena. Nunca pensé que volvería para encontrarme con esto. A ti. Así. Tan dulce y cariñosa. Haces que me olvide de todo lo demás, excepto tú y yo y el mundo que hemos creado.

—Bien —dijo ella con voz ronca—. Quiero eso para ti. Has hecho muchísimo por mí. Y quiero hacer lo mismo por ti.

Él sonrió y le rozó los labios con los dedos.

—Lo haces. Ya me has alegrado el día entero. Verte así… no puedo siquiera recordar la mierda de día o lo que ha pasado en el trabajo. No me importa nada. Porque ahora estoy aquí contigo y nada más importa.

—Ordéname lo que quieras —murmuró—. Dime lo que quieres, Jace.

Él vaciló ahí de pie, con los ojos tan expresivos, pero se quedó en silencio, como si tuviera miedo de dar voz a sus pensamientos. Luego finalmente habló, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Sé que hablamos de esto anoche, nena. Sé que tú aceptaste. Sé que lo saqué todo. Pero no quiero ir demasiado deprisa. Quiero darte tiempo a que te amoldes a mis expectativas. Quiero que estés segura de que esto es lo que quieres. Lo último que quiero es abrumarte. Quiero llevar las cosas despacio. Empezar de cero y luego ir avanzando poco a poco. No dudo de ti. No quiero que pienses eso. Voy a tener cuidado contigo porque me preocupo por ti. Me preocupo por nosotros. Quiero que duremos.

Su corazón se derritió, y el dolor se intensificó. Un nudo se le formó en la garganta y le resultó difícil hablar debido a la creciente emoción.

—¿No lo sabes ya, Jace? Cuando dices cosas como esas solo haces que quiera complacerte más. No tenemos que hacerlo todo el primer día de nuestra relación. Pero quiero mostrarte lo que puedo ser. Lo que quiero ser. Por ti. Pero no solo por ti. Por mí también. Quiero esto. Tú quieres esto. Los dos queremos esto. Así que dime cómo complacerte. Dime las palabras y empecemos algo nuevo y especial.

—Quiero follarte —dijo abruptamente—. Justo aquí, en el salón. Quiero que me chupes la polla estando de rodillas, tan guapa y dulce y con los ojos brillantes y sumisos. Y luego quiero inclinarte sobre el sofá, atarte las manos en la espalda y poseerte con fuerza tanto tiempo como quiera. Y luego, cuando me haya corrido, quiero tumbarte y hacerte el amor como nunca antes te lo hayan hecho. Quiero comerte ese coñito y quiero chuparte los pechos hasta que estés preparada para explotar con fuerza.

—¿Eso es todo? —lo tentó ella.

Jace sonrió y parte de su preocupación abandonó su rostro.

—Todo, por ahora. Hay muchísimas más cosas que quiero hacerte y que te haré. Pero tenemos todo el tiempo del mundo y no quiero hacerlo todo el primer día. Nos lo tomaremos con calma y cuando esté seguro de que estás conmigo en la misma onda, llegaremos ahí, nena. No lo dudes. Voy a azotarte ese culito, a atarte y a follarte de todas las formas posibles que un hombre pueda follar a una mujer. Pero, por ahora, solo quiero esos labios tuyos alrededor de mi polla y luego voy a hundirme en tu caliente y estrecho interior.

Ella se estremeció, su clítoris se hinchó hasta que ella se retorció para aliviar el dolor.

Jace le envió una sonrisa cómplice y luego se llevó las manos a los pantalones. Se desabrochó el botón y luego bajó la cremallera. El chirrido sonó alto y claro en sus oídos. Jace se sacó el pene mientras se masturbaba con movimientos firmes, y seguidamente le levantó a Bethany el mentón con la otra mano.

—Abre la boca, nena. Acógeme entero y chúpame. Llévame al límite, pero no me voy a correr hasta no estar hundido hasta el fondo dentro de ti, hasta que no estés doblada por encima del brazo del sofá, con el culo en pompa y las manos atadas a la espalda. Entonces será cuando te llene entera de semen y se deslizará por el interior de tus piernas. Te voy a dejar tal cual para así poder alejarme y verte sabiendo que eres mía y que acabo de poseer lo que es mío.

Ella cerró los ojos mientras él se deslizaba dentro de su boca; las imágenes que había descrito bombardeaban su mente. Sus manos eran suaves al tocarle el rostro, pero sus movimientos no lo eran. Era una contradicción impresionante. Su contacto frente a la fuerza con la que poseía su boca.

—Así sí es como un hombre quiere volver a casa —susurró—. Con su mujer esperándolo de rodillas, queriendo únicamente complacerlo. Esperando sus órdenes. Aceptando cualquier cosa que él le diga que tenga que hacer. Joder, no se puede tener nada mejor, nena.

Ella sonrió alrededor de su verga; la satisfacción la asoló y se le encogió el corazón hasta que se quedó sin aliento. Le encantaba estar dominada por él de esa manera. Que estuviera tan ansioso por ella y que ella lo complaciera como ninguna otra mujer lo hubiera hecho.

Jace se movió rápido y luego ralentizó el ritmo, deslizándose más suavemente sobre su lengua y rozando la punta de su miembro por encima de sus labios antes de volver a introducirse en la humedad de su boca.

—Tan preciosa —murmuró—. Y mía. Solo mía. Me perteneces. Solo a mí. Nadie más tendrá nunca esto, lo que yo tengo. A ti, de rodillas, esperándome a que salga del ascensor. Si otros hombres supieran lo que tengo, serían unos malditos celosos hijos de perra. Eres una mujer por la que merece la pena luchar, Bethany. Los hombres matarían por poseer lo que yo tengo, incluso aunque fuera solo una hora.

Sus palabras calaron dentro de ella y las mantuvo en lo más hondo de su alma. Su pecho se tensó y en su garganta se formó un nudo que hizo que fuera complicado el acomodar toda su longitud.

Jace frunció el ceño y luego se retiró, dejó solo la punta de su miembro sobre el labio inferior de Bethany.

—¿Estás bien?

Ella asintió, incapaz de formular una respuesta coherente. ¿Cómo podía cuando estaba peligrosamente cerca de ponerse a llorar? De felicidad. Estaba abrumada y no en el mal sentido. Sino en el mejor. Estaba vencida. No tenía ni idea de qué decir, de cómo responder. Solo podía demostrarle lo que esas palabras significaban para ella.

Echándose hacia delante, tomó la iniciativa y lo envolvió por completo, pero luego inmediatamente levantó la mirada y midió su reacción para ver si su valentía lo había enfurecido. Él le pasó una mano por la mejilla y sonrió tiernamente, casi como si pudiera leer cada pensamiento y supiera exactamente cuán afectada estaba por todo lo que había dicho.

Le sujetó la cabeza, embistió una última vez más profundamente y empujó hasta lo más hondo de su garganta hasta que esta se convulsionó a su alrededor. Jace soltó un gemido y luego la soltó al mismo tiempo que sacaba su erección de la boca de Bethany. Entonces entrelazó los dedos con los de ella. La sujetó cuidadosamente hasta ponerla de pie y se quedaron así durante un rato mientras él se aseguraba de que podía mantenerse firmemente en pie.

—Al sofá —le dijo. Su orden sonó más fuerte y tensa que antes—. Quiero que te inclines sobre el brazo bocabajo y con la frente tocando la tela. El culo al aire y los pies sin tocar el suelo.

Bethany tragó saliva e hizo tal como él le dictaba para colocarse de acuerdo con sus indicaciones. Él se alejó, sus pasos se dirigieron hasta el dormitorio mientras ella esperaba ansiosamente a que volviera. Cuando volvió, tenía en las manos una cuerda larga de lino. Bethany puso los brazos a la espalda y apoyó las manos sobre el culo.

Jace le cogió las muñecas y luego, sujetándolas firmemente con una mano, comenzó a enrollar la cuerda alrededor de ellas. Aunque la cuerda era suave y no hacía daño, él la ató con fuerza y de forma efectiva para que no pudiera moverlas.

—Verte así… Nena, no tengo siquiera palabras. Es una imagen con la que soñaré por las noches cuando estés entre mis brazos, durmiendo a mi lado.

Con la palma de la mano acarició la superficie de su trasero y luego con las dos manos, masajeándola bien y luego abriéndola hasta que su sexo quedó bien visible.

Se posicionó en su entrada pero se paró y mantuvo la punta de su miembro apenas en su interior.

—No voy a ser suave —la advirtió—. Te deseo demasiado, nena. Estoy teniendo pensamientos bastante brutos y oscuros en estos momentos. Esto va a ser follar. Follar a lo primitivo, perverso y duro. Cuando termine, entonces y solo entonces, me ocuparé de ti. Pero no te corras hasta entonces. Esto es para mí. Lo de después será todo tuyo.

Antes de que ella pudiera siquiera decir algo, se introdujo en su interior con un único movimiento lleno de fuerza que le quitó la respiración. Su sexo tembló y hormigueó. La excitación y el deseo se extendieron por su cuerpo a través de sus venas. La necesidad y las ansias eran más fuertes que cualquier otra necesidad que hubiera tenido nunca por meterse el siguiente chute. ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a esto sin correrse? Ya estaba lista para hacerlo en ese mismo instante, no cuando él terminara de saciar sus propios deseos y atendiera los suyos luego.

Él le dio una cachetada en el culo a modo de advertencia cuando se agitó de forma descontrolada.

—Contrólalo, nena. No te corras aún. Desobedéceme y me olvidaré de llevar las cosas poco a poco y te azotaré con una fusta.

Ella gimió de frustración. En vez de disuadirla, su advertencia solo había avivado los fuegos de su lujuria y la había llevado más al límite.

Se mordió el labio y cerró los ojos; se centró intensa y únicamente en no ceder ante el orgasmo. Era lo más difícil que nunca antes hubiera intentado. Estaba increíblemente excitada y cada embestida enviaba olas de placer por todo su cuerpo.

—Quiero el culo también —gruñó—. Pero estoy muy cerca. Ya me lo follaré a la próxima.

Gracias a Dios. No iba a durar ni un minuto más y Jace estaba moviéndose con mucha más fuerza ahora, endureciéndose más mientras crecía y aumentaba en su interior. Bethany cerró los ojos y tensó cada músculo de su cuerpo para contener el orgasmo. El alivio le recorrió las venas cuando él se echó hacia delante para cubrir su cuerpo y el semen comenzó a invadir las paredes de su vagina.

Ella se relajó en el sofá sintiéndose derrotada, y no se había corrido siquiera. Si él la tocara, todo se acabaría. Cada terminación nerviosa estaba teniendo un cortocircuito. Su piel estaba hipersensible. El clítoris le dolía y se sacudía. Solo una caricia. Todo lo que tenía que hacer era bajar la mano y tocarse y encontraría alivio.

Suspiró de frustración. Estaba tan al límite que su piel la sentía viva. Como si intentara levantarse y volverse del revés.

Jace depositó un beso entre los omóplatos y luego suavemente se retiró.

—No te muevas —le ordenó.

Ella escuchó sus pasos alejarse y volverse distantes. Un momento después había vuelto con una toalla caliente y le limpió el semen que recorría sus piernas. Luego, con cuidado, le desató las muñecas y acarició su aterciopelada piel con los pulgares.

—Ve al cuarto de baño y límpiate —la instruyó—. No es que sea muy fan de saborearme a mí mismo cuando te estoy comiendo a ti, nena. Cuando vuelvas, te estaré esperando en la cama. Quiero que te sientes en mi cara para poder lamerte ese dulce coñito.

Él la ayudó a ponerse de pie y sus piernas temblaron inestables mientras se dirigía al cuarto de baño para hacer lo que le había dicho. Se limpió con cuidado y asegurándose especialmente de eliminar cualquier signo de pegajosidad. Cuando volvió a entrar en el dormitorio, Jace se encontraba tumbado, desnudo, sobre la cama, con el pene yaciendo a un lado sobre uno de sus muslos, semierecto ahora.

Aún seguía siendo hermoso y su miembro increíblemente impresionante incluso en reposo.

Él le hizo un gesto con un dedo para que se acercara a la cama. Le tendió una mano para ayudarla y luego se escurrió hacia abajo hasta que sus pies colgaron por el borde de la misma.

—Gatea y pon las rodillas a cada lado de mi cabeza —dijo.

Era ridículo que sintiera timidez, pero estaba un poco avergonzada por tener que subirse a la cama, con actitud valiente, para sentarse en su rostro y para que su boca pudiera entrar en contacto con su sexo.

Bethany se puso de rodillas a varios centímetros de distancia de su boca. Cuando ella empezó a bajar, él le colocó una mano en la cadera y la paró.

—Usa tu mano y abre esos labios para mí —dijo con voz ronca—. Quiero que mi lengua toque cada centímetro y quiero que te corras sobre mí.

Ella cogió aire con fuerza; se sentía sometida tras haber pasado por todo lo que habían hecho en el salón. Y, ahora, esas palabras abruptas y evocativas le llegaron hasta el mismísimo centro de su cuerpo y su excitación brilló al instante.

Deslizó una mano vacilante por su vientre y luego entre los rizos que tenía entre las piernas hasta encontrar sus húmedos labios. Su dedo rozó el clítoris y Bethany gimió.

—Puedo oler lo cachonda que estás —gruñó Jace—. Tan inmensamente sexual. Ábrete para mí, nena. Me muero por saborearte, por comerte entera.

Ella abrió los labios con sus dedos y se mantuvo abierta antes de bajar sobre su rostro. En el instante en que hizo contacto con su lengua, se sacudió e intentó apartarse. Él la agarró con fuerza de las caderas con ambas manos y volvió a atraerla hasta su boca.

Se la comió como si fuera un hombre hambriento que no hubiera probado bocado en días. La lamió, la succionó, la relamió y deslizó su lengua por su interior y por todas las partes que encontraba entre su entrada y el clítoris. La llevó hasta un increíble frenesí antes de que ella empezara a cabalgarlo como si estuviera acogiendo su miembro otra vez en su interior.

Pero entonces deslizó los dedos entre los cachetes de su culo y los abrió tal y como ella lo había hecho con sus labios vaginales. El dedo índice se acercó a su entrada anal para jugar con ella. Lo introdujo un poco, lo mínimo. Ni siquiera dos centímetros. Solo la punta de sus dedos, pero fue suficiente como para lanzarla por el borde del precipicio.

Explotó en su boca. Empapó sus labios y barbilla con un repentino torrencial de humedad. Ella se movió y se sacudió, quería más de lo que su boca le estaba dando. Más de esos perversos dedos. Más de todo lo que tuviera que darle.

Se dejó caer hacia delante y los músculos se le hicieron gelatina por completo. Entonces, se dio cuenta, para su vergüenza, de que estaba probablemente asfixiándolo. Se enderezó, pero él la agarró por las caderas y la sentó justo bajo su barbilla de modo que su boca estuviera presionada contra su vientre.

Los fluidos brillaban sobre sus labios y su barbilla. Se pasó la lengua por ellos y eliminó los rastros de su orgasmo. Era locamente provocador y excitante ver a un hombre que disfrutara tanto dándole placer a una mujer. Se lo veía satisfecho y saciado, como un gato que hubiera conseguido su premio. Y, bueno, Bethany imaginaba que sí que lo había conseguido.

—Ven aquí —murmuró mientras la atraía hacia abajo para que quedara acunada entre sus brazos, yaciendo firmemente sobre su pecho. Jace se giró hasta quedar de lado, con ella escondida en el hueco de su cuello y sus manos agarrando posesivamente su trasero.

—Nochebuena es dentro de pocos días.

Ella levantó la cabeza porque era un cambio de tema brusco y la hacía sentirse cautelosa. Pero él la volvió a empujar contra él y mantuvo su rostro de nuevo escondido en su cuello.

—Me gusta cuando estás así —se quejó—. Tocándome. Tan cerca de estar derretida sobre mi piel. Como un tatuaje permanente. Me gusta llevarte a ti y nada más.

Ella sonrió contra su cuello.

—A mi niña le gusta eso —dijo de forma engreída.

—Sí, me gusta —dijo en voz baja.

—En fin, como iba diciendo, Nochebuena ya casi está aquí. La vamos a pasar en casa de Gabe y Mia, y los padres de Gabe estarán allí, y también Ash. Tienes un armario lleno de ropa pero quiero que elijas lo que te quieres poner.

Ella se quedó petrificada ante la sorpresa. Ese no era uno de sus acuerdos. Él tomaba todas las decisiones. Incluso las insignificantes como la ropa que llevaba fuera del apartamento. Ahora, para dar vueltas por la casa, ir al súper y hacer algún recado, se podía poner lo que quisiera. Pero cuando salían juntos, él elegía lo que se ponía, y tenía que admitir que tenía un gusto impecable.

—Quiero que estés cómoda y segura de ti misma —dijo en voz baja—. Y si no tienes nada en el armario que te sirva y que te haga sentir esas dos cosas entonces quiero que salgas y te compres algo. Sin discusiones. Tienes tarjetas de crédito. Tienes dinero en efectivo. Ya va siendo hora de que los uses.

—Gracias —susurró—. No por ofrecer comprarme más cosas. Estoy segura de que hay bastante donde elegir en ese enorme vestidor. ¡Tengo cosas que aún tienen hasta la etiqueta puesta! Pero gracias por esforzarte tanto en que no me sienta incómoda.

Él la apretó contra sí.

—No te quiero en ninguna situación en la que no te sientas bien, nena. Así que coge lo que necesites. Elige algo que te haga sentir bien.

Ella levantó la cabeza a pesar de los esfuerzos de Jace por mantenerla pegada contra su pecho y lo besó con fuerza mientras le rodeaba el cuello con los brazos y deslizaba su lengua sobre la de él.

—Eres demasiado bueno conmigo, Jace —dijo con voz queda—. Pero le doy las gracias a Dios cada día por haberme hecho este regalo.