El folleto Su Moral y la Nuestra tiene, cuando menos, el mérito de haber obligado a algunos filisteos y sicofantes a desenmascararse por completo. Los primeros recortes de la prensa francesa y belga que he recibido, así lo atestiguan. La crítica más inteligible, en su género, es la de un periódico católico parisiense, La Croix: estas gentes tienen su sistema y no se avergüenzan de defenderlo. Están por la moral absoluta y además por el verdugo Franco: tal es la voluntad de Dios. A su espalda llevan un Pocero celeste que recoge y conduce tras ellos todas sus inmundicias. Nada asombroso es que juzguen indigna la moral de los revolucionarios, que responden por sí mismos. Sin embargo, lo que nos interesa ahora no son los mercaderes profesionales de indulgencias, sino los moralistas que se pasan sin Dios, al mismo tiempo que tratan de ocupar ellos su sitio.
El periódico "socialista" de Bruselas, Le Peuple -¡adonde ha venido a ocultarse la virtud!- no ha encontrado en nuestro pequeño libro más que una receta criminal para crear núcleos secretos, con el más inmoral de los fines: comprometer el prestigio y los ingresos de la burocracia obrera belga. Indudablemente, se puede objetar que esa burocracia está marcada de infamia por traiciones sin número y por estafas públicas (¡recordemos no más la historia del "Banco Obrero"!); que ahoga en la clase obrera cualquier destello de pensamiento crítico; que por su moral práctica no es superior en nada a su aliada política, la jerarquía católica. Pero, en primer lugar, sólo gentes muy mal educadas pueden recordar cosas tan desagradables; en segundo, todos estos caballeros, sean cuales fueren sus pecadillos, tienen en reserva los más elevados principios de moral: Henri de Man se encarga de ello; frente a su ilustre autoridad, nosotros, los bolcheviques, no podemos, evidentemente, alcanzar ninguna indulgencia.
Antes de pasar a los demás moralistas, detengámonos un instante en el prospecto publicado por el editor francés de nuestro pequeño libro. El fin mismo de un prospecto es, ya sea recomendar el libro, ya sea, cuando menos, exponer objetivamente su contenido. Estamos ante un prospecto de muy distinto género. Baste citar un solo ejemplo: "Trotsky piensa que su partido, antiguamente en el poder y hoy en la oposición, siempre ha representado el verdadero proletariado, y él mismo, la verdadera moral. Deduce, por ejemplo, esto: fusilar rehenes cobra un significado enteramente distinto, según que la orden sea dada por Stalin o por Trotsky". Esta cita basta plenamente para forjarse una idea del comentarista, que se ha quedado oculto entre bambalinas. El derecho de velar sobre el prospecto es derecho indiscutible del autor. Pero puesto que en nuestro caso el autor vive del otro lado del océano, algún "amigo", aprovechando evidentemente la falta de información del editor, se ha deslizado en el nido ajeno y ha depositado allí su huevo, -- ¡oh!, un huevecillo, sin duda, un huevo casi virginal-. ¿Quién es el autor del prospecto? Víctor Serge, traductor del libro y, al mismo tiempo, su severo censor, puede proporcionar fácilmente la información necesaria. No me asombraría, si se descubriera que el prospecto fue escrito… no por Víctor Serge, claro está, sino por uno de sus discípulos, que imita al maestro tanto en el pensamiento como en el estilo. Pero, después de todo, ¿no será el maestro mismo, es decir, Víctor Serge, en su calidad de "amigo" del autor?