EL STALINISMO, PRODUCTO DE LA VIEJA SOCIEDAD
Rusia ha dado el salto hacía adelante más grandioso de la historia, y son las fuerzas más progresistas del país las que encontraron en él su expresión. Durante la reacción actual, cuya amplitud es proporcional a la de la revolución, la inercia toma su desquite. El stalinismo se ha convertido en la encarnación de esa reacción. La barbarie de la antigua Rusia, vuelta a aparecer sobre nuevas bases sociales, resulta más repugnante aún porque ahora tiene que emplear una hipocresía como la historia no había conocido hasta hoy,
Los liberales y los social-demócratas de occidente, a quienes la revolución de octubre había hecho dudar de sus añejas ideas, han sentido sus fuerzas renacer. La gangrena moral de la burocracia soviética les parece una rehabilitación del liberalismo. Se les ve exhibir viejos aforismos fuera de cuño, como éstos: "Toda dictadura lleva en sí los gérmenes de su propia disolución"; "sólo la democracia puede garantizar el desenvolvimiento de la personalidad", etc. Esa oposición de democracia y dictadura, que contiene, en este caso, la condenación del socialismo, en nombre del régimen burgués, asombra, desde el punto de vista teórico, por su ignorancia y su mala fe. La infección del stalinismo en tanto que realidad histórica, es opuesta a la democracia en tanto que abstracción suprahistórica. Sin embargo, la democracia también ha tenido su historia, y en ella no han faltado horrores. Para caracterizar la burocracia soviética empleamos los términos: "termidor" y "bonapartismo", de la historia de la democracia burguesa, ya que -y que los doctrinadores retrasados del liberalismo tomen nota- la democracia no apareció de ningún modo por virtud de medios democráticos. Sólo mentecatos pueden contentarse con razonamientos sobre el bonapartismo, "hijo legítimo" del jacobinismo, castigo histórico por los atentados cometidos contra la democracia, etc. Sin la destrucción del feudalismo por el método jacobino, la democracia burguesa hubiera sido inconcebible. Es tan falso oponer a las etapas históricas concretas: jacobinismo, termidor, bonapartismo, la abstracción idealizada de "democracia", como oponer el recién nacido al adulto.
El stalinismo, a su vez, no es una abstracción de "dictadura", sino una grandiosa reacción burocrática contra la dictadura proletaria, en un país atrasado y aislado. La revolución de octubre abolió todos los privilegios, declaró la guerra a la desigualdad social, substituyó la burocracia por el gobierno de los trabajadores por ellos mismos, suprimió la diplomacia secreta, se esforzó por dar un carácter de transparencia completa a todas las relaciones sociales. El stalinismo ha restaurado las formas más ofensivas de los privilegios, ha dado a la desigualdad un carácter provocativo, ha ahogado la actividad espontánea de las masas por medio del absolutismo policiaco, ha hecho de la administración un monopolio de la oligarquía del Kremlin y ha regenerado el fetichismo del poder, bajo aspectos que la monarquía absoluta no se hubiese atrevido a soñar.
La reacción social, en cualquiera de sus formas, se ve obligada a ocultar sus fines verdaderos. Mientras más brutal sea la transición de la revolución a la reacción, más depende la reacción de las tradiciones de la revolución; es decir, más teme a las masas y tanto más se ve forzada a recurrir a la mentira y a la falsificación, en la lucha contra los representantes de la revolución. Las falsificaciones stalinistas no son fruto de la "amoralidad" bolchevique; no, como todos los acontecimientos importantes de la historia, son producto de una lucha social concreta; por lo demás, la más pérfida y cruel que exista: la lucha de una nueva aristocracia contra las masas que la han elevado al poder.
Se necesita, en realidad, una total indigencia intelectual y moral para identificar la moral reaccionaria y policíaca del stalinismo con la moral revolucionaria del bolchevismo. El partido de Lenin ha cesado de existir desde hace mucho tiempo: se ha roto contra las dificultades interiores y contra el imperialismo mundial. Su sitio ha sido tomado por la burocracia stalinista, que es un mecanismo de transmisión del imperialismo. En la liza mundial, la burocracia ha substituido la lucha de clases por la colaboración de clases, el internacionalismo por el social-patriotismo. Para adaptar el partido director a las tareas de la reacción, la burocracia ha "renovado" su composición, por medio del exterminio de revolucionarios y el reclutamiento de arribistas.
Toda reacción resucita, nutre, refuerza los elementos del pasado histórico, sobre el que la revolución ha descargado un golpe sin haber logrado aniquilarlo. Los métodos del stalinismo llevan hasta el fin, hasta la tensión más alta y, al mismo tiempo, hasta el absurdo, todos los procedimientos de mentira, de crueldad y de bajeza que constituyen el mecanismo del poder en toda sociedad dividida en clases, sin excluir la democracia. El stalinismo es un conglomerado de todas las monstruosidades del Estado tal como lo ha hecho la historia; es también su peor caricatura y su repugnante mueca. Cuando los representantes de la antigua sociedad oponen sentenciosamente a la gangrena del stalinismo, una abstracción democrática esterilizada, tenemos excelente derecho de recomendarles, lo mismo que a toda la vieja sociedad, que se admiren en el espejo deformante del termidor soviético. Ciertamente, la G.P.U. supera en mucho todos los otros regímenes, por la franqueza de sus crímenes; pero eso es consecuencia de la amplitud grandiosa de los acontecimientos que sacudieron a Rusia en las condiciones de la desmoralización mundial de la era imperialista.