"REGLAS MORALES UNIVERSALMENTE VALIDAS"
Quien no quiera retornar ni a Moisés ni a Cristo ni a Mahoma, ni contentarse con una mezcolanza ecléctica, debe reconocer que la moral es producto del desarrollo social; que no encierra nada invariable; que se halla al servicio de los intereses sociales; que esos intereses son contradictorios; que la moral posee, más que cualquier otra forma ideológica, un carácter de clase.
Sin embargo, ¿es que no existen reglas elementales de moral, elaboradas por el desarrollo de la Humanidad en tanto que totalidad, y necesarias para la vida de la colectividad entera? Existen, sin duda; pero la virtud de su acción es extremadamente limitada e inestable. Las normas "universalmente válidas" son tanto menos actuantes cuanto más agudo es el carácter que toma la lucha de clases. La forma suprema de ésta es la guerra civil; ella provoca la explosión de todos los lazos morales entre las clases enemigas.
En condiciones "normales", el hombre "normal" observa el mandamiento: "¡No matarás!"; pero si mata en condiciones excepcionales de legítima defensa, los jueces lo absuelven. Si, por el contrario, cae víctima de un asesino, éste será quien muera, por decisión del tribunal. La necesidad de tribunales, lo mismo que la de la legítima defensa, se desprende del antagonismo de intereses. En lo que concierne al Estado, éste se limita, en tiempo de paz, a legalizar la ejecución de individuos, para cambiar, en tiempo de guerra, el mandamiento "universalmente válido": "¡No matarás!" en su contrario. Los gobiernos más "humanos" qué, en tiempo de paz, "odian" la guerra, convierten, en tiempo de guerra, en deber supremo de sus ejércitos el exterminio de la mayor parte posible de la humanidad.
Las supuestas reglas "generalmente reconocidas" de la mora] conservan en el fondo un carácter algebraico, es decir, indeterminado. Expresan únicamente el hecho de que el hombre, en su conducta individual, se encuentra ligado por ciertas normas generales, que se desprenden de su pertenencia a una sociedad. El "imperativo categórico" de Kant es la más elevada generalización de esas normas. A despecho, sin embargo, de la alta situación que ocupa en el Olimpo de la filosofía, ese imperativo no encierra en sí absolutamente nada de categórico, puesto que no posee nada de concreto. Es una forma sin contenido.
La causa de la vacuidad de las normas universalmente válidas se encuentra en el hecho de que en todas las cuestiones decisivas, los hombres sienten su pertenencia a una clase, mucho más profunda e inmediatamente que su pertenencia a una "sociedad". Las normas "universalmente válidas" se cargan, en realidad, con un contenido de clase, es decir, antagónico. La norma moral se vuelve tanto más categórica cuanto menos "universal" es. La solidaridad obrera, sobre todo durante las huelgas o tras las barricadas, es infinitamente más "categórica" que la solidaridad humana en general.
La burguesía, que sobrepasa en mucho al proletariado por lo acabado y lo intransigente de su conciencia de clase, tiene un interés vital en imponer su moral a las masas explotadas. Precisamente por eso las normas concretas del catecismo burgués se cubren con abstracciones morales que se colocan bajo la égida de la religión, de la filosofía o de esa cosa híbrida que se llama "sentido común". El invocar las normas abstractas no es un error filosófico desinteresado, sino un elemento necesario en la mecánica de la engañifa de clase. La divulgación de esa engañifa, que tiene tras de sí una tradición milenaria, es el primer deber del revolucionario proletario.