DISPOSICIÓN POLÍTICA DE PERSONAJES
"El trotskysmo es el romanticismo revolucionario; el stalinismo es la política realista". De esta ramplona antinomia, por cuyo medio el filisteo vulgar justificaba, todavía ayer, su amistad con termidor, contra la, revolución, no queda hoy ni una huella. Ya no se opone trotskysmo a stalinismo en general; ya se les identifica. Se les identifica en la forma y no en la esencia. AI batirse en retirada hasta el meridiano del "imperativo categórico", los demócratas continúan en realidad defendiendo a la G.P.U.; pero mejor disfrazados, más pérfidamente. Quien calumnia a las víctimas, labora con los verdugos. En éste, como en otros casos, la moral sirve a la política.
El filisteo demócrata y el burócrata stalinista son, si no gemelos, por lo menos hermanos espirituales. Políticamente, pertenecen, en todo caso, al mismo campo. Sobre la colaboración de stalinistas, demócratas y liberales reposa actualmente el sistema gubernamental de Francia y, añadiendo a los anarquistas, el de la España republicana. Si el Independent Labour Party de Inglaterra ofrece una tan pobre apariencia es porque durante años no ha salido de los brazos de la Comintern. El Partido Socialista Francés excluyó a los trotskystas en los precisos momentos en que se preparaba para la fusión con los stalinistas. Si la fusión no se llevó a cabo no fue a causa de divergencia de principios- ¿qué queda de ella?-, sino a consecuencia del temor de los bonzos social-demócratas de perder sus puestos. Al volver de España, Norman Thomas declaró que los trotskystas ayudaban "objetivamente" a Franco, y gracias a ese absurdo subjetivo proporcionó una ayuda "objetiva" a los verdugos de la G.P.U. Este apóstol ha excluido a los "trotskystas" norteamericanos de su partido, en el momento en que la G.P.U. fusilaba a sus camaradas en la U.R.S.S. y en España. En numerosos países democráticos, los stalinistas, a despecho de su "inmoralidad", penetran - no sin buen éxito-, en el aparato del Estado. En los sindicatos, se llevan bien con los burócratas de cualquier matiz. Es cierto que los stalinistas tratan demasiado a la ligera el Código Penal, cosa que aterroriza un poco, en tiempos apacibles, a sus amigos "demócratas"; por el contrario, en circunstancias excepcionales - como lo muestra el ejemplo de España-, con ello tanto más seguramente se convierten en jefes de la pequeña burguesía contra el proletariado.
La II Internacional y la Federación Sindical de Amsterdam no tomaron sobre ellas, claro está, la responsabilidad de las falsificaciones: dejaron semejante tarea a la Comintern. Callaron. En conversaciones privadas, sus representantes declaraban que desde el punto de vista moral, estaban contra Stalin; pero que desde el punto de vista político, estaban con él. Sólo cuando el Frente Popular de Francia reveló hendiduras irreparables y los socialistas franceses tuvieron que pensar en el mañana, fue cuando León Blum encontró en el fondo de su tintero las indispensables fórmulas de la indignación moral.
Si Otto Bauer censura suavemente la justicia de Vichínsky, es para sostener, con tanta mayor "imparcialidad", la política de Stalin. El destino del socialismo - según reciente declaración de Bauer-, parece estar ligado a la suerte de la Unión Soviética. "Y el destino de la Unión Soviética - continúa diciendo-, es el del stalinismo, mientras el desenvolvimiento de la Unión Soviética misma no haya superado la fase stalinista". ¡Todo Bauer, todo el austro-marxismo, toda la mentira y toda la podredumbre de la social-democracia están en esa frase magnífica! "Mientras" la burocracia stalinista sea suficientemente fuerte para exterminar a los representantes progresistas del "desenvolvimiento interior", Bauer se queda con Stalin. Cuando las fuerzas revolucionarias, a despecho de Bauer, derroquen a Stalin, entonces Bauer reconocerá generosamente el "desenvolvimiento interior", con un retraso de unos diez años, cuando más.
Tras las viejas internacionales gravita el Buró de Londres, de los centristas, que reúne con todo acierto los aspectos de un jardín de niños, de una escuela para adolescentes atrasados y de un asilo de inválidos. El secretario del Buró, Fenner Brockway, comenzó por declarar que una averiguación sobre los procesos de Moscú podría "perjudicar a la U.R.S.S.", y en lugar de eso propuso que se hiciera una averiguación sobre… la actividad política de Trotsky, por una comisión "imparcial", integrada por cinco adversarios irreconciliables de Trotsky, Brandler y Lovestone se solidarizaron públicamente con Yagoda; no retrocedieron sino ante Iezhov. Jacob Walcher, con un pretexto manifiestamente falso, rehusó prestar a la Comisión John Dewey un testimonio que sólo podía ser desfavorable a Stalin. La moral podrida de semejantes individuos sólo es producto de su política podrida.
El papel más triste, sin embargo; corresponde, sin duda, a los anarquistas. Si el stalinismo y el trotskysmo son una y la misma cosa - como lo afirman ellos en cada renglón-, ¿por qué, pues, los anarquistas españoles ayudan a los stalinistas a aniquilar a los trotskystas, y al mismo tiempo a los anarquistas que se mantienen revolucionarios? Los teóricos libertarios más francos responden: Es el precio del suministro soviético de armas. En otros términos: el fin justifica los medios. Pero, ¿cuál es el fin de ellos: el anarquismo, el socialismo? No, la salud de la democracia burguesa, que ha preparado el triunfo del fascismo. A un fin sucio corresponden sucios medios.
¡Esa es la disposición verdadera de los personajes en el tablero de la política mundial!