Manos a la obra

«El Conejo Blanco se caló las gafas y preguntó:

—¿Por dónde quiere Su Majestad que comience?

—Comienza por el comienzo —le dijo el Rey, con toda gravedad—; continúa con la continuación, y finaliza en el final. Y luego, párate.»

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, 1865

En los capítulos que siguen empiezo por describir dos condiciones necesarias para que los seres humanos podamos valorarnos. La primera es ser conscientes de nosotros mismos. Esta visión interior es indispensable para poder sentirnos y observarnos como individuos respecto del resto de las personas, los animales y las cosas que nos rodean. La segunda es la capacidad de introspección, que, unida a la memoria y al lenguaje, nos permite identificar, entender y explicar nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros actos y sus consecuencias. En este capítulo también hago mención a los trastornos que sufren las personas cuando se les perturba la conciencia o la habilidad para examinarse internamente.

A continuación, enfoco la construcción de nuestra idea o representación mental de quiénes somos. En concreto, explico la influencia o el poder modelador que ejercen en la creación de nuestro «yo» el equipaje genético que traemos al mundo, los vínculos afectivos de la infancia, las opiniones de los demás, los valores sociales y las normas culturales. Examino el papel que juega en la formación de nuestra identidad interna la presentación que hacemos de nosotros mismos en público, y describo las funciones «ejecutivas» que configuran el sentido de la propia competencia. Estas actividades hacen posible que gestionemos, planifiquemos y regulemos nuestros deseos y comportamientos con el fin de alcanzar las metas que nos proponemos.

Seguidamente, me centro en la valoración global que hacemos de nosotros mismos y los diversos ingredientes que seleccionamos a la hora de autovalorarnos. Asimismo, examino los mecanismos que utilizamos para protegernos de las amenazas a nuestra autoestima, y analizo las diferencias en la autoestima de diversos grupos de población. A renglón seguido, enfoco la cara oscura de la autoestima. Por un lado, exploro la relación entre la alta autoestima narcisista y la violencia; por otro, me centro en las raíces del odio a uno mismo, como las situaciones de acoso y los sentimientos de indefensión persistentes, el estado de víctima perpetua, la persecución de ideales físicos o psicológicos inalcanzables, y los estados depresivos. Por último, exploro el papel que juega la autoestima en las relaciones con otras personas, en las ocupaciones cotidianas, y en el nivel de satisfacción con la vida en general.

Reconozco que a la hora de indagar sobre la autoestima, además de tener que enfrentarnos al hecho de que es un tema empapado de mitología y subjetividad, la realidad hoy por hoy es que casi todas las investigaciones y opiniones de expertos y profanos se basan en las observaciones y creencias de poblaciones occidentales de raíces culturales judeocristianas, de estrato económico medio y de raza blanca. Este hecho me hace recordar un correo electrónico —de esos con múltiples destinatarios— que leí hace tiempo de un profesor de la Universidad de Stanford (California), en el que reflejaba los porcentajes de las poblaciones de los cinco continentes del planeta en un pueblo imaginario de cien habitantes. Concretamente, este pueblo hipotético estaría compuesto por sesenta asiáticos, catorce americanos, doce africanos, once europeos y tres de Oceanía. De todos estos habitantes, sólo treinta y dos serían de creencias judeocristianas, veinte de raza blanca, ocho pertenecerían a un estrato socioeconómico medio o más alto, cuatro poseerían un ordenador y dos tendrían estudios universitarios. Por lo tanto, desde el marco de la población del mundo, sólo si no eres cristiano, ni blanco, ni has ido a la universidad, ni tienes ordenador, ¡ah!, y eres pobre y habitas en Asia, puedes empezar a pensar y a hablar por la mayoría.

Antes de centrarme de lleno en el tema, queridos lectores, quiero dejar claro que este libro no ofrece remedios omnipotentes para fortificar autoestimas debilitadas ni recetas universales para curar autoestimas enfermas. El motivo es que desafortunadamente no conozco tales remedios ni recetas. Mi propuesta es compartir con vosotros lo que he aprendido hasta el momento sobre cómo los seres humanos construimos, valoramos, protegemos y aplicamos a la vida cotidiana el concepto de nosotros mismos. Y mi deseo es estimular en vosotros la curiosidad y la reflexión sobre esta asombrosa facultad, exclusiva de nuestra especie.

También me gustaría animaros a aprovechar esta lectura para que consideréis con curiosidad cómo habéis elaborado la idea de vosotros mismos y cómo esa representación mental que habéis creado afecta vuestro día a día. Por esto, os aconsejo leerlo con un espíritu abierto y sin perder el contacto con las experiencias significativas pasadas y presentes de vuestra vida.

Y no os olvidéis de que, como tan acertadamente nos advirtió Lewis Carroll hace siglo y medio en el citado cuento de Alicia en el País de las Maravillas, «Todos los argumentos tienen su moraleja; el caso es dar con ella».