La calle de Juan Jaramillo
Es una de las calles más antiguas que se mencionan en las actas de cabildo de la ciudad de México y corresponde a la hoy llamada de la República de Cuba, que llevó el nombre por mucho tiempo de Calle de Medinas.
Que a principios de consumada la conquista, hubo en la ciudad de México una calle que se llamó de Juan Jararamillo, se demuestra por el acta de cabildo de 27 de octubre de 1527; y que en ella tuvo el dicho Jaramillo su casa, consta por el acta fecha de 5 de junio de 1528, pues determinado el solar que se dio a Juan de la Torre, asegúrase que estaba «en la calle de Santo Domingo, linde con una parte con casas de Bartolomé de Perales, y de la otra parte con la Calle Real, donde vive Juan Jaramillo».
Que esta calle correspondía a la de Medinas, está bien demostrado por don Lucas Alamán, quien en el tomo II de sus Disertaciones, nota a la página 293, dice:
«La casa de Bartolomé de Perales estaba en la calle que hoy se llama de la “Cerca de Santo Domingo”, porque en el cabildo de 8 de marzo de 1527 se expresa que el solar para construir se lo dieron en la calle que va de Santo Domingo (que estaba donde después se construyó la Inquisición) a salir a las casas de Andrés de Tapia, y siendo éstas donde ahora está el convento de la Concepción, es claro que la calle que venía de Santo Domingo a ellas, es como he dicho la de la Cerca de Santo Domingo. Parece que esta casa de Perales era la esquina de esta calle, pues que la casa de Juan de la Torre en la de Santo Domingo lindaba con ella, y como por el otro lado tocaba a la Calle de Jaramillo, presumo que es la casa de éste, y por consiguiente en la que vivió doña Marina, no pudiendo ser al otro lado, donde está Santo Domingo, porque allí estaban los solares que fueron después del Obispo Garcés».
Pero lo que no fijó don Lucas Alamán, ni tampoco a nosotros nos ha sido posible averiguar, es la casa donde vivieron Juan Jaramillo y su primera esposa doña Marina, la célebre intérprete de Hernán Cortés.[28]
Juan Jaramillo, según su relación de méritos nació en Villanueva de Balcarrota, y según Dorantes de Carranza, en Salvatierra. Fue hijo de Alonso Jaramillo y de Mencía de Matos. Estuvo en la conquista de Tierra Firme y de la Española; vino después con Cortés a la Nueva España. Durante el sitio de la ciudad de México, fue capitán de uno de los bergantines. Posteriormente acompañó a Cortés a la desastrosa expedición de las Hibueras; en el camino lo casó don Hernando con doña Marina, no faltando un ingenuo pero malicioso cronista, que asegurara no haber estado en su juicio el Jaramillo cuando se desposó con la Malinche.
De regreso de las Hibueras, y habiendo tomado parte también en otras conquistas, Juan Jaramillo se estableció en la ciudad de México, donde fue regidor varios años y desempeñó el cargo de Alférez Real, viviendo con su familia y ostentando muchas armas y caballos que poseía; pues por sus servicios y los de su esposa, se le había dado la encomienda del pueblo de Xilotepec, un solar para huerta en la calzada de San Cosme, y en 20 de julio de 1528 se le hizo la merced de otro terreno para que edificase e hiciera huerta o viña, terreno cercado y con árboles que había sido de Motecuhzoma y que estaba situado «en término de esta ciudad sobre Coyoacán», lindando con el río que venía de Acapulco.
Así vivió Juan Jaramillo junto con su célebre esposa, la india que había desempeñado tan distinguido papel en la época de la conquista, rico y lleno de comodidades, pasando unas veces temporadas en su casa de la calle que llevaba su nombre, y otras en las huertas y casas de placer que, como se dijo, tenía en los alrededores, o bien en su lejana encomienda de Xilotepec.
Juan Jaramillo, muerta doña Marina, contrajo segundas nupcias con doña Beatriz de Andrada, y tuvo de ambas esposas sucesión, y a principios del siglo XVII vivían varios nietos y biznietos suyos que menciona Dorantes de Carranza.
Y ya que de sus descendientes hablo, voy a citar lo que tuvo de doña Marina, que es cosa digna de recordación.
Todos los historiadores de la conquista de México se han ocupado en referir los importantes servicios que prestó la célebre india doña Marina a Hernán Cortés y a sus capitanes y soldados, ya sirviéndoles de intérprete con los indios, ya descubriéndoles serias conspiraciones, en que hubieran perecido sin sus oportunos avisos; ya indicándoles las rutas seguras para no extraviarse por caminos largos y peligrosos; ora, en fin, suministrándoles alimentos para que no pereciesen de hambre, cuando los indígenas los sitiaban y se negaban a proporcionárselos dolosamente.
Doña Marina, por sus amores con don Hernán Cortés y por los servicios ya citados, es muy célebre en nuestra historia, ha sido protagonista de leyendas y tradiciones populares y su nombre, que le impusieron los castellanos en el bautismo, «mexicanizado» en «Malitzin» por los indios y estropeado en «Malinche» por los españoles, se ha perpetuado poniéndolo a nuestras altas montañas o cristalinas albercas.
Autores del país o extranjeros han inquirido el origen de su familia, su patria y padres; se han escrito novelas, poesías, dramas y toda clase de composiciones, calificándola de heroína y vituperándola otros de traidora, sin reflexionar que era una hermosa, pero pobre esclava, que había sido regalada por los suyos a los conquistadores de su tierra, y sin considerar tampoco que nuestros antiguos pueblos indígenas nunca llegaron a constituir una nacionalidad, sino que quedaron en la categoría de tribus más o menos poderosas o civilizadas, pues sólo se aliaban entre sí para hacer sus rapiñas o guerras sagradas.
Los mismos que recibieron tantos beneficios de doña Marina, y que gozaron aun de sus gracias y belleza, le fueron ingratos. El rey de España, que con su ayuda adquirió tantas riquezas y dominios, no le concedió ni un título en que constaran sus hazañas; y el mismo Cortés, que la hizo su manceba, se avergonzó de estampar su nombre en las famosas «Cartas de relación» que escribió al César Carlos V, conformándose con encomendarle los pueblos de Jilotepec en México y los de Olutla y Tetiquipaje en la provincia de Coazacoalco, y éstos como dote cuando la casó con Juan Jaramillo.
Pero aun estas mercedes le fueron quitadas a sus descendientes cuando su esposo, viudo, casó en segundas nupcias con la española Beatriz de Andrada.
Dos curiosos expedientes, poco conocidos, nos proporcionan datos y minucias sobre tales despojos y sobre la descendencia de doña Marina.
El primero es una «Probanza» hecha durante la década de mayo de 1542 a junio de 1552, publicada en el tomo XLI de la «Colección de Documentos del Archivo de Indias», en la cual consta que su hija María Jaramillo y el marido de ésta, Luis de Quesada, reclamaban la posesión de dichos pueblos que les había quitado el Juan Jaramillo para dárselos a su segunda mujer, la mencionada Beatriz de Andrada, contra todo derecho, pues las cédulas de sucesión en las encomiendas, ordenaban que éstas se habían de heredar por los hijos de aquéllos a quienes habían sido concedidas. Luis de Quesada, en dicha probanza, demostró el derecho que asistía a su esposa y enunció todos y cada uno de los servicios que había prestado doña Marina sin los cuales, dice «para el buen suceso de esta conquista, e si la dicha doña Marina no fuera, así el Marqués del Valle, como todos los otros capitanes e españoles que se fallaron en aquella Xornada, padecieran mucho…».
Probaron Luis de Quesada y María Jaramillo el derecho que tenían a lo que ellos llamaban «grandes mercedes», y que en realidad eran pequeñas, si se tiene en cuenta la calidad de los servicios que doña Marina, con muchos testigos jurados y oculares, todos viejos conquistadores que vivían todavía entonces, pero no consta si los pueblos volvieron o no a sus legítimos dueños.
El segundo expediente fue publicado por mi amigo el P. don Mariano Cuevas, en un interesantísimo volumen que intituló «Cartas y otros documentos de Hernán Cortés», Sevilla, 1915.
Este documento es un «Memorial» presentado por Hernando Cortés, en Valladolid, probablemente a fines de 1605. Por demás desconocidos e interesantes son los datos que consigna en el «Memorial» el dicho don Hernando Cortés. Era nieto del conquistador del propio nombre, e hijo de don Martín Cortés, el bastardo que, a su vez, había sido hijo de doña Marina y de aquel conquistador.
Los datos pertinentes, aparte de los que contiene relativamente a su abuela, son los que voy a mencionar en seguida.
Refiere que su padre, que había sido «trece» y caballero de la Orden de Santiago, «sirvió a Carlos V en todas las jornadas de Alemania y en las de Piamonte y Lombardía, toma de S. Quintín, cerca de la Majestad Católica del rey D. Phelipe, como criado de su casa, y en la guerra de Granada, como capitán y cabo de un tercio cerca de la persona del señor don Juan de Austria, donde murió, dexando al dicho Hernando Cortés, su hijo, muy pobre, por aver gastado el dicho su padre en el real servicio su patrimonio y hacienda».
Respecto a él, continúa refiriendo que había servido a Su Majestad «más de doce años en Italia, cerca de la persona de don Juan de Austria, y después de alférez, en todas las jornadas de Portugal, hasta que se ganó Lisboa», por lo que el rey le había hecho merced de diez escudos de ventaja al mes, demás de su plaza hordinaria en el estado de Milán, «donde tornó a servir a S. M. de alférez, más tiempo de tres años de una de las compañías de aquel tercio…».
Luego que hubo vuelto a España, con licencia del Real Consejo pasó, el año de 1585, a los reinos del Perú a «negocios que se ofrecieron en la ciudad de S. Francisco de Quito, donde se casó»; y el mismo Real Consejo le hizo la merced de una plaza de gentilhombre de la compañía de lanzas de la guardia del virrey; con más de una cédula para que fuese ocupado en los oficios y cargos de aquel reino, como aparecía en los traslados que presentó.
Estando en Quito, el año de 1588, entró por el mar del sur un corsario inglés, con cuatro naos de armada, causando muchos daños en la costa; y avisado el Virrey, Conde del Villar, envió a mandar a la Audiencia Real de Quito reuniese seiscientos soldados a custodiar la ciudad y puerto de Santiago de Guayaquil, puerto de importancia, porque allí se labraban todas las naos y fustas que navegaban en aquel mar; y el dicho don Fernando fungió en esa jornada de Maestre de Campo de la Infantería y de la ciudad, nombramiento que le expidieron el Presidente y oidores de la Audiencia, en que gastó más de cuatro mil pesos en sustentar muchos soldados a su costa, por ser aquel puerto de alimentos muy caros a causa de tenerse que traer de muy lejos. Acabada la dicha compañía, solicitó del Virrey, Marqués de Cañete, le hiciese una merced por sus servicios, pero no habiendo obtenido ninguna, previa licencia, vino a la Nueva España con su mujer y casa, y en ella estuvo sirviendo al rey en oficios de justicia, entre otros como Alcalde Mayor de la antigua ciudad de Veracruz y su partido y asimismo como Corregidor de los pueblos, puerto y ría de Alvarado y Corregidor de Misantla, llanos y puerto de Almería, y como capitán y cabo de toda la gente de la jurisdicción, por nombramientos que le hizo el Conde de Monterrey y por mandato de éste, fue encargado de recibir al nuevo Virrey, Marqués de Montesclaros, en la nueva ciudad de Veracruz, siendo Justicia Mayor todo el tiempo que estuvo en ella este Virrey hasta que salió para México. Habiendo quedado en Veracruz don Hernando con el mismo cargo que desempeñaba, se lo confirmó el Cabildo, pero él no lo aceptó hasta que obtuvo licencia del nuevo Virrey y como premio de los servicios que hasta entonces había prestado.
Concluía don Hernando pidiendo al rey, en atención a sus méritos y servicios prestados por su abuela y padre, y por estar pobre, casado y con hijos, le concediese el gobierno de Chucuyto o Popayán o el Corregimiento de Potosí o la Alcaldía Mayor de la Nueva Veracruz, con jurisdicción de la Antigua, u otro oficio conforme a su calidad; y que en el entretanto le hiciese alguna de estas mercedes, despachase cédula S. M. a fin de que el Virrey Marqués de Montesclaros le ocupase en algo para que pudiese vivir con decencia y dignidad.
El «Memorial» del nieto de doña Marina contiene también noticias de ésta, unas confirmatorias de las ya sabidas acerca de su vida, y otras que por primera vez conocemos ahora.
De las primeras, mencionaremos la que confirma que doña Marina nació en la región de Coatzacoalco, pues claramente afirma su nieto que ella era hija del cacique de Oluta y Xalipa; y la de que fue la que salvó a los españoles de la conjura indígena que contra ellos se tramaba en Cholula. De las segundas citaremos la parte activa que tomó a fin de que Motecuhzoma abandonara, por lo menos aparentemente, el culto sangriento de sus ídolos; y la relativa a que fue ella la que descubrió a los españoles la conspiración que en las Hibueras proyectaban para deshacerse de los conquistadores, los siete reyes que consigo había llevado prisioneros Cortés, durante aquella penosa y desgraciada expedición.
Es lástima, empero, que el nieto en su «Memorial» no haya consignado noticia alguna sobre los últimos años de la célebre «Malinche».
Los autores a este respecto son obscuros y aun contradictorios. Unos la presentan feliz y rica al lado de su esposo Juan Jaramillo, poseyendo terrenos y huertas en Chapultepec y en San Cosme, y casas de su morada en la calle de Medinas y de su propiedad en el sitio donde se edificó el monasterio de Jesús María; y muriendo, sin fijar la fecha, en la ciudad de México. (Alamán, Disertaciones; Sigüenza y Góngora, Parayso Occidental; García Icazbalceta, Diálogos de Cervantes de Salazar).
Otros aseguran, mas sin exhibir pruebas de su dicho, que «doña Marina pasó con su esposo a la Península, en cuya corte fue tratada como una señora de distinción. Se halló colmada por el soberano de honores en justa retribución de sus importantes y señalados servicios. No se sabe a punto fijo el año en que dejó de existir, solo sí, que acaeció en España, después de haber brillado como una de las primeras damas de la Corte. De su matrimonio, en el que siempre mantuvo una amistad constante y firme hacia su esposo, dejó algunos hijos, a quienes pasó sus títulos, y que fueron el principio de las primeras casas de la Nueva España, si se exceptúa las de los marqueses del Valle, las de los condes de Motecuhzoma, descendientes del segundo monarca de este nombre, y las de los señores de Ixtlilxóchitl, últimos vástagos de la dinastía real de Acolhuacán».
Pero estas últimas, infundadas y singulares noticias, corren parejas con las de otro autor que desposó a doña Marina con el subdiácono Gerónimo de Aguilar, y no se compadecen con los testimonios de la «Probanza» que hicieron Luis de Quesada y María Jaramillo en el siglo XVI, ni con el «Memorial» dirigido a Felipe III, por Hernando Cortés a principios del siglo XVII.
Como se ha visto, la hija legítima de la famosa india reclamaba los pueblos de que había sido despojada por su propio padre, para dárselos a la madrastra; y el niño bastardo, a pesar de los méritos de su ilustre abuela y de haber él combatido y gastado su patrimonio en servicio del rey, vivía de los oficios de Justicia que desempeñaba y estaba pobre, casado y con hijos, y sin título alguno de nobleza.
Si la abuela había sido colmada de honores, ¿cómo es que sus descendientes padecían y comían, plebeyos, el amargo pan de la miseria y del olvido?