CAPÍTULO 2
Si lo anterior te suena demasiado familiar
Si te has sentido taaaan identificada… (o identificado).
Si te parecía que estaban contándote tu propia vida…
Si no era todo igual exactamente pero se parecía demasiado…
Déjame explicarte por qué sucedió…
(Cuento esta historia con un él… pero pudo haber sido un ella. Si fue un ella, lee la historia pensando en ella).
«Al poquísimo tiempo de conoceros, él ya te dijo que te quería. Todo fue muy rápido. Eras el amor de su vida, según él, y nunca se había sentido así».
Esto es típico. Tu ex seguía un patrón. Los dependientes dominantes son muy rápidos. Cuando identifican a una presa, van a por ella, y ponen el turbo. Normalmente identifican rápido a presas con una carencia emocional y afectiva y una cierta dependencia emocional (si estás leyendo este libro, tú eres así, y ya te explicaré por qué), y aprovechan esa carencia como si fuera una entrada abierta para invadir la vida de su presa. Y sí, siempre te dicen que «nunca se han sentido así», «has cambiado su vida», «nunca ha sido tan feliz», etc. Y tú los crees. Ellos, al principio, también lo creen. Y por eso son tan convincentes.
ALFRED MARTÍNEZ. La inseguridad del dependiente promueve que quiera asegurarse cuanto antes el amor de la otra persona hacia sí mismo o, como mínimo, evitar al máximo un posible rechazo o abandono. Digamos que prefieren jugar con ventaja: si alguien ha de rechazar, serán ellos. De hecho, ante un rechazo (generalmente de una persona con buena autoestima o de la antigua pareja que estuvo enganchada pero ya no), suelen reaccionar de forma muy despectiva. Es la forma de intentar invalidar el rechazo sufrido.
«Era tu media naranja perfecta. Si a ti te gustaba cualquier músico (Amaral, Rosendo, Athom Rumba, lo mismo da), él compraba entradas para el concierto; leyeras lo que leyeras (fuera Faulkner o Isabel Allende), él lo leía también; si te gustaba la arquitectura singular, la física cuántica, la cría de perros, las carreras de coches… a él también. Porque por raros que fueran tus hobbies o tus aficiones, él los compartía».
El concepto de media naranja, es precisamente un concepto de relación dañina, porque te hace falta otro para ser una parte entera. Por lo tanto, partir en una relación de este concepto de «amor romántico» es en sí mismo una distorsión cognitiva que nos aleja de la realidad y nos hace más susceptibles de construir relaciones dañinas. Este proceso de creer que has encontrado a la media naranja recibe muchos nombres. Llámalo «fusión» o «clonación». Las personalidades dependientes tienden a fusionarse (y tanto tu ex como tú lo erais, aunque de muy distinta manera, porque ambos necesitabais a otra persona en vuestra vida para sentiros bien, y ya hablaré de eso). En realidad no es que compartieseis gustos. Eso fue un espejismo. Pero os clonasteis el uno al otro. Por ejemplo, a mí me encanta el jazz y en una de mis relaciones creía que él también sabía muchísimo de jazz. Sólo a posteriori me di cuenta de que en su casa no había un solo CD de jazz comprado antes de conocerme (no hablemos ya de vinilos, y eso que tenía edad para tenerlos, de la misma forma que yo conservo vinilos). También me sorprendió que coincidiéramos con tanta exactitud en gustos literarios, hasta que me di cuenta de que él no había oído hablar de Marai o Atwood hasta que yo hablé de ellos. Por tu parte, es probable que ciertas cosas que creas que te gustaban mucho, en realidad no te hubieran gustado sin él. ¿Habrías encontrado tan maravilloso «vuestro bar» si él no te lo hubiera enseñado? Quizá no. Quizás al principio estabas tan envuelta en una nube de algodón rosa que tendías a valorar todo lo que venía de él. Pero al principio «parecía» (y sólo «parecía») que coincidíais en gustos. Por cierto, ten en cuenta que en muchos libros sobre «cómo ligar por Internet» se le recomienda al seductor que estudie el perfil de Facebook de la chica a la que quiera seducir para poder fingir que comparte sus gustos. Con eso te lo he dicho todo.
ALFRED MARTÍNEZ. El hecho de buscar parecidos cuando se conoce a alguien que nos gusta es hasta cierto punto funcional. Buscamos semejanzas que nos señalen como compatibles. Por ejemplo, una afición común plantea la posibilidad de tiempo de diversión compartido. Pero, además, también aceptamos las diferencias. Las relaciones de pareja no sólo se basan en lo parecido sino también en lo complementario. Semejanzas y diferencias nos ayudan a ir haciéndonos una idea de la persona que tenemos delante y a saber cómo, de qué manera y cuánto queremos relacionarnos con esa persona. Cuando una persona tiene una baja autoestima y su manera de vincularse es insegura, entiende que para conseguir la aceptación del otro y evitar un posible rechazo ha de ser lo más similar posible a ese otro, ocultando al máximo las diferencias y creando una imagen de sí mismo a semejanza de la persona a quien quiere agradar. Es su manera de decir: «Soy exactamente la persona que estás buscando».
Efectivamente, como planteas, es algo que ocurre desde los dos lados de la pareja. En esta actitud radica un miedo latente: «¿Es posible gustar siendo quien soy?». O peor: «Es imposible gustar siendo quien soy».
Cuanto más confío en mí, menos miedo tengo de mostrarme tal como soy.
«Era tu acompañante más leal. ¿Tenías que ir al Rastro (o a Los Encantes) en busca de revistas antiguas? Iba contigo. ¿No sabías cómo se cambiaba la domiciliación de los pagos de la luz? Él lo hacía por ti. ¿Tenías que recoger tu vestido en una modista en el extrarradio? Él lo recogía. Te llevaba al trabajo en coche, y te recogía, te traía y te llevaba, te hacía los recados… El caballero de brillante armadura, tu más leal servidor, tu mejor amigo».
A mí al principio eso me encantaba. Me hacía sentir muy protegida que me trajera y llevara en coche y en moto, que me recogiera en la estación, que me acompañara a todas partes. Hasta que me di cuenta de que se trataba de una cuestión de control. Si quedaba a cenar con una amiga, él se pasaba a recogerme por el restaurante. ¿Porque me quería? No, porque quería comprobar si había quedado de verdad con ella y no con otro hombre. Y ya, de paso, se hacía amigo de ella y con eso aumentaba su control sobre mí. Si venía a recogerme a la estación era para comprobar, por supuesto, que no había conocido a nadie en el tren (viajo mucho y he conocido a gente interesantísima en trenes y aviones, y eso él lo sabía).
ALFRED MARTÍNEZ. En las relaciones tóxicas, la gran cantidad de atenciones y cuidados tienen varias funciones:
- Agradar. Sobre todo al inicio de la relación; el dependiente tiene mucho miedo a ser invalidado y rechazado, con lo que se esforzará por ser la persona que más te haya cuidado nunca.
- Controlar. Más adelante, esos cuidados se convierten en oportunidades perfectas para vigilar y entrometerse en la vida de la pareja.
- Compensar. Ciertas atenciones y cuidados se producen como respuesta compensatoria a faltas de respeto.
- Crear dependencia. La sobreprotección promueve la dificultad de desarrollar capacidades propias y la creencia y la sensación de necesidad hacia esa persona.
«Te llamaba o te enviaba SMS al menos cuatro veces al día. Por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Al menos. El contacto diario era tan frecuente que si un día dejaba de llamarte, te sentías mal».
Y te parecía superromántico, claro. En realidad es una táctica tan común que hasta se describe en libros de «cómo ligar». Funciona porque hace que pienses constantemente en él/ella cuando no estás con él/ella. Y si de pronto los mensajes a los que te han acostumbrado dejan de llegar, si hay una retirada brusca de atención, aún pensarás más en él/ella. Todos echamos de menos aquello a lo que nos hemos acostumbrado. Es puro y duro hábito, y más tarde puro y duro síndrome de abstinencia.
«El sexo era increíble. Fuegos artificiales. Era el amante perfecto, y estaba siempre a tu disposición».
Los dependientes dominantes son los mejores amantes del mundo. Las personas sanas tienen un concepto sano de la intimidad, lo que quiere decir que van cediendo espacio, tanto físico como mental con cuidado y responsabilidad, y por eso en el sexo van poco a poco, tanteando, negociando. El dependiente dominante usa el sexo como un mecanismo de control, y por lo tanto averigua inmediatamente qué es lo que le gusta a la otra persona, y se lo da. Además, es una persona que se tiene a sí misma por maravillosa, triunfadora, la mejor, y lo quiere ser en todos los campos. Se esforzará mucho, al menos al principio.
En todos los casos de hombres y mujeres tóxicas que he ido recopilando en este libro, las personas que habían estado con ellos y ellas me insistían en lo mismo: eran los mejores amantes del mundo, eran extremadamente generosos en la cama. Quiero que tengas en cuenta una cosa: el sexo genera adicción. No sólo porque crea un vínculo emocional muy fuerte, ya que se comparte lo más íntimo que uno tiene, y se recupera una fusión y una intimidad que los humanos, amén de en el sexo, sólo podemos vivir de bebés con nuestras madres. También por una mera cuestión bioquímica.
Hay por lo menos cuatro neurotransmisores que pueden modular de manera similar nuestra capacidad de sentir recompensa al estar con alguien y sentirnos enamorados. Éstos son: la oxitocina, la vasopresina, la dopamina y los opioides. La liberación de estos neurotransmisores durante el orgasmo induce la formación de vínculos afectivos de pareja.
La acción de la oxitocina, que se libera durante el contacto físico y sexual, es en parte la responsable de la formación del vínculo.
Otra hormona es la vasopresina. Las inyecciones de vasopresina hacen que los machos desarrollen preferencia de pareja por una hembra en particular sin necesidad de haber copulado con ella, mientras que los antagonistas de la vasopresina bloquean la expresión de monogamia, incluso después de la cópula. Los vínculos de pareja y el consumo de drogas pueden activar áreas similares en el cerebro, que son dependientes de estas dos hormonas.
Investigadores como el doctor Jaak Panksepp, entre otros, han demostrado ampliamente que el contacto social positivo y los vínculos afectivos pueden disminuir la necesidad de un individuo de consumir una droga adictiva. En las especies monógamas, el sexo facilita la formación de los vínculos de pareja. Cuando se descubrió que el sexo incrementaba hasta en un 150% la cantidad de dopamina en el cerebro de los roedores, se planteó la hipótesis de que dicho neurotransmisor era el responsable de la formación de vínculos afectivos de pareja inducidos por el sexo.
Se sabe que la dopamina es el gran responsable de los deseos incontrolables, pues cuando de manera general se bloquea su efecto con antagonistas (con otras sustancias químicas que inhiben la captación de la dopamina), tanto las drogas como el sexo (y todos los demás incentivos naturales) dejan de ser interesantes para los animales tratados, es decir, pierden su efecto reforzante. Por eso, gente muy enganchada o enamorada siente que deja de estarlo al comenzar un tratamiento con Sertralina, Prozac u otros fármacos antidepresivos.
Se considera que los opioides desempeñan un papel central en la recompensa que se obtiene de los estímulos naturales o de algunas drogas. El sexo aumenta la cantidad de opioides en diferentes partes del cerebro, los cuales son responsables de la euforia o el placer que el sexo nos procura. Los opioides son altamente adictivos, y nos podemos hacer adictos a nuestros propios opioides.
En fin, existen estudios que abordan las similitudes en los procesos neurobiológicos que conducen a la formación de vínculos afectivos de pareja y la adicción a las drogas. Ambos fenómenos inducen recompensa y cambios de comportamiento caracterizados por atención compulsiva, excitación y anticipación hacia estímulos que ayudan a predecir la recompensa. El yonqui se excita cuando va a visitar al camello; el enamorado, cuando va a ver a su amante. Conscientes de esto, a los dependientes dominantes les interesa más tu orgasmo que el suyo. Cuantos más orgasmos tengas tú, más te engancharás. Ese comportamiento sexual que tan extremadamente generoso parece en realidad es bastante egoísta.
«Todo su tiempo libre parecía dedicado a ti… Parecía. Él estaba a todas horas contigo pero aun así, sentías que algo se te escapaba. Había una parte de su vida a la que no podías acceder de ninguna manera. Unos amigos con los que te enfrentaba para que no pudieras hablar con ellos. Un viejo amigo del alma o una ex con la que mantenía una relación muy estrecha pero de los que tú quedabas sistemáticamente al margen. Sí… todos tenemos parcelas privadas. Pero ésta, privadísima, llamaba más la atención al tratarse de un hombre que, por el contrario, quería tener acceso a toda tu vida».
Sí, suele querer controlar toda tu vida y se hará amigo de todos tus amigos, si puede. (Es bastante corriente que se quede con varios de ellos tras la ruptura. Si te ha pasado, piensa que mal de muchas… epidemia). Eso sí, cerrará una parte de su vida. Eso lo hace precisamente para conservar el control sobre ella, y también porque puede que haya una parte de su vida que no quiera que conozcas. Por ponerte un ejemplo: imagina que él tiene unos amigos con los que va a todas partes. Ellos apenas te hablan, te tratan fatal. Tú no entiendes por qué. Pues bien, es porque desde el principio él ha mentido sobre ti, no lo dudes. Les ha dicho a ellos que a ti no te gusta que salga por su cuenta o algo por el estilo. Ya lo irás descubriendo con el tiempo.
«Era tremendamente celoso y posesivo».
ALFRED MARTÍNEZ. Sobre todo al inicio de la relación, el hecho de que él (o ella) sea celoso a menudo se vive positivamente. Ayuda a sentirse importante. Se considera una muestra de que la otra persona tiene miedo a perderte, un signo de ser querida. En realidad, suele ser una muestra de inseguridad de la otra persona hacia sí misma.
Sí, yo sentí algo así. Pensaba: «Si él piensa que todo el mundo me desea, es que me debe ver muy guapa». Trampa mortal de la vanidad y de la inseguridad. No sé qué pensaba él, quizá no pensaba que todo el mundo me deseaba y en realidad sólo quería controlarme. Lo que sé ahora es que los celos son un indicativo clarísimo de que la persona que está a tu lado es celosa y controladora, y por lo tanto peligrosa.
«Era como si vieses las cosas en visión túnel y, en el fondo, sólo estaba él…».
ALFRED MARTÍNEZ. Mientras estás centrada en él, no miras hacia ti. Parece más fácil cambiar al otro que cambiarte a ti misma. De hecho, probablemente ni te planteas cambiar, ni te planteas que también te ocurre algo a ti, algo que te hace comprometerte cada vez más en una relación que cada vez te gusta y valoras menos y en la cual te vas sintiendo cada vez peor.
«Su padre era autoritario, hipercrítico, hiperexigente. En algunos casos, maltratador. En otros, ausente o patológicamente infiel. En cualquier caso, nunca había tenido una relación sana con él».
Puede que aparentemente se lleve bien con su padre, eso sí. Aparentemente. Si le conoces bien, sabrás que su padre ha sido siempre muy exigente con él, reclamando de él unos estándares de perfección bastante exagerados.
ALFRED MARTÍNEZ. La hipercrítica y la hiperexigencia en el ámbito familiar hacen difícil construir una autoestima sana. Es probable que se crezca con la creencia de no ser nunca lo suficiente para merecer ser querido. La ausencia y las infidelidades de cualquiera de los padres plantean la posibilidad —o la realidad— de un abandono. Más adelante, el patrón de desconfianza y el miedo al rechazo se repite en la relación de pareja: «No soy suficiente, y, tarde o temprano, me abandonará».
«Con su madre mantenía una relación ambivalente. La madre era pesada y victimista. Él la quería mucho, pero no la aguantaba».
El tema de la madre patógena está directamente relacionado con el modelo familiar imperante en los dos últimos siglos, en ese modelo que conocemos como «familia tradicional» (o, a veces, «familia cristiana», aunque en ningún momento del evangelio Jesús dice que haya que vivir en una familia nuclear a la moderna usanza), basada en la distribución de roles en función del género: padre proveedor, madre distribuidora. Padre que trabaja fuera de casa, frío, sobreexigente, autoritario; madre que trabaja dentro, cariñosa pero neurótica, sobreprotectora, infantilizada.
La madre sobreprotectora es una madre neurótica, exigente, con tendencias depresivas y/o hipocondríacas, muy dependiente, con rasgos de inmadurez afectiva incluso rayanos en el infantilismo, con explosiones de ira, y cierto victimismo episódico y recurrente.
Este tipo de madre es nefasta para sus hijos (e hijas) y los engancha, sobre todo a los varones, en una relación de amor/odio que transferirán a sus futuras parejas. Quienes crecen con una madre así y no aprenden a desapegarse de un vínculo tan enfermo están condenados a no poder vivir un amor sano cuando son adultos.
«Dormía poco. Tenía problemas de sueño. O por el contrario, se pasaba el día durmiendo. En cualquier caso, ni los patrones de sueño ni los de alimentación eran estándar».
No necesariamente sucede siempre, pero en general los dependientes dominantes son adictos a la adrenalina, y suelen dormir poco. Los casos en los que duerme mucho son aquellos en los que tu ex dependiente dominante padecía una depresión larvada y cronificada que era la causante de su agresividad. La depresión larvada es aquella que no se diagnostica y que pasa desapercibida para todo el mundo, incluso para el paciente. A veces, genera una gran agresividad. Más de dos tercios de los suicidas son hombres, lo que quiere decir que hay muchos hombres deprimidos. Sin embargo, son las mujeres las que suelen acudir a las consultas de los terapeutas. Los hombres no reconocen su tristeza por un imperativo social. Han escuchado demasiado a menudo que «los hombres no lloran». Según Wolfgang Rutz, delegado de la OMS en Copenhague, los hombres deprimidos tienden a los ataques de rabia e ira.
ALFRED MARTÍNEZ. Discrepo. Más o menos la mitad de mis pacientes han sido hombres y en los últimos años están aumentando considerablemente los que vienen por dependencia emocional como motivo de la consulta.
Los patrones de sueño y de alimentación alterados están presentes en casi todos los trastornos de personalidad. Incluidos los trastornos de personalidad dependiente y de personalidad narcisista. La gente mentalmente sana suele tener patrones de sueño y alimentación sanos.
«No le gustaba estar solo. Necesitaba compañía, siempre. O bien una pareja o bien un grupo de amigos. Pero no era el tipo de persona capaz de irse de vacaciones solo, por ejemplo. Ni siquiera de encerrarse un fin de semana en casa solo, para reflexionar o por cansancio».
Si tu exdominante era un narcisista necesitaba lo que se llama «suministro narcisista», es decir, cualquier tipo de validación o entretenimiento externo, y le costaba mucho estar a solas consigo mismo. Más tarde entenderás por qué.
EVA CORNUDELLA. También sucede en los adictos al trabajo o en quienes están muy ensimismados en acciones que le apartan de la relación (adicción al ordenador, a los videojuegos, a las redes sociales), porque huyen desesperadamente de la realidad y de la conexión emocional. Es decir, están «solos», pero no son introspectivos. Estaría en relación con agresividadira o depresión larvada.
Es posible que leyera (no mucho) o que si era arquitecto, dibujante, etc. estuviese muy concentrado en su trabajo, pero le costaba estar solo. «Me apetece pasarme el fin de semana solo en casa y tranquilo» es una frase que no pega con él. Probablemente contigo tampoco. Las personalidades muy dependientes no pueden estar solas. Ésa es la raíz de las relaciones de dependencia: debido a una baja autoestima, la validación de uno/a mismo/a depende de terceras personas.
«Se le olvidaban las cosas. Se le olvidaban a menudo cosas que había dicho o hecho. No, no era despistado. No olvidaba las llaves, o la cartera. Ni los nombres de la gente, ni la dirección de un restaurante. Olvidaba conversaciones y hechos muy concretos. Tú recordabas una conversación y él recordaba una completamente diferente. Con el tiempo, empezaste a dudar de tu propio criterio. En una discusión, recordaba siempre su versión de los hechos. Parecía que mentía, pero es que se creía sus propias versiones».
Voy a ponerte un ejemplo de esto.
Cuando Jorge y Clara se conocen la relación avanza muy rápido, hasta el punto de que a los seis meses ya se plantean vivir juntos. En una cita en un restaurante, Clara le pide a Jorge que saque sus cosas de la casa de su exmujer, porque siguen allí, y a ella le resulta muy duro eso. Él le replica, tajante y en un tono de lo más desagradable: «No te voy a consentir que me digas lo que tengo que hacer». Clara se pone a llorar, se levanta y se va al cuarto de baño para que los demás comensales no la miren. Cuando el tema vuelve a salir, Jorge le dice: «¿No me irás a hablar otra vez del tema después del pollo que me montaste el otro día?». Clara replica que ella no montó ningún «pollo», que en todo caso fue él el que se mostró poco educado. Pero tal y como Jorge cuenta la escena, fue ella la que se puso hecha una histérica.
Como en el resto de la relación Jorge es educado hasta el extremo y muy amable, Clara empieza a dudar de sí misma. Quizá, se dice, no planteó el problema con el suficiente tacto, quizá no era el momento adecuado. Deja pasar el tema. Pero poco a poco, estas historias se repiten. Cada vez que Clara plantea algo que no le gusta a Jorge, éste sobrerreacciona de una forma muy desagradable, y más tarde reescribe la historia siempre de la misma manera: Clara es una exagerada, Clara es una sobreexigente, Clara «montó el pollo», Clara «le ataca», Clara gritó, Clara «la lio», etc.
ALFRED MARTÍNEZ. Si una persona tiene claro quién es y cómo funciona y se acepta a sí misma, no duda ante ciertas situaciones, sea como sea la otra persona. Podrá distinguir claramente que es la otra persona la que ha estado fuera de lugar. Eso conlleva que la propia situación se viva de forma diferente: ¿por qué llora Clara? Una persona con una autoestima sana defiende y argumenta su petición y la respuesta recibida se valorará como el grado en que se tienen en cuenta y se cuidan las necesidades emocionales propias por parte de la pareja.
Así pasan tres años.
El día de la huelga general Clara está en casa de su madre, donde ha pasado la noche porque su madre es mayor y estaba enferma. Desde allí, llama a Jorge al móvil. Sorprendentemente descubre que Jorge ha ido a trabajar. Clara le pregunta que por qué, dado que Jorge siempre se ha autocalificado a sí mismo de tipo progresista y desde luego, es contrario a la reforma laboral, y la reforma es la razón por la que la huelga se convoca. Jorge dice que ha ido a trabajar porque no le gustan los sindicatos. Clara le dice que los sindicatos no son los únicos agentes sociales que proponen la huelga y que no es una huelga a favor de los sindicatos sino contra la reforma laboral. En ese momento Jorge eleva el tono de tal manera como para que la hermana de Clara, que está en la misma casa, lo escuche todo. Clara mantiene la calma, escucha el tronante discurso de Jorge que está gritando de manera indudable y al cabo de un rato le dice, de la forma más calmada posible: «Bueno, ya te llamaré cuando estés más calmado».
ALFRED MARTÍNEZ. La incoherencia entre la imagen que se desea dar, la dada realmente y la distancia con la persona que soy realmente evidencia la imposibilidad de controlar la propia imagen, y el seductor se ve reflejado en alguien que no le gusta. De hecho, a nadie nos suele gustar ser incoherentes, pero con una autoestima más o menos sana somos capaces de asumir que eso ocurre y hacernos cargo de qué cambios queremos realizar para que no se repita. En cambio, Jorge intenta controlar a través de la violencia, no su propia incoherencia, sino el hecho de que Clara lo piense bien la próxima vez que quiera hacérsela ver a él.
Días después cuando Clara saca el tema a relucir, Jorge vuelve a decir que: «Clara montó un pollo inhumano» (palabras textuales, «inhumano» es una de las expresiones favoritas de Jorge), y por primera vez Clara tiene constancia de que ella no está loca. Así que le dice a Jorge que su hermana ha escuchado la conversación y que puede confirmar que Clara nunca gritó, pero que Jorge sí lo hizo. ¿La reacción de Jorge? Tachar a la hermana de Clara de mentirosa y manipuladora, por supuesto.
ALFRED MARTÍNEZ. Una pregunta importante que hay que plantearse es: ¿por qué Clara necesita a la hermana para corroborar lo que ella siente? Es una expresión más de la dependencia: se depende de alguien para validar lo que pienso y/o lo que siento.
Cuando leas esto probablemente te sientas identificada. Te ha pasado muchísimas veces y, en todos los casos, has dudado de ti. Has creído que quizá no habías actuado con tacto, o no habías utilizado el tono de voz adecuado, o no habías sido lo suficientemente amable… Sobre todo te confundía el hecho de que él estuviera tan, tan, tan seguro de su versión. Su seguridad te hacía dudar. Por una razón simple: él cree en lo que dice. Es así como recuerda los hechos.
ALFRED MARTÍNEZ. El funcionamiento psicológico de él no le permite aceptar ser el responsable de algo inadecuado, debido a su baja autoestima. Es su manera de protegerse, aun a expensas de dañar a los demás. Es un experto en culpar a los demás y en justificarse a sí mismo. Esta forma de funcionar conlleva que difícilmente pueda cambiar motu proprio ya que su autoestima «no le permite» ponerse en duda a sí mismo. Y esa duda constituye un paso necesario para el reaprendizaje y el cambio.
Otro caso.
Mi amiga Camila se separa de su novia, Nuria. Tienen un perro al que han criado juntas. Pero como en la cartilla veterinaria sólo puede figurar un propietario, el perro es de Nuria. En una discusión, Nuria le jura a Camila que nunca más va a ver al perro. Camila me llama llorando a moco tendido. Un mes después, yendo con Camila, nos encontramos casualmente a Nuria. Y Nuria, como si tal cosa, me dice a mí: «A ver si quedamos un día las tres y paseamos a los perros». (Yo tengo una perra). Yo digo: «Tenía entendido que le habías dicho a Camila que ella jamás volvería a ver al perro». Nuria: «¿Yooooo? Pero ¿qué dices? Yo no he dicho eso jamás». Como no es la primera vez que Nuria olvida cosas, yo creo a Camila.
«Si se enfadaba, se encastillaba en un mutismo hostil. Podía dejar de hablarte durante horas, a veces días».
ALFRED MARTÍNEZ. La agresividad, sea activa o pasiva, puede ser una herramienta para intentar evitar lo que nos hace sentir frágiles.
«En público era el hombre más correcto, educado y amable del mundo. Sus amigos le adoraban».
Suele ser así. Si hubieras estado con un hombre de los que pierden a menudo los papeles en público, no hubieras dudado tanto de ti misma. Todo el mundo te habría dado la razón: «Sí, hija, déjale, que cada día le veo peor». Para que llegues al nivel de confusión tóxica que te ha acabado por hundir y que te ha traído hasta este libro, se tienen que haber contrapuesto dos planos de realidad. La que vivías en privado y la que él vivía en público. Cuando has intentado buscar ayuda, todo el mundo te ha culpado a ti porque él, «ese hombre que tú ves ahí, que parece tan amable, dadivoso y agradable» (en palabras de Rocío Jurado) es imposible que haga lo que tú dices que hace. Por lo tanto, tú estás exagerando.
Y tú cada vez te encontrabas más sola y dudabas más de tu criterio y hasta de tu salud mental.
«Alternaba momentos de encanto radiante en los que era el hombre más amable, ingenioso, dulce y encantador del mundo con los momentos en que se convertía en un hombre insoportable, al que tenías miedo. Tú seguías con él porque pensabas que era una fase, que tenía mucho trabajo, que estaba deprimido… A veces pensabas que era por tu culpa. Que él había cambiado porque no estabas a la altura».
Este fenómeno tiene una explicación muy fácil. Él proyecta culpa, tú absorbes culpa.
Este hombre no reconoce jamás la culpa, jamás. No puede sentirla. Párate a pensar…
¿Cuántas veces le has escuchado decir «lo siento» o arrepentirse de algo que ha hecho?
Ninguna, exacto.
Como no puede sentir la culpa, la proyecta sobre ti.
Otro ejemplo.
Jorge y Clara se fueron de vacaciones a un resort en Cartagena, Colombia. En mitad de una de sus discusiones, Jorge hizo las maletas y dejó a Clara tirada en el resort en medio de la nada, llevándose el coche que habían alquilado. Jorge sabía bien que Colombia es muy peligrosa para las mujeres solas, y que Clara se jugaba la vida, literalmente, si se arriesgaba a viajar por el país en autostop, taxi o transporte público sin compañía. Por lo tanto, Clara hubo de humillarse y llamar y llamar a Jorge hasta que regresó a por ella. ¿Se disculpó Jorge? ¡Jamás! Al contrario, culpó siempre a Clara de su huida. Según él, Clara se había vuelto tan insoportable que a él no le quedó otro remedio que marcharse. Por supuesto, siempre hubiese habido el remedio de llevar a Clara al aeropuerto y aguantar dos horas más a la insoportable Clara, pero eso ni se le ocurrió.
ALFRED MARTÍNEZ. En terapia, para ayudar a cuestionarse la situación, pregunto por qué cree que la otra persona, que dice estar constantemente tan descontenta con ella, sigue con la relación. Es un aspecto importante en el que pararse a reflexionar.
«Esperabas que regresara el hombre encantador que conociste».
Pero no regresaba. Y no regresará. Ese hombre encantador sólo aparece en la primera fase de seducción. Luego, llega la otra cara. Y más tarde, ambas caras se van alternando. Pero ese hombre encantador al cien por cien ya no vuelve. Como el pavo real, ha extendido su plumaje durante el cortejo, y te has cegado por lo brillante que era.
ALFRED MARTÍNEZ. Uno de los planteamientos disfuncionales típicos en las relaciones de dependencia es la disociación de la forma de ser del abusador en diferentes ámbitos, que se plantean como una especie de doble personalidad: la parte buena y la parte mala. Luego se justifica la «mala» para poder seguir con la «buena», que habitualmente se entiende como la personalidad verdadera («me gritó y me insultó, pero él no es así»). A menudo, tanto la explicación como la justificación son propuestas y/o están apoyadas por el encantador. El funcionamiento del mismo se plantea como si de un Dr. Jekyll encantador y un Mr. Hyde aterrador se tratara cuando, en realidad, la pareja siempre ES la suma de ambos.
«Vivías con la impresión de que avanzabas por campo minado…».
ALFRED MARTÍNEZ. Tenías toda la atención concentrada hacia el exterior, para conseguir hacer las cosas mejor como pareja, pero no hacia dentro, sin tener en cuenta lo que es mejor para uno mismo o lo que uno desea en su vida.
«Y entonces tú empezaste a enfermar. Te costaba conciliar el sueño; sufrías muchísima ansiedad; estabas irritable y saltabas por cualquier cosa; estabas siempre cansada, y llorabas a la mínima (en las películas, viendo el telediario, hablando con una amiga…); no te apetecía salir ni ver a nadie; empezaste a beber más de lo normal, o a consumir drogas; dejaste de comer o empezaste a comer en exceso; tenías pesadillas, y sufrías respuestas exageradas de sobresalto ante estímulos que no eran en realidad tan intimidatorios como tú pensabas (te pegabas el susto del siglo, por ejemplo, si te cruzabas con un desconocido en un portal oscuro), empezaste a desarrollar fobias raras (te daba miedo el metro, o las alturas, o los espacios cerrados, o las arañas, o los pájaros, o la oscuridad, o quedarte sola en casa…), y al final, somatizabas: tenías alergias, o ataques de asma, o sospechosas gripes que te duraban una semana».
Acabo de describirte el cuadro típico de una víctima de abuso emocional. Síntoma por síntoma. No hace falta que los manifestaras absolutamente todos. Basta con que te veas reconocida en la mayoría.
ALFRED MARTÍNEZ. Por un lado, dice mucho de su autoestima que una persona prefiera dejar de cuidarse, dejarse enfermar, encubrir con alcohol o drogas lo que está ocurriendo (existe una propensión a otras dependencias) antes que dejar una relación dañina: la autoestima no es lo suficientemente alta para validarse a sí misma y eso la convierte en dependiente de la valoración del otro. Por otro lado, cuanto peor se ve a sí misma como consecuencia de la relación (es decir, cuanto más empeora su autoestima), mayor será la necesidad externa de ser validada, generalmente por su pareja. El entorno familiar o social suele deteriorarse o perderse con el tiempo, o se convierten en espacios que casi exclusivamente intentan convencerla de que deje esa relación, lo cual es vivido como una invalidación más y un reflejo de su incapacidad para conseguirlo. Así se crea el círculo vicioso de dependencia emocional del cual es cada vez más difícil salir.
Cuando Alfred dice que «se convierten en espacios que casi exclusivamente intentan convencerla de que deje esa relación», he de aclarar que yo viví lo contrario. Desde mi entorno familiar o social se me intentaba convencer de que siguiera con la relación. Todos estaban fascinados con él.
«Si fuiste al psicólogo puede que te diagnosticaran con alguna de las siguientes etiquetas: trastorno de personalidad por dependencia, fobia social, trastorno adaptativo mixto, síndrome de estrés postraumático, depresión, ansiedad. Si tuviste mala suerte, te medicaron. Con lo cual agudizaron tu problema porque te volviste doblemente dependiente: ahora también dependías del Lexatin, o del Seroxat, o de la Sertralina, o de lo que fuera. Pero quizá tuviste suerte y le dejaste, o te dejó, antes de que empezaras a dudar de tu propia cordura y, por lo tanto, no hizo falta psicólogo. Quizá ya saliste. Quizá nunca saliste».
ALFRED MARTÍNEZ. La tendencia social a las relaciones dependientes va en aumento debido a las dificultades de construir una autoestima sana, principalmente en las familias y en la sociedad en general. A nivel familiar, la falta de tiempo y de energía (horarios que hacen difícil o imposible conciliar vida familiar y laboral) y el desconocimiento para educar afectivamente; y a nivel social, la crisis de valores y el ensalzamiento del consumo y de la imagen, tienen mucho que ver en lo que está ocurriendo al respecto.
En las relaciones de dependencia emocional, el uso del maltrato psicológico dentro de una pareja persigue aumentar el grado de control del miembro de la relación que lo recibe a través de la erosión continuada de su autoestima. A medida que disminuye la autoestima de la pareja, aumenta su miedo a la soledad y disminuye su percepción de control sobre la situación, lo cual aumenta la percepción de control sobre la relación con el dominante. De esta manera se va construyendo una relación asimétrica de poder/sumisión en la que el miembro dominante se podrá nutrir del miembro sumiso con menos miedo a la posibilidad de abandono. El objetivo final es el de retener a la pareja para su propio beneficio parasitario (económico, social, sexual y/o afectivo, entre otras).
Como consecuencia de una baja autoestima o de una autoestima no lo suficientemente sana, la persona que está en riesgo de vivir una relación de dependencia siempre sufre un grado más o menos significativo de inseguridad propia. La relación tóxica aumenta esa inseguridad y ayuda a que se vaya generalizando, lo cual repercute negativamente en la propia autoestima. A veces se utiliza la relación tóxica para justificar la persona que se ha llegado a ser: se utiliza para victimizarse. Es importante tomar conciencia y responsabilizarse de los propios déficits y dificultades psicológicas y conductuales previas para poder entender y resolver el problema. La relación de dependencia siempre es un síntoma, como el ser adicto al alcohol o al sexo, y lo es para ambos miembros de la pareja que aceptan la relación tóxica.
Cuando una persona con una autoestima sana se encuentra con algunos de los aspectos mencionados anteriormente, lo más probable es que deje la relación. No aceptará el traspaso de ciertos límites (por ejemplo, agresiones verbales o invasiones de la intimidad continuas) ni el cuestionamiento constante de uno mismo; ante ataques frecuentes a la autoestima, se marchará para protegerla. No hay más.
Me consta que las personas con un historial de relaciones de dependencia creen que esto no es así de fácil. Esa dificultad es parte del problema. Yo siempre les digo lo mismo: «Cuanto más tiempo pasa, más difícil es irse porque con el tiempo se van estableciendo y fortaleciendo lazos emocionales» (además, la autoestima y la seguridad en uno/a mismo/a está cada vez peor). En otras palabras, a una persona con autoestima sana le cuesta menos dejar una relación tóxica por dos aspectos: en primer lugar, por sus buenos niveles de autoestima y seguridad en sí misma, y, en segundo lugar, porque no se queda el tiempo suficiente para desarrollar demasiados vínculos emocionales. Cuantos más vínculos haya, más difíciles serán de romper. De todas formas, ¿no acaba siendo más difícil vivir la relación tóxica y ser la persona en la que uno se ha acabado convirtiendo? ¿Por qué se sigue ahí?