LA CUESTIÓN DEL GÉNERO
Lucía a Alfred:
Dices que en tu consulta hay más o menos la mitad de hombres y mujeres. Entre los hombres, ¿cuántos homosexuales y cuántos heterosexuales? ¿De qué edad? ¿Cuántos en edad de tener relaciones de convivencia?
Te explico. Yo he publicado extractos de este libro en Facebook y como sabes publiqué otro libro hace años, Ya no sufro por amor, y nunca, nunca, entre los cientos (no exagero: quizá más de cinco mil), repito, cientos de cartas, mails, tuits, notas en Facebook, nunca me ha llegado la historia de un hombre heterosexual. Me llegan muchos quejándose en todo caso de denuncias falsas y no los creo, porque el tono siempre es muy agresivo, nunca suena a alguien que lo ha pasado mal, sino más bien a alguien que se quiere vengar.
Jamás he conocido a un hombre heterosexual que en una relación empezara a perder autoestima y acabara tan enfermo como acabé yo y como he visto acabar a cientos de mujeres. Jamás he sabido de uno al que su mujer convenciera para que dejara el trabajo, ni al que le pegaran, gritaran o insultaran. Jamás. Sin embargo, lo he visto en muchos hombres homosexuales, agredidos por su pareja hombre. También he visto muchas, pero muchas, lesbianas maltratadas. Muchas más de las que te imaginas. Víctimas de maltrato psicológico y, algunas veces, de maltrato físico. A estas mujeres la ley de violencia de género no las ampara porque se entiende que una mujer no maltrata a otra mujer. Tampoco la ley ampara a hombres homosexuales.
Lo que sí he visto en hombres heterosexuales (y van al menos —los he contado— cinco casos conocidos de primera mano) es una historia distinta. Hombres manipulados por una chantajista sentimental que no grita ni insulta ni desprecia ni recurre al silencio hostil ni nada. Simplemente hace todo lo que en este libro, en un capítulo posterior, yo llamo «hacerse la mártir».
Ella se convierte en la eterna víctima infeliz, no asume nunca la responsabilidad de su vida porque todo lo que le pasa es, obviamente, culpa de los demás. Busca la sumisión y manipula desde la culpa. En muchos casos, se inventan enfermedades. (La fibromialgia es un recurso muy útil, por ejemplo. No quiere decir eso que todas las fibromialgias sean inventadas, pero sí que es fácil decir que una la tiene, porque no existe test diagnóstico). Son mujeres regañonas y criticonas, muy quejicas, extraordinariamente capaces de identificar los puntos débiles de los demás para dar donde más duele. Se hacen las niñas, las víctimas, y convencen a los demás de que necesitan ser cuidadas, protegidas y apadrinadas. Viven completamente dependientes de sus víctimas, para asegurarse de que sus víctimas no se atreverán a abandonarlas, amarrados como están por las cadenas de la culpa y por el miedo.
Normalmente la cosa funcionaba así. Ella desarrolla una enfermedad. En algunos casos es fibromialgia. O se diagnostica como tal porque ningún doctor aprecia un problema claro y tangible. Por lo tanto, ella deja el trabajo. Y cada vez que él planea un viaje o una salida con los amigos ella, casualmente, sufre un ataque de dolor y él se tiene que quedar en casa. En otros, se trata de ataques de ansiedad o de pánico que requieren ingreso y que llegan cada vez que él debe viajar o que sale hasta tarde. En algún caso ella se inventaba enfermedades del niño cada vez que él se iba. Y me viene a la cabeza un último caso, y este de una chica muy joven, en el que ella estaba deprimida clínica y él actuaba como su enfermero.
En todos los casos citados, él no podía tener vida propia. En todos los casos, él era hijo de una madre con un perfil parecido[3].
Pero jamás, repito, jamás, he visto a un hombre que acabe con una depresión de caballo porque su mujer le ha gritado, insultado, negado continuamente, etc. Simplemente porque nuestra sociedad no alienta esos patrones en una mujer. La mujer que grita es inmediatamente tachada de histérica o loca, como tú debes saber. Y por eso, no gritamos. Incluso si ves Sálvame algún día con un cronómetro en mano, como yo he hecho, verás que ellos siempre interrumpen y gritan e insultan mucho más que ellas.
Además, en todos los foros, webs, páginas… americanas a las que yo me hice casi adicta sobre maltrato psicológico NO HABÍA HOMBRES y tampoco el negocio de los libros para ayudar a recuperarse de una relación tóxica se dirige a hombres. No existe por la sencilla razón de que no hay mercado. Creo que las mujeres pueden llegar a agredir, insultar, gritar… pero a sus hijos o a sus parejas mujeres. Es decir, a personas sobre las que socialmente se les ha otorgado algún tipo de superioridad. En una relación heterosexual normativa (subrayo lo de normativa: es una relación que socialmente es la que se ve como «normal»), la posición de poder la suele detentar el hombre (él suele ser el que trae el dinero a casa) y por eso él puede ejercer el papel dominante. Los hombres sólo permiten que les grite su jefe. Una mujer que quiere manipular a un hombre no va a llegar a ninguna parte si le grita o insulta: él se irá, y ella lo sabe. Pero sí que puede ejercer otras tácticas más sutiles de manipulación psicológica.
Si tú has visto en consulta casos de hombres heterosexuales maltratados por sus mujeres desde el maltrato directo y no desde la manipulación pasivo-agresiva y me puedes asegurar que esto existe, lo tendré en cuenta.
ALFRED MARTÍNEZ. Cuando digo que la mitad de mis pacientes son hombres me refiero a esta frase que has escrito tú: «Sin embargo, son las mujeres las que suelen acudir a las consultas de los terapeutas». Más o menos, el porcentaje entre mujeres y hombres que vienen a mi consulta debe estar al 50%. Coincido en que lo habitual era/es, como planteas, que las mujeres acudan más a consulta, pero en mi caso no es así, ni nunca lo ha sido, y me pareció relevante comentarlo. Algunos hombres (entre los más mayores) quizá vienen más escépticos ante la psicoterapia, pero también he trabajado con mujeres escépticas. En mi opinión, en lo que deduzco de los comentarios de los propios usuarios y de las opiniones que recojo desde el entorno cuando se enteran de que soy psicólogo, creo que a lo largo de los años está habiendo un cambio de percepción de la propia psicología a nivel social.
Ojo, que hablo de mi período como autónomo, porque en la clínica de trastornos alimentarios la gran mayoría eran mujeres.
Respecto a la dependencia emocional en hombres. También hay hombres dependientes emocionales, lo cual incluye a muchos que sufren o han sufrido maltrato psicológico agresivo (y, en algún caso, físico también). Heterosexuales, de mediana edad, con la autoestima por los suelos. Generalmente, a diferencia de las mujeres, no vienen por ese motivo de consulta, sino que llegan porque sufren una depresión. Muchas mujeres, aunque deprimidas, vienen directamente diciendo que su problema es que son adictas a su pareja y eso les está destrozando la vida.
Entiendo lo que dices, entiendo que no te cuadre lo que te cuento, pero te confirmo que hay casos. Por la poca o nula visibilidad del tema, probablemente tiene que ver de nuevo con el peso de las cuestiones sociales de género y de los estereotipos. Por mi experiencia profesional, los casos de dependencia emocional con los papeles invertidos a lo socialmente habitual son una minoría (no sé hasta qué punto, debido a esa invisibilidad), pero existen. Eso sí, no se habla. ¿Qué se dice de un hombre que se deje maltratar por su mujer, socialmente hablando? Los hombres maltratados por sus mujeres no hablan del tema, no quieren que les vean como unos «calzonazos».
Cuando estos hombres han venido a consulta no había demanda de informes ni nada parecido en ninguno de los casos. O sea, no había intereses ocultos, ni tiene sentido ningún tipo de manipulación hacia mí. No intentaban hacerse los maltratados para contarlo en un juicio. De hecho, había dificultades para hablar del tema por vergüenza. De ahí el secretismo, como pasa en los casos de violación masculina.
Hablando de realidades que no cuadran con lo que se dice, aprovecho para poner otro ejemplo: la cantidad de hombres heterosexuales con problemas alimentarios. Cuando trabajaba en la clínica parecían no existir y desde que trabajo en la consulta he trabajado con bastantes casos en los que, presentado por ellos de forma secundaria, había alteraciones importantes de los hábitos alimentarios, en todos los casos por atracones. Supongo que esto se debe otra vez a cuestiones sociales. El tema da para otro libro.
Cuando he leído lo que dices de mujeres que dejan su trabajo, me he acordado de un caso que la mujer no pedía que lo dejara, sino todo lo contrario, ella le exigía a él que trabajara más. Con frases del tipo «eres tan inútil que no eres capaz ni de mantener a tu familia», para que te hagas una idea.
Respecto a los gritos. Depende. En problemas de pareja (excluyendo los de dependencia), hay casos de todo, pero en la mayoría de los que he visto suelen gritar los dos. Centrándonos en las relaciones de dependencia, estoy de acuerdo que el que suele gritar es el hombre porque, como planteas en el libro, son los que suelen tener el papel intimidador. Eso no quiere decir que siempre sea así, a veces también gritan ambos, al menos al principio. Si con el tiempo la mujer desarrolla una depresión es poco probable que grite. (Estoy de acuerdo con lo que planteas sobre la elaboración de la culpa). En los casos que te comenté antes, los papeles entre hombre y mujer están invertidos y es la mujer la que grita, amenaza e intimida.
Lucía a Alfred:
Hago constar que pregunté a la psicóloga Diana Sánchez, especializada también en dependencia emocional, y me dejó claro que por su consulta apenas pasan hombres. Quizá tenga que ver con el hecho de que ella es mujer y tú, hombre, no lo sé. Sí que tengo comprobado que a los hombres no les gusta ir a la consulta de una mujer. Al menos cuatro hombres cercanos me han dicho ya que dejaron de ir a consulta porque la terapeuta era atractiva y no se sentían capaces de sincerarse con una mujer guapa. También hago constar que cuando pedí desde mi perfil de Facebook que me enviaran historias de relaciones tóxicas, me llegaron más de doscientos mails. Sólo cuatro venían firmados por hombres y de entre esos cuatro hombres sólo uno era heterosexual.
LA AUTOESTIMA
Lucía a Alfred:
Otro punto que quisiera aclarar. Tú insistes en que alguien con autoestima no se mete en una relación tóxica. Olvidas todos los experimentos de atribución situacional y de indefensión aprendida que supongo que no te debo recordar. Es decir, que no siempre el estado psicológico de una persona deriva de lo que vivió de niño y de la autoestima que se ha construido. A veces se puede explicar la conducta de una persona en función de factores externos tales como presión de grupo, roles, leyes o pareja. El caso es que está demostrado que la persona con mayor autoestima y aparentemente sin problemas acaba muy deprimida en cuanto entra en una situación en la que se la coloca en una situación de inferioridad (una cárcel, aunque sea ficticia, el yugo de un jefe despótico, etc.). Pero en el caso de los experimentos de Stanford y de Milgram (en los que se recreó una cárcel ficticia) varones que se habían considerado muy sanos antes del experimento acabaron intensamente deprimidos en sólo seis días.
Así que imagina a una mujer que entra en la relación con una autoestima normal y sana, pero que poco a poco, porque se quiere adaptar al rol social, accede a dejar de trabajar porque ha tenido un hijo, y deja de ver a sus amigas porque eso es lo que en muchos lugares de España, a día de hoy, se espera de una mujer casada. Se espera de ella que se convierta en una mujer que salga muy poco y que se dedique a su marido. (Y sí, sucede, y más aún que antes; te recuerdo que nos gobierna un elenco de hombres que en su mayoría pertenece al Opus Dei). Esta mujer está en una cárcel idéntica a la de Stanford, sometida a los dictados de un marido despótico. Cada vez que intenta llamar a su madre escucha un sonsonete muy común en las madres conservadoras: «Eso es porque tú no le tratas bien». De forma que se ve culpabilizada por aquello de lo que en realidad es víctima. Y si intenta recurrir a sus amigas descubre que él ya ha ido contando que a ella no hay que hacerle mucho caso porque está deprimida (y, efectivamente, lo está). El deterioro de la autoestima lo causa el victimario, y lo va causando poco a poco, como una termita que va deteriorando un mueble, de forma lenta pero inexorable. Sí, puede ser que ella, en principio, fuera muy dependiente, pero ¿qué mujer moderna heterosexual no lo es? Te recuerdo que la sociedad moderna anima y espera de una mujer que lo sea, que sea ella la cuidadora, la nutricia, la que cuida de los niños y el marido, y que se realice a través de su familia antes que de su trabajo. También te digo, por experiencia, que una mujer que sale mucho con sus amigas es sospechosa. Y directamente, está muy pero que muy mal visto que tenga amigos varones. Si su marido sale con sus amigos es normal, y si sale de copas hasta las mil nadie le va a decir a ella que debe divorciarse. Una mujer que hiciera lo mismo caería en el punto de mira inmediatamente, y lo sé porque lo he vivido.
De forma que no puedes decir «una mujer con autoestima pronto abandona la relación», porque el caso es que los ataques empiezan siempre cuando la mujer de alguna manera no tiene la salida fácil: ya tiene la hipoteca, depende de él económicamente, se ha aislado de sus amistades, está esperando un hijo… Tal y como tú lo planteas parece que la culpa es de la víctima que no tiene la autoestima suficiente para irse. Nunca planteas que quizá él la ha escogido en muchos casos porque ella es brillante e independiente, y ha iniciado un proceso meticuloso para destruir esa autoestima que tanto le atrajo al principio, y que tanto envidia. ¿Que quizá al principio ella tuviera una brecha de inseguridad que le permitió a él entrar? Seguro, pero ¿qué mujer no la tiene?
ALFRED MARTÍNEZ. No me has entendido bien o quizá no me he explicado bien. En ningún momento digo que una persona con buena autoestima no se meterá en una relación tóxica; digo que cuanto más sana sea su autoestima más posible es que se marche y en menos tiempo (a medida que vaya viendo señales de que el Dr. Jekyll alberga en su interior a Mr. Hyde).
Cuando una persona con una autoestima sana se encuentra con algunos de los puntos comentados anteriormente lo más probable es que se marche. No aceptará el traspaso de ciertos límites (por ejemplo, no aceptará las agresiones verbales o las invasiones de la intimidad continuas) ni tampoco acatará el cuestionamiento constante de su integridad, de su yo: ante ataques frecuentes a la autoestima, se marchará para protegerla. No hay más.
Cuando decía esto me refería a las muchas mujeres que ya sufren maltratos desde el inicio de la relación y siguen quedándose en ella. Por supuesto es diferente cuando las agresiones aparecen más tarde, cuando el abusador siente que ha pillado a su presa y la presa se siente presa (valga la redundancia). Entonces se dan las condiciones del experimento de Stanford. Como en el experimento, ambos asumen su papel, lo cual plantea el contexto para desarrollar problemas psicológicos posteriores.
Ser capaz de abandonar una relación tóxica no sólo depende de las emociones, también depende de la situación individual (económica, red social, etc.). Pero quedarse por no tener trabajo, por tener una hipoteca o hijos, puede suponer dependencia (económica), pero no tiene por qué ser dependencia emocional. La situación que planteaba, inicial, era la de irse cuando no hay más lazos que los emocionales.
Cuando planteo que existen personas que rompen una relación insatisfactoria haciéndose cargo de lo que sea necesario, no hablo de personas desgastadas por una relación de dependencia emocional. Tampoco en esos casos digo que sea fácil, ni que todo dependa de uno mismo, digo que existen. No hablo de frecuencia, hablo de existencia y de factores psicológicos personales (por ejemplo, nivel de autoestima) y condicionantes externos (por ejemplo, apoyo familiar) que facilitan que esta ruptura pueda darse. ¿Existen mujeres que dejan la relación cuando un hombre no las trata como creen que se merecen? ¿Existen mujeres que rompen relaciones insatisfactorias y vuelven a casa de sus padres con sus propios hijos, sin trabajo y una hipoteca por pagar? Existen.
Por supuesto no niego el peso de los roles sociales, pero digo que la exposición no es la misma para todos y, por tanto, tampoco la respuesta. Si fuera así, en una misma sociedad, todos deberíamos funcionar igual o de forma muy parecida bajo los mismos condicionantes externos. Y no es así.
En ningún momento planteo nada de culpables ni de víctimas. Primero, sería simplista. El desarrollo de una relación tóxica es más complejo que eso. Segundo porque, en cualquier caso, las etiquetas no suelen ayudar en los procesos de cambio, más bien al contrario: en algunos casos hay que trabajar para desmontarlas primero. Las personas que han superado una relación de dependencia se plantean como supervivientes, no como víctimas. Asumirse como víctima es parte del problema. Parte del proceso de mejora es recuperar el empoderamiento: sentirse capaz, sentirse válida, útil, segura. Es decir, mejorar la autoestima permitirá ir recuperando todo eso y todo eso ayudará a su vez a mejorar su autoestima.
Lucía:
Respecto al tema «culpables y víctimas» quiero aclarar una cosa. Cuando yo empecé a ir a terapia no me concentré en «qué malo es él y que mal me ha tratado». No, él no era el problema. Es probable que él tuviera problemas. Desde luego era controlador, posesivo, celoso, y no sabía gestionar sus arranques de ira. No creo que fuera un psicópata ni un sociópata. Quizá fuera un narcisista, quién sabe, no me corresponde a mí diagnosticar. Lo que estaba claro es que yo tenía un problema de dependencia enorme y de mínima autoestima que me incapacitaba para abandonar la relación, con lo cual, al estar él tan seguro de que yo nunca me iría, al saber de algún modo que lo aguantaría todo, él no tenía ninguna razón para plantearse cambiar de actitud. Un año después volví a verle, me tomé unas copas con él, me reí mucho, comprobé que seguía enamorada de la parte de él que me había conquistado (el hombre inteligente, ocurrente, carismático, divertido), pero recordé una frase que el propio Alfred me había dicho una vez: «No se puede volver para cambiar, hay que cambiar para poder volver». Si volvía con él me exponía a vivir la misma situación que ya había vivido. Pese a todo, no se me caen los anillos a la hora de reconocer que, cuando escribo este libro, sigo enamorada de él.
Si de cualquier manera yo le presionaba para ir a terapia e intentar averiguar por qué tenía esos ataques de ira y esas ansias de control, la terapia no funcionaría. Él establecería una barrera inconsciente muy grande porque habría ido presionado. Es algo que sucede con los que van a hipnosis para dejar de fumar: si los pacientes acuden porque les ha presionado su pareja o su familia, la hipnosis falla. Sólo funciona la hipnosis si los pacientes acuden por decisión propia. Yo me presenté en una terapeuta porque ya no podía más, porque pensaba que si seguía así acabaría por suicidarme. Sabía que a su lado no avanzaba, que estaba tan desesperada por adaptarme a él que era incapaz de mirar dentro de mí misma.
Si algún día él decide ir a terapia, será fantástico. Si decide no hacerlo yo no me voy a enfadar ni nada por el estilo, simplemente asumiré que él no está preparado para hacerlo, o quizá no haya tocado fondo aún o quizá nunca toque fondo, qué sé yo. Algunas personas se adaptan bien a las situaciones más complicadas y un cambio les resulta más duro y les da más miedo que la mera adaptación, no soy yo quien para juzgar.
Este libro no habla de lo malos que son los hombres: habla de cómo tú puedes salir de una relación que te está envenenando.
En cualquier caso, si tu extóxico te ha agredido físicamente, te ha robado, te ha destrozado de verdad; si un terapeuta te advierte de que lo mejor es que lo borres completamente de tu vida, no le veas más. No quedes a tomarte una copa y hacer unas risas por los viejos tiempos. Podría ser peligroso.