CAPÍTULO 6

Cómo se construye un controlador/manipulador

El problema de él o de ella, de tu pareja controladora, viene a explicarse así: el mensaje que ha recibido en su infancia, haya sido un niño maltratado física o verbalmente, abandonado, sobreprotegido o sobreexigido, abusado sexualmente, etc. es el siguiente:

«No vales».

  1. Si ha sido abandonado el mensaje es: «No eres lo suficientemente valioso para que me ocupara de ti. No vales».
  2. Si ha sido sobreprotegido el mensaje es: «Sin mí, no vales para nada, eres un inútil. No vales».
  3. Si ha sido maltratado física o verbalmente el mensaje es: «No te respeto. No vales».
  4. Si ha sido sobreexigido el mensaje es: «No seas lo que eres, sé lo que yo quiero que seas. Lo que tú eres me decepciona, me amenaza, me pone furioso, no me estimula. Sé lo que yo quiero que seas y yo te amaré. Pero, tal y como eres, no vales».
  5. Si ha sido abusado sexualmente el mensaje es: «No eres más que un objeto destinado a mi satisfacción. No respeto tus deseos. No vales».

El padre, la madre, los padres que son incapaces de acoger, de aceptar y de comprender al niño con sus conflictos, su vulnerabilidad, su personalidad, sus aptitudes… rechazarán entonces ciertos aspectos del niño que él o ella, o los dos, no pueden soportar. El niño, a su vez, con el fin de no perder el vínculo, se esforzará por corresponder a las necesidades y expectativas de los padres y perderá contacto con su verdadero yo. Se construirá pues otro yo a la medida de lo que se espera de él o ella.

Si los padres esperan del hijo o hija talentos especiales, brillantez intelectual, atractivo físico, habilidad atlética… o una combinación de todo lo anterior, ese niño o niña adopta el papel del elegido o la elegida que va a cumplir los anhelos y los sueños de los padres, y deja de ser él mismo para ser otro. Se convierte en otro a un nivel inconsciente, un otro fusionado a la adoración y las expectativas de los padres.

Y pierde su verdadero yo.

En una familia sana un niño es amado y nutrido como un individuo único. De muy pequeño, ese niño o niña está psicológicamente fusionado con la madre o el cuidador principal. En esa unión, sus necesidades físicas y emocionales son atendidas con la consistencia del amor. A medida que el niño madura, comienza a diferenciarse de sus padres y a ser más independiente. Con la guía y el amor de los padres, el niño aprende que él es apreciado por sí mismo, tal y como es, no como debería ser o como a los padres les gustaría que fuese. Al mismo tiempo, los padres enseñan a sus hijos, a través del ejemplo y directamente, que él no es el centro del universo. Y así, a una edad muy temprana, los niños aprenden a ser empáticos con las preocupaciones y sentimientos de los demás. El niño emocionalmente sano es espontáneo y alegre, y, poco a poco, se separa de su madre y su padre y se convierte en un individuo capaz de dar y recibir amor.

Pero el niño que no es amado por sí mismo es, en el fondo, alguien tremendamente inseguro. Y sufre de lo que se ha dado en llamar «vergüenza tóxica». Ese niño es alguien que crece con la idea de que no vale, de que no sirve para nada. Una idea interiorizada en lo más profundo del subconsciente, que el dependiente dominante debe enterrar como sea.

El dependiente dominante puede creer que él fue muy importante para sus padres, pero no lo fue. El niño o niña era importante sólo por la función que cumplía, y por lo tanto creció en evaluación constante. Y cuando crece, vive en una alerta constante.

LA VERGÜENZA TÓXICA

Vergüenza tóxica es la creencia profundamente dolorosa de que uno es una persona deficiente como ser humano en comparación con otros. Es creer que uno es tan defectuoso que puede considerarse a sí mismo un error de la naturaleza.

Es creer que uno debe crear una «personalidad de repuesto» para suplir a la antigua, de la que se siente profundamente avergonzado.

De esta manera, el dependiente dominante se construye una personalidad falsa. Por esa razón tu ex, en público, era el hombre más correcto, educado y amable que hubieras conocido y sus amigos le adoraban. Porque está entrenado para agradar. Desde pequeño ha aprendido a adaptarse a los deseos de otros y a intuir sus necesidades para darles lo que necesitan. Por eso presenta un amplio repertorio de habilidades y tiene gran capacidad para captar la atención de los demás y generar sentimientos positivos. El dependiente dominante puede ser la persona más encantadora del mundo. Se trata de personas que parecen vivir «por» y «para» otros; que intentan encajar, caer bien y gustar. Les encanta encantar. Para estas personas, la valoración de los demás es importante, y más que desear, necesitan ser reconocidos y sentir la aprobación de los que los rodean. La dificultad principal en estas personas es el temor a ser «descubiertos», pues la autoestima es inferior de lo que aparentan, y se cubren de fachadas en un intento de vender su imagen tal y como creen que será aceptada. Son sujetos muy vulnerables a la crítica.

Con los desconocidos el dependiente dominante se muestra muy seguro, tiene facilidad para conectar con la gente y causar buena impresión, pero en el fondo sabe que su actitud no es «real» y se puede sentir muy vulnerable si intuye que otros lo sospechan.

EL DEPENDIENTE DOMINANTE:

EL TÓXICO ES DEPENDIENTE

A las personas con vergüenza tóxica les aterroriza la soledad o ser abandonados por los seres queridos porque esa situación les hace sentir que no valen nada y que no merecen que alguien permanezca con ellos/ellas. Además, al no tener un centro estable, al no saber quiénes son en realidad, necesitan actuar como espejo de otros, reflejarse en otros.

Por esta razón, el dependiente dominante es depredador. Cuando elige una presa, no se acerca despacio. Cuando está fascinado por alguien, idealiza a esa persona. Esa persona suele tener algo que él o ella desea (belleza, inteligencia, encanto, buena familia, dinero, creatividad…) y que normalmente también los padres del tóxico valoraban mucho. Queda fascinado por esa persona porque encaja bien como complemento o accesorio del falso yo que se ha creado. Por ejemplo, en el caso de Anxo, Oriana venía de buenísima familia, y ya sabemos que la madre de Anxo estaba obsesionada por la posición social y la apariencia. De ahí probablemente también la insistencia de Anxo en tener una novia delgada. Para que el cuadro encajara: novia guapa, de buena familia y adaptada al canon estético valorado socialmente.

Para el dependiente dominante es muy importante conseguir a esa persona a toda costa, lo antes posible. Siente una imperiosa necesidad de poseerla. Además, sabe cómo seducir. Como ya hemos dicho, lleva toda la vida entrenándose en el poco noble arte de intuir las necesidades de otros y satisfacerlas.

Para el dependiente dominante, la conquista de otra persona cumple esencialmente la función de servir para reafirmar la imagen idealizada de sí mismo. Enamorar a los demás implica para ellos la confirmación de su alto valor, como consecuencia del cual los otros le admiran y se enamoran. Por eso, cuanto más valiosa sea la persona a la que quiere seducir, más le interesará. El valor de esa persona le hace más valioso/valiosa a él/ella, y mayor interés tiene el hecho de lograrlo, ya que reafirmará más la idea de su propio valor.

Por eso, todo fue tan rápido. Por eso, eras el amor de su vida, según él, y nunca se había sentido así. Por eso era tu media naranja perfecta. Por eso, por raros que fueran tus hobbies o tus aficiones, él los compartía. Por eso era tu acompañante más leal, el caballero de brillante armadura, tu más leal servidor, tu mejor amigo. Por eso el sexo era increíble. Fuegos artificiales. Por eso era el amante perfecto, y estaba siempre a tu disposición. Porque sabía detectar tus necesidades, porque el sexo estaba orientado sobre todo a la conquista antes que al placer.

Por eso todo su tiempo libre parecía dedicado a ti… Parecía. Él estaba a todas horas contigo pero aun así, sentías que algo se escapaba. Sí, había una parte que nunca te dejaba ver. Por un lado, porque deseaba protegerse y, por el otro, porque el dependiente dominante siente vergüenza de cierta parte de su vida, y no quiere que otros la conozcan.

I. EL DEPENDIENTE DOMINANTE EXPERIMENTA UNA COMPENSACIÓN NARCISISTA DE SU VERGÜENZA TÓXICA

Por eso exagera su importancia personal así como sus virtudes, para que los demás no «descubran» la vergüenza que siente de sí mismo. Y por eso tiende a exagerar sus logros. Por eso al principio te pareció que esa persona era tan maravillosa. Porque exageraba, porque a veces mentía.

Por poner un ejemplo, Jorge siempre alardeaba de su amistad con personajes famosos. Clara nunca dudó de lo que decía, y cuando Jorge le contaba que había sido íntimo amigo de tal actor o tal productor, ella no dudaba de su palabra. Clara se quedó de piedra el día en el que el Famosísimo Actor se cruzó con ellos por la calle, y no se dignó a dirigirle la palabra a Jorge. Evidentemente, no le conocía. O no le recordaba.

ALFRED MARTÍNEZ. El temor a ser «descubiertos» los convierte en verdaderos maestros para convencer de lo que sea haciendo lo que haga falta en caso de que eso ocurra. Con el tiempo y la práctica, ese temor los ayuda a convertirse en expertos reparadores. Por ello son tan efectivos mintiendo, convenciendo de que la culpa siempre es del otro, usando el afecto para ocultar —e incluso negar— esa parte suya que acabamos de ver explotar, manipular o agredir. Todo vale para no asumir quiénes son en realidad detrás de esa fachada construida, pues la alternativa sería asumir que no son válidos como persona.

II. EL DEPENDIENTE DOMINANTE CLONA. IDEALIZA Y LUEGO DESVALORIZA

Todo iba bien y tú eras muy feliz hasta que… os fuisteis a vivir juntos. U os casasteis. O tuvisteis un hijo… O cualquier otra circunstancia que implicara un cambio en vuestra relación y mayor responsabilidad por su parte. Y entonces todo cambió.

Como ya he dicho, cuanto más difícil sea una persona de conquistar, mayor interés tiene para ellos el lograrlo, ya que reafirmará más la idea de su propio valor. Por eso, todo va bien mientras no te tiene segura, mientras no puede estar convencido de que emocionalmente —y a veces también económicamente— dependes de él. Pero no existe una intención de amor, es decir, de dar y compartir afecto con el otro, sino que, incapaces de poder dar y recibir auténtico afecto (porque nunca se lo han dado ni lo han visto), se limitan a manipular la relación con la única finalidad de acrecentar o sostener su propia autoestima. Pero cuando ya han conseguido su objetivo, cuando ya tienen a la otra persona «atada y bien atada», entonces hacen suya la máxima de Groucho Marx: «Nunca pertenecería a un club que me aceptase a mí como miembro».

Es decir, si ellos viven con una vergüenza tóxica a cuestas, si ellos sienten que en el fondo de sí mismos no valen nada, ¿cómo va a valer una persona que se ha entregado por completo a ellos, a ellos que no valen nada? Así que entonces pueden despreciar, paradójicamente, a esa persona, que pierde súbitamente su valor, pudiendo pasar rápidamente de la idealización al mayor desprecio hacia la misma persona a la que hasta ese momento parecía que adoraban.

III. EL DEPENDIENTE DOMINANTE NECESITA HUMILLAR A OTROS

La persona avergonzada se siente pequeña, débil, sin valía, vulnerable, y expuesta a los demás. Así que, para poder escapar del infierno mental de la vergüenza excesiva, transmite el odio que siente por sí mismo y lo proyecta hacia otros. En la fase de devaluación, se vuelve exageradamente crítico. Y abusa verbal, emocional y a veces físicamente de otros.

Las personas con excesiva vergüenza necesitan siempre humillar a otros para sobrevivir. En otras palabras: el dependiente dominante avergüenza a los demás para evitar su propia vergüenza. El dependiente dominante exagera las características personales de los demás que a él mismo le desagradan y que no puede ver en sí mismo. Este mecanismo de defensa reduce la ansiedad que siente.

IV. EL DEPENDIENTE DOMINANTE PROYECTA

El dependiente dominante atribuye a su pareja cualidades propias que no puede admitir en sí mismo, con lo cual proyecta su conflicto. Por ejemplo, es normal que el dependiente dominante diga que su pareja es una histérica, que tiene mal carácter, que no sabe encajar una crítica… y que se lo crea, y que sea incapaz de ver que, en realidad, se está describiendo a sí mismo.

V. EL DEPENDIENTE DOMINANTE NO ACEPTA UNA DISENSIÓN

La vergüenza tóxica provoca que uno sea muy sensible a la crítica y a los desaires porque duelen demasiado y alimentan la vergüenza excesiva. El dependiente dominante no puede encajar no ya una crítica, sino la más ligera disensión o diferencia. Y cuando nota que su pareja no está fusionada con él (es decir, que su pareja no está al cien por cien de acuerdo con él en todo), comienza a alimentar resentimientos intensos, reales o imaginarios.

El dependiente dominante no entiende por qué su pareja no es capaz de «corresponder» de la misma manera a sus «sentimientos». Es decir, por qué su pareja no puede dar respuesta a su deseo más profundo, que es que ella cubra todas sus necesidades y supla todas sus carencias. El dependiente dominante no entiende por qué la otra persona no puede estar ahí para él, siempre.

Y es que aunque el dependiente dominante parece «disfrutar» complaciendo a los demás, en realidad espera algo a cambio. Por eso puede «explotar» y ser verbalmente abusivo cuando «ya no puede más». Explota por la tendencia a acumular resentimiento y rencor cuando los elegidos por él no responden como espera que respondan.

La preocupación por su pareja, ese volcarse devotamente en ellos, tiene como fin satisfacer su ego mediante la aprobación y el reconocimiento de lo que hacen. En el fondo, lo que busca el dependiente dominante es ser reconocido y recompensado. Y si de alguna manera siente que no lo es, o que no lo es en el grado que él ansía, explota.

¿Ahora entiendes por qué era tan sumamente amable y de pronto, y sin venir a cuento, se transformaba en un ogro?

El dependiente dominante tiende a criticar a otros despectivamente si siente que no se le valora como él cree que se merece, si no se le aprecia por todo lo que hace. Porque la más mínima disensión pone de manifiesto la vergüenza excesiva que siente por sí mismo.

Por esa razón, el dependiente dominante recuerda como ataques desaforados comentarios que no lo fueron. Es común que te diga que le gritaste o que usaste un tono ofensivo cuando no lo hiciste, pero él sí que lo entendió así. En su recuerdo, ese comentario sin importancia fue un ataque brutal. Dado que su disfraz no es más que eso, un disfraz, cualquier comentario que él entienda como desaprobatorio le hunde en la miseria, porque le deja inerme, desnudo, vulnerable. Debajo de la cáscara no hay nada, por lo tanto si se abre una brecha en ella, se aterrará. Cualquier comentario que él pueda interpretar como indicativo de que a los ojos de su pareja ha dejado de ser perfecto, lo vivirá como un ataque. Recordemos que sus padres esperaban de él que fuera perfecto (perfecto según ciertos estándares) y que le transmitieron que si dejaba de serlo perdería su amor y su protección. Él o ella sigue teniendo esa idea en la cabeza.

Por eso se aterra cuando piensa que ya no lo es, y por eso recuerda cosas que no son.

Por puro y simple pánico.

Por eso si se enfadaba, se encastillaba en un mutismo hostil. Por eso podía dejar de hablarte durante horas, a veces días. Por eso estar con él era como atravesar un campo de minas, por eso nunca se sabía qué ibas a decir o a hacer que hiciera saltar la bomba, porque podía interpretar cualquier acontecimiento sin importancia como una amenaza. Por eso las discusiones eran imposibles. Por eso la sensación de frustración te invadía cuando te dabas cuenta de que él nunca quería llegar a una solución consensuada, de que simplemente quería ganar. Ganar a toda costa. Por eso nunca, nunca, reconocía que se había equivocado o que era responsable de algo. Por eso para él la palabra «negociación» o «acuerdo» no existía. Por eso todo era «o conmigo o contra mí». Por eso la idea de entender el punto de vista del contrario o de encontrar una solución consensuada y beneficiosa para ambas partes ni se le pasaba por la cabeza. Por eso cuando se hartaba, zanjaba la situación con un tajante «ése es tu punto de vista, no el mío», dando a entender que la idea de poder llegar a un punto de vista común era imposible.

VI. EL DEPENDIENTE DOMINANTE CREA SU PROPIA REALIDAD

¿Alguna vez te han atracado o golpeado? ¿Has vivido una situación de pánico extremo? ¿Sí? ¿La puedes recordar punto por punto? No, normalmente la recuerdas como en una bruma, recuerdas más la sensación de miedo que el hecho en sí. La secuencia de hechos se ha borrado (y lo sé porque yo he vivido una agresión extremadamente violenta). Pues eso exactamente le pasa a él. No recuerda tanto lo que tú le dijiste como la sensación que él experimentó de haber sido atacado. Por eso, no recordaba bien vuestras disputas.

Puesto que no tiene un verdadero yo, puesto que no sabe quién es en realidad, para él o ella es fundamental atenerse siempre al guión. Y en el guión él es perfecto, él no comete errores, él no grita, él no pierde los papeles, él no hace nada malo. Por eso se le olvidaban las cosas. Por eso se le olvidaban a menudo cosas que había dicho o hecho. No, no era despistado. Olvidaba, que es distinto. Olvidaba conversaciones y hechos muy concretos. Por eso tú recordabas una conversación y él recordaba una completamente diferente. Por eso con el tiempo, empezaste a dudar de tu propio criterio. Por eso en una discusión, recordaba siempre su versión de los hechos. Parecía que mentía, pero es que se creía sus propias versiones.

VII. EL DEPENDIENTE DOMINANTE PROYECTA CULPA, SU PAREJA LA ABSORBE

La técnica de proyección de la culpa es muy antigua y está generalizada en la sociedad. Es un mecanismo de defensa muy pueril e inconsciente. El dependiente la «introyecta», la asume hacia dentro. Muchas personas prefieren echarse la culpa o aceptar la de otros, y la integran en sus mentes proyectándola contra sí mismas.

El dependiente dominante ha sido criado en un sistema en el que cualquier error se paga. El dependiente dominante ha sentido siempre que si no era perfecto no podía merecer amor, de forma que tiene pánico a cometer cualquier error.

Simplemente, no puede aceptarlo.

Para ello recurre a dos mecanismos: la negación y la proyección.

La negación consiste exactamente en eso, en negar: «Yo no te grité, no te insulté, eso no pasó».

La proyección va un poco más allá. No solamente niega lo que está dentro de sí, sino que lo transfiere a su pareja: «Te grité pero porque me sacaste de quicio, tú tienes la culpa. Te dejé tirada en mitad de la calle, te dejé de hablar, te insulté, porque tú habías hecho esto o lo otro. Tú tienes la culpa».

Porque, como decía Hermann Hesse, «cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros»[11].

Pero ¿qué pasa cuando atacas a alguien? Que te sientes culpable. Sobre todo cuando inconscientemente sabes que la verdadera razón está en ti, más que en el otro. Y, por otra parte, si nos sentimos culpables de algo, tenderemos a negarlo y proyectarlo en otras personas otra vez. Y entonces re-atacaremos, sintiéndonos más culpables todavía.

Es decir, la pareja entra en un ciclo.

El ciclo de la culpa: uno proyecta, el otro absorbe.

EVA CORNUDELLA. Por lo que he visto en mi experiencia como abogada y mediadora, es muy común encontrarnos con un perfil de persona tóxica que nunca asumirá que la relación de pareja va mal por parte de ambos, es decir, que él o ella con su actitud ha contribuido en algo a aquella situación. En el caso extremo, cuando la parte abusada o víctima caiga en depresión, o beba, o se irrite y grite, o flirtee o se vaya con otro, ella será una loca, borracha, histérica o puta y él se hará la víctima. (Puedes cambiar el género si quieres).

En ese caso, la víctima asumirá dos culpas: la propia (que es la del efecto) de una actuación «mal hecha» (beber, perder los papeles, ser infiel…) y la culpa que le proyectan. Y se sentirá la única persona responsable del fracaso de la relación. Es decir, el «agresor», el «tóxico», le dirá que su actitud (emborracharse, deprimirse, etc.) indica que toda la causa del fracaso de la relación deriva de ella/él y así lo explicará a todos: «¿Os acordáis de lo que se quejaba Manolita de que yo no paraba por casa? ¿Os acordáis de que decía que no salíamos con amigos? Pues mira, ahora veis lo que he tenido que aguantar…»; «¿Os acordáis de lo que se quejaba Pepito de que yo era una celosa y una controladora? ¿Os acordáis de que decía que no salíamos con amigos? Pues mira, ahora veis lo que he tenido que aguantar…»; «No, si yo ya lo decía, mirad lo débil que es, cómo bebe, qué cuernos me ha puesto…»; «Ella es una débil emocional, le han dado la baja por depresión»; «Él es un alcohólico o una mala persona». El caso es no asumir nunca una parte de culpa.

En ese caso la víctima del tóxico evidentemente también tiene una carencia que sobrecompensa con un exceso y por eso tiene una actitud que la autodestruye. A la víctima le va a ser muy difícil salir de esa proyección de culpa que cada vez entenderá menos. Porque a su vez es víctima y se convierte en agresor o agresora. De esta manera le concede a la parte más tóxica de la pareja la excusa perfecta para que la culpa recaiga sólo en una persona, y que el más tóxico nunca asuma la suya, su culpa, y se pueda reafirmar en su idea de que él/ella es un santo/santa.

VIII. EL DEPENDIENTE DOMINANTE NO TIENE EMPATÍA, SÓLO SABE «CLONAR SENTIMIENTOS».

Cuando la pareja del dominante empieza a enfermar, una de las cosas que más le llamarán la atención es que el otro no parece sentirse mal. De hecho, es como si no le importara. Ella va enfermando y enfermando y él parece no sentir nada, como si no le concerniera. Esto tiene una explicación sencilla. Cuando le conociste, creíste que era supersensible porque era tan tierno y apasionado: «Te quiero, te adoro, eres lo más importante de mi vida…». Pero, si miras hacia atrás, si repasas sus mails, sus SMS, sus mensajes… ¿no te parece, ahora, con el tiempo, que son muy poco personales?; ¿que son bonitos, literarios, grandilocuentes, pero que no parecen referidos a ti en particular, que se podrían aplicar a cualquiera?; ¿que hay un exceso de tópicos y lugares comunes?; ¿que en realidad frases como «me haces muy feliz», «eres lo más importante de mi vida», «nunca me he sentido así», etc. parecen sacadas de una telenovela?; ¿que hay muy poco en sus mails o en sus mensajes que se pudiera aplicar a ti y exclusivamente a ti?

IX. EL DEPENDIENTE DOMINANTE NECESITA GASOLINA

Como ya he escrito, se trata de una persona sin self, sin sentido de sí mismo, sin «centro». Por lo tanto, tiene enormes problemas para estar a solas consigo mismo, para disfrutar de la paz y la soledad. Y por eso necesita estímulos de forma constante. Necesita estar rodeado de gente, o estar acompañado. Si se queda solo se enganchará a los videojuegos, al chat, a la mensajería instantánea, al móvil. Por eso en muchos casos, duerme poco. (Ya hemos dicho que en otros casos, duerme más de lo normal).

Por eso tenía problemas de sueño. Por eso no hacía nada que requiriese concentración o silencio. Por eso no pintaba, no hacía bricolaje, ni jardinería, ni escribía poemas, ni hacía crucigramas, ni metía barcos en botellas, ni meditaba, ni hacía yoga. Por eso no le gustaba ninguna actividad que requiriera, sobre todo, estar a solas consigo mismo y trabajando con su propio interior. Incluso, si era estudiante, prefería estudiar con amigos, o contigo. No le gustaba estar a solas consigo mismo.

Otra cosa que quizá recuerdes es que no podía soportar un tiempo de calma. Si las cosas iban bien durante una temporada, si no había el más mínimo problema, él los creaba.

Precisamente por eso Jorge dejó a Clara tirada en Sudamérica. Porque todo era allí calma y tranquilidad. Porque estaban en un refugio frente a la playa, sin televisión, sin radio, sin interferencias… Y el dominante, en esos momentos, puede experimentar un miedo al vacío sin precedentes. Y crea una discusión de la nada. Para evitar la intimidad. Para evitar que su pareja «le descubra». Para evitar que atisbe en su interior y vea que allí no hay nada. La discusión sería por lo tanto una maniobra de distracción.

X. EL DEPENDIENTE DOMINANTE CULPA A LA VÍCTIMA

Como el dependiente dominante transfiere toda la culpa y jamás asume la responsabilidad de sus acciones, no se ve acosado por la ansiedad, el arrepentimiento, el miedo. Eso se lo transfiere a la pareja que, como ya he dicho, absorbe como una esponja. Por lo tanto, es ella la que empieza a enfermar. Ella la que tendrá ataques de ansiedad y/o pánico, la que sufrirá crisis de llanto sin motivo aparente, la que estará irritable. El agresor se percibe a sí mismo o presenta la imagen de mártir o víctima y espera un trato preferencial en todo momento. De esta manera, se va presentando ante los demás como la víctima. Su pareja, afirma, tiene un trato insoportable, pierde los nervios, es una histérica, es una exagerada. Como lo cierto es que su pareja cada vez está peor, y está irritable, y sufre de ansiedad, y está deprimida, y se siente tan culpable que no cuenta nada, es fácil que los demás le crean.

Lundy Bancroft explica que en evaluaciones que se hacen en servicios sociales para determinar la custodia de los menores, muchas veces es la víctima la que resulta peor parada[12]. Estas evaluaciones no son exhaustivas, consisten en una entrevista y un test. En ese caso, ella aparecerá como la que tiene un trastorno mental, y él no. Porque en una evaluación superficial el problema real no se aprecia. Y si ni siquiera lo aprecia un equipo de psicólogos, ¿cómo lo van a apreciar los amigos o los familiares? De esa manera, la pareja se siente cada vez más aislada y cada vez más culpable. Cada vez más enferma.