CAPÍTULO 3

¿Cómo llegó a manipularte tanto?

Fue fácil.

Siguió un patrón.

Un patrón que te describo en las siguientes páginas. No hace falta que él o ella utilizara todas las tácticas, pero reconocerás muchas de ellas. Todas son tóxicas, ninguna es sana.

Tácticas de control y manipulación en discusiones

(Si tu pareja recurre/recurría a ellas, tienes un problema. Y gordo. Y por eso has llegado a este libro).

  • Silencio hostil (encastillarse en el mutismo).
  • Sarcasmo ácido/Ridiculización.
  • Amenazas veladas.
  • Frases que denotan abuso de autoridad («o te voy a consentir/tolerar que»; «Hasta ahí íbamos a llegar», etc.).
  • Distorsionar algo que hiciste en el pasado.
  • Proyección: acusarte a ti de hacer algo que hace él/ella.
  • Escalada de acusaciones (usar el «y tú más»).
  • Interrumpirte, ametrallarte verbalmente.
  • Negarse a responder a preguntas directas.
  • Reírse de ti.
  • Hacerse la víctima.
  • Cambiar de tema y aprovechar para atacarte.
  • Gritar.
  • Insultar.
  • Salir de la habitación, del local, y dejarte con la palabra en la boca.
  • Decir «ya hablaremos cuando estés más calmado/a», cuando tú estás calmado/a.
  • Decir «ahora no quiero discutir», y utilizar esta frase para negarse por sistema a hablar de lo que no le interesa.
  • Negar tu criterio: «Cállate, que de eso no entiendes/no sabes».
  • Darte ligeros toques en el pecho con el dedo índice.
  • Invadir tu espacio privado, acercarse demasiado de forma que casi sugiere que te puede pegar en cualquier momento.
  • Amenazar con abandonarte.
  • Confundirte con un doble discurso: digo algo y hago exactamente lo contrario.

TÁCTICAS DE CONTROL

I. EL SILENCIO HOSTIL

Esta táctica es muy, muy peligrosa porque mucha gente no la considera una agresión. Pero lo es. Precisamente es peligrosa porque el agredido o agredida no se da cuenta de hasta qué nivel está siendo manipulado.

Por desgracia, no está considerado violencia en ningún caso y, sin embargo, se trata de una de las manipulaciones más crueles y dañinas que existen. Es ningunear al otro, no darle lugar ni existencia. No sólo no te respondo sino que nada de lo que hagas va a hacerme reaccionar de ninguna forma. Básicamente es ignorar, anular y que uno deje de existir. Y, curiosamente, esto ni se considera como algo violento.

Voy a dar un ejemplo.

Jorge sale con sus amigos y presuntamente va a llegar a casa pronto. Pero el caso es que se lía y aparece a las tres de la mañana. Al día siguiente él y Clara tenían planeado salir a comprar unas cortinas que hace tiempo que Clara quiere poner en el salón. El sábado, la tienda de decoración que a Clara le gusta cierra a las doce. Jorge no se levanta hasta las doce.

Veamos los escenarios posibles.

1. La discusión más o menos civilizada

Cuando Jorge se despierta, Clara está superenfadada:

Me siento fatal, tío, sabes que llevábamos una semana planeando lo de las cortinas, y ahora no nos va a dar tiempo. (Ojo. Ella ha sido asertiva. Ha dicho «me siento». No le ha acusado a él de nada, ha hablado de sus sentimientos).

Que sí, mujer, que me pego una ducha, desayuno, y vamos.

Sí, pero entre la ducha y el desayuno ya es media hora, y de aquí a la tienda tardamos otra hora, y cierran a las dos. Y a mí en media hora no me da tiempo a elegir el color, mirar las medidas y tal

De verdad, lo siento muchísimo, de verdad. Mira, te prometo por lo más sagrado y por la gloria de mi madre que mañana lunes te recojo yo mismo a la salida del curro y nos plantamos a las seis y media allí. Como cierran a las ocho, tienes hora y media para ver cortinas. Y además, como compensación, te invito a cenar a tu restaurante favorito hoy, hala.

ALFRED MARTÍNEZ. La situación sana: Jorge ha consultado con Clara la noche anterior si no le importa cambiar el día de las cortinas porque le apetece salir esa noche. Ha tenido en cuenta a Clara y le ha dado prioridad puesto que primero había quedado con ella. Quizás a Clara no le importe cambiar de día pero, si le importa, Jorge no saldrá hasta tarde o se levantará a la hora acordada para ir a la tienda aunque tenga que empalmar y dormir a la vuelta.

En mi opinión, la discusión anterior no es sana pues parte del hecho de que Jorge no ha tenido en cuenta lo acordado con Clara al quedarse de fiesta y durmiendo hasta tarde, y después utiliza la compensación para invalidar la insistencia de Clara por respetar lo acordado. La cuestión principal no es ir a la tienda o cuando ir, sino el respeto que se tiene a lo acordado en la relación y, por tanto, al otro miembro de la pareja. ¿Habría hecho él lo mismo —incluida la disculpa y la compensación— de haber tenido que ir a trabajar? «Mira jefe, sé que he faltado porque me fui de juerga anoche pero te llevo a cenar a tu restaurante favorito esta noche y todo arreglado, ¿vale?».

¿El planteamiento por parte de Clara debería estar centrado en las cortinas o en que su pareja no ha tenido en cuenta lo acordado y en el hecho de que le desagrada su falta de respeto? ¿Qué es más importante? Que te dejen colgado duele, te están descuidando, y es lógico que siente aún peor si lo hace tu pareja. Es probable que las cortinas puedan ir a comprarse otro día sin que ocurra nada grave. Este enfoque ayuda a que se pueda comprender mejor por qué se siente mal Clara.

Sobre la respuesta de Clara, exploraría por qué lo que siente lo describe como «fatal». ¿Está relacionado con su baja autoestima? ¿Hipersensibilidad desarrollada por experiencias similares anteriores? ¿O quizás intenta hacer sentir mal al otro para ver si se da cuenta o incluso intenta que cambie de opinión? Sea por la razón que sea, es importante tener en cuenta que empezar la conversación de esa manera hace que sea más probable que lo primero que despierte sea sentimiento de culpa y, si tenemos en cuenta las dificultades para asumir la responsabilidad de lo negativo, promueve todavía más en Jorge una respuesta a la defensiva. Nada funciona, por tanto, si lo que se desea es una discusión constructiva.

2. Las discusiones tóxicas

Cuando Jorge se despierta Clara está superenfadada:

Me siento fatal tío, sabes que llevábamos una semana planeando lo de las cortinas, y ahora no nos va a dar tiempo. Eres un cabrón, tío, siempre me haces lo mismo, yo es que ya no puedo más.

(ATENCIÓN. Ella está insultando. Le ha llamado cabrón y está generalizando. Jorge no siempre hace lo mismo, porque si siempre le dejara colgada no tendrían una relación. No está siendo asertiva).

Ahora Jorge tiene varias opciones:

Por ejemplo, Jorge puede responder así:

Oye, no hace falta llamarme cabrón y no siempre te hago lo mismo. Siento mucho que te haya sentado así de mal, y estoy dispuesto a compensarte llevándote a cenar donde quieras, y además te prometo por lo más sagrado y por la gloria de mi madre que mañana lunes te recojo yo mismo a la salida del curro y nos plantamos a las seis y media allí. Como cierran a las ocho, tienes hora y media para ver cortinas.

Si después de esto Clara se enroca y sigue con la matraca de «eres un cabrón», Jorge puede poner fin a la discusión diciendo algo así como:

Mira, siento mucho lo que hice y entiendo que estés cabreada. Si te apetece aceptar mis disculpas y lo que te propongo para compensar, bien. Y si no, no puedo hacer nada más. Ahora, si me disculpas, me voy a duchar.

ALFRED MARTÍNEZ. Este ejemplo no me parece sano. Se está enseñando a la pareja que aceptamos que no nos tenga en cuenta, que no valore lo acordado con nosotros. Enseñamos que lo único que hace falta para corregirlo es compensarnos, comprarnos, y que nosotros aceptaremos el «soborno». Fallarnos se puede convertir fácilmente —en manos de según quien, claro— en una cuestión de costes colaterales.

3. El silencio hostil

Pero Jorge puede responder con el silencio hostil. Es decir, que en cuanto Clara empieza a quejarse Jorge puede decir algo así como:

Estás exagerando por una tontería, eres una histérica, no es para tanto, joder.

Y encastillarse en el mutismo. Y si se encastilla en el mutismo, Jorge:

A) Proyecta la culpa sobre ella. Ella no es una histérica, ella tiene toda la razón para estar cabreada, y todo el derecho a expresarlo. Si sobrerreacciona y le insulta o generaliza (como hemos visto), Jorge puede defenderse, pero no hace falta llamarla histérica porque lo que Clara ha hecho no es comportarse como una histérica, sino insultar y generalizar, que es bastante malo, pero no histérico. Y lo que no merece es el mutismo hostil como respuesta.

B) Jorge impide que el conflicto se solucione, porque al no responder, no hay vía de solución.

C) Jorge va a conseguir incrementar el cabreo de Clara, que cuando ve que Jorge no le hace ni puto caso, va cabreándose más y más. Y eso es lo que Jorge quiere. Porque Clara acabará gritando de verdad, y entonces él aprovechará para llamarla histérica y crear un problema nuevo (el presunto histerismo de Clara) que desviará la atención del conflicto original.

Es decir, el mutismo proyecta culpa e intensifica el conflicto.

Pongamos que es ella la que utiliza el mutismo hostil. Que Jorge se despierta y se encuentra con que Clara está desayunando en la mesa callada como una muerta:

¿Qué te pasa? —pregunta Jorge.

Nada —responde ella, lacónica.

¿Es por lo de las cortinas?

No sé, tú sabrás

Joder, tía, lo siento, de verdad. Mira, te prometo por lo más sagrado y por la gloria de mi madre que mañana lunes te recojo yo mismo a la salida del curro y nos plantamos a las seis y media allí. Como cierran a las ocho, tienes hora y media para ver cortinas. Y además, como compensación, te invito a cenar a tu restaurante favorito hoy.

No —contesta ella, muy lacónica—. No me apetece salir, ni tampoco me apetecen las cortinas.

Ella suspira y mira desolada las tostadas.

En este caso Clara impide que el conflicto se resuelva y de paso culpabiliza a Jorge con intención de manipularlo.

Debo hacer un apunte importante: cuando Clara generaliza e insulta, se está pasando. Mucho. No lo debe hacer.

ALFRED MARTÍNEZ. Según mi parecer, ambas situaciones dificultan la resolución del conflicto de forma diferente: una agresiva y otra pasiva. De la misma manera que nada justifica que Jorge la dejara plantada (no pasó algo grave para que llegara tan tarde esa noche), nada justifica que Clara sea agresiva. La rabia, la frustración y la impotencia propias son responsabilidad de cada uno y cada uno ha de ser responsable de cómo gestionarlas en un conflicto de forma asertiva.

El silencio frío y hostil es insoportable y prácticamente venderíamos el alma para no tener que aguantarlo. Cualquier cosa nos parece mejor que el silencio. Cuanto más pedimos que nos expliquen lo que les pasa, más se contienen y se repliegan, pues les aterroriza enfrentarse a nosotros y a su propia ira. Los castigadores callados se parapetan tras una fachada impenetrable y desvían hacia nosotros la responsabilidad de sus sentimientos. Cuando alguien nos castiga de esa forma, nos sentimos trastornados. Notamos que la cólera de los callados va en aumento y sabemos que somos su blanco[4].

Así explica la psicóloga Susan Forward por qué el silencio hostil es una táctica de manipulación. Sobre todo, en una discusión, es la manera más fácil de que un conflicto NO se resuelva nunca. Si yo me cabreo con alguien porque ha llegado tarde y le digo «joder, eres un cabrón, sabes que me molesta esperar», me estoy pasando, estoy insultando, pero al menos estoy diciendo lo que pasa. Si él llega tarde y yo le castigo con mi cólera fría, estoy impidiendo que el conflicto se resuelva.

Él también podría decir: «Vale. Entiendo tu cabreo y de verdad que lo siento mucho, te presento mis disculpas y prometo que no lo voy a repetir, porque me he pasado. Pero no me llames cabrón más, que es un insulto, anda bonita». Pero si en vez de esto, mira a Clara con cara de perdonarle la vida y ya sólo le dirige monosílabos el resto de la tarde, está impidiendo que el conflicto se resuelva y, de paso, está transfiriendo a Clara su culpabilidad, y castigándola por haberse quejado. Si hubiese llegado a disculparse y a defenderse asertivamente, lo más probable es que ella hubiese dicho: «Vale, siento haberte llamado cabrón, pero me debes diez cañas por el retraso». Y pelillos a la mar.

ALFRED MARTÍNEZ. Los sentimientos que se despiertan ante un silencio hostil dependen del interlocutor. Una persona con una buena autoestima, hará una valoración más adecuada de la situación, descartará ciertas posibilidades con menores dudas y difícilmente recogerá la responsabilidad proyectada; es menos probable que caiga en la manipulación del silencio, es menos probable que tenga miedo a la posible respuesta colérica que se pueda producir. De hecho, tanto el silencio como una posible explosión de cólera acumulada se verán como signos del tipo de persona con la que se está emparejada. Si se niega a hablar de forma sistemática y lo usa como herramienta habitual (más aún si acaba explotando), ayudará a la persona que lo vive desde el otro lado de la pareja a replantearse la relación y, de no haber cambios positivos en cierto tiempo, a decidir romperla.

Si Jorge utiliza a menudo el silencio hostil para «resolver» el problema, en realidad no lo resuelve, lo intensifica: el conflicto se duplica. Uno de los problemas seguirá siendo que Jorge no respeta lo acordado con Clara, lo cual es un problema de pareja. El otro problema será que Clara tiene una pareja que utiliza el silencio hostil para no responsabilizarse de los problemas de pareja, lo cual es un problema añadido para Clara de cara a su relación.

En este punto, a menudo se asume erróneamente el objetivo de cambiar a la pareja, pero la responsabilidad de Clara es aceptar que tiene una pareja que utiliza el silencio hostil y resolver qué hacer con la relación en sí misma. Esto no quiere decir que no se pueda hablar del problema sino que la responsabilidad de cambiar los silencios hostiles, una vez hablado, es únicamente de Jorge.

El silencio hostil es una táctica de manipulación muy común, y enormemente cruel. Lo peor es que socialmente está más aceptada que el exabrupto y la queja.

Si concluyes que tu pareja, madre, jefe… recurre a menudo al silencio hostil, te está manipulando.

No valen excusas como: «Es que no me gusta discutir». Cuando en realidad quiere decir: «No sé negociar asertivamente», o «Es que me bloqueo». Cuando en realidad quiere decir: «Sí, me bloqueo porque tengo miedo a mi propia ira y a la tuya. No sé gestionar mis propios sentimientos ni los tuyos. No quiero sentir que te debo nada. Soy un(a) inútil emocional y no te sirvo».

ALFRED MARTÍNEZ. En el ámbito de las habilidades sociales, no se considera que una de las dos formas sea mejor que la otra para transmitir cómo me siento; ambas se consideran inadecuadas respecto a una comunicación asertiva. Plantear que es mejor el insulto que quedarse callado a mi parecer justifica el ser agresivo, pues se dice que es mejor que ser pasivo-agresivo (quedarse callado). Tampoco justifico el silencio hostil, pero es importante tener en cuenta que tampoco todos los silencios lo son. Un silencio hostil es aquel que se utiliza para castigar o para no asumir la propia responsabilidad.

Una pareja sana respeta lo que forma parte de mí, lo comparta o no, y me tendrá en cuenta sin necesidad de estar reclamando o ganando su atención.

Las relaciones de dependencia se basan en alguien que no acepta la responsabilidad de no estar cuidando y en alguien que intenta hacer entender continuamente a la otra persona por qué debe cuidarla justificando a menudo la demanda de esos cuidados. Si alguien no te cuida significativamente de la forma que esperas que te cuiden, lo más sano es buscar a otra persona que sí lo haga. No hay nada que justifique intentar cambiar a nadie, por lícita y positiva que te parezca, creas o sepas que es tu propuesta. De hecho, los insistentes intentos de cambiar al otro miembro de la pareja son una de las principales trampas de las relaciones tóxicas.

El silencio es una de las sustancias más tóxicas existentes hoy en el mundo. Lo que lo hace especialmente peligroso es que, tal como ocurre también con los elementos radiactivos, es un producto invisible, incoloro, inodoro e insípido. Su gran resistencia lo convierte en un producto de múltiple utilidad, y está ampliamente extendido en el ambiente y en los productos de consumo de las sociedades de avanzado desarrollo económico. Se encuentra en casi todas partes.

En la Universidad de Barcelona una de las estudiantes hizo un trabajo de investigación sobre si existía un lenguaje femenino como tal. Y una de las características principales que pudo observar en la teoría y seguidamente en la parte práctica del trabajo a raíz de una muestra de cuarenta personas (veinte hombres y veinte mujeres) fue el significado de los silencios. Sin lugar a dudas, nuestros silencios, los de todos, hombres y mujeres, están llenos de significado: de respeto, admiración, empatía, reproche, desacuerdo o de planeamiento. Una de las prácticas más habituales entre las mujeres era intentar evitar los silencios a toda costa si tenían connotaciones negativas o reminiscencias de un recuerdo pasado doloroso para alguna de las interlocutoras. En cambio, en los hombres se pudo comprobar que la presencia de silencios no molestaba tanto. Por eso ellos suelen utilizar con más frecuencia la táctica del silencio hostil.

Las mujeres, al contrario, tendemos a llenar el silencio. Las mujeres desarrollamos muchísimo más la parte de la paralingüística, además de la inteligencia emocional. Este último rasgo ha sido comprobado científicamente muchísimas veces a través de diversos estudios. Y esto es algo que para bien o para mal nos hace únicas, a pesar de que con el tiempo las diferencias entre sexos se han ido volviendo cada vez más difusas.

Mi impresión es que una mujer agredida emocionalmente llena el silencio comiendo más o bebiendo o autoboicoteándose, o chillando al otro en espera de que diga lo que sea.

Es interesante la nota que me envió un hombre que leyó un extracto de un artículo sobre este tema que publiqué en mi web:

Hola, Lucía. Yo no sé discutir. Me doy cuenta de que en este caso yo soy el tóxico y no mi pareja, yo soy el que usa el silencio hostil, no tanto por castigar, sino porque no sé expresar lo que siento o no me atrevo a hacerlo. No tuve el mejor ejemplo en mi casa, me he criado con gritos, lágrimas, silencios, descalificaciones, intolerancia, maltrato emocional… Es difícil ser una persona equilibrada cuando tu modelo de referencia es de lo más tóxico. Creo que uso el silencio para no discutir, porque aprendí que si me callo no crearé un problema, y creo que si me callo evitaré una confrontación que, por mucho que sepa que no será así, siempre asocio a las que presencié durante toda mi vida. Hace un año empecé a ir a terapia, estoy mejor, pero sigue costándome mucho dejar de repetir determinadas conductas o patrones que me hacen sentir fatal y destruyen mi poca autoestima. Mi pareja sufre mucho con mi silencio, y yo sufro por no poder abrirme y «enfadarme» de otra manera… Tanto huyo de repetir los patrones de mis padres que cada vez me acerco más a ellos.

EVA CORNUDELLA. En mediación observamos quién habla más, quién se exalta más. El que más habla suele exponerse más y estar más preocupado por la relación. El silencio en ocasiones es indicativo de poder y manipulación. Normalmente cuando se habla tras un largo silencio, el que ha callado ha quitado poder al otro durante este tiempo de silencio, y el otro se siente realmente débil e «histérico», porque ha pasado por un momento de ansiedad esperando lo que el que callaba estaba a punto de decir. El silencio tiene contenido. Significa muchas cosas. Cuando alguien calla, la gente entiende que calla por algo. Y está demostrado que el silencio hay que llenarlo. Normalmente se llena de emociones tóxicas. En una reunión grupal de mediación, uno de los sistemas que se suelen utilizar es el de sentar a los participantes en círculo. La falta de mesa central resulta insoportable a las partes enfrentadas, por lo que suelen comenzar a gritar y a exteriorizar toda la ira o el resentimiento o los reproches que traían acumulados. Es decir, de alguna manera, se ven obligados a llenar ese silencio.

(ATENCIÓN. He escrito con un ejemplo del caso agresor masculino/receptora femenina. Si tú has vivido o vives el caso contrario, o si eres gay o lesbiana basta con que cambies el género de los protagonistas).

Volvamos al ejemplo anteriormente citado:

Jorge sale con sus amigos y presuntamente va a llegar a casa pronto. Pero el caso es que se lía y aparece a las tres de la mañana. Al día siguiente él y Clara tenían planeado salir a comprar unas cortinas que hace tiempo que Clara quiere poner en el salón. El sábado, la tienda de decoración que a Clara le gusta cierra a las doce. Jorge no se levanta hasta las doce.

Si Jorge quiere controlar la relación puede recurrir a diversas tácticas.

II. SARCASMO ÁCIDO / RIDICULIZACIÓN

Un ejemplo. Cuando Clara se queja porque Jorge no ha cumplido lo prometido, Jorge responde:

Ay, ya tenemos otra vez a la señorita marisabidilla y sus cortinas, que se creerá ella Scarlett O’Hara, que tiene que tener en el salón cortinas de brocado. Zeñorita Ezcarlata, Zeñorita Ezcarlata. Cortinas, dice. Para cortinas, el traje que se puso en la boda de su prima, que parecía totalmente de visillo, la niña esta, que va de pija y se cree la gran decoradora.

ALFRED MARTÍNEZ. Respuesta degradante. Cualquier persona que tenga a su lado una pareja que dé mensajes de este tipo debería preguntarse seriamente por qué sigue con esa persona.

III. AMENAZAS VELADAS

Vale, tía, no me ducho, no desayuno y vamos a por las cortinas, pero luego no te quejes si el resto del día estoy de mal humor, y desde luego no esperes nada de mí cuando volvamos de comprarlas, que yo no soy amable con las que no saben comprenderme.

ALFRED MARTÍNEZ. Estamos ante un ejemplo de intento de manipulación. Cuando ella le expresa que espera que responda a lo acordado en pareja, él accede para que no quede en evidencia que no está cuidando de ella… pero le da la vuelta a la situación. Él justifica su comportamiento inadecuado planteando que es ella quien no está cuidando de él, y la amenaza, sin tener en cuenta que la situación es fruto de su propia conducta. Intenta hacer un traspaso de responsabilidad.

El objetivo velado de Jorge es el siguiente: si ella expresa que espera que cumpla lo acordado, puede que él cumpla (normalmente sólo funciona al principio), pero entonces recibirá un castigo y si se queja «será» la responsable del conflicto. A base de refuerzos negativos, se pretende que se deje de pedir responsabilidades a la pareja y, por tanto, al otro miembro sólo le quedará aceptar la falta de respeto hacia uno/a mismo/a. Evidentemente, una persona con una autoestima sana no aceptará esta opción durante mucho tiempo.

IV. FRASES QUE DENOTAN ABUSO DE AUTORIDAD

Clara, esto sí que no te lo voy a consentir. A mí nadie me llama cabrón, que te quede claro y métetelo en la cabeza. Hasta ahí íbamos a llegar.

ALFRED MARTÍNEZ. Está dicho de forma agresiva y por tanto inadecuada, pero que la persona pida respeto es sano. Lo que no lo es, es que él no lo practique también. El «si tú no me respetas, yo tampoco» no funciona.

V. DISTORSIONAR ALGO QUE HICISTE EN EL PASADO

¿Cómo te atreves a quejarte cuando hace dos semanas me hiciste exactamente lo mismo y no pudimos ir a ver a mis padres?

(En realidad fue hace más de un mes. Clara tiene un recuerdo muy velado, y sí, en aquella ocasión fue ella la que no se levantó, pero porque tenía gripe, no porque el día anterior se fuese de marcha).

ALFRED MARTÍNEZ. Claro ejemplo de intento de manipulación. Muy típico para no responsabilizarse uno mismo e intentar culpar a la otra persona. Puede ir acompañado de: «Precisamente por eso me fui anoche de fiesta y me ha dado igual quedarme durmiendo. Si tú tienes derecho a no levantarte cuando quedamos, yo también».

VI. PROYECCIÓN: ACUSARTE A TI DE HACER ALGO QUE HACE ÉL/ELLA

¿Pero cómo te atreves a decirme eso si eres tú la que siempre me deja colgado en todos los planes?

(No es cierto, es casi siempre él quien lo hace, Clara es de lo más cumplidora. Así Clara se defenderá diciendo que eso no es cierto, y él llevará la discusión por otros derroteros que a él le convienen más, la discusión se centrará en si Clara es cumplidora o no y la falta de Jorge se olvidará).

ALFRED MARTÍNEZ. Se dice que la mejor defensa es un buen ataque. Proyectar en el otro lo que yo hago puede hacer realmente difícil explicar (ya no planteo resolver) la situación. Sobre todo sin salirse del tema y seguir haciéndolo de una forma asertiva, pues los continuos fracasos al intentar arreglar la situación generan frustración y, tarde o temprano, es probable que esa frustración genere rabia.

Lo sano en estos casos es en primer lugar ser capaz de percibir el intento de manipulación; a continuación, se puede intentar hacer ver esto a la otra persona, pero si no tiene ninguna intención de dejar de mirarse el ombligo, es más eficaz retirarse a plantearse con qué tipo de persona comparto mi vida.

VII. ESCALADA DE ACUSACIONES (USAR EL «Y TÚ MÁS»).

Pues vale, yo no te acompaño hoy a las cortinas, pero tú el otro día no quisiste acompañarme al fútbol.

(Ya tuvieron el otro día una discusión por eso y ya la resolvieron, es absurdo sacar el tema ahora, amén de que el tema no es si ella debe acompañarle o no al fútbol, sino que él no cumple lo que promete).

VIII. INTERRUMPIRTE, AMETRALLARTE VERBALMENTE

Jorge interrumpirá a Clara constantemente mientras hable y recurrirá a la «ametralladora verbal» (hablar mucho y muy rápido) para no dejarla hablar y exponer sus argumentos. (Este tipo de recurso se utiliza a menudo en los debates televisivos. En los debates parlamentarios, como sabéis, está prohibido interrumpir el turno de exposición, precisamente por esto).

EVA CORNUDELLA. Una de las normas que un mediador IMPONE en el proceso de mediación y que las partes deben comprometerse a respetar el turno de palabra y la no interrupción. Si se interrumpe, no se escucha. Cuando alguien interrumpe se le recuerda y se le dice que apunte lo que quiera y que en su turno de palabra hablará. Con esto se consigue que, además, cuando se hable se puedan decir las cosas de forma más reflexiva. Así que sí, interrumpir es tóxico.

ALFRED MARTÍNEZ. Si no se deja hablar es probable que la conversación vaya por otros derroteros. Si la persona está muy nerviosa y no se siente capaz de llevar la conversación, posiblemente se acabe sintiendo desbordada o colapsada, en tal caso no podrá exponer adecuadamente su punto de vista.

IX. NEGARSE A RESPONDER A PREGUNTAS DIRECTAS

Por ejemplo, si Clara le pregunta: «Y, por cierto, ¿por qué has llegado a las cinco de la mañana? ¿Dónde has estado?». Y Jorge responde: «¿Y a ti eso qué coño te importa? Que sólo buscas controlar, que me quieres apartar de mis amigos».

ALFRED MARTÍNEZ. De hecho, a no ser que haya ocurrido una emergencia que justifique haber llegado tarde (en cuyo caso es de suponer que nos lo habría dicho en primer lugar), esas preguntas son secundarias. Lo importante es centrarse en la falta de respeto. No es que lo demás no importe pero, puesto que hablamos de una situación de difícil manejo, es importante centrarse en lo principal. Una vez hecho, si la persona acepta su responsabilidad y se disculpa, ya valoraremos si vale la pena o nos apetece entrar en otros temas.

X. REÍRSE DE TI

Intentar cortar la discusión con un paternalista: «¡Estás tan mona cuando te enfadas…!».

ALFRED MARTÍNEZ. Es lo mismo que ridiculizarte. Ya lo hemos comentado anteriormente.

XI. HACERSE LA VÍCTIMA

Ay Clara… me apetecía muchísimo venir a casa, pero ayer precisamente me tenía que quedar con los amigos porque a Óscar le ha dejado María y me pidió por favor que me quedara por él, y ya sabes que yo por un amigo lo doy todo, y ahora vienes tú y me dices esto, y me haces sentir tan mal, y con lo mal que me va el trabajo últimamente, y para una vez que estaba animado… Y ya me hundes el día de buena mañana

XII. CAMBIAR DE TEMA Y APROVECHAR PARA ATACARTE

Pero ¿de verdad quieres ir a por las cortinas? Hija… si con el mal gusto que tienes, que nos vas a dejar la casa hecha un Cristo, como la de tu madre sin ir más lejos, que parece la de Draculaura, es que de ella has heredado el mal gusto, hija. Y deja de comer tostadas con mantequilla que te estás poniendo hecha una foca. Por tu bien te lo digo, ¿eh?, que luego te quejas de que engordas y te tengo que escuchar yo

XIII. GRITAR

Esto es importante. En muchos casos cuando él o ella grita después dice que «no he gritado, sólo he alzado la voz» o que «es que tú me has puesto de los nervios».

La segunda excusa es infantil. Un niño puede acabar gritando si se le pincha mucho; un adulto es responsable de sus actos. Si le pellizcaras, entiendo que grite, de dolor. En ningún otro contexto le vas a obligar a gritar. Incluso si tú gritas, eso no le obliga a él o a ella a gritar. Uno de mis ex por ejemplo, gritaba a menudo. Y otras veces usaba el silencio hostil. Me demostró con el tiempo que sabía elegir una u otra táctica según convenía. Recuerdo una vez que entró en mis mensajes del buzón de Twitter y vio uno que no le gustó. Empezó a gritar como un poseso. Yo me mantuve impasible hasta que finalmente cogió la puerta y se fue. En muchísimas pero muchísimas ocasiones sí que fue capaz de mantenerse callado durante media hora o una hora cuando yo lloraba o gritaba. Él sabía elegir sus reacciones.

Si dice «no te grito, sólo he alzado la voz o he hablado alto», verifica si alza la voz en cualquier otro contexto.

Te lo explico, como siempre, con el ejemplo. Juancho, el padre de una de las compañeras de mi hija, desayuna a menudo en la misma cafetería en la que lo hago yo. Tiene un vozarrón potentísimo. Y a menudo grita a la camarera cuando quiere café. No de mal rollo, sino porque él habla así. Imagino que si Juancho grita en una discusión a su mujer no le debe parecer muy raro.

Algo parecido le pasa a Alberto. Alberto es violinista y suele tomar café y copas en ese mismo bar. Recuerdo que un día estábamos tomando copas un grupo de gente, entre ellos su mejor amigo, que también es violinista, y su amigo se dejó el violín en el bar, sin darse cuenta. Cuando salimos del bar nos dimos cuenta de que Michael se había dejado el violín dentro. Alberto se puso de los nervios porque un violín es carísimo. «Pero ¿tú estás loco? ¿En qué estabas pensando?», empezó a vociferar. Alberto tiene un tono de voz muy intenso (sospecho que, como tantos músicos, ha desarrollado un ligero defecto de audición), y supongo que sus novias cuando discutan con él deben estar acostumbradas a oír gritos y quizá no les sorprenda.

Lo que te debe hacer sospechar, y mucho, es que tu pareja te grite a ti y alce la voz en discusiones, pero que en el día a día tenga un tono de voz perfectamente pausado, y nada intenso. Que se dirija a los camareros en tono moderado y que en general no alce la voz en situaciones cotidianas, pero que sea capaz de perder la calma como un loco en una discusión y subir los decibelios mucho más de lo que constituye su tono normal. Entonces no vale la excusa «hablo alto» o «he alzado un poco la voz». Te ha gritado, punto. Y lo ha hecho para intimidarte. Y no, no eres ninguna histérica ni estás exagerando si te quejas.

ALFRED MARTÍNEZ. Los gritos son una forma de intimidación. Muchas personas con dependencia emocional dicen aceptar las excusas o las manipulaciones para no oír gritar a su pareja. Están justificando por qué aceptan que no se les respete pero, y eso es más importante, están enseñando que aceptan que no se las respete y aceptando no cuidarse a sí mismas.

Sandra Solís me envió el siguiente texto:

La ira es un veneno que va minando lentamente a dos bandas. El que la padece, el iracundo, sentirá la urgencia de vomitarla sobre ti. Una vez comenzado el estallido no tendrás escapatoria física, no importa dónde te escondas porque derribará los muros que encuentre hasta llegar a ti, no le importará el lugar ni la gente que pueda ser testigo.

Las víctimas coinciden en las frases que usan para explicar la situación: «Se ciega tanto que si me pegara un tiro delante de él, ni se daría cuenta». O: «Está tan sordo que, aunque le esté dando la razón a su punto de vista o le esté pidiendo perdón, continúa».

Tras la tormenta, como excusa, recurrirá a caducadas explicaciones, que muchos llegarán a creerse, usando frases del tipo «Tengo un pronto, pero luego soy muy bueno y complaciente» o «Es que tengo carácter, no como otros que parecen hechos de mantequilla».

Pocos son los iracundos que reconocen el problema y buscan ayuda psicológica.

Al final, no importa si esa persona tiene mil cualidades y ese único inconveniente, porque una de las características de la ira es que, con el tiempo, logra hacer que lo bueno de esa persona no pueda tenerse en cuenta ya.

Lo importante es saber escapar de ese trato. No sólo desearlo, sino dar un primer paso y después el siguiente.

Cuando él y ella comenzaron a salir, a ella le encantaba su fortaleza física. Él no iba a un gimnasio ni practicaba deporte regularmente, pero su cuerpo estaba muy bien desarrollado y sus huesos eran anchos y fuertes. Al final, ella acabaría detestando esa característica.

En cuanto a las habituales explosiones de ira de él, ella pensó que, con la edad, cambiaría. Seguro que se daría cuenta de la existencia de otras maneras menos agresivas de discutir y de expresar la frustración.

Doce años más tarde, mientras ella le espera en el piso donde viven, organiza mentalmente la cena de esa noche. Es primavera, hace calor, pero esa tarde ha tenido que cerrar las puertas de las terrazas porque el polen venía de todas partes persiguiéndola. Mal día para una asmática. Cuando él llegue del trabajo le pedirá que limpie las terrazas, porque si no ella no podrá dormir esa noche por culpa del fastidioso polen.

Él llega a casa a la hora habitual. Ella le explica la situación y su respuesta es una queja:

Vengo del trabajo, ¿y ahora tengo que limpiar? ¡Joder! ¡Como si fuera tu criado!

Desde que viven juntos se han repartido las tareas del hogar de la siguiente forma: él se encarga de la limpieza y mantenimiento de las plantas y las terrazas y cocina algunos fines de semana, porque le gustan las plantas y cocinar. El resto lo hace ella.

Él comienza la limpieza de la terraza que está junto al salón. Barre con agresividad, da la impresión de que en cualquier momento puede coger la escoba y usarla contra ella. Dos horas más tarde termina. Ha invertido mucho más tiempo del que hacía falta para limpiar una terraza. Lo ha hecho adrede, para hacerla sentir culpable. Decide que la terraza junto al dormitorio la limpiará al día siguiente. Si no hubiera invertido dos horas en limpiar una sola terraza, podría haber limpiado ambas. Como no limpió primero la terraza que está junto al dormitorio, ella no podrá dormir esa noche en él. Todo suena a táctica meditada y calculada.

Ante la primera palabra de queja de ella por la situación, él responde gritando, aumentando sus movimientos rápidos y enérgicos, dirigiéndose hacia la terraza del dormitorio y lanzando frases acusatorias.

¡Tengo que madrugar mañana porque tengo que estar tres horas antes en la oficina y me toca limpiar ahora!

No, ¡déjalo! Perdona, pero yo no sabía que tenías que madrugar tanto mañana.

¡Lo que yo digo! ¡Como si fuera un criado!

Pero hombre, que te estoy diciendo que pares. ¿Quieres escucharme? Ven aquí al salón y hablamos, no hables en la terraza que te va a oír la vecina.

¡Me importa una puta mierda la vecina!

En ese mismo instante, ella siente un gran peso emocional sobre sí misma que la aplasta muy lentamente. Han sido muchas veces, demasiadas, durante todos esos años. La ira de él no disminuía con la edad; ocurría todo lo contrario.

Ella imagina en un rincón del salón a un niño, el hijo que le gustaría tener algún día. Un niño que estaría viendo y oyendo a sus padres discutir; a su iracundo padre estallar de esa manera, tratando mal a su madre. ¿Qué infancia le esperaba? ¿Qué respeto le tendría ese niño a su madre?

Ella, en la cocina, siente impotencia. Calla mientras su cerebro no para de hablar.

Continúa oyendo golpes, pero al menos él ya no vocifera, ya no dice nada. De pronto entra en la cocina.

¡Si quieres duerme en la cama, yo dormiré en el despacho, en el suelo!

Portazos, golpes y gritos hasta que se cansa.

Ella entra en el despacho temblorosa.

Venga, duerme en la cama, que madrugas y tienes que descansar. Yo voy a dormir en el sofá del salón.

Más silencio.

Sin dejar de temblar, se tumba en el sofá frente al televisor y busca un programa que le resulte entretenido. Se prepara algo ligero para cenar. Se obliga a masticar y a tragar. Y decide apagar el televisor y escucharse a sí misma, pero lo que le inunda es una tristeza tan intensa, que solamente le permite llorar.

Lloró mucho durante toda la noche, lo más silenciosamente que le fue posible. Por su cabeza pasaron muchas imágenes. En algunas se detuvo más tiempo que en otras. La más destacada fue la imagen con la que recordaba a su tío Damián, moribundo, susurrándole al oído el mejor consejo que se le puede dar a alguien querido: «¡Vive!».

Ella retuvo esa imagen y lloró como una niña indefensa. Nada que ver con su llanto anterior cargado de impotencia. Entonces lo vio claro, lo sintió claro: «Es la última vez que paso por esto. Si él no acude a terapia para tratar su ira, me voy».

Suena el despertador de él. El corazón de ella se acelera.

Cuando él se acerca a besarla, ella no le ofrece sus labios. Él vuelve a encolerizarse.

No soy una máquina, ni una roca. Después de lo que ha pasado hace unas horas, no le veo sentido a besarte.

¿Ah, sí? Vale, pues no te preocupes ¡no pasa nada!

Por favor, no grites que es muy temprano y los vecinos duermen.

La mira fijamente:

¡Ojalá me mate hoy con el coche y te quede en la conciencia el remordimiento de no haberme dado un beso!

Portazo al salir del piso.

Ella llora de nuevo, pero el convencimiento al que ha llegado y su decisión logran que se sienta algo diferente. Tal vez, menos débil.

Un apunte de Lucía.

En un momento dado, en el texto de Sandra, ella piensa: «O él busca ayuda psicológica para tratar su ira, o la relación se acaba».

ESTO ES UN ERROR GARRAFAL Y MUY COMÚN.

No es él quien debe buscar apoyo psicológico, sino ella.

Un hombre (o mujer) así no maltrata sólo porque tenga un problema psicológico (aunque también) sino porque puede, porque es una forma de sentirse superior y controlar. Casi con total seguridad, él no hará caso a este chantaje de ella. Pero incluso si, hipotéticamente, sí hiciera caso, hay que recordar una máxima muy importante: «SI LO DEJÓ POR TI VOLVERÁ A ELLO POR TI». Es decir, en cualquier momento, el día en que él decida que ella ha hecho algo que a él no le ha gustado, volverá a sus arranques de ira: «Yo, que fui a tratamiento por ti, y mira cómo me lo pagas…». En todo caso, ella debería irse. Y decir que no va a volver a no ser que efectivamente él inicie un tratamiento y lo continúe. Y si ella se va, en el 99,9% de los casos, él no iniciará tratamiento alguno. O bien la perseguirá a ella como loco (lo que los sajones llaman stalking) con todo tipo de ruegos, súplicas, promesas, chantajes sentimentales y, al final, y si lo anterior no funciona, amenazas, o bien buscará una nueva víctima.

Ella necesita ayuda psicológica urgente. Ella no tiene autoestima. Ella no sabe poner límites. Ella necesita redefinir sus límites y su concepto de sí misma. Ella ve el problema fuera, y es cierto que hay un problema fuera, pero es incapaz de ver el suyo.

XIV. INSULTAR

Clara, eres una obsesa del orden y una histérica. No hay quien te aguante cuando te pones así de pesada y de brasas.

(Como veis, no es necesario que te llame «perra» o «hija de puta» para insultarte).

ALFRED MARTÍNEZ. El insulto no es admisible bajo ninguna circunstancia. Recordemos que estamos hablando siempre de respeto.

XV. SALIR DE LA HABITACIÓN, DEL LOCAL, Y DEJARTE CON LA PALABRA EN LA BOCA / DECIR: «YA HABLAREMOS CUANDO ESTÉS MÁS CALMADO/A», CUANDO TÚ ESTÁS CALMADO/A / DECIR: «AHORA NO QUIERO DISCUTIR» Y UTILIZAR ESTA FRASE PARA NEGARSE POR SISTEMA A HABLAR DE LO QUE NO LE INTERESA / NEGAR TU CRITERIO: «CÁLLATE, QUE DE ESO NO ENTIENDES/NO SABES»

En nuestro caso, iría así:

Pero ¿por qué vamos a comprar cortinas si tú no sabes elegir cortinas?

Pues te recuerdo que hice Bellas Artes, así que algo de color y distribución del espacio sabré, digo yo

Sí, mucha carrera de Bellas Artes, pero estás de secretaria en un despacho de abogados, hija, así que te ha servido de poco.

ALFRED MARTÍNEZ. Éste no es el tema en ese momento. Jorge tuvo la oportunidad de hablar de lo que pensaba, sin insultar a nadie cuando quedaban para ir de compras. Ahora el tema es que él no ha respondido al acuerdo que habían llegado de ir a comprar cortinas ese día hace unas semanas. La pregunta de Jorge descalifica a Clara, pero también desvía la atención y Clara le sigue. Insisto en la importancia de no desviarse de la falta de responsabilidad y respeto hacia lo acordado en pareja.

Atención: hay una variante muy sutil de este sistema que yo conozco de primera mano. Supongamos que yo me quejaba de algo que él hacía. Por ejemplo, de que no me hablara. Entonces yo le decía: «Mira, el silencio hostil es una táctica de manipulación, y duele». Y él me preguntaba: «Y ¿quién dice eso?». Y yo: «Pues todos los psicólogos conductistas por ejemplo». Respuesta de él: «Ésa será tu opinión, no es la mía». Que viene a querer decir, en el fondo: no respeto tu criterio, ni tus intereses, ni lo que estás estudiando (porque en ese momento a mí me había dado por ponerme a estudiar psicología por la UNED… aunque ésa es otra historia).

ALFRED MARTÍNEZ. Parte de la trampa de las relaciones tóxicas es creer que la otra persona tiene que aceptar obligatoriamente que está siendo inadecuada, por mucho que lo esté siendo. Si una persona tiene claro que su pareja es inadecuada, por supuesto puede explicar cómo ve la situación para intentar conversar y mejorar juntos la relación de pareja, pero aceptar su visión le corresponde a la otra persona e incluso, por mal que suene, está en su derecho de no querer hacerlo. De hecho, psicológicamente es más adecuado decir que su baja autoestima no se lo permite, pues necesitamos cierto grado de autoestima para asumir nuestros errores. Eso no justifica lo que dice o lo que hace, pero explica por qué no cambiará si no hay cambios favorables en su autoestima primero, lo cual no significa que no podamos hacer nada. Podemos plantear que busque ayuda o hacerle llegar una fuente de ayuda (a la que la persona tendrá el derecho de decidir cuándo acudir), pero existe la posibilidad de que no haga nada para cambiar. En tal caso, a cada uno/a nos corresponde tomar conciencia de qué persona tenemos como pareja y mi responsabilidad para conmigo es decidir qué hacer, no con la persona, sino con la relación de pareja. Una persona con una autoestima sana, acepta la crítica cuando se equivoca, asume su responsabilidad y se encarga de no repetir situaciones que dañan a su pareja. Volviendo al ejemplo, una persona que cuida a su pareja, no cambia de planes acordados sin volver a negociarlo antes.

XVI. DARTE LIGEROS TOQUES EN EL PECHO CON EL DEDO ÍNDICE / INVADIR TU ESPACIO PRIVADO, ACERCARSE DEMASIADO DE FORMA QUE CASI SUGIERE QUE TE PUEDE PEGAR EN CUALQUIER MOMENTO

Táctica muy generalizada y muy insidiosa, que se usa porque todo el mundo sabe que esos toquecitos inevitablemente sacan de quicio al contrario.

ALFRED MARTÍNEZ. El contacto físico repetitivo por parte de uno potencia la aparición de agresividad en el otro, sobre todo física. Lo cual suele justificarse para manipular la situación y saltar al «si gritas, me voy» o «mira el arañazo que me has hecho». La versión verbal de esta situación es decir repetidamente cosas del estilo «claro, claro, claro… lo que tú digas» o «que sí, que sí, que tú lo sabes todo…».

XVII. AMENAZAR CON ABANDONARTE

Clara, mira… —suspiró Jorge lacónico, ojos en blanco— si sigues dándome la matraca tanto con tonterías como esto de las cortinas quizás empiece a pensarme si me conviene seguir con una chica como tú.

El miedo al abandono es la madre de todos los miedos. Algunos creen que está inscrito en los genes y que es el no va más de nuestros miedos de relación, incluidos los de desaprobación y cólera. Cuando el miedo al abandono nos lleva a capitular en una discusión, sentimos que nos hemos traicionado a nosotros mismos. Por eso esas amenazas veladas son tan crueles, y efectivas.

EVA CORNUDELLA. En una relación, una persona debe valorar «si le quieres, pero no le necesitas o si le necesitas y no le quieres».

Habitualmente, en una relación tóxica la víctima en realidad deja de amar, y el vínculo que construye es por necesidad. Es decir, si se le asegurara que una separación no la afectaría social y económicamente y que encontraría otra pareja que la haría feliz, merced a la varita mágica de un hada o algo así, seguramente cogería un mando automático, daría al «clic» y saltaría a ese futuro con otro. Existe pavor al abandono. Esencialmente porque el dependiente emocional necesita, no ama. En una relación conflictiva en la que cada parte implicada asume que tiene sus carencias, pero se compromete a trabajarlas, la continuidad de esa pareja se basa en el amor y en el compromiso, pero no en la necesidad. Una terapia hace que te puedas fortalecer como ser individual y puedas aceptar de verdad una posible ruptura si fuera necesario.

ALFRED MARTÍNEZ. El miedo al abandono en las circunstancias descritas sólo suele producirse cuando la autoestima es baja. Cuando no lo es, sabemos que no tendremos dificultad en encontrar a una persona que nos trate mejor, es más, no tendremos problema en estar solos. Tener miedo a que una pareja que nos cuida nos abandone es sano y hace que la cuidemos. Tener miedo a que una persona que no nos cuida nos abandone suele ser síntoma de dependencia emocional.

En resumen, la clave en todas las situaciones expuestas es que una persona con la autoestima sana no acepta este tipo de actuaciones de su pareja. Sabe distinguirlas pues duda de sí misma, no las minimiza pues no teme acumular las razones suficientes para romper la relación y quedarse sola ya que, como dice el refrán, «mejor sola que mal acompañada».

XVIII. CONFUNDIRTE CON UN DOBLE DISCURSO: DIGO ALGO Y HAGO EXACTAMENTE LO CONTRARIO

Esta táctica es muy común y crea una enorme confusión en el oponente. Seguro que te suenan los ejemplos que detallo a continuación.

La neolengua tóxica del doble discurso o cuando él/ella no dice lo que en realidad quiere decir

  • Nunca me he acostado con alguien en la primera cita = Lo he hecho mil veces pero no quiero parecer fácil.
  • Siempre soy muy sincera/o = Soy un/a borde y maleducado/a de mucho cuidado.
  • Mi ex es una maldita zorra histérica = Yo tampoco estoy bien de la cabeza que digamos y además soy un/a resentido/a.
  • No eres tú, soy yo = Eres tú, no me gustas.
  • Yo digo las cosas siempre como las siento = Te voy a estar sacando defectos a todas horas.
  • Mis amigas dicen de mí que soy muy temperamental = Te voy a montar unos pollos de mucho cuidado por la menor tontería.
  • Voy siempre con la verdad por delante = Me voy a quejar de todo lo que haces pero tú cierra el pico.
  • Me duele la cabeza = Me aburres, no me interesas.
  • No quiero comprometerme = No quiero comprometerme… contigo.
  • Soy fiel y cariñoso, sólo busco una buena mujer que sepa apreciarme = Me hago el mártir porque estoy desesperado.
  • Soy un hombre de verdad que busca una mujer muy mujer = Soy un obseso del control, déspota y arrogante.
  • Quiero ir despacio y ver hacia dónde nos lleva esto = Tengo alergia al compromiso.
  • No volverá a pasar = Volverá a pasar.
  • No me lo habías dicho = No te escucho cuando hablas.
  • Necesito tiempo, necesito mi espacio = Estoy pensando en follarme a otro(a) o ya me lo(a) estoy follando.
  • Eso tendremos que hablarlo primero, ¿no crees? = Ni lo sueñes, ya puedes ir olvidándote.
  • Eres el hombre (la mujer) de mi vida = Si se dice en los primeros momentos de la relación, vas a ser uno más de los tantos hombres/mujeres a los que ha dicho exactamente lo mismo.
  • Te mereces algo mejor = Me gusta o me estoy follando a otro/otra (por cierto, sí que te mereces algo mejor).

Sí, te has reído porque todo esto te suena. Y te suena porque, desgraciadamente, es muy común. Desconfía de según qué frases, porque no son más que intentos desesperados de manipulación. Presta atención a los hechos, no a las palabras. Los niños muy pequeños y los perros lo hacen. Como no entienden bien las palabras, decodifican el lenguaje verbal mejor que nosotros. No se dejan llevar por lo que les dicen, sino por lo que ven. Por eso hay bebés y perros que rechazan enérgicamente a según qué personas. Captan en el tono de voz y en los gestos la agresividad reprimida o contenida (a veces, incluso, en el olor: los perros huelen la adrenalina y se sospecha que los bebés también lo hacen). Al crecer como adultos a veces perdemos esta capacidad porque desconfiamos de lo que llamamos «nuestro instinto», que no es otra cosa que nuestra capacidad de decodificar mensajes no verbales. Fíate más de lo que sientes que de lo que él o ella te diga.