Capítulo 17
Llegamos a la escuela de Billy a las ocho menos cuarto, de modo que entré sin tomar aquel trago que me había prometido a mí mismo. Se trataba de una escuela estatal típica, diseñada en los años sesenta por la clase de arquitecto que trabajaba con la radio en marcha. Era una caja de zapatos gigantesca, sin otra característica visible que las grietas en el yeso y el goteo del óxido en las paredes.
La velada deportiva se desarrollaba en un enorme edificio con fachada de cristal, contiguo al patio de juegos. Unas tres docenas de solícitos padres se habían instalado, después de comprar sendos programa, en sillas plegables de metal en el extremo más gélido del gimnasio. El joven y barbudo director, que lucía la polícroma y voluminosa bufanda de una universidad provinciana, nos instó a apresurarnos porque llegábamos tarde y nos recordó la prohibición de pisar el suelo de madera sin zapatillas adecuadas. Como yo había olvidado equiparme con dicho calzado, di toda la vuelta a la sala mientras los chicos mayores flexionaban las rodillas al ritmo de una sibilante cassette de Pink Floyd.
No quedaba sitio para nosotros junto a los demás padres, así que ayudé a Fiona a encaramarse a un potro y me senté a su lado. El director me miró con desaprobación, como si ya me hubiera catalogado como la clase de hombre que al salir le pisaría el suelo encerado.
La carrera de relevos abría la competición. Hubo muchos gritos, empujones y saltos que crearon un ambiente de falsa excitación. Fiona acercó la cabeza a la mía y preguntó:
—Estaba pensando en Giles Trent. ¿Esperaba la visita de su hermana la noche en que tomó la sobredosis?
—Ambos lo niegan, pero es posible que mientan.
—¿Por qué habrían de mentir?
—Él, porque su machismo de escuela pública le impediría admitir un ardid de semejante calibre.
—Y ella, ¿por qué?
—Si admitía que Trent la esperaba, tendría que empezar a preguntarse si aquel «grito de socorro» era el sistema elegido por su hermano para advertirle que se mantuviera al margen del asunto.
—Una advertencia muy drástica, ¿no te parece? ¿No podía decírselo tomando el té?
—Su hermana es una mujer de mucho carácter. Jamás aceptaría que su hermano necesitara vender su alma para conseguirle un hombre. Habría gruñido, encogido los hombros y hecho caso omiso de cuanto le dijera.
—Pero en aquellos momentos él estaba sometido a una fuerte presión, tanto del Departamento como de su contacto soviético. ¿Creía que un intento de suicidio haría desistir a los rusos?
—Tal vez sí —contesté.
Eché un vistazo a la carrera; la energía demostrada por los chicos era increíble. Me sentí muy viejo.
—¿O pensó acaso que un suicidio frustrado haría desistir al Departamento? —Fiona había empezado a pensar en el problema de Giles Trent ahora que tenía aspectos sexuales y emocionales. Supongo que todas las mujeres reaccionan igual.
—No lo sé, querida —respondí—. Todo son conjeturas.
—Tus conjeturas suelen ser muy acertadas.
—¿Cuántos hombres casados reciben de sus esposas un cumplido como éste?
—Sólo trato de imbuirte una falsa sensación de seguridad —replicó.
Miró hacia las vallas que estaban siendo colocadas para la carrera siguiente. El barbudo director iba de un lado a otro con una cinta métrica, supervisando la posición de cada obstáculo y expresando su aprobación o desaprobación con movimiento de cabeza. Fiona contempló desfilar a los niños hasta que estuvo completamente segura de que Billy no figuraba en ningún equipo. Entonces volvió al tema de Trent.
—Giles lo hizo por amor a su hermana. No tenía ninguna necesidad de meterse en este lío, ¿verdad? Has dicho que los rusos le reclutaron a través de su hermana.
—Pero no te imagines que le abordaron en frío; el KGB no se hubiera tomado tantas molestias sin tener motivos para suponer que aceptaría su proposición.
—No lo había pensado.
—¿Crees que una mujer persigue a un hombre casado sólo porque intuye que está harto de su esposa? No, antes calcula sus posibilidades de éxito.
Estuve a punto de decir Tessa, pero me reprimí justo a tiempo.
—¿Qué clase de signos busca?
—Hay quien encuentra apasionante pensar en lo peor que podría hacer. ¿Qué sentiría al asesinar a alguien? ¿Qué pasaría si vendiera este material a los rusos? ¿Y si tuviera una amante gritona y vulgar escondida en un piso de Bayswater? Al principio juega con la idea porque es tan absurda, pero un día esa idea imposible empieza a tomar forma. ¿Cómo lo haría?, se pregunta e inicia paso a paso la elaboración práctica del plan.
—Tomo buena nota de que no me has dicho qué signos debe buscar una mujer cuando se interesa por un hombre casado. Sonreí y aplaudí al vencedor de la carrera de obstáculos, pero ella no abandonó el tema.
—¿Crees que Giles ya había rebasado los limites de la fantasía cuando los rusos abordaron a su hermana? —preguntó.
—Quizá no, pero no fue corriendo a la oficina de Seguridad el día en que descubrió cómo se ganaba el pan el pretendiente de su hermana.
—¿Porque ya había pensado en ello?
—Todos pensamos en ello —dije.
—¿En amantes o en vender secretos?
—Es humano pensar en cosas semejantes.
—Entonces, ¿cuándo empezó Giles a torcer su camino? —inquirió Fiona.
—Se imaginó pecando y descubrió que podía vivir con esa imagen de sí mismo.
Saqué los cigarrillos, pero el director se acercó sonriendo y meneó la cabeza, así que volví a guardarlos.
—¿Y tú no podrías vivir con la imagen de ti mismo escondido en Bayswater con la chica gritona?
—No se puede tener todo —sentencié—. No se pueden tener a la vez las fantasías y la realidad, lo mejor de ambos mundos.
—Acabas de abrir un boquete en la plataforma electoral del Partido Liberal —anunció Fiona.
—Nadie puede servir a dos amos. Incluso un ignorante de la escuela pública como Trent debería saberlo.
—Nunca ha habido nada entre Bret y yo —dijo Fiona, tocándome la mano.
—Lo sé —respondí.
—¿Estás convencido?
—Sí, lo estoy.
Quería creerlo. Era una debilidad mía, supongo.
—Me alegro tanto, cariño... No podía soportar la idea de causarte esta preocupación. —Se volvió para mirarme a los ojos—. Y con Bret, precisamente... Nunca me ha sido simpático. ¿Cuándo intervendrá Billy?
Eché una ojeada al programa.
—Creo que en la siguiente a la que ahora va a empezar: la carrera de obstáculos para los pequeños.
Me incliné hacia ella para decirle cuánto la amaba. Olí el perfume de su champú al hundir la nariz en sus cabellos.
—Nadie pensaba que duraría —dijo, abrazándome—. Mi madre pronosticó que te abandonaría a los seis meses e incluso me tuvo preparada una habitación hasta que nació Billy. ¿Lo sabías?
—Si..
—Tessa fue la única que me animó a casarme contigo; veía lo mucho que te amaba.
—Veía que me tenías en el bolsillo.
—Qué idea tan bonita. —Se rió al pensarlo—. Siempre me ha asustado que un día llegue una mujercita lista y descubra cómo meterte en su bolsillo, pero hasta ahora no he visto signos de que vaya a ocurrir. Lo cierto, cariño, es que no te dejaría. No eres un hombre mujeriego.
—¿Qué ha de hacer un hombre mujeriego?
—Las mujeres te estorban. Nunca me preocupa que puedas tener una doble vida; eres incapaz de tomarte todas las molestias necesarias para ocultar en Bayswater a esa «amante gritona y vulgar».
—Me recuerdas a Giles Trent. El otro día me dijo que Werner Volkmann no podría ser nunca un agente doble porque es demasiado perezoso.
—Nadie podría acusarte de ser perezoso, cariño, pero desde luego no te esfuerzas nunca en ser amable con las mujeres, ni conmigo, ni con Tess, ni siquiera con tu madre.
Encontré su crítica poco razonable.
—Trato a las mujeres del mismo modo que a los hombres —dije.
—Por el amor de Dios, ¡qué marido tan obtuso tengo! ¿No comprendes que las mujeres no queremos ser tratadas igual que los hombres? A las mujeres nos gustan los mimos y las atenciones. ¿Cuándo has llevado a casa un ramo de flores como regalo sorpresa? Nunca se te ocurre sugerir una escapada de fin de semana.
—Siempre los pasamos fuera.
—No me refiero a ir con los niños a casa de tío Silas... lo cual sólo supone un descanso para Nanny. Me refiero a un fin de semana sorpresa en París o Roma, nosotros dos solos en un hotel intimo y encantador.
Lo que ocurre en el cerebro femenino es siempre causa de asombro para mí.
—Cuando te pido que me acompañes en un viaje, dices que tienes demasiado trabajo.
—No estoy hablando de hacer uno de tus malditos viajes de negocios. ¿Acaso crees que quiero pasear por Berlín mientras tú te vas a ver a uno de tus viejos camaradas?
—Tendré que volver —dije.
—Oí a Dicky hablar con Bret sobre este tema.
—¿Qué dijeron?
Fue típico de Fiona que mirase a su alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharnos. Una precaución inútil; algunos padres hablaban con el director, otros se hallaban en el ventoso patio llamando a sus hijos y, el resto permanecía estoicamente en sus sillas contemplando las carreras.
—Por lo visto el DG ha decidido que no hay nadie con más experiencia para enviar a Berlín. Dicky dijo que será preciso desarticular pronto la red Brahms y Bret fingió estar de acuerdo, aunque sabemos que no sobrevivirá como jefe de Departamento sin su fuente de Brahms Cuatro. Por el momento, sin embargo, Dicky y Bret han convenido en exprimirle un par de años más; y creen que la única persona capaz de persuadir a la red de que continúe trabajando eres tú.
—Mantenerles en activo hasta que Bret se retire y Dicky sea promocionado. Es esto, ¿no?
—Yo diría que sí. Cuando el material de Brahms Cuatro deje de manar, habrá un gran revuelo. Alguien tendrá que declararse culpable. Aunque sea un golpe del destino, querrán que alguien cargue con la culpa.
—No estoy muy seguro de que esa red de Brahms Cuatro tenga tan condenada importancia —observé—. De vez en cuando nos ha facilitado algo sabroso, pero la mayor parte no pasa de evidentes predicciones económicas.
—Pues Bret la defiende con su vida, lo cual me hace suponer que ninguno de nosotros ha visto más de una fracción del material que suministra.
—Incluso Bret admite que muchos de sus mensajes se reducen a una corroboración de secretos ya recibidos a través de otras fuentes. Brahms Cuatro nos suele dar cumplida noticia de los contratos soviéticos de cereales, pero en general llega después de que conozcamos los nuevos contratos de embarque firmados por los rusos. El tipo de buques que fletan siempre nos da una idea exacta de la cantidad de cereal que comprarán a Argentina y cuánto enviarán hacia el golfo de México. No necesitábamos que Brahms Cuatro nos dijera que el Banco Narodny de Moscú había comprado pesos argentinos. En cambio, ¿qué nos comunicó sobre los tanques soviéticos que invadieron Afganistán? Ni una maldita palabra.
—Pero, cariño, sé razonable. Los rusos no necesitan ayuda de su banco estatal para invadir Afganistán. Brahms Cuatro sólo puede darnos inteligencia bancaria.
—¿Crees que los rusos no estuvieron enviando millones a Kabul durante semanas antes de mandar a los soldados? ¿Crees que no estuvieron comprando inteligencia y buena voluntad en Pakistán? Y la clase de gente que compra en esa parte del mundo no lleva tarjetas del Diners Club. El KGB debió usar monedas de plata y oro en tanta cantidad, que sólo un banco puede proporcionarla.
Ahora colocaban en el suelo cajas y neumáticos para la próxima carrera.
—¿Ya le toca a Billy? —preguntó Fiona—. ¿Para qué es todo esto?
—Sí, ya le toca. Corre en la carrera de obstáculos.
¡Carrera de obstáculos! Sólo un hijo mío podía escogerla.
—De todos modos, cariño —continuó Fiona—, los dos sabemos que la calidad del material de Brahms no es lo importante. Semejante clase de información, procedente del mundo bancario controlado por los soviéticos, es un trabajo de inteligencia que incluso un político es capaz de comprender. No puedes explicar al ministro el significado de la inteligencia electrónica ni enseñarle fotos tomadas por satélites espías. Es demasiado complicado y sabes que toda esa maquinaria tecnológica pertenece a los americanos. Pero dile que tenemos a un hombre dentro del Narodny de Moscú y en su Comité de Inteligencia Económica y quedará impresionado. Forma un comité para que procese la inteligencia y el ministro podrá hablar con los americanos en un plano de igualdad. Todos sabemos que Bret ha construido un imperio gracias a la fuente de Brahms, así que no digas que no es maravillosa o tu popularidad perderá muchos puntos.
—Me arriesgaré a ello —repliqué, enfadado—, y si a tu amigo Bret no le gustan mis opiniones, que se vaya al diablo.
Fue una reacción exagerada, claro. Ella sabía que sus relaciones con Bret aún me inspiraban suspicacias. Habría sido mucho más inteligente proferir suaves murmullos y simular que no sospechaba nada.
Entonces vi a Billy. Le hice señales con la mano, pero era demasiado tímido para agitar la suya y se limitó a sonreír. Estaba desfilando con los otros niños alrededor del gimnasio. Supongo que en la carrera de obstáculos admitían incluso a los chicos torpes como Billy.
Era una carrera de relevos y por alguna razón inexplicable Billy fue el primero de su equipo. Pasó a rastras a través de dos neumáticos, zigzagueó en torno a una hilera de conos de plástico y a continuación trepó a una caja antes de empezar el esprint final hacia su número, el 2. Resbaló cuando corría a toda velocidad y cayó de bruces; al levantarse, tenía la cara cubierta de sangre y la camiseta blanca llena de salpicaduras rojas. Sus compañeros de equipo le gritaban y él no estaba seguro de la dirección que debía tomar. Yo conocía muy bien esta sensación.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Fiona.
Impedí que bajara de un salto y fuera corriendo hacia él.
—Sólo es la nariz —le dije.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Fiona.
—Lo sé. Déjale en paz.