Capítulo III

Las primeras formalidades del cónclave tendrían lugar el día después de la llegada de la Matriarca. Ria agradeció no tener obligaciones durante su primera noche en el Castillo, pues eso le daría tiempo para establecerse con su séquito en sus aposentos sin prisas inoportunas. Su preocupación inicial por Avali resultó ser infundada, lo que la alivió sobremanera: su sobrina no había sufrido con el viaje y se mostró encantada con la severa magnificencia del Castillo. Se comportó a la perfección, encantadora y solemne con todos. Tras una buena cena, servida en privado al grupo de la Hermandad, que estaba demasiado cansado para afrontar la atmósfera más social del comedor principal, Ria dio gracias mentalmente porque Avali no estaba resultando un inconveniente, y durmió con una tranquilidad que no experimentaba desde que habían salido de Chaun Meridional.

Pero por la mañana su humor volvió a empeorar. Primero tuvo un encuentro breve pero chocante con Keridil, quien por su debilidad no había podido darle la bienvenida la noche anterior. Ria se entristeció al ver cómo había cambiado y, cuando se besaron en las mejillas, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para que su expresión no traicionara lo que sentía. Ni siquiera el aviso que contenía la carta de Chiro la había preparado para el grado de declive de Keridil: era como si su llama se hubiera reducido hasta no ser más que un ascua. Ya no era, pensó con pena, el hombre que había conocido y tenido por amigo; era un desconocido.

Alterada por el encuentro, Ria dio como excusa un dolor de cabeza para tomar un ligero almuerzo a solas en su habitación, deshaciéndose con amabilidad de la hermana Fiora. Todavía estaba toqueteando la comida cuando alguien llamó con suavidad a su puerta; pensando que sería otra vez Fiora, que podía ser muy insistente, Ria habló con voz cansada y algo enojada.

—Adelante —dijo y, cuando alzó la vista, se encontró con un hombre alto y enjuto en el umbral.

—Matriarca —el visitante esbozó una sonrisa—, Carnon Imbro me dijo que te encontraría aquí. Lo siento, ¿te molesto?

—¡Lias Barnack! —Ria se levantó, desaparecido su enojo, y extendió las manos—. ¡Vamos, si deben de haber pasado casi cinco años!

—Cuatro y medio. —La sonrisa se hizo más amplia y, cogiéndole las manos, se inclinó ante ella—. Triste es reconocer que mis deberes no me permiten visitar Chaun Meridional tan a menudo como me gustaría.

—Bueno, es un verdadero placer volver a verte. Siéntate, siéntate.

Él vaciló.

—Interrumpo tu comida.

—Nada de eso. No tengo hambre. Si he comido algo ha sido para que la hermana Fiora deje de darme la lata —contestó la Matriarca, a la vez que se relajaba en su silla; él tomó asiento a una cierta distancia—. Me reuní esta mañana con el Sumo Iniciado, y la experiencia me ha quitado el apetito.

—Ah, sí… —Lias inclinó la cabeza. Ria observó con cierta envidia que su rubio cabello no mostraba ninguna cana; llevaba muy bien sus años—. Yo me entrevisté con él ayer. —Hizo una pausa y aspiró entre los dientes—. Perdóname Ria, pero por eso quería verte cuanto antes. Dado que ambos estaremos en el cónclave, pensé que valdría la pena que discutiéramos algunas cosas en privado, y, con franqueza, pensé que sería mejor que lo hiciéramos cuanto antes.

Ria comprendió. Por dolorosas que fueran, había que cumplir con las formalidades, y era evidente que a Keridil no le quedaban muchos días. Su voto como Matriarca, y el del Alto Margrave Solas Jair Alacar, tendrían bastante peso a la hora de elegir al nuevo Sumo Iniciado. Solas Jair Alacar no podía asistir en persona, puesto que, por una ley antigua y establecida, el Alto Margrave nunca abandonaba su corte de la Isla de Verano en el extremo sur, excepto en casos de extrema necesidad. El propósito y origen de aquella tradición se perdían en la noche de los tiempos; popularmente se suponía que procedía de una era más despótica, cuando el hecho de que un Alto Margrave viajara entre sus súbditos hubiera podido ser una invitación al asesinato. Ria pensaba que en aquellos tiempos pacíficos la ley no tenía sentido y era un estorbo. Pero nunca se había roto el precedente, de manera que Lias, como enviado del Alto Margrave, tenía la potestad de hablar en nombre de su señor.

—En mi opinión —dijo Ria—, no es ningún secreto quién debe suceder a Keridil. Chiro Piadar Lin es, creo, la única elección adecuada.

Lias asintió.

—Desde luego tiene el favor de Keridil. También he hablado con un cierto número de adeptos en el Castillo, de manera extraoficial, claro está, y creo que el Concilio del Círculo se mostrará prácticamente unánime.

—¿Y el Alto Margrave?

A Ria no se le escapó el débil destello de cinismo que asomó a los ojos de Lias.

—La verdad, Ria, y entre nosotros, no creo que al Alto Margrave le interese lo más mínimo quién coja las riendas en la Península de la Estrella. Siempre que se le asegure que Chiro no lo apartará de sus fiestas y placeres, ratificará la elección sin pensarlo dos veces.

Ria le lanzó una mirada perspicaz.

—Supongo que se le ha garantizado eso…

Lias se encogió de hombros.

—Claro, sentí que era mi deber más elemental tranquilizarlo en ese aspecto. En un momento como éste, lo que menos necesitamos son complicaciones innecesarias. Le he dicho a Keridil que el punto de vista del Alto Margrave coincide con el de la mayoría.

La Matriarca dejó escapar un pequeño pero significativo suspiro de alivio. Personalmente, no creía que ni ella ni el Alto Margrave estuvieran cualificados para decir nada con respecto a la elección del nuevo Sumo Iniciado, y pensaba que aquello debería ser un asunto exclusivo del Círculo. Al fin y al cabo, ellos conocían a Chiro mejor que nadie; su familia tenía relaciones desde antiguo con el Castillo, y él había vivido desde muy joven entre los hombres y mujeres del Círculo. El mismo Keridil lo había iniciado a la edad de catorce años, y sólo el Círculo podía juzgar con seguridad su capacidad y su valía. Pero cuando el Sumo Iniciado no tenía hijo que lo sucediera, el protocolo dictaba que la elección de sucesor debía ser materia de un debate más amplio.

El problema era, reflexionó Ria, que, de todos los miembros del triunvirato que gobernaba el mundo, el papel del Sumo Iniciado era el más complejo. Ante todo, debía ser un maestro en las artes de la magia, puesto que era el intermediario entre los mortales y sus dioses, guardián de todos los aspectos de la religión y la filosofía, y en los asuntos arcanos su palabra era ley. En los tiempos que corrían, debía ser también un político, un diplomático, capaz de aconsejar y apoyar al Alto Margrave en temas más mundanos, sobre todo cuando, como ahora, el Alto Margrave era incapaz de afrontar las responsabilidades del gobierno, o no quería molestarse en ello. Keridil había sido el perfecto señor espiritual para los señores seglares encarnados en Solas Jair Alacar y su padre, Fenar, y Ria creía que Chiro seguiría el ejemplo de Keridil. Pero ¿era ella, o Solas, o cualquiera que no fuera del Círculo, un juez capaz? Desde luego se hacía pocas ilusiones respecto a su propio papel en todo aquello; la Hermandad, compuesta por poco más que adivinas, sanadoras y maestras, tenía mucha menos influencia que el Círculo y el Alto Margraviato, y la Matriarca era la menos importante de las tres cabezas supremas del mundo. ¿Cómo podría osar dar su opinión acerca de quién debería gobernar el mundo, con lo poco que sabía de los trabajos arcanos?

Lias la estaba observando y de pronto dijo:

—Ria, sospecho que algo no va bien. Por tu expresión se diría que tu conciencia y tú no sois las mejores amigas.

Ria comprendió que su expresión la había traicionado; en silencio deseó que los demonios se llevaran la sagacidad de Lias. Consciente de que su curiosidad no se vería satisfecha con evasivas, suspiró y contestó:

—Sencillamente me preguntaba si nosotros, unos extraños, tenemos algún derecho a imponer nuestros puntos de vista en algo que debería ser asunto exclusivo del Círculo.

—Es lo que se espera, Ria —repuso Lias, con una sonrisa de comprensión—. Por encima de todo, debe verse al triunvirato conferenciar y llegar a un acuerdo. Como político de toda la vida, puedo asegurarte que un espectáculo semejante tiene un efecto milagroso en la confianza que el pueblo llano deposita en sus gobernantes. Lo ven como un seguro contra el desequilibrio, y con ello pagan satisfechos sus diezmos y nos dejan que cumplamos nuestros deberes sin interferencias.

—¡Lias, eres un cínico!

—Tonterías. Soy un realista, que es algo muy distinto. Pero, en serio, Ria, creo que deberías devolver tu conciencia a su lugar. Sé que Keridil ha puesto el listón muy alto, pero para todo el mundo, incluido el Círculo, es evidente que Chiro está admirablemente capacitado para el cargo. Has hecho la elección adecuada.

—Estoy segura de que tienes razón. Pero sigo teniendo mis dudas acerca de los principios de todo este asunto. Me siento una entrometida.

Lias se rió.

—Si eso fuera verdad, ¿crees que el Círculo de Adeptos permitiría que metieras los dedos en su sopa sin oponerse? No, no es más que algo para la galería, Ria, y todos aquí lo saben.

—Todos excepto yo, querrás decir —replicó Ria con cierto rencor.

—No, no quiero decir eso. Lo que pasa es que tienes una conciencia algo más activa que la del resto de nosotros, y ésa es una de las muchas cosas por las que te queremos.

La Matriarca le dirigió una mirada aviesa y luego, de improviso, se echó a reír.

—Lias, eres un granuja sin remedio. Cuando todo lo demás falla, recurres sin escrúpulo alguno a tu encanto y tus trucos. Me recuerdas a mi hermano —añadió con fingida seriedad.

Lias hizo una mueca.

—¿Cómo está Paon? Hace muchos años que no lo he visto.

—Oh, no ha cambiado. Su fortuna crece con cada cosecha de uva, al igual que la buena opinión que tiene de sí mismo.

—Señor de todo lo que ve, ¿eh? Y el completo contrario de su hermana. ¡De verdad, Ria, nunca entenderé cómo una familia pudo producir una hija tan modesta y un hijo tan creído! —Sonrió—. ¡Casi superas a Chiro en tu ausencia de autoestima!

—Y, cuanto más vieja se hace una, más estúpida —contestó Ria ásperamente—. Puede que a Chiro y a mí nos falte el autobombo que tanto os gusta a los nativos de la Isla de Verano, pero somos bastante conscientes de nuestras cualidades. Y una de ellas es saber cuáles son nuestras limitaciones.

Lias volvió a reírse. Él y Ria siempre habían disfrutado con aquellas peleas medio en broma, que con los años se habían convertido en parte integral de su amistad.

—Ojo —dijo—. Chiro debe saber que está mejor cualificado que nadie para ocupar el lugar de Keridil, aunque nada consiga hacer que lo admita. A propósito, ¿sabías que recientemente fue confirmado en el séptimo grado?

—¿De verdad? No me había enterado. —El séptimo era el máximo grado del Círculo y, si bien la naturaleza de las pruebas de iniciación sólo era conocida por los adeptos superiores, Ria sabía que muy pocos conseguían superarlas. Aunque no tuviera ni un ápice de vanidad, Chiro debería sentirse orgulloso en privado de aquel honor.

—Es un logro espléndido —comentó Ria.

—Y también muy conveniente. Según tengo entendido, Keridil Toln se mostró especialmente contento. La superioridad que confiere hará que las cosas sean mucho más fáciles para Chiro cuando en el futuro tenga que tratar con Margraves de provincia recalcitrantes o con eruditos con ganas de polémica. Nadie se pelearía con un mago de séptimo grado, ¡no fuera a ser que éste enviara a uno de sus demonios domados a hacer una visita en el momento más inesperado!

—¡Vamos, Lias! —le recriminó Ria; sin embargo, no pudo evitar sonreír ante su irreverencia—. Eres un hombre molesto —afirmó—. Debería estar enfadada contigo, pero en vez de eso me siento en deuda. En estos minutos me has hecho mejorar el humor y me has ayudado a recuperar mi sentido de la proporción. —Miró su plato y tocó sin ganas la comida fría con el tenedor—. Hasta empiezo a tener hambre, aunque, la verdad, esto no tiene ahora un aspecto muy apetitoso.

Lias sonrió.

—He estado tan ocupado que casi no he probado bocado desde el amanecer. ¿Crees que si nos presentamos juntos en el comedor y ponemos cara de indefensos y perdidos, alguno de los criados se apiadará de nosotros?

Ria se echó a reír.

—Estoy segura de que así será.

Él se levantó y, haciendo una reverencia, señaló la puerta.

—Entonces, dejad que os sirva de escolta, Matriarca. Comeremos, beberemos y disfrutaremos de un par de horas de chismorreos y después nos enfrentaremos al resto de las obligaciones de este día con satisfecha ecuanimidad. ¿Trato hecho?

—Trato hecho —asintió la Matriarca.

Dos días después se celebró un banquete para dar la bienvenida a los distinguidos huéspedes del Castillo. Aunque la expectación ante la conferencia que debía tener lugar al día siguiente frenó un tanto la animación, fue, de todas maneras, un espléndido acontecimiento y Ria lo disfrutó mucho, a pesar de la tristeza que sentía en el fondo. Había viejos conocidos con los que renovar el contacto, gente nueva para descubrir y, sobre todo, la oportunidad de charlar familiarmente con Chiro Piadar Lin. Ambos eran viejos amigos —se conocían desde que Ria había visitado por primera vez el Castillo como hermana recién ordenada muchos años atrás—, pero hasta entonces sólo habían tenido tiempo para unos cuantos encuentros breves en medio de asuntos de trabajo, y Ria deseaba una mayor comunicación.

Durante la comida, se sintió muy halagada al descubrir que la habían colocado a la derecha del Sumo Iniciado en la mesa del banquete, con Chiro a su lado. Keridil era el perfecto anfitrión, pero la tensión de hacer frente al acontecimiento era evidente en él; tenía aspecto cansado, hablaba poco y, con el gran salón del Castillo como fondo —iluminado con antorchas, lleno de música y de la animada conversación de los invitados—, parecía una sombra, un fantasma viviente.

Chiro era muy consciente de cuánto había afectado a Ria el declinar de Keridil y aunque su galante determinación de distraerla era a veces un poco demasiado obvia, ella le agradeció el respiro que le proporcionaba. También hallaba algo de consuelo en el hecho de que el Sumo Iniciado por fin se encontraba lo bastante bien para tomar parte en las celebraciones. Ria le había presentado a Avali poco antes, aquella misma noche, y él parecía haberla adoptado como sobrina, de manera que, cuando el banquete acabó y la fiesta dio paso a charlas menos ceremoniosas, mezclándose los invitados, Avali se sintió emocionada al ver que la invitaban a sentarse a la mesa del Sumo Iniciado.

Ria, una vez convencida de que Avali no bebería demasiado vino ni hablaría de manera indiscreta, paseó por la sala, saludando a los pocos viejos amigos a quienes todavía no había tenido tiempo de ver desde su llegada, y asegurándose de que las otras hermanas se encontraban a gusto. Sus colegas más jóvenes estaban cohibidas por todo lo que las rodeaba, pero el calor de la bienvenida y la amabilidad de sus anfitriones estaban derribando barreras, por lo que, poco a poco, hasta las más tímidas vencían su introversión.

Chiro la alcanzó cuando regresaba a su mesa, tras una breve consulta con la hermana Fiora. La cogió del brazo, la llevó a uno de los bancos que flanqueaban las paredes e indicó una botella de vino y dos copas que había en una pequeña mesa.

—Especialmente para ti, Ria —dijo sonriente—. Una botella de la cosecha del Festival de Shu.

—¿Recuerdas eso? —exclamó, sorprendida y emocionada.

—¿Tu preferencia por ese vino en particular? Sí, lo recuerdo muy bien. —Esperó a que ella se sentara para servir las copas y luego tomó asiento a su lado y le entregó una de ellas.

—Brindo por tu buena salud. Y quizá debería añadir por la buena salud de tu futuro… sobrino o sobrina nieta, ¿verdad?

Ria sonrió.

—Sí. Gracias.

Chiro miró hacia Avali, que seguía sentada junto a Keridil y sus acompañantes.

—El Sumo Iniciado le ha cogido mucho cariño a tu sobrina. Me dijo antes que la encontraba hermosa e inteligente, y una compañía refrescante.

—Qué amable… —Ria se sentía muy honrada, pero sentía que debía añadir algo—. Aunque en el fondo pienso que no debería haberle permitido venir. Resulta una gran carga para la hospitalidad del Círculo.

—Nada de eso. Keridil quería que esta conferencia fuera también un acontecimiento social, y le alegra tener caras nuevas a su alrededor. Y, si encuentra agradable la compañía de tu sobrina, tenemos que estarte agradecidos por haberla traído. —Ria sonrió y el adepto prosiguió—: Fiora me ha contado que la chica estará en tu Residencia hasta que nazca el niño, y que estás pensando en adoptar a la criatura.

Ria sabía que la pregunta nacía tan sólo de una amistosa curiosidad. Aun así, para su enojo, sintió que se ruborizaba.

—Bien, sí, es verdad. El bebé será, como tú has dicho, mi sobrino nieto o sobrina nieta, y me siento responsable en cierto modo. —Lo miró de reojo y decidió ser sincera—. En especial cuando nadie más parece preocuparse por su bienestar.

—Ah, ¿entonces Avali no tiene intención de quedarse con el niño, o de casarse con el padre?

—No, de hecho… No debería decirlo, Chiro, ni siquiera a ti. Me parece que no soy leal. Pero… —Sería un alivio poder expresarse con sinceridad, pensó Ria. Estaba harta de ocultar sus sentimientos o de aparentar que no los tenía. Chiro seguro que la comprendería. Prosiguió, hablando en tono de confidencia—: Quiero decir que no sé si Avali sabe siquiera quién es el padre. —Ya estaba, lo había soltado—. No se lo quiere decir a nadie, ni siquiera a sus padres, y tengo la sospecha de que ha sido… más bien pródiga a la hora de conceder sus favores.

—Ah —repitió Chiro.

Ria hizo un gesto de impotencia.

—Sé que no es raro en los tiempos que corren, pero hay algo en esa liberalidad imprudente que me incomoda. Supongo que me hago vieja y remilgada, pero no puedo evitarlo. Parece que a Avali no le importa la nueva vida que se está gestando y que es su responsabilidad.

—Es su responsabilidad en parte —corrigió Chiro con una tenue sonrisa.

—Bueno, sí. Pero comprendes lo que digo, ¿verdad, Chiro? Para Avali, el bebé es una molestia que hay que soportar el menor tiempo posible, algo que después… entregará a alguien y de lo que se olvidará.

Chiro asintió.

—Me he encontrado con problemas parecidos entre las mujeres jóvenes del Castillo. Me pasa como a ti; me cuesta entender su actitud, sobre todo dentro de estos muros, donde, más que otra cosa, intentamos enseñar un código moral.

—Quizás ése sea un problema que compartimos. Tú en el Círculo, yo en la Hermandad; tal vez vivamos en una torre de marfil.

Chiro sonrió de nuevo, esta vez con cierta melancolía, pensó Ria.

—¿Es eso tan malo?

—Oh, no lo sé. Han cambiado tantas cosas en los años del Equilibrio… Me pregunto si nosotros, los más viejos, no corremos el riesgo de resultar anacrónicos en este mundo. Quizá las Avalis de esta época tengan razón y ha llegado el momento de que nuestra torre sea demolida.

Cerca de ellos, un grupo de jóvenes estaba reunido en torno a la gran chimenea con su enorme fuego; surgieron risotadas incontroladas. Chiro miró con severidad al grupo, y las risas cesaron al instante.

—No creo que pueda ser tan pesimista —dijo al volverse hacia la Matriarca—. Nuestro deber, el deber del Círculo y el Matriarcado quiero decir, es prever el futuro, y no creo que lo hayamos evitado. De hecho creo que las gentes como tú y como yo todavía tenemos mucho que decir.

Ria bebió un sorbo de vino y su mirada se llenó de calor.

—Puede que tengas razón —dijo—. Quizá sólo me pone nerviosa el pensar en educar un niño a mi edad. ¡Soy tan inexperta, Chiro! ¿Qué sabe una vieja solterona de criar niños?

—En tu caso, todo lo que hace falta —declaró Chiro con firmeza—. Como hermana, te has ocupado de los niños durante gran parte de tu vida. Les has enseñado el catecismo, les has dado protección, los has guiado, les has enseñado… Y tienes un don natural para los niños; lo he visto muchas veces. No le des tantas vueltas, querida Matriarca. El bebé no podría tener mejor guardiana.

—Será lo que tenga que ser, y creo que me estás halagando. —Ria pensó que había llegado el momento de cambiar de tema—. Te he molestado con mis problemas demasiado tiempo, y ésta es la primera ocasión que tenemos para hablar desde hace más de un año. Háblame de tus asuntos, Chiro. ¿Cómo están Karuth y Tirand?

Chiro sonrió. Fue una sonrisa extraña, de completa tranquilidad, que transformó los severos rasgos de su rostro. Quería muchísimo a sus hijos, con un sentido de posesión, y los había cuidado sin escatimar esfuerzos desde la muerte repentina de su esposa, seis años atrás.

—Ambos están bien —le dijo a Ria—. Karuth tiene catorce años y ya es toda una mujer. Ha alcanzado el segundo grado y estudia con Carnon para ser médico.

—¿Ha sido aceptada en el Círculo? No lo sabía.

—Fue iniciada el año pasado. Tirand seguirá sus pasos en su próximo cumpleaños.

—Debes estar muy orgulloso de ambos.

Chiro pareció avergonzado, pero se relajó y soltó una risa.

—Sí, no puedo decir que no lo esté.

—Y con motivos. Imagino que Karuth será una espléndida médico-adepto. Tiene la mezcla justa de dedicación y curiosidad. ¿Sigue con la música?

—Oh, desde luego. De hecho tendrás ocasión de escucharla dentro de un rato. Habrá un pequeño concierto antes de que acabe la velada, y el Sumo Iniciado le ha pedido explícitamente que toque.

—Keridil siempre apreció mucho a tu familia —comentó Ria.

—Sí, y ha sido como un abuelo para Karuth y su hermano. Tirand lo adora. —Chiro vaciló—. La muerte de Keridil lo afectará mucho.

Era la primera vez que uno de los dos hacía una referencia directa al verdadero motivo de la reunión, y, por mucho que le costara hablar del asunto a Ria, tras su conversación con Lias, tenía que hacer una pregunta antes de la reunión del día siguiente.

—Chiro, me alegra que hayas dicho eso. Lo del respeto y admiración que Tirand siente por el Sumo Iniciado. Porque, como estoy segura de que tú ya sabes…

—Matriarca —la interrumpió—, preferiría que no…

—No. —Ria habló con decisión y vio que él se ruborizaba ante su amable regañina—. No podemos eludir la cuestión, Chiro. Keridil se muere y no tiene hijo que lo suceda. Por lo tanto, debe elegirse un sucesor de entre las filas de los adeptos superiores del Círculo, y por eso se ha convocado esta conferencia. —Sostuvo su mirada con autoridad—. Debes saber que tanto el Alto Margrave como yo deseamos que tú seas el próximo Sumo Iniciado, y que tan sólo aguardamos el acuerdo del Círculo para ratificar nuestra decisión. Si aceptas el nombramiento, Tirand será tu heredero, con todas las responsabilidades que ello implica.

—Tirand sólo tiene nueve años.

—Lo sé. Pero pronto cumplirá los diez, edad suficiente para convertirse en Iniciado. Respóndeme con sinceridad, Chiro; ¿sabe de las demandas y restricciones que le supondrá ser el hijo del Sumo Iniciado?

Chiro reflexionó largo rato antes de responder.

—Sí —dijo al fin—. Creo que lo sabe. Y, si es necesario, las aceptará.

—¿Cómo lo harás tú?

La miró con tristeza, sin querer admitir lo que ambos ya sabían.

—Sí —contestó—. Como lo haré yo.

Ria dejó escapar un apagado suspiro. Tenía la respuesta que necesitaba y, cuando de nuevo habló, su voz era amable.

—Necesitaremos un hombre de tu talla en los tiempos que nos esperan, Chiro —dijo—. No pienses que estás traicionando a Keridil al reconocer ese hecho cuando él todavía sigue con vida.

Supo, al ver la débil sonrisa de Chiro, que había adivinado sus pensamientos. Él le cogió la mano y la sostuvo unos instantes.

—Gracias, Ria. Te agradezco tu amabilidad. Y tu sinceridad.

—Tonterías. —Ria se sintió de repente avergonzada y desvió la mirada—. Bebe, y volvamos a llenar nuestras copas. Esta noche, como dijiste antes, es una ocasión festiva y quiero proponer un brindis.

El vino desprendía burbujas en la botella, centelleando bajo la miríada de antorchas que iluminaban la sala. La Matriarca chocó su copa con la de Chiro.

—Por el futuro —deseó Ria—. No importa lo que nos depare.

Chiro sonrió y, relajándose, convirtió la sonrisa en una mueca bonachona.

—Sí. Por el futuro.

Los consejeros superiores se levantaron de sus asientos todos a una en el alto estrado, y el sonido de un pesado bastón que golpeó tres veces sobre la gran mesa impuso el silencio en la gran estancia.

—La votación ha terminado. —Carnon Imbro, que además de médico era el portavoz del consejo, se volvió e hizo una reverencia ante Keridil, al tiempo que le ofrecía el bastón del Sumo Iniciado en un gesto ceremonioso—. Ahora el Consejo de Adeptos solicita respetuosamente que Keridil Toln, Sumo Iniciado del Círculo, ratifique la decisión tomada por el cónclave.

Toda la asamblea se puso en pie, y Ria soltó un suspiro de alivio. No había habido ni un solo voto en contra de Chiro Piadar Lin, y, aunque el Sumo Iniciado tenía el poder del veto si lo deseaba, estaba segura —casi segura, se corrigió, sin querer tentar a la suerte— de que nada saldría mal.

Keridil se puso en pie. Con una mano se cogió al borde de la mesa para mantener su inseguro equilibrio, y con la otra alzó el bastón para que todos pudieran verlo con claridad.

—Amigos míos… —Su voz se atascó, y tosió para aclararse la garganta—. El voto unánime de la conferencia es que el adepto de séptimo grado, Chiro Piadar Lin, sea nombrado mi heredero y sucesor para el cargo de Sumo Iniciado del Círculo. Sólo me queda… —Frunció el entrecejo, dubitativo; Ria sintió que el pulso se le aceleraba e intentó no mirar a Lias Barnack, pero entonces la expresión de Keridil cambió, como si la confusión hubiera cesado—. Sólo me queda expresar mi más completo acuerdo con el voto y poner mi sello en la ratificación de la decisión del consejo.

El silencio se mantuvo mientras el Sumo Iniciado se inclinaba hacia adelante. Un sello brilló a la luz de las antorchas, Carnon vertió lacre en el documento que reposaba sobre la mesa, y, con solemnidad, Keridil apretó con fuerza el sello sobre el lacre todavía líquido.

Estaba hecho. Ria cerró los ojos y sintió que el alivio la inundaba, mientras que un murmullo de aprobación recorría la sala. Chiro fue obligado a levantarse de su asiento y, ruborizado, tuvo que dirigirse a la mesa, donde el Sumo Iniciado lo abrazó como si fueran parientes. Los delgados dedos de Keridil apretaron los brazos de Chiro y, sin que pudiera oírlo nadie más que Chiro, el Sumo Iniciado le dijo:

—Que los dioses te acompañen, hijo. Rezo porque tus días sean más pacíficos de lo que fueron los míos. —Alzó la mirada, y Chiro vio en ella la verdadera intensidad de su agotamiento—. Gracias, Chiro. Gracias por liberarme.

Aunque no pudo escuchar aquellas palabras, Ria se emocionó de manera inexplicable cuando vio que los dos hombres se separaban. En el otro extremo de la estancia, se abrieron las puertas de doble hoja y, al entrar el aire fresco del pasillo exterior, también se relajó de forma palpable la tensión. Se veía a la gente aflojar los tensos hombros, abandonar sus asientos, mezclarse, charlar; oyó que alguno dejaba escapar una risa de alivio, y la cuidadosa formalidad de la reunión dejó paso a la relajación general.

Había sido un duro día, pensó Ria. Aquella mañana, Carnon, con diplomáticas excusas, le había informado que el esfuerzo de asistir al banquete había minado la energía del Sumo Iniciado. Suponía que Keridil estaría bien para la conferencia, pero podría ser necesario un aplazamiento. Ria se había pasado la mañana rezando, pidiendo a los dioses que concedieran al Sumo Iniciado un respiro, y afortunadamente los dioses habían sido generosos. Mientras los asistentes a la asamblea pasaban junto a ella, algunos ya en dirección a las puertas, miró a Keridil, sentado ante la mesa, con Carnon y Chiro a su lado. Conversaban; vio sonreír a Keridil, lo oyó reírse, de manera tan silenciosa como el roce de las hojas de los árboles, y dio las gracias en silencio. Lo peor había pasado. Su grupo descansaría aquí un día más, quizás, y entonces…

—¡Matriarca!

Ria se volvió. La hermana Fiora se abría paso entre el gentío, y en cuanto vio la cara de la sanadora supo que algo no iba bien.

—Fiora… —Echó a andar hacia ella, tropezó con alguien debido a sus prisas, e hizo una pequeña reverencia a modo de excusa—. ¿Qué ocurre?

Fiora estaba ruborizada y sin aliento, la mirada llena de alarma.

—Matriarca, se trata de Avali. ¿Está aquí el médico Imbro?

Ria lanzó una rápida mirada al estrado.

—Está con el Sumo Iniciado, Fiora, ¿qué…?

—Debo hablar con él, Matriarca. Creo que ha llegado la hora del parto para Avali.

—¿El parto? —Ria se quedó parada—. Pero ¡si está en el séptimo mes!

—Lo sé. Pero hace una hora comenzó a quejarse de un dolor en la espalda, y luego… —Fiora meneó la cabeza—. Creo que el bebé está a punto de nacer y que puede haber serias complicaciones. Habría acudido antes a vos, pero no me dejaron entrar en la sala mientras se celebraba la conferencia —explicó, con un gesto de impotencia.

Ria maldijo para sí. Fiora era una sanadora experta, que conocía el alcance preciso de su capacidad. Si necesitaba la ayuda de Carnon, algo debía ir realmente mal.

—¿Avali está en su habitación? —preguntó.

—Sí, Matriarca.

—Vuelve con ella, rápido, y haz todo lo que puedas. —Keridil comprendería, se dijo a sí misma—. Yo llevaré a Carnon. ¡Vamos, vete!

Pálida, Fiora se marchó y Ria se apresuró a acercarse al estrado. Para alivio suyo, no hubo ni preguntas ni confusión; Carnon Imbro escuchó su petición, se disculpó inmediatamente, y, mientras seguía a Ria por el pasillo central de la sala, pidió a alguien que fuera a buscar su equipo médico y lo llevara a la habitación de Avali.

Los pasadizos del Castillo parecían no tener fin. Ria intentaba decirse que ella y Carnon eran demasiado viejos para correr, pero, cuando apareció ante su vista la puerta de la habitación de Avali, ambos iban a una velocidad nada acorde con su dignidad.

Y ya desde el principio del pasillo oyeron gritar a la chica.

Fiora salió a recibirlos a la puerta, y su expresión era de miedo incontrolado.

—Matriarca…, médico Imbro, sufre tanto… No sé qué…

Carnon no esperó a recibir más información sino que entró en la habitación dejando atrás a Fiora. Avali yacía en su cama, con las extremidades extendidas, el rostro convertido en una máscara de pánico ciego. Tenía la boca abierta y los sonidos que emitía su garganta eran los lamentos de una espantosa agonía. Dos de las hermanas más jóvenes intentaban sujetarla, pero su espalda se arqueaba espasmódicamente y movía los brazos y piernas como látigos, intentando escapar del dolor.

Desolada, Ria se volvió a Fiora, mientras el médico corría junto a la chica enferma.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—¡No lo sé, Matriarca! Cuando la dejé para ir a buscaros, tenía dolores pero estaba tranquila. Luego, cuando regresé…

Sus palabras se perdieron porque la voz de Avali subió de tono hasta convertirse en un alarido que cortó el aire como una cuchilla. Al mismo tiempo, Ria creyó oír a Carnon murmurando palabras de consuelo; lo vio inclinarse sobre la cama, y de repente los gritos de Avali cesaron. La chica se derrumbó y pasó a respirar con profundidad al acabar el espasmo y ceder ante el agotamiento.

Ria se acercó al lecho.

—Carnon, ¿qué ocurre? ¿Qué le pasa?

El médico la miró intranquilo.

—Todavía no lo sé, Matriarca. Pero su hijo nacerá esta noche y me temo que no será un parto normal.

Ria dejó escapar el aire entre los dientes apretados.

—¿Qué podemos hacer?

Antes de que Carnon pudiera responder, se oyeron pasos presurosos en el pasillo, y entró en la habitación una adolescente alta y desgarbada con el maletín médico de Carnon. Era Karuth Piadar, la hija de Chiro. Ria recordó que él había mencionado que Carnon la había aceptado recientemente como aprendiz, y con una exclamación de alivio corrió para coger el maletín que traía Karuth y entregárselo al médico.

—¿Puedo ayudar en algo, señor? —preguntó Karuth. Miró a Avali y a sus ansiosas acompañantes con una mezcla de compasión e interés profesional en sus grises ojos.

Carnon hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ahora no. Espera afuera. Ya te llamaré cuando te necesite. —Alzó la vista, se fijó en los preocupados rostros de las hermanas como si hasta el momento hubiera olvidado que estaban allí y por último se concentró en Ria—. De hecho, Matriarca, preferiría que vos y las hermanas salierais, menos la hermana Fiora, claro está. No podéis hacer nada y estaréis más cómoda en vuestros aposentos.

—Si estás seguro de que no podemos… —dijo Ria preocupada.

—Estoy seguro. Por favor, Matriarca…

Ria no discutió; sabía que era lo mejor. Seguida por Karuth, hizo salir a las hermanas y cerró la puerta tras ellas. Mientras las otras mujeres entraban en la habitación de al lado, Karuth le tocó el brazo respetuosamente.

—El médico Imbro hará lo que sea conveniente, Matriarca. Es el mejor médico del mundo, probablemente.

—Bendita seas, hija; lo sé. —Ria se esforzó en sonreír, emocionada por la lealtad de Karuth. Hizo ademán de seguir a las hermanas, pero despacio y a pesar suyo, no fuera a ser que Avali la llamara. Tal vez fuera un sentimiento estúpido, pero no lo podía evitar. Karuth anduvo a su lado, volviéndose cada poco a mirar la puerta cerrada. Ria, en un intento de distraerlas a ambas de lo que ocurría en la habitación de Avali, dijo:

—Tu padre me ha dicho que quieres ser médico, Karuth.

La chica se sonrojó. Siempre había sido una niña tímida, recordó Ria, y la adolescencia no le había dado todavía la confianza para sobreponerse a su timidez.

—Eso…, eso espero, señora. Si el médico Imbro considera que tengo la capacidad necesaria.

—Estoy segura de que así será. Pero espero que tus estudios no te obliguen a descuidar tus otros talentos. —La sonrisa de Ria se hizo más cálida—. Disfruté muchísimo con tu interpretación en el banquete, querida. Dicen que el manzón es un instrumento difícil de aprender, pero tu habilidad es francamente notable.

Karuth se sonrojó aún más y su expresión mostró una extraordinaria mezcla de placer e intensa vergüenza.

—Gra… gracias, Matriarca —consiguió balbucear—. No merezco vuestros elogios.

—Tonterías; no tienes por qué ser tan modesta. Eres una chica muy capacitada en muchos aspectos, Karuth. Deberías dar gracias a los dioses. Tus talentos resultarán muy útiles para el Círculo, ahora que tu padre… —Se detuvo al ver la mirada asombrada de Karuth. Claro, la chica no había estado presente en la conferencia, de manera que no podía saber el resultado.

—Oh, cielos —dijo la Matriarca sonriendo—. Lo siento, Karuth. No creo que éste sea el momento ni el lugar para que te enteres de esto, pero…, sí, tu padre será el próximo Sumo Iniciado.

Karuth volvió la cabeza y su oscura cabellera le ocultó el rostro, al tiempo que sus huesudos hombros se relajaban visiblemente. Al cabo de un instante, miró de nuevo a Ria y le devolvió la sonrisa.

—Me alegra que me lo hayáis dicho, Matriarca. He estado pensando en ello, dándole vueltas, pero con esta emergencia no he querido importunar a nadie.

—¿Estás contenta?

Hubo una pausa.

—Sí… sí, estoy muy contenta. Y me siento muy orgullosa por mi padre.

—Fue la elección de Keridil Toln. La votación fue unánime.

—¿De verdad? —El rostro de Karuth mostró una intensa satisfacción—. Eso resulta muy gratificante.

Estaba verdaderamente contenta, pero a la vez Ria vio que su mente seria ya comenzaba a contemplar un futuro que de repente se había cargado de nuevas e importantes obligaciones. Karuth tenía un profundo sentido de la responsabilidad, resultado quizá de la prematura muerte de su madre, que la había colocado en el papel de tener que velar por el bienestar de su padre y su hermano. Aquella responsabilidad se vería ahora redoblada. Sería el apoyo de Chiro, y cuando llegara la hora de que los dioses se llevaran a Chiro, transferiría esa lealtad de padre a hermano para convertirse también en el pilar de Tirand. Habría sido un gran elemento para la Hermandad, pensó la Matriarca. Pero no pudo evitar sentir cierta pena por la mujer que Karuth podría haber sido, de no haber estado tan marcado su futuro por las exigencias del deber. Había incómodos paralelismos con el esquema de la vida de Ria, aunque la chica era demasiado joven e inexperta para verlos. Ria sólo deseaba que, en años venideros, Karuth no encontrara motivo para lamentar el ascenso de su padre.

Apartó aquellos pensamientos de su mente e iba a hacer otra observación inocua para seguir la conversación, cuando desde la habitación de Avali les llegó un grito inhumano. Ria saltó como un pájaro alcanzado por una flecha y, sin querer, agarró a Karuth del brazo.

—Dioses, ¿qué…?

Se oyeron ruidos, la puerta se abrió y apareció el tenso rostro de Carnon Imbro.

—¡Karuth! —El médico vaciló al ver que Ria lo miraba con expresión conmocionada, pero en un instante recobró la compostura y llamó rápidamente a la chica—. Entra. ¡Rápido!

Karuth se adelantó, y Ria sintió que le quitaban el suelo de debajo de los pies.

—Carnon, ¿qué ocurre?

—Por favor, Matriarca… —Con la mano extendida le hizo señal de que no se acercara—. Id a vuestro dormitorio. Ahora no podéis ayudar a Avali.

—Pero algo habrá que…

—Rezad —dijo Carnon con sequedad—. Por el momento no se me ocurre nada más que pueda serle de ayuda.