RESACA EN SANSUEÑA

Racimo

(Fragmentos de un poema dramático)

I. Prólogo

Es el amanecer ligero del estío

En la costa del sur, cuando a lo lejos, leve

Sospecha de la luz, rizándose de rosa,

Abre la madreperla de su mar y su cielo.

Las gaviotas ya huyen, y se dilata el aire,

Y brota aún más la luz hasta dorar las palmas

Soñolientas, caídas sobre arenas oscuras

Que van bebiendo noche con un polvo de estrellas.

Ahora el calor asciende como una nube vaga

De lánguido sopor por las calles, terrazas,

Blancas tapias del pueblo, confusión de la espuma,

Tal se confunde el agua con su verde alameda.

El aroma del mar vasto y denso suspende

Los mortales dormidos bajo un clásico encanto,

Y modela los cuerpos con fuertes líneas puras,

Y en las venas infiltra las pasiones antiguas.

Con la gracia inocente de esbeltos animales

Se mueven en el aire estos hombres sonoros,

Bellos como la luna, cadenciosos de miembros,

Elásticos, callados, que ennoblecen la fuerza.

Las mentiras solemnes no devoran sus vidas

Como en el triste infierno de las ciudades grises.

Aquí el ocio es costumbre. Su juventud espera.

La hermosura se precia. No alienta la codicia.

Esta es la gente clara y libre de Sansueña.

Aptos al sufrimiento, el canto les redime

De llorar la miseria, y la tierra fecunda

Les regala con frutos y el mar con plata viva.

Pero una estatua ciega dio al pueblo la leyenda

De algún poder maligno que al acecho estuviera

Desde remotos siglos en un mármol ahogado.

Comienza el drama ahora. Escuchad silenciosos.

II. Monólogo de la Estatua

Por la noche del mar, donde la luz resbala

Azul y misteriosa tal a través de un sueño,

Sin alcanzar al fondo remoto de las aguas

El filo de su espada rota en estrellas ciegas,

Uno a uno los siglos morosos del destierro

Pasaron sobre mí. Soy la piedra divina

Que un desastre arrojara desde el templo al abismo

Poniendo al poderío término entre las sombras.

Soy aquel que remotas edades adoraron,

Tal la forma del día. Mancebos y doncellas

Con voces armoniosas elevaban al aire

Himnos ante la gloria blanca de mis columnas.

Pero los pueblos mueren y sus templos perecen,

Vacíos con el tiempo el cielo y el infierno

Igual que las ruinas. Vinieron nuevos dioses

A poblar el afán temeroso del hombre,

Quedando mis altares sin guirnaldas ni aromas,

Aunque la soledad callada de los mares

Alguna vez trajera, de un naufragio lejano,

Ecos de sacrificio a mis aras desiertas.

Lleno estoy de recuerdos. Su tormento me abre

Como llaga incurable el hueco de la gloria,

Gloria que no soñé, gloria que yo llevaba

Con su nimbo visible de luz sobre mi frente.

Pasan mientras las olas con revuelta marea

A juntar con sus aguas las aguas del olvido,

Y recubren mi cuerpo, blanco como las nubes,

Del limo que corroe los mármoles sagrados.

Aún espero el rescate de las aguas profundas,

La paz de las auroras futuras, devolviendo

A la tierra algún día este mármol caído,

Forma mortal de un dios inerme entre los hombres.

III. Final

Aquel rincón tan claro cuando el sol lo alumbraba,

Ahora es silencio y sombra, y el aire, más profundo,

Negra corola inclina con un polen de oro

Bajo el soplo nocturno que refresca el estío.

Blancura de jazmines, de nardos, de magnolias,

Aroma da a los patios, mientras la voz del agua

Clara, desde los mármoles, a través de las rejas,

Acompaña el coloquio de los enamorados.

Entre las tapias altas con densas madreselvas

De jardines cerrados, turba la calle en calma

El canto repetido del grillo, y el murmullo

Más sordo de las olas viene por las esquinas.

A la orilla del mar, donde la espuma sueña

Tibia sobre la arena, vagan dejos de amores

Y penas, pero la noche amargamente sabe

Curar heridas viejas a las almas cansadas.

A sus cuevas han vuelto las pasiones diarias,

Porque el sueño en reposo deja al pueblo. Son estas

Horas de goce puro, en su quietud aérea,

Iguales a esa roca toda abierta en terrazas,

Escalones de gracia que a la luna se ofrecen.

Si alguna piedra cae, abre unos leves círculos

Al hundirse en el agua. Si una luz fugaz pasa,

Traza un brillo irisado en ventanas distantes.

Ninguna voz responde a la pena del hombre,

Que no es voz la guitarra rasgueada a lo lejos,

Honda como un recuerdo, vaga como un suspiro.

Sobre el campo dormido, la noche lenta gira

Por el cielo, dejando sobre vivos y muertos

Fluir la paz oscura de algún edén remoto.

Aquí acaba el poema. Podéis reír, marcharos.

Su fábula fue escrita como la flor se abre.