Capítulo 6

 

Tiene que haber algún error.

Ria se detuvo y miró la pista del aeropuerto, completamente desconcertada. El elegante y pequeño reactor que brillaba bajo la luz del sol no era en modo alguno el aparato que esperaba ver.

Alguien se había equivocado.

Cuando llegó al aeropuerto, se sentía más vulnerable y derrotada que nunca. Había fracasado en el intento de convencer a Alexei, lo cual significaba que su país y ella misma estaban condenados al desastre. Ya no podía hacer nada.

Pero, en cualquier caso, no esperaba que la recibiera un hombre de uniforme ni que la llevara a uno de esos reactores que usaban los ricos y famosos para viajar a sus islas privadas o algún hotel de cinco estrellas.

–Esto no tiene sentido. Creo que se están equivocando de persona –insistió ella.

–Ni mucho menos.

El hombre que habló estaba frente a ella, en lo alto de la escalerilla del reactor. Ria no lo había visto hasta entonces, pero, a pesar del ruido de la pista y del viento que se había levantado, reconoció su voz de inmediato.

Era él.

Alexei Sarova, a quien creía haber dejado atrás para siempre, en su despacho de sus oficinas de Londres.

La miró con intensidad y sonrió. Se había puesto una camisa blanca y unos vaqueros desgastados. El viento jugueteaba con su corto cabello, y a Ria le pareció más guapo y más imponente que nunca.

–No hay ningún error. He pedido que te traigan aquí.

–¿Tú? Pero… ¿por qué?

–Porque me pareció absurdo que viajaras sola y en clase turista cuando los dos nos dirigimos al mismo sitio.

–¿Qué has dicho?

Ria se preguntó si lo había entendido bien. ¿Le estaba diciendo que la iba a llevar a Mecjoria? Y, si la iba a llevar, ¿significaba eso que tenía intención de aceptar su oferta y reclamar el trono? No se lo podía creer.

–Lo que has oído. Y ahora, ¿nos vamos a quedar hablando todo el día? ¿O prefieres que subamos al avión y nos sentemos?

–Yo… –dijo, aún perpleja.

–Todo está preparado. Podemos despegar de inmediato. Pero, si esperamos demasiado, nos arriesgamos a que la torre de control dé preferencia a otro vuelo.

–No iré contigo a ninguna parte.

Él la miró con humor. Cualquiera habría dicho que, en menos de veinticuatro horas, Honoria Escalona había pasado de rogarle que viajara a Mecjoria y reclamara el trono a no dar importancia al asunto.

Pero no se dejó engañar.

–Ah, ¿ya no te parece tan importante que reclame el trono? Si no recuerdo mal, dijiste que el país podía caer en el caos. Sin embargo, si la situación no es tan urgente…

Ella se maldijo para sus adentros. No sabía cómo era posible que Alexei hubiera cambiado tan deprisa de opinión, pero era obvio que, si estaba dispuesto a ayudarla, tenía que aprovechar la oportunidad.

–¡Está bien! –exclamó, molesta.

Ria frunció el ceño, sacó fuerzas de flaqueza y subió por la escalerilla. De hecho, subió tan deprisa que estuvo a punto de llevarse a Alexei por delante.

¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba tan preocupada que la noche anterior no había pegado ojo. Se había dedicado a dar vueltas y más vueltas a su desastroso encuentro con Alexei, pensando en las cosas que había hecho mal, en lo que no debía haber dicho y en lo que debía haber dicho y no dijo. Incluso llegó a alcanzar el teléfono en un par de ocasiones, prácticamente decidida a llamarlo e intentarlo de nuevo.

Al final, rechazó la idea de llamar porque había llegado a la conclusión de que no podía hacer nada por convencerlo. Y varias horas después, contra todo pronóstico, Alexei se presentaba en el aeropuerto con la intención de llevarla a Mecjoria y reclamar el trono.

Era increíble.

–No entiendo nada –le confesó.

Alexei no pareció dispuesto a dar explicaciones. La miró en silencio, la tomó del brazo y la llevó al interior del aparato, sin más.

Por su antigua posición social, Ria estaba más que acostumbrada a viajar en aviones privados; había acompañado muchas veces a otros miembros de la familia real e incluso a su propio padre en sus viajes oficiales, pero ninguno de esos aviones estaba a la altura del jet de Alexei. En comparación, los otros parecían antiguos y tan conservadoramente formales como el régimen de Mecjoria.

Fue una sorpresa de lo más agradable. El interior era elegante, moderno y lujoso, con alfombras de color rojizo y mucha luz. Los sillones, de color claro, tenían un aspecto tan cómodo que apetecía sentarse en ellos.

Sin embargo, también fue una sorpresa inquietante. El hecho de que Alexei tuviera un avión como ese indicaba que no estaba hablando con un hombre simplemente poderoso, sino con un hombre inmensamente rico, que no necesitaba absolutamente nada de un diminuto e insignificante reino del Este de Europa. ¿Por qué se rebajaba entonces a reclamar el trono? ¿Solo por molestar a Ivan?

Fuera por el motivo que fuera, parecía dispuesto a apoyarla, así que se calló sus inquietudes y siguió caminando.

–Siéntate, por favor –dijo él.

Ria tomó asiento, nerviosa. Alexei estaba tan cerca de ella, y la belleza y la fuerza de su cuerpo resultaban tan abrumadoras, que le costaba respirar. Hasta se sintió aliviada cuando el piloto se preparó para despegar y los motores empezaron a rugir. Hacían tanto ruido que, durante unos momentos, tuvo la excusa perfecta para no decir nada.

Por otra parte, había conseguido lo que quería. Alexei iba a viajar a Mecjoria. Y lo demás carecía de importancia.

–Abróchate el cinturón.

Él se sentó frente a ella y estiró sus largas piernas. Por lo visto, no tenía la menor intención de darle explicaciones sobre su cambio de actitud. Al menos, por el momento.

Alexei se giró hacia la ventanilla y se dedicó a mirar la pista. Al cabo de un par de minutos, el aparato despegó con toda la potencia de sus motores y el piloto recogió el tren de aterrizaje. Ria se aferró a los brazos del asiento, todavía asombrada con el hecho de que el destino le hubiera concedido una segunda oportunidad.

Pero, paradójicamente, su éxito solo sirvió para que se sintiera más nerviosa. ¿Había hecho bien al hablar con Alexei? ¿Tenía derecho a anteponer las necesidades de su familia y las suyas propias a todo lo demás? Su preocupación por Mecjoria era tan absolutamente sincera como su temor a que Ivan accediera al trono. Sin embargo, no estaba segura de que Alexei fuera mejor candidato.

Ria se acordaba de las historias sobre su vida en Londres, que los periódicos habían publicado con todo detalle. En cierta ocasión, lo habían fotografiado con la nariz llena de sangre y un ojo morado, como si se acabara de pelear. Aunque ninguna de esas historias era tan terrible como la de su hija. La prensa había dicho que la pequeña había muerto porque su padre la había dejado abandonada, y Alexei ni siquiera se había molestado en negarlo.

¿Habría tomado la decisión correcta? ¿Sería un buen rey para Mecjoria?

Sencillamente, no tenía forma de saberlo; pero se consoló pensando que, tanto si resultaba ser un buen rey como si no, era el heredero legítimo.

El avión alcanzó la altitud de crucero y dejó de subir, pero Ria se quedó algo mareada por el rápido ascenso y por su propia agitación interior. Sabía que ya no podía volver atrás; había tomado un camino y debía seguir adelante, pasara lo que pasara.

–¿Te apetece comer algo?

–No, gracias.

–¿Una bebida, entonces? –insistió Alexei, con la cortesía de un perfecto anfitrión.

–Un café, si es posible. Nos esperan casi cinco horas de viaje.

Alexei alzó una mano para llamar la atención de la azafata.

–Bueno, no te preocupes por eso. Estoy seguro de que no te aburrirás. Tenemos muchas cosas que hacer –dijo.

–¿Tenemos?

Alexei la miró, completamente relajado.

–Por supuesto. Según mi reloj, tienes cuatro horas para convencerme de que considere la posibilidad de reclamar el trono de Mecjoria y permita que me coronen rey.

–¿Cómo? –preguntó, asombrada–. Pero yo creía que…

–¿Sí?

–Pensaba que ya habías tomado esa decisión –contestó Ria–. Al fin y al cabo, estás aquí. Y nos dirigimos a…

–Sé adónde nos dirigimos. De hecho, he dado instrucciones para que aterricemos en el aeropuerto de la capital –Alexei le lanzó una mirada extraordinariamente seria–. Pero eso no significa que tenga intención de bajar del avión contigo.

Su tono era rotundo, implacable, carente de emoción alguna, y mirar a sus ojos, como contemplar las aguas heladas de un lago oscuro, profundo e impenetrable. Se había limitado a hacerle una pequeña concesión; pero, por lo visto, se volvería a Londres si no encontraba la forma de convencerlo.

–Deberíamos llegar a las cinco de la tarde, con el horario de Mecjoria –continuó él–. Tienes hasta entonces para persuadirme de que no me marche por donde he venido.

Ria supo que estaba hablando completamente en serio, y se puso un poco más nerviosa. En ese momento, la azafata apareció con el café y ella buscó refugio en la cálida y fragante bebida, intentando poner en orden sus pensamientos. Había cometido un error; había interpretado que Alexei la llevaba a Mecjoria porque se lo había pensado mejor y quería asumir la jefatura del Estado, pero las cosas no iban a ser tan fáciles.

Además, el hecho de que estuviera sentada frente al hombre más atractivo que había visto en su vida no contribuía a calmar sus nervios. Su antiguo encaprichamiento infantil con el Alexei adolescente era insignificante en comparación con la atracción sexual que sentía en esos momentos. Cada vez que él se movía, su cuerpo la traicionaba con una nueva descarga. Estaba tan húmeda que cruzaba y descruzaba las piernas una y otra vez, incómoda.

–Ya te dije que…

Él sonrió y la interrumpió.

–Pues dímelo otra vez. Tenemos tiempo de sobra.

Alexei sentía curiosidad. Quería saber si le iba a plantear los mismos argumentos del día anterior o si iba a cambiar de estrategia. Aunque, por otra parte, la cuestión seguía siendo la misma; le había hecho una oferta que podía cambiar su vida de un modo tan radical que, en lugar de dormir, se había pasado casi toda la noche pensando e investigando la situación política de Mecjoria.

Contrariamente a lo que le había dicho a Ria, estaba bastante bien informado sobre la situación del país. La investigación nocturna confirmó las palabras de su antigua amiga, pero sirvió para que descubriera una cosa que ella se había callado, un elemento tan importante como sorprendente para él.

Algo que lo cambiaba todo.

¿Por qué no le habría contado toda la verdad? ¿Por qué se lo había ocultado? ¿Qué ganaba con ello?

Ria cambió de posición; cruzó las piernas de nuevo y los sentidos de Alexei se despertaron al instante. Su cercanía lo estaba volviendo loco. Había cometido el error de besarla y de acariciar sus curvas y ahora no podía compartir el mismo espacio con ella sin que le hirviera la sangre en las venas. Pero, de momento, sería mejor que olvidara sus apetitos sexuales y se lo tomara con calma.

Tenía a Ria donde quería. Antes de dar el siguiente paso, se encargaría de que comprendiera que estaba en sus manos. Eso aumentaría el placer de vengarse de la familia que los había exiliado a su madre y a él.

–Convénceme –insistió.

Como no tenía más alternativa, Ria le volvió a presentar sus argumentos. Se lo dijo todo; salvo lo relacionado con sus intereses personales, porque estaba segura de que solo podían jugar en su contra. Era consciente de que Alexei odiaba a su familia y de que no haría nada que la pudiera beneficiar.

Hora y media después, dejó de hablar, respiró hondo y alcanzó el vaso de agua que había sustituido a su café anterior. Después, dio un trago y miró al hombre que estaba frente a ella, esperando una respuesta.

Pasaron varios segundos de incómodo silencio. Los que Alexei necesitó para alcanzar su propio vaso de agua, sin dejar de mirar a Ria, y beber.

–Muy interesante –dijo al fin–. Pero sospecho que la situación no es tan sencilla como parece a simple vista. Necesito saber algo más.

Ella asintió.

–Pregunta lo que sea y te contestaré.

–¿Lo que sea? –preguntó Alexei, con expresión desafiante.

–Sí, eso he dicho.

–Entonces, háblame de tu matrimonio.

–¿De mi matrimonio?

A Ria se le hizo un nudo en la garganta. De repente, tuvo la sensación de que el mundo se derrumbaba a su alrededor.

–Sí, del matrimonio que tu padre ha concertado. Individualmente, tengo más derecho que nadie a reclamar el trono de Mecjoria. Nadie está por encima de mí. Si quiero reclamar el trono, por supuesto.

Ria se estremeció. Una vez más, Alexei dejaba caer la insinuación de que podía rechazar el trono y dejarla en la estacada. Pero eso no le preocupó tanto como la sospecha de que estaba informado de todo y de que lo había estado desde el principio; de que había estado jugando con ella al gato y el ratón.

–Pero has olvidado mencionar que Ivan y yo no somos los únicos con derecho a reclamar el trono de Mecjoria –prosiguió él.

Alexei dejó su vaso de agua en la mesa, con deliberada lentitud. Después, se levantó del asiento y la obligó a alzar la cabeza para mirarla a los ojos. Estaba tan imponente que Ria se quedó sin aire.

–Has olvidado decir que Ivan y tú tenéis una relación muy particular en lo relativo a ese aspecto. Por sí mismo, no tendría ninguna oportunidad ante mí; a fin de cuentas, yo estoy por encima en la línea de sucesión, pero, si se casa contigo, su candidatura al trono sería prácticamente imbatible.

Ria notó que se había quedado pálida como la nieve. Y supo que esa misma palidez confirmaba las palabras de Alexei.

–¡Yo no me voy a casar con él!

Él le lanzó una mirada cargada de escepticismo.

–¿Insinúas que lo que he dicho no es cierto? ¿Me estás diciendo que Ivan puede acceder al trono sin tu ayuda, por sus propios medios? ¿Que no necesitas que libere a tu padre y os devuelva la fortuna que os ha confiscado?

Ella tragó saliva, nerviosa.

–No, yo…

Ria no le había contado toda la verdad, pero tampoco le había mentido. La perspectiva de que la condenaran a vivir con Ivan le resultaba odiosa. Habría dado cualquier cosa por recuperar su libertad, el control de su propia vida. Y, si no conseguía el apoyo de Alexei, sus últimas esperanzas saltarían por los aires.

–Estoy esperando una respuesta, Ria.

–Es verdad. Todo lo que has dicho es cierto. Si me casara con él, el trono de Mecjoria sería suyo –admitió.

–¿Si te casaras con él? Discúlpame, pero tengo entendido que ya se ha firmado el acuerdo matrimonial.

Ria no pudo negarlo. El acuerdo había sido cosa de su padre, que lo había redactado y firmado sin pedirle permiso ni informarle siquiera. Había jugado con ella como si fuera un vulgar peón de ajedrez.

–¿Cómo lo has sabido?

Lo preguntó con verdadero interés, porque la afirmación de Alexei la había dejado atónita. Ni ella misma lo había sabido hasta unos días antes.

–Tengo mis fuentes –se limitó a contestar.

Alexei había llamado a sus contactos para averiguar qué se escondía exactamente tras la pretensión de Ria de que volviera a Mecjoria. Estaba seguro de que le ocultaba algo, pero jamás lo habría adivinado.

Desde que sabía la verdad, no había pensado en otra cosa. Aquello lo cambiaba todo. Había creído que Ria le había dado el documento y le había ofrecido el trono porque esperaba que sacara a su padre de la cárcel y le devolviera la fortuna que habían confiscado a su familia. Pero el descubrimiento del matrimonio concertado con Ivan Kolosky complicaba las cosas. Y no entendía nada. ¿Por qué lo habría guardado en secreto?

Además, tampoco parecía lógico que rechazara el matrimonio con Ivan. Si se casaba con él, tendría todo lo que pudiera desear y se convertiría en reina de Mecjoria, es decir, lo que Gregor Escalona había pretendido desde el principio. Por eso se había encargado de que Honoria llevara una vida perfecta y socialmente intachable; por eso había cuestionado la legitimidad del matrimonio de sus padres.

Sin embargo, seguía sin entender la actitud de Ria. ¿Por qué no se lo había dicho? Aparentemente, no tenía ni pies ni cabeza.

 

 

Durante la noche anterior, Alexei se había repetido una y mil veces que por fin había encontrado la forma de vengarse por lo que les habían hecho a su madre y a él, al dejarlos sin dinero y expulsarlos del país. Se había convencido a sí mismo de que esa era la única razón por la que le interesaba la oferta de Ria.

Pero las cosas habían cambiado. Ahora podía tener más, mucho más. Y vengarse de ellos al mismo tiempo.

–¿Qué te parece si empiezas por contarme toda la verdad, Ria?

Ella le lanzó una mirada trémula, que solo sirvió para reforzar su decisión de llegar al fondo de aquel asunto. Se había presentado en el aeropuerto para concederle una segunda oportunidad y escuchar la historia de sus propios labios; pero su concentración estalló en mil pedazos en cuanto vio la coleta en la que se había recogido su cabello rubio, la elegancia de sus rasgos y el destello de sus ojos.

Estaba fascinado con ella. Le gustaban sus pendientes de plata, sus manos finas, la forma en que se curvaban sus suaves y sonrosados labios cuando quería enfatizar alguna cosa. Le gustaba todo de ella. Se veía obligado a hacer verdaderos esfuerzos para conservar la calma y no asaltar su boca. A pesar de sus muchos y antiguos desencuentros, la deseaba más de lo que había deseado a nadie.

Sin embargo, en esos momentos tenía algo más importante en lo que pensar. No le había dicho nada de su primo, y necesitaba respuestas. Sobre todo, porque no soportaba la idea de que Ria estuviera con otro hombre, y, mucho menos, si ese hombre era Ivan.

–Sinceramente, no te entiendo –continuó hablando–. ¿Por qué fuiste a verme? ¿Por qué me has ofrecido el trono de Mecjoria? Todo sería más fácil para ti si te casaras con Ivan. Te convertirías en reina.

–Puede que mi padre quiera eso, pero yo no.

Él la miró con interés.

–¿No quieres ser reina?

–¿Y tú? ¿Quieres ser rey? –replicó ella con ironía.

Alexei hizo caso omiso de sus palabras.

–¿Cómo supiste que Gregor pretendía casarte con él?

Por la expresión de Ria, Alexei supo que no era una pregunta que le apeteciera contestar. Pero no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

–¿Cómo lo supiste? –repitió, implacable.

Ella alzó la barbilla con orgullo.

–Mi padre tenía el acuerdo matrimonial en su caja fuerte. Ha estado allí todo el tiempo, pero yo lo descubrí por casualidad. Cuando lo encarcelaron, mi madre me pidió que abriera la caja fuerte por si contenía algún documento que le pudiera ser de ayuda. Encontré el acuerdo y el documento que te entregué.

–¿Me estás diciendo que no sabías nada?

Ria sacudió la cabeza.

–Nada de nada –respondió con amargura.

Alexei, que decidió concederle el beneficio de la duda, guardó silencio y esperó a que continuara con su explicación.

–Como ya sabes, los matrimonios concertados son tan comunes entre la aristocracia de Mecjoria que nadie espera casarse por amor. Yo tampoco lo esperaba, pero desconocía los planes de mi padre –afirmó–. De todas formas, lo único que me importa en este momento es mi país. No exageraba cuando te dije que se encuentra al borde del caos. Alguien tiene que asumir el trono; y, si no eres tú, será Ivan.

–Pero ni tú ni yo queremos que Ivan sea rey.

–No. Porque tú y yo sabemos que eso sería un desastre.

Alexei la miró con detenimiento. Ahora sabía que Ria se había dirigido a él porque estaba entre la espada y la pared. No le había ofrecido el trono porque hubiera encontrado un documento que demostraba la legitimidad de la boda de sus padres y, en consecuencia, su propia legitimidad, sino porque lo necesitaba. Si no le daba su apoyo, se vería obligada a casarse con Ivan. Y no estaba dispuesta a sacrificarse tanto por su propio país.

–Entonces, ¿harás lo que te pido? ¿Aceptarás el trono?

Ria lo miró esperanzada, y él la maldijo para sus adentros. Evidentemente, creía que se iba a salir con la suya, que había encontrado la forma de salvar la situación sin tener que casarse con aquel canalla.

Alexei se sintió profundamente manipulado. Ria le había ocultado información a propósito, y solo le había dicho la verdad cuando no le quedó más remedio. Pero la deseaba de todas formas y, por otra parte, había demostrado ser tan astuta que estaba convencido de que sería una buena reina.

–Bueno, es posible que me deje convencer –respondió.

La sonrisa que apareció en los labios de Ria estuvo a punto de destrozar la forzada contención de Alexei, a quien le faltó poco para perder los estribos. La gran duquesa creía haber ganado la partida, y se arriesgaba demasiado. No podía saber que él conocía todos sus secretos, y que tenía intención de utilizarlos cuando le pareciera mejor.

Pero Alexei sabía esperar. Prefería disfrutar de los placeres poco a poco, lentamente. Así, resultaba más entretenido.

–¿Lo dices en serio? –preguntó ella.

–Desde luego que sí –respondió él, mirándola a los ojos–. Haré lo que me pides. Pero con determinadas condiciones.