Capítulo 4
En calidad de rey.
Las palabras de Ria fueron como una bofetada para Alexei, que se quedó completa y totalmente perplejo.
¿La habría oído bien?
Jamás se habría imaginado que le iba a ofrecer el trono de Mecjoria. De sus palabras, había deducido que estaba allí para pedirle ayuda, y que le había llevado el documento sin más intención que ablandarlo. A fin de cuentas, era un hombre poderoso; perfectamente capaz de sacar a su familia de la pobreza y el descrédito.
Cuando Ria le besó la mano y se apretó contra él, pensó que lo estaba tentando por motivos que no tenían nada que ver con el deseo. Pero se dejó tentar porque la deseaba, porque ninguna mujer lo había excitado tanto con tan poco. Ninguna de las muchas mujeres con las que había salido.
Sin embargo, sus días de conquistador eran cosa del pasado. Alexei había empezado a cambiar tras su desgraciada experiencia con Mariette y la trágica muerte de Belle, su hija. Su apetito se había desvanecido. Ya no disfrutaba del placer de la conquista, aunque tampoco se podía decir que necesitara conquistar a nadie; hiciera lo que hiciera, las mujeres se arrojaban casi literalmente a sus brazos.
Alexei no se engañaba a sí mismo. Sabía que no se sentían atraídas por él, sino por su riqueza y su posición social. A pesar de ello, aceptaba sus atenciones y disfrutaba de ellas de vez en cuando. Pero ninguna le había gustado tanto como le gustaba Honoria Escalona, la antigua y joven amiga que se había transformado en una criatura sorprendente y maravillosamente sensual.
Una mujer que, como muchas otras, estaba dispuesta a ofrecer sus servicios sexuales a cambio de algo. Una mujer que acababa de desbaratar su deducción; porque, si no estaba allí para pedirle ayuda, ¿qué quería?
–¿Me estás tomando el pelo? –bramó.
Alexei la miró con dureza, pero, al ver su expresión de vulnerabilidad, se empezó a preocupar y dijo:
–Es una broma, ¿no?
Ella sacudió la cabeza, sin decir nada.
–Tiene que ser una broma. Y de muy mal gusto.
Ria se mordió el labio inferior y tragó saliva antes de hablar.
–No, me temo que no.
–Pero eso no tiene ni pies ni cabeza. No es posible que me estés diciendo la verdad.
–¿Por qué no?
–Porque tu padre no tendría nada que ganar.
Ria lo miró con desconcierto.
–¿Mi padre?
La afirmación de Alexei le pareció de lo más irónica. Obviamente, pensaba que estaba allí porque su padre se lo había pedido, pero su padre era la última persona del mundo que deseaba verlo en el trono. De hecho, sería uno de los principales beneficiarios de la operación que se pondría en marcha si ella no lograba convencer a Alexei.
Sin embargo, se había prometido a sí misma que no le contaría esa parte de la historia. No quería utilizar su triste situación personal en beneficio propio. Los Escalona ya le habían hecho demasiado daño.
–Sí, eso he dicho, tu padre –respondió Alexei–. Por eso estás aquí, ¿verdad? Porque él te lo ha ordenado.
Ella volvió a sacudir la cabeza.
–No, mi padre no me ha enviado a verte. Aunque la decisión que tomes tendrá efectos en su vida y en las vidas de todos los habitantes de Mecjoria.
–¿Y crees que sus vidas me importan?
–Te deberían importar.
–¿Por qué?
–Porque, si no haces algo, el país caerá en el caos. Habrá muertos, heridos… la gente lo perderá todo.
Esa vez fue Alexei quien guardó silencio. Ria hablaba con tanta desesperación que había despertado su interés.
–Si tú no ocupas el trono, lo ocupará Ivan.
Alexei respiró hondo y entrecerró los ojos, como si la información de Ria le desagradara profundamente. A fin de cuentas, Ivan Kolosky era una de las personas que habían hecho lo posible por destrozar la vida de Alexei; precisamente, para impedir que pudiera reclamar el trono. Y a pesar de que eran primos lejanos, se odiaban con todas sus fuerzas.
–¿Cómo es posible que Ivan sea el siguiente en la línea de sucesión? –preguntó Alexei, sin entender nada.
–Veo que no recuerdas las leyes de Mecjoria –comentó Ria–. Como Felix y los reyes anteriores no tuvieron descendencia directa, el trono debe pasar al siguiente en la línea de sucesión… y ese hombre eres tú.
–O Ivan, si no acepto tu oferta.
–Sí, así es.
–En ese caso, problema resuelto.
Ria lo miró a los ojos, esperanzada.
–Entonces, ¿estás dispuesto a…?
–No me interpretes mal –la interrumpió–. Solo iba a decir que ya tenéis heredero; un hombre que desea el trono mucho más que yo. Y con la ventaja de que ni siquiera tendréis que demostrar su legitimidad.
–Pero Ivan no es el primero en la línea de sucesión. Solo lo será si tú renuncias a tus derechos dinásticos –declaró ella, angustiada.
–¿Y qué?
–¡No podemos permitir que ocupe el trono!
Alexei le lanzó una mirada tan intensa y fría que la dejó clavada en el sitio.
–¿Podemos? –dijo con sorna–. ¿Por qué hablas en plural? Tú y yo no formamos un equipo. No tenemos los mismos intereses.
–Piensa en el bien de Mecjoria, por favor…
Él sonrió.
–Discúlpame, pero no quiero saber nada de Mecjoria, nada en absoluto. Nunca fue un hogar para mí.
–¿Es que no sabes lo del eruminium, lo del mineral que han descubierto en las montañas? –le preguntó.
–Sí, claro que lo sé.
–Y también sabrás que han empezado a extraerlo…
Alexei arqueó una ceja.
–Sí. Supongo que será una excelente fuente de ingresos para mi querido primo.
–¿Es que no lo comprendes? Será una gran fuente de ingresos, pero el eruminium sirve para fabricar armas tan peligrosas como las bombas atómicas.
–Sigo sin saber adónde quieres llegar.
–A que Ivan carece de escrúpulos. Se lo venderá al mejor postor, sin preocuparse de lo que puedan hacer con él.
–¿Y crees que yo no haría lo mismo?
–Espero que no –dijo, nerviosa.
A Ria ya no le importaba que Alexei se diera cuenta de lo preocupada que estaba. Nada había salido según sus planes. La gente le había dicho que solo tenía que hablar con él y hacerle entrar en razón; que no rechazaría una oferta como esa. Al fin y al cabo, el trono de Mecjoria le daría tanto poder como riqueza.
Pero, cuando volvió a mirar al elegante y peligroso hombre que estaba ante ella, pensó que las personas que le habían dicho eso no lo conocían en absoluto. Alexei Sarova ya tenía todo lo que podía necesitar.
Además, Ria era consciente de que caminaba por la cuerda floja. Si él llegaba a saber que ella era una de las principales beneficiarias de que aceptara el trono, perdería cualquier posibilidad de convencerlo. La odiaba demasiado.
–¿Solo lo esperas? –preguntó Alexei, con una ironía que abrió nuevas fisuras en la coraza emocional de Ria–. Supongo que no puedo esperar otra cosa de ti.
En el fondo de aquellos ojos negros latía algo que la atraía y la aterrorizaba al mismo tiempo, pero había algo más, algo que no alcanzaba a adivinar.
–No puedo estar segura –se defendió–. No te conozco.
Alexei asintió.
–Sí, eso es cierto.
–Sin embargo, sé que el país se hundirá en el caos si no solucionamos pronto el asunto de la sucesión. Hasta es posible que la gente se rebele.
Él volvió a sonreír.
–Y a tu padre no le gustaría que la gente se rebele, ¿verdad? –comentó–. Pero sigo sin entender qué ganaría yo en todo ese asunto. Tu padre traicionó la memoria del mío al afirmar que su matrimonio con mi madre no tenía validez. Es obvio que quería una persona distinta para el trono, además de asegurarse todo el poder posible para sí mismo.
Las palabras de Alexei dañaron un poco más la capa defensiva de Ria, dejándola dolorosamente expuesta. No podía defender a su padre de aquellas acusaciones. De hecho, no sentía el menor deseo de defenderlo. Hasta podría haber añadido argumentos en su contra.
–Ese hombre destruyó a mi madre, le quitó todo lo que tenía y la expulsó de su país, de su hogar –le recordó.
Ria pensó que también lo había desterrado a él, y se maldijo a sí misma por haber creído la versión de su padre, por haber pensado que era hija de un hombre leal a Mecjoria. Pero ahora sabía que Gregor había jugado con ella; estaba informado de que el matrimonio de la madre de Alexei era perfectamente legítimo, así que había ocultado el documento para expulsarla de la corte.
–Bueno, creo que te ha ido bastante bien.
Él arqueó una ceja.
–¿Que me ha ido bien?
Ella guardó silencio.
–Si te refieres a que tuve que trabajar día y noche para mantener a mi madre y asegurarme de que recibiera el tratamiento médico adecuado, sí, supongo que me fue bien –continuó Alexei–. Pero, al margen de lo que yo tuviera que hacer y de lo que haya conseguido, nada justifica lo que hizo tu padre, ni me obliga a mí a ayudarlo.
–No, por supuesto que no.
–Entonces, ¿qué quieres de mí?
–¿No comprendes que tú pudiste tener algo que ver con los motivos que lo empujaron a enviarte al exilio?
–¿Qué significa eso?
Ria se quedó sin habla. Sin darse cuenta, acababa de saltar de la sartén al fuego. Solo pretendía decir que la actitud rebelde de Alexei había contribuido a la reacción de Gregor contra él y su familia; pero había insinuado otra cosa y no se le ocurría la forma de volver atrás. Su comportamiento en la corte no había sido tan importante como un escándalo bastante más oscuro que había tenido lugar en Inglaterra.
–Nada… no significa nada. Lo siento. Es evidente que…
Alexei la miró con desconfianza.
–Olvídalo, por favor –continuó ella–. No pretendo remover el pasado.
–No, será mejor que no lo hagas. Por lo menos, si quieres que ayude a tu padre; porque, de lo contrario, me encargaré de que arda en el infierno.
La amenaza de Alexei la sacó de sus casillas.
–Pues ardería contigo, ¿no te parece? –bramó, enfadada–. A fin de cuentas, lo que mi padre hizo es poca cosa en comparación con dejar morir a tu propia hija.
Fue como si la habitación se hubiera congelado de repente; como si el aire se hubiera convertido en hielo, quemándole los pulmones a Ria e impidiéndole respirar. Pero, paradójicamente, los ojos de Alexei ardían como teas.
–¿Ah, sí?
Ria sabía que había ido demasiado lejos y que se había puesto en peligro; no en peligro físico, porque sabía que su antiguo amigo era incapaz de ejercer ese tipo de violencia contra ella, sino en peligro emocional. De hecho, retrocedió varios pasos, poniendo tanta distancia entre ellos como le fue posible.
–Yo no estaría tan seguro de lo que has dicho –continuó él–. Hay muchas formas de destruir la vida de un niño.
Ella parpadeó, sin saber lo que había querido decir. ¿Estaría al tanto de lo que su padre había planeado? ¿Por eso se había mostrado tan hostil contra Gregor, cuando todavía estaba en Mecjoria? Por aquel entonces, Ria seguía creyendo en su padre y pensaba que la actitud de Alexei no tenía justificación, pero ahora conocía la verdad y se sentía tan traicionada como estúpida por haberse dejado engañar.
¿Era posible que Alexei lo hubiera adivinado todo, diez años antes que ella? No tenía forma de saberlo, pero sus palabras le parecían de lo más inquietantes.
–No quería sacar a relucir el pasado.
–Pero lo has hecho.
Alexei la miró con una enorme dureza.
–Lo siento –se disculpó ella de nuevo.
–¿Por qué te disculpas? Todo el mundo sabía que yo era un irresponsable que bebía demasiado, ¿verdad? La clase de hombre capaz de abandonar a su hija después de una juerga. Un hombre que se emborrachó hasta el extremo de no darse cuenta de que su bebé estaba muerto en la cuna.
–No sigas, por favor.
Ria se tapó la cara con las manos. Ni siquiera sabía por qué le dolían tanto las palabras de Alexei. A fin de cuentas, no era una noticia reciente; había salido en todos los periódicos, destrozando lo poco que quedaba de su buena reputación. Y, de paso, la había empujado a ella a romper todos los lazos con su amigo de la infancia, con el amigo que le había brindado su afecto y su apoyo hasta en los momentos más difíciles.
–¿Que no siga? –declaró él con voz tajante–. ¿Por qué, Ria? A fin de cuentas, me he limitado a decir la verdad.