Capítulo 5
Alexei había mantenido el aplomo hasta que Ria se refirió a la muerte de su hija. En ese momento, sus barreras se derrumbaron y el pasado hizo mella en él, hasta el punto de que no podía pensar con claridad.
Belle. La niña que había cambiado su vida y lo había apartado del precipicio al que se dirigía a toda velocidad. Pero, desgraciadamente, no lo había apartado tan deprisa como habría sido deseable.
Le había fallado a Belle. Había fallado a su propia hija. Y el recuerdo de su muerte pesaría siempre sobre su conciencia.
Miró a Ria y se dio cuenta de que sus ojos verdes se habían humedecido. Casi sintió envidia de ella. Nunca había sido capaz de llorar por Belle; simplemente, no había tenido la oportunidad: estaba demasiado ocupado, intentando sobrevivir a su pérdida.
Pero aquella niña no significaba nada para ella. ¿Cómo era posible que derramara lágrimas por una criatura a la que no había conocido y con quien no había mantenido la menor relación? Fuera como fuera, habría dado cualquier cosa por poder llorar.
–¿Por qué negar unos hechos que el mundo conoce tan perfectamente? Además, si existiera otra versión de lo sucedido, nadie me creería.
–¿Es que hay otra versión? –preguntó ella.
Ni la propia Ria supo por qué se interesaba al respecto. Teóricamente, no estaba allí para conocer los sucesos que llevaron a la muerte de aquella niña. Pero, por algún motivo, le importaba. Quería saber la verdad.
Sin embargo, Alexei no parecía dispuesto a dar explicaciones.
–¿Por qué lo preguntas? –dijo él–. Si dijera que las cosas no fueron como lo contaron, tú tampoco me creerías.
Ella no dijo nada.
–Además –continuó Alexei–, ¿de qué serviría? ¿Es que puedes cambiar el pasado?
Ria sacudió la cabeza.
–No.
–Y supongo que tampoco puedes convertir a un diablo en un ángel. Ni siquiera en un ángel caído; porque te aseguro que yo puedo ser muchas cosas, pero no soy un demonio.
–No, tampoco puedo.
Él sonrió con tristeza.
–Por supuesto que no.
–Pero si hay otra explicación…
Alexei suspiró y dijo con brusquedad:
–No te quiero dar explicaciones, Ria. Como ya he dicho, nadie puede cambiar lo que pasó. Prefiero que olvidemos ese asunto y sigamos adelante.
–¿Seguir adónde, si se puede saber?
Ria lo preguntó con rabia. Alexei se había negado a rechazar las acusaciones que pesaban sobre él. No había admitido que la historia que contaban sobre la muerte de su hija fuera cierta, pero tampoco se había molestado en negarla. Y, al adoptar esa actitud, había destrozado los últimos restos de la imagen idealizada que Ria había guardado en su memoria, la de un chico generoso y rebelde que siempre había estado a su lado.
–Sé que mi padre no es ningún santo, pero tú… eres odioso –declaró.
Sus palabras eran las de una mujer atrapada. Cuando descubrió la traición de su padre, Ria pensó que el viejo amigo de su infancia saldría en su ayuda, que le prestaría su apoyo a pesar de todo lo que había pasado. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Aparentemente, Alexei Sarova había dejado de ser un amigo y se había convertido en un monstruo tan terrible como su primo Ivan.
–Hace un momento, no te parecía tan odioso –ironizó él–. Has aceptado mis besos y mis caricias. Habrías aceptado cualquier cosa de mí.
–¡Porque me has pillado por sorpresa!
Él la miró con escepticismo.
–Ah, vaya… ¿Y por qué me has besado y me has acariciado tú? ¿También por sorpresa? No te has resistido, Ria, has respondido a mi pasión con pasión.
Ria alzó la barbilla, orgullosa.
–No eres tan irresistible como te crees –bramó.
–Puede que no, pero eso carece de importancia. Es obvio que tengo algo que necesitas y que estás dispuesta a hacer cualquier cosa por conseguirlo. De hecho, creo que si te besara otra vez…
–¡No!
Ella retrocedió tan deprisa que chocó contra el sillón. Alexei sonrió con malicia, consciente de que su reacción confirmaba lo que había dicho.
–No te atreverías a llegar a tanto –insistió Ria.
Alexei sonrió un poco más, y ella se arrepintió de no haberse ido cuando aún podía. Había intentado hablar con él para convencerlo de que volviera a Mecjoria. Lo había intentado y había fracasado porque su análisis de la situación había resultado ser erróneo. Ella no era la persona más adecuada para aquella tarea; era la más inadecuada de todas, como los hechos acababan de demostrar.
Lejos de curar las heridas del pasado, los diez años transcurridos no habían hecho otra cosa que volverlas más profundas. Alexei la odiaba. Y, en esas circunstancias, no tenía más opción que marcharse de allí, con la cabeza tan alta como le fuera posible.
–Por supuesto que me atrevería –afirmó él con humor–. Y tú también te atreverías si estuvieras dispuesta a admitir que te gusto.
Ella sacudió la cabeza con desesperación.
–Tú no me gustas.
–Mentirosa.
Alexei dio un par de pasos hacia Ria, que respiró hondo en un intento por controlar sus emociones. Todo habría sido más fácil si Alexei no hubiera estado en lo cierto, pero lo estaba. Ardía en deseos de sentir sus brazos fuertes, su duro pecho, el contacto de su piel morena, su aroma intensamente masculino.
Por mucho que lo negara, se sentía atraída por él. Sus pensamientos podían decir lo contrario, pero los latidos acelerados de su corazón y la súbita sequedad de la boca no dejaban lugar a dudas. Quería que la besara, ansiaba que la besara.
A decir verdad, lo único que la detuvo fue el miedo a lo que pudiera pasar después. No estaba segura de poder conformarse con unas cuantas caricias. Si se dejaba llevar, querría mucho más. Y ya había ido demasiado lejos en lo tocante a su antiguo amigo.
–No soy ninguna mentirosa. No lo era hace diez años y no lo soy ahora –replicó, desafiante–. Pero estoy perdiendo el tiempo contigo.
–En eso estamos de acuerdo.
Alexei se alejó, y Ria pensó que acababa de perder la última oportunidad de que la escuchara. La recta y poderosa línea de su espalda se alzó ante ella como un muro. Por la tensión de su cuerpo y por sus manos, que se había metido en los bolsillos, era evidente que estaba haciendo un esfuerzo por mantener el aplomo.
–Está visto que no me vas a ser de utilidad. Será mejor que me marche.
–Sí, por favor.
Alexei no se dio la vuelta; tenía miedo de lo que pudiera ocurrir si Ria seguía en la habitación y sus miradas se volvían a encontrar.
La deseaba demasiado. La niña de diez años antes se había transformado en una mujer profundamente sensual, que le causaba un efecto incontrolable. La caída de su pelo, el brillo de sus hermosos ojos almendrados, la curva de sus caderas y la textura de sus labios lo habían envuelto en un hechizo del que no conseguía salir. Aún sentía el eco de su lengua en la boca y de la presión de sus senos contra su pecho.
Pero eso no era lo peor. Aun siendo consciente de la inconveniencia de desear a Ria, aun recordando todo lo que ella y su familia le habían hecho, sentía la tentación de olvidarlo todo a cambio de un beso más.
Desesperado, se dijo que no podía dejarse llevar por el deseo. Ria estaba demasiado ligada a Mecjoria, a un pasado que necesitaba dejar atrás. Si cometía el error de olvidarlo, se volvería a sentir como el adolescente que había sido. Sería como volver a aquellos tiempos de soledad, necesidad y desamparo.
Por otra parte, no se podía decir que Ria le estuviera facilitando las cosas. Aunque ya no tuviera un título nobiliario, lo miraba con la altanería y la superioridad de una gran duquesa; de la misma forma en que lo había mirado diez años antes, cuando lo juzgó y lo condenó sin concederle la menor oportunidad.
Sin embargo, Ria ya no era la antigua amiga de la que había esperado comprensión y apoyo, sino una mujer que estaba allí por sus propios intereses y que, por desgracia para él, le gustaba mucho. Le hervía la sangre en las venas cuando la miraba. Casi no se podía controlar. Estaba atrapado en una batalla interna; una batalla entre sus pensamientos, que lo instaban a librarse de ella, y sus emociones, que lo animaban a tomarla entre sus brazos.
Pero era una batalla que tenía intención de ganar.
–Te agradecería que te fueras –dijo él.
Al oír sus palabras, pronunciadas de un modo tan cortés como frío, Ria se acordó del padre de Alexei. Le había oído ese tono muchas veces, antes de que el cáncer se le extendiera y le dejara sin voz.
–Alexei, si pudieras…
–Olvídalo, Ria –la interrumpió–. Lo has intentado, pero no te vas a salir con la tuya. No sé quién te aconsejó que vinieras a hablar conmigo, pero les puedes decir de mi parte que no han enviado a la persona más adecuada. Casi habría sido mejor que enviaran a tu padre. Le habría prestado más atención que a ti.
Alexei oyó su grito ahogado y estuvo a punto de darse la vuelta.
Pero solo a punto.
–Márchate. No tengo nada más que decir –siguió hablando–. Espero que esta sea la última vez que nos veamos.
Alexei se preguntó si ella lo intentaría una vez más o se iría de una vez por todas. Clavó la vista en la ventana de la habitación; no porque tuviera interés en el paisaje nocturno, sino porque la cara de Ria se reflejaba en el cristal. Y se maldijo a sí mismo al desear que lo intentara de nuevo, que no se diera por vencida tan fácilmente.
En el silencio posterior, Ria bajó la cabeza, le lanzó una rápida mirada y se dirigió a la salida sin despedirse.
Cuando la puerta se cerró, Alexei cayó en la cuenta de que había dedicado a Honoria Escalona casi las mismas palabras que ella le había dirigido a él años antes, durante su última reunión en Mecjoria. De hecho, el encuentro había terminado del mismo modo, con Ria saliendo de la habitación.
Al recordarlo, recordó también sus sentimientos de entonces. Habría dado lo que fuera por tener raíces, por sentirse parte de algo más grande que él. Había albergado la esperanza de que, tras la reconciliación de sus padres, las cosas cambiarían para mejor. Y cambiaron, pero solo brevemente. Cuando su padre cayó enfermo y falleció, el sueño de pertenecer a una familia desapareció con él.
Por suerte, ya no era una marioneta en manos del destino, sino un hombre poderoso y perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. Había expulsado a Ria en venganza por lo que le habían hecho. Le había negado su apoyo en revancha por todo el dolor que le habían causado. Y, teóricamente, debía estar contento.
Pero no lo estaba.
Tenía una incómoda sensación en la boca del estómago que no dejaba lugar a dudas. Lejos de sentirse satisfecho por lo sucedido, se sentía más vacío que nunca.
–Maldita sea…
Se giró hacia la mesa, donde había dejado el documento que le había llevado Ria, y pasó la mano por encima del papel. La firma le resultaba tan familiar que la habría reconocido en cualquier parte. Era la de su abuelo, el rey de Mecjoria.
El difunto rey.
Y ahora, después de diez años, su antigua amiga Honoria Escalona volvía a él para darle un documento que demostraba la legitimidad del matrimonio de sus padres y para ofrecerle el trono del país.
No tenía ni pies ni cabeza.
¿Cómo era posible que ofreciera el trono a un hombre por el que no ocultaba su desprecio? Resultaba de lo más incongruente. Primero, le echaba en cara que había sido un mal príncipe, un adolescente rebelde que no se llevaba bien con nadie; después, le recriminaba que hubiera dejado morir a su propia hija y, por último, a pesar de lo anterior, lo intentaba convencer para que se convirtiera en rey de Mecjoria.
Era completamente increíble.
Pero, por otra parte, también le había dicho que no tenía elección. Si él no aceptaba el trono, lo ocuparía Ivan.
A Alexei le pareció una situación realmente irónica. La pobre Ria se había visto obligada a elegir entre un ser despreciable y violento y un hombre que no quería saber nada de su antiguo país y que, desde luego, carecía de los conocimientos necesarios para dirigir un país. Aunque fuera el país de su padre.
Un padre que se debía de estar revolviendo en su tumba.
Pero, al pensar en él, se acordó de otra cosa: de una conversación que habían mantenido cuando estaba a punto de morir. Alexei le contó que el día anterior había tenido una discusión con Ivan y él susurró, casi sin voz:
«Ese chico es un problema. Es muy peligroso. Vigílalo… y vigila tus espaldas cuando esté cerca. No permitas nunca que se salga con la suya».
Y, desgraciadamente, estaba a punto de salirse con la suya.
Se acercó a la ventana y miró la calle. La alta y esbelta figura de Ria surgió en ese momento en el edificio y se detuvo en el semáforo, esperando a poder cruzar. Alexei pensó nuevamente en lo sucedido y se preguntó por qué se sentía como si hubiera perdido algo importante; como si hubiera perdido una parte que, en otros tiempos, solo había podido llenar su querida y difunta Belle.
–No…
Se apartó de la ventana, confundido.
¿Realmente pensaba que Ria podía llenar ese vacío? Desde luego, no podía negar que su aparición había despertado algo en él; y tampoco podía negar que solo había una forma de aplacar las sensaciones que atormentaban su cuerpo.
Debía hacer el amor con ella.
Debía tener a la gran duquesa Honoria Escalona. Llevarla a su cama y saciarse en su piel con la esperanza de que así, después de tantos años, desaparecieran los amargos recuerdos que lo habían acompañado durante gran parte de su vida.
Pero, al expulsarla, se había negado esa posibilidad a sí mismo.
Lo que unos minutos antes le había parecido una decisión inteligente, le pareció en ese momento un paso en falso. A fin de cuentas, aquello no tenía nada que ver con la racionalidad, sino con la sensualidad, con el deseo.
Su mente le podía decir que alejarse de ella era la mejor forma de recuperar la cordura, pero su cuerpo le decía lo contrario.
Alexei no se había sentido tan inquieto desde que llegó a Inglaterra con su madre, cuando los expulsaron de Mecjoria. En cuestión de unos minutos, Ria le había devuelto a la inseguridad y el vacío que creía superados para siempre. Por supuesto, él ya no era un adolescente ni ella la niña de entonces. Pero eso complicaba las cosas, porque su vieja amiga se había convertido en una mujer a la que deseaba con toda su alma.
Se había prometido a sí mismo que olvidaría a Honoria Escalona y seguiría con su vida sin mirar atrás. Sin embargo, ya se estaba arrepintiendo de habérselo prometido, porque era obvio que no la podría olvidar.
¿Qué iba a hacer?
Tras unos segundos de duda, tomó la única decisión razonable. Se acostaría con ella. La haría suya. Pero en sus propios términos.