CAPÍTULO 11: LA BRUJA SE ACERCA

 

Christine casi se tropieza en las escaleras de la zona principal del castillo ante la intrigada mirada del señor Martin, que estaba limpiando el polvo de una de las grandes librerías que había justo al lado. La chica subía a toda prisa buscando a la señora Audrey, tras dejar a Félix y a Cindy en el enorme cuarto de juegos que tenía el conde preparado para su sobrina. Su hermano había entendido perfectamente cuál era el problema, la bruja iba a aparecer esa misma tarde por allí, y tenían que hacer algo para que no los atrapase. Todo esto contando con que Lady Caterham no hubiese mentido al conde y apareciera allí mismo inesperadamente aquella misma mañana.

Cuando la señora Audrey vio llegar a Christine completamente alterada, se temió que algo grave estaba pasando, y temió que hubiese ocurrido un accidente con los caballos y los niños. Sin embargo, cuando Christine le contó lo que ocurría, supo que en algún momento tendrían que enfrentarse a aquella situación y vio que había llegado el día donde algo tenían que hacer ante la visita de Lady Caterham. No todo iba a ser tranquilidad en aquel castillo para siempre.

- Tendréis que esconderos, Christine –dijo con el rostro muy serio.

- Pero... ¡nos va a encontrar! ¡Tarde o temprano nos encontrará y por ley tendremos que irnos con ella! ¡No quiero que nos haga daño, nana! –dijo Christine. Estaba muy nerviosa y angustiada por la situación. Cuando todo parecía estar bajo control, sucedía esto.

- Si os escondéis bien hasta que pase el tiempo y se tenga que marchar, esa mujer no conseguirá nada.

- ¡Pero Thomas se va a extrañar cuando nos escondamos o cuando se pregunte dónde estamos metidos!

- ¿Thomas? –dijo la señora Audrey asombrada y medio sonriente por la familiaridad con que Christine hablaba ya del conde.

- Sí, quiero decir... el señor Thomas, ¡tú me has entendido, nana!

La señora Audrey se quedó pensativa unos segundos y por fin contestó con seguridad.

- Déjame a mí, Christine. Haré que tu querida bruja no tenga nada que hacer aquí.

- Por favor, no dejes que nos encuentre... –dijo ella con angustia.

- No os preocupéis.

Poco más tarde hubo reunión secreta para trazar el plan entre Christine, la señora Audrey y Félix, que debía enterarse de lo que tenía que hacer para que no hubiera ninguna posibilidad de que la bruja los encontrase.

El chico abrazó a Christine mientras pensaban qué hacer. Era un encanto con su hermana y con todos los que conocía.

- ¡Vamos a escaparnos ya, Christine, yo quiero vivir! –le dijo a su hermana.

Christine le acarició los cabellos mientras él la abrazaba.

- Tenemos que ser valientes, Félix. No podemos estar huyendo siempre hacia otros lugares. La señora Audrey y yo –y cuando dijo esto, la mujer asintió ante la mirada de angustia de Christine – hemos decidido que nos esconderemos en los pasadizos secretos del castillo. Papá y mamá cuidarán de nosotros desde ahí arriba.

- Tengo miedo –dijo él.

- Yo también, pero tú tienes que cuidar de mí también, como hiciste cuando nos asaltaron al venir para acá.

- Pero al final el señor Robert era buena persona y nos trató bien, Christine, no era una bruja capaz de matar –dijo Félix con miedo.

- Pues más valientes tenemos que ser... –dijo Christine, y se quedó casi sin palabras al pensar que su hermano era demasiado joven para vivir todo lo que estaba pasando. Se le humedecieron los ojos al pensar que un niño tan joven tuviera que pasar por situaciones tan desagradables.

Félix la miró después del abrazo y de repente, él se sintió valiente.

-¡Lo conseguiremos, hermanita! ¡A nosotros nadie nos hará daño nunca!

A Christine se le quitó toda la pena por un momento y se animó también. Su hermano era increíble y todo aquello malo que estaba viviendo lo soportaba con una madurez que le sorprendía cada día.

- Voy a encargarme de que comamos ya, así no nos pillará nada de sorpresa y podemos planear bien lo del escondite –dijo la señora Audrey tras observar la escena con cariño.

Cuando la señora Audrey explicó al cocinero y a su amigo Martin, también sirviente del castillo, que los jóvenes querían comer ya, al principio se extrañaron los dos, pues no era la hora habitual de iniciar el almuerzo. El conde había ido a dar uno de sus paseos habituales por el pueblo antes de comer, pues aún tenía que visitar a algunos amigos tras su vuelta de París. Pero aún así, sospechando que algo ocurría y que la señora Audrey lo pidió personalmente, el cocinero preparó la comida pronto, y tanto Christine como Félix y Cindy terminaron incluso antes de que Thomas volviese de su paseo.

La señora Audrey llevó a la pequeña Cindy al cuarto de los juegos otra vez y le dijo a la niña que Christine y Félix tenían que descansar un poco. Luego le prometió que por la tarde jugarían todos en la casa del árbol e incluso les llevaría a ella y a Félix un montón de caramelos que tenía escondidos, para que se los comiesen juntos sin que su tío Thomas se enterase. A la niña le encantó la idea y mientras tanto se metió en el cuarto de juegos a jugar con sus cosas sin poner ningún impedimento. Cuando la señora Audrey volvió, Christine y Félix ya la esperaban. El chico tenía al Señor Pompis en sus brazos, pues el muñeco de trapo que le hizo su hermana siempre le hacía sentirse más valiente y consideraba que le daba suerte en momentos así.

- Al escondite oculto –dijo la chica con nerviosismo, agarrando a su hermano de la mano.

La señora Audrey asintió.

- Os iré llevando almohadas y mantas por si acaso, ya que no sabemos las intenciones reales de Lady Caterham. Y también me encargaré de llevaros comida para que no paséis hambre, aunque espero que esa indeseable sólo venga a tomar el té y a marcharse.

- Si la convences de que ni nos has visto, no habrá ningún motivo para que se quede, nana –dijo Christine.

- Lo conseguiremos –dijo ella.

Se dirigieron hacia la biblioteca y activaron el mecanismo que abría paso al pasadizo secreto del castillo que les serviría de escondite. El oscuro camino los llevó hacia la vieja habitación oculta, y aunque era un lugar desolador, en principio tenían que acomodarse allí hasta que pasase el problema de la visita de la bruja. En la oscura estancia pudieron ver que había otra entrada desde otro lugar, algo más pequeña, y Christine se dijo que se entretendrían investigando un poco mientras la vieja arpía terminaba por irse sin nada que hacer en el castillo. Incluso Félix estaba algo emocionado por los secretos de aquel lugar.

Al poco de entrar, la señora Audrey volvió con unas mantas y unas almohadas para ellos, además de una lamparilla más por si acaso las dos que había en el escondite, ya bastante viejas, no funcionaban correctamente.

- A ver si tenemos suerte y se va pronto. Este escondite está un poco descuidado y es bastante desolador, pero esa víbora no tiene motivos para quedarse toda la tarde –dijo la señora Audrey con algo de pena por dejarlos allí.

Se despidieron de su nana con los rostros llenos de miedo, y a la mujer, al alejarse por el oscuro pasillo, casi se le parte el corazón de ver a sus pobres niños teniendo que aguantar todo aquello por culpa de una madrastra que era una asesina en potencia.

Cuando la señora Audrey cerró tras de sí la abertura secreta y salió, se encontró de repente con Martin, que llevaba unas bandejas hacia el salón y que la miró con un gesto de comprensión al verla salir del escondite de los chicos. Su amigo en el castillo había ido viendo todo lo que la señora Audrey estaba haciendo por ellos y también, como persona de buen corazón que era, esperaba que todo saliera bien por ellos y por su amiga.

En el interior del escondite, Félix se abrazó a su hermana para darle ánimos a la luz de la pequeña lámpara, y ella le indicó con una caricia en los cabellos que todo iría bien. Luego, ambos se sentaron en el viejo camastro, agarrados de la mano, y tratando de averiguar si podrían escuchar algo de lo que sucedía fuera. Christine se fijó en un detalle: la habitación secreta parecía encontrarse bastante cerca de lo que sería la entrada al salón principal del castillo, así que con un poco de suerte esperaba poder oír lo que ocurría en el exterior del escondite.

Tras pensárselo un rato, se acercó sin decir nada a la otra abertura secreta más pequeña, la que estaba justo en la pared de enfrente a la que habían entrado.

- ¿A dónde vas, hermanita? –preguntó Félix, que había dejado al Señor Pompis tumbado en el camastro.

- Voy a investigar un poco. Mientras nadie nos oiga, no nos podrán descubrir.

Christine se agachó junto a la otra entrada del escondite, pues no cabía una persona de pie, sino que tendría que ir gateando si quería descubrir a dónde llegaba. Y sin pensárselo dos veces, entró. Félix vio como su hermanita desaparecía a través de la abertura y se acercó rápidamente con una de las lámparas.

- ¿Ves algo Christine? –susurró.

- Esto llega a un final que parece una puertecita de madera, que tiene un pequeño agujero y... ¡espera!

Y fue cuando oyó unas voces en el exterior y tuvo que mirar por la pequeña abertura en la madera. La bruja había llegado al castillo. Era su voz, Christine la reconoció al instante y lo confirmó al ver su horrorosa cara con gesto serio en la entrada al castillo. Se habían escondido justo a tiempo. Menos mal que la señora Audrey decidió que comieran pronto y que se escondieran, pues estaba claro que Lady Caterham había pretendido pillarlos por sorpresa y sin excusas. Al parecer era evidente que la madrastra sospechaba con bastante seguridad que ellos se refugiaban allí, así que habían hecho bien es esconderse antes.

- Pero hermanita, ten cuidado que te pueden ver... –dijo el chico detrás de ella.

- No te preocupes, Félix, que no nos ven. Pero no hablemos tanto que nos pueden descubrir, ahora te cuento lo que pueda averiguar... –y Christine permaneció escuchando la conversación que se mantenía en la entrada del castillo. Aunque la oía con dificultad, podía distinguir lo que se hablaba.

La bruja Lady Caterham parecía impaciente por entrar más adentro del castillo e investigar. Christine la veía tan claramente que pudo verle puestos a su madrastra unos pendientes de pequeños diamantes que recordó que pertenecieron a su madre, y esto hizo que le entrase rabia y cerrase los puños en la oscuridad. Sin embargo, se dio cuenta de que el amable Martin, amigo de la señora Audrey, se adelantaba a las intenciones de la bruja y trataba de mantenerla en la entrada todo lo posible con la intención de que ella no insistiese en investigar. Por un momento, Christine tuvo miedo de que la víbora esa preguntara directamente si se habían instalado unos chicos hacía poco en el castillo. Sin embargo, ella sólo parecía querer curiosear por su cuenta y no resultar tan evidente en sus intenciones, posiblemente para ganarse la confianza de los del castillo. Justo cuando Martin y Lady Caterham hablaban sobre si ella quería un té o un café, se volvió a abrir la entrada principal y de repente apareció el conde Thomas, que había vuelto de su paseo.

Christine se llevó una mano a la boca de la impresión de que esa bruja estuviera ahora junto a Thomas y del miedo de que ella desvelara a qué había venido a Disemberg. Para su sorpresa y con la gran diferencia de edad que había entre ellos, Lady Caterham se mostró especialmente cariñosa con el conde.

- ¡Vaya... señor Pendelton, qué alegría para la vista de una dama como yo el verle por aquí! Ya estaba casi decepcionada de haber venido de visita y no encontrarme con su elegante y atractiva presencia...

- Encantado de verla, señora... –dijo el conde, esperando que ella se presentara.

- Lady Caterham, para servirle... aunque puede llamarme Claudia...

Christine tenía sensación de repugnancia con cada palabra y cada frase que Lady Caterham soltaba. Parecían expresiones de esas que ella había leído en sus novelas de fantasía donde las malas quieren hacerse las amables para poder salirse con la suya.

- Y usted puede llamarme Thomas. Por favor, pasemos al salón... –dijo él, y Christine pudo ver cómo entraban en uno de los salones laterales de la planta principal del castillo –. ¿Qué la trae por aquí?

- Pues verá, señor Pendelton, he venido porque...

Y la chirriante voz de Lady Caterham se perdió en el interior del salón del castillo, para decepción de Christine. Y aunque podía oír los cambios de tonalidad en las frases de esa víbora, dejó de distinguir qué se decía en la conversación concretamente. Esto puso todavía más de los nervios a la chica. ¿Diría a lo que realmente había venido? ¿Le iba a contar esa bruja que la verdadera intención de su visita era buscarlos a ellos? ¿Saldría Thomas del salón completamente enfadado para buscarlos?

Christine salió del escondite muy nerviosa y se encontró con la cara de preocupación de su hermano.

- ¿Qué has oído, hermanita?

- No lo sé, Félix, no lo sé... –dijo ella dando vueltas en el antiguo escondite.

- Pero... ¿Nos ha descubierto? ¿Ha dicho ya que ha venido a llevarnos a casa?

Christine no podía estarse quieta y se sentó nerviosa al lado de Félix. Para tranquilizarse, abrazó a su hermano y éste le devolvió el abrazo.

- No sé qué va a pasar, Félix. Quizás se nos haya acabado todo nuestro plan.

- Christine, no dejaré que nos lleve...

- ¡Pero es que no podemos hacer nada, la ley está a su favor y el conde no querrá incumplirla manteniéndonos aquí en contra de la voluntad de nuestra madrastra!

- Ya... –se limitó a contestar Félix con cara de pena.

Mientras tanto, en el salón, la conversación seguía por otros caminos que los pobres chicos no imaginaban.

- ... pues sí, Thomas –continuó mintiendo Lady Caterham mientras acomodaba su enorme trasero al sillón que le habían ofrecido –. Como le comentaba, mi amiga del alma, mi queridísima Celine, fue enterrada en Disemberg, a pesar de que vivió durante tantos años en Viraqua. Siempre salíamos juntas, teníamos un grupo de amigas en el que todas estábamos muy unidas y... desgraciadamente, nos dejó hace unos cinco años para irse junto a Nuestro Señor.

Mientras decía esto, Lady Caterham puso la cara más triste que sus años de práctica en falsedades le permitieron.

- ... de verdad que lo siento, Claudia... ¿y qué podemos hacer por usted?

A Thomas le parecía extraño todo aquello, pero era lo suficientemente educado para no poner ningún impedimento a sus visitas en lo que él pudiera ayudar.

- Pues verá, Thomas... Como cada año, vengo a visitar a mi amiga al cementerio, a dejarle flores, y a quedarme unos días en Disemberg... y la verdad, odio quedarme en hoteles. Disemberg está lleno de cucarachas y no me gustaría pasar esta noche en un hotel de esos que no llegan ni a cuatro estrellas... –dijo ella con toda la intención de ser invitada.

- Entiendo... –dijo el conde lo más normal que pudo, aunque ofendido porque esa mujer hablara así de su ciudad.

- Y como conozco a su sirvienta, la señora Audrey...

- Sí, ya me lo comentó...

- Sí, la conozco de cuando esa mujer vivía y trabajaba en nuestra casa en Viraqua, cuidando de mis hijastros. Nos llevábamos estupendamente y poco a poco fue surgiendo una gran amistad... –mintió ella para seguir intentando quedarse allí–. ¿No estará ella por aquí hoy?

- Por supuesto, acompáñeme y así la podrá saludar...

A Thomas toda aquella historia le parecía extraña. Algo no le cuadraba o le decía que Lady Caterham estaba ocultando sus verdaderas intenciones. Sin embargo, fueron a buscar a la señora Audrey mientras el conde enseñaba las distintas estancias del castillo a la mujer.

La señora Audrey había permanecido nerviosa en el cuarto de los juegos junto a la pequeña Cindy mientras esperaba que pasase la tormenta y trataba de pensar cómo ayudar a Christine y a Félix si la situación se torcía. Mientras Lady Caterham era atendida por el conde, ella sabía que otra cosa no podía hacer. Aunque deseaba estar en la conversación para intentar hacer algo. La tensión aumentó en cuanto Lady Caterham apareció por la puerta del cuarto de los juegos.

- Señora Audrey, mire quién ha venido a visitarnos –dijo Thomas a modo de sorpresa.

El rostro de Lady Caterham, mostrando falsa alegría, contrastaba con la rigidez en la cara de la señora Audrey. Cindy siguió con sus juguetes mientras la mujer se levantaba para saludar a la visitante. El conde Thomas pareció muy extrañado de no ver por allí a Christine y a Félix y dudó si preguntar por ellos. Al final no lo hizo, y pensó que ya lo averiguaría luego.

- Vaya, hola Claudia –dijo la señora Audrey muy seria.

- ¡Qué alegría más grande de verte! –dijo Lady Caterham como una víbora.

Thomas notó que la señora Audrey no estaba especialmente contenta y la situación era bastante cortante, con una mujer muy alegre y la otra con seriedad excesiva.

- ¡Estoy encantada de pasar por Disemberg y no podía perder la oportunidad de saludarte!

- Vaya...

En un movimiento viperino, Lady Caterham no pudo dejar de curiosear a ver si encontraba algo o a alguien concretamente... Alguien que debía estar por allí. Y tenía tan a su mano el curiosear que no necesitó disimular demasiado para echar un vistazo justo en la habitación de al lado, donde podrían estar escondidos unos niños...

. ¡De verdad, qué lugar tan maravilloso este en el que vive, Thomas! –dijo abriendo descaradamente la puerta de la otra habitación, ante la estupefacción del conde y la poca cara de sorpresa de la señora Audrey.

Fue justo en ese momento el que aprovechó Thomas Pendelton, que algo se sospechaba, para preguntarle a la señora Audrey por los otros dos sin que la invitada se enterase.

- El niño ha salido a pasear por el pueblo, pues quería comprar algunos caramelos antes de que volviese su abuela. Como sabe, es nieto de Lady Hummingbird. Y Christine pues... lo ha acompañado también.

Thomas no sabía ya ni de qué sospechar, ni qué era cierto ni falso. Sin embargo, la mirada como suplicante de la señora Audrey le dio alguna pista, como si ella quisiera que le siguiese la corriente. Había estado a punto de decir que todo aquello le parecía demasiado misterioso y que quería explicaciones. Por suerte, no quiso preguntar más en aquel momento y se dejó llevar por lo que la señora Audrey estuviera ocultando. Todo esto pasó en un momento, mientras Lady Caterham se las estaba apañando hasta para mirar debajo de las camas en la otra habitación. Fue un alivio, pues no se enteró de que el conde Thomas preguntaba por dos jóvenes que debían estar por allí.

La cara de Lady Caterham cuando volvió junto a ellos era de ligera decepción. No pudo aguantar más y preguntó directamente a la señora Audrey.

- ¿Has visto últimamente a los niños?

Thomas no quiso averiguar mucho más. Casi se hacía una composición de que algo ocurría allí, aunque no sabía exactamente qué le ocultaban, pero ya tendría tiempo de averiguarlo.

- Me escribieron en navidad –contestó la señora Audrey forzando una sonrisa. Empezaba a disfrutar aquello pues no estaba saliendo mal del todo.

- ¿Está segura de que no han estado aquí? –dijo Lady Caterham con maldad.

- Creo que tengo total capacidad de asegurar que yo lo sabría. Vamos, me parece a mí –contestó casi ofendida pero disfrutando un poquito.

- Ha sido agradable verte de nuevo... –dijo la bruja mirando a la señora Audrey de arriba a abajo con un gesto despreciable que no pasó desapercibido a Thomas.

A lo largo de la tarde, Lady Caterham insinuó en varias ocasiones el poder quedarse allí, de forma extremadamente dulce y hasta coqueteando con el joven conde. Thomas no cedió ni un momento, a pesar de que resistirse estaba resultando realmente difícil por lo insistente de la mujer y la bondad de él. Y entre cotilleos que a Thomas le parecieron de lo más aburrido, se hizo tan tarde que tuvo que invitarla para que se quedase a cenar.

- ¡Mmmmm, esto está delicioso, Thomas! –dijo Lady Caterham mientras se llevaba un pedazo de carne a la boca. La cena había comenzado y aquello resultaba agobiante para el conde, pues hubiese preferido cenar en solitario o con los chicos.

Thomas se mostró muy serio durante la comida, pues tras lo que había visto aquella tarde no se fiaba de las intenciones de Lady Caterham ni de los verdaderos motivos que la habían traído por allí.

- ¡Estás muy serio! No sabía que eras tan tímido, joven... Sé que soy algo mayor para una cita de dos, pero créeme que las mayores tenemos mucha experiencia en ciertos temas... –dijo Lady Caterham decidida, entre la broma y la provocación, llevándose una copa de vino tinto a los labios de forma sugerente.

Thomas no se sentía tímido, sino que aquello empezaba a parecerle ridículo por los muchos intentos de la mujer de averiguar cualquier cosa que la había llevado allí a averiguar. Casi sentía vergüenza ajena por el propósito desesperado de ella de congeniar con él.

- No tengo mucho que contarle, señora...

- Bueno, pero estamos aquí muy tranquilos, con una cena deliciosa que nos han preparado tus súbditos...

- Empleados... –corrigió él. Thomas no los veía como súbditos sino como gente que merecía mucha más consideración y respeto.

- ... tus empleados, exacto. Y como te decía, estamos tan tranquilos que algo nos podríamos contar... –dijo ella, mientras se llevaba otro trozo de carne a la boca de forma que a Thomas empezó a resultarle algo repulsivo.

- Pues empiece a contarme usted, señora Caterham...

- Por favor, de verdad que quiero que me llames Claudia...

- Bien, Claudia, cuénteme algo de su vida allí en Viraqua.

- Pues verás, Thomas, a una mujer como yo le viene bien despejarse de vez en cuando. Y no hay nada mejor que trabar una íntima amistad con un joven conde tan guapo como tú.

- Vaya, gracias, pero... ¿por qué eso de "despejarse"?

- Mi vida en Viraqua es un poco estresante, ya que estoy al cargo de dos hijastros muy pesados, un chico y una chica, que no paran de darme disgustos  –dijo ella falseando un gesto de pena y de agobio.

- ¿Pero de qué edades estamos hablando, Claudia? –preguntó él, ahora verdaderamente intrigado.

- Pues la chica tendrá unos diecinueve años y el pequeño unos diez.

A Thomas casi le da un vuelco al corazón. Trataba de disimular, pero se quedó bastante sorprendido, e inmediatamente preguntó algo más para seguir la conversación sin que se le notase que algo podría saber.

- ¿Pero qué tipo de disgustos le dan?

- Bueno, desde el fallecimiento de sus padres a ambos les da por hacer terribles travesuras. Muchas veces hasta se escapan de casa durante días... –dijo ella con ojos suspicaces.

Thomas trataba de disimular a toda costa que un puzle estaba formándose en su cabeza y que estaba a punto de resolverlo. Las intenciones de ella no eran buenas, pero no tenía claro qué ocurría allí. Lo que trataría de hacer a toda costa era alejar a esa mujer de su castillo para él poder seguir averiguando y sacando conclusiones.

Entre otros temas sin importancia a los que Thomas consiguió redirigir la conversación para que la mujer no averiguara nada, la cena concluyó. Tras un par de intentos de ella de sugerir la posibilidad de quedarse, Thomas consiguió mantenerse firme y llevarla hasta la salida del castillo. Le pidió a su cochero que la llevara a salvo en una pequeña carroza hasta el centro de Disemberg y le explicó a ella que había un par de hostales lujosos de los que él conocía personalmente a los dueños. Indicó que si les comentaba que él la mandaba allí no le pondrían ningún problema en hospedarla aquella noche en las mejores condiciones.

- De verdad que no tengo sitio en el castillo donde pueda quedarse, Claudia, aunque ha sido un placer tenerla de visita hoy –dijo él ante la cara de estupefacción de Lady Caterham, que trataba de disimular su disgusto.

- Extraño castillo sin sitio... aunque te lo agradezco, Thomas –respondió ella con una sonrisa de extrema falsedad–. Te aseguro que pronto nos volveremos a ver...

Él le correspondió con otra sonrisa y pidió a su cochero que la llevara a cierto hostal que él realmente conocía. Luego se marchó hacia sus aposentos tras despedirse de ella, que ya estaba montada en la pequeña carroza iniciando su marcha. Tras dar las buenas noches a los empleados que quedaban por allí a esas horas, Thomas entró en su enorme dormitorio y tras cambiarse se acostó con la intención de dormir, aunque no pudo parar de darle vueltas al tema que le rondaba la cabeza, la resolución de aquel puzle.

Tras varias vueltas en la cama sin posibilidad de conciliar el sueño, llegó a una conclusión tras unir las piezas de rompecabezas de las que disponía: los chicos debían estar escondidos en aquel momento por la llegada de Lady Caterham. La señora Audrey estaba llevando a cabo todo ese plan para poder ocultarlos. Pero, ¿por qué? Estaba dispuesto a seguir investigando, y como no podía dormir, Thomas se puso su bata y, con la pequeña luz de una vela, salió de su dormitorio para descubrir dónde se encontraban Christine y Félix.

Mientras caminaba en silencio por el interior del castillo, no tuvo que pensar demasiado para llegar a la conclusión de que la señora Audrey les habría buscado escondrijo en una de las habitaciones secretas. Como el castillo tenía varios lugares secretos, dedujo que la mujer los habría llevado al que estaba en mejores condiciones para quedarse el tiempo que fuese hasta que Lady Caterham se marchara. Así que llegó a la conclusión de que los chicos estarían escondidos en el lugar tras la biblioteca que se descubría con el mecanismo oculto. Con pasos silenciosos se dirigió hasta allí y activó la apertura oculta. Si daba con ellos allí dentro todas sus conclusiones serían ciertas, y aunque le molestaba el hecho de que unos chicos se ocultaran en su castillo con ayuda de alguna mentira que le tuvieron que soltar, entendía que algo ocurría entre ellos y esa madrastra. Cuando se movió sigilosamente por el pasillo y llegó al escondite el corazón casi le dio un vuelco. Allí estaban los dos, acostados y durmiendo plácidamente en una situación muy emotiva. La chica, Christine, abrazando a su joven hermano como si ella fuera un ángel protector. Su carita de tranquilidad contrastaba con la rigidez y el posible miedo oculto que le había notado en otras ocasiones. A Thomas le entró muchísima sensación de ternura al ver aquello. Al principio había estado dispuesto a entrar y a aclarar lo sucedido como fuese, pero no podía evitar sentir mucho cariño por ellos dos y por lo que la pobre Christine tendría que estar sufriendo para haber tenido que huir con su hermano y llegar a una situación así. Pensó que ojalá ella tuviera confianza con él para contarle la verdad, ojalá él la pudiera proteger de lo que la atormentaba, ojalá ella se sincerara y entre todos pudieran buscar una solución.

Thomas no quería forzar las cosas. Se alejó con una sonrisa de ternura en su rostro, dejando que durmieran los dos tranquilos. En su dormitorio, ya acostado en su inmensa cama, pensó que tenía que protegerlos, ocurriese lo que ocurriese. Tendría que averiguar cuál era el motivo de aquella huida y averiguar por su cuenta todo lo necesario para ayudarles. Esperaba no haber dicho nada que diese alguna pista a Lady Caterham, pero sospechaba que esa mujer no se iba a rendir hasta que diese con ellos.