CAPÍTULO 10: TENSA ENTREVISTA

 

Aunque el conde cenó solo, y aunque pidió al cocinero que le hiciese cualquier cosa aparte de disfrutar del flan que había quedado, siguió dándole vueltas a la misteriosa chica. Y se preguntaba una y otra vez si lo que le ocurría era normal, si no dejaba de pensar en ella por el misterio que parecía ocultar o por el aura de tremenda belleza de Christine. Mientras cenaba, decidió que tendría que aclarar algunas cosas esa misma noche, pues a pesar del cansancio del viaje no quería acostarse sin saber algo más de ella. Terminó rápidamente de cenar y pensó que aquel era un buen momento como cualquier otro para tener la entrevista con ella y decidir si mantendría su puesto como institutriz de su sobrina Cindy.

Justo cuando terminó de cenar se dirigió a su estudio e hizo llamar a Christine, que en aquel momento estaba entreteniéndose un poco con los niños, leyéndoles un viejo cuento que encontró en la enorme biblioteca del castillo hasta que llegara la hora de que todos se fueran a la cama. Cuando el sirviente avisó a Christine de que el conde quería entrevistarla ya, ella se puso muy nerviosa. Apenas había podido recibir consejos de la señora Audrey, y encima ésta ni se había enterado de las intenciones del conde pues estaba haciendo labores en el castillo mientras creía que todos ellos estarían leyendo el cuento. Sin posibilidad de negarse y de reaccionar con un guión preestablecido, Christine se dirigió al estudio del conde Thomas acompañada por el sirviente. Mientras caminaban por uno de los enormes pasillos del castillo, intentaba controlar sus manos tensas, que comenzaron a sudar un poquito, y esto la puso más nerviosa pues no quería que el conde lo notara.

Cuando llegaron a la puerta del despacho, el sirviente pidió permiso al conde para entrar e indicó a Christine que pasara con él. Al entrar, lo primero que vio Christine es que Thomas estaba relajado, sentado en lo que parecía ser un cómodo sillón. Aquella habitación no se asemejaba demasiado a un estudio que se mantuviera con actividad, sino más bien al sitio de relax y de soledad del conde, para cuando quisiera apartarse un poco de la actividad general del castillo. Fue mirar la posición, la postura y la elegancia de Thomas a pesar de estar relajado, y Christine volvió a bajar la vista de forma tímida. El sirviente hizo una reverencia y se marchó por donde habían venido, dejando a Christine de pie en mitad de la sala bajo la atenta mirada del conde.

- Como mañana estaré muy ocupado, quisiera terminar con el asunto de la entrevista hoy mismo, aunque sé que no es la mejor hora, ya anocheciendo. Siento si la he interrumpido en lo que estuviera haciendo –dijo él.

- N... no, no, no... No se preocupe, para nada me ha interrumpido, señor. M... me parece bien que hagamos ya la entrevista –contestó ella sin poder mantenerle la mirada.

Thomas se fijó en lo preciosa que ella estaba frente a él. Tan tímida, tan reservada, tan misteriosa...

- Por favor, siéntate aquí mismo –dijo él, señalándole otro de los sillones que había justo a su lado –, si no te importa que te hable de "tú".

- N... no, no, para nada, señor.

Thomas sonrió con amabilidad y ella se acercó con nerviosismo al sillón que había junto al de él, sin mirarle. Al sentarse, lo primero que sintió es que no podría disfrutar de la comodidad del sillón por estar en una situación tan tensa, pero daban ganas de relajarse. Lo segundo que notó es que no sabía dónde colocar las manos para parecer natural. Como estaba sentada al borde del sillón con las rodillas juntas, decidió colocar ambas manos sobre ellas.

Thomas la miraba entre divertido e intrigado. La belleza de Christine era sin igual, y no recordaba haber visto a una chica tan bonita ni siquiera en sus múltiples viajes a París, donde las damas eran famosas por su hermosura. Sus oscuros y largos cabellos resaltaban la delicada palidez de su piel, que se coloreaba intensamente con cada tímido gesto, y sus ojos verdes de color intenso parecían un par de preciosas esmeraldas. Era esta timidez y la marcada inocencia que la acompañaba las que potenciaban una atracción bastante intensa y especial que cualquier hombre sentiría en su presencia.

- Por favor, cuéntame algo de ti. Estoy muy intrigado –dijo Thomas, y apoyó la barbilla sobre su mano de forma interesante.

- P... pues –Christine intentó reaccionar con alguna respuesta creíble y rápida –, me enteré que buscaban una institutriz y... me presenté para el puesto y...

Thomas la miraba con intensidad. Había algo misterioso en ella y quería averiguarlo. Él, a pesar de su juventud, siempre había sido un hombre muy cuidadoso y responsable con quien trataba. Tenía dominada perfectamente la capacidad de descubrir si alguien le ocultaba algo, y aquella chica lo hacía. No sabía si eso era malo o bueno, pero tampoco le gustaba una chica que no ofreciese ningún reto ni misterio. Siguió con las preguntas.

- Pero entonces... ¿no conocías a la señora Audrey, la cuidadora actual de mi sobrina...?

Christine bajó la vista una vez más. Ahí había algo oculto, pero Thomas no quería presionarla demasiado.

- N... no... –contestó muy bajito tras una pequeña pausa.

- Entiendo, y... ¿de dónde eres, de aquí de Disemberg?

Thomas sospechaba que no, se habría fijado en una chica así de bonita en sus paseos por el pueblo. Al fin y al cabo, casi todo el mundo se conocía de vista. Christine, tras otra pausa, se lo confirmó.

- No, señor... soy de Viraqua.

- Vaya, estas buscando trabajo un poco lejos de casa, ¿no?

- S... Sí... –Christine tuvo que volver a reaccionar rápidamente e inventar sobre la marcha –, pero me gusta conocer otros sitios y lugares. Siempre he sido muy aventurera...

- Bueno, eso me gusta. Yo he viajado por muchos sitios y casi nunca me canso –aunque el conde estaba agotado de su viaje a París y en el fondo necesitaba esa vuelta a casa para reflexionar, siempre había estado de un sitio para otro, conociendo otros lugares e incluso otras culturas.

- Además... –continuó ella sintiéndose algo más confiada al ver que él se había sincerado un poco, y tratando de obtener el puesto –, como mis padres fallecieron hace tiempo, yo necesitaba un trabajo como fuese, señor, y un lugar para vivir. Viraqua me trae malos y tristes recuerdos.

- Entiendo... –dijo él, pensativo y con una extraña sensación de cariño hacia ella –, y supongo que te sientes capaz de enseñar a los niños porque recibiste buena educación y te has tenido que apañar sola, ¿verdad?

Christine no quería profundizar mucho en el motivo por el que ella estaba allí, no fuese que Thomas descubriese la verdad, así que comenzó a asentir bajando la vista.

- Y... si me permites, ¿te puedo preguntar a qué se dedicaba tu padre?

- Pues... tenía tierras y algún caballo –esperaba que no le preguntase mucho más. Mala suerte sería si encima a él le sonaban los apellidos de su familia si se los preguntara y descubriese toda la historia. Sin embargo, el conde Thomas continuó con otro tema.

- ¿Sabes montar?

La pregunta pilló a Christine por sorpresa e incluso se ruborizó algo más.

- Pues... desde que era una niña –dijo algo más animada tratando de ocultar su timidez.

- ¡Genial, quisiera que enseñaras a mi sobrina! Yo aún no he tenido tiempo de enseñarle y me vendría bien tu ayuda...

- Eso sería maravilloso, señor Pendelton...

- Por favor, llámame Thomas. Si vas a ser la institutriz de mi sobrina, tenemos que tener mucha más confianza entre nosotros.

- Por supuesto, señor Thomas –dijo ella, mirándole con simpatía y luego volviendo a bajar la vista en cuanto él posó sus ojos en los suyos –. ¿Eso quiere decir que... me da el trabajo?

- Creo que he encontrado a la persona perfecta para el puesto –le dijo él con un guiño.

Christine quería preguntarle algo más, y no sabía si hacerlo o no, pero se atrevió.

- Y si enseño a su sobrina a montar, ¿quiere decir que podré montar sus caballos? –dijo ella más ilusionada y animada.

- Si es capaz de dominarlos, claro que puedes... ¡Lo mejor será que vengas mañana a montar con los niños y conmigo!

Christine se levantó del sillón con una enorme y preciosa sonrisa.

- ¡Muchas gracias, señor Pendelton, espero no decepcionarle ni como amazona ni como maestra de su sobrina!

- Llámame Thomas... –dijo él.

- Sí, lo... lo siento, Thomas... –y ya Christine no puso ni "señor" por delante, con lo cual volvió a sentirse algo tímida.

De forma casi automática, hizo una educada reverencia y se fue de la salita por la puerta sin esperar a que él le dijera nada más. Con los nervios y el entusiasmo no se había detenido por si acaso, y él querría haberle podido decir algo más, aunque no sabía qué exactamente. No quiso interrumpirla en su entusiasmo ni atosigarla con más preguntas. Ya habría tiempo para conocerla más.

Observando pensativo a través del enorme ventanal de su estudio, Thomas Pendelton sintió que había conocido a alguien muy especial y llena de misterios. Aunque también había notado en sus ojos la sensación de... ¿miedo? ¿Qué estaba ocultando la nueva institutriz de su sobrina? ¿A qué le tenía miedo? Le encantaban los misterios, y esa noche se fue a la cama con la decisión de averiguar qué le ocultaba la preciosa Christine.

 

***

Había dormido profundamente, y aunque no se acordaba de lo que había soñado, Christine juraría que había sido un sueño bonito, pues despertó con una sonrisa. Sin darse apenas cuenta había pasado media mañana, y ya estaba poniéndose un traje de montar con la ayuda de la señora Audrey. Los niños, Félix y Cindy, estaban correteando a las afueras del castillo ilusionados con la posibilidad de montar a caballo. Un rato antes habían desayunado todos en un ambiente de diversión muy familiar, aunque Christine tuvo que seguir manteniendo su papel de institutriz y tenía que mostrar la seriedad que le correspondía, bajo la divertida mirada de la señora Audrey. Por suerte Félix no volvió a despistarse y también se mantuvo en su papel, sin mostrar que era hermano de Christine. Aun así, Thomas no desayunó con todos ellos, pues se había levantado mucho antes a realizar sus ejercicios mañaneros y a pasear. Siempre le gustaba madrugar y ser de los primeros que despertaba.

- Te sienta como anillo al dedo –dijo la señora Audrey al ver a Christine con el traje de montar.

- Gracias, es una suerte que tuvieran uno para mí.

- Bueno, ya se lo agradecerás al conde Thomas dentro de un rato. Ha sido él quién te buscó el traje.

- Pues es raro que tuviera uno de mujer... –dijo Christine con cierta curiosidad.

- Perteneció a su madre...

Christine se quedó paralizada. No sabía de esto y se sintió mucho más especial al saber que el conde había decidido que ella se pusiese ese traje de montar.

- Pero... –dijo, quedándose sin palabras.

- Él ha querido que tú lo llevaras, y estás guapísima con ese traje puesto.

Cuando la señora Audrey terminó de ayudarla a vestirse y se fijó bien a Christine, como una madre que mira a su hija el día de la graduación, no pudo evitar sentir cierta satisfacción y orgullo por lo guapa que estaba. Ella nunca había tenido hijos, pero Félix y Christine eran como sus hijos para ella, y lloró muchísimas veces cuando Lady Caterham la echó de la casa que había cuidado durante tantos años. Ahora la señora Audrey disfrutaba como una madre vistiendo a su pequeña.

La verdad es que el traje de montar verde claro hacía juego con los preciosos ojos de Christine, que refulgían aún más aquella mañana donde todo estaba saliendo tan maravillosamente bien. La señora Audrey le había dicho a Christine que el conde tenía las mejores caballerizas de toda la región de Disemberg, así que la joven estaba deseando verlas y no pasó mucho tiempo hasta que Christine salió bien preparada para hacerlo.

Cuando llegó a las caballerizas, acompañada por la señora Audrey, el conde estaba sacando un caballo maravilloso de su cuadra, y ella pudo fijarse en lo interesante que resultaba verle tan preparado y entregado en lo que estaba haciendo. Los chicos acompañaban al conde y estaban esperando con impaciencia que éste les sacase un par de pequeños ponis que les prometió que tenía preparados para ellos. Cuando Thomas se giró y vio a Christine vestida con el bonito traje de montar, parecía como si el tiempo se hubiese parado para él. Hasta la señora Audrey pudo sentir el impacto que hubo en sus ojos al ver a la preciosa chica acercándose hacia las caballerizas.

- V... vaya, Christine. Te queda muy bien el... traje –fue lo único que consiguió decir.

- Gracias... –respondió ella con una tímida sonrisa –. No sabía que pertenecía a...

El conde le hizo un gesto con la mano como diciendo que no importaba.

- Estoy encantado de que lo lleves tú, te queda... –y Thomas se quedó callado justo antes de terminar, con timidez, algo que no le solía pasar con ninguna chica –. ...Precisamente estaba sacando tu caballo –dijo él cambiando de frase y quedándose ligeramente turbado porque Christine le produjera sensaciones diferentes a las que estaba acostumbrado.

Cuando ella vio el impresionante corcel que el conde Thomas le tenía preparado, se quedó con la boca abierta y se acercó a él para acariciarlo. La señora Audrey se alejó de ellos y volvió a las tareas del castillo tras un agradable gesto del conde, que le indicaba que a partir de ahora él se encargaría de ella y de los chicos. Durante ese momento, Christine no pudo apartar los ojos del caballo, que era mucho más impresionante de lo que le pareció a lo lejos.

- ¿Crees que podrás manejar a Valeroso? –dijo Thomas, acercándose mientras ella permanecía asombrada.

- Pero... ¿usted me dejaría montar algo tan increíble? –y se giró para ver la respuesta de él.

- Si eres capaz de dominarlo... –le dijo el conde con una sonrisa.

- ¡Gracias, gracias! –Christine hasta saltó de alegría y por un momento quiso abrazar a Thomas, pero su sentido común reaccionó a tiempo y no lo hizo.

- Sabía que te gustaría... –dijo él.

Tal y como prometió, el conde Thomas sacó de la cuadra a Florinda y Pequeñuelo, un par de pequeños ponis que hicieron que los niños saltaran y rieran alrededor. Aquellos pequeños animales eran encantadores y el conde montó a Cindy sobre Florinda y a Félix sobre Pequeñuelo. No podían estar más entusiasmados.

Luego Thomas fue a por su caballo preferido y fue entonces cuando Christine quedó completamente maravillada al verlo montar. Mientras todos esperaban fuera, el conde apareció con un espectacular semental negro. La impactante figura de Thomas sobre el impresionante caballo hizo que Christine tuviera que retirar la vista, coloreándosele las mejillas. La elegancia y la firmeza con la que el conde dominaba al animal dejarían sin palabras a cualquier mujer y Christine se quedó aturdida al verle así.

A continuación, se dirigieron paseando hacia la pista privada de carreras que había en el extenso terreno que pertenecía a la parte de atrás del castillo. Christine no había visto aquella zona desde que llegaron, pues las cuadras habían ocupado toda su atención, y se sorprendió de la libertad y la gran amplitud de las inmediaciones del edificio principal. Había pistas para practicar todo tipo de deportes e incluso le pareció ver una piscina cubierta tras las oscuras cristaleras de uno de los edificios que había justo detrás del castillo. Aunque luego pensó que vivir casi en solitario en aquel lugar con tantas posibilidades debía ser una vida muy triste, y que quizás por eso el conde siempre necesitaba salir, viajar y conocer otras gentes y culturas.

Cuando llegaron a la pista de carreras, Thomas colocó a los niños un poco más adelantados para darles ventaja, y él se colocó junto a Christine, que no se atrevía ni a mirarle por si se le encogía el corazón.

- ¡¿Estáis preparados para una carrera?! –dijo él de forma divertida.

- ¡Siiiiiiiiiiiiiiiii...! –exclamaron los niños a lo lejos.

- ¡Tres, dos, uno, ya...! –dijo, y los chicos comenzaron a correr con sus ponis a la máxima velocidad que les permitían.

Mientras tanto, él y Christine comenzaron al trote, intentando no rebasarles y disfrutando más del paisaje y de la compañía.

Christine se dio cuenta de que ese caballo era de los mejores que jamás había montado y tuvo que contenerlo bastantes veces para no rebasar a los niños ni alejarse de Thomas.

- Eres una amazona increíble, Christine... –dijo él, que no podía evitar disfrutar de la belleza de la chica sobre el espectacular corcel.

- Gracias... –contestó Christine con timidez –. Usted también monta muy bien... –y tras decir esto volvió a mirar al frente sin poder evitarlo.

- Algún día tenemos que correr uno contra otro para ver quién gana.

- P... pues seguro que usted, señor Thomas... Aunque disfrutaré muchísimo –le dijo ella con una sonrisa.

- De hecho, Christine, algún día iré de viaje en busca de caballos árabes, ¡dicen que son los mejores!

- ¡Eso sería genial, me encantarí...! –y de repente Christine interrumpió sus palabras al darse fijarse de que estaba imaginando más de la cuenta, y se lamentó por haber dicho algo tan descarado.

Tras una sonrisa, Thomas se quedó muy pensativo, y al verle, Christine quiso pedirle perdón por su atrevimiento, pero al final no lo hizo. Aunque pudiera parecer que el conde había pensado mal de ella, lo que realmente creía Thomas es que ella era una chica muy inocente y pura, quizás la chica más inocente que había conocido en mucho tiempo. Además, parecía inteligente y era muy simpática. Y no sólo eso, le gustaban los caballos, cuando a la mayoría de mujeres les parecían aburridos.

Al verse pensando así de Christine, Thomas se contuvo un poco en sus ideas, pues de repente se dio cuenta de que no estaba bien pensar así de una chica que prácticamente acababa de conocer y que además sería su empleada. Y Christine, sin embargo, comenzó a preocuparse más por ser tan abierta con el conde, pues los planes que les habían llevado allí a su hermano y a ella podrían ser descubiertos. Pensó que era mejor no intimar tanto y comportarse como para lo que había sido contratada, ser una simple institutriz. El objetivo era esconderse en el castillo, nada más. Además, en su imaginación ni siquiera cabía la posibilidad de hacerse ilusiones con un hombre como él, que conocía mucho más mundo, muchas más chicas y estaba en una posición social mucho más elevada que ella. Pensó que mejor dejaría de imaginar tonterías.

Tras el delicioso paseo, todos volvieron a las caballerizas. Los chicos con la sensación de que habían ganado la carrera y Thomas y Christine con muchas ganas de haber seguido paseando juntos, aunque cada uno pensándolo para sus adentros. Dentro de las preocupaciones personales de ellos dos, habían pasado un rato realmente agradable conversando y cabalgando.

Con sonrisas y cruces de miradas dejaron los caballos, y mientras Thomas continuaría por allí, Christine se dio la vuelta para marcharse hacia el interior del castillo. La chica agarró de la mano a Félix e indicó a Cindy que les acompañara para jugar dentro. Y fue justo en ese momento, cuando Christine se marchaba, que Thomas se acordó de algo.

- Por cierto Christine –mientras se lo decía, ella se giró con una sonrisa –, dile a la señora Audrey que me encontré esta mañana temprano con una tal Lady Caterham. Dice que está de paseo por Disemberg y que vendrá esta tarde al castillo a visitarla, pues la señora Audrey había cuidado a sus hijastros tiempo atrás.

Thomas miró de forma extraña a Christine mientras le decía esto, pues le pareció que a medida que le comentaba la noticia, la joven se había ido poniendo pálida y había perdido su sonrisa.

- S... se lo diré, señor Thomas... –dijo.

Fue entonces cuando Christine agarró más fuerte de la mano a Félix y se dirigió con una inusitada prisa hacia el interior del castillo, mientras el conde se quedaba más extrañado que nunca.