CAPÍTULO 8: REENCUENTROS
La cara de la señora Audrey era de total estupefacción. No se podía creer lo que veía a lo lejos, y hasta la pequeña Cindy a la cual llevaba en su mano para salir a pasear, tuvo que moverle la mano y decirle con su vocecita infantil:
- Señora Audrey, ¿qué pasa...?
- No puede ser...
Tuvo que aclararse la vista un poco, frotándose con una mano, al ver a Christine y a Félix junto a la verja del castillo y haciéndole señas. De repente, la alegría la invadió por dentro. Ellos habían sido como sus nietos, y allí estaban, visitándola. La señora Audrey cruzó con prisas el jardín de enfrente del castillo para encontrarse con sus queridos chicos. Cuando llegó a donde estaban ellos seguía sin poder creérselo.
- ¡No me lo puedo creer, aaayyy qué alegría más grande siento al veros!
Ellos le dieron un pequeño abrazo a través de los barrotes de la verja.
- Esperad, esperad...
La señora Audrey caminó bordeando todo el enrejado hasta que llegaron a la enorme puerta metálica que daba entrada a los jardines del castillo. De inmediato sacó un juego de llaves, que contenía muchas, y buscó con nerviosismo la que abría el enorme portón.
Cuando consiguió abrir, la mujer no pudo contener la alegría y ellos tampoco. Los tres se fundieron en un abrazo y la pequeña niña que la acompañaba esperó al lado de ellos, extrañada.
- ¡Qué grandes estáis, dios mío! –dijo ella separándose para verlos mejor, y volviendo a abrazarlos con fuerza.
Ella les pareció mucho más vieja que como la recordaban, y eso que no había pasado tantísimo tiempo. A pesar de la alegría de verla, sintieron el gran pesar del motivo que les había llevado hasta allí. E incluso Christine se sintió un poco culpable de que aquello no fuese una visita de amistad, sino con motivo de un problema.
Sin embargo, un sentimiento de seguridad invadió a los dos. Habían cumplido la primera parte de su misión, ya no estaban solos del todo y esperaban que ella pudiese ayudarles.
- Por favor, pasad, pasad...
La señora Audrey tenía cierto apuro de que sólo era una sirvienta y estaba invitando a los chicos sin pedir permiso, pero ya tenía cierto manejo y libertad allí en el castillo, y además el conde Thomas estaba de viaje en París.
- Pero bueno... ¡contadme algo, os he echado muchísimo de menos!
- Nosotros también a ti, nana –dijeron ellos, pero la voz de pesar de Christine hizo que ella notara de inmediato que algo ocurría.
- ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo grave? –preguntó ella mientras caminaban hacia el castillo.
- Necesitamos que nos salves, nana –dijo de repente Félix.
Christine no sabía ni por dónde empezar, y quería hablar aquello con calma, así que sugirió a la señora Audrey que si podía hacer que los chicos fueran a jugar a algún sitio mientras ellas hablaban.
- ¡Cindy, enséñale a Félix tu casa en el árbol!
El chico entendió perfectamente que Christine y su nana querían charlar tranquilas del serio asunto que les había llevado hasta allí, así que animó a la pequeña Cindy a que le enseñara dicha casa en el árbol. La niña estaba feliz de tener un amigo con quién jugar, ya que desde que su tío Thomas se fue se había aburrido un poco.
- Bueno, cuéntame, Christine, ¿qué es eso de que necesitáis que os salve?
Mientras paseaban y la mujer le preguntaba, habían llegado a la enorme puerta del castillo, que daba paso a un gran patio interior maravilloso. Christine, a pesar del problema que traía consigo, no pudo evitar abrir la boca de asombro al ver aquel precioso lugar, el castillo Pendelton de Disemberg. Se alegraba muchísimo porque la señora Audrey trabajara ahora en un sitio tan bonito, aunque hubiera preferido que siguiera cuidando de ella y de Félix en Viraqua.
- Este castillo es impresionante, nana –dijo ella mientras no podía evitar mirar a todos lados.
- Ven aquí, y hablemos más tranquilamente –dijo la señora Audrey cuando se cruzaron con otro de los sirvientes, que les miró extrañado pero saludó a la nueva visitante.
Se dirigieron hacia una de las estancias interiores, que se trataba de una habitación amplia y acogedora con una mesa muy grande y un par de sillones junto a otra mesita de té, mucho más pequeña.
La señora Audrey le ofreció que se sentaran en los cómodos sillones mientras Christine no pudo dejar de admirar aquel fantástico lugar. Había un enorme escudo heráldico en una de las paredes y un par de maravillosas pinturas con escenas de caza.
- Nana, no queremos molestarte, sabemos que tendrás cosas que hacer y...
- No te preocupes, Christine. El conde está de viaje y tengo cierto tiempo libre por las mañanas.
La chica pensó en el sirviente con el que se cruzaron y que pareció no estar tan contento con que la señora Audrey invitara a alguien a pasar, pero confió en ella y en no estar creándole un problema.
- Bueno, cuéntame ya por fin qué ocurre. Me tienes preocupada. ¿Habéis venido solos o está Lady Caterham en Disemberg también?
Christine estuvo a punto de comenzar a llorar de tristeza justo al empezar a hablar, cuando recordó que Félix estaba en peligro de muerte y que sería tan bueno que la señora Audrey hubiera seguido viviendo con ellos.
- No sé ni por dónde empezar, nana.
- A ver, qué ocurre Christine –la señora Audrey puso su mano sobre la de la chica, y ésta se relajó un poco para explicarle.
- Mi hermano y yo estamos en peligro, y la única posibilidad de salvarnos era acudir a ti, nana.
- ¿Pero en peligro por qué?
- Lady Caterham tiene intención de acabar con la vida de Félix y de deshacerse de mí para quedarse con toda la fortuna de nuestros padres –soltó Christine de una sola vez.
La señora Audrey se llevó la mano a la boca del asombro.
- Pero... ¿qué me estás contando mi niña? –la vieja mujer no podía creerse lo que la chica le estaba diciendo.
- ¡La oí, nana, escuché cómo le decía a ese pervertido de su amigo que acabaría con nosotros!
- ¡Dios mío, esa mujer está loca!
- Así es, nana, está loca y es una asesina...
La señora Audrey quedó pensativa sin poder evitarlo. Sabía que Lady Caterham era una mala mujer, no sólo porque la echara, que quizás estaba en su derecho de tener a las sirvientas que quisiera, sino por su comportamiento durante el poco tiempo que la conoció, y por como la trataba a ella y al pobre señor Hawkings, el otro sirviente de la casa de Christine y de Félix. Echaba de menos aquellos tiempos cuando los padres de los chicos estaban vivos y aquel hogar era pura felicidad.
- Has hecho lo correcto, Christine... –dijo la mujer con firmeza tras salir de sus pensamientos.
A Christine se le saltaban las lágrimas de todo el nerviosismo que había pasado hasta ese momento. La tensión que había soportado, y el no saber si la señora Audrey podría ayudarles, hicieron que se relajara un poco y que las emociones fluyeran. Tras un rato pensando una posible solución, su antigua nana tuvo una idea.
- Mira, te diré lo que haremos.
- ¡Sí, cuéntame por favor!
- Habrás visto a la pequeña Cindy, ¿verdad? –preguntó la señora Audrey.
- Sí, ¿es la hija del conde?
La señora Audrey rió con la pregunta de Christine.
- Para nada, el conde es demasiado "vividor de la vida" para tener una hija ya, ni siquiera está casado. La pequeña Cindy es su sobrina.
Christine asintió.
- Y tú te estás encargando de cuidarla, ¿no es cierto, nana?
- Así es, pero aún hay más, y esta es la idea que se me ha ocurrido. Mientras el conde está de viaje no hay problema en que os quedéis aquí. La cuestión es que calculo que en un par de días regresará a Disemberg...
- ¿Y qué haremos, nana? ¡Félix y yo no podemos quedarnos aquí sin más y sin permiso! –dijo Christine con un tono de pesadumbre.
- Tengo un encargo del conde que me hizo antes de irse a París: debía buscar una institutriz para la pequeña Cindy, ¡y resulta que ya la he encontrado!
Christine se quedó sorprendida durante unos segundos.
- Pero... yo no tengo capacidad de ser maestra ni de enseñar nada... –dijo Christine bajando la cabeza.
- Ni te preocupes por eso. Sé que puedes enseñarle algunas cosas sencillas a esa chica, como sumar y restar números, algo de ortografía, algunas ciencias naturales... y si no, llénale la cabeza de todas esas aventuras que siempre te gustó leer en tus libros –dijo la señora Audrey con entusiasmo y guiñándole un ojo.
- ¡Ay nana, no sé cómo podría agradecértelo! ¿Y qué ocurrirá con Félix?
- Ya se me ocurrirá algo. Por ejemplo –de forma extraordinariamente rápida, la señora Audrey pensó en una mentira para ocultar a Félix en el castillo–, podría ser el nieto de Lady Hummingbird. ¡Resulta que podríamos acordar que falsamente me acabo de encontrar a esa pesada señora esta mañana en los jardines del castillo, y decir que me ha pedido que me haga cargo de él por unos días porque va a visitar a su hermana enferma a otra ciudad!
Christine se sorprendió con la capacidad inventiva de su querida nana y pensó que menos mal que podía contar con ella.
- Al menos hasta que todo esto se aclare... que no sé hasta cuándo podrá ser... –dijo Christine sin ánimo de ser una carga durante mucho tiempo.
- No te preocupes por eso, niña. Usaremos esas mentirijillas tanto para el conde como para el resto de sirvientes del castillo. Eso sí, Félix debería hacer como que no es tu hermano ni te conocía de antes. No queremos que haya sospechas.
- ¿Y a partir de cuándo deberíamos poner en marcha este plan, nana?
- Cuanto antes, para que cuando llegue el conde Thomas ya sea habitual veros por aquí a los dos y nadie sospeche.
- Debería ir a por nuestro equipaje entonces, nana, ya que nos habíamos hospedado en la posada de "El descanso de Disemberg" hasta que pudiéramos solucionar esto.
- ¿La posada de Joanna y Julius? Son muy buenas personas, seguro que entenderán que dejéis de hospedaros allí por cualquier cambio de planes. Podría decirle a Martin, uno de los sirvientes del conde y mi mejor amigo en este lugar, que vaya a por vuestro equipaje y...
Christine pensó en esa idea pero le daba vergüenza que ese pobre hombre tuviera que ver su ropa interior y demás elementos de Félix y de ella, y aunque las calles resultaron ser algo peligrosas, e incluso encontraron a un asaltante que resultó ser buena persona, decidió ir ella misma a por el equipaje. Tampoco quería que la señora Audrey le solucionara todo. Pensó que demasiado estaba haciendo ya por ellos dos.
- No te preocupes, nana, ya iré yo en un rato mientras Félix se queda jugando con Cindy. Me conozco el camino ya. Y así puedo pagar la hospitalidad de Joanna y Julius también –dijo Christine con una sonrisa.
- Como quieras, pero si necesitas ayuda, me la pides.
- Te estaré eternamente agradecida, nana. Me da un miedo terrible lo que Lady Caterham pueda hacernos, pero estoy segura de que todo esto saldrá bien. Sobre todo gracias a ti.
- Por supuesto que sí, mi niña –le dijo la señora Audrey de forma cariñosamente maternal.
El resto del día pasó a gran velocidad. Christine fue a por el equipaje y por suerte para ella no tuvo ningún problema cruzando las calles de Disemberg. A aquellas horas ya había mucha más gente en los callejones y no volvieron a asaltarla. Sintió curiosidad por si Robert seguía por allí, y seguramente el hombre seguiría buscándose la vida aquel día, aunque esperaba que de forma más honrada. Incluso pudo ver de cerca aquel gran roble en el que acordaron dejar una señal si había algún problema. Era un árbol increíblemente viejo que desprendía una sensación de serenidad y tranquilidad maravillosa. Luego a la vuelta de Christine, la señora Audrey les explicó en qué habitaciones se quedarían ambos, y tuvieron una charla privada con el pequeño Félix para que entendiera su papel, que aceptó con gran valentía y responsabilidad. Nadie debía sospechar de ellos dos.
Aunque el resto de sirvientes del castillo Pendelton pudieran tener algún gesto de suspicacia, excepto el señor Martin, que era un buen amigo de la señora Audrey y que más adelante ella le explicaría lo que sucedía, se llegó hasta la hora de la cena con todos aceptando que Christine era la institutriz de la pequeña Cindy y que Félix era el nieto de Lady Hummingbird.
Mientras anochecía, a mitad de camino entre París y Disemberg en un pequeño pueblecito llamado Bermill, el conde Thomas hacía un alto en el camino para dormir en una bonita y lujosa posada. Al día siguiente continuaría su viaje de vuelta a casa, hacia su querido castillo. Estaba volviendo mucho antes de lo planeado, pero quería reflexionar y dejarse de fiestas por un tiempo, quería pensar en su vida.