Capítulo VI
Planes

En ninguna ocasión tuvo Doc que pensar con tanta rapidez como entonces.
En la fracción de un segundo que tardaron sus dorados ojos en observar la mortal amenaza del cuchillo, trazó un plan de acción.
Este plan consistió simplemente en soltar la cuerda de seda.
Esto significaba una caída desde más de ochenta metros de altura, sin ninguna probabilidad de salvarse, agarrándose a un saliente de mampostería.
El edificio era de construcción modernista, prescindiendo en absoluto de los balcones y salientes tallados.
Pero conocía la importancia del menor de sus movimientos. Aquella acción exigía nervios de acero, absoluto dominio de sus músculos y una gran rapidez.
Al quedar, de pronto, la cuerda floja ante la silla que el hombre empujaba, el mismo esfuerzo casi lanzó de cabeza por la ventana al criminal, que se vio obligado a agarrarse con todas sus fuerzas a la ventana, salvándose, por milagro, de la caída destinada a Doc.
Este, mediante una contorsión maravillosa, cogió el extremo de la cuerda de seda al pasar. Descendió como un plomo unos metros más, y sus brazos flexibles y musculosos pronto oscilaron junto al antepecho de una ventana.
Con la agilidad de un pájaro, descansó su cuerpo apoyándose sobre el granito.
¡A tiempo! Su agresor, furioso por el fracaso, utilizó un cortaplumas para cortar la cuerda, que cayó retorciéndose y adquiriendo formas fantásticas hasta llegar a la calle.
Comprobó que la ventana donde se salvó estaba cerrada. Rompiendo los cristales de un puñetazo, pudo abrirla y saltar al interior de la oficina.
Cruzó la habitación velozmente, derribando la puerta de un potente empujón, y se detuvo en el pasillo.
Sus agudos oídos percibieron un ruido inconfundible. Su enemigo descendía en el ascensor, listo para la huida.
Desde dos pisos más arriba, Renny, con voz que resonaba como un trueno por todo el edificio, gritaba como un energúmeno:
—¡Doc! ¿Dónde estás?
Pero no había tiempo que perder. Con velocidad increíble, corrió por el pasillo en dirección a los ascensores; pero la cabina descendía con rapidez.
Simultáneamente con su llegada, su brazo se alargó, asestando un formidable puñetazo contra la puerta.
El sonido de los nudillos hubiera estremecido a un espectador, quien hubiese jurado que el golpe destrozó todos los huesos de la mano. Pero Doc aprendió desde muy joven el perfecto control de sus músculos y tendones y sabía cómo maniobrar para salir indemne del choque más violento.
La puerta de acero del ascensor se hundió como una lata de un puntapié.
Seguidamente cerró el interruptor de seguridad, que la puerta al cerrarse hace funcionar de ordinario.
Estos interruptores se adaptan a todas las puertas de los ascensores, de manera que la cabina no puede subir ni bajar si se deja una puerta abierta, evitando así que los niños o las personas distraídas puedan caer al fondo.
Controla la corriente del motor.
El ascensor se detuvo muchos pies más abajo con el circuito cortado.
Doc asomó la cabeza por el hueco y sufrió una gran decepción, pues la cabina estaba casi al nivel de la calle.
Transcurrieron varios minutos antes de que el empleado del otro ascensor, atraído por el estruendo, descendiese a Doc y a sus amigos al vestíbulo.
No quedaba la menor traza de su encarnizado enemigo.
El empleado, indiferente, no pudo ni siquiera darle una descripción del presunto asesino que huyó del edificio.
Hubo un tumulto junto al rascacielos cuando un peatón soñoliento recibió la mayor sorpresa de su vida al tropezar con el cuerpo del maya que se arrojó de cabeza por la ventana.
Doc Savage explicó a la Policía la manera cómo el indígena halló la muerte.
Tal era su poder y el aprecio que el jefe de la Policía neoyorquina sentía por su padre, que al instante dio órdenes de no molestarle, y, además, evitó que los periódicos le relacionasen con el suicida.
Quedó libre para dirigirse a la República de Hidalgo, situada en América Central, para investigar el misterioso legado de su padre.
Al regresar al piso ochenta y seis trazó los planes y dio órdenes para su ejecución.
Entregó a Ham algunos de los documentos que encontraron bajo el ladrillo rojo del laboratorio.
—Tu carrera de abogado te ha proporcionado muchas amistades en Washington, Ham —le dijo—. Eres un íntimo amigo de todos los altos funcionarios del Gobierno. En consecuencia, te cuidarás de la parte legal de nuestro viaje a Hidalgo.
Ham consultó su reloj-pulsera de platino.
—Dentro de cuatro horas sale un aeroplano para Washington —dijo—. Iré en él.
—Es demasiada espera —le replicó Doc—. Toma mi autogiro. Puedes conducirlo tú mismo. Nos reuniremos contigo a eso de las nueve de la mañana.
Ham asintió con la cabeza. Era un piloto aviador muy experto. También lo eran Renny, Long Tom, Johnny y Monk.
Doc Savage les enseñó, logrando imbuirles parte de su genio en los mandos.
—¿Dónde está tu autogiro? —inquirió Ham.
—En el aeródromo de North Beach, en Long Island —respondió Doc.
El abogado salió con rapidez a cumplir las órdenes.
—Renny —ordenó Savage—, toma los instrumentos que necesites. Busca mapas. Tú eres nuestro piloto navegante. Viajaremos en aeroplano, desde luego.
—Perfectamente —dijo Renny, sin que su sombría expresión lograse ocultar la gran satisfacción que sentía.
¡Aquello prometía acción, emoción y aventuras en abundancia! ¡Y cuán enamorados estaban aquellos hombres de esa vida!
—Long Tom —continuó Doc Savage—, tú te encargarás de la cuestión eléctrica. Ya sabes lo que podremos necesitar.
—Desde luego. —El pálido rostro de Long Tom llameaba de excitación.
Long Tom no gozaba de la misma excelente salud que los otros. No obstante, nadie recordaba haberle visto enfermo ni un solo día.
A menos que los arrebatos de rabia, que a veces sufría, pudieran clasificarse como enfermedad. Tom pasaba meses enteros sin una rabieta, pero, cuando estallaba, ciertamente recuperaba el tiempo perdido.
Su aspecto enfermizo probablemente provenía del lúgubre laboratorio donde practicaba sus infinitos experimentos eléctricos.
También, sin duda, del enorme diente de oro que mostraba.
Long Tom, como Ham, se ganó el apodo en Francia. En cierto pueblo francés, había escondido en el parque un cañón antiguo usado siglos antes por los piratas que infestaban las Antillas.
En el fragor de un ataque enemigo, el comandante Thomas J. Roberts cargó esa antigua reliquia con un saco lleno de cuchillos y cascos de botellas, produciendo verdaderos estragos en el enemigo.
Desde aquel día le llamaron Long Tom Roberts.
—Productos químicos —indicó a Monk.
Este sonrió al tiempo que contestaba con el característico: «¡Okay!».
Era extraordinario que un hombre tan sencillo fuese reputado uno de los más grandes químicos del mundo.
Poseía un laboratorio inmenso en lo alto de un rascacielos, a escasa distancia de Wall Street, a donde encaminaba sus pasos en aquel momento.
El geólogo y arqueólogo fue el único que permaneció al lado de Doc.
—Johnny, tu trabajo es posiblemente el más importante. Busca todos los detalles concernientes a Hidalgo. Al mismo tiempo infórmate de las características de la raza maya.
Sonó el teléfono.
—Debe de ser mi conferencia con Inglaterra —murmuró Doc—. Tardaron mucho en ponerme en comunicación.
Cogiendo el receptor, habló y recibió una respuesta; luego dio con rapidez el modelo del rifle gigantesco de dos cañones y el número del arma.
—¿A quién se lo vendieron? —preguntó. No tardó en recibir una sorprendente contestación.
Colgó el receptor. Su rostro de bronce era inescrutable; en sus ojos había destellos dorados.
—La fábrica inglesa informa que vendieron esa arma al gobierno de Hidalgo —murmuró, pensativo—. Formaba parte de una importante partida de armas vendidas a ese país hace cosa de un mes.
Johnny se ajustó los lentes.
—Debemos obrar con cautela, Doc —dijo—. Si nuestro enemigo persiste en molestarnos, quizá intente inutilizar nuestro aeroplano.
—Tengo un plan que evitará el peligro en esa dirección —le aseguró Doc.
Johnny parpadeó; inmediatamente despertada su curiosidad, empezó a preguntar de qué plan se trataba.
Pero fue demasiado lento. Ya estaba solo en la oficina.
Con una sonrisa, el geólogo se dirigió a cumplir su parte de los preparativos; tenía plena confianza en Doc Savage.
En su mente ya se planeaban los detalles que les garantizarían la seguridad en su vuelo hacia el Sur; y el plan para proteger a su aeroplano sería digno del cerebro de Doc.