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La Guerra Civil Griega

Hay ciertos momentos en la Historia —muy raros afortunadamente— en los que la suerte de millones de personas pende de la decisión de un solo hombre. Uno de esos momentos se produjo en la noche del 9 de octubre de 1944, durante una conferencia entre Churchill y Stalin en Moscú. Dicha conferencia fue menor y menos importante que cualquiera en las que participaron los «Tres Grandes» en Teherán, Yalta y Potsdam. Los americanos no estaban presentes, y Roosevelt telegrafió a Stalin y a Churchill insistiendo en que cualquier acuerdo deberíamos tomarlo «nosotros tres y sólo nosotros tres». A pesar de ello, Churchill sacó lo que él llamó un «documento pícaro» —media hoja de papel en la que había escrito una serie de porcentajes que mostraban las esferas de influencia respectivas de Gran Bretaña y la URSS en el mundo de posguerra. Rumania, por ejemplo, estaría bajo la influencia rusa en un 90%, y bajo la de «otros» sólo en un 10%. Bulgaria sería un 75% rusa y un 25% de «otros». Hungría y Yugoslavia, estarían ambas divididas al 50%. Sólo había un país que estaba casi por completo bajo la esfera británica: Grecia sería un 90% británica (de acuerdo con los EEUU) y sólo un 10% rusa. Para expresar su acuerdo sobre estos porcentajes, Stalin estiró el brazo e hizo una gran marca azul en el documento.1

Mucho se ha hablado de la forma aparentemente despreocupada con la que se selló el destino de posguerra de esos cinco países, pero en realidad era la culminación de cinco meses de conversaciones secretas entre los diplomáticos de ambos países. Sin embargo, resultó de suma importancia. En el capítulo siguiente retomaré lo que ocurrió en Hungría y Rumania. Por el momento, lo más importante es que Stalin estaba dispuesto a ratificar la influencia británica en Grecia —una decisión que iba a tener profundos efectos en aquel país durante los siguientes treinta años.

A los británicos siempre les había interesado Grecia. Dominaba el Mediterráneo oriental y los accesos a Oriente Medio y el canal de Suez, y por lo tanto era de vital importancia para los intereses estratégicos británicos. Churchill se había arriesgado a acudir en ayuda de Grecia durante la invasión alemana de 1941, y a pesar de una derrota desastrosa, siempre estuvo decidido a volver. En octubre de 1944, pocos días antes de que diera comienzo la conferencia de Moscú, los británicos habían aterrizado de nuevo en el Peloponeso. A este respecto, la gran marca azul de Stalin no fue más que un mero reconocimiento de la realidad sobre el terreno: el ejército británico ya marchaba hacia Atenas.

Sin embargo, la autoridad británica en Grecia no resultó el hecho consumado que aparentaba. Los británicos no eran la única fuerza que luchaba por el control del país. Al igual que en Italia y Francia, había allí también una cantidad importante de partisanos. De hecho, mucho antes de la llegada de los británicos, estos andartes ya controlaban gran parte de la Grecia continental, obligando a la alemanes que habían ocupado el país a permanecer en las principales ciudades. El mayor grupo de resistencia era, con mucho, el Frente Nacional de Liberación, EAM, y su brazo militar el Ejército de Liberación del Pueblo Griego, ELAS.2 Aunque estos grupos representaban de forma ostensible una organización de andartes de amplio espectro, la realidad era que estaban dominados por el Partido Comunista griego, que a su vez debía lealtad a Stalin. Durante toda la guerra los británicos habían intentado compensar el poder de la izquierda suministrando armas y fondos a organizaciones de resistencia alternativas, pero ninguna suma pudo cambiar el hecho de que el EAM y el ELAS, de orientación comunista, fueran muchísimo más populares que el resto de las organizaciones de resistencia juntas.3

Por lo tanto, podría decirse que la influencia rusa en Grecia ya era tan importante como la británica, y sin duda mayor que ese 10% que concedió Churchill en un trozo de papel. Si Stalin hubiera ordenado a los comunistas griegos que tomaran el control del país, es muy posible que lo hubieran hecho. El Ejército Rojo ya se encontraba muy cerca del norte en las fronteras de Bulgaria, y los partisanos comunistas yugoslavos también conectaron con sus camaradas del norte de Grecia. La presencia británica en octubre de 1944 era minúscula comparada con la de los EAM/ELAS, y cuando llegaron a Atenas, encontraron que los andartes ya habían liberado la ciudad. A pesar de ello, el Partido Comunista no trató de tomar el poder a nivel nacional, en parte porque la resistencia estaba muy desorganizada, y en parte también porque dentro de la estructura del EAM había muchos que no eran comunistas y que amenazaban con retirar su apoyo si la organización iba a tomar el poder para sí mismos. Pero en gran parte fue porque Stalin había cumplido su palabra: en vísperas de la conferencia de Moscú envió una delegación a Grecia para ordenar a los comunistas que colaborasen con los británicos.4

Al igual que en Italia y Francia, había muchos entre las bases del Partido Comunista —e incluso algunos entre los dirigentes— que no podían comprender por qué debían mantenerse alejados y permitir que otros tomaran el control. En un amargo discurso ante el Comité Central del Partido Comunista en el verano de 1944, el secretario general del EAM, Thanasis Hadzis, se quejaba de que se estaba traicionando a la resistencia. Los EAM/ELAS habían dedicado varios años a luchar contra los ocupantes y a establecer su poder en la mayor parte de Grecia: ¿por qué debían ahora inclinarse ante los ingleses? «No podemos seguir dos sendas», insistió. «Debemos elegir.»5 Muchos líderes de la resistencia griega sospechaban que los británicos querían reducir Grecia a una mera colonia administrada por un gobierno títere, justo lo que habían hecho los alemanes antes que ellos.

En las semanas posteriores a la liberación aumentó la tensión entre los británicos y el EM A/EL AS. La jerarquía militar británica desconfiaba de los motivos de los andartes y, al igual que en Francia, les consideraba un grupo imprevisible de aficionados con tendencia a disparar sus armas por diversión. El propio Churchill afirmó que tenía la plena convicción de que se produciría un enfrentamiento con el EAM, y envió órdenes al oficial de mando de las fuerzas aliadas en Grecia, general Ronald Scobie, de que esperase un golpe de estado en cualquier momento. Si se materializaba, las órdenes de Scobie eran utilizar toda la fuerza necesaria para «aplastar al ELAS».6

En cambio, los componentes de los EAM/ELAS desconfiaban de los motivos de los británicos. No podían por menos que darse cuenta de que los británicos seguían apoyando el regreso del rey griego, y de que parecían estar protegiendo a algunos de sus antiguos colaboradores en vez de llevarles a juicio. También parecían apoyar el nombramiento de algunos oficiales rabiosamente anticomunistas para los puestos clave de seguridad. Por ejemplo, cuando tras la liberación el llamado «gobierno de unidad nacional» de George Papandreou nombró al coronel Panagiotis Spiliotopoulos jefe militar de la zona de Atenas en octubre de 1944, los británicos rehusaron intervenir. Spiliotopoulos había coordinado activamente a los grupos anticomunistas de derechas durante la ocupación, y el ELAS le consideraba un colaboracionista. Ni tampoco intervinieron cuando un grupo de oficiales de alto rango del ejército griego en Italia empezaron a hablar abiertamente de derrocar al gobierno de Papandreou y reemplazarlo por una administración de extrema derecha.7 Semejantes actitudes, combinadas con la desafortunada tendencia de algunos oficiales británicos a tratar, en palabras del embajador americano, a este «país fanático amante de la libertad... como si estuviera compuesto de nativos bajo el imperio colonial británico», significaba que sólo era cuestión de tiempo que se produjera algún tipo de ruptura dramática.8

Esa ruptura llegó a principios de diciembre, menos de dos meses después de la liberación de Atenas, cuando los ministros que representaban al EAM en el gabinete de Papandreou dimitieron en masa. Su queja era la misma que la de los partidos de la resistencia en Francia e Italia: no estaban dispuestos a desarmarse y entregar el control a la recién creada Guardia Nacional, al menos hasta que en las filas de la policía no quedaran antiguos colaboradores de derechas. Al contrario que en Francia, sin embargo, no había un único dirigente carismático lo bastante fuerte y lo bastante astuto políticamente para encargarse tanto de los comunistas como de la depuración de la policía. Y a diferencia de Italia, los comunistas no estaban lo bastante unidos para acordar, aunque fuera a regañadientes, una agenda de compromiso. Ni tampoco contaban los Aliados con una presencia lo bastante fuerte en el país para obligar a ambas partes a llegar a un acuerdo: las fuerzas británicas en Grecia sólo eran una fracción de los grandes ejércitos aliados que solían estar destacados en Francia e Italia. El estancamiento político produjo una tensión que se podía palpar en todos los niveles sociales. Como escribió en su diario el escritor George Theotokas: «Atenas sólo necesita una cerilla para arder como un barril de gasolina».9

El 3 de diciembre, el día después de que los ministros del EAM salieran del gobierno, los manifestantes tomaron las calles de Atenas. Se congregaron en la plaza Syntagma donde, por razones que aún hoy siguen siendo un misterio, la policía abrió fuego matando al menos a 10 e hiriendo a más de 50. Las tropas británicas que estaban presentes sostuvieron que aquello ocurrió simplemente porque la policía de Atenas perdió los nervios, pero algunos izquierdistas griegos afirmaron que fue un acto de provocación deliberado.10 Fueran los que fuesen los motivos para abrir fuego, se desató la espiral de violencia que sólo había estado en suspenso unas cuantas semanas.

Los partidarios del EAM, acordándose de la brutalidad de las fuerzas de seguridad griegas durante la ocupación, bloquearon y atacaron de inmediato las comisarías de policía de toda la ciudad. Por el bien de la ley y el orden, los británicos se vieron entonces obligados a intervenir. Al principio los francotiradores del ELAS les arrinconaron en el centro de Atenas, pero poco a poco escaparon al sur de la ciudad y a los suburbios «rojos» donde libraron batallas campales callejeras contra antiguos combatientes de la resistencia griega. Fue la única vez, durante y después de la guerra, que las tropas aliadas en Europa occidental lucharon contra los mismos grupos de resistencia a los que supuestamente tenían que haber liberado. Con verdadera prepotencia colonial, Churchill informó al general Scobie de que era libre «de actuar como si estuviese en una ciudad conquistada en la que se desarrollara una rebelión local».11 Por consiguiente, las baterías británicas de 25 libras abrieron fuego sobre el suburbio «comunista» de Kaisariani, y los aviones de combate de la RAF bombardearon las posiciones del ELAS en los pinares y los bloques de apartamentos que daban al centro de Atenas. Para los aterrorizados ciudadanos que no combatían y se vieron atrapados entre dos fuegos, fue la gota que colmó el vaso: los ataques de los británicos, al parecer totalmente indiscriminados, herían y mataban a mujeres y niños. Cuando médicos británicos visitaron un puesto de socorro en el suburbio de Kypseli tuvieron que hacerse pasar por americanos para evitar que los airados atenienses les lincharan. Algunos de los que habían resultado heridos cuando la Royal Air Forcé bombardeó una plaza local, les dijeron que «los ingleses les habían gustado, pero que ahora sabían que los alemanes eran unos caballeros».12

En el transcurso de diciembre de 1944 y enero de 1945, la lucha empezó a convertirse en una guerra de clases, con todas sus peores características. A un lado estaban los combatientes fanáticos de los EAM/ ELAS, que ya estaban convencidos de que los británicos trataban de restaurar la monarquía y una dictadura de derechas; al otro lado se encontraba una coalición nefasta de militares británicos, monárquicos y anticomunistas griegos, muchos de los cuales estaban igual de convencidos de que el EAM intentaba montar una revolución estalinista.

Los sucesos se intensificaron cuando los británicos cogieron a unos 15.000 sospechosos de ser simpatizantes de izquierdas y deportaron a más de la mitad de ellos a campos de Oriente Medio. Los andartes respondieron tomando como rehenes a miles de burgueses en Atenas y Tesalónica y haciéndoles marchar montaña arriba por la nieve. Cientos de estos supuestos «reaccionarios» —muchas veces identificados como tales por su relativa riqueza— fueron ejecutados y enterrados en fosas comunes.13

A finales de enero ambos bandos estaban agotados de luchar. En febrero firmaron un acuerdo de paz en la ciudad costera de Varkiza, en el cual el ELAS acordaba disolverse y deponer las armas, y el gobierno provisional se comprometía a seguir adelante con la depuración de colaboracionistas. Se declaró una amnistía para todos los crímenes políticos cometidos entre el 3 de diciembre de 1944 y el 14 de febrero de 1945, excepto para «los delitos de derecho común contra la vida y la propiedad que no fueran absolutamente necesarios para la consecución del crimen político en cuestión».14

Si ambos bandos hubieran cumplido el acuerdo, tal vez entonces el asunto se hubiera quedado ahí. Pero, como enseguida se puso de manifiesto, el gobierno no tenía un verdadero poder sobre las bandas de derechas que se estaban formando por todo el país, ni siquiera sus propias fuerzas de seguridad. Estaba a punto de empezar una reacción violenta contra los EAM/ELAS que con el tiempo llevaría a la guerra civil.

LA ÍNDOLE DE LA RESISTENCIA COMUNISTA

Resulta fácil sentir simpatía por los combatientes de la resistencia en Francia, Italia y Grecia a quienes, a pesar de luchar con valor y éxito por la liberación de sus países, no sólo sus gobiernos de posguerra les negaron toda recompensa, sino que fueron activamente suprimidos. A los miembros de la resistencia comunista se les impidió asumir cargos de verdadero poder en los gobiernos de posguerra de los tres países. Arrestaban a los antiguos héroes por hechos que muchos consideraban actos de guerra legítimos, y les procesaban con una ferocidad que brillaba por su ausencia en el trato a los colaboracionistas. Y para añadir sal a la herida, se dejaban de lado los relatos de sus hazañas heroicas de guerra a favor de unos mitos más que dudosos sobre «crímenes» comunistas durante las diversas depuraciones por toda Europa. Las personas influyentes de derechas se aseguraban de que, a la menor oportunidad, se exagerase la amenaza de desorden, y hasta de revolución, comunista.

Sin embargo es importante no descartar todas las afirmaciones de la derecha. Los grupos de resistencia izquierdistas no estaban compuestos por entero de idealistas inocentes que luchaban contra las fuerzas de la tiranía a favor de un mundo mejor —también había muchos realistas despiadados que estaban más que dispuestos a servirse de la tiranía para forzar sus reformas ideológicas. Es imposible describir en términos de blanco o negro la lucha entre la derecha y la izquierda: los métodos, motivos y lealtades de ambas partes están demasiado enmarañados como para desenredarlos de una forma sencilla. En ningún sitio se ilustra esto mejor que en Grecia durante y después de la guerra. Aquí, más que en ningún otro país, todos los bandos utilizaron el terror sobre una población asustada que cada vez encontraba más difícil evitar que la guerra de ideologías la absorbiera.

El ascenso del EAM durante la guerra era algo completamente nuevo en Grecia. Antes de la ocupación, el país no tenía una tradición de movimientos ideológicos de masas, y los políticos solían ser algo impuesto al país de arriba hacia abajo, y en donde apenas se daba importancia a la clase trabajadora, especialmente en las zonas rurales. Durante la guerra, sin embargo, la brutal ocupación de los alemanes, italianos y búlgaros, unida al hambre y las privaciones, tuvo un efecto de profunda radicalización en la población griega. Granjeros, obreros y hasta mujeres, a quienes antes apenas interesaba la política, ahora la veían como la única forma de traer cordura a un mundo que enloqueció con la destrucción. Cientos de miles recurrieron al EAM porque no sólo ofrecía la posibilidad de resistir a la ocupación, sino la promesa de un mundo mejor una vez que acabara la guerra.

Los logros del EAM a nivel local eran fenomenales, sobre todo porque se produjeron durante una guerra brutal cuando las autoridades de ocupación consideraban ilegal su misma existencia.15 En tiempos de hambruna organizaron la reforma agraria y la distribución uniforme de las reservas alimentarias. Instituyeron una forma nueva y muy popular de «justicia del pueblo» que se llevaba a cabo en pueblos más que en ciudades, impartida por jurados locales en vez de abogados costosos y jueces, y conducida en lenguaje popular más que en griego culto que para la mayoría de los campesinos griegos era casi como una lengua extranjera. Crearon unos mil grupos culturales en pueblos de toda Grecia, subvencionaron a docenas de grupos de teatro itinerantes y publicaron periódicos que se leían en todo el país. Construyeron innumerables escuelas y guarderías que ofrecían educación a aquellos que nunca antes la tuvieron al alcance. Fomentaron agrupaciones juveniles, y la emancipación de las mujeres —de hecho fue el EAM el primero en conceder el sufragio a las mujeres griegas en 1944. Repararon carreteras y crearon una red de comunicaciones sin precedentes. Estos logros fueron especialmente notables en las zonas más remotas de las montañas griegas, siempre ignoradas por los políticos de antes de la guerra. Según Chris Woodhouse, agente secreto británico en Grecia durante la guerra, «los EAM/ELAS marcaron la pauta en la creación de algo que los gobiernos griegos habían descuidado: un estado organizado en las montañas griegas». Sólo gracias al EAM los «beneficios de la civilización y la cultura entraron poco a poco y por primera vez en las montañas».16 Su popularidad en muchas partes de Grecia se basaba en su habilidad para cambiar a mejor la vida de la gente, y su disposición para relacionarse no sólo con las fuerzas vivas del pueblo, sino con la gente corriente.

Sin embargo, el EAM tenía otra cara que no era tan amable. Para empezar, no admitían competencia. A diferencia de Francia e Italia, donde en general los diversos grupos de la resistencia colaboraban mutuamente para expulsar a los alemanes, los EAM/ELAS pasaban gran parte de su tiempo luchando contra otros grupos de resistentes en lugar de contra los ocupantes. En abril de 1944, por ejemplo, unidades del ELAS ejecutaron al coronel Dimitrios Psarros en Roumeli, no por traidor, sino por ser el jefe del grupo de resistentes rival. Muchos de los supervivientes de este grupo, llamado Liberación Nacional y Social (EKKA), se unieron de inmediato a los «Batallones de Seguridad» colaboracionistas, porque ahora creían que los EAM/ELAS eran un mal mayor que los alemanes.17 Los comunistas también eligieron como blanco a la Liga Nacional Republicana Griega, EDES, un grupo de resistencia del centro y el oeste de Grecia, confiscando los alimentos de sus militantes, sus animales e incluso amenazando su vida si no abandonaban EDES y se unían al EAM. Como consecuencia, muchos afiliados de EDES se pasaron a los Batallones de Seguridad, a la vez que muchos miembros destacados de EDES, incluyendo a su dirigente Napoleón Zervas, sustentaban lazos estrechos con el gobierno colaboracionista e incluso con los alemanes en una alianza anticomunista extraoficial.18

Acabada la guerra, militantes del EAM declararon que sus excesos fueron meros «actos patrióticos improcedentes» que «como estaban ligados a la lucha patriótica... no podían considerarse punibles».19 Pero el hecho de que hubieran actuado con tanta violencia contra otras organizaciones de resistencia, muestra que a pesar de toda su retórica nacionalista —incluso el acrónimo ELAS era una evocación deliberada de la palabra griega que significa Grecia, Eλλάς,— la mayoría de los dirigentes de la resistencia estaban más preocupados por la guerra de clases que por la de liberación nacional. Los comunistas se opusieron a los británicos, a pesar de las armas y el dinero que proporcionaban a los grupos griegos de resistencia de todas las tendencias políticas, porque recelaban de las simpatías monárquicas de Churchill.20

En las zonas en las que los EAM/ELAS ostentaban un poder absoluto, muchas veces la gente se veía sometida a los caprichos de dictadores comunistas insignificantes cuyo gobierno podía ser terriblemente sangriento. En el lejano noreste del país, por ejemplo, un líder de una banda del ELAS que tomó el nombre de guerra de «Odiseo» al parecer enloqueció con el poder. Tras acabar con la actividad del mercado negro en la mayor parte de la región de Evros, dirigió su atención hacia los «traidores», categoría en la que al parecer cabía cualquiera que cuestionase su autoridad, o manifestase algún tipo de anglofilia. Mucha gente fue asesinada sólo porque miembros de la banda de «Odiseo» tenían rencillas personales contra ellos. Cuando mandó un «batallón de la muerte» especialmente creado con una lista de «confidentes» a los que había que matar, los integrantes del batallón empezaron a discutir a propósito de algunos nombres de la lista. La intervención de su comandante «Telémaco» es estremecedora: «Esto es una revolución», dijo. «Y hay que hacer lo que hay que hacer —aunque mueran algunos inocentes, no tendrá importancia a largo plazo.» La situación en Evros llegó a ser tan mala que al final el ELAS tuvo que enviar un nuevo dirigente a la zona. Odiseo fue arrestado, juzgado y ejecutado, y se restableció una forma más moderada de ley y orden.21

Quizás el andarte más famoso de la guerra fue Aris Velouchiotis, que gobernó como un déspota amplias zonas de la Grecia central. Aris fue uno de los fundadores del ELAS y había aprendido a usar el terror como método de control en los años anteriores a la guerra, cuando la policía tomaba duras medidas contra el comunismo: le arrestaron y torturaron hasta que estuvo dispuesto a firmar la renuncia a sus actividades de partido. La crueldad que sufrió parece que se le contagió. Ahora que él mismo ocupaba un puesto de poder, le daba lo mismo ejecutar a sus propios hombres por crímenes tan inocuos como robar gallinas —una forma de justicia ejemplar que casi borró la indisciplina de sus filas. Ni tampoco le importaba mucho torturar y ejecutar a personas que él consideraba traidoras o criminales. En el otoño de 1942, por ejemplo, ordenó el arresto de cuatro hombres de una familia respetada del pueblo de Kleitso y les torturó sin piedad y sin cesar durante casi una semana. Su delito fue el robo de un poco de trigo del almacén del pueblo —sin embargo, muchos años después uno de los guardas del almacén confesó al cura del lugar que los cuatro eran inocentes, porque fue él quien robó el trigo.22

Los que hacían apología a favor del EAM a menudo culpaban de tales excesos a los canallas e inconformistas, imposibles de controlar en un país fragmentado por la guerra. Sin embargo, existen pruebas que indican que esa represión estaba organizada de forma centralizada —si no a nivel nacional, al menos regional. En algunas zonas del centro de Grecia y el Peloponeso, el terror era un modo deliberado y semioficial del EAM de controlar a la población. Los comités preparaban listas de nombres, las sometían a otros comités para su aprobación y luego las pasaban a unos escuadrones especiales de asesinos que ejecutarían a las personas que figuraban en la lista, a menudo sin saber siquiera de qué se suponía que eran culpables. El carácter burocrático de lo que se llegaría a conocer como el «Terror Rojo» era espeluznante.23

En el Peloponeso, el terror no sólo iba dirigido a los traidores, sino a los «reaccionarios» —dicho de otro modo, a todo aquel que en el pasado hubiera manifestado su oposición al Partido Comunista. Se diferenciaba entre los reaccionarios «activos», que eran ejecutados, y los «pasivos», a los que se suponía que enviaban a campos de concentración en las montañas, pero llegado el caso muchos de ellos eran ejecutados nada más llegar.24 Muchos alcaldes, médicos, comerciantes y otros notables de pueblo, eran asesinados, se hubieran opuesto o no alguna vez al partido comunista. Bastaba con que fueran potencialmente desleales a los EAM/ELAS.

Algunos cabecillas locales del ELAS, como Theodoros Zogos, que controlaban la zona alrededor de Argos y Corinto, parece que en cada pueblo de su jurisdicción exigieron una cuota fija de «reaccionarios» para ejecutar.25 A falta de reaccionarios o colaboracionistas, elegirían a sus familias como blanco. En febrero de 1944, el diario comunista de la provincia de Achaia publicó un artículo advirtiendo a los miembros de los Batallones de Seguridad colaboracionistas de que se pasaran a la resistencia. «De lo contrario les exterminaremos, quemaremos sus casas y destruiremos a toda su familia.»26

La población estaba perpleja ante semejante terror, porque era un fenómeno totalmente nuevo. Anteriormente se habían producido en Grecia peleas políticas, sublevaciones y hasta golpes de estado, pero habían sido asuntos relativamente incruentos; de ninguna manera habían dado lugar a que los griegos se mataran entre ellos a un nivel parecido al que ahora, de repente, se había convertido en habitual. A los sospechosos de ser reaccionarios les llevaban a campos en las montañas, a menudo monasterios remotos, que eran tan horribles como las cárceles de la Gestapo. Allí les torturaban con frecuencia, les privaban de alimentos y finalmente les degollaban.27 A veces condenaban a pueblos enteros por traidores y mataban a la población. Por ejemplo, en Heli, un pueblo del Peloponeso, el ELAS tomó entre sesenta y ochenta rehenes, la mayoría hombres y mujeres de edad avanzada, los mató y arrojó sus cuerpos a un pozo.28

Naturalmente, semejante terror no se dio sólo en Grecia: el terror era un método de control que impusieron los nazis sobre gran parte de la Europa ocupada, y Grecia no fue una excepción. Lo que hizo poco común la situación aquí fue el hecho de que los nazis no fueron los únicos en emplear dicha táctica: también la utilizaron aquellos mismos griegos que debían estar luchando para liberar la nación. Y al menos durante un tiempo funcionó, la disidencia fue sofocada en las zonas controladas por el EAM, los reaccionarios y sus familias huyeron a las ciudades y el control comunista fue absoluto. Pero también echó a muchos en brazos de los alemanes, en especial a los Batallones de Seguridad que recibían el respaldo de los nazis. Por ejemplo, Leónidas Vrettakos había creado un batallón en el Peloponeso cuya principal motivación era vengar a su hermano, asesinado por el ELAS en otoño de 1943.29 «Me dirigí a los alemanes», explicaba un miembro de los batallones cuyos padres habían sido asesinados por el EAM. «¿Qué podía hacer si no había nadie más a quien pedir ayuda?»30

A lo largo de 1943 y 1944, los Batallones de Seguridad colaboracionistas empezaron a desarrollarse y expandirse en gran parte como respuesta al terror comunista. Por desgracia, los batallones eran igual de crueles y en muchas zonas lanzaron un programa de arrestos aleatorios, torturas, ejecuciones, la destrucción de hogares de sospechosos de apoyar al EAM y el saqueo generalizado de alimentos, ganado y posesiones. A veces se trataba simplemente de un caso de indisciplina entre la tropa reclutada del hampa de las ciudades, pero otros casos estaban inspirados por un feroz anticomunismo que no discriminaba entre inocentes y culpables.

Un oficial de enlace inglés en el Peloponeso resumió la escalada de violencia entre ambos bandos de la siguiente manera:

Finalmente, el ELAS encontró a sus verdaderos enemigos —un elemento de la Derecha armada... La actitud del ELAS hacia ellos era de una hostilidad extrema; y muchas de las peores atrocidades del ELAS fueron realizadas contra prisioneros de los BS y contra sus familias, que por lo general eran internados en campos de concentración. La furia del ELAS contra los Batallones de Seguridad crecía a medida que actuaban, y los propios Batallones demostraron que no eran menos maestros en el arte de la intimidación y el amedrentamiento.31

Más al norte, en Tesalia y Macedonia, el aumento de los sentimientos anticomunistas llevó a la formación de otras organizaciones apoyadas por los alemanes, como la Federación Agrícola Nacional de Acción Anticomunista, EASAD, abiertamente fascista, que protagonizó un reino del terror en la ciudad de Volos.32 En Macedonia, un grupo paramilitar de extrema derecha a las órdenes del coronel George Poulos, llevó a cabo incontables atrocidades, entre ellas la matanza de 75 compatriotas en Giannitsa.33

Ante tanta violencia por ambas partes, a los ciudadanos griegos les resultaba cada vez más difícil mantener cualquier tipo de moderación. Como en las zonas de Italia que se disputaron por igual entre comunistas y fascistas, muchos griegos se enfrentaron a la difícil elección de unirse a las milicias colaboracionistas (y encontrarse en una lista negra comunista), o a los EAM/ELAS (y arriesgar la vida, la libertad y los bienes familiares). Muchas veces no había término medio. Esto les iba de perlas a los alemanes, quienes admitían abiertamente que sus intenciones eran sembrar la disensión entre los griegos para que «pudieran sentarse y contemplar el combate en paz como espectadores».34

Quizá la parte más trágica de todo esto fue el carácter sumamente personal de la violencia. En todo el país había pueblos divididos por sus ideas políticas, y las desavenencias que antes se habrían resuelto con una discusión en la kafenia local, ahora conducían a disputas familiares que podrían desembocar en el asesinato de familias enteras. Además, mientras que distintas familias del mismo pueblo se identificaban a menudo con uno u otro grupo político, muchas veces sus discusiones no tenían nada que ver con la política. Los aparceros se denunciaban unos a otros al EAM para hacerse con la cosecha del vecino; los aldeanos se acusaban mutuamente de traición para resolver disputas o peleas personales; los rivales en alguna profesión se denunciaban unos a otros para eliminar competencia. En casos así, las tensiones que ya existían en la comunidad aumentaban de forma desproporcionada, actuando los EAM/ELAS (o sus oponentes) como catalizadores.

Existen innumerables ejemplos de cómo la influencia de las fuerzas políticas dejó que las meras rencillas personales se fueran de las manos. Sólo daré uno, el de la disputa familiar entre las familias Doris y Papadimitriu, tal como la aclara el historiador Stathis N. Kalyvas.35

En 194z un joven pastor llamado Vassilis Doris se enamoró de Vassiliki Papadimitriu, una chica que vivía en el pueblo de Douka en las montañas al oeste de Argos. Por desgracia, ella no le correspondía, y en cambio se enamoró de su hermano Sotiris. Amargado, Doris decidió vengarse de ella. Les contó a algunos militares italianos de la localidad que Vassiliki escondía armas, y en consecuencia los soldados fueron a su casa y le dieron una buena paliza.

Al año siguiente, cuando el EAM llegó a la zona, la familia de Vassiliki se convirtió en un apoyo muy destacado. Ellos a su vez deseaban vengarse por lo que había hecho Doris, así que le denunciaron varias veces por traidor a los oficiales del EAM. Al final, una de sus denuncias llegó al comité provincial del EAM. Para entonces era julio de 1944, y el comité regional comunista había empezado su programa de limpieza de reaccionarios en la zona. En consecuencia, Vassilis Doris y su hermano Sotiris fueron arrestados y conducidos a una cárcel del EAM en el monasterio de San Jorge en Feneos. Una semana después, un guardia entró en las celdas y gritó 20 nombres, incluidos los de Doris y su hermano. Les dijeron que iban a trasladarles al cuartel general de ELAS, pero en realidad les harían marchar a la montaña hasta una cueva donde les degollarían.

Doris no era tonto, e imaginó lo que iba a pasarle. Mientras los componentes del grupo eran conducidos fuera de la cueva de dos en dos, se las arregló para desatar sus manos, de modo que cuando le llevaron frente a sus ejecutores pudo golpear a su guardián y echar a correr. A pesar de los disparos escapó montaña abajo y se encaminó hacia Argos. Al día siguiente de su huida, el ELAS ejecutó a su otro hermano, Nikos, en represalia.

Varios meses después, tras la liberación, Doris cogió un arma y regresó a la zona con el propósito de vengarse de Vassiliki Papadimitriu y su familia de una vez por todas. El 12 de abril de 1945 él y un grupo de amigos y familiares mataron a Panayotis Kostakis, un pariente de la familia Papadimitriu que Doris creía que había participado en su denuncia al EAM. En respuesta, ese junio, dos hermanos Papadimitriu mataron al cuñado de Doris. En febrero del año siguiente Doris y su grupo atacaron la casa de Papadimitriu y mataron a la madre de Vassiliki y a su hijo pequeño Yorgos —y tres meses después también dieron caza y mataron a tiros a uno de los hermanos de Vassiliki, a su cuñado y a su sobrina de tres años. En palabras de uno de los habitantes del pueblo, «Vassilis [Doris] y Vasso [Papadimitriu] comenzaron todo el asunto; ellos sobrevivieron, pero todos los demás a su alrededor fueron asesinados».

Esta historia tan triste es un ejemplo perfecto de cómo la guerra y las fuerzas políticas que se impusieron en un pequeño pueblo del Peloponeso, convirtieron un problema personal menor en un ciclo de violencia y asesinato. Si los ocupantes italianos de la región no hubieran actuado ante el malicioso chivatazo de Doris, es posible que con el tiempo su resentimiento al verse rechazado por Vassiliki se hubiera diluido sin causar daño. Asimismo, si el EAM no hubiera sobreactuado ante la denuncia igual de maliciosa de la familia de Vassiliki, la situación no hubiera llegado a ser mortal. Y finalmente, si las autoridades locales hubieran arrestado a Doris después de la guerra en lugar de darle carta blanca para dar caza a sus enemigos, el ciclo de violencia podría haber sido parado en seco. Cuando Doris y sus socios fueron por fin arrestados y juzgados, pretendieron alegremente que habían actuado por puro patriotismo contra una familia de violentos revolucionarios del EAM. Esto es señal de lo exhaustiva que llegó a ser la respuesta anticomunista en 1947 ya que, a pesar del evidente carácter personal de sus crímenes, Doris y sus cómplices fueron absueltos.

LA DERROTA DEL COMUNISMO EN GRECIA

Dadas las arraigadas posturas de los situados a ambos extremos del espectro político, y el odio intenso y personal que se había creado entre ellos, no era de extrañar que en la posguerra fracasaran los intentos de volver a dirigir el país hacia el centro. El «gobierno de unidad nacional» de Papandreou era cada vez más atacado por ambos bandos. Ni siquiera los británicos fueron capaces de mantener el control, y amplias zonas del país se hundieron en el caos, en mayor o menor grado, durante bastantes años tras el fin de la guerra.

A menudo se condenó a los británicos por el papel que habían desempeñado en la consolidación de la derecha griega y por facilitar el posterior reinado del terror. Sin embargo, pese a desconfiar de los comunistas, los británicos pecaron más de ingenuidad política que de represión declarada. En diciembre de 1944 cometieron su mayor error cuando sucumbieron a las exigencias de los mandos del ejército monárquico para rearmar a los Batallones de Seguridad y otras milicias colaboracionistas de derechas que estaban retenidas en campos de concentración fuera de Atenas. Bajo el ataque de la guerrilla, los británicos no estaban en posición de rechazar una oferta de ayuda, ni siquiera viniendo de fuentes dudosas. Pero como consecuencia dejaron que la nueva Guardia Nacional se viera de pronto abrumada por esos mismos colaboracionistas de derechas a los que hacía poco habían derrotado.

El EAM también pecó de ingenuidad. Al abandonar el gobierno de Papandreou, cometieron el primero de una serie de graves errores políticos: irónicamente, su acción provocó la creación misma que manifiestamente querían evitar: una Guardia Nacional claramente de derechas. Durante los meses siguientes, muchos de estos guardias se unieron a bandas de derechas y desataron un Terror Blanco en la campiña griega. Excarcelaron a los Batallones de Seguridad, atacaron a los sospechosos de ser izquierdistas y a sus familias, y desvalijaron las oficinas de los grupos de izquierdas.

El segundo error del EAM, aunque apenas se les puede culpar por ello, fue mantener en vigor los términos del acuerdo de alto el fuego de Varkiza y entregar al menos algunas de sus armas a las autoridades. Una vez desarmados, los antiguos andartes ya no estaban en posición de defenderse, y fueron perseguidos sin piedad por sus enemigos. Los que se negaron a disolverse, como Aris Velouchiotis, fueron denunciados por el Partido Comunista, capturados por las tropas gubernamentales y asesinados. En una escena de barbarie medieval, pasearon la cabeza cortada de Aris por la calle principal de Trikala.36

En cambio, los griegos de derechas ni siquiera fingían mantener vigentes los términos del alto el fuego. Al parecer creían que los británicos les apoyarían «en cualquier circunstancia», y por lo tanto no dudaron en actuar como les vino en gana.37En el año siguiente al acuerdo de Varkiza, según fuentes oficiales, las bandas de derechas asesinaron a 1.192 personas, hirieron a 6.413 y violaron a 159 mujeres —aunque las cifras reales son sin duda más altas.38 En algunas zonas, sobre todo el norte y el Peloponeso, la policía emprendió un programa de arrestos masivos de cualquier sospechoso de vinculación con el EAM. Aunque los británicos fueron muy críticos con tan flagrante persecución, apenas presionaron al gobierno griego y a los círculos derechistas para ponerle fin.39 En vista de ello, no es de extrañar que los comunistas estuvieran resentidos por la presencia de los británicos en suelo griego. En los años siguientes, calificarían el periodo del «Terror Blanco» de «orgía terrorista del monarco-fascismo y esclavización total del pueblo griego por parte de imperialistas extranjeros».40

Durante los meses siguientes, la derecha griega hizo un esfuerzo conjunto para asegurarse de que controlaban las fuerzas armadas del país, la Guardia Nacional, la gendarmería y la policía. Según fuentes del gobierno de Papandreou, los comunistas tenían prohibido ingresar en cualquiera de estas instituciones ante la falta de confianza en que no fueran a traicionar los intereses nacionales griegos —pero el término «comunista» enseguida vino a significar todo aquel que tuviera ideas de izquierdas, incluso moderadas. Los que ya estaban en el ejército o la policía y fueran sospechosos de abrigar simpatías izquierdistas, eran desviados de inmediato a la reserva. Dichos movimientos de la derecha eran tan amplios que muchos observadores aliados empezaron a temer que estuvieran planeando un golpe de estado. Como poco parecían tratar de ejercer una influencia deshonesta sobre las próximas elecciones de marzo de 1946.41

Esto nos lleva al gran error final del Partido Comunista Griego. Indignados por los repetidos incumplimientos del tratado de Varkiza, los comunistas decidieron desatender el consejo de los soviéticos y abstenerse en las elecciones de marzo, y así poner en manos de la derecha realista una victoria masiva. Aquel otoño, los monárquicos aseguraron el regreso del rey en un referéndum más que dudoso. A nivel local, los funcionarios de derechas utilizaron su nuevo mandato para intensificar la represión anticomunista. La gendarmería se expandió rápidamente, y en septiembre de 1946 había más que triplicado el tamaño que tenía el año anterior.42 La violencia aumentó hasta tal punto que el gobierno ya no controlaba lo que ocurría en provincias. A finales de 1946 estaba claro que muchos griegos de izquierdas no tenían más opción que abandonar sus casas y echarse al monte una vez más. El Partido Comunista fundó el Ejército Democrático de Grecia (Dimokratikos Stratos Ellados, o DSE) —sucesor natural del ELAS— y la guerra civil volvió al país.43

No haré un relato con puntos y comas de los siguientes dos años, en los que el ciclo de violencia y contraviolencia continuó del mismo modo que lo había hecho durante la guerra. Ahora, la principal diferencia era que ya no eran los alemanes, búlgaros e italianos los que apoyaban a las fuerzas de la derecha contra los comunistas, sino los británicos y americanos, para quienes mantener el anticomunismo era el menor de dos males. La ayuda occidental, así como el material británico y americano, afluía al país, y finalmente el gobierno griego empleó el antiguo método británico de sofocar las revueltas: el de trasladar a la fuerza a decenas de miles de aldeanos a campos de internamiento para que las guerrillas pasaran hambre. En cambio, los comunistas griegos se esforzaron por ganar apoyos fuera del país. Cuando Stalin se negó a ayudarles, empezaron a contar con los partisanos yugoslavos de Tito, un convenio que duró hasta 1948. Pero cuando el Partido Comunista Griego se alineó con Stalin tras la ruptura Tito/Stalin, les retiraron su apoyo, lo cual suponía que tenía los días contados. Por último, la guerra civil en Grecia llegó a su fin en 1949 con el desplome total de la izquierda.

Quizás el aspecto más chocante de todo este periodo de la historia griega fue el doble rasero que existió en el sistema judicial. Mientras que el proceso a los colaboracionistas griegos cesó en gran parte en 1945, se siguió arrestando y procesando a muchísimos comunistas. En septiembre de 1945, según cifras oficiales, la cantidad de izquierdistas encarcelados superaba a la de presuntos colaboracionistas en más de siete a uno. Las cifras de ejecuciones eran aún peores. En 1948, según fuentes americanas, sólo 25 colaboracionistas y cuatro criminales de guerra fueron ejecutados mediante sentencia judicial en Grecia.44 Las sentencias de muerte ejecutadas contra izquierdistas entre julio de 1946 y septiembre de 1949 superaron en más de cien veces la cifra anterior.45

Los que no eran ejecutados languidecían en prisión durante años o incluso décadas. A finales de 1945 había entre rejas unos 48.956 simpatizantes del EAM, y la cifra se mantendría alrededor de los 50.000 hasta finales de la década de 1940.46 Incluso después de que los infames campos de internamiento de Makronisos fueran clausurados en 1950, quedaban todavía 20.219 prisioneros políticos en Grecia y 3.406 seguían en el exilio.47 En la década de 1960 todavía quedaban cientos de hombres y mujeres en las cárceles griegas cuyo único delito era haber sido miembros de grupos de resistencia que lucharon contra los alemanes.48

Este «proceso a la resistencia», como lo llaman los historiadores italianos, tuvo lugar en varios países después de la guerra —pero en ningún sitio fue tan duro como en Grecia. Durante 25 años el país estuvo gobernado por una mezcla de políticos conservadores, el ejército y oscuras organizaciones paramilitares apoyadas por los americanos. Entre 1967 y 1974 el país tocó fondo cuando una dictadura militar se apoderó de él. En este periodo se promulgó una ley que proporcionó el último insulto a los hombre y mujeres que habían luchado por la liberación de Grecia durante la guerra: oficialmente se definió a los partisanos de los EAM/ELAS como «enemigos del estado», mientras que los antiguos miembros de los Batallones de Seguridad, que habían luchado en el lado alemán, tenían derecho a solicitar pensiones estatales.49

BAJA EL TELÓN

La Guerra Civil Griega iba a tener profundos efectos para el resto de Europa. Fue el primer enfrentamiento y el más sangriento de lo que muy pronto se convertiría en una nueva guerra fría entre Oriente y Occidente, derechas e izquierdas, comunismo y capitalismo. En algunos aspectos, lo que pasó en Grecia define la guerra fría. No sólo dibujó la frontera meridional del Telón de Acero, sino que proporcionó una dura advertencia a los comunistas italianos y franceses, y de hecho de toda Europa occidental, sobre lo que podría ocurrir si caían en la tentación de tratar de hacerse con el control. Pero quizá lo más importante fue que los americanos regresaron a Europa al verse forzados a comprender que el aislacionismo ya no era una opción. Cuando los británicos anunciaron que no podían seguir financiando la guerra del gobierno griego contra los comunistas, los americanos se vieron obligados a intervenir. Permanecerían en Grecia, y en puntos estratégicos de todo el continente, durante el resto del siglo.

La repentina participación de Estados Unidos en Grecia fue lo que dio origen a la Doctrina Truman, política estadounidense de contener lo que el diplomático americano George F. Kennan llamaba la «avalancha» comunista que amenazaba con anegar toda Europa.50 El 12 de marzo de 1947, el presidente Truman pronunció un discurso ante el Congreso declarando que ahora debería de ser la política americana la que «apoyara a los pueblos libres que resistían los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o de presiones externas» y que tenían que empezar por conceder un paquete de ayuda masiva a Grecia y Turquía.51 El hecho era dibujar una línea en la arena: ya era imposible rescatar a Europa del Este del comunismo, pero no permitirían que el Mediterráneo oriental siguiera su ejemplo.

La conclusión lógica de esta nueva política americana fue el anuncio del Programa de Recuperación Europea, también conocido como Plan Marshall en honor del titular de la Secretaría de Estado de los EEUU George Marshall en junio de 1947. Este paquete de ayudas masivo estaba en apariencia abierto a cualquier país europeo, incluida la Unión Soviética, siempre que emprendieran una mayor y mutua cooperación económica. Pero mientras que la intención expresa del Plan Marshall era combatir el caos y el hambre en todo el continente, el Secretario de Estado dio a entender que darían prioridad a aquellos países que opusieran resistencia a «gobiernos, partidos políticos o grupos que buscaran perpetuar la miseria humana para obtener un beneficio político».52 Dicho de otro modo, al tiempo que declaraba ser un paquete de ayudas económicas, el verdadero propósito del Plan Marshall era casi todo político.53

Estos movimientos diplomáticos enfurecieron a los soviéticos. Al tiempo que se mostraron dispuestos a mantenerse alejados de Grecia que, según el acuerdo al que había llegado Stalin con Churchill, se encontraba bajo la «esfera de influencia» británica y americana, no estaban preparados para aceptar ningún tipo de injerencia occidental en su propia esfera. Stalin dio órdenes a todos los países bajo control directo soviético para que declinaran la oferta americana de la Ayuda Marshall, y presionó a Checoslovaquia y Finlandia para que hicieran lo mismo. Así pues, mientras que dieciséis países se apuntaron al Plan Marshall, ni un solo futuro estado comunista tomó parte. En cambio, bajo una ulterior presión soviética, establecieron sus propios tratados comerciales con la URSS. La grieta entre las dos mitades de Europa empezaba a ensancharse.

Quizá la consecuencia más importante de esta cadena de acontecimientos fue la decisión soviética de formalizar su control sobre otros partidos comunistas europeos. Tres meses después del anuncio del Plan Marshall, los soviéticos convocaron a todos los dirigentes comunistas a una reunión en la ciudad polaca de Szklarska Poręba. En ella reformaron la Internacional Comunista, o Comintern, con el nuevo nombre de Oficina de Información Comunista o Cominfom. Al mismo tiempo ordenaron a los comunistas occidentales que emprendieran una campaña de agitación antiamericana —una orden que fue una de las principales razones del aumento repentino de huelgas en Italia y Francia a partir de finales de 1947. La era de autonomía y diversidad entre los partidos comunistas de Europa había acabado definitivamente —a partir de ahora los soviéticos iban a llevar la voz cantante.54

Si bien es muy probable que dicha cadena de acontecimientos se hubiera producido de todos modos, fue la situación en Grecia la que actuó de catalizador. Por lo tanto, la Guerra Civil Griega no fue una mera tragedia local, sino un suceso de resonancia internacional. Las potencias occidentales así lo reconocieron y estaban listas para refrendar cualquier injusticia con tal de que mantuviera a los comunistas a raya.

Para la gente corriente de Grecia esto sólo añadió una nueva capa de miseria a su experiencia. No sólo se vieron atrapados entre las tendencias extremistas de sus propios conciudadanos —mucho después de que la Segunda Guerra Mundial se diera por acabada— sino que ahora también se habían convertido en el balón del nuevo juego que practicaban las superpotencias.