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La limpieza étnica de Ucrania y Polonia

El pueblo judío no fue el único al que echaron fuera de sus ciudades de origen después de la guerra. Ni fue el único que sufrió la violencia de las turbas, los policías y las milicias armadas. Si los supervivientes del Holocausto estaban en lo cierto al insistir que les habían dado un trato especial durante la guerra, ése ya no fue el caso cuando terminó. Sin duda los judíos fueron maltratados, como ya he señalado, pero después de la liberación el verdadero foco de la violencia nacionalista recayó en otras minorías.

Sólo hay que comparar los sucesos de Kielce con lo que ocurrió en otras partes de Polonia ese mismo año. A finales de enero de 1946, soldados del 34.0Regimiento de Infantería polaco bajo el mando del coronel Stanislav Pluto rodearon el pueblo de Zawadka Morochowska (o «Zavadka Morochivska» en ucraniano), cerca de Sanok, en el sureste de Polonia. El pueblo entero estaba habitado por ucranianos étnicos, y fue su etnia el único motivo de los sucesos que allí se produjeron. Según testigos presenciales, la llegada del ejército anunciaba una masacre que resultó tan sangrienta como todo lo que había ocurrido en la guerra:

Vinieron al pueblo al amanecer. Todos los hombres empezaron a correr hacia los bosques, y los que se quedaron intentaban esconderse en las buhardillas y los sótanos, pero en vano. Los soldados polacos miraron por todas partes de tal manera que no quedó ningún lugar sin registrar. Siempre que capturaban a un hombre le mataban en ese mismo instante; donde no encontraban un hombre, pegaban a las mujeres y los niños... Mi padre estaba escondido en la buhardilla y los polacos ordenaron a mi madre que subiera a buscarle. Estas órdenes iban acompañadas de fuertes golpes de culata de fusil. Cuando madre empezó a subir, la escalera se rompió de repente y ella cayó al suelo, rompiéndose el codo. Cinco polacos empezaron a pegarle de nuevo con la culata de los fusiles y cuando no se pudo levantar, le dieron de patadas con sus pesadas botas. Corrí hacia ella con mi hija de cuatro años porque quería protegerla, pero los soldados empezaron a pegarnos a mí y a mi hija. Al poco tiempo perdí el conocimiento, y cuando desperté encontré a mi madre y a mi hija muertas y todo el pueblo en llamas.1

Cuando al día siguiente llegaron los partisanos ucranianos a la zona descubrieron una escena de devastación total: «nada más que ruinas humeantes y unas cuantas sombras en movimiento que más parecían fantasmas que seres humanos».2 Aparte de saquear el pueblo de manera exhaustiva, y robar gran parte del ganado, los soldados polacos mataron a docenas de aldeanos, la mayoría mujeres y niños. Peor que el hecho en sí de los asesinatos fue la manera en que los cometieron. A muchos les mataron a golpes, o les destriparon, o les prendieron fuego. Algunas mujeres tenían los pechos rebanados mientras que a otras les habían sacado los ojos o cortado la nariz y la lengua. Según uno de los soldados polacos que tomó parte en la masacre, «entre nosotros había algunos que estaban disfrutando de esta carnicería».3

Gran parte de la documentación histórica de esta matanza procede del lado ucraniano, el cual tenía un interés personal en retratar la brutalidad polaca, pero aun teniendo en cuenta que lo adornaran hasta cierto punto, es innegable que fue un suceso terrorífico. Tampoco acabó ahí. Dos meses después, el ejército regresó a Zawadka Morochowska y ordenó a todos los supervivientes del pueblo que recogieran sus cosas y cruzaran la frontera a la Ucrania soviética. Todos los edificios restantes salvo la escuela y la iglesia fueron incendiados y, como advertencia de lo que les esperaba si se quedaban, fusilaron a un grupo de 11 hombres. Finalmente, en abril, después de matar a varios aldeanos más, destruyeron también la iglesia y la escuela, y toda la población fue agrupada y expulsada a la fuerza del país. En el curso de estas operaciones asesinaron a unas 56 personas, e hirieron de un modo atroz a otras muchas. El pueblo fue borrado del mapa casi por completo.4

La diferencia entre las matanzas de Zawadka Morochowska y el pogromo de Kielce es que la primera fue obra del ejército y no de una turba incontrolada. El acoso y asesinato de judíos en Polonia era un fenómeno popular alentado por un antisemitismo generalizado. No era una consecuencia de la acción del gobierno, sino de la inacción del mismo: los antisemitas no dudaban en atacar a los judíos porque confiaban en que no les castigarían por ello. Resultó que varios de los autores del pogromo de Kielce fueron juzgados y hasta ejecutados por sus crímenes. En cambio, la masacre de los ucranianoparlantes en Zawadka Morochowska fue resultado directo de la política oficial del gobierno. El ejército fue enviado expresamente al sureste polaco para que se deshicieran de la población ucraniana que allí residía. A diferencia de los judíos, a los que sólo «instaron» a huir, los ucranianos fueron expulsados —y cuando se negaron a irse, les mataron o les echaron a la fuerza. Aunque, como en Zawadka Morochoswka, el ejército actuara con un exceso de celo, en términos generales no le sancionaban por ello. Lo más importante, desde el punto de vista del gobierno, era que lo consiguiera.

Zawadka Morochowska fue sólo un suceso entre mil. La persecución y expulsión de minorías étnicas se daba por toda Europa, sobre todo en el centro y el este del continente. Pero en Polonia los sucesos eran especialmente importantes, en parte porque en este país fue donde se llevó a cabo una limpieza étnica más completa, pero también porque el problema polaco/ucraniano tuvo consecuencias enormes para el resto de Europa. Las tensiones nacionalistas que se desataron allí fue lo que dio a los soviéticos la idea de aprovechar el nacionalismo para sus propios fines, no sólo en Polonia sino en todo el Bloque Oriental. Y fue la mutua expulsión de polacos y ucranianos lo que proporcionaría el patrón para la limpieza étnica en todo el continente.5

Sin embargo, antes de poder comprender verdaderamente los sucesos que se produjeron en pueblos como Zawadka Morochowska, es necesario volver al principio. Como han señalado muchos historiadores, la limpieza étnica de Polonia no ocurrió de manera aislada, sino después de la guerra más grande de todos los tiempos. Los polacos no expulsaron a los ucranianos sólo porque sí: fueron los tremendos sucesos de la guerra los que hicieron deseable o posible un cambio tan radical.6

LOS ORÍGENES DE LA VIOLENCIA ÉTNICA POLACA/UCRANIANA

Las tierras fronterizas del este de Polonia fueron invadidas no una, sino tres veces durante la guerra: primero por los soviéticos, luego por los nazis, y finalmente otra vez por los soviéticos. Las diferentes comunidades étnicas que vivían en esta zona de tanta diversidad reaccionaron a cada invasión de una manera distinta. La mayor parte de la población polaca resistió a los nazis y a los soviéticos por igual con la esperanza de que Polonia pudiera volver a su statu quo previo a la guerra. La población ucraniana, en cambio, estaba más dividida. Casi todos ellos temían y odiaban a los rusos por la brutalidad con la que habían gobernado la parte soviética de Ucrania durante la década de 1930; por ello muchos acogieron a los alemanes como libertadores. Entretanto, los judíos no sabían en quién confiar. Muchos esperaban que la invasión soviética pudiera librarles del antisemitismo polaco y ucraniano; después, parecía que algunos tenían la esperanza de que la invasión alemana les rescataría de la persecución soviética. Cuando la región fue invadida por tercera vez a finales de 1943, el puñado de judíos que aún sobrevivía había perdido la confianza en todos los foráneos, fuera cual fuese su nacionalidad.

Tanto los soviéticos como los nazis atizaron los enfrentamientos entre los distintos grupos étnicos. Los nazis trataban sobre todo de aprovechar los sentimientos nacionalistas de los ucranianos para reprimir al resto de la población. Aun antes de la invasión se habían puesto en contacto con grupos políticos ucranianos de extrema derecha, sobre todo la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN). Era un movimiento ultranacionalista ilegal, similar a la Ustacha de Croacia o la Guardia de Hierro de Rumania, que utilizaba la violencia para lograr sus propósitos. Los nazis les tentaban con la promesa de la independencia de Ucrania a cambio de su colaboración. Si bien las facciones más poderosas de esta turbia organización nunca se fiaron de las intenciones nazis, otras estaban encantadas de que se aprovecharan de ellos —en parte porque pensaban que los nazis les darían lo que querían, pero también porque compartían algunas de las intenciones nazis más siniestras.7