La recompensa del río • 17

SUCIAS Y ANDRAJOSAS, pero vivas, Trixie y Honey descendieron con cuidado del bote y vadearon las últimas cuartas de río hasta la orilla. Su despedida de Ken y Carl fue cálida y agradecida, antes de que éstos se perdiesen en la oscuridad. Su padre los esperaba ya hacía tiempo, según dijeron.

Trixie emprendió el camino que ascendía hasta la plataforma.

—¡Pero si son Honey y Trix! —exclamó Jim excitado—. ¡Dios sabe lo que me alegro de volver a veros!

Las rodearon todos los Bob-Whites, varios policías… y Pat Bunker, que fue el primero en correr a saludar a las dos chicas. Éstas retrocedieron al acercarse el viejo.

—¡Tenéis que creerme; soy el mayor loco del mundo, pequeñas! —exclamó el pescador.

—¿Qué? —pudo articular Trixie.

—Os aseguro que me alegro muchísimo de veros —siguió diciendo, a la vez que les tendía una mano a cada una—. Cuando vi lo que hizo aquella mujer para proteger nuestro tesoro…, bueno, entonces comprendí que tenía que alejarme de la banda y llamar a la policía.

—¿Ha sido usted quien ha llamado a la policía? —preguntó Honey.

Para entonces, el resto del grupo estaba ya alrededor de las muchachas. El sargento Molinson, situado frente a ellas, dijo:

—He tenido dos llamadas por vosotras esta noche: una del señor Bunker y la otra de vuestros hermanos, al ver que tardabais tanto. Tendréis alguna explicación que dar, pero después de oír que habéis sido arrojadas al río, creo que puedo esperar.

—No —dijo Trixie impaciente—. Hay que detener a Thea.

El sargento levantó la mano, tranquilizando a la chica.

—Ya he informado a la policía del Estado para que le echen el guante —aseguró con un ligero movimiento de cabeza hada Trixie—. Después de tu llamada estuve haciendo ciertas averiguaciones. Resulta que esa mujer está perseguida, bajo diversos nombres falsos, en cinco Estados, acusada de robo de coches, evasión de impuestos y sustracción de tesoros ocultos o hundidos. De lo único que no he encontrado ni rastro ha sido de su oficio de escritora de libros infantiles… Pero eso me enseñará a no ser tan escéptico cuando me llames para informar de asuntos extraños. Y en cuanto a lo del tiburón… —se detuvo para rascarse la cabeza—, al parecer ha habido otros que lo han visto esta última temporada…

Trixie se sentía evidentemente halagada por todo aquello. Permaneció muda, pero Honey insistió.

—¡Oh, Trixie sabe ya que el tiburón era falso, sargento!

Bunker meneó la cabeza.

—¡Ese tiburón! —dijo—. Sé que Thea lo usaba como señal y me figuré que era eso lo que había visto la pequeña. Pero no podía consentir que viviese asustada por algo que no era real, y por eso intenté quitarle de la cabeza el asunto.

—Por eso vacilaba usted —comprendió Trixie. Los Bob-Whites y los policías escuchaban, cada vez más confusos, pero Trixie estaba decidida a atar todos los cabos antes de dar explicaciones—. Bunker, hace un rato dijo nuestro tesoro…, ¿es que Thea y usted eran socios?

Y antes de que Bunker tuviese ocasión de responder, intervino Honey:

—¿Era Thea en realidad Kathleen, la exesposa de su socio Krull?

—¿Eh? —Bunker parecía asombrado—. La respuesta a esas preguntas es «no». Primeramente, Kathleen murió el año pasado. Thea no conoció a Krull. Sólo había leído que se dedicaba a la caza de tesoros. No, nunca hemos sido lo que llamáis socios. La encontré en una tienda de pesca, en White Plains, y me contrató para recoger a los buceadores y mantener cerrada la boca.

En ese momento, una mujer policía se acercó al sargento Molinson y le dijo algo al oído.

—Mantener la boca cerrada… ¿de qué? —preguntó Trixie.

—Bueno, estaban buceando en busca del supuesto tesoro de Krull, como es natural. Yo siempre he tenido mis dudas sobre el particular, pero seguí adelante con el plan. Los buques naufragados son un excelente lugar de pesca.

—Tigmotropismo —indicó Mart.

Bunker lo miró indiferente.

—No sé nada de tigmo… eso, lo que sea. Pero sé que los peces se dan muy bien en los sitios en que hay barcos hundidos. Además, las burbujas de las bombonas de aire «scuba» de los buceadores son también buenas para atraer a los peces.

—Correcto —dijo Mart—. Por eso se llama «scuba» a cualquier aparato para respirar debajo del agua.

Honey habló por todos:

—Mart, no es momento de explicaciones. Deja que acabe Bunker.

Mart se excusó.

—No importa —dijo Bunker—. La cosa es que me fui dando cuenta de que los buceadores de Thea iban sacando oro y por eso pedí una parte de la «pesca» al final. Después de todo, Krull me lo había dejado todo a mí. Thea estuvo de acuerdo por entonces, pero me da la impresión de que intentaba largarse también con mi parte —Bunker acabó su relato con la voz dolida del hombre sencillo que ha vuelto a ser engañado por los otros.

—No tan deprisa —dijo el sargento Molinson, volviendo a juntarse al grupo—. Parece ser que es usted rico, señor Bunker.

—¿Eh?

El policía señaló hacia el coche, todavía con las luces rojas intermitentes.

—Han llamado de la comisaría. La policía del Estado ha capturado a Thea van Loon y a sus dos compinches. Fueron detenidos cuando conducían un coche robado, justo en la salida de Poughkeepsie. En el asiento trasero había varias bolsas llenas de joyas etruscas, al parecer de unos dos mil años de antigüedad. Si Lawrence Krull es reconocido en el tribunal como su antiguo dueño, podrá tomarse usted un buen descanso.

Presa de la excitación, Trixie saltaba.

—¡Imaginaos! ¡Un tesoro prácticamente en nuestro jardín! —gritaba. Entonces recordó otro jardín, el de la pareja retirada de Poughkeepsie, y comprendió por qué Thea se había dirigido a aquella ciudad. Antes de que pudiese añadir nada, observó el aspecto consternado de Bunker.

—Pero la pesca es mi vida —se lamentaba—, y ese oro no me va a dar más que problemas. No sé si entienden lo que digo, pero estoy muy satisfecho con mi vida actual…

Trixie se acercó; tuvo una idea repentina.

—¿Por qué no dona la mitad de ese dinero al Comité de Conservación de Sleepyside? —le sugirió.

Los demás la miraron boquiabiertos por su osadía, pero Bunker quedó pensativo.

—Ese Comité del que me hablas… puede que no sea mala idea. De ese modo, el dinero seguirá beneficiando al río mucho después de que haya desaparecido este enamorado suyo. Muy bien, pequeña, ¡eso es lo que voy a hacer!

Brian parecía estar en otro mundo.

—¡El dinero para el laboratorio flotante! —murmuraba.

Trixie aplaudió. Con el rabillo del ojo descubrió a Mart repitiéndose «pequeña», con una expresión indefinible.

—Sargento —dijo Trixie de repente—, he oído tantas veces lo movida que es la noche de Todos los Santos para ustedes… —le sonrió amistosamente—. ¿Por qué no deja que Honey, Bunker y yo vayamos mañana a la comisaría y le contemos el resto de la historia?

—Es que ya es mañana —replicó el sargento frunciendo el ceño.

—Bueno, pues ahora que ya está todo en orden —intervino Brian—, recomendaría llevar a estas dos chicas a casa antes de que agarren una pulmonía. No sé cómo han conseguido salir del coche, pero estoy seguro de que necesitan descansar.

—Nos limitamos a seguir tus instrucciones —le dijo Trixie. Después le dio una palmada cariñosa y comentó—: Brian, pareces un doctor de cuerpo entero.

—Y tú —replicó él—, pareces…

—¡No! —advirtió Mart—. Va disfrazada, ¿no lo ves?

Brian comentó con sorna:

—Lo único que iba a decir es «Trixie Belden».

Trixie y Honey se miraron y exclamaron al unísono:

—¡Es «Whixie Helden»!