Peligro en el Hudson • 16
GLU… GLU… GLU… El coche hacía unos ruidos extraños, burbujeantes, mucho más terribles que los gritos de Honey.
—Estamos muertas —gemía—. Nos ha tirado al río en el coche. ¡Vamos a hundirnos!
—¡Honey! —Trixie le hablaba con dureza—. No le será tan fácil deshacerse de nosotras. Ahora, cálmate, mientras pienso cómo salir de aquí —Trixie no tenía ni la menor idea de dónde le venía aquella voz tranquila, porque estaba tan asustada como su amiga.
Intentó levantar un brazo, pero comprobó que sus movimientos seguían siendo bastante limitados.
—Lo primero que hay que conseguir es aflojar la red —dijo con determinación—. Vamos a ver si puedes soltar tu extremo.
Tirar de la cuerda no servía de nada, como comprobó pronto Trixie. Decidió ahorrar esfuerzos y emplear la maña para desasirse.
Su decisión resultó útil. En cuestión de segundos localizó los extremos de la red, bastante flojos, deshizo el nudo y quedó libre.
Revolviéndose en el asiento, liberó a Honey.
La agarró por los hombros.
—¡No hay tiempo para lamentaciones, frenemos que actuar deprisa! Recuerdo que Brian, o tal vez Mart, dijo algo de que los coches tardaban en hundirse varios minutos… Eso dijo… —de repente observó el agua, que empezaba a subir de nivel—. Bueno, a ver si consigo recordar qué más dijo…
—¡Trixie!
—Estoy pensando —se levantó y echó una mirada hacia el asiento delantero. Se inclinó más y exclamó—: ¡Oh! Honey, mira… ¡tiburones!
—¡Dónde! —gritó histérica ésta.
—Tranquila, no son tiburones, son aletas. Mira… Aquí, Honey, hay un par de aletas de plástico negro. ¿De dónde las habrán sacado? ¡Justo cuando empezaba a sospechar que quizá fueran falsos! Honey…, me parece que estoy a punto de resolver este caso. ¡Bunker! Y el buceador del bigote…
Pero la interrumpió Honey muy malhumorada.
—¿No sería mejor que recordaras la manera de salir del coche? ¡Tiempo tendrás de resolverlo cuando estemos a salvo!
Por esta vez, Trixie estuvo conforme. El agua Ies llegaba ya por las rodillas. Aparentemente, el morro del coche se hundía con más rapidez que la parte de atrás.
—Hay dos métodos —dijo lentamente, intentando recordar todo lo que había dicho Brian—, y uno de ellos no sirve si el agua ya ha llegado a las ventanillas; el otro… Rápido, Honey, ¡baja la ventanilla!
—¿Estás segura…?
Trixie asintió con la cabeza.
—¡No es momento de discutir! ¡Baja la ventanilla! Nos veremos fuera.
Y diciendo esto, Trixie empezó a bajar su ventanilla, e intentó salir por ella. Pero aquello era más difícil de lo que esperaba; lamentó llevar los incómodos vestidos de Honey, en lugar de sus vaqueros. Bueno, esto es lento —pensaba, balanceándose en la ventanilla, apoyada en el estómago—. Debería haberme quitado la falda, pero ya no hay tiempo.
Con un esfuerzo final, se encontró en las frías aguas. Jadeando, empezó a chapotear.
Aunque había conseguido salir del coche, Trixie se encontraba tan asustada como antes. Gemía, viendo las luces de la orilla. El coche había caído al agua más lejos de tierra de lo que ella esperaba. Era imposible que pudiese nadar tanto…; incluso Honey tendría dificultades para lograrlo. Sintió que aquel viernes era el más largo de toda su vida.
Nadó hacia la trasera del coche, y casi alcanzó a Honey en una de sus brazadas.
—¡Lo liemos conseguido! —dijo Trixie.
—Sí… pero ¿qué vamos a hacer ahora? —a la luz de la luna, Trixie observó la cara de Honey, crispada y pálida—. No sé si llegaremos a la orilla.
El corazón de Trixie dio un vuelco.
—¿No podrás? —dijo asustada. Se apoyó en la parte trasera del coche, pensando ahorrar fuerzas mientras éste se mantuviese a flote.
—Y, además, los vaqueros me estorban —se quejó Honey; le castañeteaban los dientes—. Sólo puedo mover las piernas la mitad de lo normal.
—Lo supongo. Cuánto siento haber tenido la horrible idea de cambiarnos.
—¡Mira allí! ¿No ves una luz?
Trixie giró sobre sí misma, perdió el apoyo del coche y se hundió. Durante un brevísimo instante se sintió casi feliz, bajo el agua. Después Honey le ayudó a subir a la superficie e instintivamente empezó a chapotear otra vez.
Con un largo «glu» final, el coche plateado se hundió definitivamente en el Hudson.
Trixie miró hacia donde señalaba Honey. Con toda seguridad, se acercaba una luz. Al aproximarse, las chicas vieron que se trataba de un bote pequeño.
—¡El «Cuarto creciente»! —suspiró Honey.
—¡Esos muchachos! ¿Qué estarán haciendo, navegando a estas horas de la noche?
Honey no la escuchaba.
—¡Socorro! —gritó, pero sin fuerza. Entonces preguntó a Trixie—: ¿Cómo se llamaban? ¡Ah, sí! Ken y Carl. ¡Ken, Carl, socorro, aquí!
El bote se acercó más y por encima de la borda aparecieron dos caras asustadas, intentando distinguirlas en la oscuridad.
—¿Sois… sois fantasmas? —preguntó una voz tenue.
—Todavía no —dijo Trixie—. ¿No nos reconocéis, por lo menos a Honey? Recordad…, fue ella quien os salvó la semana pasada.
Ken se inclinó para ver mejor y casi se cae al agua.
—Cuidado —dijo Honey sonriendo, ya más tranquila—. Ken, ahora tienes la oportunidad de salvarnos a nosotras.
—¿Ahora? —preguntó Ken dudando.
Al mismo tiempo, Carl exclamó:
—¡Ya os recuerdo! ¡Vamos, Ken, acércate para que puedan subir a bordo!
—Pero este bote es tan pequeño… —se quejó Ken.
—Tendremos cuidado —prometió Honey—. ¡Venga, Trixie, tú primero!
Trixie no lo dudó un instante. Se agarró a la amura con las dos manos y ordenó a sus piernas que impulsasen el resto del cuerpo hacia el bote. Con una fuerza nacida de sus ganas de vivir, aquéllas la obedecieron.
En cuanto estuvo dentro del bote, se dejó caer como un fardo. Quedó en el fondo, resoplando, sintiéndose como una ballena cautiva en aquel botecito. Contempló cómo Ken y Carl ayudaban a Honey a subir, y vio que habían aprendido la lección de Brian, pues ambos llevaban puestos los chalecos salvavidas. Por lo menos —pensó—, si volcamos, sólo nos ahogaremos dos.
Después se incorporó y ayudó a los chicos a recoger a Honey, que también luchaba bravamente defendiendo su vida.
En cuanto Honey estuvo a salvo, las dos se vieron obligadas a encogerse, por el frío.
Los chicos no se quejaban ni preguntaban nada, pero las miraban atónitos.
Trixie recordó su ridículo atuendo y no pudo dejar de reírse.
—¡No me extraña que creyeseis que éramos fantasmas! ¡Con esta facha!
Honey intentó sonreír, sin conseguirlo apenas.
—Veamos qué podemos hacer para volver a tierra —dijo—. ¿Tenéis alguna toalla?
Carl les tendió sendas toallas, que enseguida arrollaron en torno a sus ateridos cuerpos. Después, entre los cuatro intentaron aproar rumbo a tierra. Apenas hacía viento aquella noche y todo parecía indicar que el viaje iba a durar lo suyo.
Hasta entonces, ninguno de los dos hermanos había preguntado qué hacían Trixie y Honey en medio del agua en plena noche de Todos los Santos. Ni Trixie quiso saber de sus hábitos de navegación nocturna. En lugar de eso, su mente estaba ocupada intentando ordenar cuanto sabía de Thea, Bunker, el joven del bigote…
El cerebro de Honey trabajaba en el mismo sentido.
—¿Qué piensas de Thea? —le dijo en cuanto recuperó el aliento—. Quiero decir, ¿por qué ha intentado matarnos? ¿Por qué nos llamaría su última pesca? Bunker, las aletas de tiburón… ¿qué me ibas a decir antes? ¿Qué pasará ahora? ¡No soy capaz de encontrarle sentido a todo esto!
—Si piensas un poco más —dijo Trixie suave y lentamente—, creo que llegarás a la misma conclusión que yo.
—¿Qué?
—Que Thea van Loon quizá alguna vez escribiera cuentos infantiles, pero desde luego ya no es ése su trabajo.
Honey tragó saliva.
—Entonces… ¿cómo…?
—Ahora, por lo que se ve, vive de los tesoros que obliga a otros a extraer para ella.
—Pero Thea dijo una vez… ¿no dijo que ya no había tesoros en el Hudson?
—En realidad, no —dijo Trixie—. Se refería al tesoro del Capitán Kidd. Naturalmente, no iba a hablarnos del tesoro de Lawrence Krull a nosotras, «mocosas».
—¿Te refieres al compañero de Bunker?
—Sí. ¿Recuerdas el recorte de prensa del que te estuve hablando esta tarde? En él se decía que tal vez la barca de Krull se hundió porque estaba demasiado cargada. Podría ser de oro o de algún otro tipo de metal precioso muy pesado, no sé. De todos modos, ¿no te dije que la bibliotecaria me había hablado de un joven con bigote, que también le pidió aquella carpeta? Pues aquel joven era el buceador que trabaja para Thea, y tiene que haber leído aquel artículo, seguro.
—Pero las aletas de tiburón… ¿dónde demonios encajan?
Trixie siguió analizando los hechos. No se detuvo ante los continuos gestos de asombro de los dos chicos. Prosiguió:
—Perfectamente. Empezaremos por el principio. Todavía no estoy segura de cómo encaja aquí Bunker, pero el oro, o lo que sea, le pertenece legalmente. Él nos dijo que Krull le había dejado todo a él, y eso tiene sentido, ya que en el artículo se habla de la exesposa, Kathleen.
—¡Trixie! ¿Podría ser Thea esa Kathleen, que intentara recuperar lo que cree que en justicia le pertenece?
—Lo dudo —dijo Trixie—. En primer lugar, Thea es muy joven. Además, ¿por qué iba a enviar al joven del bigote a la biblioteca para buscar datos de Krull, si ya lo sabía todo de él? No. Creo que esta clase de búsqueda de tesoros, o mejor dicho robo, es algo a lo que Thea se dedica de modo regular. Recuerda lo que se alteró cuando lo de las aletas de tiburón, por ejemplo.
—¿Para qué le servían?
—En eso pienso… —a Trixie le salían las palabras atropelladamente, como siempre que estaba resolviendo un rompecabezas—. Supongo que tal vez las utilizasen los hombres-rana para señalar dónde tenían que volver, cuando salían a tierra. Por eso ella permanecía tanto tiempo en el río… Estaba esperando que aparecieran las aletas. Naturalmente, se sobresaltó mucho cuando se enteró de que yo también las había visto y —lo que es peor— las había relacionado con ella. Por eso decidió hacernos creer que el tiburón era de verdad. Y por eso no nos lo volvió a mencionar más.
—Pero ¿por qué se le ocurriría emplear algo que…, bueno, que llamase tanto la atención como una aleta de tiburón?
—Buena pregunta. Decididamente, parece que ella tenía alguna idea fija, o alguna obsesión —supongo que Mart encontraría la palabra— relacionada con tiburones. Aquel poema de «Alicia en el país de las maravillas»…, el cuento que le contó a Bobby… Sea como sea, probablemente indicaría a los buceadores que utilizasen la señal lo menos posible…, tal vez sólo cuando todo estuviese preparado. A lo mejor se figuraba que las aletas alejarían a la gente. Después, al aparecer la señal, iría a por Bunker para enviarlo…
—¿Bunker?
—… en su bote a recoger a los buceadores. Antes, todo el grupo estaba transportando la «pesca» desde el bote de Bunker hasta el coche de Thea. Los encontramos en plena faena y por eso Thea decidió deshacerse de nosotras.
Honey se estremeció, aunque esta vez no de frío, sino de admiración por Trixie.
—Eres un genio —le dijo.
—Bueno, yo no. Pero tal vez, como te lo he dicho, todo encaja perfectamente, ¿no? Incluso lo del coche de Thea. No sé cómo no se me ocurrió antes pensar que era robado. Por eso no le importaba gran cosa que Brian lo reparara o no. Y por eso no le importaba tampoco que se perdiera, si al mismo tiempo podía deshacerse de nosotras.
Y ahora recuerdo que cuando Brian le dio el golpe en White Plains, estaba comprando equipo especializado o algo así.
—¿Y qué relación hay entre Thea y Bunker? —preguntó Honey.
—Bueno, ahora me parece fácil. Brian me dijo que Loyola y él vieron a Bunker sacando a dos buceadores del río, en Killifish Point. Y estoy segura de haber visto el bote de Bunker en la misma zona en que vi la aleta. El hecho de sorprenderlos juntos esta noche confirma que están relacionados.
—Pues parecía un hombre muy agradable… —dijo Honey pensativa.
—Cierto —asintió Trixie—. Sin embargo, parecía sorprendido cuando vio que los buceadores de Thea nos metían en el coche…
Ken, que junto con Carl había permanecido en silencio por miedo a las chicas, les preguntó de repente:
—¿Tenéis líos con la policía?
—¡No! —respondieron al unísono—. ¿Por qué?
—Porque parece que os buscan —y señaló hacia la orilla, ya cercana.
La plataforma, desde la cual se había precipitado en el río el coche de Thea, aparecía ahora invadida de luces intermitentes rojas y numerosas siluetas moviéndose de un lado para otro.
—¡Cielos! —exclamó Honey—. ¿Qué pasará?
—No sé —repuso Trixie con decisión—, pero estoy segura de que aún estamos a tiempo de atrapar a Thea, antes de que desaparezca… y no la vuelva a ver en mi vida.