Claves inesperadas • 12

UNA DISPUTA CON MART aquella noche llevó a Trixie a planear su siguiente movimiento.

—Creo que mi querida hermana ecuestre ha tenido un feliz paseo —dijo él en la cena—, aunque podría haber elegido otro día mejor para eso.

Trixie contó mentalmente hasta diez, mientras se comía los macarrones.

—Yo no soy tu hermana cuestora —le contestó.

Mart soltó una risotada.

—He dicho ecuestre, o sea, caballera, para que te enteres.

—Tampoco soy caballera —siguió contestando Trixie—. Si no sabes hablar, ¿por qué no te estás callado mientras comemos?

—He pasado la tarde en la biblioteca —dijo Mart con una expresión beatífica—, y no como otros miembros de la familia que no quiero nombrar, que también podrían beneficiarse de la experiencia. ¿Cómo, pues, podría dejar de reflejar mi estado de aprendizaje tan mejorado? —puso su más estudiado gesto de misterio y añadió—: He estado realizando algunas, ¡ejem!, investigaciones significativas.

Trixie rehusó seguirle la corriente. Le sonrió con poca gracia y siguió concentrada en la comida.

De repente soltó una exclamación:

—¡Biblioteca!

—¡La biblioteca! —asintió Mart, mientras el resto de la familia los miraba con asombro.

Trixie se sirvió un poco de tomate, murmuró algo acerca de un libro y cambió de tema.

Pero antes de terminar la semana realizó una visita, después de clase, a la biblioteca pública, y sólo de pasada para devolver aquel libro de que había hablado en la cena. La biblioteca de Sleepyside era pequeña, alojada en una de las casas antiguas de la zona. Pero estaba bien surtida y su bibliotecaria era de lo más amable y servicial.

Trixie se dirigió directamente al mostrador de ésta, en la sala de lectura principal.

—Quisiera encontrar algo que tratase de tiburones —le dijo, tras haber pagado la multa por el retraso en devolver el libro, que ascendía a treinta centavos.

—Chist —dijo la bibliotecaria con una sonrisa—. ¿Has probado en las enciclopedias?

Trixie movió la cabeza negativamente.

—Entonces te recomiendo que empieces por ésa —musitó la bibliotecaria—. Después mira en el catálogo de fichas la palabra tiburón». Sé que hay varios libros excelentes de peces. Llámame si no encuentras ninguno.

—Gracias —repuso Trixie en voz baja. Se dirigió a la sección de enciclopedias y quedó sorprendida al encontrar que en todas ellas faltaba el tomo de la letra «T».

Ésta sí que es buena —se dijo. A continuación fue al catálogo de fichas y empezó a mirar los números de algunos de los libros relacionados con el epígrafe «Tiburón». Sin gran trabajo localizó la estantería correspondiente al primero de los libros de la lista. El lugar en que debería estar el libro se encontraba vacío.

Los demás libros de la lista tenían números cercanos a éste y, para consternación de Trixie, no estaba ninguno en el sitio en que debería estar.

Totalmente desconcertada, Trixie fue al mostrador de la bibliotecaria y le dijo:

—He hecho todo lo que me dijo y no he podido encontrar ni uno solo de los libros de tiburones.

—¡Chist! —repuso la bibliotecaria automáticamente. Miró un momento a Trixie y sonrió. Ésta estuvo a punto de decir ¡chist! cuando empezó a explicarle—: Me olvidé de que alguien estuvo esta semana investigando sobre ese mismo tema. Toda la bibliografía que tenemos está apilada —y señaló una gran mesa de lectura en uno de los rincones de la sala—. ¡Búscalos tú misma!

Trixie obedeció y pronto estuvo inmersa en una montaña de información referente a tiburones. En realidad, había allí mucho más material del que ella necesitaba, y le llevó bastante tiempo encontrar la respuesta a su única pregunta: ¿Había tiburones en el Hudson o no?

Fuese como fuese, Trixie encontró la respuesta, pero quedó más desconcertada que antes. Se arrellanó en la silla y repasó:

Así que no hay tiburones en esta parte del Hudson —caviló, con su mente rápida—. Y, lo que es más, todo lo que hay en estos libros corro… corrobo… está de acuerdo con lo que Bunker me dijo. El último tiburón visto por estos contornos fue capturado hace unos treinta años, en Peekskill, como él me dijo. Y, además, los tiburones siempre fueron una rareza por aquí, nunca algo corriente. ¡Bunker tenía razón! Y eso quiere decir… que Thea no la tiene.

Trixie decidió que, en la primera oportunidad que se le presentase, tenía que encontrar a Thea y hablarle del resultado de sus investigaciones. No le gustaba nada la idea de que la información de Thea, a todas luces incorrecta, llegase a publicarse en el nuevo libro sobre el Hudson.

Con un impulso repentino, Trixie separó la silla y volvió al fichero. No encontró en él ningún libro escrito por Thea van Loon. Esta biblioteca es muy pequeña, no puede tener demasiados libros infantiles —pensaba, mientras volvía lentamente a su asiento.

Uno de los libros del montón que había sobre la mesa se titulaba «Fenómenos submarinos fabulosos»; se decidió a echarle un vistazo. Había en él todo un capítulo dedicado a las serpientes de mar y a cuantos afirmaban haberlas visto, la mayoría en los siglos XVIII y XIX. Fascinada, leyó una descripción tras otra de aquellos horribles monstruos recubiertos de escamas y de largas y desmesuradas lenguas y ojos brillantes.

Sin darse cuenta exclamó:

—¡Atiza! Menos mal que Mart no ha leído esto. ¡Tendría munición para bombardearme todo un año!

Trixie oyó un largo ¡chissst!, dirigido a ella, por toda la sala de lectura. Se sintió avergonzada y pasó al capítulo siguiente, titulado «Tesoros hundidos».

Inmediatamente quedó cautivada por texto e imágenes. A pesiar de las afirmaciones de Thea, a Trixie le gustaba pensar en la existencia de tesoros sumergidos cerca de su casa. Tal vez pudiese encontrar algo nuevo que contar a Thea.

—¿Has encontrado lo que buscabas? —preguntó a su lado una voz tenue.

Trixie casi se cae de la silla por la sorpresa.

—¡Eh! ¡Ah, sí! —contestó en voz baja.

—Muy bien —sonrió la bibliotecaria. Miró por encima del hombro de Trixie—. «Tesoros hundidos», ¡humm!

—Siempre me ha gustado leer cosas de éstas —confesó Trixie.

—¿De veras? Entonces conocerás nuestro archivo de abajo, ¿no?

—¿Qué archivo?

—¡Oh! Tienes que venir a él de vez en cuando —susurró la bibliotecaria—. Está en la sala de consultas, en el sótano. Hay una sala llena de recortes de periódicos sobre investigaciones de tesoros locales. Es un archivo muy popular. Justamente hace unas semanas vino un hombre…, un joven con bigote, forastero según dijo, que quería verlo.

—¡Me gustaría echarle una ojeada! —echó una mirada al reloj y comprobó que aún le quedaba tiempo, hasta que pasase Brian a recogerla.

—Cuidado con los escalones al bajar —aconsejó la bibliotecaria—. La carpeta se titula «Tesoros y…»

Trixie ya se dirigía a la puerta.

—¡Muchas gracias! —dijo volviéndose.

La bibliotecaria sonrió y se puso el índice en los labios.

Salió Trixie a toda prisa, abrió la puerta y bajó los escalones de dos en dos. La luz de la escalera era francamente mala. IHxie falló en el último escalón y dio con su cuerpo en el suelo. Levantóse como pudo y rió entre dientes al imaginar el gesto de resignación que pondría la bibliotecaria.

Encontró la carpeta correspondiente y pasó cuidadosamente los recortes. De repente, unos titulares en los que se mencionaba Killifish Point la llevaron a un artículo de dos años antes. Dos párrafos más abajo llamó su atención el nombre de «Lawrence Krull».

—¡El compañero de Bunker! —exclamó, y empezó a leer:

—¡Qué fascinante! —murmuró Trixie. Repasó la carpeta en busca de más información sobre el accidente.

—¿Puede saberse qué estás haciendo?

Esta vez, el sobresalto de Trixie fue tan grande que se le cayó la carpeta, esparciéndose por el suelo los recortes. Se inclinó para recogerlos, quejándose.

—Brian, ¿por qué tienes que llevar esas zapatillas tan silenciosas? ¿Es que quieres que me dé un infarto? ¿Qué te he hecho yo para merecer esto?

Brian se agachó y se puso a ayudarla.

—No estabas en la puerta de la biblioteca, como convinimos. Tú eres la que me soliviantas y me intranquilizas… Creo que deberían catalogarte y ficharte en la sección de «hermanas perdidas y no encontradas».

—Muy divertido —dijo Trixie.

—Y cuando fui a la bibliotecaria —siguió Brian— me preguntó si mi hermana era una chica rubia, de pelo rizado y muy charlatana. Entonces yo dije: ¡Ésa es Trixie!, y me mandó aquí abajo.

—Pues ella habló tanto como yo.

—Pero probablemente más bajito —dijo Brian—. Bueno, tenemos que irnos. Vamos a llegar tarde a cenar.

—Desde que saliste del hospital estás hambriento —observó Trixie, mientras se encaminaban al cacharro de Brian—. Más que Mart.

Brian se rió por lo bajo mientras abría la puerta a Trixie.

—Me imagino cómo sería el apetito de Mart si estuviese en mi lugar, convaleciente de envenenamiento.

—Pero ya te has recuperado, ¿no? —preguntó ansiosa.

—Completamente —asintió Brian alegre—. Acabo de ver al doctor Ferris y me ha dicho que estoy como nuevo. ¡Así, como suena! No quedó muy convencido de mi buen juicio cuando le hablé del salvamento de Ken y Cari, pero afirmó que no me había perjudicado nada.

—Claro que no —dijo Trixie—. Salvaste a aquellos muchachos, eso fue todo.

—Bueno, además, tengo noticias aún mejores —añadió Brian.

Incluso a la tenue luz del alumbrado público, Trixie supo que sus ojos brillaban.

—¡Cuéntame, cuéntame! —suplicó impaciente.

—Bueno, discúlpame por haberte hecho esperar, pero me han puesto un sobresaliente en la prueba de química de esta semana.

—¡Eso es estupendo!

—Y la señora Cowles nos ha dicho a Loyola y a mí que, basándose en lo que hasta el momento conocen de nuestro proyecto, el Comité de Conservación ha decidido por fin otorgarle a la escuela el dinero necesario para el laboratorio flotante. Será una cantidad pequeña la que recibiremos ahora, pero el resto es sólo cuestión de tiempo.

—¡Felicidades! —exclamó Trixie—. Apuesto a que eso hace que te sientas extraordinariamente bien. Y eso me recuerda… ¿Qué te parece si voy con vosotros después de clase a Killifish Point? Quiero ver si está allí Thea, para contarle lo que he encontrado.

A continuación, le dijo lo que había leído sobre los tiburones.

Brian quedó pensativo.

—Yo que tú no lo haría, Trixie. En primer lugar, no voy a ir al río. Además, mañana por la noche es el Halloween; nos esperan los Bob-Whites, no lo olvides. Por otra parte, está clarísimo que Thea no tiene ninguna intención de consultarte para su libro. Si hay algo evidente, es que hace cuanto puede para evitar hablar contigo.

—Ya lo sé, pero…

—Parece que aprecia mucho su intimidad —siguió él—. Recuerda, tuve que montar un número para que me dejase arreglar el coche. Sea como sea, Trix, creo recordar una conversación que tuvimos no hace mucho a propósito de que puedes hacer daño a la gente cuando te precipitas. Y me parece que, en este caso, harías daño a Thea.

Trixie enmudeció, recordando cómo había ofendido recientemente a otra persona.

—No es por cambiar de tema —siguió Brian—, pero se me olvidó decirte que Loyola y yo vimos ayer otra vez a Bunker.

—¿Sí?

—Lo vimos en su barca, justo frente a Killifish Point. Me pareció que estaba recogiendo a dos personas del agua. Miramos atentamente, pero no parecían Ken y Carl esta vez.

Trixie siguió charlando con Brian hasta llegar a casa, pero su cerebro estaba dándole vueltas a las últimas noticias. Bueno, por lo menos, hoy he aprendido dos lecciones —decíase en silencio—: La primera es que Pat Bunker, según parece, ha colaborado en el salvamento de dos náufragos; la segunda, que, por lo visto, lo que vi antes de la tormenta el otro día fue, después de todo, una serpiente de verano.