Más sorpresas • 6
—¿SE… SE VA A MORIR? —preguntó Trixie con voz ronca.
Mart volvió del teléfono, que acababa de colgar, sorbió con la nariz y movió la cabeza.
—La desintoxicación del cianuro es muy rápida. Ha dicho mamá que ni siquiera deja efectos secundarios.
Bobby parecía tan aterrado como Trixie.
—¿Qué es el cian… eso que has dicho?
—Me parece que su nombre técnico es ácido cianhídrico —dijo Mart, dedicado principalmente a Trixie— y creo que se trata de una substancia extremadamente venenosa…, letal, instantánea en su forma pura.
Trixie volvió al sofá con gesto aterrorizado.
Mart se volvió a Bobby y le tradujo amablemente:
—Brian estaba muy malo; pero ya va mejor en el hospital y volverá pronto a casa.
Trixie saltó de repente:
—Pero ¿cómo sobrevive Brian, si es tan mortífero? ¿Qué le ha salvado?
—Todavía no lo saben —contestó Mart.
Hasta la mañana siguiente, a la hora del desayuno, Trixie no obtuvo más noticias. Pero lo que entonces supo le hizo formularse más preguntas aún.
Sus padres se habían quedado la mayor parte de la noche con Brian y, aunque teman cara de cansancio, sus ojos indicaban esperanza y tranquilidad.
—Sí, Brian quedará perfectamente bien —decía Helen Belden por vigésima vez—. Los médicos creen que podrá regresar mañana, y muy pronto volverá a hacer vida normal.
Por su cara cruzó cierta expresión de duda.
—Fue muy rápido el diagnóstico; los síntomas de Brian eran indudablemente debidos al cianuro —siguió Peter Belden—. Los principales eran el estado de las membranas mucosas y el olor de su aliento. El cianuro deja un olor característico de almendras amargas. Los médicos le administraron como antídoto nitrito de amilo, y se recuperó en pocas horas.
—Y en los síntomas —preguntó ansiosa Trixie—, ¿incluyeron esa flojera y ese desinterés que tenía últimamente?
Su padre asintió.
—El veneno afecta a las personas de modo diferente. Puede causar dolor de estómago, confusión mental, dificultades respiratorias, convulsiones y en ocasiones la muerte. El médico ha dicho que ha sido una suerte que Brian haya tenido siempre tan buena salud, ya que, si no, podría haberse muerto. Su desvanecimiento de anoche fue una especie de alarma de que algo estaba mal, muy mal. Por lo visto, el veneno lo había atacado de tal modo que no pudo decir nada.
—Eso explica muchas cosas —dijo Trixie, pensando en su despego de los últimos días.
—Parece ser que el veneno lleva ya un cierto tiempo actuando sobre el cuerpo de Brian —dijo despacio su madre.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Trixie.
—Los médicos no han podido decirnos mucho —contestó la señora Belden—. Afirmaron que no podía haber ingerido el veneno en su forma pura, porque en ese caso habría muerto instantáneamente. Por eso creen que el envenenamiento se ha producido gradualmente, en dosis pequeñas. Estaba ya a punto de alcanzar el nivel tóxico —buscó en el bolsillo del vestido y sacó un trozo de papel—. El doctor Ferris anotó aquí varias plantas de potencial cianogenético. Piensa que tal vez Brian puede tener algunas de ellas aquí, en casa. La mayoría son plantas que no pueden dañar a una persona si las come una vez…, sólo cuando se van introduciendo en el sistema…
—¿Puedo ver la lista? —preguntó Trixie con urgencia.
Mart acabó su desayuno y recogió los libros.
—Después, Trixie, vamos a perder el autobús.
—Ya voy, ya voy —dijo Trixie, que no se movió, examinando la lista que su madre le había alargado. No reconoció en ella nada que hubiese podido comer Brian.
—¡Qué dieta tan terrible! —exclamó Trixie.
—No tan terrible como te vas a sentir si pierdes el autobús —repuso Mart—. Venga, vamos ya, antes que te dé una lección de sesquipedalias.
Trixie besó a sus padres a toda prisa y corrió a la puerta.
—Parece como si te doliese a ti más que a mí —le dijo a su hermano.
—En palabras de una sílaba —explicó Mart, cogiéndola del brazo para correr más—, sesquipedalias significa «palabra de más de una sílaba».
La respuesta de Trixie se perdió ante el ruido del motor del autobús que llegaba a la parada.
Los demás Bob-Whites quedaron atónitos, al enterarse del desfallecimiento de Brian y conocer la causa.
—¡Vaya un golpe! —silbó Jim.
—Iremos a verlo después de clase —dijo Di.
—Si va a regresar mañana a casa —repuso Honey—, tal vez sea mejor dejarlo descansar hoy y verlo mañana.
Esperó a que todos entraran en la escuela para separar a Trixie y preguntarle:
—¿Crees que la enfermedad de Brian puede ser la responsable de su decisión de no querer ser médico?
—No se lo he preguntado a mis padres —confesó Trixie—. Tendremos que esperar y preguntárselo a él cuando lo veamos, supongo.
—Trixie, ¿cómo te sientes? —le preguntó Honey de repente, con expresión alarmada.
—Honey Wheeler, ¿por qué me preguntas eso? ¡Es mi hermano el que está en el hospital!
Los labios de Honey temblaron.
—Pero tal vez seas tú la siguiente, si lo que ha dicho el doctor es cierto y hay algo en tu casa que ha puesto enfermo a Brian. ¿No coméis todos las mismas cosas?
Trixie reflexionó un momento, y después exclamó:
—¡Caramba! Eres un genio.
—Te pido disculpas.
—¿No lo ves? Brian es el único de la familia que se ha puesto malo. Por lo tanto, no puede ser nada de nuestra cocina. ¡Y mamá, que también estaba tan preocupada por eso! ¡Ya se lo diré!
—Pero, Trixie, si Brían no se ha envenenado en tu casa, ¿dónde puede haber sido?
—No lo sé, pero lo descubriré —dijo Trixie confiada—. Con todos los misterios que hemos resuelto, seguro que también podremos desvelar éste.
—¿Tienes que tratar todo como si fuese un misterio? —se quejó Honey—. Es tu propio hermano el que está en peligro, se trata de su vida o su muerte.
—¿Crees que no lo sé? Por eso lo digo… ¡Eh, Loyola, Loyola, espera un minuto! —gritó, y dejó a Honey para correr hacia Loyola, que estaba junto a su armario. Suponía que la compañera de laboratorio de Brian debería estar informada de su enfermedad.
La primera reacción de Loyola, al resumen que Trixie le hizo de la situación, fue decir:
—Lamento mucho lo que ha pasado —después sonrió ligeramente—. ¡Era el único que me hacía la competencia! Dile que se cuide y que no se preocupe por el proyecto. Podré ir tirando hasta que esté bien del todo y vuelva a clase.
—Lo haré —prometió Trixie, corriendo otra vez para llegar a clase a la hora.
A la tarde siguiente, cuando Trixie y Mart llegaron a casa desde el colegio, Brian ya estaba allí. Sus dos hermanos corrieron hasta su cuarto sin esperar siquiera a quitarse las chaquetas.
—¿Cómo estás, Brian? —preguntó Trixie sin aliento—. ¡Tienes un aspecto estupendo!
Brian estaba incorporado en la cama, con sus ojos oscuros brillantes.
—Personalmente, me siento capaz de escalar el Himalaya, aunque ya conocéis al doctor Ferris; me ha dicho que coma y duerma más durante unos días, antes de volver a la normalidad. Está seguro de que después me sentiré otro.
—Naturalmente —dijo Mart—. Y tú eres el más indicado para seguir al pie de la letra lo que te diga el médico.
Sonó el teléfono y la señora Belden dijo que llamaban a Mart. Cuando salió éste, Trixie se acercó más a Brian y se inclinó a él con aire ansioso.
—¿Médico? —le preguntó suavemente.
Brian asintió alegre.
—¡Oh, Brian! ¿De veras que otra vez quieres ser médico? Quiero decir… ¡vaya! Parece que me siento como si hubiese sido yo la que te he sacado de allí. Lo que quiero decir es que ha sido el veneno el que te ha atontado, ¿no? No te ofendas, ya sabes lo que quiero decir…
—Tranquilízate, hermanita. Ahora que tengo la mente clara, me doy cuenta de lo mucho que te he preocupado.
—¡Eres estupendo! —exclamó Trixie—. De modo que te preocupas por mí, cuando eres tú el único que estás enfermo.
—Bueno, pero de todos modos ya no lo estoy. He estado reflexionando sobre un montón de cosas: he pensado mucho y está claro que todo lo que ha ido mal esta última temporada ha sido por culpa del veneno. El accidente de coche, mi debilidad, el mal resultado de mi examen, mis dudas… Todo. Y era porque mi cuerpo me ocasionaba tantas molestias. Sin que pudiese figurarme por qué, estaba cayendo en una crisis nerviosa. Pero creo que, en el fondo, no perdía de vista, ni lo he perdido nunca, el objetivo principal de mi vida. Sólo han sido unas nubes pasajeras. Eso es todo.
—¡No sabes qué tranquila me siento! —suspiró Trixie—. Ahora tendremos que averiguar qué es lo que te ha envenenado.
Brian se quedó pensativo.
—También he estado meditando sobre eso. Creo que hasta he llegado a hacer una relación de todo lo que he comido, lo cual me ha supuesto un verdadero esfuerzo. Y lo que más desorientado me tiene es que he sido yo solo, en toda la familia, el que ha caído.
Trixie se decidió por fin a quitarse la chaqueta.
—¡Ah! Antes que se me olvide, Loyola me dijo que te tomases las cosas con calma. Ella se encargará de seguir con el proyecto hasta que tú puedas volver otra vez a clase.
—Ya estoy bien —contestó Brian—. Y tengo pensado volver al rio el próximo domingo.
Trixie sólo lo escuchaba a medias.
—¿Sabes lo que te digo? Hay algo misterioso en Loyola.
—¡Me gustaría encontrar una persona a la que no calificases de misteriosa!
—Bueno, lo dejaré —repuso Trixie con un gesto—. ¿A quién le gusta encontrarse con gente aburrida? De todos modos, no pareció muy afectada cuando le conté lo que te había pasado. Lo único que le preocupa es el proyecto. ¡Como si eso fuese más importante que tú!
—Es muy importante, Trixie. Procura hacerte a la idea. Loyola quiere llegar a ser una científica de primera categoría, y la competencia en su campo es muy fuerte. Un proyecto como el que estamos haciendo significa mucho para su futuro. Y también para el mío.
—Competencia —repitió Trixie—. Loyola también dijo algo de eso, sí…, exactamente, que tú eras el único que le podías hacer la competencia. Sí, creo que fue eso, ¡pero es odioso! Quiero decir que es…, bueno, que hay que tener mucha sangre fría para pensar así de la gente: competencia si están buenos y carga si están enfermos.
—¿No estarás exagerando un poco? —preguntó Brian—. Loyola quiere entrar en una especialidad en la que las buenas notas y los trabajos serios no se consiguen con facilidad. Eso no quiere decir que sea un monstruo.
—Entonces, ¿a ti no te parece inhumana?
—No —contestó Brian un tanto bruscamente—. Tú eres la única que me pareces un poco así. Es tanta la obsesión que tienes de ver misterios por todos lados, que enseguida sacas conclusiones, vengan a cuento o no, que pueden herir a las personas. Loyola quedaría francamente molesta si supiese lo que has dicho de ella, y no quiero volverte a oír mencionar nada de eso, ni que le digas que hemos tenido esta conversación, ¿prometido?
Trixie asintió, sorprendida de la vehemencia de Brian, pero consciente de que tenía razón. No es la primera vez que me acusan de hablar antes de pensar —se dijo para sí.
—De veras te agradezco lo que te has preocupado por mí estos últimos días —siguió Brian—. Pero ahora es el momento de que exprese mi preocupación por ti, Trixie. Sé que te va a doler, pero…, bueno, honradamente, creo que tienes un buen futuro ante ti… si puedes controlar esa costumbre que tienes de sacar conclusiones apresuradas.
Trixie se puso colorada hasta la raíz del pelo. No era muy corriente que recibiese tales acusaciones directas ni reprimendas tan duras de su hermano mayor. Y ella, por su parte, apreciaba mucho su observación… contra lo que solía ser su inclinación natural.
Inmediatamente después de su conversación con Brian, Trixie decidió dejar que fuese el doctor quien determinase la causa del envenenamiento. No se trataba de renunciar a mantener abiertos ojos y oídos, pero había otros problemas que exigían su atención. El tiburón, por ejemplo.
Al día siguiente, tras sus obligaciones habituales del sábado por la mañana, Trixie telefoneó a Honey para saber qué planes tenía.
—Estoy tan cansada, que apenas puedo pensar lo que podré hacer el resto del día —contestó Honey—. Regan nos obliga a Jim y a mí a entrenar a los caballos cada vez que tenemos un minuto libre, desde que tú y tus hermanos estáis estos días tan…, bueno, tan ocupados también.
—Lo comprendo —se excusó Trixie—, pero escucha: puesto que ya habéis sacado los caballos, ¿por qué no nos vamos a dar una vuelta en bici?
—Me parece que pretendes algo más de lo que me dices.
—Cierto —admitió Trixie—. Quiero volver a Killifish Point, para ver qué pasa con el tiburón —y para atajar las protestas de Honey, siguió—: ¡Déjame acabar! He decidido informar a alguien de lo que he visto, pero, para que la gente me crea, será conveniente que haya más de un testigo. De lo contrario, no me creerían, y me llamarían mentirosa.
—Bueno, te llamarían cosas mucho peores.
—No tenías que aceptar tan pronto —dijo Trixie con petulancia—. De todos modos, ¿quiere eso decir que vendrás conmigo?
—Supongo que sí. Pero debo volver pronto esta tarde. Mis padres tienen una cena y debo estar allí para recibir a los invitados.
—Seguro que llegarás a tiempo —prometió Trixie—. Te recogeré en Glen Road dentro de cinco minutos.
El fin de semana se mantenía sereno. Hacía un tiempo delicioso para montar en bici. Las dos amigas charlaban mientras pedaleaban, gozando de los asombrosos colores del otoño, y del aire, lleno de aromas campestres.
El río, como observaron después de bajar de las bicis, era un espejo en Killifish Point. Trixie escrutó ansiosa la superficie, buscando tiburones, que habrían sido claramente visibles sin ondas ni remolinos. Pero no vio nada llamativo. Otra vez volvió a sentirse dueña de aquel río, su río, presencia fuerte y constante en su vida.
Sólo después, cuando Trixie llevó a Honey a la mitad de la cuesta que llevaba al Hudson, las dos amigas se encontraron ante algo inesperado. Allí, medio oculta por ramas, vieron una figura inmóvil, de espaldas, con vaqueros azules, sentada con las piernas cruzadas en una gran roca que sobresalía sobre el agua.
Saludando con un grito, Trixie se dirigió hacia la roca. Pero se detuvo horrorizada al ver que la figura, al intentar volverse, casi se precipita al río; pudo agarrarse a duras penas al borde del acantilado.