La búsqueda • 2
MART exclamó:
—¿Qué quieres decir con eso de que Harrison ha desaparecido? ¿Se ha diluido en humo, o qué?
Trixie se enfadó.
—¡Está visto que tengo un hermano idiota! Pues claro que Di no quiere decir eso. Lo que quiere decir es que…, bueno…, ¿qué quieres decir, Di?
—Pues que nadie sabe dónde está —respondió con voz entrecortada—. Cook dice que Harrison recibió una llamada telefónica anoche, hacia las ocho. Después de colgar, comunicó que tenía que salir, que estaría fuera sólo una hora; pero desde entonces nadie ha vuelto a verlo. No ha dormido en su cama, y faltan el sombrero y el abrigo.
Brian arrugó el entrecejo.
—¿Has avisado a la policía?
—Cook llamó al sargento Molinson esta mañana —contestó Di—, pero hasta el momento no puede hacer nada. Dijo que la policía tiene las manos atadas hasta que no pasen veinticuatro horas desde la desaparición de un adulto. De todos modos, parecía creer que hacíamos una montaña de un grano de arena. Piensa que tal vez Harrison necesitaba un día libre y se lo ha tomado.
—Eso no es muy propio de Harrison —dijo Trixie pensativa.
—Tienes razón, Trixie —corroboró Di—. Eso es exactamente lo que yo creo. Pero ¿qué puede haberle ocurrido? ¿Dónde habrá ido? ¿Qué podemos hacer? Papá no quiere dejarnos celebrar el bazar sin él.
Trixie miró a los demás. Por la expresión de sus caras se podría afirmar que estaban recordando el robo que había tenido lugar en la mansión de los Lynch no hacía mucho tiempo. Desde entonces, Harrison pudo comprobar que los sistemas de seguridad de su jefe se habían reforzado considerablemente. El señor Lynch confiaba en él.
Trixie suspiró. Estaba segura que Harrison sabía lo mucho que contaban con él. Y no parecía probable que los hubiese dejado en la estacada de un modo deliberado. Por otra parte, Trixie había pensado muchas veces últimamente que Harrison estaba como ensimismado… algo le preocupaba.
—¿No habrá por ahí nada que nos dé una pista de dónde puede haber ido? —preguntó.
—Puedo preguntar al resto del personal cuando llegue a casa —dijo Di con poco convencimiento—. Me parece que Cook ya lo ha hecho, pero cuando salí para ir al colegio esta mañana estaba tan alterada que ni le pregunté. ¡Oh, Trixie! ¿Has pensado algo? ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar?
Se ensombreció su cara al oír a Trixie confesar:
—Nada en absoluto, Di. Pero hay una cosa. Dijo que sólo iba a salir una hora, por lo que no es probable que esté muy lejos.
—¡Yaya! Parece que ya sabemos algo —dijo irónicamente Mart—. ¿Y qué sugieres, señorita Sherlock? ¿Soltamos los sabuesos, o qué?
Trixie repuso despacio:
—Si estáis de acuerdo, creo que deberíamos coger los caballos esta tarde y ver qué descubrimos. ¿Podéis ir todos?
Dan suspiró.
—Yo no puedo, lo siento. Tengo que trabajar esta tarde. Me gustaría ayudaros.
—También nos gustaría que pudieras ayudarnos —dijo Trixie, pero comprendía por qué no podía.
Años atrás, Dan vivió en la ciudad, pero no le había ido bien. Su tío, Bill Regan, que era el cuidador de los caballos de los Wheeler, lo había llevado a Sleepyside-on-the-Hudson y ahora vivía y trabajaba con el señor Maypenny, guarda de las posesiones de los Wheeler.
—Entonces, ¿quedamos esta tarde? —preguntó Di ansiosa.
Trixie levantó las cejas mirando sucesivamente a todos y cada uno de los Bob-Whites.
—Sí —dijo por último—. Id al establo en cuanto podáis, ¿de acuerdo?
Todos los Bob-Whites asintieron.
El autobús dejó a los tres Belden al borde del paseo de entrada a su casa. Brian echó a correr inmediatamente y entró en ella.
Trixie y Mart iban tras él cuando Bobby, el hermanito menor, de seis años, llegó corriendo hacia ellos. Había estado todo el día sin ir a la escuela, porque también el maestro de párvulos tenía que asistir a la conferencia de White Plains.
Los ojos de Bobby brillaban de contento.
—Trixie, ¿vas a jugar conmigo esta tarde?
Cuidar de su hermano menor era una de las tareas encomendadas a Trixie en su casa de Crabapple Farm. Por lo general, no le importaba; pero aquel día sabía que le sería imposible cuidar de Bobby y buscar al mismo tiempo a Harrison.
Se arrodilló en el suelo y puso el brazo que tenía libre alrededor de su hermano.
—Me parece que esta tarde no voy a tener tiempo para jugar —le dijo—. Tengo que hacer una cosa muy importante.
El labio inferior de Bobby se estiró.
—Pero ya tenía todo planeado —gimió—. Le he dicho a Reddy que tú y yo lo recogeríamos para ir a dar un paseo.
—Pues entonces tú y yo tendremos que recoger a Reddy en otra ocasión para ir a dar ese paseo. Ya sabes que lo único que le gusta es cazar conejos…
Mientras hablaba, apareció en la esquina del garaje el gran setter irlandés de los Belden. Se quedó parado al verlos y después se lanzó hacia ellos a toda velocidad, lanzando ladridos de bienvenida.
Mart y Trixie gritaron a la vez:
—¡No, Reddy, no! ¡Para, para!
Pero ya era demasiado tarde. El perro, con el rabo levantado como un mástil de bandera, se lanzó al pecho de Mart. Después se volvió y repitió el salto.
A Trixie le cogió un poco desequilibrada y al recibir el impacto del animal en la espalda dio con su cuerpo en tierra. Luego se puso a lamerle la cara. Mart y Bobby tuvieron que emplear todas sus fuerzas para apartarlo.
—¡Eres un perro imposible! —gritó Mart enfadado.
—Y hoy te quedas sin paseo —añadió por su cuenta Trixie, poniéndose de pie con dificultad—. ¡Sin paseo! ¿Entiendes? Y empezó a frotarse la cara vigorosamente con el pañuelo.
Durante un instante, Reddy pareció pesaroso; pero, recordando sin duda lo mucho que los quería, empezó a dar saltos a su alrededor, con gruñidos de satisfacción. Los costados se agitaban con su respiración jadeante, y la lengua caía por un lado de la boca entreabierta.
—Quiere decir que no es malo —aclaró Bobby—. Lo único que quería era saludaros.
—Pues entonces alguien tiene que enseñarle a ser más atento y dar la mano —añadió Mart—. Este perro es un ser completamente indisciplinado.
—¿Eso quiere decir que no quiere hacer lo que se le dice? —preguntó Bobby.
—Exactamente eso —repuso Mart—. Alguien debería darle unas lecciones.
Trixie suspiró.
—Sí, alguien debería educar a Reddy; de qué modo, no lo sé. Pero lo que parece es precisamente que alguien ha estado dándole lecciones de desobediencia.
—¡Eso no tiene sentido! —gritó Mart—. Tengo un libro en mi cuarto que dice cómo hay que educar a los perros. Reddy es un perro. Luego puede ser educado.
A pesar de todas las preocupaciones que invadían el cerebro de Trixie, recordó algo de repente.
—No hace tanto que Brian y tú intentasteis educar a Reddy, para que se comportase bien, ¿lo recuerdas? Pero Reddy no aprendió lo que se dice nada.
—Eso fue porque le dábamos órdenes conflictivas —repuso Mart—. De todos modos, ahora que tengo ese libro lo conseguiré, y quedará como un trozo de pastel.
—¿Quieres decir que te vas a comer el libro? —preguntó Bobby, que sabía perfectamente que su hermano siempre tenía hambre.
—No —le contestó Trixie sonriendo—. Lo que Mart intenta decir es que cree que puede educar a Reddy para que haga lo que se le mande. Pero, como es natural, no lo conseguirá…
Mart cayó en la trampa.
—¡Naturalmente que puedo! Incluso lo conseguiría en una semana.
Trixie siguió chinchando.
—¿Qué apostamos?
Mart se quedó pensativo un momento. Después dijo lentamente:
—Si gano, tendrás que hacerme la cama una semana.
—¿Y si pierdes?
—Haré yo la tuya durante un mes.
Bobby exclamó lleno de entusiasmo:
—¿Y la mía también? ¿También harás la mía?
Mart refunfuñó.
—De acuerdo, también la tuya, hermanito. Y puedes observarme cuando esté enseñando a Reddy, si quieres.
—¿Cuándo piensas empezar? —preguntó Trixie.
—Lo antes posible —contestó Mart a toda prisa—. Si tengo tiempo, empezaré esta misma noche. ¡Eso es! —movió la cabeza—. Una semana, contando desde esta noche. Para entonces Reddy hará todo lo que le mandemos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió Trixie.
Y se sonrió, mientras Mart y Bobby entraban en casa juntos. Miró a Reddy, que estaba muy interesado en explorar una mata. Intentó imaginarse qué sería de él si tuviese que cumplir las más ligeras órdenes de todos ellos. Algo que ni ella misma podía llegar a suponer.
De todos modos, lo intentó.
—¡Vamos, Reddy! —ordenó.
Reddy la miró por encima del lomo, se dio la vuelta y empezó a trotar feliz… en dirección opuesta.
Trixie apenas pudo contener una carcajada mientras lo veía alejarse.
—Mart nunca conseguirá enseñar a ese perro a que haga lo que él quiera —murmuró—. La apuesta ya está ganada. Ahora, en cuanto aparezca Harrison, se habrán acabado nuestras preocupaciones.
Lo que no podía ni imaginar es que sus preocupaciones no habían hecho más que empezar.
Después de la comida más rápida que recordaban haber hecho en toda su vida, Trixie, Mart y Brian se mudaron a toda prisa, poniéndose unos vaqueros viejos y una camisa limpia, y salieron corriendo camino de los establos de los Wheeler.
Su madre comprendió la prisa que tenían en cuanto Brian le explicó lo sucedido.
—Entonces, no tenéis más remedio que ir —les había animado—. Las tareas pueden esperar. Y en cuanto a Bobby, lo pasará bien. Pensaba ponerme a hacer unos bollos para el bazar esta tarde, así que podrá ayudarme a mezclar la masa. De todos modos, no alcanzo a comprender dónde podéis buscar a Harrison.
Tal como se fueron desarrollando las cosas, fue Bill Regan el que les dio la primera pista para la búsqueda del mayordomo desaparecido.
Al llegar los Belden, Jim y Honey ya estaban en el interior del establo, cálido y penumbroso, que olía a caballos, a cebada y a cera de limpiar las sillas. Regan estaba ayudando a Jim a sacar a Júpiter de su compartimiento. El caballo, de un color negro azabache, resultaba difícil de manejar: estaba ansioso por salir.
—¿Adónde vais esta tarde? —les preguntó Regan.
Mart se dirigía a la casilla donde estaba el ruano Strawberry, que era su favorito.
—Lo creas o no, salimos a buscar a un mayordomo desaparecido —contestó—. No creo que lo hayas escondido tú, en alguna parte, ¿verdad? —y al decir esto miraba entre las patas de Strawberry.
—¿Harrison? —Regan se rascó su pelirroja cabellera y pareció sorprendido—. ¿Lo dices en serio? Precisamente lo vi anoche.
Trixie se atragantó.
—¿Que lo viste, Regan? ¿Dónde? Intenta recordarlo. Es muy importante.
—Pero si no tengo que esforzarme en recordar nada. Lo recuerdo con toda claridad. Lo vi por Glen Road, montado en su bicicleta amarilla —se limitó a responder Regan.
—No sabía que tuviese una bicicleta —apuntó Mart.
—Bueno, de todos modos tenía una anoche —insistió Regan—. Yo iba montado en Júpiter. Harrison se quitó el sombrero y dijo: «Buenas noches, señor Regan; buenas noches, Júpiter».
—¿Y luego…? —insistió Trixie.
Regan protestó.
—Y luego, nada. Se metió por uno de esos caminos que llevan a los bosques y… —se interrumpió de repente—. ¿Es ahí donde queréis llevar los caballos?
—Tendremos cuidado —repuso Trixie a toda prisa—. Observaremos atentamente si hay piedras sueltas y raíces que sobresalgan y todo eso, ¡palabra!
—¿Dijo Harrison adónde iba? —preguntó Honey.
—No, no dijo nada de eso —el risueño rostro de Regan tenía una expresión preocupada—. Y ahora escuchadme todos: si me entero de que en algún momento intentáis poner los caballos al galope por esos bosques…
Necesitaron otros diez minutos y el esfuerzo combinado de todos los Bob-Whites para convencerlo de que sus preciosos caballos iban a regresar sanos y salvos.
Para entonces ya se había unido Di al grupo. Montaba su palomino favorito, Sunny, que tenía su cuadra en la finca de los Lynch. Estaba preciosa con sus pantalones de montar y pareció sentirse un poco mejor cuando Trixie le contó lo que Regan había dicho acerca de Harrison. En casa de los Lynch nadie sabía más detalles de su desaparición.
Regan siguió dándoles instrucciones hasta que estuvieron fuera de los establos y se perdieron de vista, camino del prado.
¡Había empezado la búsqueda de Harrison!
Los caballos estaban ansiosos por correr, pero Trixie y sus amigos los sujetaban, obligándolos a ir al paso. Jim, montado en Júpiter, iba en cabeza, como de costumbre. El gran caballo negro, cuyo pelaje brillaba como la seda satinada, se removía con deseos de dejar atrás a sus compañeros de establo, pero Jim mantenía las riendas en corto y lo obligaba a acompasar su paso al de los demás.
La hermosa yegua negra de Trixie, Susie, lo seguía inmediatamente detrás, y Honey, montada en Lady, cabalgaba a su lado. Di, en Sunny, Mart, en Strawberry, y Brian, en Starlight, marchaban en retaguardia.
Una suave brisa les daba en la cara y podían aspirar los refrescantes aromas del pinar.
Al llegar a Glen Road, Trixie detuvo a Susie y llamó a los demás.
—¿Os parece que tracemos algún plan? Sería mejor que nos dividiésemos.
—Buena idea —asintió Di—, aunque sigo pensando que es extraño buscar una bicicleta amarilla. Que yo sepa, Harrison no tiene bicicleta, ni amarilla ni de ningún otro color.
—A lo mejor la ha pedido prestada a alguno de los otros sirvientes —apuntó Brian.
—Puede ser —admitió Di, pero no parecía muy convencida de ello.
—Me parece que Trixie tiene razón —dijo Jim—. Me refiero a lo de separarnos. Pero intentaremos permanecer en contacto con los demás. Ya sabemos lo fácil que resulta perderse en el bosque. Si alguien encuentra algo, que haga nuestra señal.
Puso los labios en forma circular y emitió el bob, bob-white, claro y agudo.
Los demás aceptaron. Mart y Di tomaron un camino a la derecha; Brian y Jim, otro a la izquierda.
—Tened cuidado —gritó Trixie tras ellos—. ¡No queremos que os perdáis también vosotros en el bosque!
Un movimiento de la mano de Jim le respondió.
Despacito y con cuidado, Trixie y Honey llevaron los caballos al paso hasta alcanzar una senda que aparecía ante ellas y se internaba entre los árboles.
De repente, Trixie agarró el brazo de Honey.
—¡Mira! —exclamó, a la vez que señalaba hacia abajo.
Allí, en el suelo oscuro y húmedo del bosque, se veían con claridad las huellas de una bicicleta.
—¿Llamo a los demás? —preguntó Honey.
Trixie pensó un instante.
—No —contestó—. Pueden haber sido hechas por otra persona. Vamos a seguirlas primero y veremos adónde van. Después de todo, podrían ser una falsa alarma.
Se bajó al suelo para examinarlas y vio que las huellas eran recientes.
—Honey —dijo—, tengo la impresión de que no es una falsa alarma. ¡Vamos! ¡Démonos prisa!
Montó y avivó el paso del caballo, avanzando.