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Brakiss conectó el mecanismo de cierre de la puerta de su despacho privado y cambió el código de acceso para estar totalmente seguro de que nadie le molestaría. No permitiría que nadie —ni siquiera Tamith Kai— pudiera escuchar sus comunicaciones con el Gran Líder Imperial.
Brakiss siempre encontraba inspiración en las paredes de su despacho de la Academia de la Sombra, donde las estrellas que estallaban, los planetas desintegrados y las cascadas de los glaciares le recordaban la existencia de la furia encerrada dentro del universo. Usando el lado oscuro como foco, Brakiss podía tener acceso a toda esa increíble energía y utilizarla en beneficio propio para ayudar a allanar el camino que terminaría en el regreso del imperio.
Disminuyó la intensidad de los paneles luminosos mientras aguardaba el momento del contacto, y echó un vistazo a su cronómetro. Hablar con su ominosamente poderoso líder siempre llenaba de terror y respeto a Brakiss, y se vio obligado a utilizar una técnica de relajación Jedi, aunque resultaba muy difícil tener paciencia en aquellas circunstancias.
El Gran Líder del Segundo Imperio tenía muchas cargas y responsabilidades. Solía iniciar las comunicaciones previamente acordadas con bastante retraso..., aunque Brakiss jamás se atrevería a mencionarlo. El Líder decidía cómo iba a emplear su tiempo, y Brakiss sólo era el esclavo obediente que conocía su lugar en el gran plan general.
Al igual que los rebeldes dependían de la sobrestimada protección de esos Caballeros Jedi tan elogiados y de los que tanto se vanagloriaban, el nuevo Líder también tendría su propia arma secreta: un ejército de Jedi Oscuros que podrían utilizar el lado oscuro de la Fuerza para asegurar que el Segundo Imperio tuviera un gran lugar en la historia.
Pero los Jedi Oscuros eran notoriamente peligrosos e inestables, y tenían tendencia a sucumbir a los delirios de grandeza. El Gran Líder había sido consciente de ese riesgo, y había adoptado precauciones para protegerse de la Academia de la Sombra. La gigantesca estación en forma de anillo estaba repleta de letales explosivos, y había detonadores esparcidos por todos los sistemas de apoyo vital, el casco y miles de lugares más que Brakiss no conocía y en los que no quería pensar. En cuanto sus Jedi Oscuros empezaran a dar señales de que podían volverse incontrolables, el Gran Líder haría detonar esos explosivos y pondría fin al experimento sin sentir ningún remordimiento.
Brakiss tenía que poder mostrar un éxito tras otro para mantener satisfecho a su poderoso dueño y señor..., y en los últimos tiempos no cabía duda de que la Academia de la Sombra había conseguido algunos logros realmente espectaculares.
Los generadores holográficos de su despacho se activaron con un suave zumbido, y Brakiss levantó la cabeza y se envaró. El aire tembló delante de él y una gigantesca imagen se fue cristalizando en el foco del campo de energía, transmitida desde algún lejano escondite en los Sistemas del Núcleo. La estática onduló alrededor de la enorme cabeza encapuchada que se alzó sobre Brakiss y se inclinó hacia él para contemplarle con el ceño fruncido.
Brakiss desvió instintivamente la mirada, y agachó la cabeza en señal de reverencia. Después de haber ejecutado los gestos de obediencia adecuados, Brakiss alzó la vista hacia el rostro del Gran Líder del Segundo Imperio..., ¡y contempló la silueta encapuchada y arrugada del mismísimo Emperador Palpatine!
La imagen holográfica estaba un poco borrosa y fragmentada por haber sido transmitida mediante la holored a través de tantos sistemas, cinturones de asteroides, erupciones solares y tormentas iónicas, pero los rasgos del rostro flaco y anciano del Emperador eran inconfundibles. Brakiss contempló con adoración aquella adusta figura paterna. Allí estaba el hombre que haría temblar de terror a todos los sistemas estelares hasta que aprendieran a vivir de nuevo con respeto y gloria, a la manera imperial.
La piel del Emperador estaba surcada por las arrugas resultado de una inmersión demasiado profunda en los potentes poderes del mal. Sus ojos amarillentos de reptil llameaban en las cuencas hundidas, y las verrugas que recubrían su garganta recordaban la bolsa del cuello de un flaco lagarto.
Brakiss sabía que el resto de la galaxia pensaba que el Emperador había muerto hacía muchos años, primero en la explosión de la segunda Estrella de la Muerte y luego seis años más tarde con la destrucción del último de los clones de Palpatine. Pero la muerte del Emperador tenía que haber sido alguna clase de ilusión, porque Brakiss podía ver la transmisión con sus propios ojos. No tenía ni idea de cómo se las había arreglado el Emperador para sobrevivir o de qué clase de truco había empleado aquel gran hombre para engañar a todos..., pero con la Fuerza, muchas cosas eran posibles.
El Maestro Skywalker se lo había enseñado.
Cuando por fin habló, la voz del Emperador sonó seca y áspera.
—Bien, insignificante siervo, ¿cuál es tu informe de hoy? Espero que consista en nuevos éxitos. Estoy harto de fracasos, Brakiss, y me siento impaciente por iniciar mi reinado y el Segundo Imperio.
Brakiss volvió a inclinarse.
—Sí, mi amo. Tengo buenas noticias que daros. Vamos a enviar los núcleos hiperimpulsores y las baterías turboláser robadas del navio de aprovisionamiento rebelde, tal como ordenasteis. Pienso que vuestra gloriosa maquinaria militar sabrá utilizarlos eficientemente.
—Sssssí —siseó Palpatine.
Brakiss siguió hablando.
—Aquí en la Academia de la Sombra, vuestra nueva fuerza de Jedi Oscuros va volviéndose más poderosa a cada día que pasa. Me complace especialmente que hayamos encontrado nuevos candidatos en el submundo del Centro Imperial..., exactamente tal como sospechabais, mi amo. Nadie se dará cuenta de su desaparición, y podremos moldearles a placer.
—¡Sssssí! —exclamó el Emperador—. Ya te dije que sería más fácil moldear a candidatos cuyas vidas encerrasen pocas esperanzas. Llevárnoslos bajo las mismísimas narices de los usurpadores rebeldes que ocupan el gobierno resulta especialmente irónico.
Brakiss asintió.
—Desde luego, mi amo. Nos limitamos a ofrecer a los nuevos candidatos algo que necesitan..., y arden en deseos de aceptarlo de nuestras manos.
—Ah —dijo la imagen del Emperador.
Parecía casi orgulloso..., casi.
Brakiss respiró hondo antes de seguir hablando.
—Naturalmente, muchos de esos nuevos candidatos carecen de potencial Jedi, pero siguen anhelando oportunidades. En consecuencia, hemos empezado a adiestrar a un grupo como soldados de élite de las tropas de asalto. Conocen muy bien el submundo de Coruscant, y podrían llegar a ser espías o saboteadores altamente efectivos en el caso de que elijamos emplearlos de esa forma.
La proyección del Emperador asintió dentro de su capuchón.
—Estoy de acuerdo en ello, Brakiss. Buen trabajo. —Una ondulación de estática chisporroteó a través de la imagen transmitida, y la voz del Emperador tembló—. Sobrevivirás a otro día.
—Sí, mi amo —dijo Brakiss.
El rostro arrugado y marchito del Emperador se volvió todavía más hosco y sombrío.
—No me decepciones, Brakiss —dijo—. Me sentiría muy disgustado si me viera obligado a hacer volar por los aires tu Academia de la Sombra.
Brakiss se inclinó en una gran reverencia, y su túnica plateada se desplegó a su alrededor.
—A mí tampoco me gustaría nada —dijo.
La imagen holográfica del Emperador osciló con un estremecimiento iridiscente, y después se desintegró en un estallido de chispas de estática cuando la transmisión quedó cortada.
Brakiss se dio cuenta de que estaba temblando, como le ocurría siempre que hablaba con el impresionante y aterrador Palpatine. Agotado, volvió a sentarse detrás de su escritorio y empezó a repasar sus nuevos planes, poniendo un cuidado obsesivo en evitar cualquier error.