14
Zekk despertó en su nuevo y cómodo alojamiento de la Academia de la Sombra y se sintió extrañamente descansado y lleno de animación. Había dormido profundamente, como si hubiera estado necesitando recargar su organismo. Se preguntó si Brakiss habría introducido alguna droga en su comida. Después pensó que incluso si se trataba de eso, había merecido la pena porque nunca se había sentido tan vivo o tan entusiásticamente optimista.
Intentó desviar el curso de aquellos pensamientos tan positivos y trató de sentir un poco de ira, recordándose que había sido secuestrado y llevado a la estación imperial por la fuerza. Pero Zekk no podía negar que estaba siendo tratado con mucho más respeto que en ningún otro momento de su existencia anterior. Poco a poco el muchacho empezó a pensar en aquel sitio como su habitación más que como su celda.
Se duchó hasta que todo su cuerpo vibró con un cosquilleo de calor y limpieza, y después dedicó bastante más tiempo a asearse de lo que hubiese debido. Pero le daba igual. Brakiss podía esperar, y le estaría bien empleado. Por mucha atención que le prestara el líder de la Academia de la Sombra, Zekk no quería estar allí.
Estaba preocupado por el viejo Peckhum, y sabía que a esas alturas su amigo ya debía de estar terriblemente preocupado por él. Estaba casi seguro de que Jacen y Taina también habrían dado la alarma, pero Zekk suponía que Brakiss sabía cómo enfrentarse a ese tipo de problemas. Zekk tendría que seguir aguantando y esperando hasta que se le ocurriese algún plan.
Mientras se duchaba, alguien se había llevado sus maltrechas ropas y las había sustituido por un nuevo traje acolchado y una reluciente armadura de cuero, un imponente uniforme que tenía un aspecto tan tenebroso como elegante. Zekk miró a su alrededor buscando su viejo atuendo, no queriendo aceptar la hospitalidad del Segundo Imperio más de lo que fuese estrictamente necesario, pero no encontró ninguna otra cosa que ponerse..., y aquellas magníficas ropas nuevas le quedaban estupendamente.
Zekk probó a abrir la puerta, esperando encontrarla sellada, y se sorprendió cuando el panel se hizo a un lado obedeciendo su orden. Salió de la habitación para encontrarse a Brakiss esperándole en el pasillo. La túnica plateada de aquel hombre impasible y seguro de sí mismo se desplegaba a su alrededor como si la prenda hubiera sido confeccionada con sombras iridiscentes.
Una fugaz sonrisa iluminó los rasgos de perfección estatuaria de Brakiss.
—Ah, joven Zekk... ¿Ya estás preparado para iniciar tu adiestramiento?
—La verdad es que no —murmuró Zekk—, pero supongo que da igual que lo esté o no.
—Nada de eso —respondió Brakiss—. Eso quiere decir que no te he explicado lo suficientemente bien todo lo que puedo hacer por ti. Pero si abrieras una pequeña rendija en el muro de tu resistencia, y bastaría con que escucharas... Ah, entonces tal vez te convencerías enseguida.
—¿Y si no quedo convencido? —preguntó Zekk, exhibiendo un desafío que no sentía en realidad.
Brakiss se encogió de hombros.
—Entonces habré fracasado. ¿Qué más puedo decir?
Zekk decidió olvidarse del tema, y se preguntó si le matarían en el caso de que se negara a tener un lugar dentro de los planes del Segundo Imperio.
—Ven a mi despacho —dijo Brakiss.
El líder de la Academia de la Sombra precedió al muchacho por los pasillos de lisas paredes que se curvaban suavemente. Parecían estar solos, pero Zekk vio soldados de las tropas de asalto armados montando guardia en posición de firmes delante de varias puertas, preparados para ofrecer su ayuda si Brakiss tenía algún problema. La simple idea de que él pudiera suponer una amenaza para Brakiss resultaba tan ridícula que Zekk tuvo que reprimir una sonrisa.
El despacho privado del líder de la Academia de la Sombra parecía tan oscuro como el espacio. Los muros eran de transpariacero negro y proyectaban imágenes de acontecimientos astronómicos de naturaleza cataclísmica: llameantes erupciones solares, estrellas en pleno proceso de colapso interno, campos de lava que hervían y burbujeaban... Zekk miró a su alrededor, muy impresionado. Aquellas imágenes violentas y peligrosas mostraban un aspecto del universo mucho más áspero y terrible que las que se vendían en los kioscos para los turistas de Coruscant.
—Siéntate— dijo Brakiss con su voz tranquila y desprovista de emociones.
Zekk, que se había mantenido atento para captar cualquier posible amenaza implícita, comprendió que resistirse en aquel momento no serviría de nada. El muchacho decidió ahorrar sus fuerzas para más tarde, cuando tal vez surtieran más electo.
Brakiss se sentó detrás de la larga y reluciente superficie de su gran escritorio, metió la mano en un cajón oculto y sacó de él una pequeña bengala cilíndrica. Después sujetó los dos extremos con sus esbeltas y pálidas manos y desenroscó el cilindro por el centro. Cuando las dos mitades metálicas se separaron, una brillante llama azul verdosa brotó del hueco, parpadeando y despidiendo destellos iridiscentes pero dando muy poco calor. El fuego frío reflejado por las paredes del despacho proyectó su pálida claridad sobre las imágenes de desastres astronómicos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Zekk.
Brakiss fue juntando lentamente las dos mitades de la bengala hasta dejarlas en equilibrio sobre sus manos, formando un triángulo. La pálida llama se enroscó hacia arriba, ardiendo con firme regularidad.
—Mira la llama —dijo Brakiss—. Esto es un ejemplo de lo que puedes hacer con tus capacidades para usar la Fuerza. Manipular el fuego es algo muy sencillo, y una excelente primera prueba. Verás lo que quiero decir si lo intentas. Observa con atención.
Brakiss curvó un dedo, y sus ojos adquirieron un extraño aspecto distante y absorto. La llama empezó a bailar, ondulando hacia atras y hacia adelante y retorciéndose como si estuviera viva. Se fue volviendo más alta y más delgada, convirtiéndose en un mero zarcillo, y después se desplegó para transformarse en una esfera, haciendo pensar en un pequeño sol resplandeciente.
—En cuanto hayas dominado las manipulaciones sencillas —dijo Brakiss—, podrás tratar de obtener efectos mucho más espectaculares.
Estiró la llama como si fuese una lámina de goma, creando un rostro contorsionado con ojos destellantes y una gran boca abierta. El rostro se derritió para convertirse en la imagen de un dragón que movía su larga cabeza de un lado a otro, y después se metamorfoseó en un retrato luminoso del mismo Zekk dibujado con un brillante fuego azul verdoso.
Zekk lo contempló, fascinado, y se preguntó si Jacen o Jaina eran capaces de hacer aquellas cosas.
Brakiss relajó su control y permitió que la llama volviera a ser un puntito brillante que destellaba en la bengala.
—Ahora inténtalo tú, Zekk. Limítate a concentrarte. Siente el fuego, como agua que fluye, como pintura... Utiliza dedos en tu mente para dibujar con él y darle distintas formas. Hazlo girar. No tardarás en irte acostumbrando a hacerlo, y cada vez te será más fácil.
Zekk se inclinó hacia adelante sintiéndose lleno de excitación, pero se detuvo de repente.
—¿Por qué debería cooperar? No voy a hacerle ningún favor al Segundo imperio o a la Academia de la Sombra..., ni a ti.
Brakiss, que no se había inmutado, juntó sus hermosas y suaves manos y volvió a sonreír.
—Yo nunca querría que lo hicieras por mí o por un gobierno o una institución acerca de los que sabes muy poco. Te estoy pidiendo que hagas esto para ti mismo y por ti. ¿Acaso no es verdad que siempre has querido desarrollar tus habilidades y tus talentos? Tienes una rara capacidad, Zekk. ¿Por qué no aprovechar al máximo esta oportunidad..., especialmente tú, una persona cuya vida siempre ha estado excesivamente desprovista de ventajas, si me permites decirlo? Aunque vuelvas a tu antigua existencia después, ¿no estarás en una situación mucho mejor si puedes utilizar la Fuerza, en vez de confiar en lo que siempre pensaste que era un «don» para encontrar objetos valiosos?
Brakiss se inclinó hacia adelante.
—Eres independiente, Zekk. Puedo verlo, ¿sabes? Estamos buscando personas independientes, personas que puedan tomar sus propias decisiones y que puedan triunfar sin importar hasta qué punto esperen verlas fracasar quienes se llaman amigos suyos. Tienes tu oportunidad aquí y ahora. Si no estás interesado en progresar y avanzar, si no te molestas en intentarlo...
—Bueno, entonces fracasarás incluso antes de haber empezado.
Las palabras habían sido pronunciadas en el tono áspero y seco de una reprimenda, pero dieron en el blanco.
—De acuerdo, lo intentaré —acabó diciendo Zekk—. Pero no esperes gran cosa.
El muchacho entrecerró sus verdes ojos y se concentró en la llama. No sabía qué estaba haciendo, pero probó varias cosas e intentó utilizar distintas maneras de pensar. Miró directamente a la llama y después la observó por el rabillo del ojo, e intentó imaginarla moviéndose mientras la empujaba con dedos invisibles hechos de pensamientos. Zekk no supo qué hizo o cómo describirlo..., ¡pero de repente la llama tembló!
—Muy bien —dijo Brakiss—. Ahora vuelve a intentarlo.
Zekk se concentró y volvió a avanzar por el sendero mental que había seguido antes, y descubrió que esta vez le costaba menos esfuerzo ir por él. La llama tembló y después se inclinó hacia un lado, y de repente se bamboleó y se estiró bruscamente para alargarse en la dirección opuesta.
—¡Puedo hacerlo!
Brakiss se inclinó hacia adelante y volvió a unir las dos mitades de la bengala, extinguiendo la llama. Zekk sintió una aguda punzada de desilusión.
—¡Espera! Deja que lo intente una vez más.
—No —dijo Brakiss, con una sonrisa no exenta de amable bondad—. No hay que tratar de ir demasiado lejos en el primer momento. Ven al hangar conmigo. He de enseñarte otra cosa.
Zekk se lamió los labios, sintiéndose vaga e inexplicablemente hambriento, y siguió a Brakiss, intentando reprimir su impaciencia por volver a probar suerte con la llama. Su apetito había sido despertado y había crecido de repente..., y una parte de su ser sospechó que eso era exactamente lo que había pretendido conseguir el líder de la Academia de la Sombra.
Qorl y un regimiento de soldados de las tropas de asalto estaban trabajando dentro del hangar, ocupados en la descarga del valioso cargamento que habían robado del crucero rebelde inflexible. Brakiss entró precediendo a Zekk, quien contempló todas las naves estacionadas en la Academia de la Sombra.
—Ojalá pudiera enseñarte nuestra mejor nave ligera, la Cazadora de Sombras —dijo Brakiss con expresión apenada—, pero Luke Skywalker se la llevó cuando entró por la fuerza aquí para rescatar a Jacen, Jaina y Bajocca, que estaban siendo adiestrados por nosotros.
Zekk frunció el ceño, pero se abstuvo de decirle a Brakiss que les estaba bien empleado, dado que la Academia de la Sombra había secuestrado a los tres jóvenes Caballeros Jedi para sus propios fines. El muchacho desvió la mirada.
Tamith Kai permanecía inmóvil en la sala de control desde la que se dominaba el cavernoso hangar de atraque, observando las actividades a través de sus ojos violeta entornados y con el rostro envuelto por el negro halo de su cabellera, En pie junto a ella había dos sombríos aliados de Dathomir, Garowyn y Vilas. Zekk se encogió sobre sí mismo y las comisuras de sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca de ira mientras contemplaba a aquellos dos jóvenes que le habían dejado sin sentido y se lo habían llevado de la Ciudad imperial.
—No hagas ningún caso de ellos-dijo Brakiss, moviendo una mano en un gesto despectivo—. Están celosos por toda la atención que te dedico.
Zekk sintió una satisfacción tan repentina como intensa y se preguntó si el comentario era sincero, o meramente algo que Brakiss había dicho para hacer que se sintiera especial.
Un soldado se detuvo delante de ellos y saludó marcialmente.
—Tengo un nuevo informe para usted, señor —le dijo a Brakiss—. Ya casi hemos terminado las reparaciones en la torre superior del hangar de atraque. Deberíamos tenerla totalmente reparada dentro de dos días.
—Excelente —dijo Brakiss, pareciendo aliviado—. ¡Sigo encontrando difícil creer que una lanzadera de aprovisionamiento rebelde pudiera ser tan lamentablemente torpe como para estrellarse contra la Academia de la Sombra camuflada! —añadió mientras miraba a Zekk—. ¡Esos rebeldes causan daños incluso cuando no lo intentan!
Qorl sacó uno de los pequeños núcleos de armamento de una caja. Los agujeros ennegrecidos y medio fundidos que había alrededor del panel de control hicieron que Zekk supusiera que los soldados de las tropas de asalto habían utilizado desintegradores para destrozar los cibercerrojos. El núcleo hiperimpulsor era largo y cilíndrico, con destellos naranjas y amarillos palpitando a través de tubos traslúcidos allí donde el gas tibanna condensado y sellado mediante un proceso de giro había sido introducido en él para que alimentara los impulsores.
—Son unos modelos nuevos realmente magníficos. Lord Brakiss —dijo el antiguo piloto de cazas TIE—. Podemos utilizarlos para que proporcionen energía a nuestros sistemas de armamento, o podemos reconvertir más cazas en navios de ataque capaces de alcanzar velocidades lumínicas, como el caza TIE que yo pilotaba.
Brakiss asintió.
—Esa decisión le corresponde tomarla a nuestro líder, pero se sentirá enormemente complacido cuando vea este nuevo incremento en nuestra capacidad militar. Ah, tened mucho cuidado con esos componentes —añadió secamente—. Aseguraos de que ni uno solo sufra daños. No podemos permitirnos desperdiciar recursos en la gran empresa de conseguir que el Segundo Imperio recupere el poder al que tiene legítimo derecho.
Qorl asintió.
—¿Ves, Zekk? —murmuró Brakiss enarcando sus pálidas cejas—. Somos el bando más débil en esta contienda. Aunque nuestro movimiento es pequeño y lo tiene casi todo en contra, sabemos que la razón está de nuestra parte. Nos vemos obligados a luchar por lo que es nuestro contra una Nueva República torpe y estúpida que no ceja en sus intentos de reescribir la historia e imponernos sus caóticos criterios.
«Creernos que eso sólo puede conducir a la anarquía galáctica, con todo el mundo guiándose por sus caprichos y deseos, invadiendo los territorios de los demás y alterando la vida de las personas sin respetar el gobierno del orden y sin pensar en él.
Zekk apoyó las manos sobre sus caderas recubiertas de cuero.
—De acuerdo, pero ¿qué hay de la libertad? Me gusta ser capaz de hacer lo que quiero hacer.
—En el Segundo Imperio creemos en la libertad... Sí, de veras —dijo Brakiss con gran sinceridad—. Pero se acaba llegando a un punto en el que un exceso de libertad causa daños. Las razas de la galaxia necesitan un mapa de carreteras, un marco de orden y control para que puedan dedicarse a sus respectivos asuntos sin destruir los sueños de los demás mientras intentan convertir en realidad los suyos.
—Tú eres independiente, Zekk. Sabes lo que estás haciendo. Pero piensa en todas esas personas carentes de objetivo y de guías que se han visto arrojadas de un lado a otro por los cambios producidos en la galaxia, los seres que no tienen ningún sitio adonde ir, que carecen de metas y de sueños que perseguir..., y que no tienen a nadie que les diga qué es lo que han de hacer. Tú puedes ayudar a cambiar todo eso.
Zekk quería refutar las palabras de Brakiss y dejar claro que no pensaba lo mismo que él, pero no se le ocurrió nada que decir. El muchacho apretó los labios. Aunque no se le ocurriera ningún argumento sólido que oponer a lo que estaba diciendo Brakiss, se negaba a mostrarse abiertamente de acuerdo con él.
—No es necesario que me des tu respuesta por el momento —dijo Brakiss en un tono lleno de paciencia, y después sacó la bengala de un bolsillo de su túnica—. Tómate todo el tiempo que necesites para pensar en lo que le he dicho. Bien, y ahora te acompañaré de vuelta a tu habitación...
Le entregó la bengala a Zekk, quien se apresuró a cogería.
—Dedica algún tiempo a jugar con esto si te apetece. —Brakiss sonrió—. Ya volveremos a hablar más tarde.