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Grandes copos de nieve caían del cielo creando complejos giros de blanco sobre blanco. Había hielo y nieve hasta allí donde los ojos podían abarcar las montañas heladas de los casquetes polares de Coruscant. El aliento que exhalaba Jaina producía nubecillas de neblina que flotaban delante de su cara. Cada vez que inhalaba sentía un cosquilleo de frío en la nariz y la garganta, y Jaina disfrutaba muchísimo con aquella agradable sensación. El aire estaba limpio, fresco y delicioso.

Pero el tauntaun que tenía debajo olía muy mal. Se suponía que la criatura estaba perfectamente adiestrada y que había aprendido a portarse bien, pero Jaina tenía la impresión de que el bothano encargado del establo en los corrales polares pasaba tan poco tiempo adiestrando a los salvajes animales árticos como bañándolos.

El tauntaun era un reptil cubierto de pelaje blanco con unos grandes cuernos curvados que sobresalían de su cabeza. Corría sobre unas musculosas patas traseras de tres dedos cuya forma le permitía saltar sobre la nieve sin hundirse y avanzar a una gran velocidad. Los tauntauns eran nativos del mundo helado de Hoth, donde la Alianza Rebelde había establecido una base secreta hacía ya mucho tiempo. Pero durante los últimos años un tratante de animales emprendedores y con imaginación había transportado a unas cuantas bestias hasta los casquetes de hielo de Coruscant, con la intención de ofrecer recorridos a lomos de tauntaun como actividad complementaria para los entusiastas de los deportes de invierno que acudían al polo norte. Pero los tauntauns se habían ido volviendo cada vez más tozudos y ariscos después de haber sido sacados de su hogar, y Jaina no entendía cómo se podía llegar a suponer que montar en uno resultaba divertido,

Su tauntaun se estaba resistiendo al bocado mientras Jaina intentaba mantenerse a la altura de Jacen y su montura. Anakin seguía pegado a su padre, que se había quedado rezagado junto con Leia. Han Solo había afirmado ser todo un experto en el arte de cabalgar sobre aquellos animales que parecían tan poco dispuestos a cooperar, pero Jaina se rió mientras veía cómo su padre experimentaba montones de dificultades mientras galopaban sobre las nieves.

Lo que más le gustaba era simplemente el poder pasar unas cuantas horas lejos de la ajetreada ciudad con su familia, porque eso permitía que pudieran ser niños y que sus padres pudieran ser padres..., aunque sólo fuese durante un rato.

Bajie ya había hecho planes con su tío Chewbacca, y Cetrespeó se había ofrecido a pasar el día enseñando a Tenel Ka los circuitos de obstáculos y las instalaciones de adiestramiento más interesantes que podía ofrecer Coruscant.

Antes de que pasara mucho tiempo, Jaina, Jacen y sus amigos tendrían que volver a la Academia Jedi para proseguir su adiestramiento, y Han y Leia volverían a estar muy ocupados construyendo la Nueva República.

Pero en aquellos momentos todos estaban de vacaciones.

—¡Te echo una carrera! —gritó Jacen, encogiéndose sobre el cuello de su tauntaun.

Jaina aceptó el desafío al instante.

—Bueno, ¿a qué estamos esperando?

La joven se inclinó hacia adelante y hundió sus talones en los flancos del lagarto de las nieves.

Pero el tauntaun de su hermano se detuvo de golpe cuando Jacen lanzaba su desafío en respuesta al de Jaina, y se negó a avanzar ni un solo centímetro más. La montura de Jaina se puso en movimiento e inició tambaleante avance a toda velocidad, pero la joven no pudo alardear de su victoria en la carrera, pues tuvo tantos problemas para conseguir que su tauntaun se detuviese como los había tenido Jacen cuando intentaba hacer moverse al suyo.

***

—¿Más sopa? —preguntó Leia, inclinada sobre el recipiente térmico que habían colocado encima de la nieve.

Jaina meneó la cabeza.

—Creo que ya no me cabe nada más, mamá.

—Eh, a mí me gustaría tomar un poquito más —dijo Jacen.

—A mí también —intervino el pequeño Anakin.

—Que sean tres raciones para tres hombres de la familia Solo que se mueren de hambre —añadió Han Solo con una sonrisa maliciosa mientras alargaba su tazón de sopa a Leia—. Nunca he podido resistirme a uno de tus almuerzos empaquetados.

—Oh, sí. No conozco a nadie que sepa apretar los botones de las unidades preparadoras de la cocina con tanto arte como yo —respondió burlonamente Leia.

Jaina dejó escapar un suspiro de satisfacción, sintiéndose muy feliz de poder relajarse sin hacer nada. Después del recorrido a lomos de tauntaun, habían pasado horas practicando el turbo-esquí, enfrentándose en grandes peleas con bolas de nieve y construyendo ciudades en la nieve. Jaina, sentada sobre una gruesa plancha de espuma aislante que reflejaba el calor, extendió los brazos y se dedicó a recoger copos de nieve en las palmas de sus manos enguantadas.

—Ojalá pudiéramos hacer esto con más frecuencia —dijo.

—Tal vez deberíamos hacerlo —replicó su madre.

Anakin se acabó su sopa.

—Pronto volveré a la Academia Jedi —anunció—. Entonces podremos comer juntos más veces.

—Oh, eso me recuerda algo —dijo Leia—. No olvidéis que esta noche voy a celebrar un banquete muy importante para dar la bienvenida a la nueva embajadora de Karnak Alfa.

—¿Dónde está Karnak Alfa? —preguntó Jacen—. Creo que nunca he oído hablar de ese planeta.

—Está más allá del Cúmulo de Hapes, cerca de los Sistemas del Núcleo —le explicó su madre.

—Por ahí todavía quedan algunos reductos imperiales, ¿verdad? —preguntó Jaina.

—Desde luego que sí —replicó Han Solo—. Por eso cree vuestra madre que es tan importante la cena. Tendréis que portaros lo mejor posible.

Jacen soltó un gemido.

—Si es tan importante, ¿por qué tenemos que asistir?

Leia le sonrió con dulzura.

—Me gustaría que conocierais a la embajadora —dijo—. Los niños desempeñan un papel muy especial en la sociedad de Karnak Alfa. Son considerados como grandes tesoros cuyo valor va aumentando a cada día que pasa. En la sociedad de Karnak, cuantos más niños tienes más honor y mejor posición social adquieres. Su gobierno incluso tiene un consejo de los niños.

—¡Rayos desintegradores! —exclamó Jacen—. Casi se me había olvidado. Hemos invitado a Zekk a cenar con nosotros esta noche.

—¿Puede venir también al banquete, mamá? —preguntó Jaina.

Leia pareció desconcertada, una expresión que Jaina veía con mucha frecuencia en el rostro de su madre.

—¿Zekk? ¿Vuestro joven amigo de las calles?

—¿No estás diciendo siempre que todo el mundo vale algo, sea cual sea su origen y el ambiente en el que vive? —preguntó Jaina, adoptando un tono levemente defensivo.

—Siiiiiií —respondió Leia, prolongando mucho el monosílabo.

—Oh, por favor... Si dices que sí, incluso dejaré que me trences los cabellos —ofreció Jaina.

Volvió la mirada hacia sus hermanos, buscando apoyo, y vio que el rostro de Anakin adoptaba aquella peculiar expresión calculadora que aparecía en él siempre que estaba resolviendo algún problema.

—Si valoran tanto a los niños, a la embajadora le encantará tener a otro niño cenando con nosotros —dijo Anakin.

La preocupación se esfumó del rostro de Leia.

—Sí, claro. Es verdad... Vuestro amigo puede venir, por supuesto. De hecho, también invitaremos a Bajie y a Tenel Ka.

Jaina se echó a reír, sintiéndose llena de alivio.

—¡Estupendo! Iré a decírselo en cuanto volvamos.

Jacen acabó su sopa y se levantó.

—¿Tenemos que irnos enseguida?

Han consultó su cronómetro.

—No, todavía disponemos de un par de horas.

—Bueno, ¡en ese caso os echo una carrera hasta esas colinas! —dijo Jacen.

Todos rieron y fueron corriendo hacia sus turbo-esquíes.