10
Mientras avanzaban por el laberinto de calles al día siguiente, Jacen sintió un extraño cosquilleo de inquietud en la nuca, como si una hilera de mirmyns estuviera arrastrándose lentamente sobre su piel. Algo andaba mal, pero Jacen no sabía qué podía ser.
—Rayos desintegradores —murmuró.
Por alguna razón inexplicable, todos parecían estar un poco nerviosos. Jaina abría la marcha, dado que era la que conocía mejor el camino que llevaba hasta la morada de Zekk. Jacen, en cambio, siempre se perdía. Tenel Ka seguía a Jaina en silencio, con los hombros erguidos y la espalda rígida, mientras que Jacen y Bajie iban los últimos.
Los compañeros siguieron avanzando por los viejos y angostos callejones de metal y piedra. En aquella zona las luces eran demasiado débiles, y el aire sabía a metal oxidado y a la lenta decadencia del abandono. Incluso los olores les resultaban poco familiares y, por lo menos para los wookies —a juzgar por la manera en que Bajie arrugaba la nariz—, no muy agradables.
—Ya hemos llegado —anunció Jaina, doblando una esquina metálica para entrar en un pasadizo todavía más angosto. La joven se detuvo delante de un umbral no muy alto y presionó el botón de llamada. La luz indicadora se encendió con un destello rojo, negándoles la entrada. Jaina se mordió el labio inferior—. Qué raro... Ayer Zekk dijo que ajustaría la cerradura de la puerta de su casa para que pudiéramos entrar.
—Quizá lo que ocurrió anoche le afectó más de lo que nos habíamos imaginado —sugirió Tenel Ka.
—Quizá sí-dijo Jaina—, pero no es probable. Zekk siempre cumple sus promesas. Ya hemos tenido algunas pequeñas discusiones antes, pero...
Jaina se calió sin llegar a completar la frase.
Bajocca gruñó un breve comentario, y Teemedós se encargó de traducirlo.
—El amo Bajocca se estaba preguntando si el amo Zekk no se habrá limitado a salir para fortificarse con una colación matinal. O quizá haya decidido obtener comestibles para la comida.
—Sí, y eso sería francamente preferible a aquellas raciones de tas tropas de asalto que nos dio la última vez —observó Jacen, sintiendo que su estómago emitía un gorgoteo de disgusto al acordarse de ellas.
—Sabía que íbamos a venir —dijo Jaina—. Tendría que haber estado aquí.
—Esperemos un rato —sugirió Jacen, sentándose en el suelo y cruzando las piernas—. Probablemente aparecerá dentro de unos minutos con alguna historia increíble que contar.
—Sí, sería muy propio de él —admitió Jaina.
Jacen, sabiendo que su hermana seguía estando preocupada, intentó usar un tono de voz lo más firme y seguro de sí mismo posible.
—Volverá en cualquier momento... Ya lo verás, Jaina. Mientras tanto —sugirió jovialmente—, tengo unos cuantos chistes nuevos, si hay alguien que quiera oírlos.
Los gemelos entretuvieron a los otros jóvenes Caballeros Jedi con historias de las aventuras vividas por Zekk. Jacen les habló de aquella ocasión en que Zekk descendió cuarenta y dos pisos por el conducto de un turboascensor abandonado porque vio algo que brillaba y reflejaba la luz cuando alumbró el conducto con su linterna láser. Imaginando tesoros que se iban volviendo más y más extravagantes con cada nivel que descendía, Zekk acabó descubriendo que el objeto reluciente no era más que un viejo envoltorio de papel metalizado que alguien había arrojado al conducto, y que se había quedado pegado a la viscosa humedad que rezumaba de las paredes.
Jaina compartió con ellos la historia de cómo Zekk reprogramó un traductor personal para un grupo de altivos turistas reptilíanos que le habían echado de la cola para obtener muestras gratuitas de un nuevo producto alimenticio. Zekk alteró su traductor de tal manera que cada vez que los reptiles pedían que se les indicara cómo llegar a restaurantes o museos, eran guiados a garitos de pésima reputación o estaciones reprocesadoras de basuras.
—¡Eso es sencillamente espantoso! —comentó Teemedós.
Los minutos Fueron transcurriendo y se convirtieron en una hora, y su amigo siguió sin volver.
Jaina acabó poniéndose en pie.
—Algo anda mal —dijo, mordiéndose el labio interior—. Zekk no va a venir.
Bajie gruñó y Teemedós se encargó de traducir el gruñido.
—El amo Bajocca sugiere que quizá el amo Zekk necesite algún tiempo para superar su vergüenza e incomodidad. Supongo que nunca entenderé la conducta humana —añadió.
—Tal vez —dijo Jaina, con el rostro lleno de preocupación y claramente no muy convencida.
—Eh, ¿por qué no dejamos una videonota? —sugirió
Jacen—. Volveremos a probar suerte mañana. ¿Cuánto tiempo puede seguir enfadado con nosotros?
Pero al día siguiente tampoco había ni rastro de Zekk. Jacen pulsó el botón de solicitud de acceso incrustado al lado de la puerta principal de Zekk pero, una vez más, no obtuvo respuesta. El viejo Peckhum no tardaría en volver de la estación espejo, y se encontraría con un apartamento vacío.
—Me parece que ya va siendo hora de que todos empecemos a buscar a Zekk —murmuró Jacen, contemplando el panel de información en blanco.
—Estoy de acuerdo —dijo Tenel Ka.
—Bien, ¿a qué estamos esperando entonces? —exclamó Jaina, restregándose enérgicamente las manos—. Y si no conseguimos encontrarle, hablaremos con mamá.
Cuando entraron en el despacho de Leía Organa Solo, vieron que parecía bastante preocupada. Leia les sonrió y apartó un mechón de cabellos de los ojos de Jaina.
—Me alegra mucho que estéis aquí, chicos —dijo—. Quería enseñaros algo.
Antes de que Jacen o Jaina hubieran podido hablarle de Zekk, Leia hizo aparecer en una pantalla una holoproyección bastante granulosa grabada a larga distancia que mostraba navios de ataque imperiales lanzándose sobre un crucero de aprovisionamiento de la Nueva República en el espacio cercano a Coruscant.
—¡Esa nave se parece mucho a la que nos secuestró y se nos llevó de la Estación Buscadora de Gemas de Lando! —exclamó Jaina.
Bajocca gruñó, indicando que estaba de acuerdo con ella.
Leia asintió.
—Es lo que había pensado basándome en vuestra descripción..., y ahora puedo confirmárselo al almirante Ackbar. Este ataque se produjo hace dos noches. Puede que tengamos una auténtica amenaza entre manos, y justo en el mundo capital...
Jaina volvió a contemplar la holoproyección y frunció el ceño.
—Hay algo más que no está bien en esas imágenes. Estoy intentando entender qué es...
Leia volvió a su escritorio.
—El almirante Ackbar y un grupo de expertos tácticos están analizando el metraje, y tal vez quieran haceros algunas preguntas. Hemos reforzado las medidas de seguridad contra la posibilidad muy real de que podamos presenciar otro ataque imperial.
Después de aquella noticia, Leia no pareció excesivamente preocupada cuando Jasen le contó la historia de la desaparición de Zekk. La Jefe de Estado de la Nueva República permitió que su mirada recorriese los rostros de los cuatro jóvenes Caballeros Jedi inmóviles en su despacho.
—Muy bien. Y ahora dejad que os haga una pregunta: ¿quién conoce mejor la ciudad, vosotros cuatro... o Zekk?
—Bueno..., Zekk, claro —respondió Jacen con voz titubeante—. Pero...
—Y si Zekk tiene problemas personales y se ha escondido en algún sitio —siguió diciendo Leia—, ¿os parece tan raro que no hayáis conseguido encontrarle?
—Pero él nunca haría eso —protestó Jaina—. Nos prometió que estaría allí.
—Bueno, entonces tal vez ya ha encontrado esa unidad centralizadora de funciones múltiples y Peckhum se las ha arreglado para que pudiera subir a la estación espejo —dijo Leia con voz tranquila y razonable.
—Pero nos habría dejado un mensaje —replicó Jaina, con los labios fruncidos en una tensa línea llena de tozudez.
—Tiene razón, mamá —intervino Jacen—. Zekk puede parecer un vagabundo sin hogar, pero siempre hace lo que ha dicho que va a hacer.
Leia paseó una mirada llena de escepticismo por los rostros de sus hijos.
—¿Cuántos años hace que conocemos a Zekk?
Jaina se encogió de hombros.
—Unos cinco años, pero ¿qué...?
—Y durante esos años —la interrumpió Leia—, ¿cuántas veces ha desaparecido porque estaba embarcado en alguna aventura, para acabar volviendo a aparecer como si nada un mes después?
Jacen carraspeó y se removió nerviosamente.
—Eh... Puede que media docena de veces.
—Ya. ¿Lo veis? —replicó Leia, como si eso pusiera punto final al asunto.
—Pero esas otras veces —observó Jacen—, no teníamos planes de pasar el día con él.
Leia suspiró.
—Y esas otras veces tampoco estaba enfadado por haber hecho el ridículo durante un banquete diplomático. Escuchad, Zekk es mayor que vosotros, y legalmente puede ir donde quiera y hacer lo que quiera cuando le dé la gana. Pero aunque estuviéramos seguros de que ha desaparecido, y no estamos seguros de ello... Bueno, la verdad es que podríamos hacer muy poco al respecto. La galaxia es un lugar muy grande. ¿Quién sabe dónde puede estar?
»La gente desaparece a cada momento, y sencillamente carecemos de los recursos necesarios para buscar a todas las personas que desaparecen. Esta misma semana he recibido informes de por lo menos tres adolescentes desaparecidos, y eso solamente en la Ciudad Imperial... ¿Por qué no esperáis y habláis con Peckhum cuando vuelva mañana? Tal vez él tendrá algunas ideas.
Leia se levantó y empezó a llevarles hacia la puerta del despacho para poder volver a su trabajo.
—Ahora he de prepararme para mi próxima reunión con la embajadora de Karnak Alfa. Y después tengo que volver a ver al Pueblo de los Árboles Aulladores para una ceremonia musical esta tarde... —Leia se frotó las sienes, como en anticipación de un dolor de cabeza—. Adoro mi trabajo... Eh... Bueno, por lo menos la mayor parte de él.
Cuando hubieron salido del despacho de Leia, Jacen dejó escapar un gemido de abatimiento.
—Mamá ni siquiera cree que haya un problema.
—Entonces supongo que tendremos que seguir buscando por nuestra cuenta —dijo Jaina.
Un gruñido de Bajie les indicó que estaba totalmente de acuerdo con ellos.
—Tendremos que arreglárnoslas por nuestra cuenta —dijo Jacen, y se golpeó decididamente la palma con el puño.
—Es un hecho comprobado —dijo Tenel Ka.