6

Zekk se presentó en el palacio a la hora acordada aquella noche y fue acompañado al interior. Unos centinelas de la Nueva República buscaron su nombre en la lista de visitantes aprobada y le permitieron avanzar por los elegantes pasillos de grandes techos abovedados. El muchacho conocía el camino hasta las habitaciones de Jacen y Jaina, pero los soldados uniformados insistieron en «escoltarle», lo cual dejó un poquito intimidado a Zekk.

Sus ropas nuevas estaban tiesas y eran terriblemente incómodas, pero Zekk sabía que aquella cena era un acontecimiento muy importante. El muchacho se juró a sí mismo que no avergonzaría a nadie y, sobre todo, que los gemelos no se arrepentirían de haberle invitado.

Antes de que el viejo Peckhum partiera para su solitario turno de trabajo en la estación espejo, había ayudado a Zekk a escoger algunas prendas de gala, y el muchacho también había salido a hacer unos cuantos negocios por su cuenta, cambiando algunos de sus mejores artefactos y baratijas por una chaqueta particularmente hermosa y bien cortada. Mientras subía en el turboascensor hasta los niveles superiores y se abría paso por el laberinto de pasillos hasta los aposentos de la Jefe de Estado. Zekk se sentía muy elegante.

El androide de protocolo Cetrespeó le recibió en el umbral y le hizo pasar, y después despidió a la escolta de soldados antes de volverse hacia él.

—Ah, aquí está, joven amo Zekk. Hemos de darnos prisa... ¡Llega con retraso! Tenemos preparativos que hacer.

Zekk empezó a dar tirones a su incómodo atuendo de gala.

—¿Qué quieres decir con eso de los «preparativos»? Ya estoy listo. Me he vestido de acuerdo con la ocasión... ¿Qué más puedes querer?

Cetrespeó emitió unas cuantas imitaciones de chasquido de lengua muy aceptables a través de su altavoz bucal y alisó la pechera de la camisa de Zekk.

—Cielos, cielos. Estas prendas son realmente magníficas y además son muy..., muy interesantes. Según mis archivos, estaban muy de moda hace unas cuantas décadas. Sí, debo decir que son todo un hallazgo histórico...

Zekk sintió una dolorosa punzada de desilusión. Se había esforzado tanto y había hecho cuanto estaba en sus manos para prepararse con vistas a aquel acontecimiento especial..., ¡y en unos cuantos segundos aquel quisquilloso androide había reducido a nada todos sus esfuerzos!

Leia Organa Solo salió de la habitación de atrás, y la sorpresa hizo que sus grandes oscuros ojos se volvieran todavía un poco más grandes cuando le vio.

—Oh... Ah, hola, Zekk. Me alegra mucho que hayas podido venir.

Su mirada pareció diseccionar al muchacho. Zekk apretó los dientes e intentó no dar ninguna señal de incomodidad, aunque estaba seguro de que tenía las mejillas color carmesí. Su magnífico traje le parecía repentinamente tan ridículo como un disfraz de payaso.

—Espero no e-estar causando de-demasiadas molestias —tartamudeó Zekk—. Yo no pretendía que Jacen y Jaina me invitaran, y...

—No te preocupes por eso —se apresuró a decir Leia, y sonrió—. La embajadora de Karnak Alfa se ha traído consigo a todo su grupo de niños, así que te ruego que te calmes y que procures no ponerte nervioso. Bastará con que lo hagas lo mejor posible.

Cetrespeó volvió en aquel momento con un maletín de artículos de aseo y limpieza.

—En primer lugar, debemos cepillarle los cabellos y peinárselos, joven amo Zekk. Todo ha de estar presentable. Esto es un asunto de orgullo diplomático para la Nueva República, aunque desearía haber podido dar con esos antiguos archivos sobre las costumbres de Karnak Alfa. Su localización parece haber sido olvidada por mis programadores de protocolo. —El androide empezó a ocuparse de los cabellos de Zekk—. ¡Cielos, no cabe duda de que no le iría nada mal un buen corte de pelo! Hmmmm, me pregunto si tenemos tiempo suficiente para...

Jacen y Jaina entraron en la habitación para dar la bienvenida a su amigo mientras éste permanecía mudo e inmóvil y soportaba las excesivamente meticulosas atenciones del androide dorado. Los cabellos de Jacen parecían haberse vuelto extraña y antinaturalmente lisos y estirados, y su rostro había sido lavado tan concienzudamente que Zekk apenas si pudo reconocer al muchacho.

—¡Hola, Zekk! —exclamó Jaina con sincero deleite.

Pero un instante después la joven tuvo que taparse la boca con una mano para ahogar una risita en cuanto reconoció su atuendo. Zekk sintió que las mejillas le ardían bajo una nueva oleada de vergüenza.

El muchacho empezó a debatirse debajo del artefacto zumbante que el androide dorado le estaba pasando por los cabellos, y Cetrespeó le riñó severamente.

—Soy un androide de protocolo, ¿sabe? He recibido un adiestramiento completo en todas las técnicas de aseo y acicalamiento personal.

Zekk no intentó discutir con él, pero torció el gesto cuando Cetrespeó eliminó de un potente tirón un enredo en su oscura cabellera.

—No estoy muy seguro de que esto sea una buena idea —dijo después—. No sé nada sobre la diplomacia. No tengo ni idea de cuáles son las normas de cortesía o etiqueta.

Jaina se echó a reír.

—Eso no tiene ninguna importancia —replicó—. Limítate a utilizar tu sentido común y fíjate bien en lo que hacemos los demás. Es un gran banquete diplomático, y tendrás que tomar parte en toda clase de aburridas ceremonias..., pero la comida es excelente. Lo pasarás bien.

Zekk no intentó hacerle entender que a ella le resultaba muy fácil decir esas cosas porque había sido criada dentro de aquella «alta sociedad» política, y había sido adiestrada en las respuestas adecuadas durante tantos años que ese tipo de acciones había acabado formando parte de su naturaleza. Pero Zekk carecía de esa instrucción. El muchacho estaba cada vez más seguro de que aquella cena iba a ser un completo desastre.

Cetrespeó acabó desistiendo de sus intentos de peinar la cabellera de Zekk y meneó su reluciente cabeza dorada en un gesto lleno de exasperación.

—Oh, cielos... Si tuviera receptores olfativos, emplearía una de las frases favoritas del amo Solo y diría que esto me huele muy mal —suspiró el androide.

Zekk estaba totalmente de acuerdo con él.

***

Tenel Ka siguió al grupo mientras iban al gran comedor de gala, siendo muy consciente de cada uno de sus movimientos. Iba a desempeñar una importante función diplomática, y había sido concienzudamente instruida por su terrible abuela en las majestuosas cortes del Cúmulo de Hapes. Después de todo, Tenel Ka era una princesa real y la heredera de todo un cúmulo estelar, pero la joven rehuída todas aquellas tonterías y pasaba todo el tiempo posible adiestrándose en Dathomir, el austero mundo natal de su madre. La abuela de Tenel Ka desaprobaba con todas sus energías el camino que la princesa había decidido seguir, pero Tenel Ka era tozuda y tenía sus propias ideas..., como demostraba con mucha frecuencia.

Y en aquel momento caminaba detrás de Jacen, Jaina y Zekk, andando al lado de Bajocca y el silencioso Anakin, el más pequeño de los tres hermanos Solo, y todos apretaban el paso para llegar a tiempo al gran comedor. Tenel Ka llevaba una corta túnica ceñida de pieles de reptil multicolores, recién aceitada y frotada para que las escamas reluciesen con cada uno de sus movimientos. Sus musculosos brazos y piernas estaban desnudos, pero llevaba una ondulante capa color verde bosque encima de los hombros.

Tenel Ka había pasado muchos meses en la Academia Jedi en las junglas primitivas de Yavin 4, y antes de eso había vivido en las ciudades de los acantilados del clan de la Montaña del Cántico. Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que fue malcriada con lujos, pero la joven guerrera veía aquella cena de gala con la embajadora de Karnak como otro desafío al que debía enfrentarse.

Bajocca había sido lavado con champú y secado, y su pelaje estaba tan pulcramente cepillado que el joven wookie parecía mucho más delgado de lo habitual sin su aureola de pelos que sobresalían en todas direcciones. La franja negra que corría por encima de su entrecejo había sido alisada hacia abajo mediante una aplicación de fijador, lo cual le daba una apariencia muy atractiva y elegante..., para un wookie.

Cetrespeó avanzaba delante de Leia y Han, pavoneándose tan orgullosamente como si fuera una escolta entera. Centinelas de la Nueva República montaban guardia a los lados de la entrada al gran comedor y abrieron las puertas de par en par cuando les vieron aproximarse. Leia puso la mano sobre el brazo de Han Solo y entró, elegante y majestuosa con su delicado traje blanco. La Jefe de Estado no era muy alta, pero parecía estar llena de energía y confianza en sí misma, como si fuese una batería sobrecargada de potencia. Tenel Ka sintió una gran admiración hacia ella.

El momento de su llegada había sido calculado con toda exactitud. Estaban empezando a atravesar el comedor desde un extremo cuando se abrió la entrada de enfrente y la embajadora de Karnak Alfa hizo su entrada, seguida por su séquito de ocho niños.

La embajadora era un henar de pelo marrón, un montículo de pelaje que crecía hasta alcanzar tal longitud que ocultaba cualquier otro rasgo de su cuerpo. Ni siquiera ojos de la embajadora eran visibles por entre las gruesas hebras mientras avanzaba sobre pies que también quedaban ocultos por sus ondulantes trenzas de pelos. La embajadora ocupó su sitio en la cabecera de la mesa, al lado del asiento reservado para la Jefe de Estado. Leia tomó asiento, con su esposo junto a ella.

Los hijos de la embajadora, todos los cuales eran versiones en miniatura de ella, parecían ocho montañitas de pelos que se apresuraron a ocupar sus asientos. El pelaje de las niñas estaba anudado mediante cintas multicolores, y el de los niños resonaba con el tintineo de las campanillas atadas a mechones de pelos. Todos ellos parecían muy bien educados, y se comportaron impecablemente mientras iban ocupando sus asientos a un lado de la gran mesa.

Tenel Ka se alegró de que se le hubiera ocurrido colocar cintas de colores en su cabellera dorado rojiza. Había visto nativos de Karnak Alfa durante su estancia en la corte real de Hapes. Las peludas criaturas eran muy tímidas y tenían algunas costumbres bastante raras, pero eran relativamente abiertas y afables.

Tenel Ka se sentó al lado de Bajocca, mientras Jacen y Jaina llevaban a su amigo Zekk hasta el extremo de la larga mesa. Anakin, su hermano pequeño, parecía dispuesto a sentarse donde le indicaran, y aguardó en silencio a que se le asignara un lugar entre Bajocca y Jaina, contemplándolo todo con sus penetrantes ojos color azul hielo mientras esperaba.

Cetrespeó iba y venía a lo largo de la fila, ocupándose meticulosamente de todos los pequeños detalles y disfrutando de su posición. Después de todo, aquella clase de deberes eran justo el tipo de labor para la que estaba programado un androide de protocolo: su programación no tenía como objetivo el valor o la aventura, sino el desempeño de complejas funciones diplomáticas.

Delante de cada plato resplandeciente había un jarrón de cristal que contenía un ramillete de tallos aromáticos recién cortados, plantas exóticas sacadas de alguno de los jardines botánicos de Coruscant. Aquellos interesantes especímenes formaban un hermoso ramo para cada uno de los visitantes a los que se deseaba honrar.

Antes de que empezara el banquete, Leia pronunció un discurso meticulosamente ensayado en el que dio la bienvenida a la embajadora y expresó sus deseos de establecer una larga y fructífera relación basada en el comercio, el respeto mutuo y la amistad. Después habló en un susurro con Cetrespeó y el androide desapareció dentro de un pequeño cuarto, para volver a aparecer sólo un instante después con un paquetito en las manos. Tenel Ka enseguida reconoció una vaina incubadora que envolvía un objeto liso y de forma ovoidal.

—¡Eh, es el huevo de halcón-murciélago que rescatamos! —exclamó Jacen sin poder contenerse.

Leia sonrió y asintió.

—Sí, y supongo que la embajadora quizá aprecie todavía más el regalo, ahora que sabe que fue encontrado por los niños con los que está cenando.

La embajadora de Karnak había empezado a temblar de pura excitación, y sus largas melenas ondulaban de un lado a otro mientras escuchaba las explicaciones de Leia.

—Sabemos muy poco acerca de su cultura, señora embajadora, pero sí sabemos que sienten un gran amor por los especímenes zoológicos que se salen de lo corriente —siguió diciendo Leia—. Hemos recibido informes sobre sus magníficos dioramas holográficos y enormes zoos de entornos alternativos donde los animales ni siquiera se dan cuenta de que están encerrados. Como regalo diplomático a usted y a su pueblo, le ofrecemos este raro y valiosísimo huevo de halcón-murciélago, una de las criaturas nativas de la Ciudad Imperial más difíciles de capturar. Hay muy pocas de ellas en cautividad.

Estoy seguía de que este huevo será una maravillosa adición a nuestras rarezas — canturreó la embajadora de Karnak Alfa, visiblemente encantada.

—Pero tienen que cuidarlo muy bien —le advirtió severamente Jacen—. ¡Se lo prometí personalmente a su madre!

La peluda embajadora no pareció encontrar nada raro en el comentario.

—Se lo prometo solemnemente —dijo.

Después la embajadora respondió con el discurso que había preparado, y su boca se fue moviendo en algún lugar entre los mechones de pelos marrones mientras iba haciéndose eco de los sentimientos que había expresado Leia.

Mientras tanto sus niños, pequeños montones de pelos temblorosos y ondulantes, aguardaban con impaciencia y creciente apetito el momento de empezar a comer, mientras que Jacen, Jaina y los otros jóvenes Caballeros Jedi también sentían gruñir sus estómagos. Han Solo se removía nerviosamente al lado de Leía en su atuendo de gala, como si se estuviera asfixiando debajo de su rígido cuello y las medallas de sus servicios militares. Tenel Ka se compadeció de él.

Cetrespeó entró en el comedor y avanzó apresuradamente junto a un androide con ruedas que transportaba una gran bandeja de plata labrada llena de platos muy adornados, todos ellos repletos de soberbios manjares bellamente guarnecidos y dispuestos en los platos. El androide dorado conocía a la perfección las reglas de la cortesía política, por lo que fue hacia la cabecera de la mesa mientras Leia y la embajadora de Karnak emitían los sonidos de aprobación adecuados, demostrando lo impresionadas que estaban ante toda aquella exquisita comida.

Tenel Ka contempló cómo Cetrespeó iba hacia la embajadora y cogía uno de los platos de la bandeja del androide con ruedas. Nada más vérselo hacer la joven supo que Cetrespeó pretendía servir en primer lugar a la embajadora..., lo cual era un comportamiento terriblemente grosero según las costumbres de Karnak.

La joven guerrera se puso en pie con un solo y fluido movimiento y se inclinó sobre la mesa.

¡Discúlpame, Cetrespeó! —exclamó—. Si me lo permites...

Después fue corriendo hasta un extremo de la mesa mientras el androide se quedaba totalmente inmóvil sin saber qué hacer. Tenel Ka fue sacando uno por uno los platos de la bandeja y los colocó reverentemente delante de cada uno de los hijos de la embajadora, empezando con la más pequeña —y, presumiblemente, la más joven— de las bolas de pelos.

La princesa Leia miró a Tenel Ka, sorprendida pero reservándose el juicio por el momento. Los pelos de la embajadora de Karnak se movieron en lo que debía de ser una inclinación de cabeza.

—Muchas gracias, joven dama. Nos haces un gran honor. Esto es una inesperada observancia de nuestras costumbres.

Tenel Ka dio un codazo a Cetrespeó para que se apartara y se desplazó hasta el otro lado de la mesa, donde rozó el hombro de Anakin con los dedos. Le entregó un plato y después le habló en susurros al oído. Anakin —sin protestar ni hacer preguntas— se levantó, fue obedientemente a lo largo de la mesa y ofreció el siguiente plato de comida a la embajadora de Karnak.

La embajadora dejó escapar un trino de sorpresa.

—Me siento muy honrada, Jefe de Estado —le dijo a Leia—, al ver que ha elegido al más joven de sus descendientes para que me sirva.

—Yo... Eh... Muchas gracias —replicó Leia, no muy segura de qué otra cosa podía decir.

Tenel Ka se puso detrás de Leia e inclinó la cabeza. Sus trenzas dorado rojizas cayeron hacia adelante.

—Sí, embajadora —dijo—. Deseábamos honrarla respetando las costumbres de Karnak Alfa y, en especial, la de que un joven miembro de la casa sirva a los hijos de la invitada, antes de que un niño de la familia anfitriona sirva al invitado adulto que ha de ser más honrado.

—Me siento muy complacida —dijo la embajadora—. Si todos los miembros de la Nueva República muestran tanta consideración hacia nuestras costumbres, necesitaremos muy poco tiempo para concluir los tratados diplomáticos.

Temblando de alivio al haber evitado lo que habría sido un grave error social para la Jefe de Estado, Tenel Ka volvió a su asiento. Jacen enseguida se inclinó hacia ella, con sus ojos castaño dorados desorbitados por el asombro.

—¿Cómo has sabido que había que hacer eso? —preguntó en un susurro casi inaudible.

Tenel Ka se encogió de hombros debajo de su coraza de pieles de reptil.

—No es nada... Es algo que escuché no sé dónde —dijo, y después se quedó callada, no queriendo revelar su ascendencia real ni siquiera a un buen amigo.

Zekk se había recostado en su asiento y no decía nada, pero seguía sintiéndose incómodo. Todos los platos eran deliciosos, pero cada vez que se movía el muchacho temía que uno de sus gestos pudiera ofender a alguien o causar un incidente diplomático.

Cetrespeó sirvió el resto de los platos y Zekk concentró toda su atención en comer, saboreando los deliciosos manjares..., aunque todo era mucho más exquisito de lo que estaba acostumbrado a comer.

La ensalada del cuenco de cristal que había delante de él tenía un aspecto bastante raro y crujía de una forma un poco aparatosa —algunas hojas tenían un sabor amargo, y otras eran correosas—, pero Zekk había comido cosas mucho peores durante sus días de buscador en las calles. Había asado orugas de roca y había comido hongos del duracreto cortados en rebanadas. Aquella ensalada por lo menos estaba fresca, y Zekk se comió hasta la última hoja con gran placer.

La conversación parecía consistir en hueca charla cortés, y Zekk, que se sentía como un invitado insignificante que no hubiese debido estar allí, hizo cuanto pudo para tomar parte en ella.

—Una ensalada deliciosa —dijo, empujando a un lado el cuenco de cristal vacío—. Creo que nunca había comido ninguna ensalada que tuviera un sabor tan exótico.

Le pareció que había quedado muy bien. Era un elogio, y al mismo tiempo era neutral e inofensivo: demostraba que estaba dispuesto a tomar parte en la conversación, pero no podía provocar ninguna controversia.

De repente notó que todos los ojos se volvían hacia él. Zekk bajó la mirada para ver si se había derramado algo sobre la pechera de su anticuada chaqueta.

Jacen le estaba contemplando y parecía no creer lo que veían sus ojos. Tenel Ka no dio ninguna señal de que hubiese oído el comentario de Zekk, pero Jaina le dio un suave codazo y le lanzó una mirada burlona.

—Eso no era una ensalada —susurró—. Es el ramillete. No tenías que comértelo.

Zekk la escuchó sintiéndose lleno de horror, pero logró mantener el rostro calmado e inexpresivo.

Cetrespeó habló de repente detrás de ellos.

—Vamos, vamos, ama Jaina... Muchas plantas son comestibles, incluyendo todas las que formaban el ramillete. Estoy seguro de que no ha habido ningún...

La princesa Leia se aclaró la garganta desde el otro extremo de la mesa.

—Me alegra que te gustase la ensalada, Zekk —dijo.

La Jefe de Estado habló en un tono de voz lo suficientemente alto para que todo el mundo pudiera oírla, y después alargó la mano hacia el cuenco de cristal. Escogió una hoja de color púrpura verdoso que parecía un delicado encaje vegetal, se la metió en la boca y empezó a masticarla poniendo cara de satisfacción. Han Solo contempló a su esposa como si se hubiera vuelto loca y un instante después dio un respingo, como si acabara de recibir una patada por debajo de la mesa..., y también empezó a comerse el ramillete. Jaina le imitó, y poco después todos los comensales habían devorado sus «ensaladas».

Zekk se sentía horriblemente avergonzado, aunque intentó no demostrarlo. Sus modales eran risibles y sus ropas estaban anticuadas, y había puesto a todo el mundo en una situación muy embarazosa al comerse algo que debería haber sabido era un adorno. El muchacho deseó no haber sido invitado a aquel banquete.

Aguantó el resto de la velada en un ceñudo silencio hasta que la embajadora de Karnak y su séquito de niños-bolas de pelo se marchó por fin en compañía de la Jefe de Estado y su esposo.

Cuando los guardias de la Nueva República volvieron a aparecer para escoltarles hasta sus habitaciones, Zekk decidió aprovechar la primera oportunidad para escapar.

—No te preocupes por lo que ha pasado esta noche, Zekk —dijo Jaina en un tono lleno de comprensión—. Eres nuestro amigo, y eso es lo único que importa.

Zekk se sintió herido por su comentario, y por el hecho de que Jaina hubiera sentido la necesidad de llegar a decirle algo semejante. No había sitio para él en aquel palacio, y esa verdad quedó grabada sobre su cerebro en letras de fuego. Tendría que haberlo sabido, pero había fingido que podía relacionarse con unos amigos de clase tan alta.

Cuando salió por la puerta de atrás del gran comedor, decidido a caminar tan deprisa que los tiesos y ceremoniosos guardias no podrían mantenerse a su altura, Jaina intentó detenerle.

—¡Espera! —le llamó—. Nos veremos mañana, ¿verdad? Prometimos que te ayudaríamos a conseguir esa unidad centralizadora de funciones múltiples para Peckhum.

Zekk no sentía grandes deseos de ir a casa, pero estaba claro que no podía quedarse allí. El muchacho salió corriendo al laberinto de pasillos sin responder a Jaina.