13
Peckhum se pasó la correa de la bolsa de viaje al otro hombro mientras se iba alejando del atracadero de precio económico en el que había posado el Vara del Rayo., un muelle en el que muchos contrabandistas y timadores también estacionaban sus naves. Estar de vuelta en la ciudad era muy agradable, aunque sólo fuese porque los sistemas de su apartamento funcionaban, lo cual era más de lo que podía decir del equipamiento de la estación espejo.
A pesar de su pesada carga, el anciano se deslizó por las anchas avenidas y angostos callejones con una fluida agilidad de la que era totalmente inconsciente, sin dejar de refunfuñar para sí mismo en ningún momento. «Tendrás que arreglártelas con lo que hay, Peckhum.» «Tenemos serios problemas para conseguir aparatos nuevos, Peckhum.» «Los equipos nuevos cuestan mucho dinero, Peckhum.» «Las unidades centralizadoras de funciones múltiples no crecen en los macizos de flores estelares, Peckhum.» El anciano siguió quejándose en voz baja mientras se rascaba el vello gris que cubría su mentón, tan acostumbrado a hablar consigo mismo como lo estaba a hablar con Zekk.
—Bueno, pensaba que por lo menos esperarían a que hubiera bajado de mi nave para soltarme las malas noticias —gruñó—. «Intentamos ponernos en contacto contigo, Peckhum, pero no hubo forma de que pudiéramos establecer ninguna comunicación...» ¡Les está bien empleado, teniendo en cuenta que no han reparado mi sistema de comunicaciones! —El anciano volvió a cambiarse de hombro la bolsa—. «Tu sustituto ha sido transferido a un servicio de vigilancia de seguridad adicional debido al reciente ataque imperial, Peckhum. Tienes que estar de vuelta en la estación mañana, Peckhum.» ¡Bah!
Siguió avanzando con su caminar lento y pesado, sin fijarse apenas en los joviales comerciantes, los turistas que lo contemplaban todo con los ojos muy abiertos y los funcionarios absortos en sí mismos.
—Lo único que pido es que el administrador a cargo de la estación espejo deje de pasarse la vida sentado en su cómodo despacho y suba allí para un viajecito de inspección. Que le sirvan un poco de ese potaje que las unidades preparadoras de comida han estado soltando, ¡y entonces veremos si le gusta mucho! A ver cómo «se las arregla»...
Peckhum dobló una esquina y fue por el pasillo que llevaba hasta su casa.
—Si esperase a que esos burócratas hicieran algo, toda la estación se caería a pedazos. —Se acordó de que Zekk le había prometido que tendría una unidad centralizadora de funciones múltiples nueva, y el recuerdo le hizo sonreír—. A veces no le queda más remedio que hacer las cosas por tu cuenta..., con una ayudita de tus amigos.
Peckhum alzó la mirada con el rostro lleno de satisfacción y se encontró delante de la puerta de su casa. Tecleo el código de apertura y la puerta se hizo a un lado con un silbido de aire que escapó por el hueco. El interior olía a rancio y cerrado, como si la atmósfera hubiera sido reciclada una y otra vez durante días. Tendría que recordarle a Zekk que dejara entrar un poco de aire fresco de vez en cuando.
El anciano arrojó su bolsa al pequeño vestíbulo de la entrada mientras la puerta se cerraba detrás de él con un segundo silbido. Ninguna voz alegre rompió el silencio para darle la bienvenida.
—¡Eh, Zekk! —llamó. El apartamento parecía opresivamente silencioso, por lo que Peckhum alzó la voz cuando volvió a hablar—. Después de tres días de respirar lo que sale de los tanques defectuosos en la estación espejo, incluso este aire huele bien, pero... —Hizo una pausa. Seguía sin haber respuesta—. ¿Zekk?
Peckhum recorrió con la mirada la sala de estar llena de trastos viejos y después echó un vistazo en la zona de preparación de comidas y el dormitorio de Zekk, y hasta metió la cabeza en la cámara de refrigeración. Todos los cubículos estaban desiertos.
Un fruncimiento de preocupación arrugó la frente de Peckhum. Zekk rara vez salía de casa cuando sabía que Peckhum estaba a punto de volver de un trabajo..., y todavía menos cuando había prometido traer algún equipo recuperado de los montones de chatarra. Pero Peckhum no vio ni rastro de la unidad centralizadora de funciones múltiples. La necesitaría antes de volver a la estación mañana por la mañana.
Volvió a rascarse las mejillas y reflexionó durante unos momentos. Después se relajó.
«Por supuesto —se dijo a sí mismo—. Los jóvenes Solo...»
Jacen y Jaina, los grandes amigos de Zekk, sólo estarían en Coruscant durante unas semanas. Probablemente estaban por ahí, pasándolo bien e intercambiando historias de sus aventuras en otros planetas. Peckhum volvió la cabeza y vio que la lucecita indicadora del panel de información estaba parpadeando junto a la puerta principal. Eso quería decir que había unos cuantos mensajes que todavía no habían sido recogidos. Peckhum pensó que probablemente serían notas dejadas por Zekk para informarle de dónde estaban él y sus amigos.
Había un total de tres mensajes. Peckhum los cargó en el lector. El primer mensaje mostraba a Jacen y Jaina, de pie con los otros dos jóvenes Caballeros Jedi.
—¡Eh, Zekk! —exclamó Jacen con su jovialidad habitual—. Hemos venido para echarte una mano en la búsqueda de esa unidad que necesita Peckhum. Era esta mañana, ¿verdad? Volveremos mañana por la mañana. Avísanos si hay algún cambio de planes.
El siguiente mensaje entró en el lector y mostró a Jaina Solo, con su lisa cabellera castaña y el rostro lleno de preocupación.
—Zekk, somos nosotros. ¿Te ocurre algo? ¡Te hemos estado buscando por todas partes! Si todavía sigues enfadado por lo de anoche lo lamento mucho... No pasó nada, de veras. Todo va bien. ¿Puedes llamarnos cuando vuelvas a casa?
El último mensaje mostraba nuevamente a Jaina, con el rostro tenso y pálido. La joven habló muy despacio, como si cada palabra se le atascara en la garganta.
—¿Estás enfadado por algo, Zekk? Si dijimos algo que te hiciera sentirte incómodo durante el banquete, todos lo lamentamos... muchísimo. Si ya has encontrado esa unidad centralizadora de funciones múltiples y no quieres que vayamos a buscar equipo recuperable contigo en estos momentos, lo entenderemos. Por favor, Zekk; habla con nosotros si recibes este mensaje.
Mientras escuchaba, Peckhum sintió cómo un nudo de terror le iba oprimiendo el estómago. Algo tenía que andar mal. Volvió a mirar a su alrededor, y no vio ninguna señal de que el muchacho hubiera estado planeando marcharse. No había mensajes. No había notas.
Aquello no era nada propio de Zekk. El muchacho era lo suficientemente maduro y responsable como para no comportarse de esa manera. Quienes no le conocían bien podían considerarle un simple vagabundo de las calles en el que no se podía confiar, pero Zekk conocía sus responsabilidades y siempre estaba a la altura de ellas. Le había prometido una nueva unidad centralizadora de funciones múltiples a Peckhum, sabiendo lo importante que era para la estación espejo. Si Zekk le decía que iba a hacer algo, el muchacho lo hacía..., siempre.
Oh, sí, Zekk era un huérfano, un bromista, un aventurero al que le encantaba contar historias de grandes hazañas imposibles..., pero siempre había sido un buen amigo, y siempre había sido total y absolutamente digno de confianza.
Peckhum tomó una decisión casi antes de darse cuenta de ello. El anciano salió por la puerta y fue al palacio, quedándose en casa sólo el tiempo suficiente para dejar un breve videomensaje dirigido a Zekk en el panel de información, por si daba la casualidad de que el muchacho volvía mientras él estaba fuera.
—¡Eh, me alegro de verte! —dijo Jacen, abriendo la puerta para encontrar a Peckhum, desaseado y visiblemente inquieto, en el umbral—. ¿Sabes dónde está Zekk? ¿Le has visto? ¿Has tenido noticias de él?
El rostro de Peckhum le dio la respuesta a su pregunta.
—Esperaba que tal vez vosotros tendríais algunas noticias para mí-dijo el viejo navegante espacial.
Jacen se acordó de repente de sus modales e invitó a entrar a Peckhum con un gesto de la mano.
—Oh, lo siento. Entra, entra... Iré a buscar a Jaina y a los demás.
Su hermana y Bajie seguían trazando el curso de los restos orbitales en su simulación holográfica, mientras que Tenel Ka limpiaba las armas de su cinturón y les sacaba brillo.
—¡Eh, Peckhum está aquí y dice que tampoco sabe dónde está Zekk! —exclamó Jacen.
La expresión de atenta concentración de su hermana fue sustituida por una mueca de preocupación. Bajie se incorporó y ayudó a Jaina a levantarse. Fueron a la sala de estar, y los cinco repasaron un mapa de la Ciudad Imperial, inclinándose encima de una proyección mientras Tenel Ka señalaba varios bloques de rascacielos marcados con distintos colores.
—Hemos examinado esta zona de los alrededores de vuestra casa —le dijo a Peckhum.
Jacen se acercó un poco más a la imagen.
—Y fuimos a algunos de los sitios a los que nos llevó Zekk cuando andábamos buscando equipo reciclable —dijo—. Aquellos a los que pudimos volver por nuestra cuenta, claro está...
Peckhum asintió y se rascó el vello del mentón. Su rostro surcado de arrugas estaba lleno de preocupación.
—Anakin y Cetrespeó incluso fueron a un par de los sitios de los que habló Zekk..., y no encontraron nada —dijo Jaina—, esperábamos que pudieras hacernos alguna sugerencia sobre dónde buscar.
Bajie gruñó un comentario.
—El amo Bajocca desea observar que nuestra falta de familiaridad con lo que podríamos llamar «aspectos menos recomendables» de la Ciudad Imperial quizá suponga un impedimento a nuestra búsqueda —dijo Teemedós.
El wookie acogió aquella traducción tan larga y ampulosa con un gemido ahogado, pero no hizo ningún otro comentario.
—Tiene razón — dijo Jaina —. La verdad es que sólo conocemos las partes más elegantes de la ciudad.
—Y hasta ahora no estábamos totalmente seguros de que Zekk hubiera desaparecido —añadió Tenel Ka—. Sus observaciones hacen que ya no se pueda dudar de ello.
—¡Eh, ahora que Peckhum ha vuelto y que estamos seguros de que Zekk ha desaparecido, podemos informar de su desaparición al servicio de seguridad! —exclamó Jacen.
Peckhum alzó la cabeza de repente.
—No, nada de hablar con los de seguridad —dijo—. A Zekk no le gustaría.
—Pero ha desaparecido —replicó Jaina con voz suplicante—. Tenemos que encontrarle.
Jacen se sorprendió al ver que los ojos de su hermana estaban llenos de lágrimas.
—Sí-se mostró de acuerdo Peckhum—, pero Zekk ha tenido unos cuantos... «malentendidos» con los agentes de seguridad, y no nos agradecería que los metiéramos en esto. Pero no os preocupéis: probablemente puedo pensar en un montón de sitios desconocidos para vosotros a los que nunca habríais ido a buscarle.
—Bueno —dijo Jacen de mala gana—, eso quiere decir que tendremos que seguir buscándole por nuestra cuenta. Pero tus ideas nos serán de mucha ayuda, Peckhum. Supongo que todo sigue estando en nuestras manos, ¿verdad?
—Zekk es un chico fuerte y duro-observó Peckhum con un optimismo un tanto forzado—. Ha pasado por muchos apuros, y es capaz de cuidar de sí mismo. Espero que esté bien... —añadió, bajando la voz de repente.