11

Zekk fue recuperando lentamente el conocimiento después de lo que parecía una eternidad. Se sentía como si un millón de voltios hubieran recorrido su cuerpo, cortocircuitando la mitad de sus nervios y dejándole los músculos temblorosos y llenos de un extraño cosquilleo.

Le dolía la cabeza. El duro suelo metálico que había debajo de su cuerpo rezumaba una frialdad que mordía cruelmente la carne de Zekk. La áspera luz blanca le hacía daño en los ojos.

Cuando se sentó tuvo que parpadear varias veces para eliminar los puntitos de colores centelleantes que flotaron en su campo visual. Mientras esperaba a que se le aclarase la vista, Zekk acabó comprendiendo que no había nada que ver salvo los muros desnudos de un blanco grisáceo. Descubrió la pequeña rejilla de un altavoz y la rendija de un sistema de circulación de aire, pero nada más. Ni siquiera pudo encontrar la puerta.

Zekk sabía que debía de estar en alguna clase de celda. Recordó haber forcejeado con aquellas personas de aspecto maligno que le habían capturado en la ciudad inferior, la mujer de cabellera negra y ojos color violeta que había utilizado un extraño aparato sensor y el joven de rostro sombrío que le había dejado sin conocimiento...

—¡Eh! —gritó. Su voz sonaba áspera y enronquecida—. Eh, ¿dónde estoy?

Se puso en pie, luchando con un acceso de vértigo que estuvo a punto de hacerle caer, y fue hasta la pared más próxima. Zekk empezó a golpear las placas metálicas con los puños, gritando para que alguien le prestara atención. Recorrió todo el perímetro de la pequeña celda, pero no encontró ninguna rendija que indicara la presencia de una puerta.

Después fue tambaleándose hasta el altavoz y empezó a gritar por él.

—¡Que alguien me explique lo que está pasando! ¡No tenéis ningún derecho a mantenerme encerrado aquí!

Pero a pesar de sus valientes palabras, Zekk sabía cosas que Jacen y Jaina, criados y educados dentro de los confines protectores de la ley y protegidos durante toda su vida por fuerzas de seguridad, nunca habían comprendido. Zekk sabía que sus «derechos» no serían protegidos si alguien tenía el poder de arrebatárselos. Nadie lucharía por él. Nadie enviaría flotas militares para rescatarle. Si Zekk desaparecía, no se produciría ningún clamor público. Muy pocas personas llegarían a darse cuenta de que había desaparecido.

—¡Eh! —volvió a gritar, pateando la pared—. ¿Por qué estoy prisionero? ¿Qué queréis de mí?

Zekk giró sobre sí mismo en cuanto oyó un siseo ahogado al otro extremo de la habitación. Una puerta totalmente lisa se deslizó a un lado para revelar a un hombre impresionante flanqueado por varios soldados de las tropas de asalto. El hombre era muy alto, y vestía una holgada túnica plateada. Tenía los cabellos rubios y los llevaba pulcramente recortados, y su rostro era afable y benévolo. Sus hermosos rasgos parecían tan finamente moldeados como los de una escultura. Su sola presencia ya irradiaba un aura de paz y calma.

—¿No crees que estás exagerando un poco? —preguntó el hombre. Su voz potente y ricamente sonora estaba impregnada de poder y carisma—. Hemos venido tan pronto como nos dimos cuenta de que estabas despierto. Podrías haberte hecho daño golpeando las paredes con tanta fuerza.

Zekk no se permitió relajarse.

—Quiero saber por qué estoy aquí —dijo—. Déjame marchar. Mis amigos me estarán buscando.

—No, no te buscarán. —El hombre meneó la cabeza—. Tenemos suficiente información sobre ti para saberlo. Pero no te preocupes.

—¿Que no me preocupe? — balbuceó Zekk—. ¿Cómo puedes decir...?

Se calló de repente al entender el significado de las palabras que acababa de pronunciar aquel hombre. No, sus amigos no le estarían buscando, ¿verdad? Dudaba de que Jacen y Jaina quisieran volver a ser vistos con él después del desastre del banquete diplomático.

—¿Qué quieres decir? —preguntó en un tono de voz más bajo y calmado.

El hombre de la túnica plateada hizo una señal a los guardias. Los soldados de las tropas de asalto esperaron fuera mientras el hombre entraba en la celda, cerrando la puerta detrás de él.

—Veo que te han alojado en nuestra habitación menos... elegante —dijo, y suspiró—. Te encontraremos una habitación más cómoda tan pronto como sea posible.

—¿Quién eres? —preguntó Zekk sin bajar la guardia—. ¿Por qué me habéis dejado sin conocimiento?

—Me llamo Brakiss, y te pido disculpas por el... entusiasmo de mi colega Tamith Kai. Pero creo que autorizó el uso de la fuerza únicamente debido a tu resistencia. Si hubieses cooperado, toda la experiencia habría resultado mucho más agradable.

—No sabía que el ser secuestrado se considerase como una experiencia «agradable» —replicó ferozmente Zekk.

—¿Secuestrado? —exclamó Brakiss, fingiendo alarma—. No nos apresuremos a llegar a ninguna conclusión hasta que conozcamos toda la historia.

—Pues entonces explícamela —dijo Zekk.

—Muy bien. —Brakiss sonrió—. ¿Te apetecería beber algo? ¿Un refresco, alguna bebida caliente?

—Sólo quiero que me expliques qué está ocurriendo —dijo Zekk.

Brakiss juntó las manos y los pliegues de su túnica plateada temblaron alrededor de él con un centelleo iridiscente, como un lago que ondulara suavemente bajo un cielo nuboso.

—Tengo algunas noticias para ti..., buenas noticias. Espero que estarás de acuerdo conmigo en que son buenas noticias, aunque puede que te dejen bastante sorprendido.

—Ah, ¿sí? —replicó Zekk con un fruncimiento de ceño lleno de escepticismo.

—¿Eres consciente de que posees un considerable potencial Jedi?

Los ojos verde esmeralda de Zekk estuvieron a punto de salirse de sus órbitas.

—¿Potencial Jedi..., yo? Me parece que le has equivocado de persona.

Brakiss sonrió.

—Sí, posees un potencial Jedi considerablemente elevado... Nosotros mismos quedamos muy sorprendidos. ¿Cómo, es que tus amigos Jacen y Jaina no te lo habían dicho? ¿No lo sabías?

—No tengo ningún potencial Jedi —murmuró Zekk—. Es imposible que yo posea nada ni remotamente parecido a eso.

—¿Y por qué ha de ser imposible? —preguntó Brakiss, enarcando las cejas.

Parecía tan tranquilo, tan calmadamente racional y seguro de sí mismo... Brakiss aguardó en silencio a que Zekk respondiera, y el muchacho acabó bajando la vista y clavó la mirada en sus manos.

—Porque sólo soy un..., un chico de la calle. Soy un don nadie. Los Caballeros Jedi son grandes protectores de la Nueva República.

Brakiss asintió impacientemente.

—Sí, lo son... Pero el potencial de llegar a convertirse en un Jedi no tiene nada que ver con el sitio en el que vives o la manera en que se te ha educado. La Fuerza no conoce límites económicos. El mismo Luke Skywalker no era más que el hijo adoptivo de un granjero de humedad.

—¿Por qué un muchacho pobre como tú no puede tener tanta capacidad Jedi como, por ejemplo, los hijos gemelos de una gran líder de la política que viven en el lujo y que tienen todas sus necesidades atendidas y satisfechas? De hecho —siguió diciendo Brakiss, bajando la voz—, incluso podría ser que el haber llevado una vida tan dura haya hecho que tu verdadero potencial como Jedi haya sido refinado y desarrollado hasta un grado todavía más elevado que el potencial de esos mocosos mimados.

—No son unos mocosos —replicó Zekk—. Son mis amigos.

Brakiss descartó su comentario con un leve vaivén de la mano.

—Lo que sean.

—¿Cómo es que nunca he sabido nada de esto? ¿Cómo es que nunca he... sentido nada? —preguntó Zekk.

El muchacho comprendió de repente qué había estado buscando Tamith Kai cuando le examinó con aquel extraño aparato electrónico.

Brakiss se meció sobre sus talones.

—Si nadie te ha adiestrado nunca, es posible que ignorases que poseías un cierto talento para emplear la Fuerza. Pero es algo que se mide con gran facilidad. Si Jacen y Jaina eran tan amigos tuyos, me sorprende pensar que nunca se tomaron la molestia de hacerte una prueba... ¿Acaso no es verdad que el Maestro Skywalker siempre anda buscando más Caballeros Jedi?

Zekk asintió de mala gana.

—Bien, en tal caso —siguió diciendo Brakiss—, ¿por qué no sometieron a la prueba a todas las personas que conocen? ¿Por qué te descartaron de entrada, Zekk? Creo que te han subestimado y que te han tratado muy mal. Probablemente ni siquiera se les pasó por la cabeza la idea de que un chico de las calles, un pequeño don nadie de baja posición social, pudiera ser digno de recibir el adiestramiento Jedi, fuera cual fuese su potencial innato.

—No es eso —murmuró Zekk, pero a su voz le faltaba convicción.

—Bueno, como quieras —replicó Brakiss encogiéndose de hombros.

Zekk desvió la mirada, aunque los lisos muros de la celda no le daban nada más que contemplar. El muchacho movió una mano en un gesto que abarcó el frío y diminuto recinto.

—¿Qué es este lugar? —preguntó, intentando cambiar de tema.

—Este lugar es la Academia de la Sombra —dijo Brakiss, y Zekk se sobresaltó al reconocer el nombre de la estación oculta en la que Jacen y Jaina habían sido retenidos contra su voluntad—. Estoy al frente de la operación de adiestramiento de nuevos Jedi para el Segundo Imperio. Utilizo métodos distintos de los que sigue el Maestro Skywalker en su centro de adiestramiento de Yavin 4. —Brakiss frunció el ceño como si comprendiera muy bien la situación de Zekk—. Pero tú no puedes saber nada sobre eso, ¿verdad? Tus amigos nunca te han llevado allí. —Después alzó la voz para adoptar un tono interrogativo—. ¿Lo hicieron? ¿Aunque sólo fuese para una visita?

Zekk meneó la cabeza.

—Bueno, yo estoy adiestrando nuevos Jedi, poderosos guerreros que ayudarán a hacer volver la gloria y el orden de un nuevo Imperio. La Alianza Rebelde es un movimiento criminal. Tú no puedes entenderlo, porque eres demasiado joven para recordar cómo eran las cosas bajo el gobierno del Emperador Palpatine.

—¡Odio al Imperio! —exclamó Zekk.

—No, no odias al Imperio —le aseguró Brakiss—. Tus amigos te han dicho que debes odiar al Imperio, pero nunca presenciaste nada de todo aquello con tus propios ojos. Sólo has visto su versión de la historia. Naturalmente, eres consciente de que todo gobierno que tenga el poder siempre hace que el enemigo derrotado adquiera la apariencia de un monstruo. Yo te contaré la verdad. El Imperio apenas conocía el caos político. Cada persona tenía sus oportunidades. No había bandas incontrolables corriendo por las calles de Coruscant. Todo el mundo tenía una tarea que hacer, y todo el mundo la llevaba a cabo de buena gana.

—Además, ¿qué tiene que ver la política galáctica contigo, joven Zekk? Nunca te has interesado por esos asuntos y nunca te has preocupado por ellos. ¿Crees que tu vida realmente cambiaría en algo si la Jefe de Estado fuera sustituida por otro político en un Imperio distinto? Si trabajas con nosotros, en cambio, tu vida podría mejorar muchísimo.

Zekk volvió a menear la cabeza y apretó los dientes.

—No traicionaré a mis amigos —gruñó.

—Tus amigos... —replicó Brakiss—. Oh, sí, los que nunca te sometieron a ninguna prueba para averiguar si poseías potencial Jedi, los que sólo vienen a visitarte cuando tienen un hueco en su ajetreada vida social. Te irán dejando atrás poco a poco en cuanto encuentren cosas más «importantes» que hacer, ¿sabes? Te olvidarán tan deprisa que no tendrás tiempo ni de parpadear.

—No —susurró Zekk—. No lo harán.

—¿Qué te tiene reservado el futuro? Vamos, respóndeme... —siguió diciendo Brakiss con voz persuasiva—. No cabe duda de que te has hecho amigo de personas que se mueven en círculos ricos e importantes, pero ¿llegarás a formar parte de ellos alguna vez? Sé sincero contigo mismo, y no le engañes.

Zekk no respondió, aunque en lo más profundo de su corazón conocía la verdad.

—Pasarás el resto de tu existencia rebuscando en la basura, vendiendo baratijas con las que obtener los créditos suficientes para tu próxima comida. ¿Realmente crees que tienes alguna posibilidad de alcanzar el poder, la gloria o una posición importante... por tus propios medios?

Zekk volvió a negarse a contestar. Brakiss se inclinó hacia adelante, y sus rasgos bellamente cincelados irradiaron amabilidad y preocupación.

—Te estoy ofreciendo esa oportunidad, muchacho. ¿Eres lo bastante valiente para aprovecharla?

Zekk buscó desesperadamente la fortaleza necesaria para resistir, y se agarró a una hebra de ira.

—¿La misma oportunidad que ofreciste a Jacen y Jaina? Me contaron cómo les secuestraste, cómo les llevaste a la Academia de la Sombra y les torturaste.

—¿Te contaron cómo les torturé? — Brakiss se rió y meneó su rubia cabeza—. Supongo que después de haber sido mimados y malcriados durante toda su vida, un poquito de trabajo duro podría parecerles una tortura. Me ofrecí a adiestrarles para que se convirtieran en poderosos Jedi, y admito que eso fue un error. Queríamos jóvenes Caballeros Jedi para adiestrarlos, pero los candidatos a los que invitamos eran demasiado importantes y conocidos. El riesgo era mayor de lo que habíamos previsto, y atrajo una atención excesiva hacia nuestra academia.

—Así pues, decidí cambiar mis planes. Tal como te he dicho, la presencia de la Fuerza es tan grande dentro de los menos afortunados como dentro de los que son ricos y poderosos. Tu posición social no me importa lo más mínimo, Zekk: lo único que me importa es tu talento y si estás dispuesto a desarrollarlo. Tamith Kai y yo hemos decidido buscar entre los niveles inferiores de la sociedad, y estamos intentando encontrar personas cuyo potencial sea tan grande como el de aquellas que viven en los niveles superiores, pero cuya desaparición no causará tanta agitación. Buscamos personas que tengan un incentivo para trabajar con nosotros.

Zekk frunció el ceño, pero los ojos de Brakiss parecían arder.

—Si te unes a nosotros, te garantizo que tu nombre nunca será ignorado u olvidado.

La puerta de la celda volvió a abrirse, y un soldado de las tropas de asalto entró con una bandeja llena de bebidas calientes que despedían nubéculas de vapor y pasteles de aspecto delicioso.

—Tomemos algo mientras seguimos hablando —dijo Brakiss—. Confío en que la mayor parte de tus preguntas habrán sido respondidas, pero no vaciles en preguntarme lo que quieras.

Zekk se dio cuenta de que tenía un hambre voraz y cogió tres pasteles, y se lamió los labios mientras los comía. Nunca había saboreado nada tan delicioso en toda su vida.

Las implicaciones de las palabras de Brakiss le aterrorizaban, pero las preguntas sobre su futuro se agitaban dentro de su mente en un continuo hervor y salían una y otra vez a la superficie. Zekk no quería admitirlo, pero no podía evitar tener la sensación de que Brakiss era sincero y de que podía confiar en sus promesas.

Brakiss salió de la celda, selló la puerta detrás de él y se volvió hacia el soldado de las tropas de asalto que montaba guardia en el pasillo.

—Ocúpate de encontrarle una habitación más cómoda y agradable —dijo—. Creo que no nos dará demasiados problemas.

El señor de la Academia de la Sombra estaba avanzando por el pasillo con su paso rápido y fluido cuando el antiguo piloto de cazas TIE se presentó para informar. Qorl todavía llevaba puesto su negro traje blindado, y sostenía el casco que parecía una calavera en el hueco de su poderoso brazo androide.

—El crucero rebelde capturado Inflexible ya se encuentra en el interior de nuestros escudos. Lord Brakiss —dijo—. Su armamento está siendo sacado de la nave en estos mismos instantes.

Los labios de Brakiss se curvaron en una gran sonrisa.

—Excelente. ¿Y el cargamento era tan grande como esperábamos?

Qorl asintió.

—Afirmativo, señor. Los núcleos hiperimpulsores y las balerías turboláser nos permitirán doblar la fortaleza militar del Segundo Imperio. Atacar en ese momento fue una decisión muy inteligente.

Brakiss juntó las manos y dejo que fueran engullidas por las holgadas mangas plateadas de su túnica.

—Excelente, excelente... Todo va según lo planeado, informaré a nuestro Gran Líder y le transmitiré las buenas noticias. El Imperio no tardará mucho en volver a brillar..., y esos rebeldes no pueden hacer nada para impedirlo.