29.

Kisten tenía la calefacción a máxima potencia y el aire caliente movió un mechón de mi corto cabello, que me hizo cosquillas en el cuello. Estiré el brazo para bajar el aire, mi vampiro se engañaba creyendo que yo seguía sufriendo los efectos de la hipotermia y cuanto más calor hiciera, mejor. Pero era asfixiante, una sensación que reforzaba la oscuridad que atravesábamos. Abrí un poco la ventana y me relajé cuando se coló en el coche el aire nocturno.

El vampiro vivo me lanzó una mirada furtiva pero devolvió de repente la mirada a la carretera iluminada por los faros cuando se encontraron nuestros ojos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó por tercera vez—. No has dicho ni una sola palabra.

Agité la cazadora para crear una corriente y asentí. Le había dado un abrazo junto a la verja de Trent pero era obvio que Kisten percibía la vacilación.

—Gracias por recogerme —dije—. No me apetecía mucho que Quen me llevara a casa. —Pasé la mano por la manilla de la puerta del Corvette de Kisten y lo comparé con la limusina de Trent. Me gustaba más el coche de Kisten.

Kisten exhaló el aire en un largo suspiro.

—Necesitaba salir. Ivy me estaba volviendo loco. —Apartó la mirada de la carretera oscura—. Me alegro de que se lo dijeras tan pronto.

—¿Habéis hablado? —pregunté, sorprendida y un poco preocupada. ¿Por qué no podían gustarme los hombres majos?

—Bueno, habló ella. —Kisten hizo un ruidito avergonzado—. Amenazó con cortarme las dos cabezas si se me ocurría chuparte la sangre a sus espaldas.

—Lo siento. —Miré por la ventana, cada vez más disgustada. No quería tener que apartarme de Kisten por haber pretendido que todas aquellas personas murieran en una estúpida lucha de poder de la que ni siquiera eran conscientes. Kisten cogió aire para decir algo pero lo interrumpí de repente—: ¿Te importaría que utilizara tu teléfono?

Con expresión cauta, el vampiro sacó su brillante teléfono de una funda que llevaba en el cinturón y me lo pasó. No demasiado contenía, llamé a Información y pedí el número de la empresa de David, y por unos cuantos dólares más, me pasaron con ella. ¿Y por qué no? El teléfono no era mío.

Mientras Kisten conducía en silencio yo me abrí paso por su sistema automatizado. Ya casi era medianoche. Debería estar en la oficina, a menos que tuviera algún trabajo fuera o se hubiera ido temprano a casa.

—Hola —dije cuando al fin contestó una persona de verdad—. Necesito hablar con David Hue.

—Lo siento —dijo una mujer mayor con una sobredosis de profesionalidad—. El señor Hue no se encuentra aquí en estos momentos. ¿Puedo pasarla con otro de nuestros agentes?

—¡No! —dije antes de que me volviera a meter en el sistema—. ¿Hay algún número al que pueda llamarlo? Es una emergencia. —Nota para mí misma: nunca jamás vuelvas a tirar la tarjeta de nadie.

—Si tiene la amabilidad de dejar su nombre y número de teléfono…

¿Qué parte de «emergencia» no entendía aquella mujer?

—Mire —dije con un suspiro—. Necesito hablar con él cuanto antes. Soy su nueva compañera y he perdido su extensión. Si pudiera usted…

—¿Usted es su nueva compañera? —me interrumpió la mujer. El asombro de su voz me dio qué pensar. ¿Tan difícil era trabajar con David?

—Sí —dije mientras le lanzaba una mirada a Kisten. Estaba segura de que mi chófer podía oír ambos extremos de la conversación con sus oídos vampíricos—. Necesito hablar con él, de verdad.

—Eh, ¿puede esperar un momento?

—No lo dude.

El rostro de Kisten, se iluminó bajo el fulgor de los coches que venían enfrente. Tenía la mandíbula tensa y los ojos clavados en la carretera.

Hubo un crujido en el teléfono cuando se lo pasaron a alguien y después se oyó una voz cauta.

—Soy David Hue.

—David —dije con una sonrisa—. Soy Rachel. —El no dijo nada y me apresuré a mantenerlo en la línea—. ¡Espera! No cuelgues. Tengo que hablar contigo. Es sobre una reclamación.

Se oyó el sonido de una mano cubriendo el teléfono.

—No pasa nada —le oí decir—. Voy a coger esta llamada. ¿Por qué no te vas a casa temprano? Ya apago yo tu ordenador.

—Gracias, David. Te veo mañana —dijo su secretaria a lo lejos y después de unos instantes se volvió a oír la voz de David por la línea.

—Rachel —dijo con cautela—. ¿Es por lo del pez? Ya he procesado la reclamación. Si has cometido perjurio me voy a disgustar mucho.

—¿Por qué tienes que pensar siempre lo peor de mí? —le pregunté, ofendida. Deslicé los ojos hacia Kisten, que agarraba el volante con más fuerza—. Cometí un error con Jenks, ¿de acuerdo? Estoy intentando arreglarlo. Pero tengo algo que quizá te interese.

Se produjo un corto silencio.

—Te escucho —dijo con cierto recelo.

Resoplé de alivio. Hurgué en mi bolso en busca de un bolígrafo, abrí mi agenda y apreté el émbolo del bolígrafo.

—Esto, trabajas a comisión, ¿no?

—Algo así —dijo David.

—Bueno, ¿sabes ese barco que explotó? —le lancé una mirada furtiva a Kisten. La luz de los otros coches destelló en su barba incipiente cuando apretó la mandíbula. Se oyó el tintineo de las teclas del ordenador en el fondo.

—Sigo escuchando…

Se me aceleró el pulso.

—¿Es tu compañía la que tiene la póliza de ese barco?

El sonido de las teclas se aceleró y luego se desvaneció.

—Puesto que aseguramos todo lo que no le interesa a Piscary, es probable. —Se produjo otro estallido de teclas—. Sí. La tenemos nosotros.

—Genial —suspiré. Iba a funcionar—. Yo estaba dentro cuando explotó.

Oí el chirrido de una silla por la línea.

—Por alguna razón no me sorprende mucho. ¿Me estás diciendo que no fue un accidente?

—Pues no. —Le lancé una mirada a Kisten. Tenía blancos los nudillos de las manos.

—No me digas. —No era una pregunta y el sonido de las teclas del ordenador resonó de nuevo, seguido poco después por el zumbido de una impresora.

Cambié de postura en los asientos de cuero calentado de Kisten y me metí la punta del bolígrafo en la boca.

—¿Estaría en lo cierto si digo que tu compañía no paga cuando la propiedad se destruye…?

—¿A consecuencia de acciones de guerra o actividades relacionadas con bandas de delincuentes? —me interrumpió David—. No. No pagamos.

—Fantástico —dije, no me pareció necesario decirle que estaba sentada junto al tío que lo había preparado todo. Dios, por favor, que Kisten pueda darme alguna respuesta—. ¿Qué te parecería que me acercara hasta ahí y te firmara un papel?

—Pues me gustaría mucho, la verdad. —David dudó un momento y luego añadió—: No me parece que seas la clase de mujer que hace actos de caridad por las buenas, Rachel. ¿Qué quieres sacar de esto?

Recorrí con los ojos la mandíbula apretada de Kisten, hasta sus fuertes hombros, después me detuve en las manos que se aferraban al volante como si estuviera intentando sacarle el hierro a la fuerza.

—Quiero estar contigo cuando vayas a liquidar la reclamación de Saladan.

Kisten dio una sacudida, al parecer acababa de entender por qué estaba hablando con David. El silencio al otro lado de la línea se podía cortar.

—Ya… —murmuró David.

—No voy a matarlo, solo voy a arrestarlo —le sugerí a toda prisa.

La vibración del motor que me atravesaba los pies cambió y se estabilizó.

—No es eso —dijo—. Es que no trabajo con nadie. Y no pienso trabajar contigo.

Me ardía la cara. Sabía que no tenía un gran concepto de mí después de averiguar que le había ocultado información a mi propio socio pero había sido culpa de David que se supiera.

—Mira —dije al tiempo que le daba la espalda a Kisten, que se me había quedado mirando—. Acabo de ahorrarle a tu compañía un pastón. Me metes contigo cuando vayas a liquidar su reclamación y luego te quitas de en medio y nos dejas trabajar a mí y a mi equipo. —Miré a Kisten. Algo había cambiado en él. Cogía el volante con más suavidad y no había expresión alguna en su rostro.

Se produjo un corto silencio.

—¿Y después?

—¿Después? —El movimiento de las luces hacía ilegible el rostro de Kisten—. Nada. Intentamos trabajar juntos y no funcionó. Y tú consigues un aplazamiento en la búsqueda de un nuevo compañero.

Se produjo un silencio más largo.

—¿Y ya está?

—Ya está. —Cerré el bolígrafo y lo lancé junto con mi agenda al bolso. ¿Por qué intentaba siquiera organizarme?

—De acuerdo —dijo al fin. Voy a sacudir unas cuantas ramas, a ver qué cae.

—Fantástico —dije, contenta de verdad, aunque él no lo parecía tanto—. Oye, dentro de unas horas voy a estar muerta por culpa de la explosión, así que no te preocupes, ¿vale?

Se le escapó un gemido cansado.

—De acuerdo. Te llamo mañana cuando entre la reclamación.

—Genial. Nos vemos entonces. —La falta de entusiasmo de David era deprimente. Colgó el teléfono sin decirme adiós, yo cerré el de Kisten y se lo pasé—. Gracias —dije, me sentía muy incómoda.

—Creí que me ibas a entregar —dijo Kisten en voz baja.

Me quedé con la boca abierta y lo miré. Empezaba a entender su tensión anterior.

—No —susurré, por alguna razón tenía miedo. ¿Se había quedado allí sentado sin hacer nada mientras pensaba que lo iba a entregar?

Se dirigió a mí con los hombros rígidos y los ojos en la carretera.

—Rachel, yo no sabía que Saladan iba a dejar morir a todas esas personas.

Se me cortó la respiración. Me obligué a exhalar y a respirar hondo otra vez.

—Cuéntamelo —dije, estaba mareada. Me quedé mirando por la ventana con las manos en el regazo y un nudo en el estómago. Por favor, que esta vez me equivoque, por favor.

Miré al otro lado del coche y Kisten, después de echar un vistazo por el espejo retrovisor, aparcó en un lado de la carretera. Se me encogieron las tripas. Joder, ¿por qué tenía que gustarme aquel tío? ¿Por qué no podían gustarme los tíos majos? ¿Por qué el poder y la fuerza personal que me atraían siempre parecían traducirse en una indiferencia cruel por las vidas de otras personas?

Mi cuerpo se echó hacia delante y otra vez hacia atrás cuando Kisten paró de repente. El coche se sacudía con el tráfico que continuaba pasando junto a nosotros a ciento veinte por hora, pero todo era quietud en nuestro espacio. Kisten cambió de postura y me miró, estiró los brazos por encima del cambio de marchas para acunar las manos que seguían en mi regazo. Su barba de un día destellaba bajo las luces de los coches que venían en sentido contrario, al otro lado de la mediana, y había una expresión preocupada en sus ojos azules.

—Rachel —dijo y yo contuve el aliento con la esperanza de que estuviera a punto de decirme que todo había sido un error—. Yo hice que pusieran esa bomba en la caldera.

Cerré los ojos.

—No pretendía que murieran esas personas. Llamé a Saladan —continuó y yo abrí los ojos cuando el coche vibró al pasar cerca un camión—. Le dije a Candice que había una bomba en su barco. Joder, le dije dónde estaba y que si la tocaban, detonaría. Les di tiempo de sobra para sacar a todo el mundo. No estaba intentando matar a nadie, intentaba provocar un circo en los medios de comunicación y hundirle el negocio. Jamás se me ocurrió que se iría tan fresco y los dejaría allí para que murieran. Lo juzgué mal —dijo, había una recriminación amarga en su voz— y esas personas pagaron mi falta de visión con su vida. Dios, Rachel, si hubiera supuesto siquiera lo que iba a hacer ese tío, habría encontrado otro modo. El que tú estuvieras en ese barco… —Respiró hondo—. He estado a punto de matarte…

Tragué saliva y sentí que el nudo que tenía en la garganta se reducía un poco.

—Pero no es la primera vez que matas a alguien —dije, sabía que el problema no era esa noche sino un pasado entero perteneciendo a Piscary y teniendo que cumplir su voluntad.

Kisten se echó hacia atrás aunque sus manos nunca abandonaron las mías.

—Maté a mi primera persona a los dieciocho años.

Oh, Dios. Intenté soltarme pero él me apretó las manos con suavidad.

—Tienes que oírlo —dijo—. Si quieres irte, quiero que sepas la verdad para que no vuelvas. Y si te quedas, entonces que no sea porque tomaste una decisión basada en la escasez de información.

Me preparé para lo peor y lo miré a los ojos, me parecieron sinceros, quizá había una insinuación de culpa y un antiguo dolor.

—Tampoco es la primera vez que haces esto —susurré con miedo. Yo era una más entre toda una serie de mujeres, y todas se habían ido. Quizá fueran más listas que yo.

Kisten asintió y cerró los ojos por un instante.

—Estoy cansado de que me hagan daño, Rachel. Soy un buen tío que resulta que mató a su primera persona cuando tenía dieciocho años.

Tragué saliva y me solté las manos con la excusa de meterme el pelo tras una oreja. Kisten sintió que me alejaba y se giró para mirar por el parabrisas antes de volver a poner las manos en el volante. Le había dicho que no tomara decisiones por mí, supongo que me merecía hasta el último detalle sórdido.

—Continúa —dije con el estómago hecho mil nudos.

Kisten se quedó mirando a la nada mientras el tráfico continuaba pasando y acentuaba la quietud del coche.

—Maté a la segunda más o menos un año después —dijo con voz neutra—. Aquella chica fue un accidente. Conseguí evitar acabar otra vez con la vida de nadie más hasta el año pasado, que…

Lo miré, respiró hondo y luego exhaló. Me temblaban los músculos mientras esperaba la continuación.

—Dios, lo siento, Rachel —susurró—. Juré que intentaría no tener que matar a nadie otra vez. Quizá por eso Piscary ya no me quiere como su sucesor. Quiere a alguien con el que pueda compartir la experiencia y yo no quiero. Fue él el que los mató en realidad pero yo estaba allí. Le ayudé. Los sujeté, los mantuve ocupados mientras él los masacraba tan contento uno por uno. Que se lo merecieran ya no me parece justificación suficiente. No del modo en que lo hizo.

—¿Kisten? —dije, vacilante, con el pulso acelerado.

Se giró y me quedé helada, intentando no asustarme. Sus ojos se habían vuelto negros al recordar.

—Esa sensación de dominio puro es un subidón retorcido, adictivo —dijo, el ansia perdida de su voz me daba escalofríos—. Me llevó mucho tiempo aprender a desprenderme de eso para poder recordar el salvajismo inhumano de todo ello, oculto por la sacudida de adrenalina pura. Me perdí en los pensamientos y la fuerza de Piscary que me inundaban pero ahora ya sé cómo manejarlo, Rachel. Puedo ser las dos cosas, su sucesor y solo una persona. Puedo ser el que impone sus leyes y un amante dulce a la vez. Sé que puedo mantener el equilibrio. Ahora mismo me está castigando pero me dejará volver. Y cuando lo haga, estaré listo.

¿Qué coño estaba haciendo yo allí?

—Así que —dije y oí el temblor de mi voz—. ¿Ya está?

—Sí. Ya está —dijo, tajante—. La primera fue para cumplir las órdenes de Piscary y dar ejemplo con alguien que se aprovechaba de menores de edad. Fue excesivo pero era joven y estúpido, intentaba demostrarle a Piscary que haría cualquier cosa por él, y él disfrutó viéndome agonizar por aquello después. La última vez fue para evitar que se formara una camarilla. Defendían la vuelta a las tradiciones previas a la Revelación, cuando se raptaba a personas que nadie echaría de menos. La mujer. —Posó los ojos en mí—. Esa es la que me atormenta. Fue entonces cuando decidí ser honesto cuando pudiera. Juré que jamás acabaría otra vez con la vida de un inocente. Da igual que me mintiera… —Cerró los ojos y le temblaron las manos sobre el volante. Las luces del otro lado de la mediana mostraban las líneas de dolor que había en su rostro.

Oh, Dios. Había matado a alguien en pleno ataque de rabia pasional.

—Y resulta que he puesto fin a dieciséis vidas esta noche —susurró.

Qué estúpida era. Kisten admitía haber matado a varias personas, personas que la SI seguramente le agradecería haber quitado de circulación, pero personas de todos modos. Yo me había metido en aquello sabiendo que no era el típico «novio seguro», pero ya había tenido el típico novio seguro y siempre terminaban haciéndome daño. Y a pesar de la brutalidad de la que era capaz, estaba siendo honesto conmigo. Esa noche habían muerto unas personas en una tragedia horrible, pero no había sido esa su intención.

—¿Kisten? —Bajé los ojos y le miré las manos, tenía unas uñas cortas y redondas que mantenía limpias y cuidadas.

—Yo hice que pusieran la bomba —dijo, la culpabilidad le endurecía la voz.

Vacilé antes de estirar el brazo para quitarle las manos del volante. Sentía los dedos fríos entre los suyos.

—No los mataste tú. Los mató Lee.

Tenía los ojos negros bajo la luz incierta cuando se volvió hacia mí. Le rodeé el cuello con la mano para acercarlo más y se resistió. Era un vampiro, cosa nada fácil de ser; no era una excusa, era un hecho. El que fuera franco conmigo significaba más para mí que su horrible pasado. Y se había quedado allí sentado mientras pensaba que lo iba a entregar, no había hecho nada. Había hecho caso omiso de lo que creía y había confiado en mí. Yo intentaría confiar en él.

No puede evitar sentir pena por él. Había observado a Ivy y había llegado a la conclusión de que ser el sucesor de un señor de los vampiros se parecía mucho a estar en una relación en la que reinaban los abusos mentales y en la que el sadismo había pervertido el amor. Kisten estaba intentando distanciarse de las exigencias masoquistas de su amo. De hecho, se había distanciado, se había distanciado tanto que Piscary lo había dejado por un alma incluso más desesperada que él por ser aceptada: mi compañera de piso. Pues qué bien.

Kisten estaba solo. Sufría. Se estaba sincerando conmigo, y yo no podía irme sin más. Los dos habíamos hecho cosas cuestionables y no podía llamarlo malvado cuando era yo la que tenía la marca demoníaca. Las circunstancias habían elegido por nosotros. Yo lo hacía lo mejor que podía. Igual que él.

—No fue culpa tuya que murieran —dije otra vez, me sentía como si hubiera encontrado una nueva forma de ver las cosas. Ante mí se encontraba el mismo mundo de siempre pero yo empezaba a mirar tras las esquinas. ¿En que me estaba convirtiendo? ¿Era idiota por confiar o una persona más sabía que encontraba el modo de perdonar?

Kisten oyó la aceptación de su pasado en mi voz y el alivio que se reflejó en su rostro era tan fuerte que fue casi doloroso. Deslicé un poco más la mano que le había puesto en el cuello y lo atraje un poco más sobre el panel.

—No pasa nada —susurré al tiempo que él me soltaba los dedos y me cogía los hombros—. Lo entiendo.

—No creo que puedas… —insistió.

—Entonces ya nos ocuparemos de eso cuando lo haga. —Ladeé la cabeza, cerré los ojos y me incliné para buscarlo. Relajó las manos que me sujetaban los hombros y me encontré estirándome hacia él, atraída cuando se rozaron nuestros labios. Le apreté el cuello para atraerlo todavía más hacia mí. Me recorrió una sacudida que llevó toda mi sangre a la superficie y me produjo un cosquilleo cuando Kisten profundizó un beso lleno de promesas. La sensación no parecía brotarme de la marea y atraje la mano de Kisten hacia ella, casi jadeé cuando trazó con las yemas de los dedos aquel tenue tejido cicatricial, casi invisible. Me acordé entonces por un instante de la guía de Ivy para salir con un vampiro y lo vi todo de una forma completamente nueva. Oh, Dios, las cosas que podría hacer yo con este hombre

Quizá necesitaba un hombre peligroso, pensé cuando se alzó en mí una emoción salvaje. Solo alguien que se había equivocado tanto podía entender que, sí, yo también hacía cosas cuestionables, pero no por eso dejaba de ser una buena persona. Si Kisten podía ser las dos cosas, entonces quizá eso significara que yo también podía serlo.

Y con eso abandoné toda intención de seguir pensando. Kisten me buscó el pulso con la mano y mis labios tiraron de lo suyos. Metí la lengua con vacilación entre sus labios, sabía que una pesquisa dulce provocaría una reacción más cálida que una caricia exigente. Encontré un diente liso y lo rodeé con la lengua, provocadora.

La respiración de Kisten se aceleró y se apartó de golpe.

Me quedé inmóvil porque de repente ya no estaba allí, el calor de su cuerpo seguía dejando un recuerdo en mi piel.

—No llevo las fundas puestas —dijo, solo quedaba la hinchazón negra de sus ojos y la palpitación de mi cicatriz con una promesa—. Estaba tan preocupado por ti que no perdí ni un minuto… No voy… —Respiró hondo, estaba temblando—. Dios, hueles tan bien.

Me obligué a relajarme en mi asiento con el corazón a mil y lo observé mientras me metía un mechón de pelo tras la oreja. No sabía muy bien si me importaba que llevara las fundas puestas o no.

—Perdona —dije sin aliento, la sangre seguía palpitando por mis venas—. No pretendía llegar tan lejos. —Pero fue como si me provocaras tú.

—No te disculpes. No eres tú la que ha estado descuidando… las cosas. —Kisten resopló e intentó ocultar aquella expresión embriagadora de deseo. Bajo las emociones más toscas había una mirada suave de comprensión, agradecimiento y alivio. Yo había aceptado su horrible pasado aunque sabía que su futuro quizá no fuera mucho mejor.

No dijo nada, puso el coche en primera y aceleró. Yo me sujeté a la puerta hasta que regresamos a la carretera, contenta de que no hubiera cambiado nada aunque todo fuera diferente.

—¿Por qué eres tan buena conmigo? —dijo en voz baja cuando aceleramos y adelantamos a un coche.

¿Porque creo que podría enamorarme de ti? pensé, pero no pude decirlo todavía.