1.

Respiré profundamente para tranquilizarme y tiré del borde de mis guantes para tapar la franja desnuda de piel en mi muñeca. Sentía los dedos entumecidos bajo el chaquetón mientras colocaba mi segundo recipiente más grande para hechizos junto a una pequeña lápida agrietada, con cuidado de no volcar el medio de transferencia. Hacía frío, y mi aliento salía en forma de vapor a la luz de la vela blanca y barata que había comprado de saldo hacía dos semanas.

Tras derramar algo de cera, dejé pegada la vela sobre la parte superior de la lápida. Sentí formarse un nudo en el estómago al fijar mi atención en la creciente bruma del horizonte, apenas discernible de las luces que envolvían la ciudad. La luna una pronto ascendería, empezando ya a menguar tras haber pasado la luna llena. No era una buena ocasión para invocar demonios, pero vendría de todas formas aunque no lo llamase. Prefería encontrarme con Algaliarept bajo mis condiciones: antes de medianoche.

Mi rostro se contrajo al mirar hacia la iglesia brillantemente iluminada detrás de mí, donde vivíamos Ivy y yo. Ivy estaba encargándose de unos asuntos, ni siquiera era consciente de que yo había hecho un trato con un demonio, y mucho menos de que había llegado la hora de pagar sus servicios. Supongo que podría estar haciendo esto en la calidez del interior, en mi preciosa cocina, con mis materiales de hechicería y todas las comodidades modernas, pero invocar demonios en mitad de un cementerio poseía una perversa idoneidad, incluso con la nieve y el frío.

Además, deseaba llevar a cabo allí el encuentro para que mañana Ivy no tuviera que pasarse el día limpiando la sangre del techo.

Si resultaba ser sangre de demonio o la mía propia era una pregunta que esperaba no tener que responder. No me dejaría arrastrar a siempre jamás para convertirme en la sirvienta de Algaliarept. No podía permitirlo. Le había cortado en una ocasión y había sangrado. Si podía sangrar, es que podía morir. Dios, ayúdame a sobrevivir a esto. Ayúdame a encontrar una forma de hacerlo bien.

El tejido de mi abrigo hizo ruido al rodear mi cuerpo con los brazos mientras usaba mi bota para trazar torpemente un círculo de dos centímetros de profundidad en la crepitante nieve que se asentaba sobre la capa de arcilla roja donde había visto grabado un gran círculo. El bloque de piedra que abarcaba toda aquella extensión era un significativo indicador de dónde acababa la gracia de Dios para que el caos tomase el relevo. El anterior clérigo lo había dispuesto sobre la impura zona de tierra que una vez fue sagrada, bien para asegurarse de que nadie más era enterrado allí accidentalmente, o bien para desagraviar al elaborado ángel abatido y postrado que aprisionaba en el suelo. El nombre grabado en la enorme lápida había sido borrado a cincel, dejando tan solo las fechas. Quienquiera que fuese, había muerto en 1852, a la edad de veinticuatro años. Deseé que no fuese un presagio.

Enterrar a alguien bajo cemento para evitar que no volviese a surgir era algo que a veces funcionaba, y a veces no; pero en cualquier caso, el lugar ya no estaba santificado. Y como se encontraba rodeado por un terreno que aún estaba consagrado, lo convertía en un buen sitio para invocar a un demonio. En el peor de los casos, siempre podría escabullirme al terreno santificado y estar a salvo hasta que saliera el sol y Algaliarept fuese arrastrado a siempre jamás.

Mis dedos se mostraron temblorosos al extraer del bolsillo de mi abrigo un saquito de seda blanca lleno de sal que había sacado de mi bolsa de diez kilos. La cantidad era excesiva, pero yo quería un círculo resistente, y parte de la sal se diluiría al fundirse con la nieve. Miré al cielo para calcular dónde estaba el norte, descubriendo una marca sobre el círculo grabado, justo donde pensaba que debía estar. El hecho de que alguien hubiera usado aquel círculo para invocar demonios con anterioridad no me hacía sentir más segura. Invocar demonios no era ilegal ni inmoral; simplemente era algo muy, muy estúpido.

Realicé un lento recorrido desde el norte en el sentido de las agujas del reloj, pisando en paralelo a la parte exterior del rastro de sal mientras la dejaba caer cercando el monolito del ángel junto a la mayor parte del impío terreno. El círculo tendría unos cinco metros de diámetro, un recinto bastante amplio que por lo general requería al menos tres brujas para realizarlo y mantenerlo, pero yo era lo bastante buena como para canalizar todo ese poder de la línea luminosa por mi cuenta. Lo cual, ahora que lo pensaba, podría ser el motivo por el que el demonio estaba tan interesado en atraparme como su servidora más reciente.

Esta noche descubriría si mi contrato verbal, tan cuidadosamente pronunciado hacía tres meses, me mantendría con vida y sobre el lado correcto de las líneas luminosas. Había acordado convertirme voluntariamente en servidora de Algaliarept si testificaba contra Piscary; el truco estaba en que tenía que conservar mi alma.

El proceso había concluido oficialmente esta noche, dos horas después de la puesta de sol, sellando el demonio su parte del pacto y convirtiendo la mía en obligatoria. El hecho de que el vampiro no muerto que controlaba la mayor parte del inframundo de Cincinnati hubiera sido condenado a cinco siglos por los asesinatos de las mejores brujas luminosas de la ciudad apenas parecía tener importancia ahora. Especialmente cuando esperaba que sus abogados lo sacasen en un miserable siglo.

En este momento, la pregunta que estaba en la cabeza de todos a ambos lados de la ley era si Kisten, su principal sucesor, sería capaz de arreglárselas hasta que el vampiro no muerto saliese, porque Ivy no iba a hacerlo, sucesora o no. Si conseguía acabar la noche viva y con mi alma intacta, empezaría a preocuparme un poco menos por mí misma y un poco más por mi compañera, pero primero tenía que arreglar las cosas con ese demonio.

Con una dolorosa rigidez en los hombros, extraje del bolsillo de mi abrigo las velas de color verde lechoso y las situé sobre el círculo de forma que representaban las puntas de un pentáculo invisible. Las encendí con la vela blanca que había utilizado para realizar el medio de transferencia. Las diminutas llamas temblaron, y las vigilé por un momento para asegurarme de que no iban a apagarse antes de volver a fijar la vela sobre la agrietada lápida que había en el exterior del círculo.

El lejano sonido de un coche distrajo mi atención hacia las altas paredes que separaban el cementerio de nuestros vecinos. Me preparé para utilizar la línea luminosa; tiré de mi gorra de lana hacia abajo, me sacudí la nieve del dobladillo de mis vaqueros e hice una última comprobación de que tenía todo lo necesario. Pero no había nada más para retrasar el momento.

Dejé escapar otro lento suspiro y concentré mi atención en la diminuta línea luminosa que atravesaba el cementerio de la iglesia. Mi aliento silbó al pasar por mi nariz y, al estar tan entumecida, estuve a punto de perder el equilibrio y caer. La línea luminosa parecía haber absorbido el frío invernal, y me atravesaba con una frigidez poco habitual. Extendí una de mis enguantadas manos para sostenerme con la ayuda de la lápida adornada con la vela encendida, mientras la incipiente energía continuaba acumulándose.

Una vez que las fuerzas se equilibraran, la energía sobrante fluiría de vuelta hacia la línea. Hasta entonces tenía que apretar los dientes y resistir que unas hormigueantes sensaciones ondearan sobre las falsas extremidades en mi mente que reflejaban mis auténticos dedos de las manos y pies. Cada vez era peor. Cada vez era más rápido. Cada vez era más parecido a una invasión.

A pesar de que pareció durar una eternidad, la energía se equilibró en un santiamén. Mis manos comenzaron a sudar y me invadió una incómoda sensación de frío y calor al mismo tiempo, como si tuviera fiebre. Me quité los guantes y los introduje en el fondo de un bolsillo. Los amuletos de mi pulsera tintineaban con claridad en el invernal silencio. No me serían de ayuda. Ni siquiera la cruz.

Quería establecer rápidamente mi círculo. De alguna manera, Algaliarept sabía cuándo activaba una línea, y tenía que invocarlo antes de que se mostrara por su cuenta y me arrebatase el hilo de poder que podría utilizar como su invocador. El recipiente de cobre para hechizos con el medio de transferencia estaba frío cuando lo recogí e hice algo que ninguna bruja que hubiera vivido para contarlo había hecho antes; di un paso hacia delante, situándome en el interior del mismo círculo en el que iba a invocar a Algaliarept.

Exhalé una bocanada de aire mientras permanecía frente al monumento del tamaño de una persona, fijado al suelo con cemento. El monolito estaba cubierto por una capa de oscura carbonilla, a causa de las bacterias y la polución de la ciudad, otorgándole el aspecto de un ángel caído. La figura estaba inclinada, llorando sobre una espada sostenida horizontalmente en sus manos, como una ofrenda, tan solo añadida para incrementar la tétrica sensación. Había un nido de pájaros posado en el pliegue de las alas al juntarse con el cuerpo, y su superficie no parecía ser la correcta. Los brazos también eran demasiado largos para pertenecer a un humano o inframundano. Ni siquiera Jenks permitía que sus hijos jugasen a su alrededor.

—Por favor, que lo haga bien —le susurré a la estatua mientras movía mentalmente el blanquecino rastro de sal desde esta realidad a la de siempre jamás. Me tambaleé cuando la mayor parte de la energía acumulada en mi centro, salió para forzar el cambio. El medio borboteó en el recipiente de cobre y, aun sin haber encontrado el equilibrio, lo coloqué sobre la nieve antes de que se derramase. Mis ojos se dirigieron hacia las velas verdes. Se habían vuelto inexplicablemente transparentes al ser desplazadas a siempre jamás junto a la sal. Sin embargo, las llamas existían en ambos mundos, aportando su brillo a la noche.

El poder de la línea comenzó de nuevo a establecerse; el pausado crecimiento era tan incómodo como el raudo flujo inicial al activar una línea, pero el cerco de sal había sido reemplazado por la misma cantidad de realidad de siempre jamás, que se arqueaba en lo alto, cerrándose sobre mi cabeza. Nada más sólido que el aire podía atravesar las ondeantes líneas de realidad y, como era yo quien había dispuesto el círculo, solamente yo podía romperlo; suponiendo que, para empezar, lo hubiese hecho adecuadamente.

—Algaliarept, yo te invoco —susurré con el corazón desbocado. La mayoría utilizaba todo tipo de accesorios para invocar y sujetar a un demonio, pero como yo ya tenía un acuerdo con él, solamente tendría que decir su nombre y desear su presencia para hacerle cruzar las líneas. Qué suerte.

Se me encogió el estómago cuando un pequeño trozo de nieve se derritió entre el ángel y yo. La nieve humeaba; una nube de vapor rojizo se elevaba dibujando la silueta de un cuerpo que aún no tenía forma. Esperé; mi tensión se acrecentaba. Algaliarept alteraba su forma, atravesando mi mente sin que yo lo supiera para decidir qué era lo que más me asustaba. Una vez había sido Ivy. Después Kisten; hasta que lo inmovilicé en un ascensor, durante un absurdo instante de pasión vampírica. Es duro tenerle miedo a alguien después de haberle besado con lengua. Nick, mi novio, siempre obtenía un perro rabioso del tamaño de un poni.

Sin embargo, esta vez la niebla tenía una forma indudablemente humana, y supuse que se mostraría con la forma de Piscary; el vampiro que acababa de enviar a prisión; o quizá su imagen más típica de un joven caballero británico con un abrigo verde de falso terciopelo con faldones.

—Ya nada te asusta —dijo una voz desde la niebla, llamando mi atención.

Se trataba de mi propia voz.

—Oh, mierda —maldije antes de recoger mi recipiente para hechizos y retroceder hasta casi romper mi círculo. Iba a aparecer con mi forma. Odiaba que hiciera eso—. ¡No tengo miedo de mí misma! —grité, incluso antes de que terminara de formarse.

—Oh, sí que lo tienes.

Tenía el sonido correcto, pero la cadencia y el acento no eran los mismos. Me quedé mirando, fascinada, como Algaliarept adoptaba mi silueta, la dibujaba sugerentemente hacia abajo con sus manos, aplanaba su pecho hasta que este alcanzó el tamaño de mis lamentables formas femeninas y me otorgaba unas caderas que probablemente eran más curvilíneas de lo que merecían. Llevaba unos pantalones de cuero negro, un ajustado top rojo y unas sandalias negras de tacón alto que tenían un aspecto ridículo en mitad de un cementerio nevado.

Agitó su cabeza con los párpados levemente cerrados y la boca abierta para que mis rojos y ondulados rizos, que llegaban hasta los hombros, tomasen forma en la ralentizada neblina de siempre jamás. Lucía más pecas de las que yo pudiera tener, y mis ojos eran verdes, no las esferas rojas que mostraba al abrirlos. Los míos tampoco eran rasgados, como los de una cabra.

—Los ojos están mal —le aseguré antes de colocar mi recipiente para hechizos al borde del círculo. Apreté los dientes, maldiciendo que hubiese oído un temblor en mi voz.

Inclinando sus caderas, el demonio adelantó uno de sus pies calzados con sandalias y chasqueó los dedos. Unas gafas de sol se materializaron en sus manos, y se las puso, ocultando sus ojos antinaturales.

—Ahora están bien —contestó, y me estremecí de lo parecida que era su voz a la mía.

—No te pareces en nada a mí —le dije, sin ser consciente de haber perdido tanto peso, y decidí que podía volver a tomar batidos y patatas fritas. Algaliarept sonrió.

—¿Y si me recojo el pelo? —se burló con falsa timidez mientras recogía la indómita masa de pelo y la sostenía en lo alto de mi, digo, de su cabeza. Se mordisqueaba los labios para enrojecerlos, y gemía retorciéndose como si tuviera atadas sus manos sobre la cabeza, igual que si estuviera practicando algún juego sexual. Se reclinó sobre la espada que sostenía el ángel, posando como si fuera una puta.

Me encogí hacia dentro en mi abrigo, con el cuello rodeado por la piel de imitación. Se oyó el pausado ruido de un coche al pasar en una calle lejana.

—¿Podemos ir al grano? Se me están congelando los pies. Levantó su cabeza y sonrió.

—Eres tan aguafiestas, Rachel Mariana Morgan —pronunció con mi voz, pero después cambió a su habitual y exquisito acento británico—. Pero una rival más que digna. No obligarme a arrastrarte a siempre jamás demuestra una gran fortaleza mental. Voy a disfrutar doblegándote.

Me agité cuando una capa de energía de siempre jamás inundó su presencia. Estaba cambiando de forma otra vez; pero mis hombros se relajaron cuando adoptó su habitual imagen con encajes y terciopelo verde. Un oscuro y largo cabello y unas redondeadas gafas tintadas cobraron forma. Apareció su pálida piel y su rostro de rasgos acentuados, a juego con la elegancia de su cuidada silueta de cintura estrecha. Unas botas de tacón alto y un abrigo exquisitamente confeccionado le ponían la guinda al disfraz, convirtiendo al demonio en un carismático y joven hombre de negocios del siglo dieciocho, con gran capacidad y seguridad en sí mismo.

Mis pensamientos me llevaron hasta la horripilante escena del crimen que había estropeado el pasado otoño, al tratar de relacionar los asesinatos de las mejores brujas luminosas de Cincinnati con Trent Kalamack. Al las había masacrado por orden de Piscary. Cada una de ellas había sufrido una muerte cruel para que él pudiera divertirse. Al era un sádico, el buen aspecto que lucía el demonio carecía de importancia.

—Sí, vayamos al grano —dijo al tiempo que tomaba un tarro con un polvo negro que olía a azufre, y esnifó profundamente una pizca. Se frotó la nariz y avanzó hasta golpear mi círculo con una bota, haciéndome retroceder.

—Es firme y bonito. Pero es frío. A Ceri le gusta que sea cálido.

«¿Ceri?» me pregunté mientras toda la nieve del interior del círculo se fundía con un destello de condensación. El aroma del asfalto mojado se elevó con fuerza, y después se desvaneció cuando el cemento se secó hasta quedar de un color rojo claro.

—Ceri —dijo Algaliarept; su voz me impresionaba con su tono suave, tan persuasivo como exigente—. Ven.

Contemplé cómo aparecía una mujer desde detrás de Algaliarept, aparentemente de la nada. Era delgada, su ovalado rostro estaba amarillento y sus pómulos se mostraban de una forma demasiado acentuada. Era bastante más baja que yo, con aspecto frágil y casi infantil. Tenía la cabeza agachada, y su pálido y translúcido cabello colgaba hasta la mitad de su espalda. Llevaba puesto un hermoso vestido que le caía sobre sus pies descalzos. Era algo exquisito; una exuberante seda teñida con intensos púrpuras, verdes y dorados; y se ajustaba a su voluptuosa figura como si lo llevara pintado sobre ella. A pesar de ser pequeña, estaba bien proporcionada, aunque tenía un aire quebradizo.

—Ceri —dijo Algaliarept, usando una de sus manos enguantadas de blanco para alzarle la cabeza. Sus ojos eran verdes, grandes y vacíos—. ¿Qué te dije sobre lo de andar descalza?

Un brillo de fastidio apareció en el rostro de la chica, lejano y distante tras el abstraído estado en el que se encontraba. Llamaron mi atención un par de zapatillas bordadas a juego que se materializaron junto a sus pies.

—Eso está mejor. —Algaliarept se apartó de ella y me sorprendió la imagen de la perfecta pareja que representaban en sus atuendos. Ella estaba preciosa con sus ropajes, pero su mente estaba tan vacía como lo hermosa que era; enajenada debido a la magia pura que el demonio la obligaba a contener, filtrando el poder de la línea luminosa a través de su mente para mantenerse él a salvo. El miedo encogió mi estómago.

—No la mates —susurré con la boca seca—. Ya no la necesitas. Déjala vivir.

Algaliarept se bajó sus gafas tintadas para mirar por encima de ellas, fijando sus ojos rojos sobre mí.

—¿Te gusta? —preguntó—. Es guapa, ¿verdad? Tiene más de mil años y no ha envejecido ni uno solo desde el día en que tomé su alma. Para serte sincero, ella es la razón por la que me invitan a la mayoría de las fiestas. Se entrega sin una sola queja. Aunque, por supuesto, durante los primeros cien años todo eran lágrimas y llantos. Divertido, pero termina cansando. Vas a resistirte a mí, ¿no es así?

Apreté los dientes con fuerza.

—Devuélvele su alma, ahora que ya la has utilizado.

Algaliarept rió.

—¡Oh, eres un encanto! —exclamó dando una palmada con sus manos enguantadas—. Pero voy a devolvérsela de todas formas. La he mancillado más allá de la redención, dejando la mía razonablemente pura. Y la mataré antes de que tenga la ocasión de rogar misericordia a su dios. —Sus gruesos labios se abrieron en una desagradable sonrisa—. De todas formas, no es más que un truco, ya sabes.

Me quedé helada cuando la mujer se derrumbó, sin voluntad propia, en un pequeño amasijo púrpura, verde y dorado a sus pies. Moriría antes de permitir que me arrastrase a siempre jamás para convertirme en… convertirme en eso.

—Cabrón —musité.

Algaliarept hizo un gesto como diciendo: «¿Y qué?». Me volví hacia Ceri; localicé su pequeño rostro en la masa de tela y la ayudé a levantarse. De nuevo estaba descalza.

—Ceri —ordenó el demonio antes de dirigir su mirada hacia mí—. Debí haberla reemplazado hace cuarenta años, pero la Revelación lo hizo todo más difícil. Ni siquiera puede oír, a no ser que antes pronuncies su nombre. —Se volvió de nuevo hacia la mujer—. Ceri, se buena y trae el medio de transferencia que preparaste al anochecer.

Sentí un pinchazo en el estómago.

—Yo he preparado un poco —dije, y Ceri parpadeó; era el primer signo de comprensión que aparecía en su rostro. Me miró con unos ojos vacíos y solemnes, como si me estuviera viendo por primera vez. Dirigió su atención hacia el recipiente de hechizos que estaba a mis pies y las velas color verde lechoso a nuestro lado. El pánico invadió sus ojos al permanecer frente al monumento del ángel. Pensé que acababa de comprender lo que estaba pasando.

—Maravilloso —espetó Algaliarept—. Ya tratas de serme de utilidad, pero quiero el de Ceri. —Miró hacia Ceri; ella abrió su boca para mostrar unos diminutos y blancos dientes—. Sí, mi amor. Es la hora de tu jubilación. Tráeme mi caldero y el medio de transferencia.

Ceri realizó un ademán, nerviosa y reticente, y apareció entre nosotras un pequeño caldero con unas paredes de cobre más gruesas que mi muñeca. Ya estaba lleno de un líquido ambarino, con restos de geranio silvestre en la superficie como si se tratase de un gel.

El aroma a ozono se elevó al hacer más calor, y yo me desabroché el abrigo Algaliarept tarareaba complacido, obviamente de muy buen humor. Me hizo una señal para que me acercara y avancé un paso, mientras palpaba el cuchillo de plata escondido en mi manga. Mi pulso se aceleró y me pregunte si mi contrato bastaría para salvarme. Un cuchillo no iba a ser de mucha ayuda.

El demonio sonrió, mostrándome unos dientes lisos y regulares mientras se dirigía a Ceri.

—Mi espejo —solicitó; y la delicada mujer se inclinó para recoger un espejo mágico que no se encontraba allí un momento antes. Lo sostuvo ante Algaliarept como si fuera una mesa.

Tragué saliva al recordar la asquerosa sensación de expulsar mi aura hacia el interior de mi espejo mágico el pasado otoño. El demonio se quitó los guantes, dedo a dedo, y colocó sus rojizas manos de grandes nudillos sobre el cristal, extendidas. Tembló y cerró los ojos mientras su aura se precipitaba hacia el interior del espejo, derramándose desde sus manos como si fuera tinta, y cayendo sobre su reflejo.

—Introdúcelo en el medio, Ceri, cariño. Date prisa.

Ella casi jadeaba al llevar el espejo que contenía el aura de Algaliarept hasta el caldero. No debido al peso del espejo; era por el peso de lo que estaba ocurriendo. Me imagino que estaba reviviendo la noche en la que había estado en el lugar donde yo estaba ahora, contemplando a su predecesora como yo la contemplaba a ella. Debía de saber lo que iba a suceder, pero estaba tan muerta por dentro que tan solo podía hacer lo que se esperaba de ella. Y dado su evidente e inevitable pánico, yo sabía que quedaba algo en ella que merecía la pena salvar.

—Libérala —dije, encogida en mi horroroso abrigo mientras mis ojos saltaban de Ceri hasta el caldero, y después a Algaliarept—. Primero, libérala.

—¿Por qué? —Se miró desdeñosamente las uñas antes de volver a ponerse los guantes.

—Te mataré antes de permitir que me arrastres a siempre jamás, y quiero que primero la liberes.

Algaliarept rió larga y profundamente ante esa afirmación. El demonio apoyó una mano contra el ángel y se dobló casi hasta abajo. Un golpe apagado reverberó hacia arriba a través de mis pies, y la base de piedra se resquebrajó con el sonido de un disparo. Ceri se quedó mirando, con sus pálidos labios inmóviles y sus ojos moviéndose inquietos sobre mí. Parecía que algunas cosas empezaban a funcionar en ella, recuerdos y pensamientos, largamente contenidos.

—Vas a resistirte —apuntó Algaliarept, entusiasmado—. Estupendo. Sabía que lo harías. —Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió con satisfacción mientras ajustaba el puente de sus gafas—. Adsimulo calefacio.

El cuchillo dentro de mi manga estalló en llamas. Con un sonoro quejido me deshice del abrigo. Chocó contra el borde de mi burbuja y se deslizó hacia abajo. El demonio me observaba.

—Rachel Mariana Morgan. Deja de colmar mi paciencia. Ven hasta aquí y recita la maldita invocación.

No tenía opción. Si no lo hacía, daría el acuerdo por violado, tomaría mi alma como prenda y me arrastraría a siempre jamás. Mi única oportunidad era concluir el acuerdo. Miré a Ceri, deseando que se apartara de Algaliarept, pero se encontraba pasando sus dedos sobre las fechas grabadas en la agrietada lápida; su piel cetrina estaba ahora incluso más pálida.

—¿Recuerdas la maldición? —inquirió Algaliarept cuando me puse a la altura del caldero, que me llegaba hasta las rodillas.

Le eché un vistazo a su interior, sin sorprenderme de que el aura del demonio fuese negra. Asentí, sintiéndome desfallecer mientras mis pensamientos retrocedían a cuando había convertido a Nick en mi familiar accidentalmente. ¿Había sido tan solo hacía tres meses?

—Sí, aunque solo traducida —susurré. Nick. Oh, Dios. No te he dicho adiós. Se había mostrado tan distante últimamente que no había encontrado el valor para decírselo. No se lo había dicho a nadie.

—Eso bastará. —Sus gafas se desvanecieron y sus malditos ojos de cabra se clavaron en mí. Mi corazón se aceleró, pero ya había tomado esa decisión. Por ella viviría o moriría.

La voz de Algaliarept se deslizó entre sus labios, profunda y resonante, haciendo que todo mi interior pareciera vibrar. Hablaba en latín, con palabras familiares, aunque no conocidas; era como la visión de un sueño.

Pars tihi, totum mihi. Vinctus vinculis, prece factis.

—«Parte para ti» —traduje yo, recitando las palabras de memoria—, «pero todo para mí. Unidos por un vínculo, ese es mi ruego».

La sonrisa del demonio se ensanchó, provocándome un escalofrío debido a su confianza.

Luna servata, lux sanata. Chaos statutum, pejes minutum.

Tragué saliva.

Bajo la seguridad de la luna, la luz sana —musité—. Caos decretado, en vano sea nombrado.

Los nudillos de Algaliarept, cerrados sobre el recipiente, palidecían de impaciencia.

Mentem tegens, malum íerens. Semper servís dum duretmundus —pronunció, y Ceri sollozó, con el sonido de un gatito, súbitamente contenido—. Continúa —ordenó Algaliarept, con sus rasgos emborronados por la excitación—. Dilo e introduce tus manos.

Vacilé; mis ojos se posaron en la ruinosa figura de Ceri, junto a la lápida; su vestido era un pequeño charco de colores.

—Primero absuélveme de una de las deudas que tengo contigo.

—Eres una zorra caprichosa, Rachel Mariana Morgan.

—¡Hazlo! —exigí—. Dijiste que lo harías. Retira una de tus marcas.

Se inclinó sobre el recipiente hasta que pude ver mi reflejo en sus gafas, mis ojos abiertos y asustados.

—Da lo mismo. Acaba el conjuro y sométete a él.

—¿Estás diciendo que no vas a cumplir nuestro trato? —insistí, y él se rió.

—No. En absoluto, y si estabas esperando romper nuestro acuerdo basándote en eso, es que eres tristemente ingenua. Retiraré una de mis marcas, pero todavía me debes un favor. —Se relamió los labios—. Y, como mi familiar, tú… me perteneces.

Una nauseabunda mezcla de miedo y alivio sacudió mis rodillas y contuve el aliento para no marearme. Pero tenía que cumplir del todo mi parte del trato antes de comprobar si mis esperanzas eran fundadas y podía colar la trampa para el demonio por una pequeña rendija llamada «elección».

—«Al abrigo de la mente» —dije con voz temblorosa—, «portador de dolor. Cautivos hasta que los mundos mueran».

Algaliarept emitió un sonido de satisfacción. Apreté los dientes y sumergí las manos en el caldero. El frió sacudió mi interior, dejándolas entumecidas. Las saqué de inmediato. Las contemplé, aterrada, sin percibir cambio alguno en el esmalte rojo de mis uñas.

Entonces fue cuando el aura de Algaliarept se filtró más en mi interior, alcanzando mi chi.

Mis ojos parecían hincharse de agonía. Tomé una gran bocanada de aire para gritar, pero no pude dejarlo salir. Vi a Ceri con el rabillo del ojo, con los ojos perdidos en su memoria. Al otro lado del caldero, Algaliarept sonreía. Mientras me ahogaba, luché por respirar a la vez que el aire parecía transformarse en aceite. Caí sobre mis manos y rodillas, lastimándomelas contra el cemento. Con el pelo cayendo sobre mi rostro, intenté contener las arcadas. No podía respirar. ¡No podía pensar!

El aura del demonio era un manto blanco empapado de ácido que me asfixiaba. Me envolvía por dentro y por fuera, y mi fuerza era acorralada por su poder. Exprimía mi voluntad hasta aniquilarla. Sentí latir mi corazón una vez, y luego otra. Tomé aliento temblorosamente, resistiendo el intenso sabor a vómito. Iba a sobrevivir. Tan solo su alma no podía matarme. Podía resistirlo. Claro que podía.

Levanté la mirada de forma trémula mientras la conmoción perdía intensidad hasta convertirse en algo que podía soportar. El caldero había desaparecido, y Ceri se encontraba casi acurrucada detrás de la enorme lápida, junto a Algaliarept. Tomé aliento, incapaz de saborear el aire a través del aura del demonio. Me moví, incapaz de sentir el áspero cemento que arañaba las yemas de mis dedos. Todo estaba difuso, todo sonaba apagado, como si oyera a través de algodón.

Todo excepto el poder de la cercana línea luminosa. Podía sentir su vibración a treinta metros de distancia, como si fuera un cable de alta tensión. Me puse en pie, jadeante, para descubrir con sorpresa que podía verla. Podía verlo todo como si estuviera usando mi percepción extrasensorial; pero no la estaba usando. Mi estómago se agitó al ver que mi círculo, antes teñido con un alegre matiz dorado, estaba ahora cubierto de negro.

Me volví hacia el demonio, viendo la espesa y negra aura que le rodeaba, y consciente de que una buena parte de ella cubría a la mía. Luego miré a Ceri, y apenas fui capaz de distinguir sus rasgos, dada la enorme fuerza del aura de Algaliarept que había sobre ella. Ceri no poseía un aura para combatir la del demonio, ya que la había perdido ante él. Y era eso en lo que había depositado toda mi esperanza.

Si retenía mi alma, aún conservaba mi aura, asfixiada bajo la de Algaliarept. Y con mi alma, tenía libre voluntad. Al contrario que Ceri, yo podía negarme. Lentamente, fui recordando cómo.

—Libérala —espeté—. He recibido tu maldita aura. Ahora libérala.

—Oh, ¿por qué no? —dijo el demonio entro risas mientras se frotaba sus manos enguantadas—. Matarla será una magnífica forma de comenzar tu aprendizaje. ¿Ceri?

La pequeña mujer se puso en pie con la cabeza alta y el ovalado rostro invadido por el pánico.

—Ceridwen Merriam Dulcíate —dijo el demonio—. Te devuelvo tu alma antes de matarte. Puedes agradecérselo a Rachel.

Me sobresalté. ¿Rachel? Antes siempre me había llamado Rachel Mariana Morgan. Al parecer, al ser su familiar, ya no era merecedora de mi nombre completo. Eso me molestó.

Ceri emitió un leve sonido, tambaleándose. Con mi nueva visión, contemplé cómo el lazo de Algaliarept se soltaba de ella. El más tenue y delicado destello de puro azul la cubrió; era su retornada alma tratando de rodearla con su protección; entonces se desvaneció bajo los cientos de años de oscuridad en los que el demonio había acogido su alma mientras había permanecido en su poder. Su boca se movió, pero no podía hablar. Sus ojos se volvían vidriosos al jadear, al respirar aceleradamente, y salté hacia delante para recogerla en su caída. Con esfuerzo, la arrastré de vuelta hasta el límite del círculo.

Algaliarept salió detrás de ella. La adrenalina se disparó. Solté a Ceri. Tras enderezarme, me decidí.

—¡Rhombus! —exclamé, la palabra de invocación que había estado practicando durante tres meses para conjurar un círculo sin dibujarlo antes.

Con un poder que me hizo tambalearme, mi nuevo círculo apareció con una explosión, sellándonos a Ceri y a mí en un segundo círculo más pequeño en el interior del primero. Mi círculo carecía de un objeto físico en el que centrarse, por lo que el exceso de energía salió por todas partes, en lugar de permanecer tras la línea luminosa, como debe ser. El demonio maldijo, encogido hasta que se lanzó contra el interior de mi círculo original, todavía funcional. Con un sonido metálico que reverberó a través de mí, mi primer círculo se rompió y Algaliarept cayó al suelo.

Apoyé mis manos en las rodillas respirando pesadamente. Algaliarept me guiñó desde el cemento, antes de lucir una perversa sonrisa.

—Compartimos un aura, cariño —explicó—. Tu círculo ya no puede detenerme. —Su sonrisa se ensanchó—. Sorpresa —canturreó levemente, poniéndose en pie y tomándose su tiempo para sacudirse meticulosamente su abrigo de terciopelo brillante.

Oh, Dios. Si mi primer círculo no lo había detenido, tampoco lo haría el segundo. Había imaginado que aquello podía ocurrir.

—¿Ceri? —susurré—. Levántate. Hay que moverse.

Los ojos de Algaliarept miraron detrás de mí, hacia el terreno consagrado que nos rodeaba. Mis músculos se tensaron.

El demonio se abalanzó. Con un chillido, tiré de Ceri hacia atrás. Apenas percibí la oleada de siempre jamás fluyendo dentro de mí debido a la fractura del círculo.

Me quedé sin aliento al chocar con la tierra; Ceri estaba encima de mí. Todavía sin respirar, empujé desesperadamente con mis talones sobre la nieve, alejándonos de allí. Notaba la aspereza de los adornos dorados en el vestido de baile de Ceri bajo mis dedos, y tiré de ella hacia mí hasta estar segura de que ambas nos encontrábamos en terreno sagrado.

—¡Malditas seáis! —exclamó Algaliarept, furioso, desde el borde del cemento.

Me levanté temblando, sin aliento, y contemplé al frustrado demonio.

—¡Ceri! —exclamó el demonio, y un aroma a ámbar quemado se elevó en el aire cuando colocó su pie al otro lado de la barrera invisible y lo retiró de inmediato—. ¡Tráemela! ¡O ensuciaré tu alma de tal forma que tu querido dios no te permitirá la entrada por mucho que supliques!

Ceri gimió, agarrada a mi pierna mientras se encogía, ocultando su rostro, tratando de resistirse a un centenar de años de sometimiento. Mi rostro se contrajo de ira. Esta podría haber sido yo. Todavía podría serlo.

—No dejaré que vuelva a hacerte daño —le aseguré, dejando caer una mano sobre su hombro—. Si puedo impedir que te haga daño, lo haré.

Sentí su temblor al agarrarme, y pensé que parecía una niña a la que han propinado una tunda.

—¡Eres mi familiar! —gritó el demonio, entre escupitajos—. ¡Rachel, ven aquí!

Sacudí la cabeza, más fría que la nieve bajo mis pies.

—No —dije simplemente—. No pienso ir a siempre jamás. No puedes obligarme.

Algaliarept casi se atragantó, de pura incredulidad.

—¡Lo harás! —atronó, y Ceri me agarró la pierna con más fuerza—. ¡Me perteneces! ¡Eres mi maldito familiar! Te di mi aura. ¡Tu voluntad es mía!

—No, no lo es —le informé, temblando por dentro. Funcionaba. Gracias a Dios, funcionaba. Mis ojos se humedecieron y me di cuenta de que casi estaba llorando de alivio. No podía atraparme. Puede que fuera su familiar, pero no poseía mi alma. Podía negarme.

—¡Eres mi familiar! —rugió, y Ceri y yo chillamos cuando volvió a intentar cruzar hasta el terreno sagrado y volvió a retroceder.

—¡Soy tu familiar! —le respondí asustada—. ¡Y te digo que no! ¡Prometí que sería tu familiar y así es, pero no pienso ir a siempre jamás contigo, y no puedes obligarme!

Los estrechos ojos de cabra de Algaliarept se entrecerraron. Retrocedió, y yo me enderecé cuando volvió a asomar su ira.

—Acordaste que serías mi familiar —dijo con suavidad; el humo ascendía desde sus brillantes botas de hebilla mientras rodeaban el círculo de tierra no consagrada—. Ven aquí ahora mismo, o daré por roto nuestro acuerdo y tu alma será mía por incumplimiento.

Doble o nada. Sabía que llegaría a esto.

—Tengo tu apestosa aura sobre mí —dije mientras Ceri se estremecía—. Soy tu familiar. Si lo que crees es que ha habido un incumplimiento del contrato, entonces trae a alguien aquí para que juzgue lo que ha ocurrido antes de que salga el sol. ¡Y quítame una de estas malditas marcas demoníacas! —exigí, sosteniendo en alto mi muñeca.

Mi brazo tembló, y Algaliarept emitió un desagradable sonido desde la profundidad de su garganta. La prolongada exhalación hizo que mis entrañas se estremecieran, y Ceri se decidió a mirar al demonio.

—No puedo utilizarte como familiar si estás en el lado incorrecto de las líneas —adujo, obviamente pensando en voz alta—. El vínculo no es lo bastante fuerte…

—Ese no es mi problema —le interrumpí, con espasmos en las piernas.

—No —admitió Algaliarept. Enlazó sus manos enguantadas detrás de su espalda, dejando caer su mirada sobre Ceri. La profunda furia de sus ojos me hacía palidecer de terror—. Pero voy a convertirlo en tu problema. Me has robado a mi familiar y me dejas sin nada. Me has engañado para que te permita evitar el pago por un servicio. Si no puedo arrastrarte hasta aquí, encontraré una manera de utilizarte a través de las líneas. Y jamás te dejaré morir. Pregúntale a ella. Pregúntale por su eterno sufrimiento. Te está esperando, Rachel. Y no soy un demonio paciente. No puedes esconderte en terreno sagrado para siempre.

—Márchate —le dije con la voz alterada—. Yo te llamé para que vinieras. Ahora te digo que te marches. Quítame una de estas marcas y márchate. Ahora. —Yo lo había invocado y, por lo tanto, tenía que someterse a las reglas de invocación; incluso si yo era su familiar.

Dejó escapar un largo suspiro, y creí que la tierra se movía. Sus ojos se oscurecieron. Más y más negros, y luego aún más. Oh, mierda.

—Encontraré la forma de establecer un vínculo lo bastante fuerte contigo a través de las líneas —aseguró—. Y te traeré, con el alma intacta. Caminas a este lado de las líneas temporalmente.

—Ya he estado condenada antes —respondí—. Mi nombre es Rachel Mariana Morgan. Úsalo. Y quítame una de estas marcas o haré que lo pierdas todo.

Voy a salirme con la mía. He sido más lista que un demonio. Saberlo era emocionante, pero estaba demasiado asustada como para que tuviese demasiada importancia.

Algaliarept me lanzó una mirada gélida. Después miró a Ceri, y luego desapareció.

Chillé de dolor al arder mi muñeca, pero lo recibí de buen grado, encogida mientras sujetaba con la otra mano mi muñeca marcada de forma demoníaca. Dolía; dolía como si los perros del infierno la estuvieran mordiendo, pero cuando se aclaró mi vista borrosa, tan solo había una línea que cruzaba el círculo grabado, y no dos.

Me derrumbé jadeante durante el último inciso de dolor, dejando caer todo mi cuerpo. Levanté la cabeza y saboreé una limpia bocanada de aire, tratando de aliviar mi estómago. El demonio no podía utilizarme si nos encontrábamos en los lados opuestos de las líneas luminosas. Aún era yo misma, aunque estaba cubierta por el aura de Algaliarept. Lentamente, mi percepción extrasensorial se diluyó y el color rojo de la línea luminosa se desvaneció. El aura de Algaliarept se hacía más llevadera, reduciéndose hasta ser casi una inadvertida sensación, ahora que el demonio se había marchado.

Ceri me soltó. Al acordarme de ella, me incliné para ofrecerle una mano para levantarla. Ella se quedó mirándola estupefacta, examinándose mientras colocaba una de sus pálidas y delgadas manos sobre la mía. Todavía a mis pies, la besó como en un formal gesto de agradecimiento.

—No, no hagas eso —le dije, girando la mano para agarrar la suya y tirar de ella hasta levantarla de la nieve.

Los ojos de Ceri se inundaron y las lágrimas empezaron a caer, mientras ella lloraba silenciosamente por su libertad; la mujer ultrajada y elegante resultaba hermosa en su lloroso y callado regocijo. La rodeé con uno de mis brazos, proporcionándole todo el consuelo que podía. Ceri se inclinó hacia delante y me abrazó con más fuerza.

Caminé a trompicones hasta la iglesia, tras dejar todo donde estaba y permitir que las velas se consumiesen por su cuenta. Mis ojos estaban clavados en la nieve y, mientras Ceri y yo dejábamos un doble rastro de pisadas sobre el único que venía hasta aquí, me pregunté qué demonios iba a hacer con ella.